Ariel Zorion's Blog, page 20
January 28, 2021
Otra vez estás ahí
RePhoto by Elina Krima on Pexels.comAbro los ojos y otra vez está ahí. Me está mirando desafiante. Creo recordar que la última vez que nos vimos le dije que no quería saber nada de él. La última vez, por cierto, fue ayer por la noche antes de irme a la cama e intentar dormir un poco, algo que cada vez me cuesta más. Da igual. Hace oídos sordos y se presenta aunque no le invite. Está al mando, o eso al menos es lo que cree. Estoy cansado para discutir, así que simplemente le dejo que me siga a todas partes hasta que uno de los dos se decida a hablar. Esta vez no voy a ser yo quien dé el primer paso.
Esto es agotador. Me refiero a este impasse en el que el silencio es casi tan cruel como las conversaciones que mantenemos. Lo cierto es que no sé si se pueden llamar conversaciones, porque siempre acabamos a gritos. Para ser honestos, soy yo quien acaba gritando, porque él consigue mantener una calma que parece sobrehumana. Me saca de mis casillas y no sé cómo puede tener tanta capacidad sobre mí. Tal vez sea por la forma en la que me dice las cosas. Ese tono de voz, esa mirada penetrante, esa seguridad tan aplastante en sí mismo, esa autoconfianza, que es justo lo que a mí me falta. Noto como la rabia empieza a apoderarse de mí. Mis pulsaciones se aceleran. Aprieto mis puños y me clavo las uñas en las palmas de las manos para que el dolor me distraiga de su presencia.
Me preparo el desayuno. No hay nadie más en casa, así que tengo que concentrarme en lo que hago para distraerme de su presencia. Parece una contradicción eso de tener que concentrarse para distraerse, ¿no? Supongo que lo es. Pero, a veces, me ha funcionado y no se me ocurre nada mejor por el momento. Focalizo mi atención en coger la leche de la nevera, en verterla en el tazón con cuidado, en echar los cereales tan despacio que casi los puedo contar mientras caen y salpican levemente la encimera en su contacto con la leche. Mis esfuerzos parecen inútiles. Siento que otra vez las fuerzas me flaquean y que voy a ceder porque no soporto su mirada clavada en mí esperando mi reacción. Pero no, tengo que aguantar, no puedo rendirme a sus deseos.
Sigue ahí. Imperturbable. ¡Dios! ¿Cómo lo hace? Parece que nada le altera. A veces pienso que es capaz de esperar eternamente si se lo propone. No obstante, algo ha cambiado últimamente, porque ya le conozco bien. Aunque ahora no los exprese en voz alta, puedo adivinar lo que está pensando. Siempre pidiéndome cosas que no quiero hacer. Porque el silencio anticipa algo terrible. Es como una guerra fría. Y sé que no debo hacerle caso porque, cada vez que lo hago, me meto en un lío y mis padres me han dado un ultimátum. Dicen que no volverán a ayudarme, lo dejaron bien claro. No hasta que tome la medicación que me recomendó el psiquiatra. Ellos no entienden que en realidad no es un médico, sino uno de sus lacayos y que la medicación es un veneno que él les ha mandado para que sucumba a sus deseos. No comprenden lo que pasa aquí y estoy desesperado. Nadie me cree. Tiene ese poder de persuasión. Es tan convincente que incluso ellos aseveran que nunca le han visto y mucho menos han hablado con él, a pesar de que cuando la última vez que estuvimos debatiendo sobre este tema en el salón le vi reflejado en un cristal. Todos intentan engañarme y manipularme. Así que, estoy solo y debo asumirlo.
Salgo a la calle y me sigue. Tengo que ir al supermercado. Mi madre me ha dejado una lista de cosas que tengo que comprar. Dice que si no estudio, al menos tengo que ayudar en casa. Pero no es que no quiera estudiar. Me expulsaron del instituto por culpa de él, como siempre. Me sigue a clase y no me deja concentrarme porque no para de hablarme. La última vez antes de que me expulsaran me dijo que debía darle una paliza a Luis porque estaba hablando de mí a mis espaldas y había puesto a toda la clase en mi contra. Me dijo que tenía que hacerme valer y demostrarle quien manda. Me dijo que si no lo hacía, era un nenaza que no merecía vivir. Consiguió que explotara y cuando vi a Luis en le patio me abalancé sobre él sin mediar palabra. Prefiero no recordar lo que pasó a continuación porque no es agradable y, además, me avergüenza. Como consecuencia, una semana expulsado.
Las cosas están mal. No, mal es poco, eso es quedarse muy corto. Mis padres conspiran contra mí con el maldito psiquiatra. Me lo dijo él el otro día, aunque tal vez no debería hacerle caso. Pero creo que en esto tiene razón porque la relación con ellos es nefasta últimamente. Veo como me miran. Puedo leer su desprecio. Puedo ver que se han rendido. Tengo ya 18 años y me doy cuenta de que me quieren poner de patitas en la calle o, tal vez, algo peor. Y ahora es él quien me lo está diciendo al oído. Dice que me van a internar en un hospital. Le digo que se calle, pero continúa con sus susurros. Dice que tengo que hacer algo al respecto.
Me giro y le digo que me deje en paz, que no quiero montar un espectáculo en la tienda como ya hicimos la última vez. Además, cada vez que aparece, me meto en problemas. Vale, creo que he levantado la voz más de la cuenta. He perdido el control y me prometí que hoy no pasaría. La gente se gira a mirarme, sus ojos clavados en mí con espanto. Alguien ha cogido el móvil, una señora, y creo que va a llamar a la policía. Me pongo la capucha y continúo mi camino para que no me vean la cara. Con un poco de suerte, con la capucha tampoco le veré a él.
No para de decirme que tengo que ir a por la vieja que ha llamado por teléfono porque la policía vendrá a buscarme. Dice que tengo que hacer algo. Dice que soy un cobarde, que siempre me escondo. Dice y dice y dice y no parar de decirme un sinfín de cosas que no quiero escuchar. Y entonces grito que me deje en paz, que se pire, que me olvide de una vez. Y empieza otra vez con la retahíla interminable. Dice que el sistema está en mi contra. Dice que me vigilian. Dice que no podré escapar si no tomo las riendas y actúo. Dice que me espían a través de mi móvil. Dice que agarre la papelera que hay junto a él y la tire al suelo porque dentro hay aparatos de escucha y debo destruirlos. Y finalmente le hago caso, la tiro y la pateo con toda mi rabia. Y entonces se oyen unas sirenas de fondo y todo se vuelve oscuro una vez más.

