David Villahermosa's Blog, page 5
May 31, 2019
3×1212 – Enmarañado
1212
La noche no tuvo nada que envidiar al día. Ni una solitaria luz en la lontananza, ni un triste infectado vagando por las calles desiertas, aún cuando esas eran sus horas preferidas para salir a merodear. Bárbara apenas pegó ojo en toda la noche, dándole vueltas a la cabeza a la propuesta de Zoe, tratando de convencerse que la ausencia de infectados no era más que una absurda coincidencia. Empezaba a dudar seriamente que realmente eso fuera la normalidad, y que Nefesh, al haberse infectado mucho más tarde que el resto del mundo, les hubiese mostrado una etapa distorsionada de la pandemia.
No quería hacerse ilusiones, pero todo parecía apuntar en la misma dirección. Al menos ese particular punto de vista. No paraba de mirar por la ventana, tratando de encontrar en ella una excusa para volver a Éseb y desoír los cantos de sirena de la niña de la cinta violeta en la muñeca. Por suerte o por desgracia, fue incapaz de encontrarla.
Aunque no sabía muy bien por qué, acabó por convencerse que era ahí, en Sheol, y no en otro lugar, donde debía nacer su primogénito, que así es como debía haber sido desde un buen principio, que la epidemia no tenía ningún derecho de privarles de ello. A ninguno de los dos. Aunque la razón y el sentido común le empujaban en dirección opuesta, algo dentro de sí le convenció que eso era lo que debía hacer. Finalmente consiguió conciliar el sueño, aunque Zoe la despertó pocas horas después, al romper el alba. Se levantó de bastante buen humor.
Habían acordado pasar la noche en el faro porque cargar todo aquello en el barco sin luz diurna era una insensatez, por más tranquila que aparentase ser aquella parte de Iyam. Esa mañana desayunaron retomando la discusión que habían dejado a medias durante la cena. Zoe se mostró gratamente sorprendida al ver el cambio de actitud de Bárbara. Ella no paraba de pensar en Morgan, y en cuán críticamente habría juzgado tal deriva. Pero él no estaba ya ahí, y ambas acabaron acordando que al menos lo intentarían.
Tan solo un choque de frente con la realidad les haría cambiar de rumbo a esas alturas. En los tiempos que corrían, resultaba harto complicado encontrarle un sentido a la vida, más allá del hecho de limitarse a sobrevivir, sabiendo que todo en lo que habías creído y todos a los que habías querido habían desaparecido para no volver. El mero hecho de tener un objetivo en ciernes, algo en lo que ocupar el tiempo y la mente, una excusa para alejar de la cabeza todos aquellos fantasmas, era tanto o más valioso que eludir la muerte que ambas habían tenido sobrevolándolas desde el inicio de esa pesadilla.
Pusieron rumbo de vuelta a Sheol con una sonrisa por bandera y el furgón cargado hasta los topes. No pudieron llevarse el barco, por más que incluso se lo llegaron a plantear. Ese fue el principal motivo de vacilación al respecto, aunque ambas se esforzaron bastante por apartarlo a un lado. Al fin y al cabo, el faro era un escondite excepcional para el navío, y siempre estarían a tiempo de volver a por él, si el interior de la península se demostraba más hostil que el litoral.
Su pésimo sentido de la orientación, sumado a la inexperiencia en la conducción, por más que éste último factor mejoró sustancialmente durante esos días, hizo que el camino, que ya de por sí era bastante largo, se demorase tres días, en los que tuvieron que hacer noche dos veces. Lo hicieron siempre en lugares muy alejados de las urbes, a medio camino de ninguna parte en algún kilómetro cualquiera de autopistas y autovías, donde el rastro de la infección se volvía prácticamente inexistente, más que por el fruto de algún que otro accidente, o algún coche abandonado, que les obligó a aminorar sustancialmente la marcha, o incluso a dar media vuelta en más de una ocasión.
Vieron infectados. Algunos de ellos lozanos y sanos como los que habían conocido los primeros días de la infección. Pero pudieron contarlos con los dedos de una mano, y era tal la diferencia de velocidad entre ellos y el furgón, que enseguida les perdieron de vista. Ello sirvió, no obstante, para devolverlas en parte a la realidad, y darles a entender que el peligro seguía presente. Ambas eran inmunes a sus mordedoras, y Zoe incluso se podía hacer pasar por uno de ellos, pero aún así, debían ser conscientes que bajar la guardia les podía salir muy caro.
Llegaron al límite municipal de Sheol a media tarde del tercer día de su partida. Ambas sentían un cosquilleo muy agradable en el estómago al encontrarse de nuevo en un lugar que por fin podían reconocer, un lugar que por primera vez en mucho tiempo, quizá en demasiado tiempo, les traía a la memoria recuerdos felices, recuerdos previos al inicio de la pandemia, recuerdos de una vida tranquila, serena e incluso anodina, a la que ambas tanto echaban a faltar.
Era Bárbara la que conducía cuando cruzaron aquél viejo puente de piedra. Pese a que estaban bastante lejos del lugar en cuestión, pasar sobre aquél río, el mismo río en el que aquella maldita serpiente a punto estuvo de acabar con la vida de Zoe, acabó por convencerlas que habían hecho lo correcto. No en vano, hacía más de veinticuatro horas que no veían un solo infectado, al menos ninguno que no llevase al menos un par de meses muerto. Las hojas secas que había sobre el puente, que el viento había traído en su soplar azaroso, dieron fe de que hacía mucho tiempo que nadie lo cruzaba. Ello aún las tranquilizó más.
La profesora se giró hacia Zoe, que observaba emocionada la ciudad medio chamuscada en el horizonte próximo. Era un día nublado y bastante húmedo, y la ciudad estaba iluminada por una luz fría, algo tétrica.
BÁRBARA – Volvemos a estar aquí. Tú y yo solas… como al principio.
Zoe, con la boca entreabierta, suspiró satisfecha.
ZOE – Sí. Solo falta Morgan.
Bárbara esbozó una sonrisa cansada y acarició el enmarañado cabello rojo de la pequeña.
May 27, 2019
3×1211 – Raíces
1211
De vuelta al faro de Iyam
18 de abril de 2009
ZOE – Oye….
Bárbara estaba concentrada en sus pensamientos, y a duras penas prestaba atención a la carretera. Zoe se había demostrado una excelente conductora. Ya habían vuelto al paseo marítimo y en cuestión de cinco minutos llegarían de vuelta al faro. Todo había salido a pedir de boca, y aún pasaría más de una hora antes que comenzase a anochecer. Tardó unos segundos en reaccionar.
BÁRBARA – ¿Sí?
En esta ocasión fue Zoe la que se hizo de rogar, pese a que ella sí la había escuchado, perfectamente.
BÁRBARA – ¿Qué… qué decías, Zoe?
ZOE – No. Nada… Si… es… Es una tontería.
BÁRBARA – Dime.
ZOE – ¿Por qué no… por qué no…?
BÁRBARA – ¿Por qué no qué?
Zoe respiró hondo. Sabía a ciencia cierta que Bárbara le diría que no, pero no paraba de darle vueltas desde que llegasen de vuelta a la península, y no se quedaría del todo tranquila hasta que lo soltase.
ZOE – ¿Por qué no volvemos a Sheol?
La profesora apartó sus ojos de la carretera y miró fijamente a la niña. Ella, no obstante, seguía concentrada en la conducción, y no hizo ni el amago de devolverle la mirada. Aquella proposición le había cogido con la guardia baja. Ya lo habían hablado, y acordado, que tan solo iban a la península a recoger los enseres y alimentos que necesitarían para darle una buena bienvenida al mundo al hijo o la hija de Bárbara, para volver a Éseb ipso facto. La profesora frunció el entrecejo, contrariada.
BÁRBARA – ¿A Sheol?
Zoe no respondió. Bárbara empezó a preocuparse, al ver la expresión ceñuda de su rostro. Daba la impresión que fuese a ponerse a llorar en cualquier momento.
BÁRBARA – ¿Por qué Sheol, por… por qué ahora?
La niña tomó aire, lo retuvo en el pecho un par de segundos y lo soltó lentamente por la boca.
