David Villahermosa's Blog, page 35

November 28, 2014

2×914 – Baluarte

914


 


Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh


26 de noviembre de 2008


 


CARLOS ��� No s�� si va a ser muy buena idea���


CHRISTIAN ��� ��Que s��! En alg��n sitio tenemos que echar la tierra que sobre, ��no? Y si lo hacemos as��, tendremos un puesto desde el que disparar a los que se acerquen. Sin necesidad de subirnos a nada.


���������������������� Carlos se rasc�� la cabeza. La propuesta del chico no era del todo mala, pero les har��a perder algo de tiempo y material. El instalador de aires acondicionados cruz�� su mirada con la de B��rbara. No hizo falta que le preguntase.


B��RBARA ��� A mi no me parece mal. ��Vosotros qu�� pens��is?


CARLA ��� Puede estar bien���


DAR��O ��� S�����


���������������������� Paris vocifer�� desde lo alto de la retroexcavadora. La tarde se les ven��a encima, y apenas hab��an avanzado con la excavaci��n. Rezumaba mal humor, pero por fortuna estaba dirigiendo todo su esfuerzo y su concentraci��n al trabajo.


PARIS ��� ����Bueno, qu��?! ��Sigo recto o no? ��No tengo todo el d��a!


���������������������� Hicieron unas votaciones improvisadas en las que s��lo faltaron los votos de Juanjo y de Josete. El banquero hab��a preferido quedarse al cargo de los beb��s en compa����a del ni��o, mientras los dem��s trabajaban en los cimientos del nuevo muro. A Carla y Dar��o no les sorprendi�� demasiado, pero con tal de perderle de vista, estuvieron encantados con su altruista decisi��n de cubrirles mientras durase la excavaci��n. Tambi��n votaron Zoe, ��o, Marion y Maya, que hac��an de francotiradoras desde las azoteas de las dos manzanas que englobar��an esa nueva etapa de la muralla. El resultado fue un��nime. Incluso Carlos acab�� alzando su mano, al ver que todos los dem��s lo hac��an.


���������������������� La propuesta era sencilla a la par que pr��ctica. En vez de limitarse a levantar el muro continuo de un extremo al otro, lo construir��an s��lo hasta la mitad, y ah�� generar��an un peque��o ap��ndice cuadrado, que crecer��a hacia fuera, para luego seguir adelante hasta el otro extremo, siguiendo el plan previsto. La idea era que una vez el muro estuviese acabado, con aquella protuberancia incluida, verter��an ah�� toda la tierra que hab��an sacado de la excavaci��n para generar un camino en pendiente que llevase a una especie de baluarte desde el que podr��an otear por encima del muro sin necesidad de trepar ninguna escalera. No era del todo necesario, pues ya pensaban contar con aquellas peque��as ventanas que hab��an estado haciendo desde el principio y que se hab��an demostrado tan ��tiles para ahorrar material y para abatir infectados curiosos, pero todos estuvieron de acuerdo, e ilusionados por la idea. Lo que les acab�� de convencer fue el ��ltimo argumento de Christian, que afirmaba que podr��a servir como contrafuerte para dotar de mayor estabilidad al muro, dada su excesiva longitud.


���������������������� Haciendo uso del mismo spray con el que hab��an marcado el terreno anteriormente, por donde Paris hab��a estado cavando aquella zanja de cerca de medio metro de profundidad, e intentando respetar al m��ximo las l��neas ortogonales para no tener problemas a la hora de encajar las cuatro nuevas esquinas que har��a el muro, dibujaron en el suelo la planta del primer baluarte. Paris, que hab��a aprendido a utilizar la pala de la retroexcavadora en tiempo r��cord, y al que se le estaba dando muy bien esa tarea, se encarg�� de vaciar la pertinente zanja.


���������������������� Llevaban trabajando cerca de una hora, y desde entonces no hab��an tenido que lamentar ninguna visita inesperada, lo cual se traduc��a en buenas noticias. B��rbara, tras ponerlo en com��n con Carlos, hab��a ofrecido armas a Dar��o y a Carla, consciente que no ser��a justo hacerles trabajar sin nada con qu�� defenderse. Sin embargo ellos las hab��an declinado educadamente. Jam��s antes hab��an utilizado un arma de fuego, y sabi��ndose tan arropados por los dem��s y por las cuatro francotiradoras que no les perd��an ojo, consideraron que teni��ndolas, lejos de sentirse m��s seguros, acabar��an convirti��ndose en un peligro tanto para ellos mismos como para los dem��s.


���������������������� La mayor parte del trabajo la hizo Paris, que no estaba dispuesto a ceder su puesto a ninguno de los presentes. Marcada la silueta de los muros en el suelo, poco m��s quedaba por hacer que excavar. Carlos hab��a acercado a la zona de trabajo aqu��l enorme cami��n en el que a��n quedaban varias toneladas de bloques de hormig��n, de la ��ltima vez que trajeron material de la f��brica. Mientras Paris segu��a excavando y generando peque��os mont��culos de tierra en la zona que estaba destinada al futuro huerto, los dem��s se entretuvieron en ir repartiendo pal��s repletos de bloques a un par de metros de la excavaci��n, para poder tenerlos a mano de cara a la pr��xima construcci��n.


���������������������� El sol ya hab��a empezado su declive hacia el ocaso cuando Paris dio por finalizadas ambas zanjas. Por ahora a��n costaba trabajo imaginarse ah�� aquella alta muralla que har��a de primera barrera defensiva al barrio. De momento tan solo servir��a para hacer tropezar a los infectados que con toda seguridad vendr��an por la noche. Esa tarde no hab��a acudido ni uno solo, pese a todo el ruido que hicieron. Ninguno de ellos daba cr��dito.


���������������������� Satisfechos por el trabajo bien hecho, aunque algo cansados, decidieron que hab��a llegado el momento de parar y se dirigieron al centro de d��a, donde cenar��an todos juntos. Al llegar sorprendieron a Juanjo echando una siesta tumbado sobre uno de los sof��s, mientras Josete daba el biber��n al en��simo beb��, siguiendo la pauta que hab��an colgado en la pared de la sala de descanso, donde se especificaba la hora en la que deb��an alimentarse, asearse y dormir. Carla despert�� a Juanjo de muy malas maneras, y tuvieron una acalorada discusi��n, que provoc�� que varios de los beb��s empezasen a llorar. La bronca se traslad�� al patio, para fastidio de Pancho. B��rbara y Marion subieron a hacer la cena, y poco despu��s, cuando ya se hubieron calmado un poco los ��nimos, cenaron todos juntos en el patio del centro de d��a, igual que la noche anterior.


Pancho se puso las botas esa noche, aliment��ndose de todo lo que a Josete no le gustaba, que el ni��o iba pas��ndole de hurtadillas por debajo de la mesa. Carla se dio cuenta enseguida, pero prefiri�� hacerse la despistada. La sonrisa maliciosa que se dibujaba en el rostro del ni��o cada vez que hac��a una nueva travesura no ten��a precio. Al fin y al cabo, siempre tendr��a tiempo de darle algo m��s de comer antes de acostarle.


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Published on November 28, 2014 15:01

November 24, 2014

2×913 – Inicio

913


 


Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh


26 de noviembre de 2008


 


Christian fue el primero en verles volver. Aunque en realidad les hab��a escuchado mucho antes que entrasen en su arco de visi��n. Se encontraba en el balc��n de su piso particular, echado sobre una tumbona, descansando la vista. Le dol��a un poco la cabeza, algo harto infrecuente en ��l, y hab��a preferido descansar un rato, habida cuenta que esa noche tendr��a que aguantar despierto hasta bien entrada la madrugada. En la mejor de las compa����as.


���������������������� Vio que Carlos le saludaba agitando el brazo, sujeto al asiento sobre el que Paris conduc��a. Estaban tan lejos que costaba distinguirles, pero el dinamitero resultaba inconfundible, incluso a esa distancia. Christian le devolvi�� el saludo y corri�� a recibirles. Al llegar al portal se encontr�� con Zoe y ambos salieron juntos a la calle. La ni��a corri�� a avisar a B��rbara y a Marion, que segu��an en el centro de d��a, mientras ��l se apresur�� a abrir la persiana de intramuros del taller. Tan pronto la levant�� del todo, repar�� en Juanjo, que estaba asomado al portal del bloque de Paris, sujeto a la puerta, observando la escena sin aparente intenci��n de involucrarse en ella. Dar��o se uni�� al chico y entre los dos subieron la segunda persiana. Paris hab��a estacionado la retroexcavadora delante del taller y hab��a apagado su motor, ahogando aqu��l ruido molesto a la par que peligroso.


���������������������� Carlos se baj�� de un salto de aquella m��quina. Paris se mantuvo en lo alto, viendo llegar a los dem��s. B��rbara y Marion no tardaron en unirse al grupo. La hija del difunto presentador fue la primera en cruzar el umbral de la persiana del taller, y corri�� a reencontrarse con su pareja. No pudo evitar fijarse en una irregular mancha de sangre que hab��a en la carrocer��a, pese a estar vagamente camuflada por su intenso color naranja. En la mancha se distingu��a claramente c��mo cuatro dedos se hab��an deslizado por el metal, a escasos cent��metros del lugar donde la pierna izquierda de Carlos hab��a estado hasta hac��a unos segundos.


MARION ��� ��Qu�� ha pasado? ��Est��is bien?


CARLOS ��� S��, s��. Tranquila.


MARION ��� ��No os han hecho nada?


���������������������� El instalador de aires acondicionados asi�� suavemente a Marion por el antebrazo, tratando de tranquilizarla.


CARLOS ��� Hemos encontrado unos cuantos por el camino, pero nos hemos encargado de ellos. Est�� todo bien. De verdad.


���������������������� Paris, que hab��a estado observando el terreno que ten��an a su alrededor, puso los ojos en blanco.


PARIS ��� ��Todav��a no hab��is hecho nada?


���������������������� Christian mir�� a sus dem��s compa��eros, con el ce��o fruncido.


B��RBARA ��� Est��bamos esperando que volvierais���


PARIS ��� No hace falta que lo jures, rubia.


���������������������� Todos observaron en silencio el torpe descenso de Paris de aquella m��quina. Zoe ri�� al verle colgando de la cabina, tratando infructuosamente de hacer pie en la calzada. B��rbara la reprendi�� con un gesto serio y la ni��a asinti��, algo avergonzada.


PARIS ��� Venga va. Vamos a ponernos a trabajar, que ya hab��is descansado suficiente. T��. Ves a buscar las cuerdas que hay ah�� dentro, y��� tr��ete tambi��n unos sprays de aquellos de aerosol. No s�� d��nde los dej�� Fernando. B��scalos. Deben estar tambi��n por ah��.


���������������������� Christian asinti��, y corri�� al interior del taller. Carlos y B��rbara compartieron una mirada c��mplice. La profesora respir�� aliviada. Su plan para tranquilizar a Paris distray��ndole con trabajo parec��a estar funcionando a la perfecci��n.


PARIS ��� En el parking de ah�� abajo hay un mont��n de garrafas con combustible, del que estuvimos sacando de los coches que hab��a aparcados. Est��n en el descansillo de la escalera�� que da a la parte de dentro. Traeros un par cada uno, porque nos va a hacer falta bastante.


���������������������� Todos acataron la orden de Paris, dej��ndole solo en mitad de la calzada, junto a la retroexcavadora.


El dinamitero estaba mirando a su alrededor, imaginando cu��l ser��a el mejor punto desde el que trazar la l��nea que uniera la manzana con el colegio, y repar�� por casualidad en Juanjo, que estaba asomado a la puerta interior del taller.


PARIS ��� ��Eh, t��! ��Qu�� haces ah�� parado?


���������������������� Juanjo se hizo el sordo, pero Paris insisti��.


PARIS ��� ��Ven aqu��!


���������������������� El banquero maldijo su curiosidad y se intern�� en el taller. Paris hizo lo propio, y ambos se encontraron en un punto intermedio. Christian hab��a dado con las cuerdas pero a��n buscaba los sprays, y no les prest�� demasiada atenci��n.