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January 23, 2021
#mimejormaestro
LAS ALAS DE MI GUITARRA

Mi mundo se había venido abajo. A veces, la vida es una mierda debajo de la suela de tu zapatilla. Se empeña en pegarse a ti y extender un olor hediondo y desagradable hasta dejarte sin respiración. Sentía que no había nada ya que valiera la pena. El instituto era un calvario. Es lo que tiene cuando eres el blanco de las mofas. Acudir a clase no es algo que te apetezca. Pero, bueno, estaba acostumbrado. Al final, cuando es lo que conoces desde que tienes uso de razón, te acostumbras. Ya sé que suena conformista, pero es lo que hay. Luego llegaba a casa y esas seis horas infernales se extinguían como un fuego bajo una lluvia torrencial. Mi madre era la persona más alegre del mundo. Era capaz de sacar lo positivo hasta en un funeral. Era una artista de la risa. Optimista hasta el final.
Hasta su final.
No tenía ganas de levantarme de la cama. Mi madre era mi mundo. Era mi roca. No tenía ni la menor idea de cómo iba a navegar por el lodo que había dejado su ausencia. Mis pies se hundían cuando trataba de levantarme de la cama, como si la alfombra se los tragara y me impidiese seguir adelante. Con mi padre siempre me había llevado bien, pero apenas le veía porque estaba todo el día trabajando, especialmente desde que tenía que hacer horas extra para pagar el tratamiento de aquella jodida enfermedad. Ahora que ella no estaba, bastante tenía con sobrellevar su duelo porque, puede que él fuera el sustento económico, pero ella era nuestro sustento vital.
Un día, llamaron del instituto. Imaginaba que lo hacían para hacerme la vida más fácil. Por supuesto, lo digo en tono sarcástico, porque creía que querían avisarme de mis faltas de asistencia acumuladas. O sea, que querían darme un toque. Pero no. Me equivoqué. Era Luis, mi profesor de música. Me daba tan sólo una hora a la semana de clase, pero me había echado en falta. Sus palabras fueron: “te he echado de menos”, que no es exactamente lo mismo. A mí. A Mister “Si-fuera-invisible-mejor”. No daba crédito. Pensaba que se estaba quedando conmigo.
Me preguntó cuándo tenía pensado volver a clase, pero yo estaba derrumbado. Volver al instituto era precisamente lo que menos me apetecía. “No lo sé”, fue mi respuesta. “Está bien, entonces pasaré yo a verte”. Por supuesto que no le creí ni por un segundo. Era un profe enrollado, eso era verdad. Yo disfrutaba con sus clases porque la música es mi vida y él siempre que me veía por el instituto, se acercaba a decirme algo. Más de una vez me había comentado eso de “si necesitas algo, ya sabes donde encontrarme”. Pero ya. Es decir, yo creía que era la típica frase hecha para quedar bien, así que nunca acudí a él. ¿Para qué? ¿Qué podría cambiar?
Si lo hubiera sabido antes…
La verdad es que él lo cambió todo. Resulta increíble que una sola persona pueda hacer la diferencia. Cuando más solo me sentía en el mundo, se volcó conmigo y me ayudó a regresar de las tinieblas.
Aquel día vino a verme y trajo su guitarra. No me preguntó lo típico de cómo te encuentras, ni dijo el manido “todo pasará” o “el tiempo lo cura todo”. Estuvimos tocando varias canciones en el salón de mi casa durante cerca de una hora. Y mi corazón roto empezó a soldar.
Desde aquel momento, no dudé en buscarle en el instituto cuando tuve algún problema. Siempre me ayudó. No hubo excusas. No hubo palabrería. Estaba ahí y me echaba un cable. Punto.
Luis cambió mi vida. Parece una frase simple pero no lo es, porque implica cambios radicales y perceptibles en la existencia de un ser humano. Un profesor puede hacerlo, esa es la verdad. Nos toman entre sus manos en los momentos más vulnerables de nuestra vida y nos conducen bajo su ala hasta que podemos valernos por nosotros mismos.
Nadie puede volar con las alas rotas y las mías, no sólo estaban rotas, estaban astilladas.
Después de la muerte de mi madre, Luis me recompuso. Mi padre ya tenía bastante con su propio dolor de haber perdido a la persona con la que creía que envejecería. No podía hacer más. Y lo comprendo. Por suerte, mi profesor de música se empeñó en no dejarme caer en el abismo de la tristeza y me arrancó de sus garras a base de acordes de guitarra.
Sin duda, fue mi mejor maestro.
Gracias, Luis.
January 22, 2021
El Ocaso De Los Días

“Todo mi cuerpo en este otoño se siente crepúsculo en la lluvia”
Tagami Kikusha
PRÓLOGO
Veinte años antes…
Salió a la calle. Dejó la puerta abierta de par en par. Caminó por el jardín, abrió la pequeña verja y salió a la acera plagada de hojas. Parecía un mullido colchón debido al viento de la pasada madrugada. Daban ganas de tumbarse sobre él y mirar aquel cielo de un azul casi inocente, observando como se movían aquellas esponjosas nubes al tiempo que podías imaginar la sensación en tus manos al tocarlas. Aquel día los operarios del Ayuntamiento no habían pasado a barrer y por eso se habían acumulado los cadáveres de color ocre de esos árboles ya semidesnudos.
Era una gélida tarde otoñal, pero aquel crío no parecía sentir el más mínimo frío. Apenas un jersey fino, una camisa y un pantalón de franela cubrían su escuálido cuerpo. Caminaba por la calle con el cuchillo aún en la mano. Un cuchillo de cocina corriente, tal vez el típico para cortar la carne. Aún caían gotas de sangre. Gotas de un rojo intenso iban marcando el camino como migas de pan. Eran gotas espesas, lo que hacía intuir que procedían de una fuente intensa de exanguinación. El niño no parecía tener salpicaduras en su ropa, salvo en el puño de la manga derecha de su jersey. Tal vez no era ni víctima ni verdugo, sino un simple observador que había llegado en el momento menos oportuno.