ZOE – No sé… Me apetecería ver qué tal está mi casa… el… el barrio. Es… No… No sé. Echo de menos… todo eso. Me haría ilusión volver a… Hace mucho tiempo que nos fuimos. Y ahora que estamos tan cerca…
Bárbara sabía que no estaban tan cerca, y que Zoe era perfectamente consciente de ello. Tardarían al menos un día entero en llegar, y eso en el mejor de los casos, si no encontraban problemas por el camino, lo cual era cuanto menos poco verosímil. Esa idea era algo que no se había llegado a plantear, y aún tardaría un poco más en digerirla. No pudo evitar pensar en el pato, y algo dentro de sí se movió.
ZOE – No me hagas caso. Es una tontería.
BÁRBARA – ¿No estás bien en el islote?
ZOE – Sí… Sí. Claro. No… no he dicho nada. Olvídalo.
BÁRBARA – No, no. Zoe. Hablémoslo.
La niña apartó por primera vez la mirada de la carretera y echó un breve vistazo a su madre adoptiva. Bárbara no pudo evitar sonreír al ver en sus ojos rojos aquél brillo de ilusión y esperanza. Hacía mucho tiempo que había normalizado su nuevo color.
ZOE – El islote está bien. Ahí… tendremos de todo, pero… es lo que tú decías. Estamos muy desprotegidas. Ahí puede… puede venir cualquiera a…
La niña tragó saliva. Su discurso no se le estaba dando todo lo bien que hubiese deseado, y era perfectamente consciente de ello.
ZOE – … hacernos daño.
BÁRBARA – Cariño… Sheol no va a ser mejor…
ZOE – No, bueno… al menos tendremos mucho más fácil huir, si… si se presentan problemas. No creo que nadie se haya ido a vivir ahí, siendo el sitio donde empezó… todo. Y además… sabemos que tampoco hay infectados. Se fueron todos con el incendio.
Bárbara frunció de nuevo el entrecejo. Por más que le pesara, lo que decía la niña era cierto. Al menos en parte. Cuando ellas partieron hacia la costa, Sheol estaba completamente vacía. Tan solo debían quedar los infectados que hubieran estado encerrados durante el incendio, que con toda seguridad ya habrían muerto a esas alturas y los que estuvieran tan gravemente mutilados que no pudieran huir, que no tenían por qué suponer ninguna amenaza. A ese respecto, no debía ser mucho más peligroso que el islote, y habida cuenta que los infectados ignoraban a la niña, eso tampoco tenía por qué marcar una diferencia para ella.
ZOE – Quizá quede alguno, o… algunos que hayan vuelto, pero… podríamos hacer como en Nefesh. Podríamos empezar de cero… otra vez. Ya lo hicimos cuando nos fuimos del hotel y… se nos dio bastante bien.
Bárbara se quedó pensativa. La niña se concentró de nuevo en la carretera. El silencio se prolongó casi un minuto.
BÁRBARA – A ti no te gusta vivir en el islote.
La respuesta fue rápida y contundente.
ZOE – No. Es muy aburrido, Bárbara. No hay nada que hacer ahí. Se me viene el mundo encima de pensar que estaremos ahí un montón de años. Lo siento. No es por ti, eh.
BÁRBARA – Lo sé. Lo sé… pero…
La profesora no pudo evitar sentirse mal, al saberse responsable de ello. Ella había sido la que la había arrastrado lejos del grupo, aunque fuera por mera inercia. Y comprendía que para una niña de su edad, la perspectiva de pasar toda la adolescencia en aquél pedazo de tierra resultase del todo menos atractiva. Incluso para ella misma resultaba cuesta arriba.
BÁRBARA – Mira, ya se está haciendo tarde. Pasemos hoy la noche en el faro, y le damos un par de vueltas más, mientras cenamos. ¿Te parece?
Ambas cruzaron sus miradas. La niña asintió, algo escéptica.
Llegaron de vuelta al faro, y no se molestaron e siquiera en descargar del furgón todo cuanto habían traído consigo. Subieron las escaleras en espiral y prepararon una opípara cena caliente, durante la cual siguieron discutiendo al respecto de la propuesta de la pequeña. Para entonces ya era noche cerrada, y habida cuenta de cuánto habían madrugado ese día, Zoe no tardó en acostarse.
La noche no tuvo nada que envidiar al día. Ni una triste luz en la lontananza, ni un triste infectado vagando por las calles desiertas.
May 20, 2019
3×1210 – Cuna
1210
Tienda especializada en neonatos, Iyam
18 de abril de 2009
Bárbara mostró una sonrisa algo triste al ver aquél brillo de genuina ilusión en los ojos de Zoe. Ella también estaba ilusionada, pero su felicidad no era plena: jamás podría serla. Había soñado cientos de veces con vivir esa misma experiencia, con la salvedad del hecho que en tal caso tendría que haber pagado por lo que se llevase, pero en compañía de Enrique. Ahora quien la acompañaba no era su prometido, que tampoco era el padre del bebé que esperaba, sino la hija de uno de los guardas de seguridad de la empresa farmacéutica que había fundado el padre con el que tan mal se había llevado sus últimos años de vida. Nada de eso tenía el menor sentido, y aunque se esforzaba por disfrutarlo, no era capaz hacerlo tanto como le hubiera gustado.
La niña había disfrutado mucho escogiendo la ropa para los primeros años del bebé y ahora estaba muy emocionada porque Bárbara le había dicho que podía escoger también la cuna que se llevarían consigo de vuelta a Éseb. Tenían una de pediatría que habían tomado prestada del desierto hospital, del que se llevaron también un sinfín de medicinas y otros tantos libros, pero Bárbara quería una algo menos impersonal. La niña no paraba de dar vueltas, linterna en mano, de un extremo a otro de la enorme tienda a la que habían entrado hacía pocos minutos, incapaz de tomar una decisión, consciente de la enorme responsabilidad que había recaído sobre sus hombros.
Hasta el momento no se habían cruzado con un solo infectado, al menos con ninguno que conservase aquella más que discutible vida. La ciudad costera parecía haber sido evacuada de aquellas bestias, aunque a diferencia de la propia Sheol, nada apuntaba a pensar que hubiera razones para ello. Ambas agradecieron mucho no tener que hacer uso de las armas que llevaban bien a mano por si surgía cualquier contratiempo, pero aún así, no bajaban la guardia. La supervivencia en aquél mundo hostil en el que les había tocado vivir lo exigía.
Del mismo modo que los saqueadores ignoraban el detergente para la ropa, la crema solar o la arena para los gatos en los supermercados por los que pasaban, el pasillo destinado a los bebés solía encontrarse en perfecto estado de revista, al menos en la mayoría de los que ellas visitaron ese día. En dos de ellos habían arrasado con los tarritos de papilla y la papilla en polvo, pero en el tercero el pasillo estaba idéntico a como lo habían abandonado sus trabajadores, solo que con algo más de polvo en las estanterías. Afortunadamente pudieron hacer acopio de todo cuanto quisieron y mucho, mucho más.
A esas alturas ya tenían en su poder todo cuanto necesitarían durante los primeros años de vida del bebé. De hecho, con todo lo que habían acumulado en la parte trasera del furgón policial, Bárbara bien podría dar a luz trillizos, que igualmente no echaría en falta haber traído nada más. Todo estaba saliendo a pedir de boca, y en nada se parecía a todo cuanto ellas habían imaginado durante el corto viaje de vuelta a la península. La ausencia total de hostilidad era algo con lo que no contaban.
Tras la no fácil elección de la cuna perfecta, finalmente ambas salieron de nuevo a la calle, con aquél viejo carro de la compra nuevamente lleno hasta los topes. Bárbara fue la primera, y tras comprobar que la calle era segura, Zoe la siguió de cerca. El cielo se había despejado un poco las últimas horas, pero aún estaba bastante encapotado. Contra todo pronóstico, no había caído una sola gota en todo el día, lo cual hubiera resultado aún más oportuno.