PARIS ��� Mira. Ya s�� qu�� vas a hacer t��. Coge esa escalera.


���������������������� Paris se��al�� una escalera de tijera parecida a la que Carla y Gabriel hab��an utilizado para colarse en su d��plex, que descansaba echada en el suelo del taller, contra la pared, a escasos metros de donde Juanjo se encontraba. El banquero le ech�� un vistazo, y acto seguido mir�� de nuevo a su interlocutor.


PARIS ��� C��gela y vete al colegio. No hay ning��n punto d��bil por el que entrar. Lo comprobamos. Tendr��s que subir por la escalera y saltar dentro. Quiero que busques las llaves de los portones de acceso. El de delante y el lateral. Las necesitamos para no tener que romper nada, porque ser�� por ah�� por donde entremos y salgamos del barrio de ahora en adelante, cuando est��n acabados los muros.


���������������������� Paris se mantuvo en silencio un par de segundos, tratando de descifrar la extra��a expresi��n del rostro del banquero.


PARIS ��� ��Me has entendido?


JUANJO ��� S����� Pero��� Si necesito la escalera para entrar, ��C��mo quieres que salga?


PARIS ��� Por la puerta, Juanjo. Para eso te mando a buscar las llaves.


JUANJO ��� Ah��� Y si��� dentro��� Si dentro���


PARIS ��� No. No hay nadie dentro. Lo revisamos. Puedes estar tranquilo.


���������������������� Paris vio que Juanjo dudaba. No parec��a tener intenci��n de hacerle caso, pero ��l no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta.


PARIS ��� ��Va!


���������������������� Juanjo respir�� hondo. De repente, se le ocurri�� algo con lo que darle la vuelta a la tortilla y aprovecharse de la situaci��n. Esa era una de sus mejores habilidades, y no dud�� en ponerla en pr��ctica.


JUANJO ��� Si quieres que salga ah�� fuera��� deber��a estar armado. Es peligroso.


PARIS ��� ��Eso crees?


JUANJO ��� S��, claro. Necesitar��a un arma, para protegerme, por si���


Paris neg�� con la cabeza.


JUANJO ��� Todos vosotros ten��is una.


PARIS ��� Motivo de m��s para que est��s tranquilo. Si surgiera cualquier problema, tienes las espaldas bien cubiertas.


���������������������� Juanjo trat�� de ignorar la sonrisa maliciosa del rostro del dinamitero. Paris se lo estaba pasando en grande.


JUANJO ��� La ni��a tiene una.


Christian dej�� de hurgar entre aquellos cajones llenos de manchas de grasa y se gir��. Acababa de tener un d��j�� vu. Acto seguido neg�� con la cabeza y sigui�� con su tarea.


PARIS ��� La ni��a tiene una porque ha demostrado que se la merece. Y verdad sea dicha, se le da bastante bien usarla. ��T�� has disparado alguna vez un arma?


Juanjo agach�� la cabeza, derrotado.


PARIS ��� Pues eso. Coge la escalera y tira para all��. Si tienes alg��n problema, pega un grito y enseguida te socorreremos.


���������������������� Ambos aguantaron la mirada unos segundos m��s, en una lucha silenciosa. Finalmente Juanjo dio su brazo a torcer y fue a recoger la escalera.


Pronto empezaron a llegar todos los dem��s, a excepci��n de Carla y Josete, que se hab��an quedado en el centro de d��a. Incluso Zoe tra��a una de aquellas pesadas garrafas de ocho litros llenas de combustible, sujet��ndola con ambas manos. Hab��a llegado el momento de arrancar la tercera y ��ltima fase del plan.


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Published on November 24, 2014 15:12

November 21, 2014

2×912 – Especial

912



Afueras de la ciudad de Nefesh en su parte norte


26 de noviembre de 2008


 


Carlos y Paris iban a bordo de una retroexcavadora naranja que hab��an tomado prestada de la misma cantera que el dinamitero hab��a visitado con Fernando no hac��a mucho. Carlos no lo sab��a, pues ��l estaba haciendo guardia junto a la puerta de aqu��l viejo almac��n sin ventanas mientras su compa��ero se supon��a que buscaba las llaves de la maquinaria, pero Paris hab��a tra��do consigo en la mochila algo m��s de dos de kilos de explosivo pl��stico, una docena de metros de cable detonante y tres detonadores. No lo hab��a cogido con ning��n prop��sito concreto, lo hizo sencillamente porque estaba a mano, y porque a ��l le encantaba saberse due��o de objetos de semejante poder. Lo dem��s que hab��a robado con Fernando lo hab��a dejado olvidado en el apartamento de la playa, junto a toda aqu��l alimento que podr��a servirles de red de seguridad si Bayit llegase a caer en alg��n momento.


���������������������� De eso hac��a ya cerca de media hora. Finalmente encontraron las llaves que necesitaban colgadas en una alcayata, en el ��ltimo sitio en el que miraron. Consiguieron recopilar el combustible suficiente para llenar el dep��sito de aquella peque��a retroexcavadora, la ��nica que no era amarilla de toda la cantera, y partieron de vuelta al barrio. Las hab��a m��s grandes, pero esa era la m��s r��pida y su brazo era bastante largo, al menos en comparaci��n con el resto de la m��quina.


���������������������� Desde entonces tan solo hab��an tenido que abatir a cuatro infectados. Carlos se hab��a encargado de ellos, haciendo uso de su pistola con silenciador, aunque con el ruido que hac��a la retroexcavadora con su avance, la escopeta hubiese hecho el mismo trabajo de modo m��s eficiente y sin mayor perjuicio. El principal problema, siempre que uno obviase el ruido, era la velocidad, que a duras penas alcanzaba los veinticinco kil��metros por hora, algo m��s en las pendientes descendientes. Carlos ten��a la sensaci��n que poniendo un poco de empe��o no le costar��a demasiado adelantarla corriendo junto a ella a pie de calle.


CARLOS ��� Oye, Paris��� ��T�� est��s contento con lo que hemos conseguido?


���������������������� El dinamitero se gir�� con cara de pocos amigos hacia Carlos, que estaba agarrado al acolchado respaldo del asiento sobre el que reposaban sus generosas nalgas.


PARIS ��� ��Qu�� dices t�� ahora?


CARLOS ��� S��. Con el barrio. No s����� Desde que empez�� todo esto��� siempre pens�� que m��s tarde o m��s temprano acabar��a arregl��ndose��� que��� no tendr��amos que ser nosotros mismos los que nos encarg��semos de hacerlo todo.


PARIS ��� D��jate de tonter��as y presta atenci��n a la calle. Haz el favor.


CARLOS ��� Pero ya ves que no��� Y��� tampoco se nos ha dado tan mal. ��No crees?


���������������������� Paris puso los ojos en blanco, pero como estaba de espaldas a Carlos, ��ste no se percat��.


CARLOS ��� Quiero decir��� estamos vivos. Mira. Eso es otra cosa que no entiendo. ��En serio somos nosotros m��s listos que el resto de gente?


���������������������� Carlos dej�� pasar unos segundos, pero estaba claro que Paris no entrar��a al juego.


CARLOS ��� No. No te lo compro. Ni somos soldados, ni s��per-hombres. Joder, yo instalaba aires acondicionados y placas solares. B��rbara era maestra en un colegio. Yo en mi vida hab��a matado una mosca. ��Qu�� sentido tiene que sea precisamente yo el que haya sobrevivido?


���������������������� Paris resopl��, arrepinti��ndose de haber dejado que Carlos le acompa��ase.


CARLOS ��� No lo acabo de entender. Toda esa gente que ha muerto��� ��Qu�� tenemos nosotros que no tengan ellos?


PARIS ��� Hombre��� ese t��o de ah�� abajo no ten��a lo que tienes t�� ah�� agarrado.


���������������������� Paris solt�� por un momento la mano izquierda del volante y se��al�� al cad��ver de un sexagenario que descansaba boca abajo en el suelo. Hab��an estado aliment��ndose de ��l no hac��a mucho. Carec��a de la mayor parte de la carne de uno de sus brazos y de sus dos piernas, de donde sobresal��a el hueso ro��do. A Carlos se le vino a la memoria un plato de alitas de pollo picantes, y se esforz�� por apartar esa imagen de su cabeza. El argumento de Paris parec��a convincente, pero ��l no estaba satisfecho. Era algo a lo que le hab��a dado muchas vueltas ��ltimamente.


CARLOS ��� Estas armas pertenec��an al grupo que hab��a en el ayuntamiento, y quit��ndote a ti��� todos los dem��s murieron, uno detr��s de otro.


PARIS ��� Ellos eran mucho m��s temerarios que nosotros. Sal��an a pecho descubierto a buscar problemas, casa por casa. De esa manera era s��lo cuesti��n de tiempo que acabasen cayendo como moscas. Yo mismo tuve m��s de un susto importante, mientras hac��a las rondas de limpieza a pie de calle. Tampoco hubiera durado mucho de haber seguido as��. Tu idea era m��s buena, aunque��� ya est�� visto que tampoco es perfecta.


���������������������� Carlos reflexion�� durante unos segundos. Le sorprendi�� la serenidad y la entereza del dinamitero. Hab��a esperado una reacci��n mucho m��s negativa tras la muerte de Fernando, pero al parecer, la resaca y la visita a la almohada le hab��an ayudado bastante a ese respecto.


PARIS ��� De todas maneras, mejor para nosotros. Si toda esa gente no se hubiera muerto, no tendr��amos las armas. Ni la comida.


CARLOS ��� No. S����� Supongo que s����� Pero��� ��Nunca te has preguntado por qu�� seguimos vivos?


PARIS ��� Todos los d��as Carlos, pero siempre que pienso algo as��, me hago otra pregunta y todo adquiere mucho m��s sentido.


CARLOS ��� ��Y cu��l es?


PARIS ��� No habr��n pasado ni tres meses desde que empez�� toda esta mierda. ��Qui��n te dice a ti que de aqu�� otros tres meses no estaremos todos muertos?


CARLOS ��� Joder���


���������������������� Paris alz�� los hombros.


PARIS ��� No le des tantas vueltas a las cosas. Y ahora haz el favor de prestar atenci��n a la calle y cerrar la boca.


���������������������� A medida que pasaban los segundos, Paris se convenci�� que su reflexi��n hab��a valido al menos para conseguir algo de silencio, y por ello se sinti�� satisfecho. Sin embargo, la tranquilidad no le dur�� mucho. En los pocos kil��metros que les separaban de su destino, llegaron a encontrarse con un total de veintisiete infectados, la mitad de los cuales aparecieron de repente, en una horda que les sorprendi�� de frente al cruzar una esquina de las afueras, sin darles ocasi��n a dejarles atr��s aprovechando la ventaja que les ofrec��a el ir sobre ruedas. Paris tuvo incluso que coger su propio rifle y acabar con unos pocos, mientras manten��a el volante sujeto con la mano libre y Carlos acababa con otros tantos con una pistola en cada mano. Por fortuna, conduc��an por la periferia, y el ruido no alert�� a muchos m��s. El dinamitero ten��a raz��n: no hab��a manera de saber si seguir��an con vida de aqu�� tres meses, sin embargo ese d��a no morir��a ninguno de los dos.


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Published on November 21, 2014 15:03

November 18, 2014

2×911 – Horchata

911


 


Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh


26 de noviembre de 2008


 


Carla se sent�� junto a Josete en aqu��l banco en mitad del patio del centro de d��a, a la sombra de los ��lamos. Vio que el ni��o estaba garabateando con unos crayones en el gran bloc de dibujo que Zoe e ��o le hab��an regalado esa misma ma��ana, y decidi�� acercarse, habida cuenta que los beb��s estaban tranquilos. Tem��a encontrar un dibujo similar al que hab��a visto hac��a un par de d��as. Ech�� un vistazo por encima de la cabeza del muchacho, que estaba extendido boca abajo sobre el banco, con las piernas en alto, y se relaj�� al descubrir que no era m��s que un retrato de aquella perra pre��ada que parec��a haberse quedado a vivir en el patio del centro de d��a, donde ten��a su propio bebedero y un peque��o barre��o con comida en un extremo.