Caminaba con la mirada perdida. Vacía. Ausente. No había resto de consciencia en aquellos ojos. Simplemente, seguía sus pasos y miraba hacia ninguna parte.
Como un autómata.
Como un robot desprogramado.
Una cáscara ahora vacía que había albergado un ánima no hacía demasiado tiempo.
Un contenedor de fluidos y vísceras.
Un alma cruelmente desalmada.
Se oían gritos a su paso, pero él parecía insensible a su sonido. La gente le miraba sorprendida y asustada a la vez. Parecían haberse congelado por momentos, espectadores pétreos e incapaces de la más mínima reacción, reos del espanto y de un miedo paralizante. Era sólo un crío, no podía tener más de diez años.
Por fin, a lo lejos se escucharon las sirenas de la ambulancia y la patrulla de la policía. El niño no parecía herido, pero nunca se sabe, sobre todo porque las heridas del alma no sangran a simple vista, aunque hagan que se te escape la vida como si hubiera una fuga dentro de ti.
El policía rubio se acercó al chaval. Empezó a hablarle pero el chico seguía sin responder. Le agarró de la muñeca en la que portaba el cuchillo, de forma suave, con movimientos delicados y medidos, pero firmes al mismo tiempo. Logró quitarle el cuchillo. Le hablaba pero el niño seguía como si nada, como si no escuchara. Sus ojos no miraban a ninguna parte. Sus pupilas estaban dilatadas, abriendo un abismo hacia su interior.
Acudieron los sanitarios y se hicieron cargo del chaval. Cuando los policías descubrieron de donde había salido el niño, pidieron refuerzos y, al menos, una ambulancia más. No fue difícil averiguarlo, sólo había que seguir el rastro de gotas sanguinolentas, las cuales conducían directamente a una de las casas del vecindario que permanecía con la puerta abierta, permitiendo que entrase el frío al interior.
La escena allí era heladora.
Cuando entraron, vieron dos cuerpos. Ambos parecían a simple vista inertes. No obstante, cuando se acercaron a la mujer, percibieron un movimiento leve en sus párpados y silbidos de una respiración ahogada. La mujer había sobrevivido, aunque estaba en muy mal estado. Para el hombre parecía no haber esperanza. Estaba sentado en el sillón frente al televisor. Le habían degollado de izquierda a derecha, con un corte inestable e inseguro pero contundente.
¡Hola chaval! ¿Cómo te llamas? -le preguntó el paramédico al niño.No obtuvo respuesta. El suyo era un silencio hueco, como si se hubiera hecho el vacío en su mente. Los ojos seguían ajenos a lo que sucedía a su alrededor. Parecía que únicamente mirasen hacia su interior, de un modo introspectivo.
Puedes estar tranquilo. Estás a salvo. No va a pasarte nada, ¿de acuerdo? Estoy aquí para ayudarte, para asegurarme de que te encuentras bien. Te voy a decir lo que vamos a hacer, ¿vale? Vamos a llevarte al hospital para hacerte algunas pruebas. Yo voy a acompañarte en todo momento. No vamos a hacerte daño y, si algo te molesta, no tienes más que decírmelo y paramos.El niño continuó sin decir una sola palabra, pero tomó la mano del médico y con aquel gesto casi inconsciente y automático le estaba diciendo que se fiaba de él.
Le llevaron al Hospital Standford. El joven paramédico iba junto al niño en la ambulancia y no se separó de él en ningún momento. Acariciaba con suavidad su mano y le iba hablando continuamente de cosas agradables, de dibujos animados y de todo lo que se le pasaba por su mente con la única intención de tratar de hacerle olvidar los horrores vividos, fueran cuales fueran.
Cuando llegaron al hospital, llegó una patrulla de policía muy poco tiempo después. Acompañaron al niño hasta la sala en la que iban a reconocerlo. El policía rubio que había hablado con el chaval cuando le encontró deambulando por la calle, le dijo unas palabras a la doctora encargada del reconocimiento que el joven paramédico no pudo llegar a entender. El rictus del policía era muy serio, lo que presagiaba malas noticias.
Poco después averiguaría que aquel inocente niño acababa de asesinar a su padre.
CONTINUARÁ…

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¿POR DÓNDE CREES QUÉ TIRARÁ LA HISTORIA? 
¿ALGUNA TEORÍA?
January 21, 2021
Nueva sección

Estrenamos nueva sección porque se avecina el estreno se un nuevo libro
, El Ocaso De Los Días, y que mejor forma que lanzarlo a través de la web.
Se trata de la segunda entrega de la Saga Ocaso, una trilogía de suspense y misterio protagonizada por la inspectora Kisha Jennings, quien se tendrá que enfrentar a crímenes de diversa índole en la tranquila y paradisíaca Carmel-by-the-Sea.
Conocerás a personajes complejos como la propia Jennings, te enamorarás de la relación romántica que se gesta en la primera novela y evolucionarás con ellos hasta confines que no imaginas.
Prepárate porque estamos a punto de despegar…
January 19, 2021
La Hora Del Ocaso
Comienza aquí su lectura…
SAGA OCASO 1
En el camino blanco algunos yertos árboles negrean;
en los montes lejanos hay oro y sangre… El sol murió…
¿Qué buscas, poeta, en el ocaso?
(Antonio Machado)
El cielo, al atardecer, parecía una flor carnívora.
(Roberto Bolaño)
PRÓLOGO
Era un sótano oscuro y húmedo. Apenas había un hilo de luz que se colaba por alguna rendija. Se podían oír a las ratas corriendo entre las paredes. Era un lugar infecto e inmundo. Sus muñecas estaban sujetas por unas esposas a una barra colgada del techo. El dolor la estaba matando, los hombros estaban en una posición imposible, tal era así que parecía que se le dislocarían de un momento a otro. Había momentos en los que el dolor llegaba a tal extremo que parecía que estaba a punto de perder la consciencia, lo cual sería un regalo en aquel instante. Anhelaba poder perderla y olvidarse de tanto dolor. Pasar a otro plano, a otro estado, ni despierta ni dormida, donde no sintiese nada. Desfallecer hasta desconectar. Maldecía a su mente por empeñarse en seguir luchando. Sería tan fácil…
No sabía cuánto tiempo llevaba allí dentro. Había perdido la cuenta, entre otras cosas, porque el tiempo parecía haberse congelado en ese lugar de tortura. Estaba aterrorizada. Aquel loco la había sorprendido por detrás. Había caído en su trampa sin poder siquiera oponer resistencia. ¡Qué estúpida había sido! Debía haber esperado la ayuda. Pero no, ella creía que podría sola, que atraparía al asesino en serie más buscado de la ciudad. Era algo entre él y ella. Era una lucha de egos.
