¿ Sabías que Sofía es la única persona que puede ver y oír a Gabriel?¿Quieres saber cómo fue su primer encuentro?
…Mientras seguíamos al guía, mis amigas y yo nos entreteníamos debatiendo cuál de las salas del palacio merecía la máxima condecoración en belleza. Entre todas ellas, la sala maura resultaba la más hermosa en opinión de Alina y Emma, pero para mí la sala florentina, de la que cuelgan las lámparas más bonitas de Rumanía, es la que merece, sin duda, el primer puesto. “Entre 1893 y 1914 el arquitecto checo Karen Limen otorgará al castillo su característico estilo neorrenacentista, gracias a las numerosas torres puntiagudas y los ornamentos tallados en madera…”
Continuamos por los pasillos y al entrar en la sala de armas, descubrí con sorpresa que el grupo anterior se había demorado en su visita y les habíamos dado alcance. Era un grupo bastante numeroso, de chicos y chicas más o menos de la misma edad que nosotros. Había una chica rubia con el pelo tan largo que casi le llegaba a las rodillas, pero teñido de un color tan artificial que le robaba toda la gracia. Entonces, la melena rubia de la muchacha dejó de centrar mi atención … Junto con el otro grupo, a pocos metros de mí, estaba el chico más impresionante que había visto jamás. Tenía el cabello de un castaño brillante y unos grandes rizos perfectos que caían graciosamente sobre ambos lados de su cara, dejando entrever unos ojos casi dorados, tan hermosos que no parecían de este mundo. No sólo sus ojos, sino todo su escultural cuerpo tenía alrededor un aura de luz que le hacía diferente, maravilloso y extraordinario… con toda seguridad superaba el metro ochenta de altura y hubiera jurado que la proporción entre sus hombros y su cintura debía corresponder exactamente a la que Leonardo Da Vinci había determinado en sus notas sobre el hombre de Vitruvio. Me pareció que él también se había fijado en mí, pero no estaba demasiado segura, las ganas que tenía de que realmente fuera así podrían estar jugándome una mala pasada. Quise darle un codazo a Alina para que no se perdiera aquella increíble visión, pero estaba completamente paralizada, y terminó siendo ella la que tuvo que empujarme hacia delante para que despertara de mi ensoñación. Me volví hacia ella con un disgusto evidente.
—¿Qué te pasa? El grupo está avanzando —dijo Alina mirándome sorprendida.
—¿No le has visto? —contesté—. El chico del pelo rizado que iba con el otro grupo.
—Creo que no —respondió Alina indiferente—. ¿Por qué, me he perdido algo?
—Te has perdido la mejor visión que tendrás en tu vida. —Vale, vale, estaré más atenta. Pero date prisa, que se va nuestro grupo.
A ver si les alcanzamos otra vez, pensé. Mi adorado palacio había dejado de interesarme; sólo pensaba en acelerar el paso y conseguir salir de allí lo antes posible con la esperanza de localizar el autobús del otro grupo y averiguar, al menos, a qué escuela pertenecía. Necesitaba saber dónde podría volver a verle y conseguir que se percatara de mi existencia de cualquier modo. A cada paso, se apoderaba de mí una sensación de desasosiego ¿Y si no podía alcanzar al otro grupo y no conseguía averiguar dónde localizarle?
—Alina, por favor, vamos a salir fuera ya.
—Pero ¿Qué dices? ¿Te encuentras mal? —preguntó preocupada. Entonces lo vi claro: tenía que decirle a mi profesor que no me encontraba bien, que debía haberme sentado mal el desayuno, para lograr que me dejara salir al exterior.
—Sí —contesté lo más convincentemente que pude, poniendo cara de mareo—. Creo que no me ha sentado bien el desayuno.
—¿Quieres salir fuera? Se lo diré al profesor. No te preocupes, yo te acompaño.
—Gracias —respondí esperando que Alina se hubiera olvidado por completo de mi mención sobre aquel chico y descubriera mis verdaderas intenciones.
—Vamos, ya se lo he dicho —susurró Alina mientras avanzaba hacia mí con una sonrisa.
—Gracias, de verdad. Pero si quieres quédate a terminar la visita, puedo arreglármelas yo sola —aseguré.
—No te preocupes, no es la primera vez que vengo. Si luego estás mejor, entramos otra vez.
Abandonamos al resto del grupo mientras Emma nos miraba sorprendida. Había estado chateando por el móvil con su “amigo” y se había perdido toda nuestra conversación anterior.
—Ahora volvemos —le dije en voz baja.
Al salir fuera recobré cierto color en mi rostro, según me aseguró Alina. Mi estratagema había resultado más creíble de lo que había esperado, porque, al parecer, me había quedado algo pálida al haber visto al misterioso y maravilloso joven…