Lia Belikov's Blog, page 5

January 8, 2015

POAW - Capítulo 18-Parte 1

El capítulo es cortísimo porque no me quedó tiempo de revisarlo o escribirle más... estoy muerta de cansancio así que perdonen las faltas de ortografía y los errores o incoherencias que encuentren, las corregiré pronto. Les dejo exactamente la parte que tengo escrita... justo donde me quedé escribiendo e_e


Capítulo 18¿Cuántos Noahs son suficientes Noahs?



Rosie fue ingresada en una habitación y luego fue llevada directamente a la sala de partos, en donde ella me suplicó que no la dejara sola mientras esperaba a que Key se apareciera y no se perdiera el momento exacto en el que conocería a su bebé.
Ahora ella sostenía mi mano como si yo me fuera a desmaterializar en cualquier segundo. Apretaba mis dedos cada vez que venía una fuerte contracción hasta que se tranquilizaba y su respiración se acompasaba.
Al poco tiempo, una enfermera la revisó y le indicó que estaba lo suficientemente dilatada como para comenzar el parto. El bebé ya venía en camino.
—¿Key no ha venido? —me preguntó Rosie, en sus ojos se podía ver el pánico que la invadía.
—Lo siento, no traje mi teléfono y ya las enfermeras hicieron el favor de avisar. No tardará en venir.
Esa era una pequeña mentira ya que estábamos a unas dos o tres horas lejos de casa... Definitivamente él tardaría en llegar.
—No me dejes, Adam —suplicó ella con lágrimas en los ojos cuando llegaron los del equipo médico para atenderla—. Si Key no puede venir, por favor entra tú conmigo.
Antes de que pudiera decir algo, una enfermera negó estrepitosamente con la cabeza.
—Solo se permiten familiares... o al padre del bebé —dijo ella mientras le tomaba la presión sanguínea. La mujer debía andar por sus cuarentas pero se miraba de mayor edad gracias a la mueca de amargura permanente en su cara.
Iba a disculparme con Rosie, cuando ella comenzó a gritar muy fuerte.
—¡Llama a Mia! —chilló otra vez justo cuando una contracción la atacó demasiado fuerte—. Mi hermana sigue en el hotel...
Cerró los ojos y apretó mi mano hasta el punto en el que pensé que me quebraría algunos huesos.
La misma enfermera amargada se acercó hacia mí y me tomó del codo, llevándome hacia el lado opuesto de la habitación, directo a la salida. Me encontraba indeciso sobre si salirme o hacer algo para quedarme.
—¡Adam! —gritó Rosie antes que me sacaran del todo. Su mirada me decía lo desgarrada que se sentía sin ningún conocido a su lado, sus ojos me suplicaban que me quedara con ella.
Si Emilia no se hubiera suicidado hace ya tanto tiempo atrás, ella luciría exactamente igual a Rosie ya que ambas compartían casi los mismos rasgos. Al ver sus ojos azules me entró el remordimiento y la culpa. Claro, Rosie ya sabía todo lo ocurrido con su hermana, se lo había contado meses después de su muerte, pero ella nunca me culpó de lo sucedido y me ayudó a sobrellevar la carga, sintiéndose dolida porque se lo ocultara durante tanto tiempo pero a la vez logró perdonarme con facilidad por haberme callado. Ahora era Rosie la que me necesitaba en este momento y yo no podía marcharme cuando lucía así de... vacía.
Con cuidado me zafé del agarre de la mujer quien me llevaba de salida, y me planté junto a la camilla de mi amiga.
—Me quedo —dije con cierto tono de autoridad, dirigiendo mis siguientes palabras hacia la enfermera con expresión aburrida. Iba a pronunciar las palabras que me harían ganar el título de tonto, pero eran para ayudar a una amiga... una amiga que quería lo mejor para mí y para Anna, así que lo haría, las diría—, y me quedo porque yo soy el encargado de ese bebé. Yo me hago responsable por él.
—¿Es usted el padre? —me interrogó la mujer, mostrándose escéptica.
No dije nada pero ella ni siquiera esperó una respuesta cuando ya se encontraba ladrando órdenes a alguien para que volvieran a llamar al doctor que atendería el parto.
Tragué saliva, declarando una guerra interna que me hundía poco a poco. 
Rosie me dedicó una sonrisa cansada y alargó la mano para estrechar la mía.
—Gracias —murmuró—. No sabes lo mucho que aprecio que te quedes.
—Es lo menos que podía hacer después de que te mostraras comprensiva con mi situación con Anna.
—Hablando de eso, no te enojes con ella, ¿quieres? Pensé que tú ya sabías lo de su visita para ver a tu hermano. Lo siento, también lamento haberte contado lo otro.
Apreté mi mandíbula por un instante antes de obligarme a relajarla. Ese asunto seguía molestándome bastante.
—No te preocupes. Hablaré con ella cuando pueda.
Antes de decir algo más, Rosie ya se encontraba gritando de nuevo; a tiempo se asomó el doctor para comenzar.