No había llegado a verle la cara. Las descripciones que habían conseguido de él en todos aquellos meses de investigación eran erráticas, no coincidentes, con muchas contradicciones. ¿Cómo era posible? Era algo inexplicable. Aunque su modus operandi no dejaba lugar a dudas. Era él. Su firma era única precisamente por su falta de rúbrica. El perfil decía que era un asesino con patologías múltiples y distintas parafilias, con una victimología un tanto caótica. Difícil de clasificar, ese era el resumen. Era sádico, capaz de imitar fielmente a otros asesinos para confundir a la Policía, frío en la mayoría de las ocasiones pero con arrebatos de furia, en otras. Había trazos de un trauma relacionado con algún rechazo de su etapa adolescente y parecía haber sufrido abusos sexuales siendo niño, posiblemente por parte de un progenitor.
Sin embargo, a pesar de no haberle visto el rostro con claridad, su voz se había grabado en su memoria de tal manera que llegaría a colarse incluso en sus sueños durante meses, inundándolos de pesadillas en las que una sombra en la oscuridad le repetía que iba a hacerle un corte más. “¡Voy a matarte poco a poco, maldita zorra entrometida, despacio, con mucho dolor, para que seas consciente hasta el último momento de que se te está escapando la vida con cada aliento y con cada gota de sangre que escurre de tu cuerpo!”.
Muchos eran los tajos que le había hecho ya. Pequeños orificios por los que se iba desangrando despacio, incisiones casi quirúrgicas que la debilitaban un poco más a cada minuto. Pequeñas cicatrices que harían que le recordase para siempre, si es que salía con vida de aquello. Y estaban las quemaduras. Y la tortura psicológica. El saber que estaba a su merced. La indefensión. Se había convertido en una víctima más. Y a ella la odiaba con especial inquina por intentar darle caza.
Cuando ya casi se había dado por vencida, cuando estaba segura de que no habría escapatoria, llegó el golpe de suerte. En realidad, era injusto tildar de suerte a lo que había sido un incesante trabajo policial que culminaría con su rescate, aún con vida, aunque débil.
Por suerte para ella, al final todo quedó en eso, en una pesadilla que sería recurrente en sucesivas noches de insomnio. Podía contarlo y no debía olvidar lo afortunada que era por ello. La estrecha colaboración entre la Policía de Los Ángeles y el FBI había dado sus frutos y habían logrado encontrar in extremis el escondrijo donde la tenía cautiva antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, no habían conseguido atraparle. Una victoria a medias. Después de tanto trabajo, de tantas horas robadas al sueño. Una vez más, había logrado escapar dejando un rastro de sufrimiento.
El asesino del ocaso, seguía suelto.
CONTINUARÁ…

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January 17, 2021
INTERCONECTADOS FINAL

Capítulo FINAL
A eso de las ocho de la tarde, llamaron al timbre. ¿Quién podría ser? ¡Maldición! Al final, no la había llamado, así que no había duda de que sería Luisa la que llamaba a la puerta. ¿Qué iba a hacer? Si no respondía, se preocuparía aún más. Pero, si la dejaba entrar, quizás se percataría de que todo era una farsa y, conociéndola como la conocía, no iba a parar de hacerle preguntas hasta averiguar qué estaba pasando.
“¡Piensa, piensa algo rápido! Se va a impacientar y es capaz de llamar a la policía si cree que te ha pasado algo grave”. De pronto, sonó su teléfono. Miró la pantalla y vio que era Luisa. Esperó que saltara el buzón de voz. La oyó a través de la puerta: “Oye, soy yo. Me tienes muy preocupada. Te he llamado infinidad de veces hoy y te he mandado varios mensajes. Ahora mismo estoy en la puerta de tu casa y no respondes. Se supone que estás enferma, así que deberías estar aquí. Te he comprado algo para cenar, aunque si estás mal del estómago no creo que te apetezca mucho, la verdad. Bueno, da igual. Llámame, por favor. Si no sé nada de ti en una hora, volveré a tu casa o haré lo que haga falta, ¿vale? Cuídate”. Siguió escuchando con atención y percibió unos pasos alejándose. Muy bien. Ahora sí que no podía despistarse. Tendría que llamarla. Esperaría un cuarto de hora aproximadamente para que le diera tiempo a alejarse de su casa y, cuando contestase al teléfono, le diría que había salido a buscar alguna medicina a la farmacia que había cerca de su casa y que se le había pasado por completo llamarla porque había estado casi todo el día durmiendo. Al menos, era una verdad a medias no una mentira total y rotunda pues, en verdad, había pasado gran parte del día intentando recuperar el sueño perdido durante la noche.
“Hola, Luisa. Soy yo. Perdona que no te haya llamado antes. Sí, ya me imagino que estabas preocupada. Creo que me sentó algo mal anoche y hoy he estado bastante revuelta todo el día. Esta mañana casi no me podía levantar de la cama, pero ya estoy mucho mejor. De hecho, tenía el móvil en silencio y, por eso, no me he enterado de tus llamadas. Sí, ya he oído en tu último mensaje que habías venido a casa. Te lo agradezco un montón. He salido un momento a la farmacia, por si me recomendaban algo. No, no he ido al médico. Debería haberlo hecho pero, como me iba encontrando mejor, pensé que no hacía falta. Sí, tienes razón. Al menos tendría un justificante para el trabajo. Espero que no pase nada porque ya sabes que no falto nunca, así que los jefes confían en mí. Sí, seguro que mañana será un día duro porque tendré bastante trabajo acumulado. Bueno, me lo tomaré con paciencia. ¿Y qué tal tu día?”.