Después de cargar la parte trasera del furgón con todo cuanto habían sustraído de la tienda en aquél barrio de alto standing en el que ninguna de las dos había estado jamás antes, Zoe se dirigió instintivamente hacia la puerta del copiloto. Bárbara, que se encontraba a su vera, chistó tres veces seguidas, llamándole la atención.
BÁRBARA – No.
Zoe destensó la mano sobre el tirador, que aún no había llegado a accionar, y la miró, extrañada.
ZOE – ¿Qué pasa?
BÁRBARA – Quiero que conduzcas tú.
La niña mostró una expresión facial de la más extrema incredulidad acompañada de una ligera sonrisa insegura. Temía que le estuviese intentado tomar el pelo, pero ese no era el estilo de Bárbara, y menos para ese tipo de cosas.
ZOE – ¿En serio?
La profesora hizo un gesto afirmativo, segura de su decisión.
BÁRBARA – Estamos juntas en esto. Y las dos recibimos las mismas clases de Fernando.
ZOE – A mi no me cuesta nada, ¿eh? Pero…
BÁRBARA – Si no quieres…
ZOE – No, no, no. Al contrario. Claro que quiero. ¡Vale! Me parece bien.
Zoe rodeó la parte delantera del furgón y abrió la puerta del piloto, sorprendida al ver aquél curioso cambio de actitud en Bárbara, que tan sobreprotectora había sido desde el primer momento. No pudo evitar recordar de nuevo a Morgan y sonrió nuevamente, convencida que él mismo hubiera estado satisfecho de la decisión de la profesora.
Hizo falta recalibrar la posición del asiento y los retrovisores, pero un par de paquetes de pañales fueron más que suficientes para suplir la baja estatura de la niña, sin impedirle llegar a los pedales. Zoe se demostró bastante más hábil al volante que la profesora, y sustancialmente menos precavida, sin llegar a resultar en ningún momento temeraria. Estaba siendo uno de los mejores cumpleaños de los que tenía recuerdo, y dadas las circunstancias que rodeaban el momento presente, eso era cuanto menos poco verosímil.
Se habían alejado bastante del punto de partida, en sus recurrentes rodeos para pasar por tantos sitios como pretendían, y el camino de vuelta se demoraría al menos veinte minutos, si seguían sin encontrar mayores trabas en el camino que algún que otro contenedor al que hubiese arrastrado el viento. En esta ocasión fue Bárbara la que se encargó de guiar a la conductora, que se lo estaba pasando en grande, con aquél aparatoso y enorme pedazo de papel desplegado.
May 17, 2019
3×1209 – Seguras
1209
Faro de Iyam
18 de abril de 2009
Bárbara, con la mano sobre el tirador de la puerta del baño, respiró hondo, con los ojos cerrados, tratando de serenarse. Había sido una pérdida mínima, prácticamente ridícula, pero no era la primera, y estaba algo intranquila. En momentos como ese desearía no haber abandonado Nefesh y poder recurrir a Abril para que le diera consejo y un diagnóstico. Aunque recordando su frialdad y la expresión de su cara cuando le expusieron la verdad de Guillermo, dudaba incluso que fuera capaz de tolerar su presencia en la mansión de Nemesio sin mandarla a paseo.
Salió del baño mostrando una expresión facial de fingida tranquilidad, drásticamente distinta a la que tenía antes de cruzar la puerta. Zoe la esperaba al otro lado, con la mochila a la espalda y el arma preparada. No hizo falta siquiera mediar palabra: con un par de asentimientos de cabeza, ambas pusieron rumbo escaleras abajo.
Ya habían cargado en el furgón una pequeña parte de su alijo de alimentos, por si las cosas se torcían y tenían que acabar durmiendo dentro, como ya había ocurrido con anterioridad. La intención no era la de ir muy lejos: tan pronto hubiesen recopilado cuanto necesitaban, volverían sobre sus pasos sin mayor demora. No obstante, preferían cubrirse las espaldas.
Ninguna de las dos se quedaría del todo tranquila alejándose tanto de Nueva Esperanza, pero al fin y al cabo el navío estaba perfectamente oculto en las entrañas del faro, y si nadie había acudido a él desde que el grupo partiera, hacía más de medio año, en las pocas horas que ellas estuvieran alejadas de él no tenía por qué ser distinto.
El furgón estaba literalmente en el mismo sitio donde lo habían dejado al partir. Tenía el morro algo maltrecho por el accidente que había sufrido, pero era un vehículo recio. Bárbara estudió las ruedas, y desde su absoluta ignorancia en términos mecánicos, concluyó que estaban en perfecto estado para fiarse de ellas. No en vano, las acababan literalmente de estrenar justo antes de abandonar el furgón.
Bárbara ocupó su lugar tras el volante, pese a que tenía la misma experiencia como conductora que la propia Zoe, que se había quedado fuera haciendo guardia, arma en mano. Trató de arrancarlo, pero el motor se resistió. La profesora miró de reojo a los pies del asiento del copiloto y vio la batería que Morgan había dejado ahí, junto a la garrafa, sin duda herencia del taller mecánico donde habían robado las ruedas. Confió no necesitarla. Lo intentó una vez más, pero el resultado fue idéntico.
Trató de poner en orden todo cuanto el difunto Fernando les había explicado, y estaba convencida que lo estaba habiendo bien. Temió que ello fuera debido al accidente que habían tenido al entrar a la ciudad, pero tras un par de intentos más, apretando hasta el fondo el pedal del acelerador, el motor finalmente recobró la vida. La profesora instó a Zoe a ocupar su asiento, y la niña lo hizo presta. Bárbara dirigió el vehículo por encima de la pasarela de madera que llevaba al faro, que provocaba aquél sonido tan característico que tan poca confianza le inspiraba, hasta que finalmente llegó al paseo. Ahí todo estaba sumido en un reconfortante silencio.
Circulaban por el paseo marítimo. Bárbara atisbó por el rabillo del ojo el cadáver de una mujer y no pudo evitar recordar a Arturo, cuya vida había reclamado una playa muy similar a la que tenían al lado. Se sorprendió recordándole con suma intensidad, aún cuando apenas habían convivido unos días y hacía mucho tiempo que había quedado relegado a un archivo polvoriento al fondo de su memoria. Una sensación de congoja le apretó la boca del estómago: eran muchos los que habían perdido por el camino, desde el inicio de aquella pesadilla. Demasiados.
Circularon hacia el oeste, muy concentradas en su objetivo. Zoe llevaba desplegado sobre el regazo el mapa de carreteras que habían encontrado en uno de los cajones de la cómoda del faro, y guiaba a Bárbara estudiándolo a conciencia, hacia el hospital, siguiendo la línea que ellas mismas habían trazado con un fluorescente rosa por las calles impresas en aquél papel satinado.
También habían marcado la ubicación de media docena de farmacias, una de las cuales ambas recordaban especialmente, por si el estado del hospital o su seguridad no eran los deseables. Habían hecho muy buen trabajo a ese respecto, y formaban un equipo sin fisuras. Pese a que tenían que esquivar algún que otro escombro de vez en cuando, todo apuntaba a pensar que podrían llegar a su destino sin verse en la necesidad de dar ningún rodeo. La ciudad estaba desierta.
Conducían a una velocidad moderada, que el propio Morgan hubiese tildado de temeraria, dadas las circunstancias. Pese a que había practicado en más de una ocasión, las primeras veces con Fernando y luego sola, Bárbara no dejaba de ser una novata, y en esos momentos estaba más asustada por el furgón que por los propios infectados. Resultaba más que evidente que la infección había llegado ahí. Ellas mismas habían visto sus estragos antes de partir, hacía unos meses, y éstos seguían siendo más que visibles, pero daba la impresión que los infectados se hubiesen evaporado en algún momento desde entonces hasta ahora.
Vieron algún que otro cadáver tirado por el suelo, pero ninguno parecía ni remotamente reciente. Uno de ellos en concreto, que hizo que Bárbara aminorase aún más la velocidad del furgón al pasar a su lado, tenía un aspecto extrañamente similar al de la pobre infeliz a la que Zoe había librado del duro peso de la infección en aquél pequeño y maltrecho barco abandonado: todo apuntaba a pensar que había muerto de inanición, aunque no tenían modo alguno de corroborarlo, ni intención alguna de parar a investigar más a fondo.