///////




La sangre se había detenido, dejando una mancha un poco notable en mi ropa pero al menos ya no tenía que preocuparme... o eso me dijo la abuela de Diego quien se había portado muy amable conmigo. Por un momento pensé que se trataba de un aborto espontáneo pero ella se encargó de tranquilizarme y de explicarme que la pérdida de sangre no fue mucha como para crear una situación alarmante pero sí lo suficiente como para poner un llamado de atención. Era por el estrés, tenía que descansar y más cuando mi embarazo era múltiple. Si no empezaba a dormir bien y a tranquilizarme, podía complicar los riesgos de la salud de mis niñas.
Por supuesto, como si relajarme fuera fácil en estos momentos.
Por suerte para mí había subido mi pequeña maleta al auto de Diego y pude cambiarme con facilidad, poniéndome mis leggins favoritas y mi camisa de cuello bajo de color azul celeste que hacía resaltar mis ojos grises.
La casa de la abuela de Diego era acogedora y muy bonita. De dos pisos, con aire antiguo pero a la vez pacífico. Todo influía para hacerme sentir mejor.
—¿Ya mejor, chica Walker? —dijo Diego, asustándome cuando entró en el comedor donde yo me encontraba con una taza de té en las manos. 
Él se sentó a mi lado y pasó su mano por mis hombros.
—¿Chica Walker? ¿Necesito preocuparme porque tengas el número de mi... de Adam? —iba a decir esposo pero la palabra se negaba a salir ahora que quería tenerlo cerca pero no podía porque él seguía enojado conmigo y yo seguía enojada con él.
Diego suspiró a mi lado.
—Lo conocí en tu despedida de soltera. Él me pagó una pequeña fortuna por dejarlo entrar y prestarle un uniforme de trabajo mientras se colaba en la fiesta para ir tras de ti. Después de eso me dio su número de teléfono y un jugoso anticipo a cambio de informarle si te aparecías en el club otra vez, sola o acompañada.
—¿Qué? ¿Te pagó para que me vigilaras?
Quitó su mano de mis hombros, como si presintiera que estaba a punto de golpearlo en cualquier segundo.
—No pregunté por sus razones, pero el chico de verdad se miraba desesperado porque lo llamara si tú volvías a poner un solo pie en ese lugar.
—No es justo —murmuré enojada—, él sí puede prohibirme ver gente... o hacer cosas, y yo, cuando le digo que sus amiguitas son zorras de piernas flojas, decide no creerme y me ignora.
Apreté mi mandíbula con fuerza, dejando el té de lado, sobre la mesa.
—Respira hondo —murmuró el chef/stripper con ceja perforada—, tu presión puede volver a subir y la abuela me golpeará en la cabeza por no cuidarte mientras ella está unos minutos en el baño.
Me obligué a respirar con más naturalidad.
—Bien. Pero es solo otra cosa que empiezo a detestar de Adam. Ojala de verdad lo violaran diez unicornios salvajes.
—¿No eran siete?
—Entre más, mejor.
—De acuerdo... —el timbre de su teléfono interrumpió lo que sea que fuera a decir—. Eh, perdón, debo contestar, es mi novia.
Se puso de pie no sin antes darme una ridícula reverencia y llevar el teléfono a su oreja.
—¿Hola? ¡Mi amor! —se perdió en la siguiente habitación, dejándome a mis anchas en el modesto comedor de su abuela.
Era obvio que él no estaría soltero; parecía buen chico, atractivo a su manera y con bonita personalidad. Tampoco era como si yo lo estuviera analizando desde el punto de vista romántico, porque aunque Adam no me mereciera, yo no entraría en el juego de la infidelidad.
No estuve sola por mucho tiempo ya que la abuela del susodicho apareció bajando las escaleras y sentándose frente a mí.
Llevaba una falda larga y acampanada que lucía vaporosa cada vez que la suave brisa nos golpeaba desde la ventana.
La señora era de cabello canoso, mas sin embargo ella no lucía como alguien de la tercera edad. Su cuerpo era robusto y su piel se miraba más blanca que el papel. Me sonrió al acercarse y ocupó el asiento que Diego había usado hace unos instantes atrás.
—¿Ya te sientes mejor? —preguntó amablemente—. Sé que puede ser algo mortificante estar rodeada de desconocidos, pero mi nieto es una buena persona y me alegra que te trajera a tiempo.
Le devolví la sonrisa. Ella insistió en que tomara una segunda opinión de alguien profesional pero sentía que ya no la necesitaba. De igual forma terminó convenciendo a su nieto para que me llevara al hospital más cercano a que me revisaran.
—Sé que su nieto es magnifico... Y entiendo que también pudo haberse sentido incómoda alojando a una extraña.
Ella hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto.
—En esta casa sobran las habitaciones, eres más que bienvenida.
—Muchas gracias señora Ross.
—Por favor, llámame Lila. Me siento demasiado mayor cuando me dicen Sra. Ross.
Me guiñó un ojo y se levantó de su silla para caminar directamente a la cocina que se encontraba cruzando el comedor.
—Te traeré galletas de almendras con caramelo que acabo de hornear —dijo con serenidad.
No pude negarme, mi estómago ya estaba haciendo sonidos de ultratumba, protestando del hambre… nuevamente.
Me levanté para seguir a la señora Ross pero ella fue me regresó al comedor cuando intenté ayudarle a cargar la bandeja de las recién horneadas galletas.
—Pero qué se hizo ese muchacho —dijo ella cuando juntas tomábamos nuestros asientos—. Te va a acompañar a una rápida revisión en el hospital (que es lo primero que tuvo que haber hecho), y luego te llevará a donde te estés quedando.
Aparté la mirada de sus ojos escrutadores y me ahorré de decirle que si regresaba al hotel sería únicamente para recuperar mi billetera.
Luego di un buen mordisco a la galleta y... ya nada fue lo mismo. La cosa era tan deliciosa que se deshacía en la boca.
—Adivino que su nieto aprendió a cocinar de usted. Están muy buenas.
—Exactamente. Solíamos tener un restaurante... Bueno, más como una pequeña cafetería, con mi marido pero tuvimos que cerrar hace un par de meses; a pesar de eso Diego se mantuvo en la rama de la comida al igual que nosotros.
Él se había quedado en la rama de la comida y en la del baile exótico. Pero no abrí mi boca por temor a no saber si ella ya estaba informada sobre eso.
—¿Una cafetería? —pregunté—. Su rostro se me hace bastante conocido.
Era la verdad. Ella me parecía vagamente familiar, así como el rostro de Diego me pareció familiar desde un comienzo, pero no recordaba dónde la había visto.
—¡Tal vez entraste a mi cafetería en algún momento! Solía atraer a mis clientes regalándoles pequeñas rebanadas de pan.
No, definitivamente no me acordaba.
Me encogí de hombros, comiendo en un cómodo silencio y devorando bastante de las galletas.
—Diego me dijo que sabía de partos —finalmente hablé cuando me obligué a detener mi apetito.
—Así es. Hace diez años trabajaba en un hospital público, pero me retiré rápidamente cuando me casé y me dediqué a lo que verdaderamente me apasionaba: la comida. Todavía guardo el conocimiento pero es bueno que verifiques sobre el diagnostico que te di. ¿Dónde se metió Diego?
Y como si lo hubieran convocado, en ese momento apareció él con una sonrisa en la cara.
—¡Aquí estoy! Culpable —tomó una galleta y se la llevó a la boca, saboreando con lentitud—. ¿Estás lista Anna?
—Me siento muy avergonzada por quitarte tu tiempo —murmuré.
—Oh, no te preocupes. De todas formas mi novia me acaba de llamar para decirme que su hermana menor está dando a luz en el hospital, me reuniré con ella allá. ¿Puedes creer esa coincidencia?
—Wow, ¿en serio? Bueno, al menos no te estoy atrasando.
Me sonrió con simpatía y sacó de su bolsillo las llaves del auto.
—Entonces vamos, yo te acompaño.