Una cosa solucionada. En el trabajo puede que no fuera tan sencillo porque allí tendría que comunicar cara a cara los motivos que la habían impedido acudir el día anterior. Pero de eso ya se preocuparía a la mañana siguiente. Ahora tenía otros asuntos pendientes.
Volvió a zambullirse en las profundidades de internet. Sumergió su yo y buceó con su nueva personalidad de radiante autoconfianza. ¡Qué mágica sensación le recorría el cuerpo! Estaba como extasiada… En Facebook no paraban de crecer los amigos. Ya iba casi por quinientos, más los doscientos cuarenta y tres seguidores de twitter y los cincuenta y seis de Instagram. Parecía que ésta última no era su red social, pues en ella su triunfo se podría considerar más relativo. No le dedicaría muchos más esfuerzos. Se volcaría más en las otras. Empezó a mandar solicitudes de amistad a discreción, mientras mantenía abierta en segundo plano la web de citas. Esa era la auténtica patata caliente para ella. Pues bien, quería hacerse esperar.
Revisó su cuenta de Twitter. Un me gusta por aquí, un retwitteo por allá. Ya seguía a más de novecientas personas. Bien, había que buscar más incautos dispuestos a entrar en su juego. ¡Qué sencillo resultaba todo! Buscó fotos de paisajes increíbles en internet y las colgó en su muro de Facebook, como si fuesen testimonio de sus viajes. Se inventó algo interesante que contar y actualizó su estado. ¡Fantástico! Momento de preparase algo para cenar porque eran casi las once y, esta vez, no podría acostarse demasiado tarde.
Como sólo se había tomado un sándwich y un vaso de leche, no tardó más de veinte minutos en volverse a conectar, incluido el cepillado de dientes. “Vamos a ver quién sigue despierto todavía”. Había llegado el momento. Primero una disculpa por aquí por no haber contestado antes, debido a que había estado terriblemente ocupada casi todo el día. Después un “estaba deseando hablar contigo” o un “no he podido sacarte de mi cabeza desde que vi tu mensaje”. La situación la hacía reír a carcajadas. Era incapaz de ver lo enfermizo que resultaba todo.
Presa de ese efímero y embriagador éxito, se dejó arrastrar por otra noche en vela. Disfrutaba flirteando con unos y otros, plantando a algunos de forma despiadada, actualizando su estado, escribiendo absurdos tweets… Finalmente, se acostó casi a las cinco de la mañana. Cuando llegó al trabajo, como era de esperar, se encontraba fatal como consecuencia del cansancio acumulado. La parte positiva era que le servía de coartada perfecta pues, verdaderamente, parecía encontrarse físicamente enferma. La parte negativa fue que le costó mucho centrarse y, más aún, mantener la atención. Continuamente se sentía tentada de naufragar en las profundidades de la gran red. Y una vez tras otra, se rindió a la tentación. No recordaba haber tenido una jornada laboral tan improductiva jamás. ¿Y qué más daba? Ahora tenía otros asuntos más importantes que atender.
Y la historia no había hecho más que empezar. El descenso por la pendiente estaba cogiendo impulso e iba adquiriendo una peligrosa velocidad. Los días pasarían enmarañados como una tela de araña. La frontera entre lo real y lo virtual se difuminaba. Su rendimiento iba cayendo estrepitosamente y sus jefes empezaban a preocuparse y a impacientarse. Su contacto con el mundo exterior era aún más reducido de lo habitual. La interacción con los seres humanos era casi inexistente. Podría decirse, incluso, simbólica. Apenas intercambiaba unas palabras cuando tenía que ir a comprar porque su nevera se había quedado absolutamente vacía. Esas palabras se reducían a un buenos días, un gracias y un hasta luego. Lo justo para no parecer maleducada, aunque eso también le importaba menos a medida que pasaba el tiempo.
Cada vez estaba menos interesada por el mundo real y más absorbida por la realidad virtual. Y esto iría a peor después de un suceso que asoló la poca autoestima que le quedaba. Siguiendo un impulso, acudió a una cita con un hombre de la web de contactos con el que llevaba ya un tiempo comunicándose online. Verdaderamente se había terminado por creer que su disfraz virtual era exactamente de su talla. Así que su alter ego acudió a aquella cita vestida y maquillada como se suponía que era habitual en su nuevo yo. Sin embargo, esa imagen no encajaba con ella en absoluto, aunque era la única que no parecía darse cuenta. Por la calle, la gente se quedaba mirándola. El ser humano puede ser así de cruel e indiscreto. Su ilusión y la realidad desdibujada en la que se había sumergido le hacían creer que levantaba admiración a su paso. Sin embargo, la verdad era que miraban los excesos que habían coincidido para conjugar una imagen imposible. Hasta tal punto era así, que casi parecían piezas que no acababan de encajar y habían sido pegadas a la fuerza, como superpuestas por una espacio y un tiempo pertenecientes a dimensiones de realidades diferentes.
Cuando llegó al lugar acordado, le reconoció al instante. Era mucho más guapo de lo que parecía en las fotos de internet. Había hecho una gran elección, de eso no cabía duda. Ahora sí que iba a presumir delante de todos aquellos que la habían denigrado de un modo u otro. Incluso, delante de aquellos que simplemente la habían ignorado o dejado atrás porque les parecía que no era demasiado buena para pertenecer a su grupo de amigos. Segura de sí misma, incapaz de comprender el esperpento que había construido su imaginación, se acercó a él y se presentó con absoluta naturalidad y seguridad. Obviamente, era otra persona, no aquella tímida y falta de confianza en sí misma que había arrastrado la mayor parte de los años pasados.
La expresión que observó en el rostro del hombre no era en absoluto la que esperaba. No había admiración. No había deseo en su mirada. No había nada de nada de lo que ella esperaba. Su reacción no se hizo esperara: “¿De qué va esto? ¿Es una broma? No, lo siento. No te pareces en nada a la mujer del chat. En serio, ¿me estás vacilando? ¿Cómo puede alguien estar tan sumamente loco para inventarse todo esto? No quiero nada contigo. No vuelvas a contactarme, por favor”. Sin más, se levantó y se alejó a toda prisa sin darle más opción a responder.