Tardaron más de media hora en llegar a su destino, y no porque estuviese especialmente lejos, en la que tan solo les acompañó traqueteo de las ruedas en el sucio y duro asfalto y sus propias respiraciones inquietas.
May 13, 2019
3×1208 – Aniversario
1208
Faro de Iyam
18 de abril de 2009
Ninguna de las dos era capaz de dar crédito al hecho que hubiesen ido a parar literalmente al mismo lugar del que habían partido. Bien era cierto que esa y no otra era la intención desde un primer momento, pero aún así, ambas dudaban de su capacidad para llevarla a buen término. Darío, que fue quien las había instruido en la navegación, no hubiera estado menos sorprendido que ellas mismas al verlas efectuar semejante hazaña.
Se trataba de un día nuboso que amenazaba lluvia, idéntico al día en el que partieron de Iyam. Zoe sentía un cosquilleo en el estómago extrañamente similar al de aquella lejana jornada. La impresión, no obstante, era muy diferente. Donde antaño les embargaba una sensación de ilusión y esperanza, ahora tan solo quedaba un cierto poso de inquietud y prisa. Iban de vuelta de todo, después de cuanto habían vivido, pero del mismo modo, ahora estaban mucho más tranquilas, serenas y seguras de sí mismas que antaño.
Salvo aquél barco abandonado y algo de detritus de lo que parecía un cargamento de pelotas de ping pong flotando a la deriva, no tuvieron ningún tipo de sobresalto en la travesía, por otra parte, excepcionalmente rápida y en todo momento con el viento a favor. Estaban empezando a acostumbrarse a que todo saliera a pedir de boca, y si todo salía bien, esa misma tarde podrían volver sobre sus pasos de vuelta al islote, donde tan solo deberían limitarse a esperar el nacimiento del hijo o la hija de la profesora.
Zoe fue la primera en llegar a lo más alto de aquella larga escalera en espiral. Había subido a toda prisa, embriagada y algo triste por todos los recuerdos que aquél lugar traía su mente: muchos de los que partieron, con idéntica ilusión a la suya, ahora habían pasado al otro lado de la vida. Todo apuntaba a pensar que nadie había accedido al faro desde que ellas partieran de la península en busca de un destino mejor. No dejaba de resultar irónico que hubieran vuelto, incluso después de haberlo encontrado.
Bárbara llegó por fin al piso superior, y se acercó a la ventana para echar un vistazo al estado del pueblo costero. Encontró literalmente lo que esperaba encontrar, y ello en cierto modo la apaciguó. Las calles estaban desiertas, y aunque algo más sucias y descuidadas que a su partida, no se veía a nadie deambulando por ellas, ni signo alguno de asentamiento de supervivientes. Deseaba con todas sus fuerzas encontrar a alguien sano para que las acompañase, y al mismo tiempo era lo que más temía. Dadas las circunstancias, ni ella misma hubiera sabido prever cómo habría reaccionado de encontrarlo ahí arriba, aunque sospechaba que, después de cuanto había vivido, su bienvenida se asemejaría más a la que les dio el difunto Paris, cuando se conocieron en Nefesh.
Sobre la pared, frente a la mesa en la que se encontraba la nota, había una estación meteorológica digital a pilas, que aún conservaba la vida. Enseguida atrajo la atención de Zoe. Arriba la izquierda se veía con claridad el dibujo de un par de nubes descargando lluvia, pero a la niña de la cinta violeta en la muñeca no le importó lo más mínimo. Ella se fijó en la parte inferior derecha. Al parecer era sábado, aunque eso no le importó lo más mínimo. Lo que le llamó poderosamente la atención fue el día y el mes.
Hacía bastante que habían perdido la noción del tiempo. Pese a que conservaban cierta idea de la estación y la hora del día en función de la trayectoria del astro rey, el día de la semana o el mes en el que se encontraban se desdibujaba en una bruma de anacronía y falta de interés, pues tampoco necesitaban esa información para nada, en su día a día. Bárbara se giró hacia la niña, y se sorprendió al ver la expresión de su cara.
BÁRBARA – ¿Qué ocurre?
ZOE – Es… es 18 de abril.
Bárbara frunció ligeramente el ceño. No alcanzaba a comprender a la niña, pero no quería resultar grosera.
ZOE – ¡Es mi cumpleaños!
BÁRBARA – ¿Ah, sí? ¡Felicidades!
La profesora se sintió profundamente reconfortada al ver aquella radiante sonrisa en el rostro de la pequeña. Ahora ya no era tan pequeña.
BÁRBARA – ¿¡Ya tienes once años!?
ZOE – Sí.
BÁRBARA – ¡Caray!
La profesora estrechó en sus brazos a su hija adoptiva, acariciándole la espalda. Pese a estar todavía en shock por la inesperada buena nueva, la atención de Zoe se dirigió inexorablemente hacia la mesa que había al otro extremo de la estancia. Tan pronto Bárbara la libró de su abrazo, fue ahí hacia donde se dirigió, seguida de cerca por la profesora.
Sobre la mesa había una nota escrita a mano, con dos llaveros encima. Bárbara no fue capaz de reconocer el juego de llaves del faro, pero sí el del furgón policial con el que habían hecho el camino desde la prisión donde rescataron a Christian hasta la costa. Zoe apartó las llaves de un manotazo y asió la nota.
ZOE – Si estás aquí, es que hemos fracasado, lo cual es una lástima. Pero al menos estás vivo, que es más de lo que puedo decir yo. El furgón está aparcado frente a la puerta principal del faro, en el mismo sitio donde lo dejamos. Tenéis una garrafa seis litros de combustible y una batería sin estrenar frente al asiento del copiloto. Que tengáis mucha suerte. Morgan.
Bárbara y Zoe se miraron a los ojos, bien abiertos. Acto seguido estallaron en una carcajada nerviosa, y tuvieron que sujetarse la una a la otra para no caerse al suelo. Sin duda inspirado por su compañero de cuerpo y amigo Rafael, Morgan había decidido dejar atrás un pequeño obsequio por si el día de mañana él mismo, o cualquiera de los demás integrantes del heterogéneo grupo de supervivientes que partieron de Iyam con una maleta repleta de sueños volvía con el rabo entre las piernas, como era el caso.
Ninguna de las dos recordaba haberle visto escribir esa nota, ni si había sido el primero o el último en partir. Zoe no concibió un mejor regalo de cumpleaños ni un mejor autor del mismo, y aquella sonrisa le acompañaría el resto del día.
May 10, 2019
3×1207 – Brasas
1207
Velero Nueva Esperanza, en algún lugar del Mediterráneo
16 de abril de 2009
Bárbara y Zoe se mantuvieron en un silencio únicamente roto por el silbar del viento en sus oídos, aquella soleada tarde de primavera. No obtuvieron ningún tipo de respuesta a su demanda, y aunque dadas las circunstancias esa era la mejor de las repuestas, no acabaron de quedarse del todo tranquilas.
ZOE – ¿Qué hacemos?
La profesora miró a Zoe, que la escrutaba con sus ojos inyectados en sangre, y acto seguido miro aquél desvencijado y minúsculo barco que navegaba a la deriva con las velas hechas jirones. Ambas sostenían sendas pistolas cargadas y listas para ser disparadas ante cualquier eventualidad.
Lo más sencillo hubiera sido pasar de largo y alejarse en pos de su objetivo sin darle mayor importancia. Resultaba evidente que ahí no había nadie, ni sano ni infectado. De lo contrario, ya habría dado señales de vida a esas alturas. Aquél barco, en tal estado, era ingobernable, y cualquiera en su sano juicio, de haber escuchado la voz de un desconocido que le hubiera podido salvar de una muerte segura, habría respondido sin pensárselo dos veces.
Estando tan solo ellas dos, la perspectiva cambiaba drásticamente. Antaño la hubiera dejado al cargo de quien quiera que las acompañase, y ella habría ido a investigar por su cuenta, o en compañía de Carlos en el mejor de los casos. Ahora debía optar entre dejarla a solas o traerla consigo. La segunda opción siempre parecía más atractiva: ya la había perdido demasiadas veces, y no tenía intención alguna de volver a sentir aquella acongojante sensación de no saber si estaba bien, o siquiera si seguía con vida.