//////




Parecía impresionante la velocidad y la eficacia con la que Rosie dio a luz. Tardó veinte minutos en traer a este mundo un muy saludable y hermoso niño.
La experiencia en sí fue muy aterradora. Rosie había comenzado a pujar y lo siguiente que pasó fue que el bebé ya estaba saliendo.
Al final tanto grito no fue necesario porque ahora ella ya se encontraba mejor, feliz, aliviada. Aunque Key todavía no aparecía, al menos pude avisarle a la hermana mayor de Rosie, quien me aseguró que ya venía en camino.
—Gracias por quedarte a mi lado —dijo ella con voz suave. Sus ojos seguían acuosos de todo lo que había llorado al ver a su hijo por primera vez.
—No hay problema, hermosa. Trata de dormir algo... Aunque creo que traerán al pequeño pronto.
Ella asintió, con mirada ausente.
En poco tiempo llamaron a la puerta de su habitación y en seguida entró una enfermera con el bebé dentro de una cuna de hospital.
—Es hora de darle de comer —murmuró ella ajustándolo a orillas de la camilla de Rosie.
El bebé era precioso. Tan frágil y pequeño que yo no sabía ni qué hacer.
Sus manos eran tan pequeñas y su cabello era del tono perfecto de dorado. Piel pálida y pecosa, hermoso.
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Published on January 08, 2015 19:52