Creyó enloquecer. ¿Habría sido todo una pesadilla? Se miró en el escaparate de la tienda de al lado y, por primera vez durante aquel día, vio el resultado real. Salió corriendo para huir de la mirada de los curiosos. Cuando llegó a casa, la rabia la dominó hasta la extenuación. Impulsada por una furia desconocida para ella, se puso a gritar al tiempo que empezaba a romper y tirar cosas. Volvió a meterse en internet y empezó a decir todo tipo de barbaridades. Quería desahogarse y no le importaba si alguien pudiese quedar herido por el camino. No tenía nada que perder. Iba a quedarse a gusto de una vez por todas. Siempre podría inventarse una nueva identidad y empezar de cero otra vez. Millones de interconexiones por todo el mundo se extendían a sus pies como para conformarse con lo que había tenido hasta ahora.
Para su desgracia, su mente había llegado a disociarse. Su adicción a internet ya no era un simple juego sino una rabiosa y purulenta enfermedad que le estaba robando la vida en cada aliento que empañaba la pantalla de su ordenador.
FIN

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January 16, 2021
INTERCONECTADOS 4

Capítulo 4
INTERCONECTADOS
Se sintió culpable por haberla mentido. Silvia siempre era tan agradable con ella… Pensó que no era justo mentirle a alguien como ella. Desde luego, parecía sentirse realmente preocupada. Seguramente, si hubiera contestado Lucía, habría sido una conversación diametralmente diferente. Tal vez, incluso le habría colgado el teléfono antes siquiera de que le diera tiempo a decir adiós. ¡Qué más daba! No podía dedicar ni un segundo más de su tiempo a pensar en ello. Tenía muchos mensajes que contestar y debía actualizar su muro.
El café hacía rato que estaba hecho y no se había enterado. Menos mal que la cafetera era automática y, cuando terminaba, lo mantenía caliente durante media hora y, además, sin permitir que se derramara ni una sola gota. Maravillas de la tecnología. No podía entender como era posible que apenas sintiera cansancio. No había pegado ojo en toda la noche y ahí estaba, sin un atisbo de sueño. Suponía que era la excitación vivida con los últimos acontecimientos. No veía el momento de volverse a enganchar. Así que echó el café solo en una taza y no le añadió ni azúcar. No tenía tiempo que perder.
En la web de citas había varias novedades. La mayoría de los hombres con los que se había puesto en contacto habían respondido. ¡Qué nervios! Se sentía como una estrella de Hollywood deseada por todos. Por primera vez en su vida, iba a experimentar lo que era rechazar a alguien y no justo al contrario. Había tantos interesados que probaría distintas fórmulas. Eso sí, después de darles falsas esperanzas, en primera instancia.
¿Cómo lo haría? ¿Qué criterio podía seguir? Le estuvo dando vueltas por unos instantes. Lo único que tenía claro es que los iría desechando uno a uno sin piedad, empezando por los más guapos y que desprendieran un halo de sobre confianza. Se iba a desquitar por años y años de desaires. Eso sí, tendría que ir con cuidado porque debía guardarse algún as en la manga. Debía seleccionar muy bien para, al final, quedarse con dos o tres que verdaderamente pudieran valer la pena. Tal vez, hombres un poco más normales, a los que no le importara llegar a conocer en persona, si se presentaba la ocasión. Y, por encima de todo, alguno que pudiera aceptarla tal y como era en realidad.
Las once de la mañana. Empezaba a notar que le pesaban los párpados. Se echaría un rato a descansar, aunque no quería dormir demasiado porque, al día siguiente, no se podría escaquear nuevamente del trabajo y quería aprovechar el tiempo disponible. Aunque, por otra parte, en su despacho no había nadie más que ella y tenía ordenador con conexión a internet de alta velocidad. Podría conectarse allí, ¿quién podría darse cuenta? ¡Vaya! Ser invisible tenía sus ventajas, por fin.
Se quedó dormida casi al instante. Se despertó casi a las cuatro y media de la tarde. ¡Maldita sea! Debía haber puesto una alarma. Bueno, eso ya no tenía solución. Miró el móvil y vio que había varias llamadas y mensajes de Luisa. Al parecer, se había enterado de que no había ido a trabajar. Aprovechando que tenía que visitar a un cliente cerca de su oficina, había pasado por allí para invitarla a un café y quería saber qué tal se encontraba. Incluso “amenazaba” con pasarse por su casa a última hora de la tarde a hacerle una visita y ayudarla, si necesitaba algo. “No, gracias Luisa. Ya tengo lo que necesito. No quiero tu compasión”.
Decidió que la llamaría más tarde. Que sufriera un poco más y se sintiera culpable. Una punzada de remordimiento le atravesó el pecho. ¿Por qué se mostraba tan vengativa? ¿Cómo podía albergar tanto rencor en su interior? Al fin y al cabo, Luisa siempre había sido una buena amiga. Se conocían desde el colegio y siempre había estado ahí, incluso en los peores momentos, como cuando atravesó una depresión. Habían sido momentos muy duros, pero ella nunca le había fallado. Debería sentirse contenta porque hubiera conocido a Daniel. Se merecía ser feliz. Esa era la verdad.
Muy bien. La llamaría enseguida. Primero se lavaría un poco la cara para despejarse. Se acercó a la mesa donde tenía el ordenador con el móvil en la mano. Pensó que podría hablar con Luisa mientras revisaba las últimas novedades que internet le ofrecía. Sin embargo, antes de marcar su número, ya se había quedado enganchada otra vez y se olvidó por completo.