Pero por algún motivo la curiosidad fue mucho más grande que el sentido común, y Bárbara se negó a dar media vuelta. Tal vez tuviera que ver el hecho que se sentía en la obligación de tener más compañía, temerosa como estaba que Zoe se quedase sola en el mundo si ella llegaba jamás a faltar. Tal vez tuviera que ver el hecho que llevaba más de dos meses envuelta en una vorágine de monotonía tediosa, y ese episodio se le antojaba la más atractiva de las aventuras.
Fuera cual fuese el motivo, acabó decantándose por acercarse aún más, para intentar dilucidar el motivo por el cual aquél barco había acabado en ese estado tan lamentable. Al fin y al cabo, suya había sido la decisión de acercarse a investigar, virando ligeramente el rumbo, aún cuando el barco no era más que una motita incierta en el horizonte marino.
BÁRBARA – Acerquémonos, pero… al menor signo de peligro, volvemos por donde hemos venido.
Pese a que Zoe no las tenía tampoco todas consigo, su curiosidad también era muy grande, y ambas acabaron acordando echar el ancla y acercarse con la barca de remos a indagar. Ambas intentaron convencerse que era para saquearlo, si es que tenía algo que pudiera seres de utilidad, aún cuando tenían todo cuanto necesitaban y mucho más; tanto que apenas podían moverse por las estancias inferiores del velero sin tener que ir esquivando cajas.
No tardaron ni cinco minutos en llegar a la minúscula cubierta. Volvieron a saludar en voz alta, y al obtener idéntica respuesta, decidieron internarse en las entrañas del navío. Tan pronto abrieron la puerta notaron aquél desagradable e inconfundible hedor, tan familiar.
La infectada estaba hecha un cuatro sobre el sofá. Por el aspecto que lucía la estancia, debía haber pasado muchas horas tratando de salir de ahí, sin éxito. Estaba todo manga por hombro. A aquella pobre infeliz le faltaban la mayor parte de las uñas, que en un intento desesperado por salir de aquella cárcel, se le habían desprendido de los dedos. Resultaba escalofriante imaginar a un ser humano tan increíblemente estúpido como para no conocer el funcionamiento de un tirador o la mera existencia de una puerta, pero aquella mujer era el más claro ejemplo de ello.
Estaba tan deshidrataba que su piel se parecía más a la de una ciruela pasa que a la de una persona, y entre las grietas que la sequedad había impuesto a sus labios supuraba sangre infecta. De no haber estado ambas ya infectadas, no se lo hubieran pensado ni un momento antes de volver por donde habían venido. Incluso así, el aspecto que lucía aquella pobre mujer era del todo menos amenazador.
Estaba despierta, y les observaba con los ojos entornados, idénticos a los de Zoe. Intentaba emitir algún tipo de sonido, advirtiéndoles de que acto seguido procedería a destruirlas y alimentarse de sus cuerpos aún calientes, pero lo único que era capaz de emitir era un leve siseo, que tan solo pudieron escuchar gracias al sepulcral silencio que reinaba en el ambiente.
Resultaba harto evidente que llevaba meses sin alimentarse ni beber una sola gota de agua. Los huesos se le marcaban de un modo que resultaba incluso doloroso de ver, hasta el punto de dar la impresión que en cualquier momento alguno de ellos acabaría por perforar la piel. La mera visión resultaba dantesca. Bárbara se acerco un poco más, y el ruidito que emitía la garganta de la infectada se tornó más agudo, al tiempo que una de sus manos, agarrotada en un rictus fetal, hacía el amago de extenderse, con nulo éxito.
Hubo quien dijo que los infectados eran inmortales, que tan solo se podía acabar con ellos con un disparo al corazón, a la cabeza o rebanándoles el cuello. Bien podían o no equivocarse, pero de lo que no cabía la menor duda era que su instinto de supervivencia era más que discutible, y que tras un prolongado período de inanición, suponían la misma amenaza que el canto de una mesa para un bebé que comienza a andar.
ZOE – Está sufriendo.
Bárbara negó con la cabeza, obnubilada por aquella dantesca visión.
BÁRBARA – Los infectados no sienten dolor.
Zoe imitó el gesto de la profesora. Echó un vistazo más concienzudo a la infectada y chasqueó la lengua. Tenía la edad y la complexión de su madre, y por algún motivo sintió incluso ganas de llorar al verla en ese estado.
ZOE – No. Estará mejor muerta. Esto… no se lo merece. Nadie se merece esto, Bárbara. Ya me encargo yo.
Ambas cruzaron la mirada un instante. Bárbara estaba muy seria. La niña asintió con la cabeza, y asió de nuevo la pistola, con la que apuntó a la cabeza de aquella pobre infeliz. Pese a que ahora que habían sido expulsadas de Bayit el inventario de balas era finito y limitado, no lo dudó un momento a la hora de devolverle a aquella pobre infeliz la paz que la infección le había arrebatado.
No tardaron en volver a Nueva Esperanza y seguir su camino, como si nada hubiera pasado. Ahí no había absolutamente nada que les pudiera ser de utilidad. Lo hicieron prácticamente sin mediar palabra, cada cual absorta en sus propias reflexiones: Zoe sobre la crueldad inherente en aquella maldita enfermedad, y el opresivo sentimiento de culpa por haber sido la única persona sobre la faz de la tierra en hacer trampa y eludir sus catastróficos efectos; Bárbara al respecto de la reacción de la niña, ahora más convencida que nunca que cada vez la necesitaba menos.
May 6, 2019
3×1206 – Partir
1206
Velero Nueva Esperanza, a un kilómetro del islote Éseb
15 de abril de 2009
La silueta del islote se empezaba a desdibujar en la lontananza. Cada vez resultaría más complicado distinguirla en el horizonte marino que en unos pocos minutos lo habría engullido todo. El viento era favorable, y Bárbara lo tomó como un buen augurio para la aventura que recién acababan de comenzar. Tan solo habían tenido que izar las velas y el barco comenzó a alejarse de Iyam a toda velocidad, de vuelta a la península.
La decisión no había sido sencilla, pero después de todo, se sentía satisfecha y orgullosa de haberla tomado, más después de haberla postergado durante tanto tiempo. El bebé que crecía en su interior merecía nacer y crecer en las mejores condiciones, al menos las mejores que ella pudiera darle, dadas las circunstancias, y ella haría todo lo que estuviera en su mano para ofrecérselo.
Pese a que lo habían hablado en más de una ocasión, y en más de doce ocasiones, la de aquella mañana, por algún motivo que ninguna de las dos alcanzaría a comprender pasadas unas horas, acabó fraguando en una iniciativa que las llevó de vuelta al barco que las había traído hasta ahí, aunque lamentablemente, con algo menos de compañía. Habida cuenta que utilizaban el barco de almacén, preparadas para una partida rápida si ocurría cualquier eventualidad indeseada, no les costó mucho llevar de nuevo a bordo del mismo los pocos enseres y alimentos que tenían en el islote antes de levar el ancla y abandonar definitivamente el lugar que había sido su hogar durante más de dos meses.
Era tal el nivel de hastío y la sensación de encarcelamiento a la que habían sido sometidas todo ese tiempo, que ambas estaban excepcionalmente animadas ante la perspectiva de esa nueva aventura, y no hacían más que preguntarse a sí mismas por qué no lo habían hecho antes. En gran medida, la respuesta a esa pregunta podía verse motivada por el hecho que hacía más de dos meses que no veían a un solo infectado, y su recuerdo era ahora algo vago y difuminado. Al fin y al cabo… ¿no habían sobrevivido a todos y cada uno de los que se les habían puesto por delante? ¿Por qué debía ser esta vez diferente al resto?