December 21, 2014

PFQMG - Capítulo 12

12 Cómo admití que no me gustó tu beso (pero en realidad lo disfruté)
Key… ton

Mi mente todavía sigue nadando en la ira y la vergüenza de que mi nombre real fuera revelado; es por eso que no puedo reaccionar correctamente cuando Rita une su mano con la mía y le da un apretón no tan suave para ser una chica.
Apenas y le pongo atención a lo que dice, pero de repente capto a mi madre que me lanza una mirada divertida y curiosa. Sus cejas se elevan hacia el nacimiento de su cabello y parece que se estuviera mordiendo la lengua para aguantar preguntar algo de lo que siente curiosidad y desprende de ella a raudales.
Hay un chico frente a nosotros, usando el uniforme de los típicos trabajadores del campamento; desde mi lugar puedo notar que el tipo tiene los ojos de distintos colores. En clase de biología, hace un par de años atrás, aprendí el nombre de esa rareza bicolor: heterocromía iridium.
También recuerdo bien el nombre porque pensaba ponerle el mismo a la banda en la que toco; eso fue hasta que aprendí de la ósmosis (en esa misma clase de biología) y me pareció mejor.
El chico con heterocromía me está observando por un momento, calibrando mi aspecto y midiendo mis reacciones.
Entonces, como si me hubieran echado un balde de agua fría, mis oídos se destapan y finalmente escucho lo que está diciendo Rita:
—Y este es mi novio. Supongo que estás trabajando para su familia y ya debes conocerlo. Por favor evítanos tener que ver tu cara por mucho tiempo.
Después de esas palabras ella se congela, su postura rígida y su mano se desprende de la mía.
—¿Rita? —murmuro cerca de su oído.
Ella reacciona y vuelve a tomar mi mano.
—Por favor, finge por mí. Yo te ayudé a ti, ahora finge conmigo —su voz aumenta de volumen al decir la siguiente parte en dirección al chico—: te presento a la tía de Key, ella es aficionada a regalar condones. Deberías pedirle uno para cuando decidas embarazar a otra de mis mejores amigas. ¿Qué tal la vida de padre a los veinte? ¿Deliciosa?
El tipo se encoge de hombros, como si no le importara en lo absoluto.
Eso parece enfurecer a Rita y ella suelta un gruñido desesperado.
—¡Imbécil, hijo de pu…!
—Patchie, ¿no crees que debes cenar antes de destrozar al muchacho?
—Oh no, no lo conoces. Ese imbécil jugó conmigo todo el tiempo. ¿Qué es lo que les pasa a ustedes que no se conforman con una sola mujer? ¿Se creen jeques o se creen con el derecho a tener un harén?
Miro al heterocromático. Me cuesta pensar en él como padre, padre del hijo de la mejor amiga de Rita.
Sabía que ella tenía algún daño psicológico profundo. Todos lo tenemos.
Sostengo su mano y la obligo a seguirme en dirección a la cafetería. El chico está parado frente a la puerta, bloqueándonos el paso, pero no me importa.
—¿Este chico hizo eso? ¿Te engañó por tu mejor amiga? —pregunto en voz alta.
Rita asiente con la cabeza. Puedo ver dolor en sus ojos color marrón.
—Bien —digo tranquilamente. Entonces, sin que nadie lo vea venir, conecto mi puño cerrado contra la mandíbula del sujeto, y él, que tenía una postura desequilibrada, se tambalea hasta que cae de espaldas contra el suelo.
—¡Key!
Escucho los gritos de mamá. Rita está muda mientras yo sigo tomándola de la mano y comienzo a empujar su cuerpo repentinamente quieto hacia la cafetería.
Halo la puerta, ignorando al chico tirado en el suelo quejándose de dolor, y voy directamente hacia la barra de comida que aún permanece intacta.
Rita está impactada. Lo noto porque su cara está blanca como el papel; también se podría decir que sus pies parecen clavados en el suelo debido a su falta de movimiento.
—Tú… tú… ¿tú acabas de golpear a Gabriel? ¿Por mí?
Suelto su mano mientras asiento con la cabeza y me apresuro a tomar un plato de la pila de platos limpios.
Empujo uno en su dirección para que ella también coma.
Lo toma automáticamente pero sus ojos no se despegan de mi rostro.
—¿Lo golpeaste? ¿Por mí?
—Te recomiendo que comas un poco de este pollo relleno con camarones. Es delicioso.
—Nadie había hecho eso. De todas formas —ella carraspea, como si por fin entrara en razón—, yo puedo defenderme sola. De todas formas… De todas formas —repite—, muchas gracias. De todas formas yo…
—Sí, sí. De todas formas tú podías encargarte pero quise hacer esto por ti —tomo un gran cucharón de puré de papás y lo deposito en mi plato—. Es lo menos que puedo hacer. No merecías lo que te pasó. Ninguna chica linda merece que le rompan el corazón.
Ella luce confundida por un momento. Entonces, así como mi puño conectó inesperadamente contra la mandíbula de su ex novio; sus labios conectaron inesperadamente contra los míos.
Sus dedos se enredan en mi cuello y su boca se mueve contra la mía. 
Al principio estoy sorprendido, pero entonces reacciono de manera rápida y suelto el plato con puré y escucho que cae al suelo mientras tomo a Rita por la cintura y la acomodo a una buena posición para saquear más de su boca.
Yo jamás rechazaría un buen beso.
Mis manos se cierran alrededor de su pequeña figura, notando que no tengo necesidad de encorvarme para besarla porque es casi de mi estatura.
Ni siquiera puedo terminar de formar un pensamiento coherente, cuando, la puerta de la cafetería se abre y escucho los jadeos y gritos de sorpresa de quien sea que nos está observando.
Ambos regresamos a nuestros sentidos y rápidamente nos apartamos. Ella no luce ni un ápice de avergonzada. Yo tampoco.
—Esa es mi manera de darte las gracias —dice—, así que… gracias.
—De nada.
—No es una costumbre ni nada…
—Aunque debería serlo.
Ambos sonreímos y yo trato de limpiar el desastre de puré en el suelo.
—Besarte tampoco estuvo tan mal. Al menos no eres como mi primer y gran enamoramiento de toda la vida, Victor Ham. Las manos de él tenían su propia mentalidad y por alguna razón siempre acababan en mis pechos.
—Eso no es nada —contesto—, deberías haber conocido a Susy Gutiérrez. Ella era asmática y yo nunca lo supe hasta el día que nos besamos. Se tuvieron que involucrar los paramédicos, los bomberos y hasta un cura… y digamos que fue un beso que no incluía camiseta porque ninguno de los dos la tenía puesta cuando nos encontraron, en mi habitación.
De ser posible ambos nos reímos más fuerte, jadeando cuando acabamos.
—¿Todo bien por aquí? —pregunta repentinamente mamá, alzándose sobre nosotros, sujetando su cabello marrón detrás de sus orejas.
Rita asiente con la cabeza y se presenta formalmente, extendiendo su mano y pidiendo disculpas de inmediato por la mala actitud con la tía Morgan.
—Discúlpeme por actuar de forma grosera —casi la veo hacer una reverencia—. De verdad que lo lamento mucho.
Mamá le resta importancia mientras alcanza una trufa del buffet a nuestras espaldas.
—No te preocupes por eso, querida. A la tía Morgan era necesario ponerla en orden. A veces ella puede ser intensa.
—Lo siento —vuelve a decir Rita— también por mi sobresalto más temprano cuando encontré a mi ex novio aquí. De verdad él y yo no terminamos en una situación amistosa. Removió algo duro de mi interior cuando lo vi.
—Te entiendo, dulzura. Si estuviera en tus zapatos también lo hubiera apaleado frente al que sea.
Rita, para ser una supuesta persona que no se lleva muy bien con las madres (y las ratas) sabe manejarse a la perfección con la mía.
—Me alegra que mi hijo te haya traído —dice mamá—, por lo general no lleva casi a nadie a casa, mucho menos a eventos como estos. Es agradable un cambio de perspectiva.
Lo bueno con mamá es que ella no pasa mencionando a Mia bajo ninguna circunstancia. Es refrescante dejar de escuchar su nombre dentro de la familia.
—Oh, pero qué torpe soy —se queja mi madre—, no me he presentado aún. Mi nombre es Vivian, puedes decirme Viv. El señor de allá —ella señala a papá—, es Kerrintong. Puedes llamarlo Kerri.
—Claro —Rita sofoca una risa—, puedo ver que les gusta los diminutos de sus nombres.
Dice lo último mirando en mi dirección.
Joder, sabía que no iba a dejar pasar esto del nombre por alto.
Mamá en cambio lanza una risa que inmediatamente llama la atención de todos los reunidos en la cafetería.
—Te refieres a Keyton. Nunca le gustó su nombre, siempre se lo cambiaba y hacía berrinches en el jardín de niños diciéndoles a sus compañeros de clase que él no tenía nombre. Y fue así durante varios meses, hasta que él nos obligó a decirle Key.
—¿De verdad?
—Sí. Como yo trabajaba mucho lo dejaba a cargo de Delores, nuestra ama de llaves, ella y Key amaban ver telenovelas todas las tardes. El nombre era de uno de los protagonistas; le gustó tanto a Key que hizo que Delores se lo cosiera en la ropa interior un día antes de iniciar su primer grado.
Mi sonrojo se hizo visible para ambas y ellas soltaron la risa más ruidosa del lugar.
—Mamá —amenazo lentamente—, deja de contarle mis secretos vergonzosos a Rita. Justo estábamos a punto de comer…
—¡Claro! Sírvete un poco de carne de pollo y luego te espero en la mesa —le dice a Rita—. Tengo más historias de Key para contarte.
Ella se aleja mientras Rita asiente con la cabeza y corre a llenar su plato de comida.
—¿Sabes? —murmura—, me cae bien tu madre. Pensé que sería de esas típicas mujeres esnob que no se juntaban con la gente pobre y obligaban a sus hijos a casarse dentro de su nivel social.
—Ella no es así.
Me sirvo también algo de comer.
—Por cierto —Rita se detiene frente a mí, y para mi sorpresa, une sus labios de forma inesperada con los míos.
Mi plato vuelve a caer al suelo mientras la acerco y envuelvo mis brazos en su cintura.
No es hasta que ambos escuchamos los silbidos y aplausos en el fondo que nos alejamos.
—Gracias —dice una vez más—. Por lo de Gabriel. Y para serte honesta él fue el que hizo que mi gas pimienta fuera indispensable en mi vida.
Sin decir más se aleja y camina en dirección a la mesa en donde se sientan juntos mis padres.
De acuerdo, ese sí fue gran beso. Pero esta vez no lo admitiría en voz alta.