���������������������� La aclimataci��n de Josete a ese nuevo h��bitat estaba resultando mucho m��s r��pida y menos traum��tica de lo que ella hab��a previsto. El ni��o parec��a sentirse como pez en el agua, recibiendo atenci��n y regalos de todos aquellos supervivientes de la pandemia que tan bien se hab��an portado con ellos. Tan solo hab��a preguntado por su madre una ��nica vez desde que volvieron, la noche anterior, poco antes de quedarse dormido en aquella habitaci��n pintada de rosa. Estaba tan distra��do con el cambio de aires, con tanto como hab��a por hacer en Bayit, que con un poco de suerte a��n podr��a crecer con relativa normalidad, ajeno a la realidad, rodeado por esos altos muros. Pero a��n as��, ella no estaba dispuestas a bajar la guardia.


CARLA ��� ��Qu�� est��s dibujando?


JOSETE ��� ��Estoy dibujando a Guacho!


CARLA ��� ��C��mo?


JOSETE ��� ��Al perro!


���������������������� Josete se levant�� de un salto y corri�� hacia la perra, se arrodill�� junto a ella y la abraz��. Pancho le lami�� la cara, solt�� un ladrido y volvi�� a tumbarse sobre la tierra. Carla se sinti�� mucho mejor al ver aquella radiante sonrisa en el rostro del peque��o. Entonces escuch�� unas voces provenientes del centro de d��a. Se sorprendi�� al ver a B��rbara y a Marion salud��ndola entre todas aquellas cunas. Hubiera jurado que a��n era muy pronto para que acabase su turno y empezase el de ellas. Y en efecto, al revisar el reloj que hab��a colgado junto a la puerta de servicio, por la que ellas acababan de entrar, vio que a��n faltaba casi una hora y media para las cuatro. La veintea��era dej�� al ni��o con la perra y se acerc�� a sus nuevas compa��eras. B��rbara llevaba una bolsa de pl��stico en la mano, y la alz�� al encontrarse de frente con Carla.


B��RBARA ��� Hemos tra��do horchata. ��Te gusta?


CARLA ��� S��. Mucho.


���������������������� Las tres ocuparon un asiento alrededor de la mesa que hab��a en mitad de la sala de estar. B��rbara sac�� un par de botellas de horchata de la bolsa. A Carla le sorprendi�� ver unas gotas de condensaci��n sobre el pl��stico. Hac��a mucho tiempo que no beb��a nada fresco. Tambi��n sac�� unos vasos de pl��stico. Uno de ellos ten��a escrita una gran B con marcador permanente. La profesora sirvi�� tres vasos y acto seguido verti�� un poco de horchata en el vaso marcado. Josete se llev�� el suyo de vuelta al banco donde hab��a dejado el bloc de dibujo, despu��s de agradecerles la bebida en un alarde de buena educaci��n.


B��RBARA ��� ��Y qu�� tal, os han dado mucha guerra?


CARLA ��� Qu�� va. Se est��n portando genial desde que les trajimos. Parece que la luz y el aire fresco les sientan bien. Bueno, y��� ��qu�� os trae por aqu�� tan pronto?


B��RBARA ��� Hasta que vuelvan Carlos y Paris��� no tenemos mucho que hacer. Y por bien que se les est�� dando��� todav��a tardar��n un rato. As�� que hemos decidido venir a hacerte compa����a un rato.


CARLA ��� Bueno, mucho mejor. Yo aqu�� me estaba aburriendo como una ostra. ��Hay alguna librer��a o algo as��, por aqu�� cerca?


MARION ��� Maya tiene un mont��n de libros en su casa. Los va cogiendo de todos los pisos por los que pasa y tiene montada una estanter��a enorme, que ocupa una pared entera. D��selo cuando la veas y seguro que te deja los que quieras.


CARLA ��� Lo har��.


���������������������� Carla asinti�� ligeramente mientras miraba a Marion, sonriendo abiertamente. La estancia en Bayit le estaba cambiando el humor, pero para bien. O quiz�� fuese el hecho que hac��a ya varias horas que no ve��a a Juanjo. En cualquier caso, se sent��a realmente a gusto. B��rbara le dio un sorbo a su vaso de horchata y lo volvi�� a dejar sobre la mesa, pero sin soltarlo.


CARLA ��� ��Y ya os atrev��is a quedaros las dos a solas con todos estos monstruos?


B��RBARA ��� Yo creo que s��. Con todo lo que nos ense��asteis vosotros y Maya, y sabiendo a qu�� hora tienen que comer y tal���


CARLA ��� Claro que s��. Y si no, me dais un toque y os vengo a echar una mano.


���������������������� Carla le gui���� un ojo a la profesora. Ella asinti��. Ambas se giraron al escuchar ladrar a Pancho. Josete le hab��a estirado de la cola y ahora estaban los dos retozando por el c��sped. Se notaba a la legua que esa hab��a sido una perra hogare��a.


CARLA ��� ��Nunca hab��ais pensado en tener hijos, vosotras dos?


���������������������� La profesora agach�� ligeramente la cabeza, e instintivamente se llev�� la mano izquierda al anillo de pedida de Enrique. Su muerte, que anta��o se le hab��a antojado el fin del mundo, ahora palidec��a en comparaci��n con el devenir que hab��a sufrido el resto de la humanidad. No obstante, ella no hab��a hecho m��s que pensar en ��l desde que descubri�� lo que se escond��a en aquella oscura y maloliente guarder��a. No hab��a esperado una pregunta tan directa, y se limit�� a negar, agitando ligeramente la cabeza. Carla no not�� nada.


CARLA ��� ��Y t��? ��No te gustar��a tener uno con Carlos? ��Ya no nos vendr�� de un m��s!


MARION ��� ����Pero qu�� dices?! ��Ni loca!


���������������������� Carla y B��rbara rieron. Era la primera vez que se encontraban en una reuni��n de chicas desde que les alcanzaba la memoria, y la experiencia estaba resultando muy gratificante.


CARLA ��� ��No lo hab��is hablado nunca?


MARION ��� ��No! Siempre tomamos precauciones. Adem��s, con una embarazada en el grupo tenemos ya m��s que suficiente.


���������������������� La veintea��era frunci�� ligeramente el ce��o y mir�� a B��rbara. Ella estaba atravesando a Marion con la mirada, pero enseguida se centr�� de nuevo en Carla.


B��RBARA ��� A mi no me mires.


CARLA ��� ��Maya?


B��RBARA ��� Hay��� Hay una cosa que no te hemos contado.


CARLA ��� Soy toda o��dos.


B��RBARA ��� A ver��� Paris. Tiene��� Antes de conocernos, estaba en un grupo, con dos chicos. Un adolescente y una chica joven. De tu edad m��s o menos.


���������������������� Carla asinti��, la sonrisa se desdibujaba de su rostro a ojos vista. No le estaba gustando la direcci��n que tomaba la conversaci��n.


B��RBARA ��� El caso es que��� Se infectaron los dos, y��� ella qued�� embarazada.


���������������������� En la cara de Carla pod��a leerse ya un atisbo de repugnancia, a juzgar por c��mo se elevaba su labio superior y c��mo se arrugaba su frente.


B��RBARA ��� El chico ha muerto, pero ella��� est�� aqu��.


CARLA ��� ��Aqu�� d��nde, en el barrio?


���������������������� B��rbara asinti��. No ser��a ella quien la culpase por su reacci��n. La suya propia fue bastante m��s desproporcionada, aunque el contexto hab��a sido mucho peor, pues ella la conoci�� en persona.


B��RBARA ��� Pero no tienes de qu�� preocuparte. Paris���


���������������������� La profesora intent�� encontrar la manera adecuada de decir lo que ven��a a continuaci��n, pero fue incapaz. Respir�� hondo y prosigui��.


B��RBARA ��� No tiene dientes, ni u��as, y��� no se puede levantar. Est�� metida en una jaula, en una tienda de animales que hay all�� en la calle alta. No tienes de qu�� preocuparte, de verdad.


CARLA ��� ��C��mo que no me preocupe? ��Ten��is a un infectado aqu�� encerrado como si fuera���? Pero���


MARION ��� Eso es cosa de Paris. A nosotras no nos metas en eso.


CARLA ��� No entiendo nada.


B��RBARA ��� La chica est�� embarazada. Paris le hizo las pruebas. Y no sabemos si el ni��o est�� sano o si���


���������������������� La profesora trag�� saliva.


CARLA ��� Necesito un trago.


���������������������� Carla cogi�� su vaso de horchata y se lo acab�� de una sentada.


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Published on November 18, 2014 01:04

November 15, 2014

2×910 – Potencial

910


 


Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh


26 de noviembre de 2008


 


Zoe no dej�� de agitar la mano, despidiendo a Paris y a Carlos, que se alejaban de Bayit a bordo de aqu��l viejo Opel Astra de color granate, hasta que perdi�� de vista por completo al coche. Ese era uno de los muchos veh��culos que Fernando hab��a dejado listos antes de abandonarles. Marion se encontraba a su vera, tambi��n con el arma preparada ante cualquier posible eventualidad. Estaba m��s enfadada que preocupada por la partida de Carlos, pero por suerte o por desgracia ya hab��a aprendido a resignarse.


���������������������� B��rbara, Christian y Dar��o deambulaban por el terreno entre la carretera y la escuela p��blica, analizando la parcela que presumiblemente acabar��a sirvi��ndoles de huerto en un futuro no muy lejano. El ex presidiario estudiaba con detenimiento el suelo, previendo por d��nde ser��a m��s oportuno hacer pasar el muro. Tendr��an que sortear los cerezos de cara a su construcci��n, pero a excepci��n del carril bici, que discurr��a paralelo a la carretera, con una franja de setos de por medio, el resto del terreno era de tierra compactada, que no les costar��a mucho trabajo excavar, incluso aunque tuvieran que hacerlo a mano.


Carla y Josete se hab��an quedado en el centro de d��a al cargo de los beb��s, ya que se hab��an apuntado en el primer turno. Maya e ��o hab��an vuelto a sus pisos a echar una merecida siesta, para recuperar horas de sue��o y poder estar en plenas facultades cuando llegasen sus respectivos turnos. Juanjo ni siquiera hab��a tenido el valor suficiente para salir del taller, y les esperaba junto a la persiana que daba a la calle interior, ansioso por que volvieran y cerrasen tras de s��, m��s que dispuesto a salir por piernas a la m��s m��nima se��al de peligro. Si algo detestaba de sus nuevos compa��eros era la facilidad con la que se pon��an en peligro sin siquiera dale importancia.


Esa era una fresca y tranquila ma��ana de oto��o, en la que el cielo no estaba tan despejado como de costumbre. En ese momento un banco de nubes blancas como el algod��n ocult�� el sol.


B��RBARA ��� ��Y��� qu�� crees que podr��amos plantar ahora? ��O tendremos que esperar mejor a que llegue la primavera?


DAR��O ��� No��� Quiz�� no tanto. Alguna cosa s�� podr��amos plantar de mientras. Aunque��� No s����� ajos��� cebollas, habas. Lechugas. Depende de c��mo se comporte el tiempo, y en cualquier caso deber��amos proteger un poco la cosecha del fr��o, no es dif��cil. De aqu�� a uno o dos meses, que vuelva el buen tiempo, entonces s�� ser�� un buen momento para ponerse en serio. Mientras tanto algo podemos hacer��� pero no demasiado.


B��RBARA ��� Qu�� l��stima.


DAR��O ��� Es que ��sta es la peor ��poca con diferencia. De todas maneras, con todo el terreno que hay aqu��, y con este tipo de tierra, no creo que tengamos muchos problemas para montar algo grande. Ahora lo que s�� podr��amos hacer es preparar el suelo, conseguir las herramientas, las semillas��� Sobre todo eso.