Zoe estaba algo triste, porque Ernesto no había querido venir con ellas, por más que ella había insistido a Bárbara, hasta que ésta acabó dando su brazo a torcer. Lo habían llegado incluso a subir en el barco, pese a que el ave no era muy amiga de que la manosearan. Todo apuntaba a pensar que había aceptado de buen grado ese nuevo reto en compañía de las dos mujeres, pero el azulón acabó por alzar el vuelo cuando ya se habían alejado unos cientos de metros de tierra firme. Había aprendido a volar magníficamente las últimas semanas.
Zoe y él se habían hecho muy amigos los últimos meses, y el ánade la seguía a todos lados, pues ésta siempre estaba dispuesta a darle de comer miguitas y sobras de todo cuanto cocinaban, y el animal no era tonto. Ella, en ausencia de niños de su edad o siquiera alguien más que Bárbara con la que matar el aburrimiento, se había hecho muy amiga del animal, y pasaba muchas horas con él al cabo del día. Por ello le sentó tan mal vele alzar el vuelo y volver a la tierra que le había visto nacer.
BÁRBARA – No estés triste.
Zoe levantó la vista. Ambas estaban en la cubierta del barco, viendo empequeñecer por momentos a Éseb. A esa distancia ya no eran capaces de distinguir a Ernesto en la distancia, aunque ambas estaban convencidas que había conseguido volver a tierra firme, y andaría paseándose por la orilla, como tanto le gustaba. La niña tomó aire y lo expulsó lentamente, aún con aquél rictus de tristeza en el rostro.
BÁRBARA – El sitio al que vamos es peligroso, y él… estará mucho más seguro aquí. Además… estoy convencida que lo encontramos cuando volvamos.
La niña levantó la mirada, y la cruzó con la de Bárbara. La profesora había aprendido a normalizar el color de sus ojos, y a esas alturas, tras tanto tiempo de convivencia en exclusiva con la pequeña de la cinta violeta en la muñeca, le hubieran sorprendido más unos ojos azules que aquellos de intenso color carmesí. Zoe asintió, y volvió a dirigir la mirada hacia el islote.
Bárbara también tenía motivos para estar triste. De la misma manera que le pasara a Guillermo al abandonar Nefesh, cuando tuvo que despedirse a toda prisa de su difunto hijo, la profesora también dejaba ahí una parte muy importante de su pasado. Esa mañana se había despertado especialmente pronto, y había pasado más rato del habitual conversando con aquella protuberancia en la arena. No obstante, no había llegado a despedirse de él al partir. Tan solo le había ofrecido un ligero asentimiento de cabeza al dirigirse al bote de remos, asumiendo de algún modo que quizá jamás volverían a conversar, aunque fuese de aquél modo tan peculiar que Bárbara había encontrado para apaciguar sus demonios interiores.
No por premeditado el plan era menos peligroso. La idea era la de acercarse a la costa, y tras comprobar que ésta era segura, anclar el barco a una distancia prudencial de la misma y acercarse con el bote de remos para aprovisionarse de todo cuanto necesitarían para cuidar del bebé: desde ropa, pasando por pañales, alimentos y medicinas. Ahí no se les había perdido nada más. Tan pronto lo consiguieran, volverían sobre sus pasos y se harían fuertes de nuevo en Éseb. Quizá fueran vulnerables ante los bándalos, pero al menos ese lugar estaba al cien por cien libre de infectados, y ese era un factor que no podían pasar por alto.
En un primer momento pensaron en volver a Nefesh, pero ambas lo descartaron. Al fin y al cabo, la isla estaba infectada, como el resto del mundo, y habida cuenta que aún tardarían más en llegar ahí que a la península, la respuesta vino por sí sola. Habían muchos interrogantes en el aire y, aunque ambas se esforzaban por ignorarlo, las dos estaban asustadas por lo que podía ocurrir una vez volvieran a un lugar reclamado por la infección, pero ambas estaban convencidas de que hacían lo correcto, y con ese espíritu pusieron rumbo a ese nuevo destino incierto.
May 4, 2019
3×1205 – Ineludible
1205
Los días dieron paso a las semanas, y éstas a los meses. La vida en el islote seguía su curso, envuelta en una bruma a medio camino entre la monotonía y la melancolía, pero ante todo, excepcionalmente tranquila. Tanto que incluso resultaba inquietante.
Por más tiempo que pasaba, el mayor temor de Bárbara jamás llegó a materializarse: no recibieron una sola visita durante los meses que ahí convivieron, cada vez más cálidos, ni bienvenida ni indeseada. Tampoco avistaron barco alguno en el horizonte marino, ni tuvieron la más remota noticia del exterior. Por lo que a ellas respectaba, el mundo bien podría haberse acabado definitivamente y ellas ser las dos últimas supervivientes sobre la faz de la Tierra, juntamente con aquél pequeño pato, al que Zoe acabó apodando Ernesto, por algún motivo que Bárbara no alcanzó a comprender jamás.
El embarazo de la profesora fue resultando más evidente a medida que pasaba el tiempo. Su vientre comenzó a abultarse y sus discretos pechos comenzaron a ganar en volumen. Su actitud, otrora lánguida y pesimista, fue virando de nuevo en la mujer luchadora y enérgica que Zoe había conocido poco después de quedarse huérfana. La niña de la cinta violeta en la muñeca se sintió extremadamente agradecida de tal cambio de actitud, que aunque fue lento y complicado, le acabó de demostrar que la profesora estaba en lo cierto cuando le prometió que jamás la abandonaría.
Bárbara tomó la costumbre de conversar con su difunto hermano todas las mañanas antes de desayunar. Se acercaba al lugar donde le habían dado sepultura, se sentaba sobre la arena y comenzaba monólogos filosóficos que en ocasiones podían llegar a demorarse más de una hora. Empezó de un modo completamente fortuito y en absoluto premeditado, pero pronto acabó convirtiéndolo en una especie de terapia, y por estúpido que aparentase, surtió muy buen efecto.
Tal actividad le ayudó mucho a superar el duelo y a asumir que lamentándose a la única que se hacía daño era a sí misma, y por ende, a Zoe. La niña al principio se sorprendió e incluso se asustó un poco al verla de tal guisa, temiendo que estuviese comenzando a perder el juicio, pero pronto acabó por integrarlo como parte de la rutina diaria, y enseguida dejó de darle importancia, en cuanto vio los buenos frutos que brindaba. No obstante, nunca le perturbó en sus momentos de intimidad, y ello fue algo que Bárbara valoró muy positivamente.
Los mareos y las náuseas de las primeras semanas enseguida quedaron atrás, y el embarazo siguió su curso con aparente normalidad, al menos hasta donde aquella extraña pareja alcanzaba a comprender. De haberlo puesto en común con Abril, ésta hubiera puesto el grito en el cielo, pues Bárbara estaba obviando la mayor parte de los síntomas del mismo, pero habida cuenta de la anómala condición de la profesora, tan imprevisibles como eran sus efectos, hubiera acabado asumiéndolo como poco más que un golpe de suerte. Ser una infectada también tenía sus ventajas.
Tal fue el nivel de comunión en la convivencia diaria con Zoe, que la profesora empezó a sentir algo de lástima por ella. Si de algo no cabía la menor duda era que la niña había tenido que abandonar tal condición acuciada por las circunstancias. En muchas ocasiones la comparaba con sus alumnos del Sagrado Corazón, allá en aquél remoto pasado que ahora se le antojaba un espejismo, y le costaba horrores reconocerla como uno más de ellos. Sentía que había perdido la infancia para no recuperarla jamás, y que ella era en parte responsable de eso.
Pese a que en muchos aspectos seguía adoptando la actitud infantil que su edad exigía, Bárbara veía con relativa frecuencia en Zoe algo parecido a una mujer atrapada en el cuerpo de una niña. Desde sus reflexiones, en ocasiones bastante inspiradoras, hasta el modo cómo afrontaba los problemas y las necesidades del día a día, tan bien como podría hacerlo la propia Bárbara, la niña mostraba un nivel de madurez en absoluto acorde a su edad. Todo ello hacía sentir a la profesora sentimientos fuertemente encontrados: por una parte se sentía increíblemente orgullosa de ella, pero al mismo tiempo temía que hubiese perdido algo que jamás podría recuperar.