Rita


Me tocó compartir la cabaña de los dormitorios con las hermanas y primas de Key. Para mi desgracia Marie y Elena también durmieron en la misma habitación.
No sé cuál de ellas roncó tan fuerte que evitó que durmiera mis necesarias ocho horas, pero al día siguiente mis ojeras se hicieron notorias. Como no pude dormir sino hasta bien entrada la madrugada, no fui consciente cuando un zancudo chupa sangre decidió hacer de mis piernas su comedor privado.
Al despertarme tenía toda la pierna derecha hinchada, y el tobillo de la izquierda era tan grueso que parecía imposible entrar en mis zapatos con correas.
—Parece que desarrollaste una mutación mientras dormías —señala Elena cuando cojeo para ir al baño. Ella y Marie habían empezado a maquillarse desde tempranas horas de la mañana y aún ahora continúan alaciando su cabello y aplicando más productos de belleza a sus caras—. ¿Eso que tienes es contagioso?
—Curioso. Estoy segura que eso mismo le preguntaste al último tipo con el que te acostaste y de igual forma no te importó.
Necesito mi café de las mañanas, es un hecho. Me vuelvo más gruñona a medida que avanza el día y no he tomado ni una taza. Esto de acampar no está hecho para mí, y definitivamente Elena prueba mi paciencia con cada minuto en el que sigue respirando y con vida.
—Eres una amargada —dice ella, agitando su cabello para hacer énfasis en el hecho de que piensa ignorarme de ahora en adelante (eso, o estrangularme con mi almohada mientras duermo)—. Es por eso que todos los pobres chicos con los que sales han preferido embarazar a otras antes de seguir teniendo que soportarte.
Marie, quien hasta ahora ha estado silenciosa, sofoca una risa gangosa mientras usa la rizadora de pelo en sus puntas naranjas.
Les doy miradas criminales a ambas, miradas que les transmiten mi indiferencia a sus abusos verbales. De todas formas sé que nunca dejarán pasar el tema de Gabriel, mi ex novio, y que en algún momento iban a molestarme por su culpa.
—Esto va para las dos —digo sin que me tiemble la voz—: jodanse de una vez por todas. Aunque es cierto, perdón, eso ya lo hacen a diario, en cada esquina que tenga un área que les permita abrir lo suficiente las piernas de par en par a cada hombre que se sienta valiente como para aventurarse en ese coctel de enfermedades sexuales que habita en sus entrepiernas. Pero de verdad, jo-dan-se.
Después de eso no les doy el gusto de decir algo más porque rápidamente entro al baño y cierro la puerta en sus caras.
—Por cierto —grito para que puedan escucharme a través de la puerta—. Huele a quemado, a alguien se le está tostando el pelo.
Un minuto después escucho a Marie maldecir y soltar la rizadora de cabello contra el suelo.
Sonrío descaradamente.
Nadie se mete con Rita Fiorella Day sin antes no haber recibido un buen insulto. Nadie.




Desayunamos en la misma cafetería por la que entramos anoche Key y yo, y luego de comer, un chico no mayor de veinte años se adentra en el centro del local y empieza a sonar su silbato, silenciando las conversaciones de todos los presentes y llamando inmediatamente la atención.
—¡Hola familia! —saluda alegremente—. Hoy será un día de actividades y ejercicio. Tengo en mis manos una tabla de competencias, pero antes, vamos a armar los equipos.
Se escuchan varios chillidos y la gente comienza a formar grupos de inmediato. El chico del silbato vuelve a interrumpirnos a todos. Somos al menos unas treinta personas en total pero todas se silencian al mismo tiempo.
Key a mi lado suspira fuertemente y termina el jugo de naranja que todavía mantenía de su residual desayuno.
—¿De verdad vamos a hacer esto? —escucho que le pregunta a sus hermanas, ambas sentadas en la misma mesa. No puedo escuchar sus respuestas porque el chico silbato ya está hablando de nuevo, con voz potente.
—Antes que se emocionen armando grupos, quiero decirles que mi planilla y yo ya los hicimos —él señala a unos diez chicos y chicas ubicadas al fondo, cerca de la barra de comida. Todos usando uniforme—. Este año como familia tratamos de unirnos más, por lo tanto vamos a hacer grupos con personas distintas a las que usualmente nos relacionamos. Ya saben, para salir de nuestro mismo círculo de confort.
Escucho varios abucheos y el chico silbato los calla rápidamente.
—Tranquilos, tranquilos. Las reglas son que no pueden cambiarse de grupo y que obviamente se tienen que divertir.
—¡Qué cursi! —dice Marie, mirando hacia sus uñas, apoyada en el hombro de Adam, su novio.
Yo resoplo.
—Bien. Para ser totalmente equitativos y transparentes les voy a decir cómo vamos a hacer para coordinarnos —continúa hablando el chico—. Ahora, les pido que revisen bajo su asiento. Pegado en el centro estará una banda de color, y ese color será el factor determinante de su equipo.
Varios comienzan inmediatamente a dar vueltas a sus sillas, despegando bandas o cintas de diferentes colores. Hay azules, rojas, amarillas, verdes y hasta moradas. En nuestra mesa todos hacemos lo mismo con nuestras sillas, y en la mía veo la cinta azul.
—¿Qué color tienes? —me pregunta Key. En su mano veo una cinta morada.
Levanto la mía y sus ojos se agrandan cuando mira en dirección a Elena. Ella también tiene cinta azul. Genial.
—Muy bien —nos llama de nuevo chico silbato—. Orden, orden. Nada de intercambiarse bandas. Ahora saben cómo funciona el resto: los amarillos con los amarillos, los verdes con los verdes, los rojos con los rojos, y así sucesivamente. Su color debe ser visible para identificarse unos a otros, por lo tanto usen las bandas en sus cabezas o en sus brazos, como quieran. ¡Comiencen a unirse y luego explico los juegos!
—Bueno, Patchie —dice Key—. No seremos compañeros, pero al menos seremos rivales. Juega limpio.
Estrecho mis ojos.
—De acuerdo, Keyton —pronuncio más fuerte su nombre— el que compite conmigo sabe una cosa de antemano: va a perder. Soy demasiado competitiva.
—Habla la chica que dice incoherencias mientras duerme.
—Habla el chico que fingió perder su celular solo para seducirme en un motel barato.
—Habla la chica que carga una navaja en su sostén y me acusa de violación.
—¡Habla el chico que se viste como si fuera vaquero!
—¡Habla la misma chica que le tiene miedo a las ratas!
—¡Habla el chico que... !
—¡Ya basta! —grita una voz, probablemente una de las hermanas de Key—. Los dos hablan mucho. Por favor cállense y vayan a una habitación para sacar toda esa tensión sexual de sus sistemas.
Mis mejillas se enrojecen mientras aparto la vista de Key y me concentro mejor en buscar a mis compañeros azules.
Aparte de Elena también está Pam y unas cuantas primas fanáticas del novio de Marie. Tenemos un chico en el grupo y es realmente... afeminado.
Su banda azul la tiene atada alrededor de su cabeza, como si fuera Rambo. Usa pantalones verdes y zapatos de color neón que de alguna forma combinan con su camiseta extremadamente pegada y rosa.
Antes de que pueda moverme hacia mi grupo, Key me toma del codo y me aparta un poco de los curiosos de nuestra mesa.
—Dejando las bromas de lado —dice él—, gracias por acompañarme. Sería mortalmente aburrido sin ti.
Le guiño un ojo y sonrío misteriosamente.
—Igual tienes que pagarme. Te va a salir muy caro.
—De acuerdo, de acuerdo. Te pagaré. Aunque deberías darme un descuento por golpear a tu ex novio.
—Te doy el descuento… pero te lo vuelvo a quitar porque no lo echaste del campamento —señalo a mi izquierda donde un muy alto y golpeado Gabriel se encuentra. Usa el uniforme que llevan los demás empleados y, a diferencia de anoche, no tiene esa mirada de superioridad.
—Oye, de eso no te preocupes demasiado —susurra Key—. Presiento que con tu mente imaginativa lograrás vengarte de él pronto. Si quieres, podemos meter doce gatos hambrientos en su casillero.
La verdad es que nunca me vengué de Gabriel, estaba demasiado dolida como para hacerlo. Pero ahora no había nada que me lo impidiera.
—Trato —digo, sorprendiendo a Key—. Venguémonos de Gabriel, y yo te prometo que te ayudo a vengarte de Mia.
—Me parece justo. Ambos se lo merecen, ¿cerramos trato con un beso?
—Eso quisieras Keyton, pero mete tu lengua y guarda esa sonrisa para la hora de los resultados. Presiento que caerán pronto.
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Published on December 21, 2014 19:56