B��RBARA ��� Semillas tenemos un mont��n, que cogimos de unas granjas de las afueras.


DAR��O ��� ��Ah, s��?


B��RBARA ��� S��. Pero la mayor��a ni siquiera sabemos qu�� son. Las cogimos pensando en plantarlas m��s adelante, pero ya te digo��� que no tenemos mucha idea.


DAR��O ��� ��Puedo verlas?


B��RBARA ��� S��. Las tenemos en la calle larga, en el patio de una casa unifamiliar que hay al extremo de la zona amurallada. Delante hay un solar enorme, donde ten��amos pensado hacer el huerto al principio. Pero est�� hasta arriba de malas hierbas y tiene demasiada pendiente. Ah�� hemos dejado un par de cabras y unas cuantas gallinas que trajimos.


DAR��O ��� Anda. Yo tambi��n ten��a gallinas en el huerto.


B��RBARA ��� Pues mira, en lo que esperamos que estos vuelvan, podemos ir y les echas un vistazo.


���������������������� B��rbara se gir�� hacia la ni��a, que estaba entretenida, acuclillada frente a la p��gina suelta de un ejemplar de El heraldo de Nefesh, apelmazada por las lluvias y manchada de barro, en la que a��n se pod��an leer algunos titulares realmente perturbadores. Zoe se gir�� al escuchar la voz de la profesora.


B��RBARA ��� Vamos a ver a los animales, ��te vienes?


���������������������� Zoe asinti�� y corri�� a acompa��arles. Juanjo respir�� aliviado al comprobar c��mo la persiana exterior del taller impactaba de nuevo contra el suelo, sin haberse tenido que lamentar ninguna incidencia. Christian fue de vuelta al bloque de pisos, alegando que le dol��a un poco la cabeza. Todos los dem��s se dirigieron hacia aquella especie de granja improvisada que hab��an montado en el extremo m��s alejado de la zona amurallada. Zoe incluso se equip�� con una cesta de mimbre con una servilleta de tela en la que pretend��a colocar los huevos que fuese encontrando por el solar. No acostumbraban a ser muchos, y algunos estaban pisoteados por las cabras, que paseaban de un extremo al otro del solar sorteando a las gallinas, sin prestarles demasiada atenci��n, pastando la infinidad de hierbas que crec��an salvajes en aqu��l enorme terreno.


���������������������� B��rbara levant�� uno de los extremos de aquella valla de obra, separ��ndola del orificio de la base de hormig��n en la que descansaba, y uno a uno fueron entrando todos al solar. Ella pas�� la ��ltima y volvi�� a cerrar tras de s��. Las dos cabras estaban pastando en una hondonada que hab��a a escasos diez metros de ah��, junto a un charco que se hab��a formado con las ��ltimas lluvias, que se hab��a convertido en un abrevadero natural. La hembra era blanca, y el macho marr��n, con una irregular mancha blanca en el lomo. No parecieron demasiado sorprendidas ni asustadas con la incursi��n de todos aquellos curiosos. La hembra levant�� la mirada, bal�� y le peg�� un bocado a unas malas hierbas que ten��a delante. Pese a que ese hab��a sido el motivo de su traslado, nadie se hab��a molestado en orde��arla hasta el momento, pues dispon��an de m��s de una tonelada de leche en la discoteca del centro de ocio, sin contar la leche en polvo para los beb��s.


Zoe se alej�� a toda prisa, hacia la zona donde se encontraban las gallinas y aquellos dos gallos, junto a la caseta prefabricada de obra que hab��an instalado para la construcci��n de otra gran manzana de viviendas de protecci��n oficial que jam��s llegar��an a ver la luz. Dar��o observaba el lugar con entusiasmo. Ese barrio ten��a mucho potencial, y ��l estaba convencido de que lo estaban desaprovechando.


DAR��O ��� ��Por qu�� no tra��is conejos tambi��n? Los conejos se reproducen muy r��pido, y podr��amos tener carne fresca, para variar un poco el men�� enlatado.


B��RBARA ��� Uy, que no te oiga Zoe.


DAR��O ��� ��Qu�� pasa?


���������������������� B��rbara esboz�� una sonrisa.


B��RBARA ��� Ella es una f��rrea defensora de���


���������������������� Ambos se giraron al ver c��mo la ni��a corr��a hacia ellos. No parec��a asustada, pero B��rbara no pudo evitar ponerse en tensi��n.


ZOE ��� ��Corred, venid!


B��RBARA ��� ��Qu�� pasa?


ZOE ��� ��R��pido!


���������������������� B��rbara, algo asustada, sigui�� a la ni��a. Lo hicieron todos menos Juanjo, que se qued�� mirando a las cabras, con una sonrisa est��pida en los labios que nadie m��s que ��l podr��a entender. Zoe les llev�� hacia la caseta prefabricada donde se resguardaban los animales las noches fr��as y los d��as de lluvia. Sobre el suelo hab��an colocado algo de heno y un par de gallinas estaban echadas en un extremo. Se ve��an al menos cuatro huevos desperdigados entre el heno, pero la ni��a no parec��a demasiado interesada por ellos. Zoe se��al�� a las dos gallinas, con una sonrisa de oreja a oreja.


ZOE ��� ��Mira?


B��RBARA ��� ��Qu�� pasa?


ZOE ��� ��No lo ves? Cuando he entrado se han puesto las dos encima de un huevo. Los est��n incubando. ��Vamos a tener pollitos!


���������������������� La profesora sonri��, mucho m��s relajada. Envidiaba la capacidad que ten��a Zoe para ilusionarse con las cosas m��s insignificantes. Al parecer, traer a aquellos dos gallos hab��a sido una buena idea.


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Published on November 15, 2014 03:54

2×910

Lamentablemente sigo con problemas en la conexión y no puedo colgar el capítulo de hoy por ahora. En cuanto consiga que lo solucionen lo colgaré. Disculpad las molestias :(


David.


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Published on November 15, 2014 03:54

November 11, 2014

2×909 – Organizaci��n

909


 


Centro de d��a para ancianos en Bayit, ciudad de Nefesh


26 de noviembre de 2008


 


Carlos tir�� el cigarrillo casi extinto al terroso suelo del patio, lo pis�� a conciencia y entr�� de nuevo a la sala de estar del centro de d��a. Pancho a duras penas levant�� la cabeza cuando ��l pas�� a su lado, y volvi�� a acomodarse sobre el suelo cuan larga era. Todos los habitantes de Bayit estaban reunidos en esa sala, siempre que uno obviase a Nuria. Unos alimentaban, limpiaban o trataban de apaciguar a los beb��s inquietos, meci��ndolos entre los brazos o jugando con ellos, otros acababan de dar el ��ltimo bocado al desayuno, que se hab��a alargado m��s de lo previsto, y otros charlaban entre s��, como Maya y Dar��o. La joven acababa de descubrir que el abuelo de Carla hab��a sido pescador, igual su padre, y desde entonces no hab��a parado de hacerle preguntas, interes��ndose por su pasado. Dar��o se mostr�� especialmente comunicativo, pues ese era uno de sus temas de conversaci��n favoritos, y pr��cticamente nunca ten��a ocasi��n de hablar al respecto. Los ��nicos que se manten��an ajenos al resto eran Paris y Juanjo, que se hab��an quedado sentados en los sof��s que hab��a en el extremo m��s alejado de la sala, junto a la televisi��n apagada y aqu��l estante lleno de anticuados y ajados juegos de mesa. Ellos fueron los ��nicos que no participaron en ning��n momento del cuidado de los m��s peque��os, aunque de lo que s�� dieron buena cuenta fue del desayuno.


���������������������� El cuidado de los beb��s estaba resultando mucho m��s sencillo y llevadero de lo que Carlos imagin�� en un principio, al ver una cantidad tan abrumadora de infantes. A duras penas daban a dos beb��s por cabeza, y trabajando en equipo y en cadena, una vez aprendida la rutina, aunque lento, resultaba bastante sencillo. Por fortuna estaban todos vacunados, por lo que muy raramente tendr��an que preocuparse por si enfermaban, aunque en ese caso siempre podr��an ir a buscar a Abril y traerla al barrio si surgiese cualquier contratiempo. Nada ten��a por qu�� salir mal.


El instalador de aires acondicionados se acerc�� a B��rbara y le hizo un gesto inquisitivo. Ella asinti��, y Carlos dio unos golpes con la palma de la mano sobre la mesa que ten��a delante, acallando paulatinamente las voces que reinaban en el ambiente.


CARLOS ��� Vamos a��� Ya ha llegado el momento de hablar de c��mo nos organizamos a partir de ahora.


���������������������� A excepci��n de Paris, que estaba entretenido llev��ndose a la boca con una cucharada sopera de cereales con forma de aro empapados en leche chocolateada, los dem��s se giraron hacia Carlos. ��l desenroll�� una cartulina que hab��a sobre la mesa y coloc�� un par de vasos y un tarro de leche infantil en polvo en los extremos, para que no volviera a enrollarse sobre s�� misma. Sobre la cartulina hab��a dibujada una tabla, con muchos colores y dibujos florales alrededor del marco. Zoe hab��a sido la encargada del dise��o, y hab��a disfrutado de lo lindo estrenando aqu��l estuche de dibujo que hac��a ya varios d��as hab��a tomado prestado de una librer��a cercana. Las filas representaban lapsos de cuatro horas, desde las 00:00 hasta las 24:00. Hab��a seis columnas en blanco. Esa misma ma��ana, antes del desayuno, Christian, Marion, Carlos, B��rbara y Zoe se hab��an reunido y hab��an ideado ese planning.


CARLOS ��� Hemos estado��� trabajando en esta��� tabla, para poder tener siempre vigilados a los beb��s. Como somos doce, hemos pensado que haci��ndolo por parejas, podemos hacer turnos de cuatro horas, de modo que nadie tenga que pasar tanto rato de una sentada como pasasteis vosotras dos anoche.


���������������������� Maya e ��o asintieron levemente. La hija del difunto pescador arrastraba unas ojeras importantes. ��o, sin embargo, parec��a fresca como una lechuga, pese a que ambas se hab��an privado de la misma cantidad de horas de sue��o.


CARLOS ��� Hemos dejado seis columnas para que nos podamos apuntar de dos en dos a la hora que nos parezca a cada uno, y as�� cubrir las veinticuatro horas del d��a. Evidentemente, cuando haya que darles el biber��n, ba��arlos o��� llevarles de paseo, podemos ponernos de acuerdo para ser m��s, porque har��n falta m��s��� manos. Esto es s��lo para que no est��n desatendidos en ning��n momento.


���������������������� Carlos ech�� un vistazo al gran reloj de agujas que pend��a junto�� la puerta de la zona de servicio. Faltaba un cuarto de hora para el mediod��a.


CARLOS ��� Ahora van a dar las doce. Los que se apunten en ese turno, que se queden ya aqu��, y el resto nos podemos apuntar en los dem��s huecos que quedan. Aqu�� mismo ten��is unos l��pices y os pod��is apuntar con quien quer��is en cualquier hueco que haya libre. No hace falta que seamos siempre los mismos a las mismas horas, eso��� ya iremos decidi��ndolo sobre la marcha.


���������������������� Tan solo hicieron falta un par de segundos de silencio para que los presentes se dieran por aludidos y corrieran a hacerse con un l��piz. ��o se qued�� rezagada y tuvo que esperar su turno detr��s de sus compa��eros. Cuando fue a coger el lapicero, ilusionada con la idea de apuntarse de nuevo con Maya, vio que ella ya se hab��a apuntado con Christian, en el turno entre medianoche y las cuatro de la madrugada. Algo decepcionada y con un una peque��a sombra de sospecha revoloteando a su alrededor, se gir�� al notar que Zoe le estiraba de la manga de la camiseta. La ni��a le pregunt�� si quer��a ir con ella, y a ��o le falt�� tiempo para asentir, con una radiante sonrisa de oreja a oreja. Zoe era su debilidad, y saberse deseada para compartir la guardia con ella barri�� de un plumazo la decepci��n que sinti�� al ver que Maya no la hab��a tenido en cuenta.


