¿Conoces la leyenda de los strigoii? Gabriel tendrá que enfrentarse a uno de ellos
[image error]Montes Cárpatos de Rumanía
La palabra strigoi es un vocablo rumano que proviene del verbo a-striga, que significa gritar/ grito de terror.
La leyenda de los strigoii se basa en las creencias arcaicas de la post-existencia del alma y de su posibilidad de volver entre los vivos. Cuando los strigoii regresan al mundo de los vivos, lo hacen para apoderarse de su energía y poder así perpetuar su existencia el máximo tiempo posible.
Las posibilidad de que una persona llegue a convertirse en strigoi está ligada, según una vertiente de tradición cultural rumana de las zonas rurales, a tener ciertas relaciones con el diablo en vida o a sufrir una muerte violenta.
Un strigoi se cruzará en el camino de Gabriel, complicando de un modo muy peligroso su nueva existencia:
GABRIEL. Capítulo 7. La línea 47.
…Monté en el autobús 47, aprovechando que bajaba una señora pelirroja cargada de bolsas, y me dirigí a la última fila de asientos. El reloj del conductor marcaba las doce y diez, por lo que seguramente se trataba del último de la noche. Había tenido suerte, teniendo en cuenta que entre el instituto de Sofía y el cementerio había varios kilómetros y haber regresado andando me hubiera llevado varias horas.
El autobús estaba prácticamente vacío, una pareja de novios acurrucados, tanto por el frío como por el sentimiento mutuo, y un hombre con un abrigo gris de paño, eran la única compañía del soñoliento conductor, de modo que pude elegir asiento.
El hombre del abrigo gris era macilento, pero tenía la espalda muy ancha. Debajo del abrigo vestía unos vaqueros sucios y calzaba unos zapatos marrones horribles. Tenía un pelo rubio enmarañado, unos ojos de color castaño que sobresalían ligeramente de las órbitas y aspecto de no haber descansado en su vida; además de una piel excesivamente blanca. Mientras le observaba, comenzó a mirarme de reojo, para pasar a hacerlo directamente pocos segundos después. Estaba claro que también podía verme, pero no me atreví a dirigirle la palabra por temor a su reacción.
Observándole más detenidamente pude reparar en que tenía algo extraño, no sabría decir el qué, pero nada que tuviese que ver con Sofía. Su mirada era, además de bastante molesta y penetrante, algo mezquina. Al levantar la mano izquierda descubrí que su piel era tan blanca que parecía translúcida, muy semejante… ¡A la mía!… ¡Me había visto porque él también estaba muerto! Precisamente cuando había dejado de buscar, había encontrado lo que quería; y, sin embargo, no me proporcionó el alivio esperado, sino más bien cierta inquietud, difícil de explicar. El tipo no me inspiraba ninguna confianza. Me escrutaba sin parar con un halo de rencor en sus ojos que no lograba entender. Y como seguía sin atreverme a hablarle, decidí que lo más sensato era esperar…