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January 11, 2021
INTERCONECTADOS 2

Capítulo 2
INTERCONECTADOS
Cuando terminó de rellenar los datos del perfil era incapaz de reconocer a la persona que se describía en su pantalla. No había dudas de que aquella era una mujer segura de sí misma, con un trabajo apasionante y una vida plena. Seguro que había viajado mucho y habría vivido experiencias indescriptibles. No obstante, si todo eso fuera verdad, ¿por qué iba a estar en esa página de citas buscando estar interconectada? No podía saberlo, pues no era como ella. Tal vez, simplemente por puro espíritu aventurero. ¿A quién le importa eso? Se convenció a sí misma de que cualquiera puede acceder a webs de ese tipo, no tenían por qué ser únicamente fracasados como ella. Ahora sólo le restaba encontrar una foto que pudiera encajar con aquella descripción. Tendría que navegar por internet para encontrar alguna que le convenciera. ¿Sería eso un delito? Es decir, ¿poner la foto de otro en tu perfil sería suplantación de identidad o algo similar? Supuso que no. Además, tampoco iba a hacerle daño a nadie y mucha gente ponía fotos de famosos, por ejemplo, en sus avatares del WhatsApp, en Twitter o en su muro de Facebook. Esto le dio una nueva idea. Abriría cuentas en otras redes sociales. La maraña de internet la protegería y la ayudaría a encontrar el calor humano que en su vida diaria le resultaba tan esquivo. Paso a paso. Primero, la web de citas. Le demostraría a Luisa que ella también podía encontrar pareja. ¡Estaba tan furiosa con ella! Debía enseñarle que no la necesitaba en absoluto.
Así que, embravecida con una nueva identidad, se lanzó a visitar la página de diferentes hombres, especialmente la de aquellos que parecían más inaccesibles. Les dejó todo tipo de mensajes picantes y atrevidos. ¿Y por qué no? Era el momento de liberar todo tipo de pensamientos y sentimientos ocultos, aquellos que desde la más tierna infancia te enseñan a arrinconar en el lugar más recóndito de tu yo consciente porque, según te dicen, son impuros y, por lo tanto, son pecado. Por otra parte, la ocultaba una máscara infranqueable de mentiras. Podía decir todo aquello que se le antojase sin tapujos. Era el momento de liberar su yo reprimido.
¡Qué emocionante! Había hombres de todo tipo. Le pareció que era como salir de compras. Miras, miras y, cuando te gusta algo, te lo pruebas y te lo compras. Pero ahora, además, no tenía que mirar los precios porque, con su nuevo yo, podía comprar cualquiera que le gustase. No se dio cuenta de que, sin apercibirse apenas de ello, estaba disfrazando su mente de una peligrosa falsa seguridad en sí misma. Y al día siguiente tendría que volver al trabajo con su antiguo yo a cuestas.
Esperó unos minutos a que alguno contestara. ¿Cómo era posible que ninguno respondiera? Era imposible que alguien rechazara a una mujer como aquella. Empezó a impacientarse. No estaba dispuesta a sentir un rechazo virtual, ya tenía bastante de aquello en su vida real. Abrió sus nuevas cuentas de Facebook, de Twitter, de Instagram… Todo lo que se le ocurría. ¿Con qué tipo de personas le gustaría contactar? En cualquier caso, con ninguna de su entorno personal o laboral, puesto que podrían descubrirla y la vergüenza que eso le provocaría sería insoportable para ella. Literalmente, no podría volver a su puesto de trabajo.
Más rápido de lo que sucedió con la web de citas, empezó a tener seguidores en Twitter y amigos en Facebook. ¿Qué sencillo parece todo en internet? Antes de que siquiera seas consciente de ello, tienes un montón de amigos de esos que van a estar ahí para siempre. Sintió cómo le subía la adrenalina. Las redes sociales son un mundo fascinante. Una vez que te enmarañas en su red, ya no puedes escapar. Te vuelves adicta a ese mundo de aceptación y condescendencia. Ojalá pudiera vivir eternamente conectada a él. La vida real, en cambio… Eso era harina de otro costal. Cuántas decepciones había sufrido a lo largo de su vida. Y cuántas humillaciones desde que era tan solo una niña. A veces, había sentido que la lástima que inspiraba a los demás la hería incluso más que la humillación infligida por otros. Pero eso se había acabado. Ya no tenía que soportarlo más. Ahora la realidad virtual estaba de su parte y le abría sus brazos de par en par.
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INTERCONECTADOS 3

Capítulo 3
INTERCONECTADOS
De pronto, saltó un mensaje en su pantalla. ¡Increíble! Había un hombre interesado en contactar con ella. ¡Guau! Y según la foto de su perfil, era increíblemente atractivo. Aunque, tal vez, había usado la misma estratagema que ella y nada de lo que aparecía ante su pantalla era verdad. ¿Y qué le importaba eso? No hacía falta que se vieran. Dicen que de ilusión también se vive, así que no había motivos para romper el encanto.
Antes de que su mente siguiera divagando hasta perderse en las arenas movedizas de la imaginación, decidió que leería el mensaje que le había dejado. Quería que hablaran y se conocieran por el chat, pero no descartaba verse algún día. “¿A qué hora te viene bien que conectemos?”, le preguntaba el atractivo desconocido. “Para ti, tengo disponible todo el tiempo. Estoy deseando conocerte. No puedo esperar”. Increíble. Lo tenía comiendo de su mano.
De pronto, su ordenador pareció volverse loco. No paraban de saltar múltiples mensajes procedentes de las diferentes redes: Ray Loco y tú ahora sois amigos; Rubén Sánchez ha escrito en tu muro; @lovers te está siguiendo ahora… Incluso había invitaciones a eventos y solicitudes de amistad. ¿Cómo había podido estar tanto tiempo perdiéndose una vida tan emocionante? Compulsivamente se puso a contestar a todos aquellos que se habían puesto en contacto. Les mandaba stickers y emoticonos de todo tipo. Seguía las conversaciones y se hacía la interesante para mantenerlos enganchados. ¿Serían todos unos solitarios como ella? Quizás lo fueran. Un montón de solitarios que, navegando en el inabarcable océano de internet, lograban salir a flote y encontraban una escapatoria a su soledad.
Ni siquiera se había dado cuenta de que ya eran altas horas de la madrugada. Y al día siguiente tendría que levantarse temprano para ir a trabajar. ¿O tal vez no? Siempre había sido puntual. Rara vez había faltado a su trabajo, pues era tremendamente responsable y, únicamente cuando se encontraba realmente mal y la enfermedad de turno no le permitía siquiera salir de la cama, había faltado. Solía acudir rigurosamente a su puesto de trabajo, casi sin excepción. ¿Quién iba a sospechar que era mentira si llamaba para decir que estaba enferma? Lo peor de todo era que, en realidad, sin que ella lo supiera, estaba empezando a enfermar de verdad.