���������������������� Uno a uno fueron apunt��ndose todos los presentes, cada cual en la franja que mejor le pareci��, o cuanto menos en la que iba quedando libre. Para sorpresa de Carla y Dar��o, Juanjo se levant�� de su asiento y apunt�� su nombre en uno de los huecos de la tarde. Dar��o no se lo pens�� dos veces y se apunt�� con ��l, para poder tenerlo controlado. Carla hizo lo propio con el peque��o Josete, que pese a su corta edad, ten��a m��s experiencia al cuidado de los beb��s que la enorme mayor��a de los presentes. El ��nico que no mostr�� inter��s alguno por la tabla fue Paris. Carlos y B��rbara hab��an charlado al respecto, y hab��an decidido que no le insistir��an si ��l no mostraba inter��s. Ahora mismo lo ��ltimo que les conven��a era discutir con ��l. Val��a m��s doblar un turno, dej��ndole tranquilo, que buscarse problemas.


CARLOS ��� Dicho esto��� le cedo la palabra a B��rbara.


���������������������� La profesora, hizo un gesto de asentimiento. Se aclar�� la voz, tom�� aire, y mir�� hacia el dinamitero.


B��RBARA ��� Paris.


���������������������� Paris se incorpor�� ligeramente en el sof��, girando el cuello. No parec��a muy interesado por lo que B��rbara tuviera que decirle.


PARIS ��� A mi no me met��is en vuestros rollos, ��quieres? D��jame desayunar en paz.


B��RBARA ��� No. No es por eso. Ven aqu��. Que esto te interesa.


���������������������� Todos escucharon resoplar al dinamitero, que se levant�� con un audible quejido y se acerc�� a donde estaba la profesora, con cara de pocos amigos.


PARIS ��� ��Qu�� quieres?


B��RBARA ��� A ver��� tenemos que decidir qu�� vamos a hacer de ahora en adelante. Carlos y yo pensamos��� que��� despu��s de lo que pas�� ayer, quiz�� nos convendr��a dejar de lado las rondas de limpieza. Al menos por un tiempo���


���������������������� Christian agach�� la cabeza. Zoe asinti��, satisfecha. Uno de los principales motivos para que B��rbara estuviese diciendo eso fue su estoica insistencia la noche anterior y esa ma��ana. Despu��s de haber perdido a Fernando, no estaba dispuesta a dejarles ir de nuevo sin la seguridad de verles volver, siempre que no fuera por un motivo de peso. La profesora escrut�� el rostro de Paris, buscando alguna reacci��n. Cualquiera. Paris se mostr�� imperturbable.


B��RBARA ��� Hasta ahora no hab��amos tenido m��s que alg��n que otro susto, pero��� al fin y al cabo, aqu��, estamos bien. Quiz�� nos convendr��a m��s seguir trabajando en hacer el barrio m��s seguro, que seguir buscando problemas fuera. ��T�� qu�� opinas?


���������������������� Paris alz�� los hombros, sin perder aquella expresi��n vac��a de la cara. B��rbara dej�� pasar unos segundos, y al ver que no obtendr��a respuesta, prosigui��.


B��RBARA ��� Ahora m��s que nunca, deber��amos pensar en hacer el tercer muro, para tener la total seguridad que aqu�� no pueda entrar nadie��� que no sea bienvenido.


���������������������� Paris, que hasta el momento hab��a estado observando a la profesora con el labio superior ligeramente levantado, alis�� su frente, y pareci�� prestarle algo m��s de atenci��n. A B��rbara no se le pas�� por alto ese sutil cambio en su expresi��n. Carla, que acunaba a uno de los beb��s que se hab��a puesto a llorar, al que h��bilmente hab��a conseguido apaciguar, se dirigi�� a la oradora.


CARLA ��� A mi me parece una idea muy buena. ��C��mo lo quer��is hacer?


���������������������� B��rbara se gir�� hacia Carla, sorprendida por su intervenci��n. Cogi�� una enorme l��mina de papel que hab��a junto a la tabla que acababan de rellenar y la desenroll�� sobre la mesa. Era un mapa de toda Nefesh. La escala era muy grande, por lo cual el nivel de detalle no era mucho, pero resultar��a m��s que suficiente para exponer su propuesta. Carla observ�� el mapa con atenci��n. Vio algunas cruces rojas en puntos aparentemente aleatorios del mapa, diseminadas por la ciudad de una manera en cierto modo equidistante. B��rbara se��al�� a un punto al sudeste de la ciudad, y la veintea��era vio que hab��a unas marcas verdes que cortaban los l��mites de varias calles, abarcando un total de 12 manzanas. No tard�� mucho en reconocer que ese era el lugar en el que se encontraban. Frente al l��mite del barrio, en la zona central de aquellas calles cortadas con lapicero verde, se encontraba el recinto de la escuela p��blica. Partiendo del l��mite de su valla y dirigi��ndose hacia las manzanas de viviendas, hab��a dibujadas otras dos l��neas verdes en perpendicular a las de las calles.


B��RBARA ��� Tenemos que levantar estos dos muros, de manera que la calle de aqu�� atr��s quede por dentro de las dos murallas, de modo que cualquiera que entrase todav��a se encontrar��a otro muro m��s por franquear antes de poder llegar a donde estamos nosotros.


���������������������� Carla asinti��, bastante convencida de lo que dec��a la profesora.


B��RBARA ��� Podemos aprovechar la escuela para ahorrarnos trabajo, porque la valla que tiene es bastante alta, y por la parte de arriba tiene instalada una verja inclinada que dudo mucho que nadie pudiese trepar. Y��� adem��s, tiene la puerta de entrada delante, que quedar��a por dentro, y la de servicio, que est�� en un lateral, que quedar��a fuera, y as�� tendr��amos otro filtro m��s, como en el taller. Lo ��nico malo es que estos muros hay que construirlos por encima de todo este terreno. Que es donde vamos a hacer el huerto.


���������������������� B��rbara gui���� un ojo a Dar��o. El viejo pescador asinti��, mostrando una leve sonrisa.


B��RBARA ��� Hasta ahora siempre hemos levantado los muros por encima de las calles y las aceras, pero ahora habr�� que hacerlo directamente sobre la tierra, y��� no es una superficie demasiado firme. Aqu�� entra en juego el maestro constructor.


���������������������� La profesora se��al�� a Christian mostrando las palmas de ambas manos. Christian esboz�� una sonrisa, y se coloc�� a su vera.


CHRISTIAN ��� A ver��� es una tonter��a. Sencillamente tendr��amos que hacer algo que hiciera de base, fuerte y plana, unos cimientos para poder poner los bloques encima. Habr��a que hacer un surco en la tierra, de��� no s��, medio metro o��� un poco m��s, verter ah�� el hormig��n, y dejarlo bien recto para poder empezar a construir el muro encima. Adem��s, podemos dejar ya pinchadas las varillas para ahorrarnos tener que taladrar, porque con eso hac��amos much��simo ruido.


PARIS ��� Yo s�� d��nde podemos encontrar una excavadora.


���������������������� B��rbara respir�� aliviada. Hab��a esperando una reacci��n as�� en Paris, y ver que la estaba consiguiendo le hizo sentirse mucho m��s tranquila. El dinamitero necesitaba algo en lo que entretenerse para alejar todos aquellos malos pensamientos de su cabeza, y un trabajo como ese le vendr��a genial para desconectar y volver a serles ��til.


B��RBARA ��� ��S��? ��D��nde?


PARIS ��� En la cantera que hay junto a la f��brica de cemento donde sac��bamos las cubas de hormig��n. Ah�� hab��a varias que nos podr��an servir, y estoy seguro de que podr��a encontrar las llaves. Aunque��� est�� un poco lejos.


B��RBARA ��� ��T�� te atrever��as a ir a buscar una?


PARIS ��� S��, claro. Pero��� si viene alguien conmigo. Esos trastos son muy lentos, a duras penas llegar�� a los treinta kil��metros por hora y��� adem��s, arman mucho jaleo. Tendr��a que haber alguien vigilando con el arma preparada mientras yo conduzco. Porque el camino de vuelta va a ser muy lento.


���������������������� El dinamitero pase�� la mirada por los rostros de los presentes. Juanjo dese�� que se lo tragase la tierra, pero Paris ni siquiera se hubiera planteado ofrecerle ese puesto aunque ��l fuera el ��nico al que acudir. No sab��a qu�� punter��a ten��a el banquero, y no ten��a suficiente confianza con ��l como para ofrecerle un arma. Carlos se le adelant��.


CARLOS ��� Yo ir�� contigo.


���������������������� Marion chasque�� la lengua, irritada.


PARIS ��� Vale. Genial. ��Vamos ahora?


���������������������� Carlos mostr�� su desconcierto, algo divertido. ��l tambi��n hab��a esperando que Paris se tomase en serio el plan de B��rbara, pero aqu��l entusiasmo desmedido le hab��a cogido completamente por sorpresa.


CARLOS ��� ��Ya?


PARIS ��� ��Tienes algo mejor que hacer?


CARLOS ��� No. Venga, vale. Vamos. Cuanto antes mejor.


���������������������� La hija del afamado presentador neg�� con la cabeza. Detestaba la facilidad con la que Carlos aceptaba ponerse en peligro. Lamentablemente, en esta ocasi��n no ten��a demasiado sentido acompa��arle, de modo que tendr��a que volver a sufrir la tortura de esperar a que volviera sano y salvo.


Dicho todo lo importante, volvieron los corrillos y rein�� de nuevo en la sala un murmullo irregular. Zoe se coloc�� en el lugar donde hasta el momento se hab��a encontrado B��rbara, junto a la mesa donde descansaban la tabla de los horarios y el mapa de Nefesh, y se dirigi�� a los presentes en voz alta.


ZOE ��� ��Esperad!


���������������������� Todos se giraron hacia la peque��a, que parec��a muy entrega a su causa.


ZOE ��� Os hab��is olvidado lo m��s importante.


���������������������� B��rbara y Carlos se miraron mutuamente, y acto seguido miraron de nuevo a la ni��a, incapaces de recordar a qu�� se refer��a, pues se dirig��a a ellos. Hab��an hablando de muchas cosas antes del desayuno, pero hab��an olvidado una que a Zoe se le antoj�� primordial.


ZOE ��� ��Les tenemos que poner nombres a los beb��s!


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Published on November 11, 2014 02:27

2×909 – Organización

909


 


Centro de día para ancianos en Bayit, ciudad de Nefesh


26 de noviembre de 2008


 


Carlos tiró el cigarrillo casi extinto al terroso suelo del patio, lo pisó a conciencia y entró de nuevo a la sala de estar del centro de día. Pancho a duras penas levantó la cabeza cuando él pasó a su lado, y volvió a acomodarse sobre el suelo cuan larga era. Todos los habitantes de Bayit estaban reunidos en esa sala, siempre que uno obviase a Nuria. Unos alimentaban, limpiaban o trataban de apaciguar a los bebés inquietos, meciéndolos entre los brazos o jugando con ellos, otros acababan de dar el último bocado al desayuno, que se había alargado más de lo previsto, y otros charlaban entre sí, como Maya y Darío. La joven acababa de descubrir que el abuelo de Carla había sido pescador, igual su padre, y desde entonces no había parado de hacerle preguntas, interesándose por su pasado. Darío se mostró especialmente comunicativo, pues ese era uno de sus temas de conversación favoritos, y prácticamente nunca tenía ocasión de hablar al respecto. Los únicos que se mantenían ajenos al resto eran Paris y Juanjo, que se habían quedado sentados en los sofás que había en el extremo más alejado de la sala, junto a la televisión apagada y aquél estante lleno de anticuados y ajados juegos de mesa. Ellos fueron los únicos que no participaron en ningún momento del cuidado de los más pequeños, aunque de lo que sí dieron buena cuenta fue del desayuno.