December 15, 2014

POAW Capítulo 17


Espero que pasen por alto cualquier pequeño error de gramática u ortografía, lo corregiré después.Gracias por la paciencia... ahora: LEAN!

PD: sólo serán dos capítulos narrados como este. Luego volvemos a los que ya conocemos.




Capítulo 17Siete unicornios y un enano



Por alguna extraña razón no podía despegar mis ojos del abstracto gato de color fucsia pintado sobre un lienzo que adornaba la sala de la habitación del hotel; al menos para mí parecía un gato aunque no podrías saberlo con exactitud a menos que inclinaras la cabeza en un ángulo poco saludable para el cuello y entrecerraras los ojos con rapidez.

Estuve cerca de diez minutos observando el extraño cuadro cuando una mano se puso en mi hombro y me sacó de mi trance.

—¿Dormiste bien anoche?

Era la voz femenina de Rosie.

Le fruncí el ceño y me encogí de hombros disimuladamente para tratar de sacarme su mano de encima. Tomé asiento en el simple sofá de tres plazas y contesté secamente:

—Fue una mierda. Me siento como el idiota más grande del planeta.

—Lo siento mucho —dijo ella en voz baja, sentándose en el asiento frente a mí. Su cabello rubio era tan largo que las puntas tocaban su estómago con ocho meses de embarazo mientras agachó la cabeza—. De veras lamento todo. No pensé que tu esposa reaccionaría de esa manera. Yo y mi gran boca...

—No fue tu culpa, yo fui el imbécil que la alteró. Deberías haber visto su cara cuando le pregunté... —un nudo se hizo en mi garganta al recordar la estúpida pregunta: ¿Soy yo el padre de esa bebé que esperas?—. Soy un imbécil.

Me levanté de un salto y comencé a avanzar hacia la puerta de la habitación, desesperado por disculparme y sentirme de nuevo bien con Anna, con volver al tiempo en el que nuestra única pelea era en ver o no a las tortugas (que dicho sea de paso no eran de mi agrado), o cuando cenábamos despreocupadamente en la cama después de haberla desordenado un poco. Tenía que buscarla.

—Adam, espera —la voz de Rosie me detuvo antes que llegara más lejos—. ¿No estarás pensando en buscarla, o sí?

Me quedé inmóvil por unos segundos, a punto de alcanzar la puerta.

—No debí dejarla sola anoche —murmuré—, Anna era mi responsabilidad y ayer me enojé bastante con lo que me contaste sobre visitar a mi hermano… y sobre lo demás.

El recuerdo de eso trajo ira a mis pensamientos. Anna no se iba a acercar ni a mil metros de él.

—Créeme, ella necesita tiempo para lamer sus heridas —contestó Rosie—. Soy una chica y creo saber cómo funciona esto. Si la buscas ahora mismo simplemente te cerrará la puerta en la cara. Dale tiempo y luego discuten esto juntos.

—¿Cuánto tiempo más tengo que esperar? Ya fue suficiente tortura por una noche. No debí alejarme de ella. La herí demasiado.

—Adam, cariño, no hiciste nada malo. Deberías mentalizarte a no creer que siempre tienes la culpa de todo; eres un gran chico y definitivamente daría lo que fuera por tener a alguien como tú a mi lado. Por eso te estoy diciendo esto, no dijiste nada que ella no pudiera contestar con sinceridad. Creo que fue estúpido que se enojara.