En ocasiones Bárbara se esforzaba por ponerse en su piel, e inventaba juegos con las que ambas mataban la ingente y asfixiante cantidad de tiempo libre del que disponían. La niña se lo pasaba genial en su compañía, y ello hacía que Bárbara se sintiese algo mejor, pero luego la veía tan preocupada por ella, tan solícita y atenta a sus necesidades y a sus por otra parte cada vez menos frecuentes bajones de ánimo, que no sabía muy bien qué pensar de ella, más allá de ser consciente de la enorme suerte que había tenido que cruzarse en su camino.
A medida que pasaban las semanas, de lo que no cabía la menor dura era que el momento de la partida era ineludible. Lo que antaño vieran como una obligación a muy largo plazo, fue volviéndose más acuciante a medida que el vientre de Bárbara iba abultándose más y más. Pese a que mantenían desenfadadas conversaciones al respecto con relativa frecuencia, ambas se esforzaban de manera activa por ignorarlo el resto del tiempo, y seguir demorando lo inevitable, acomodadas como estaban en esa vida sencilla y tranquila, aquél mar de paz y serenidad que tan alejado estaba de la pesadilla que les había llevado hasta ahí. Pero al mismo tiempo eran conscientes que mientras más lo postergaran, más difícil resultaría dar ese paso.
De lo que no cabía la menor duda era que ahí eran demasiado vulnerables, y que la enorme suerte que habían tenido hasta el momento no tenía por qué prolongarse eternamente. También eran conscientes que tanto el parto como el cuidado del bebé de Bárbara resultarían mucho más complicados si no actuaban cuanto antes para aprovisionarse de todo cuanto necesitaban para llevar al bebé a buen puerto. Finalmente tomaron la decisión, acertada o no, una fría mañana de primavera.
April 29, 2019
3×1204 – Frío
1204
Islote Éseb
8 de febrero de 2009
Zoe despertó arropada por una gruesa manta de lana y el crepitar de las llamas. Abrió los ojos lentamente, pues al brillo de la luz del alba que se filtraba por la cortina de mimbre se había unido el del fuego, que lo inundaba todo dentro de aquella pequeña cabaña. Con los ojos entrecerrados, dirigió su mirada hacia la entrada y vio a Bárbara sentada en una silla, frente al bidón metálico que ambas habían llenado de madera seca la noche anterior para resguardarse del frío de aquél invierno que aún se demoraría más de un mes.
Últimamente estaba haciendo más frío que de costumbre y ahí, en un islote que a duras penas se elevaba tres o cuatro metros del nivel del mar en el punto más alto, sin montañas ni apenas vegetación que le protegieran del viento, tal condición no hacía sino acentuarse. La última noche había sido tan fría, por debajo incluso de los cero grados centígrados, que se vieron en la obligación de encontrar una solución de emergencia para entrar en calor. Aquellas cabañas no estaban ni remotamente preparadas para ese tipo de clima, y por algún motivo, ambas se negaban a asumirlo y volver al barco a pasar las noches, donde sin duda hubieran estado más protegidas de las bajas temperaturas.
La profesora tenía la mirada perdida en las llamas; ambas palmas de sus manos sobre el vientre. Zoe estaba prácticamente convencida que apenas había pegado ojo. Desde la muerte de su hermano todas las noches dormía mal o muy mal, y eso cuando conseguía conciliar el sueño. No paraba de darle vueltas a la cabeza a todo lo que podría haber hecho para evitar aquél trágico desenlace, y no hacía más que lamentarse por ello. Zoe le hacía compañía todo el día, pero, de igual modo a como le había ocurrido a Bárbara con su hermano, era incapaz de apartar todos aquellos fantasmas de su cabeza. Y ello le resultaba muy frustrante.
La vida en el islote se había convertido en una monotonía abrumadoramente tediosa. Ahí no había mucho más que hacer que comer, dormir y hacer de vientre. Aunque la compañía fuera la mejor que ambas pudieran desear, secretamente las dos echaban y mucho de menos la vida en comunidad que habían tenido en Bayit. Por otra parte, ese era un lugar excepcionalmente tranquilo y seguro. Ahí jamás deberían preocuparse por la pandemia que había barrido el globo, y ello, en los tiempos que corrían, era un valor añadido nada desdeñable.
La pequeña se levantó, se envolvió con la misma manta con la que se había arropado por la noche y se dirigió, arrastrando los pies, a su única compañera en el mundo.
ZOE – Buenos días.
Bárbara, que la había oído levantarse, aunque no había hecho ningún gesto que lo diera a entender, se giró hacia la niña. Mostraba una sonrisa sincera en los labios, pero teñida de tristeza, que hizo que Zoe sintiera aún más lástima por ella. Verla le hacía recordarse a sí misma cuando ambas se conocieron, poco después de la trágica muerte de sus padres.
BÁRBARA – Hola, cariño. ¿Qué tal has dormido?
ZOE – Bien…
Zoe pretendía devolverle la pregunta, consciente que Bárbara le ofrecería una mentira piadosa para dejarla más tranquila, como había hecho la mañana anterior, y la anterior a esa, pero se sorprendió a sí misma verbalizando, por fin, lo que ambas habían estado rehuyendo día tras día desde que Guillermo perdiera la vida.
ZOE – ¿Vamos a volver?
Si le sorprendió la pregunta de la niña, Bárbara no mostró signos de ello. De hecho, llevaba ya tiempo esperando que la formulase.
BÁRBARA – ¿Tú quieres que volvamos? Si quieres que volvamos, lo haremos.
La niña aguantó estoicamente la mirada escrutadora de Bárbara. La respuesta no fue fácil, pero ella también le había estado dando muchas vueltas los últimos días.
ZOE – No. Después de la manera cómo nos echaron… no. No me apetece, la verdad. Pero…
Bárbara repitió aquella sonrisa triste. De algún modo sabía que la respuesta de la niña sería esa. La misma que hubiera dado ella misma, por otra parte.
ZOE – Si tú… ¿tú quieres que volvamos, Bárbara?
La profesora tomó aire. Hizo un gesto negativo, moviendo alternativamente la cabeza a lado y lado, muy convencida de lo que diría a continuación.
BÁRBARA – Yo tampoco quiero volver, Zoe. Guillermo… podría merecerse que sintieran rencor por él, eso lo entiendo perfectamente, pero… ¿echarle de esa manera, sabiendo lo que podría encontrarse fuera…? ¿Y consentir que nosotras fuéramos detrás, con tal de perderle de vista…? ¿Después de todo lo que habíamos pasado juntos…? No es culpa de ellos que se quitara la vida. La culpa es de Paris. O… de sí mismo… O de la mala suerte… O… un poco de todo. Te lo digo de corazón, no les culpo a ellos, ya no… Pero… si te soy sincera, no tengo ganas de volverles a ver la cara. Nunca.
Zoe se mantuvo en silencio durante el breve discurso de la profesora.
BÁRBARA – Pero lo que está claro es que tampoco podemos quedarnos aquí solas mucho más tiempo.
La niña frunció el ceño. No era de la misma opinión. Tenían comida y bebida de sobras, una desalinizadora y cañas y redes para pescar. Por lo que a ella respectaba, bien podrían envejecer y morir ahí sin les venía en gana.
ZOE – ¿Por qué no?
BÁRBARA – No… Al menos a largo plazo, Zoe. Las personas que vivían aquí… Alguien vino a llevarse lo que tenían, y… no tuvieron ningún reparo en matarles e infectarles para conseguirlo. Lo saquearon todo, hasta el último grano de arroz, hasta el último animal…
ZOE – Sí, todos menos el pato ese, que no para de perseguirme a todos lados.
Ambas rieron ante la ocurrencia de la pequeña. Zoe con más razón incluso, al descubrir una sonrisa sincera y no forzada en Bárbara, por primera vez en días.
BÁRBARA – Aunque estemos armadas, nosotras dos solas no podríamos hacer frente jamás a un grupo de gente que intentase llevarse lo que tenemos… que no es precisamente poco. Ahora mismo, si te soy sincera, no me preocupan los infectados. Me preocupa más la gente.