            El cuidado de los bebés estaba resultando mucho más sencillo y llevadero de lo que Carlos imaginó en un principio, al ver una cantidad tan abrumadora de infantes. A duras penas daban a dos bebés por cabeza, y trabajando en equipo y en cadena, una vez aprendida la rutina, aunque lento, resultaba bastante sencillo. Por fortuna estaban todos vacunados, por lo que muy raramente tendrían que preocuparse por si enfermaban, aunque en ese caso siempre podrían ir a buscar a Abril y traerla al barrio si surgiese cualquier contratiempo. Nada tenía por qué salir mal.


El instalador de aires acondicionados se acercó a Bárbara y le hizo un gesto inquisitivo. Ella asintió, y Carlos dio unos golpes con la palma de la mano sobre la mesa que tenía delante, acallando paulatinamente las voces que reinaban en el ambiente.


CARLOS – Vamos a… Ya ha llegado el momento de hablar de cómo nos organizamos a partir de ahora.


            A excepción de Paris, que estaba entretenido llevándose a la boca con una cucharada sopera de cereales con forma de aro empapados en leche chocolateada, los demás se giraron hacia Carlos. Él desenrolló una cartulina que había sobre la mesa y colocó un par de vasos y un tarro de leche infantil en polvo en los extremos, para que no volviera a enrollarse sobre sí misma. Sobre la cartulina había dibujada una tabla, con muchos colores y dibujos florales alrededor del marco. Zoe había sido la encargada del diseño, y había disfrutado de lo lindo estrenando aquél estuche de dibujo que hacía ya varios días había tomado prestado de una librería cercana. Las filas representaban lapsos de cuatro horas, desde las 00:00 hasta las 24:00. Había seis columnas en blanco. Esa misma mañana, antes del desayuno, Christian, Marion, Carlos, Bárbara y Zoe se habían reunido y habían ideado ese planning.


CARLOS – Hemos estado… trabajando en esta… tabla, para poder tener siempre vigilados a los bebés. Como somos doce, hemos pensado que haciéndolo por parejas, podemos hacer turnos de cuatro horas, de modo que nadie tenga que pasar tanto rato de una sentada como pasasteis vosotras dos anoche.


            Maya e Ío asintieron levemente. La hija del difunto pescador arrastraba unas ojeras importantes. Ío, sin embargo, parecía fresca como una lechuga, pese a que ambas se habían privado de la misma cantidad de horas de sueño.


CARLOS – Hemos dejado seis columnas para que nos podamos apuntar de dos en dos a la hora que nos parezca a cada uno, y así cubrir las veinticuatro horas del día. Evidentemente, cuando haya que darles el biberón, bañarlos o… llevarles de paseo, podemos ponernos de acuerdo para ser más, porque harán falta más… manos. Esto es sólo para que no estén desatendidos en ningún momento.


            Carlos echó un vistazo al gran reloj de agujas que pendía junto  la puerta de la zona de servicio. Faltaba un cuarto de hora para el mediodía.


CARLOS – Ahora van a dar las doce. Los que se apunten en ese turno, que se queden ya aquí, y el resto nos podemos apuntar en los demás huecos que quedan. Aquí mismo tenéis unos lápices y os podéis apuntar con quien queráis en cualquier hueco que haya libre. No hace falta que seamos siempre los mismos a las mismas horas, eso… ya iremos decidiéndolo sobre la marcha.


            Tan solo hicieron falta un par de segundos de silencio para que los presentes se dieran por aludidos y corrieran a hacerse con un lápiz. Ío se quedó rezagada y tuvo que esperar su turno detrás de sus compañeros. Cuando fue a coger el lapicero, ilusionada con la idea de apuntarse de nuevo con Maya, vio que ella ya se había apuntado con Christian, en el turno entre medianoche y las cuatro de la madrugada. Algo decepcionada y con un una pequeña sombra de sospecha revoloteando a su alrededor, se giró al notar que Zoe le estiraba de la manga de la camiseta. La niña le preguntó si quería ir con ella, y a Ío le faltó tiempo para asentir, con una radiante sonrisa de oreja a oreja. Zoe era su debilidad, y saberse deseada para compartir la guardia con ella barrió de un plumazo la decepción que sintió al ver que Maya no la había tenido en cuenta.


            Uno a uno fueron apuntándose todos los presentes, cada cual en la franja que mejor le pareció, o cuanto menos en la que iba quedando libre. Para sorpresa de Carla y Darío, Juanjo se levantó de su asiento y apuntó su nombre en uno de los huecos de la tarde. Darío no se lo pensó dos veces y se apuntó con él, para poder tenerlo controlado. Carla hizo lo propio con el pequeño Josete, que pese a su corta edad, tenía más experiencia al cuidado de los bebés que la enorme mayoría de los presentes. El único que no mostró interés alguno por la tabla fue Paris. Carlos y Bárbara habían charlado al respecto, y habían decidido que no le insistirían si él no mostraba interés. Ahora mismo lo último que les convenía era discutir con él. Valía más doblar un turno, dejándole tranquilo, que buscarse problemas.


CARLOS – Dicho esto… le cedo la palabra a Bárbara.


            La profesora, hizo un gesto de asentimiento. Se aclaró la voz, tomó aire, y miró hacia el dinamitero.


BÁRBARA – Paris.


            Paris se incorporó ligeramente en el sofá, girando el cuello. No parecía muy interesado por lo que Bárbara tuviera que decirle.


PARIS – A mi no me metáis en vuestros rollos, ¿quieres? Déjame desayunar en paz.


BÁRBARA – No. No es por eso. Ven aquí. Que esto te interesa.


            Todos escucharon resoplar al dinamitero, que se levantó con un audible quejido y se acercó a donde estaba la profesora, con cara de pocos amigos.


PARIS – ¿Qué quieres?


BÁRBARA – A ver… tenemos que decidir qué vamos a hacer de ahora en adelante. Carlos y yo pensamos… que… después de lo que pasó ayer, quizá nos convendría dejar de lado las rondas de limpieza. Al menos por un tiempo…


            Christian agachó la cabeza. Zoe asintió, satisfecha. Uno de los principales motivos para que Bárbara estuviese diciendo eso fue su estoica insistencia la noche anterior y esa mañana. Después de haber perdido a Fernando, no estaba dispuesta a dejarles ir de nuevo sin la seguridad de verles volver, siempre que no fuera por un motivo de peso. La profesora escrutó el rostro de Paris, buscando alguna reacción. Cualquiera. Paris se mostró imperturbable.


BÁRBARA – Hasta ahora no habíamos tenido más que algún que otro susto, pero… al fin y al cabo, aquí, estamos bien. Quizá nos convendría más seguir trabajando en hacer el barrio más seguro, que seguir buscando problemas fuera. ¿Tú qué opinas?


            Paris alzó los hombros, sin perder aquella expresión vacía de la cara. Bárbara dejó pasar unos segundos, y al ver que no obtendría respuesta, prosiguió.


BÁRBARA – Ahora más que nunca, deberíamos pensar en hacer el tercer muro, para tener la total seguridad que aquí no pueda entrar nadie… que no sea bienvenido.


            Paris, que hasta el momento había estado observando a la profesora con el labio superior ligeramente levantado, alisó su frente, y pareció prestarle algo más de atención. A Bárbara no se le pasó por alto ese sutil cambio en su expresión. Carla, que acunaba a uno de los bebés que se había puesto a llorar, al que hábilmente había conseguido apaciguar, se dirigió a la oradora.


CARLA – A mi me parece una idea muy buena. ¿Cómo lo queréis hacer?


            Bárbara se giró hacia Carla, sorprendida por su intervención. Cogió una enorme lámina de papel que había junto a la tabla que acababan de rellenar y la desenrolló sobre la mesa. Era un mapa de toda Nefesh. La escala era muy grande, por lo cual el nivel de detalle no era mucho, pero resultaría más que suficiente para exponer su propuesta. Carla observó el mapa con atención. Vio algunas cruces rojas en puntos aparentemente aleatorios del mapa, diseminadas por la ciudad de una manera en cierto modo equidistante. Bárbara señaló a un punto al sudeste de la ciudad, y la veinteañera vio que había unas marcas verdes que cortaban los límites de varias calles, abarcando un total de 12 manzanas. No tardó mucho en reconocer que ese era el lugar en el que se encontraban. Frente al límite del barrio, en la zona central de aquellas calles cortadas con lapicero verde, se encontraba el recinto de la escuela pública. Partiendo del límite de su valla y dirigiéndose hacia las manzanas de viviendas, había dibujadas otras dos líneas verdes en perpendicular a las de las calles.


BÁRBARA – Tenemos que levantar estos dos muros, de manera que la calle de aquí atrás quede por dentro de las dos murallas, de modo que cualquiera que entrase todavía se encontraría otro muro más por franquear antes de poder llegar a donde estamos nosotros.


            Carla asintió, bastante convencida de lo que decía la profesora.


BÁRBARA – Podemos aprovechar la escuela para ahorrarnos trabajo, porque la valla que tiene es bastante alta, y por la parte de arriba tiene instalada una verja inclinada que dudo mucho que nadie pudiese trepar. Y… además, tiene la puerta de entrada delante, que quedaría por dentro, y la de servicio, que está en un lateral, que quedaría fuera, y así tendríamos otro filtro más, como en el taller. Lo único malo es que estos muros hay que construirlos por encima de todo este terreno. Que es donde vamos a hacer el huerto.


            Bárbara guiñó un ojo a Darío. El viejo pescador asintió, mostrando una leve sonrisa.


BÁRBARA – Hasta ahora siempre hemos levantado los muros por encima de las calles y las aceras, pero ahora habrá que hacerlo directamente sobre la tierra, y… no es una superficie demasiado firme. Aquí entra en juego el maestro constructor.


            La profesora señaló a Christian mostrando las palmas de ambas manos. Christian esbozó una sonrisa, y se colocó a su vera.


CHRISTIAN – A ver… es una tontería. Sencillamente tendríamos que hacer algo que hiciera de base, fuerte y plana, unos cimientos para poder poner los bloques encima. Habría que hacer un surco en la tierra, de… no sé, medio metro o… un poco más, verter ahí el hormigón, y dejarlo bien recto para poder empezar a construir el muro encima. Además, podemos dejar ya pinchadas las varillas para ahorrarnos tener que taladrar, porque con eso hacíamos muchísimo ruido.


PARIS – Yo sé dónde podemos encontrar una excavadora.


            Bárbara respiró aliviada. Había esperando una reacción así en Paris, y ver que la estaba consiguiendo le hizo sentirse mucho más tranquila. El dinamitero necesitaba algo en lo que entretenerse para alejar todos aquellos malos pensamientos de su cabeza, y un trabajo como ese le vendría genial para desconectar y volver a serles útil.


BÁRBARA – ¿Sí? ¿Dónde?


PARIS – En la cantera que hay junto a la fábrica de cemento donde sacábamos las cubas de hormigón. Ahí había varias que nos podrían servir, y estoy seguro de que podría encontrar las llaves. Aunque… está un poco lejos.


BÁRBARA – ¿Tú te atreverías a ir a buscar una?


PARIS – Sí, claro. Pero… si viene alguien conmigo. Esos trastos son muy lentos, a duras penas llegará a los treinta kilómetros por hora y… además, arman mucho jaleo. Tendría que haber alguien vigilando con el arma preparada mientras yo conduzco. Porque el camino de vuelta va a ser muy lento.


            El dinamitero paseó la mirada por los rostros de los presentes. Juanjo deseó que se lo tragase la tierra, pero Paris ni siquiera se hubiera planteado ofrecerle ese puesto aunque él fuera el único al que acudir. No sabía qué puntería tenía el banquero, y no tenía suficiente confianza con él como para ofrecerle un arma. Carlos se le adelantó.


CARLOS – Yo iré contigo.


            Marion chasqueó la lengua, irritada.


PARIS – Vale. Genial. ¿Vamos ahora?