Escuché cómo hizo el esfuerzo por levantarse del sofá y caminar a mi lado hasta que su mano apretó mi hombro y lentamente me giró para que mis ojos se encontraran con su cara. Sus dedos se deslizaron por mi brazo y se detuvieron en mi muñeca.

—Eres un gran chico pero creo que aparecer ahora no sería realmente justo para ella.

Ella me guió de nuevo hacia el sofá, frente al retrato del gato abstracto.

—Además —añadió como si fuera una ocurrencia de última hora—, son las seis de la mañana. Probablemente esté durmiendo todavía.

Desvié la vista hacia el enorme reloj de la pared opuesta y comprobé que Rosie decía la verdad. Anna estaría aún dormida... y yo debería haber dormido junto a ella.

Era un cabrón, estábamos en nuestra luna de miel pero de repente se convirtió en una luna de vinagre desde el instante que Rosie recibió la llamada de una de las enfermeras de Aarón. Llamaron para confirmar si la visita de Annabelle Green era aprobada para el paciente. Inmediatamente reaccioné, aunque lamentaba la forma en la que perdí el control de todo.

—No tenía que haberle dicho lo que dije. Hubieras visto su rostro, estaba devastada y lastimada.

Rosie dio un largo suspiro, abrazándose a sí misma mientras trataba de envolver su suéter sobre sus hombros. No lo había notado antes pero ella seguía en bata y con el cabello adorablemente revuelto.

—¿Tampoco pudiste dormir? —pregunté observándola.

Ella sonrió y negó con la cabeza.

—Mia no ha regresado todavía —dijo encogiéndose. Mia era su hermana mayor y antigua novia de Key.

Sí, Rosie estaba embarazada de Key aún cuando Mia fue el amor de su vida durante años.

—Lo cierto, Adam —habló ella, rompiendo el silencio—. Anna debió consultar contigo primero antes de arrebatadamente presentarse ante tu hermano. Lamento decírtelo pero ella parece que quiere esconderte todo, y eso duele porque sinceramente me pareció una buena persona. No sé si es el embarazo que alborota sus hormonas pero sigo pensando que sobreactuó este asunto.

Resoplé. Rosie no tenía idea de lo mucho que Anna y yo empezamos a ocultarnos cosas.

—Es mi culpa también. Las mentiras nos alejaron a ambos.

—Pues es hora de empezar a decir la verdad. De nuevo te digo, no creo que ella debió de reaccionar de esa forma. Tu solo querías saber y tenías todo el derecho a preguntar. Eso no significa que ames menos a ese bebé; significa que aunque no fuera tuyo siempre le darías tu amor y respaldo.

Su mano encontró de nuevo mi hombro y apretó con fuerza una segunda vez.

Ella tenía razón. Anna no tenía por qué reaccionar de esa forma.

Hablaría con ella dentro de unas horas y seguiríamos con nuestra luna de miel ahora que se sentía mejor y ya no seguía vomitando.

Todo estaría bien.

—Ahora duerme un poco más —ella se acercó hasta sentarse a mi lado, poniendo su cabeza en mi hombro y envolviendo una de sus manos sobre mi estómago—. Te ves cansado y patético.

Traté de sonreír un poco pero los músculos de mi cara no ayudaron en nada. Ellos estaban en huelga y al parecer se negaban a sonreírle a nadie más que no fuera Anna.

Pero estaba a punto de compensarlos en unas horas. Claro que lo haría.





///////


Mi intensión de haber pasado la noche en el hotel era para dormir con tranquilidad antes de marcharme, pero con lo que no conté fue con las pesadillas y el llanto que no me dejaron en ningún momento de la madrugada. Ahora, a plenas diez de la mañana me encontraba cansada, malhumorada y con hambre, sentada en un comedor a menos de veinte minutos del hotel.

El fastidioso taxista se negó a llevarme más lejos cuando se enteró, de mi propia boca, que había olvidado mi billetera en la mesita a la par de la cama y que me negaba a regresar por ella porque, a esas alturas, Adam ya se habría enterado que había escapado.

Llevaba más de dos horas sentada en la misma silla, frente a la misma mesa con mantel cuadriculado y cerca de las mismas camareras que se arreglaban sus sostenes de coco y subían sus faldas fabricadas con una tela tan transparente que enseñaban más allá de sus piernas, como si los lujuriosos comensales necesitaran ver más pechos de los que ellas ya exhibían con su atrevido atuendo.

Moría de hambre pero no me atreví a pedir nada muy costoso porque apenas y tenía lo suficiente para una botella de agua tamaño miniatura y una barrita de arroz con jengibre (“especialidad de la casa”).

Me dolía la espalda y todavía seguía sumamente herida al recordar cada palabra de Adam, preguntándome dónde estaba aquel chico que en sus votos matrimoniales había prometido cuidarme y protegerme.

Lo quería de vuelta. No, lo necesitaba de vuelta conmigo.

Mis ojos se estaban cerrando y sabía que tenía la boca ligeramente abierta pero no podía hacer nada que no fuera concentrarme en no caer dormida de la silla. Hasta que de repente, y de manera sorpresiva, alguien depositó un trozo de pastel de chocolate en mi mesa.

Abrí mis ojos, instantáneamente alerta y despierta. Una mano tocó mi espalda mientras se inclinaba para susurrarme.

—¿Desearías algo más?

El dueño de la voz, gracias al cielo, no era Adam. Pero al igual que él, se trataba de un chico.

Mis ojos se movieron al pastel frente a mí; olía delicioso y tenía un relleno de chocolate puro que se derretía por los costados del abundante trozo. Fruncí el ceño.

—Lo siento, yo no ordené eso.

—Lo sé —dijo el chico a mis espaldas, todavía no le había visto el rostro—. Me tomé el atrevimiento de prepararte una rebanada cuando vi cómo casi vomitabas la barrita de arroz.

Señaló con la mano la barrita en cuestión y se rió con cierta familiaridad. Entonces giré el rostro para verlo claramente y me sorprendió encontrarme con unos ojos azules como el cielo. El chico tenía cabello marrón, nariz ligeramente rota y un piercing atravesando su ceja izquierda. Era apuesto, o al menos lo era entre los estándares del gusto popular. Usaba un uniforme de camisa abotonada blanca y pantalón de tela negro que marcaba unas potentes y musculosas piernas de deportista; obviamente trabajaba en el local ya que llevaba el logo impreso del restaurante en el costado de su camisa.