¿Qué les diría? ¿Qué excusa pondría? Tendría que ser algo que resultara creíble y que no fuera una mentira de esas en las que acabas enredado y no sabes por dónde salir. Muy bien. Algo sencillo, entonces. Tal vez una indigestión. Eso era algo común y relativamente frecuente. Para ser totalmente honestos, no era una mentira al cien por cien porque lo que le estaba resultando indigesto era internet y su amplio abanico de posibilidades, su menú inagotable de oportunidades para conocer gente de cualquier rincón del mundo. Tenía un empacho de autoestima, pues nunca había probado este exquisito manjar que a otros acompaña casi desde la cuna.
Finalmente, ni siquiera llegó a dormir en toda la noche. Se le ocurrió que era más fácil mantenerse despierta que intentar levantarse cuando sonara el despertador, lo que sucedería un par de horas después. Su ritual de interacciones compulsivas, algunas incluso en cierta medida arriesgadas, continuó sin descanso. Estaba fuera de sí. Ni siquiera había percibido que tenía las piernas ligeramente entumecidas por la falta de movimiento, hasta que se levantó para prepararse un café solo y bien cargado. Mientras la cafetera hacía su labor, llamó a la oficina. Tenía que poner voz de enferma. Ojalá no respondiera Lucía porque no la soportaba. Siempre tan segura de sí misma, con su pelo perfectamente peinado, su intenso maquillaje que disimulaba cualquier atisbo de imperfección en su rostro, sus minifaldas y sus tacones imposibles.
Sonaron dos tonos y al tercero contestó Silvia. ¡Menos mal! Sintió un gran alivio. Seguro que Lucía le habría regalado algún comentario inoportuno y desagradable. Sin embargo, Silvia siempre había sido muy amable con ella. No se podía decir que fueran amigas, aunque sí la consideraba una buena compañera. La ayudaba en todo lo que podía y siempre se acercaba a invitarla a hacer un descanso cuando varias habían quedado para tomar un café en la sala de descanso. A pesar de ello, pocas veces había acudido porque, le daba tanta vergüenza, que sentía que le flaqueaban las piernas. Así que, la mayor parte de las ocasiones, se ahorraba el mal trago y hacía el descanso sola.
– ¡Cuánto lamento oír que estás enferma! –le respondió Silvia-. No te preocupes por nada, sólo cuídate, ¿vale? Seguro que mañana estás como una rosa. Mi hermana estuvo así la semana pasada y la doctora le dijo que había un virus que dura veinticuatro horas y que ataca principalmente al estómago. Puede que sea lo mismo. Bueno, en cualquier caso, espero que te sientas mejor muy pronto.
CONTINUARÁ…

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January 10, 2021
INTERCONECTADOS
Sinopsis
Vivimos en la sociedad de las pantallas. Creemos que esto nos mantiene conectados y tenemos la sensación de no estar nunca solos porque siempre hay alguien al otro lado con el que poder entablar algún tipo de contacto. Sin darnos cuenta, nuestra vida real se funde con la virtual hasta no dejar rastro de la persona que éramos. ¿Puedes llegar a diluirte sin más en ese mar de cables y en su enmarañado código binario? Todo depende de ti…

Capítulo 1
INTERCONECTADOS
Seguía sentada frente al ordenador. ¿Cuánto tiempo llevaba así? No podía hacerse una idea. La página de contactos estaba abierta en un segundo plano mientras se decidía a entrar en ella y darse de alta. ¿Por qué le costaba tanto tomar decisiones? Hasta una tan simple como aquella. En cualquier caso, algo tenía que hacer. Desde que Luisa, su inseparable amiga, había empezado a salir con Daniel, se sentía más sola de lo habitual. Y eso era decir demasiado porque le parecía que nunca había encajado en ningún sitio. Estaba tan harta de todo.
Desde que era pequeña, le había costado mucho relacionarse con los demás. Esa maldita timidez la había atado de pies y manos toda su vida, y no había sido capaz de superarla con el paso de los años. Sentía una especie de indefensión aprendida y un bloqueo casi extracorpóreo cuando tenía que enfrentarse a situaciones sociales que implicaban interactuar con desconocidos. Pero, además, lo peor de todo era que los desconocidos pocas veces pasaban a ser conocidos, puesto que nunca se le ocurrían temas de los que hablar. Y, por supuesto, nunca era ella la que rompía el hielo o iniciaba una conversación. Eso era casi impensable. Ya se encargaba de ello Luisa. ¿Cómo iba a atreverse entonces a tener una cita con alguien con quien sólo hubiera interaccionado por internet? De eso, se preocuparía más adelante. Tal vez no fuera necesario conocerse y bastara con tener a alguien al otro lado de la pantalla. Al fin y al cabo, era una forma de sentirse conectada y, al mismo tiempo, ahuyentar esa maldita sensación de soledad y abandono.
Hacía ya mucho tiempo desde que tuvo su última cita. Y, como solía ser habitual, no había salido demasiado bien. Las pocas veces que había salido con hombres, habían sido gracias a citas dobles en las que Luisa invitaba a algún amigo de su pareja de turno. Ninguna relación demasiado en serio. Pero ahora… Con Daniel parecía que las cosas iban en serio. ¡Maldita sea! La tenía absorbida. Ya casi no tenía tiempo para nada más. Nunca antes había sido así. Y ella seguía necesitando a su amiga. ¿Con quién iba a salir ahora? ¿Con quién iba a hablar? No le apetecía nada tener que buscar nuevos amigos.
La rabia hizo que se metiera en la web de contactos sin más dilación. Se sorprendió a sí misma al decidirse a hacerlo, ella que siempre se mostraba dubitativa ante la decisión más nimia. Se registró y rellenó todos los datos, aunque maquilló sensiblemente la realidad. Para ser sinceros, eso es quedarse corto porque nada de lo que estaba escribiendo tenía parecido alguno con la realidad. Nunca se había sentido cómoda en su piel, esa era la verdad. ¿Por qué no inventarse un yo alternativo, entonces? No entrañaba ningún peligro, que ella supiera. Ni siquiera tendría que usar su verdadero nombre si no quería. En la red podría mostrarse tal y como le gustaría ser en realidad. De manera casi compulsiva, empezó a cumplimentar el formulario.
CONTINUARÁ…