            Carlos mostró su desconcierto, algo divertido. Él también había esperando que Paris se tomase en serio el plan de Bárbara, pero aquél entusiasmo desmedido le había cogido completamente por sorpresa.


CARLOS – ¿Ya?


PARIS – ¿Tienes algo mejor que hacer?


CARLOS – No. Venga, vale. Vamos. Cuanto antes mejor.


            La hija del afamado presentador negó con la cabeza. Detestaba la facilidad con la que Carlos aceptaba ponerse en peligro. Lamentablemente, en esta ocasión no tenía demasiado sentido acompañarle, de modo que tendría que volver a sufrir la tortura de esperar a que volviera sano y salvo.


Dicho todo lo importante, volvieron los corrillos y reinó de nuevo en la sala un murmullo irregular. Zoe se colocó en el lugar donde hasta el momento se había encontrado Bárbara, junto a la mesa donde descansaban la tabla de los horarios y el mapa de Nefesh, y se dirigió a los presentes en voz alta.


ZOE – ¡Esperad!


            Todos se giraron hacia la pequeña, que parecía muy entrega a su causa.


ZOE – Os habéis olvidado lo más importante.


            Bárbara y Carlos se miraron mutuamente, y acto seguido miraron de nuevo a la niña, incapaces de recordar a qué se refería, pues se dirigía a ellos. Habían hablando de muchas cosas antes del desayuno, pero habían olvidado una que a Zoe se le antojó primordial.


ZOE – ¡Les tenemos que poner nombres a los bebés!


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Published on November 11, 2014 02:27

November 7, 2014

2×908 – Apestada

908


Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh


25 de noviembre de 2008


Christian tenía la mirada perdida en la distancia. Observaba distraídamente el tímido fulgor del diminuto arco en forma de C que formaba la luna ya muy cercana a su estadio de nueva reflejado en la mar tranquila que había más allá de los acantilados. Tenía una de sus manos apoyada en la cicatriz de su sien; el codo en la barandilla del balcón. Suspiró por enésima vez. Un ruido característico le hizo girar la cabeza: el ruido de un arrastrar de pies errático. Era un hombre mayor, que caminaba dando tumbos por la calle frente a la que habían erigido la muralla. No parecía demasiado sorprendido por que en ese extremo de la isla las farolas estuvieran encendidas. El ex presidiario le observó con atención. Incluso entonces, después de todo cuanto había vivido, le costó creer que ese hombre hubiera olvidado quién fue en su vida anterior, y que ahora tan solo le moviesen el hambre y las ansias por hacer daño.


Volvió al dormitorio con la linterna encendida, apuntando al suelo. El dolor de su pie ahora tan solo se traducía en una ligera molestia al caminar. Sin duda no tardaría en extinguirse del todo. Dedujo que debían ser las cuatro o las cinco de la madrugada. Cogió el mechero que tenía sobre la mesita de noche y encendió una de las velas que había en la cómoda, frente a la ventana. Se sentó en la cama y se miró los pies, a la titilante luz de la llama. Esa cama era a todas luces demasiado grande para él. Había otros tres dormitorios en el piso, con camas más pequeñas, pero él había preferido quedarse en el de matrimonio, previendo que sería mucho más cómodo. La experiencia de la vida en solitario, teniendo su propio piso, le estaba resultando mucho menos placentera de lo que había supuesto. Escuchar los ronquidos de los demás, el frotar de sábanas y los eventuales paseos nocturnos a beber agua o ir al servicio que había tenido que soportar mientras viajaban fue molesto, pero él lo hubiera cambiado por esto sin pensarlo. La sensación de soledad, acrecentada por el excesivo silencio de ese nuevo mundo, hacía que uno se sintiese incómodo en su propia piel.


Llevaría media hora echado sobre la cama, con los ojos abiertos como platos, incapaz de conciliar el sueño, cuando se incorporó de nuevo. Echó un vistazo por la ventana y se fijó en el patio del centro de día. Ahí debían estar Maya e Ío con los bebés, luchando por no quedarse dormidas. A juzgar por el silencio que reinaba en el patio interior de manzana, tan solo mancillado eventualmente por algún que otro ronquido esporádico de sus compañeros y vecinos, todo parecía indicar que los bebés dormían como benditos. Las copas de aquellos altos álamos hacían que resultase difícil distinguir lo que había al otro lado, pero no le costó demasiado dar con Ío, iluminada por un farolillo con batería eléctrica que Bárbara les había proporcionado. El color de su pelo resultaba inconfundible, incluso a esa distancia y con una luz tan escasa. Estaba de espaldas a él, mirando hacia la sala de estar del centro de día, sentada en uno de aquellos bancos. Incluso creyó distinguir la silueta oscura de aquella enorme perra echada a sus pies. De quien no había rastro era de Maya.


Consciente que esa noche no podría pegar ojo, abrió el cajón de la mesita de noche y sacó un pañuelo blanco con los bordes bordados en hilo rosa. Lo desenvolvió con cuidado y contempló, a la luz de la vela, que ya había consumido más de la mitad de su mecha, la fotografía que le había entregado Fernando en su lecho de muerte. Una lágrima recorrió el tabique de su nariz y llegó a la comisura de sus labios, provocando un estallido salado en su boca. No sabía si lloraba por el desenterrado recuerdo de su difunta madre, por la repentina y trágica muerte de Fernando, o por ambos, pero fue incapaz de evitarlo. Entre sollozos, mientras acariciaba con el pulgar la cara de su progenitora en aquella ajada fotografía, escuchó unos golpecitos en la distancia, no muy lejos de ahí. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, envolvió la fotografía en aquél pañuelo y la volvió a dejar en el cajón de la mesita. Los golpes se repitieron, seguidos de una voz con un característico acento isleño que preguntaba por él. El ex presidiario se dirigió a la puerta de entrada. Se sorprendió gratamente al descubrir que se trataba de Maya.


MAYA – ¿Puedo pasar?


CHRISTIAN – Sí. Claro.


Christian se hizo a un lado y Maya entró al piso. Ella misma se encargó de encender un par de velas del candelabro que había sobre la mesa del comedor, y tomó asiento en el sofá. Aún sorprendido por la visita, pues a esas horas intempestivas no esperaba a nadie, el ex presidiario tomó asiento a su vera.


MAYA – Sé que es bastante tarde… ¿Molesto?


CHRISTIAN – No, por Dios. Tú nunca molestas.


Maya frunció ligeramente el ceño al tiempo que esbozaba una tímida sonrisa.


MAYA – Vi que tenías la lus encendida, y… pensé que no te habrías dormido aún.


CHRISTIAN – Lo he intentado, pero…


MAYA – He dejado a Ío sola con los críos. Llevan horas durmiendo, no creo que tenga problemas.


La hija del difunto pescador miró a otro lado cuando Christian se secó la mejilla aún húmeda con el pulgar.


MAYA – Te vi muy afectado por lo de… Fernando. Pero apenas hemos tenido tiempo de conversar desde que volvisteis. ¿Estás bien?


Christian suspiró. No podía mentirle. A ella no. La muerte de Fernando le había afectado demasiado, y Maya era una de las pocas personas con la que tenía la suficiente confianza para abrirse. Negó con la cabeza, algo gacha. Ella poso una de sus manos sobre la suya, que descansaba en su regazo.


CHRISTIAN – No tuve que haberle tratado así. Me siento estúpido. Él no tenía la culpa de nada, y yo…


Maya le observaba en silencio, con una expresión seria pero entregada. Apenas parpadeaba.


CHRISTIAN – Él sólo intentaba ayudar…


Christian suspiró de nuevo.


CHRISTIAN – Estaba convencido de que no moriría. Él tenía gafas, igual que tú. No estaba vacunado. Se lo pregunté.


MAYA – ¿Llegó a enfermar?


El ex presidiario negó, todavía con la mirada gacha.


CHRISTIAN – No tuvo tiempo. Estaba muy malherido. Cayó desde mucha altura, y… recibió demasiados golpes.


MAYA – Chris… Que no nos transformemos en… esas cosas, no significa que seamos inmortales.


Christian se giró hacia su amiga y la miró a los ojos. Estaban muy cerca el uno del otro. Su mandíbula empezó a temblar y Maya le estrechó entre sus brazos. Lejos de avergonzarse, Christian se sintió genuinamente reconfortado al notar el apoyo de Maya. Así pasó cerca de un minuto, desahogándose, sintiendo la calidez de aquella muchacha que le correspondía el abrazo de manera sincera. Ella era una muy buena amiga, que había estado con él incontables horas desde que se conocieran allá en el faro de Iyam. Habían compartido buenos y malos momentos, habían reído juntos, habían llorado juntos, y además… era muy dulce y bella…


El ex presidiario rompió el abrazo con suavidad, alejándose de ella sutilmente, hasta que sus rostros quedaron a un escaso palmo de distancia. Lo siguiente fue un acto instintivo, un gesto totalmente espontáneo. Algo dentro de sí le dijo que era lo correcto. Christian ladeó ligeramente la cabeza y acercó sus labios a los de Maya. Al inclinarse para besarla, ella echó la cabeza hacia atrás, a la misma velocidad que él se inclinaba hacia delante, arqueando la espalda. Christian quiso que se lo tragara la tierra. Maya tenía los ojos muy abiertos, igual que su boca, en un rictus de sorpresa mayúsculo. El ex presidiario se apresuró a recuperar su posición erguida, mientras notaba cómo el rubor se apoderaba a toda velocidad de sus mejillas.


MAYA – Chris, no…


CHRISTIAN – Lo… lo siento. Lo siento. Lo siento mucho.


Maya negó con la cabeza, con el ceño ligeramente fruncido, aún con idéntica expresión de asombro en el rostro. Christian se levantó del sofá a toda velocidad, como si el tapizado le quemase la piel. Hasta entonces había estado tratando de obviar el tema, esforzándose por tratarla como una compañera más, como a una buena amiga. Pero Maya era una persona demasiado importante para él como para conformarse con eso. No fue hasta ese momento que se dio cuenta, aunque estaba claro que ella no sentía lo mismo. En cualquier caso ya no había margen para dar marcha atrás.


MAYA – No… No es por eso, Chris. Yo…


CHRISTIAN – No… no debí… Perdóname.


La chica volvió a negar con la cabeza, con algo más de insistencia, tratando de sacarle de su equívoco. Christian deseó salir de ahí cuanto antes, aunque tuviera que saltar por el balcón para hacerlo.


MAYA – Christian, no puedo juntarme contigo. No puedo juntarme con nadie. ¡Te mataría! Tú estás vacunado y yo estoy infectada.


En esta ocasión fue él el que se quedó de piedra. No fue hasta entonces que se dio cuenta que lo único que había hecho Maya era salvarle la vida, demostrando haber sido una muy buena discípula de Bárbara, a diferencia de él. Un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de lo cerca que había estado de su fin.


MAYA – No puedo asercarme a nadie. No puedo compartir comida con nadie, ni siquiera dar un simple beso…


El ex presidiario escuchaba con atención a Maya, a la que cada vez le temblaba más la voz. El brillo de la llama de la vela en los ojos castaños de la joven se intensificaba por momentos.


MAYA – Tú no sabes lo que eso significa. Estar siempre pendiente de no asercarte a nadie más de la cuenta, de no olvidarte nada que otro pueda tocar, de… de… Soy como una apestada.


CHRISTIAN – No… No digas eso…


Christian la asió de la mano, y notó que estaba temblando. Ella ya había empezado a llorar. El ex presidiario no supo cómo reaccionar. Había estado en situaciones similares con anterioridad. No era la primera vez que intentaba cortejar a una chica, pero la carga emocional nunca había sido tan intensa. Jamás había sentido tanto aprecio y tanto cariño por ninguna de las chicas con las que había estado. En ese momento deseó más que nunca abrazarla y demostrarle que se equivocaba. Sin embargo, lo único que alcanzó a hacer fue quedarse ahí de pie, como una estatua, viendo cómo ella lloraba. Maya sorbió los mocos, levantó la mirada y la clavó en los ojos de Christian.