La niña asintió, integrando las elocuentes palabras de su madre adoptiva.
BÁRBARA – De todas maneras… esto es provisional. Aquí no…
Bárbara tragó saliva.
BÁRBARA – Aquí no puedo dar a luz. No tenemos ningún tipo de instalaciones, ni… tampoco hay pañales, ni biberones, ni leche, ni…
Zoe asintió. En eso tampoco había pensado. Eso era algo para lo que faltaba todavía muchísimo tiempo, y en ese nuevo mundo, pensar tan a largo plazo no era lo habitual.
ZOE – Entonces quizá sí deberíamos volver. Abril podría ayudarte y… en el centro de día hay… hay de todo. De lo que quedó cuando…
Bárbara negó de nuevo con la cabeza, con una expresión serena en el rostro. La niña tragó saliva.
BÁRBARA – Pero a ver, tampoco hace falta que nos preocupemos demasiado ahora. Otra cosa no, pero… tenemos tiempo a espuertas para pensarlo. ¿Tienes hambre, quieres desayunar?
Zoe asintió con la cabeza, y ambas se dirigieron hacia el comedor, mientras seguían charlando tranquilamente, notando en sus caras los cálidos rayos de luz del astro rey.
April 26, 2019
3×1203 – Descartado
1203
Islote Éseb
4 de febrero de 2009
Bárbara releyó por enésima vez aquél pedazo de papel doblado hasta la extenuación. Le carcomían las dudas y le temblaban las piernas. Lo dejó sobre la mesa y suspiró. Esa era una mañana especialmente fría, y ella tenía los dedos helados. No paraba de darle vueltas a la cabeza al respecto de qué hacer a continuación, sin ser capaz de encontrar una respuesta aceptable. La voz de Zoe sonaba lejana, de fondo, reclamándola, pero ella hizo un esfuerzo por ignorarla.
Cogió de nuevo aquél papel impreso, excesivamente fino, y lo volvió a doblar hasta que recuperó su posición original, formando una especie de U: ya prácticamente había memorizado lo que decía. Se sorprendió al ver que conseguía hacerlo a la primera. Metió el papel en la cajita de la que lo había sacado, y entonces tomó el pote con aquellas minúsculas pastillas blancas. Lo sostuvo delante de sí, notando el poder que ejercía sobre ella. Tragó saliva. Había tenido que tomar un sinfín de decisiones complicadas los últimos meses, pero esa en concreto le estaba resultando especialmente dura.
Cerró fuertemente los ojos y giró la tapa del pote. Ésta ofreció cierta resistencia hasta que finalmente se rompió el precinto. Lo giró sobre la palma de su mano y devolvió de nuevo al pote todas las píldoras que habían caído a excepción de una. La observó con detenimiento, maravillada y asqueada del poder que ostentaba aquél minúsculo y aparentemente inocente objeto. Sin previo aviso, la puerta se abrió con violencia. Bárbara se asustó y la píldora se le escapó de las manos. Cayó al suelo terroso, perdiéndose tras el baúl lleno de medicinas del que había sacado el pote.
BÁRBARA – ¡Dios mío, qué susto me has dado!
La niña respiró aliviada al haberla encontrado finalmente. Había despertado hacía unos minutos y se había encontrado sola en la cabaña en la que ambas se habían ido a acostar al llegar el ocaso de la trágica jornada anterior. Se asustó mucho por ello y salió enseguida a buscarla, corriendo de un lado a otro del pequeño islote, poniéndose cada vez más nerviosa al comprobar que no respondía a sus gritos, montándose su propia película, cada vez más segura que Bárbara había seguido los pasos de su hermano y que ahora ella se había vuelto a quedar sola en el mundo.
Su expresión de alivio se tornó en una de ira tan pronto descubrió lo que había sobre la mesa. Dio un paso al frente, encolerizada, agarró el pote y lo estrelló contra la pared. Bárbara, que no daba crédito a la violenta reacción de la pequeña, se quedó boquiabierta, sin saber cómo reaccionar. Zoe empezó a llorar inmediatamente, aún con el rostro encendido de rabia. La profesora notó incluso un pequeño escalofrío al verla así, y más con aquellos ojos inyectados en sangre. Luego se sentiría mal por ello.
ZOE – ¿Qué es eso? ¡¿Qué ibas a hacer con eso?!
Bárbara echó un vistazo a todas aquellas pastillas abortivas desperdigadas por el sucio suelo. No fue hasta entonces que cayó en la cuenta de lo que rondaba la cabeza de la niña, y se limitó a chistar con la lengua, algo más relajada, consciente del malentendido.
BÁRBARA – No, no, no. Zoe, cariño, no. No es eso.
Zoe no parecía demasiado convencida de las palabras de Bárbara.
BÁRBARA – Te lo digo en serio, Zoe.
ZOE – ¿Entonces por qué no me respondías?
Bárbara tragó saliva, respiró hondo y se levantó de la silla. Se acercó a la niña y se arrodilló para igualar su estatura.
BÁRBARA – Zoe, no te pienso dejar sola. ¿Me escuchas?
La agarró de las mejillas, obligándola a mirarla a los ojos, con los suyos inyectados en sangre, de los que no paraban de manar lágrimas.
BÁRBARA – Mírame. No te voy a dejar sola. Nunca.
Zoe no paraba de llorar. Temía de su estado de ánimo y de que pudiera hacer una estupidez, pero no de su palabra. Quería creerla, pero le estaba resultando harto difícil, viendo todas aquellas pastillas tiradas por el suelo.
BÁRBARA – Siéntate. Siéntate, haz el favor.
La niña acató presta la orden de Bárbara, algo más calmada.
BÁRBARA – Eso de ahí son píldoras para abortar.
Zoe se mantuvo en silencio unos segundos, tratando de poner en orden sus ideas. Bárbara estaba resultando ser una caja de sorpresas últimamente.
ZOE – ¿Quieres…? ¿No quieres tener el… niño?
La respuesta fue rápida y contundente.
BÁRBARA – Sí que quiero. Por supuesto que quiero.
ZOE – ¿Entonces?
La profesora suspiró. Ni ella misma sabía muy bien cómo responder a esa pregunta. Tomó aire para hablar, pero de nuevo volvió a quedarse callada. Repitió esa operación una vez más antes de retomar la conversación.
BÁRBARA – ¿Realmente crees que vale la pena traer a otra persona al mundo…? ¿Tal y como están las cosas?
Zoe negó con la cabeza. Tenía una expresión muy seria en el rostro. Ya no lloraba.
BÁRBARA – Está todo podrido, Zoe. No es seguro andar por las calles, la gente es capaz hasta de matarse tan solo por un poco de comida. No… no… no hay valores. Este no es el mundo que yo quiero ofrecerle a mi…
Bárbara tragó saliva.
BÁRBARA – No… no creo que valga la pena.
ZOE – Ahí es donde te equivocas.
La profesora frunció el entrecejo. Levantó la mirada y se encontró de frente con aquellos hipnóticos ojos rojos, como el cabello de la niña, tan expresivos, por otra parte.
ZOE – El mundo es lo que nosotros queramos que sea. No podemos echarle la culpa de ser una mierda, es nuestra la obligación de hacer que deje de serlo. Vale, hay infectados por todos lados, y… gente mala, como Juanjo o… Héctor.
La niña notó un leve escalofrío en la espalda.
ZOE – Tendremos que ir con mucho cuidado, pero… eso no es culpa de él. O… de ella.
Bárbara sintió un agradable calorcillo en el estómago.
ZOE – Mira, Bárbara, haz lo que quieras. Es tu decisión, pero… no me parece bien. A mi, no me parecería bien.
La profesora se mantuvo en silencio unos segundos, reflexionando sobre las palabras de la niña. El silencio se prolongó hasta que resultó incómodo, pero finalmente Bárbara habló de nuevo.
BÁRBARA – Creo que tienes razón, Zoe.
ZOE – ¿Entonces… te lo quedarás?
La profesora asintió. Zoe se limitó a sonreír, orgullosa y satisfecha al saber que tendría un hermano, tal como había deseado prácticamente desde que tenía uso de razón.