MAYA – ¿Sabes una cosa?


El ex presidiario sólo alcanzó a tragar saliva.


MAYA – Este hubiera sido mi primer beso.


Christian no pudo soportarlo más y recuperó su posición a la vera de Maya. Le plantó un sonoro beso en la frente y la estrechó de nuevo entre sus brazos, notando su respiración entrecortada y sus reiterados gimoteos. Maya le susurró al oído.


MAYA – Lo siento… de verdad.


El ex presidiario chistó con la lengua, rechazando de plano las inmerecidas disculpas de la joven. Notó sus lágrimas recorriéndole el cuello y respiró con fuerza, notando el olor a champú de lavanda del cabello de la antigua hemipléjica.


CHRISTIAN – No estás sola, Maya. Nunca vas a estar sola.


Christian sintió cómo Maya le estrechaba con más fuerza y él le acarició la mejilla con la suya propia, con los ojos cerrados. Él no llegó a ver cómo ella sonreía, entre llantos, pero lo sintió.


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Published on November 07, 2014 22:57

November 3, 2014

2×907 – Amigas

907


 


Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh


25 de noviembre de 2008


 


Carlos iluminó el interior del portal con aquella potente linterna de leds, que ofrecía una luz blanca y uniforme. Ahí dentro todo parecía en regla. Por el aire flotaban algunas motas de polvo que se habían levantado al abrir la puerta. Ya era noche cerrada, aunque la luz de las farolas hacía que resultase bastante menos inquietante la estancia en aquél barrio vacío y silencioso.


La sobremesa de la cena se había prolongado hasta bien entrada la madrugada, pero ya había llegado el momento de acostarse. Paris y Juanjo hacía ya más de una hora que habían vuelto a sus respectivas viviendas, después de pasar la mayor parte del tiempo hablando entre sí en un extremo de la mesa en la que habían cenado copiosamente, riéndose y bebiendo cerveza y vino a litros. Ío y Maya se habían quedado en el centro de día al cargo de los bebés, armadas con un termo de café caliente y un paquete de azúcar, para asegurar su plena lucidez durante toda la noche. Bárbara, Zoe y Christian habían ido a sus respectivos pisos, tras dar las buenas noches a todos, deseosos de tener una larga charla con la almohada, pues ese había sido un día excepcionalmente largo y duro.


            El instalador de aires acondicionados sintió cómo se le erizaba el vello del brazo al notar una gélida corriente de aire que barrió la calle de un extremo al otro, que parecía ignorar las murallas que la encorchetaban. No cabía duda que el invierno estaba cada vez más próximo. Mantuvo la puerta abierta y dejó paso a Darío, con una sonrisa en los labios. Carla pasó detrás de su abuelo, con Josete sujeto de la mano. El niño estaba que se caía de sueño. Marion fue la última, y tras ella Carlos también pasó, dejando que la puerta se cerrase automáticamente tras de sí.


            Se encontraban en el portal inmediatamente siguiente al del bloque en el que vivían ellos, que tenía ya todas las viviendas ocupadas. Si bien no serían vecinos de bloque, sí lo serían de manzana, y Carlos prefería que se quedasen ahí que en la de enfrente, donde vivían Paris y Juanjo.


CARLOS – Tenemos algo de luz en… en el otro bloque, en el ático, donde tenemos la radio que os dije, y… el microondas y la cocina… Pero en el resto del barrio no hay. Bueno, aparte de las farolas, claro.


DARÍO – No pasa nada. Estamos acostumbrados. Yo con que haya una cama blandita me conformo. Estoy hecho polvo.


CARLOS – Aquí tengo velas y un par de linternas, por si os hicieran falta esta noche.


            Carlos alzó una bolsa de plástico que llevaba en la mano libre. Se la entregó a Carla y ella agradeció el gesto, asintiendo ligeramente con la cabeza.


CARLOS – Aquí hay dos pisos por rellano. Donde vivimos nosotros sólo hay uno, pero… son algo más grandes. Lo único malo de aquí es que las puertas las rompimos para poder entrar a comprobar que no hubiera… nadie. Podéis cerrar desde dentro, pero… Bueno, tengo… unos pernos y unos candados. Mañana os lo arreglaré para que podáis cerrar desde fuera también. ¿Vais a estar los tres juntos o… preferís dos pisos separados?


            Carla miró a su abuelo. En anciano asintió. Josete se quejó por enésima vez de que tenía sueño.


CARLA – Viviremos los tres juntos.


CARLOS – Está bien… Bueno, tampoco vais a pasar mucho tiempo ahí. Poco más que para dormir… Nosotros la mayor parte del tiempo estamos fuera. Siempre hay algo que hacer… Vale, pues… subamos.


            Cinco minutos más tarde Josete ya había caído rendido al sueño en el dormitorio de una niña de su edad. Había mostrado su más férreo rechazo ante la idea de quedarse ahí, en una habitación con las paredes pintadas de rosa y llena de muñecas, pero era tanto el sueño que tenía que su berrinche no duró ni un minuto. Carla y Darío despidieron a Carlos y a Marion desde el umbral de su nueva vivienda. Habían escogido el ático, aun sin saber muy bien por qué. Inconscientemente sentían que estarían más seguros mientras más distancia les separase de la calle.


CARLOS – Mañana desayunaremos juntos en… donde los bebés, y seguiremos hablando. ¡Que no se os peguen las sábanas!


            Darío sonrió.


DARÍO – Descuida.


CARLOS – Bueno, pues… que paséis buena noche.


DARÍO – Igualmente.


            Carlos y Marion ya habían empezado a bajar las escaleras cuando la voz de Carla les hizo parar en seco, a tan solo media docena de escalones del primer descansillo.


CARLA – ¡Espera!


            Los anfitriones se giraron hacia la veinteañera.


CARLOS – ¿Qué pasa?


CARLA – No. Tú no.


Marion se señaló, mostrando su sorpresa. Carla asintió.


CARLA – ¿Puedes venir un momento, por favor?


MARION – ¿Qué quieres?


CARLA – Quiero… quiero hablar una cosa contigo. A solas.


            Carlos y Darío sonrieron. El anciano hizo un gesto al instalador de aires acondicionados, alzando el mentón, y se adentró en el piso.


CARLOS – Ve. Yo te espero en casa.


            Marion no supo reaccionar. Carlos ya estaba bajando las escaleras sin ella, y las dos mujeres se quedaron a solas, iluminadas por las dos linternas que sostenían apuntando al suelo.


MARION – Tú dirás.


            Carla negó ligeramente con la cabeza.


CARLA – A ver… Está clarísimo que tienes un problema conmigo, y viendo cómo te arrimas a Carlos, me puedo hacer bastante a la idea de que sois pareja.


            La veinteañera trató de ignorar las arrugas que se dibujaron en la frente de su interlocutora, y prosiguió.


CARLA – Sólo quiero decirte que… no… no tengo ni la más remota intención de meterme en medio de nada, ni buscarte ningún problema. Ni a ti, ni a él, ni a ninguno de vosotros. Os habéis portado… más que bien con nosotros. Yo lo único que quiero es estar bien, que mi abuelo esté bien, y sobre todo que no le pase nada a los niños. Lo último que querría es tener malos rollos con ninguno de vosotros por una tontería, y menos contigo, que eres la única de mi edad.


MARION – Bárbara y yo nos llevamos dos semanas. Tengo veintiséis años.


CARLA – ¿Sí? Madre mía. No lo hubiera dicho nunca. Pareces más… más joven, desde luego más que ella.


            Marion alzó los hombros. Aún no había bajado la guardia, pero al menos se había relajado un poco. A nadie le amargaba un cumplido.


CARLA – Siento que no hayamos empezado con buen pie, pero… te pido que no me veas como un problema. Porque… nada más lejos de mi intención. Yo dejé a mi pareja en la península cuando vine aquí a Nefesh, antes de… toda esta locura. Me enteré de que había muerto por mi suegro, unos días más tarde. Valoro mucho lo que tú tienes con Carlos, y os deseo lo mejor, pero… Quiero que nos llevemos bien, y te prometo que no me voy a meter en medio de nada. Tengo mil cosas más de las que preocuparme, y…


            Carla tragó saliva, se cambió la linterna de mano y le ofreció la palma abierta a Marion.


CARLA – ¿Amigas?


            Marion miró la mano y luego miró a aquella muchacha que tan mala impresión le había dado desde el primer momento. Algo en sus ojos le hizo ceder. Una mirada de súplica parecida a la que lucía cuando les mostraron a los bebés. Al fin y al cabo necesitaba una amiga. Las chicas eran demasiado jóvenes, y estaba claro que con Bárbara ya había pasado ese tren. Sin pensarlo demasiado asió la mano de Carla y la estrechó con firmeza. Se sorprendió al notar la calidez que ésta desprendía, en contraste con el sempiterno frío que manaba de las suyas. Carla esbozó una sonrisa sincera, y Marion no pudo evitar imitarla.


CARLA – Agradezco muchísimo todo lo que habéis hecho por nosotros, y la perspectiva de quedarme aquí… y poder contribuir a… todo esto que estáis creando, me emociona muchísimo. Siento si he sido muy seca o… si te has llevado una mala impresión…


MARION – No… no pasa nada. Está bien.


CARLA – Ah. Por cierto. Me dijo la pequeña, Zoe, que se te da muy bien la peluquería. ¿Es cierto que le cortaste tú el pelo a Bárbara?


            Marion sonrió.


MARION – Sí. Tenía una melena que le llegaba hasta la cintura, y me pidió que se la cortase.


CARLA – Pues te quedó genial. Está preciosa.


MARION – Gra… gracias.


CARLA – Me preguntaba si… un día de estos, cuando tengas tiempo… me gustaría que me arreglases un poco el pelo. Hace ya bastante que no le meto mano, y tengo las raíces fatal. Querría hacerme algo… nuevo, algo distinto. ¿Tú te atreverías?


            Marion escrutó el cabello de la veinteañera. Sería difícil cambiar el estilo con una sien rapada, pero a ella era incapaz de rechazar un reto capilar. Era una de sus pocas aficiones y raramente tenía ocasión de ejercitarla.


CARLA – Me gustaría hacerme un dibujo aquí. Antes lo hacía siempre. Una estrella, o un corazón… Algo se nos ocurrirá. Ahora sólo lo tengo rosa, y porque encontré por casualidad un poco de tinte en una de las casas que había en el bloque donde estaba la guardería. Me lo hice yo sola, y… la verdad es que… está claro que no es lo mío.


MARION – Lo podemos intentar. Es una cosa que siempre quise hacer, pero… en la academia no nos enseñaron. Yo estuve mirando tutoriales y demás… No parece muy difícil. Podría hacerlo.


CARLA – ¡Pues ya tienes una cobaya!


            Hasta entonces ninguna de ellas se había dado cuenta que aún tenían las manos cogidas. Se separaron, y Marion se sujetó la mano izquierda con la derecha, transmitiéndole parte del calor que la veinteañera le había irradiado.


CARLA – Me alegro de haber podido aclarar las cosas. Ahora… me voy a dormir, que anoche con la juerga que teníais montada, apenas pegué ojo. Mañana hablamos, ¿vale?


            Marion asintió.


CARLA – ¡Y no hagáis mucho ruido esta noche Carlos y tú!


            Carla le guiñó un ojo a Marion, que se puso colorada. La veinteañera se dio media vuelta, entró a su nuevo piso y cerró tras de sí. Marion se quedó quieta donde estaba unos segundos, envuelta en la oscuridad que reinaba en el rellano, tratando de digerir lo que había ocurrido. Al subir las escaleras odiaba a esa chica. Ahora sentía un extraño hormigueo en el estómago, y tenía un agradable presentimiento. Con una sonrisa estúpida en la cara que nadie pudo ver, apuntó la linterna a los escalones y comenzó a bajar las escaleras animosamente, tarareando sin darse cuenta una canción del último disco de los ya extintos Black eyed peas.


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Published on November 03, 2014 15:03