—Lo siento —volví a repetir, tragando saliva cuando observé una vez más el delicioso trozo de manjar en la mesa—, pero yo no puedo pagarlo.

—La casa invita —sonrió ampliamente.

Yo negué con la cabeza, alejando el pastel.

—No estoy segura de que deba.

—Oh, vamos —tomó la silla vacía frente a mí y le dio la vuelta para sentarse al revés, de manera que sus codos se apoyaran en el respaldar—, sé que quieres devorarlo. Además es gratis, no te cobraré nada por él.

Miré a mi alrededor en busca de alguna mesera que me mirara recriminatoriamente, pero ninguna observaba nuestra mesa, prestaban más atención al grupo de hombres que preferían desnudarlas con la vista a plena hora del desayuno.

—¿Estás seguro que tu jefe no te regañará? —pregunté ya con la cuchara en mano, acercando el platillo que despedía olor a chocolate y pan casero.

—Estoy seguro ya que el jefe es mi mejor amigo, somos socios. Además yo soy el chef, así que si dice algo, simplemente me pongo en huelga y la cena de hoy la dejaría en manos de “Las Cuatro Fantásticas” que no saben ni freír un huevo —señaló a las cuatro camareras que se dividían por todo el lugar, retocando sus labios con más lápiz labial y ajustando sus sostenes de cocos.

—Bien —murmuré—. Me lo comeré.

No esperé a escuchar su respuesta cuando ya estaba engullendo el pastel casi con los dedos.

—¿Tú lo hiciste? —pregunté con la boca llena, el trozo era celestialmente sabroso.

—Sí, es una de mis especialidades.

—Está delicioso.

Tragué con fuerza y continué con la labor. Mientras comía la mitad, noté a la olvidada barrita de arroz aún sin tocar en el plato.

—Lamento lo del otro platillo —me disculpé—, las barras de arroz no son lo mío. Pero definitivamente tienen buen sabor.

—Yo sé que me estás mintiendo —bromeó—, esas barras son horribles. Fueron un experimento mal hecho que se quedaron simplemente porque de vez en cuando, cada luna llena, atraen a hermosas jovencitas de ojos… —se acercó a mi cara para ver mejor mis ojos, al parecer— grises.

—Claro, y seguro ese comentario te hubiera funcionado de no ser por este pequeño detalle —señalé mi redondeado vientre.

Esperé ver la sorpresa cruzando su rostro, pero en cambio se rió y negó con la cabeza, como si lo hubiera subestimado o como si ya se hubiera percatado de mi embarazo desde el momento en que entré al local.

—Sí —habló con una sonrisa en los labios—, ya lo había notado. Es algo bastante pequeño a tomar en cuenta pero aún así logré verlo bien. También logré ver ese otro pequeñísimo detalle.

Señaló el dedo donde mantenía mi anillo de bodas.

Hice una mueca cuando recordé el por qué me encontraba comiendo sola en primer lugar: Adam.

Sonreí sin enseñar mis dientes llenos de chocolate y asentí con la cabeza.

—Se supone que estoy en mi luna de miel —comenté con cierto rencor.

—¿Y dónde está el novio y, supongo, padre de tu hijo?

Resoplé.

—Está con la señorita “trasero frondoso y pelo color más amarillo que el sol”.

—¿Auch?

—Así es.

—Pues sí que se lo pierde en grande. Comes muy divertido, incluso haces agradables sonidos de gatito cuando tragas.

Me sonrojé un poco y disminuí la velocidad con la que consumía el pastel.

—No, por favor, continúa. Es agradable —dijo él cuando vio que me detuve.

—Lamento mis modales, en verdad, pero es que a veces mi estómago se desenfrena y la única manera de apaciguarlo es con comida, en muchas cantidades.

—Entiendo, no te preocupes. ¿Quieres algo de beber? ¿Qué tal una soda? La casa invita, claro.

—De acuerdo —respondí con cierta confusión.

—Por cierto, no nos hemos presentado. Soy Diego —extendió su mano para que la tomara—, veintidós años, Sagitario y fanático de los sándwiches de helado.

Se levantó de la silla y se movió hacia la barra de pedidos, de donde sacó dos sodas de uva en lata y luego regresó a su asiento y me entregó el refresco.

—Soy Anna. Diecinueve años, embarazada, de luna de miel y muy, muy enojada con mi esposo —dije.

—Ya veo. ¿Estás escondiéndote?

—Más bien estoy huyendo. Pero no se puede considerar huir a olvidarte de tu dinero en efectivo y esperar, en secreto, que tu esposo entre por esa puerta y llore pidiendo perdón de rodillas, con los pantalones rasgados y la mirada desesperada por no haberme visto esta mañana… ¿y lo peor? Estar dispuesta a dejar toda la ira si él me dice cuánto lamenta ser un imbécil al que le gusta romperme el corazón en millones de pedacitos y de astillas. Y es triste esperar eso porque ni siquiera me ha llamado, y lo sé porque no me he despegado del teléfono.

Respiré hondo después de ese largo discurso y pude notar que mis ojos se empañaban levemente con las lágrimas no derramadas.

Diego se quedó callado por un momento, inclinando la cabeza como si estuviera procesando la información. Finalmente asintió y me sonrió con la misma facilidad de antes. Había algo realmente familiar en él pero no lograba saber qué.

—Te entiendo —dijo asintiendo con la cabeza—, el amor puede ser idiota algunas veces. Me ha sucedido más de lo que me gustaría en realidad. ¿Puedo preguntar por qué los pantalones rasgados?

Tragué el nudo en mi garganta y forcé a mi voz a tranquilizarse.

—Porque así sabré lo miserable que se sintió sin mí.

—Umm… ya puedo imaginarlo. Y dime, ¿estás segura con eso de escapar? ¿Tanto quieres huir de él?

—Si me hubieras preguntado hace unas horas te hubiera dicho que jamás hablaría de nuevo con él, ni aunque lo estuvieran violando siete enanos y un unicornio salvaje y yo fuera su única ayuda en todo el mundo —hice una pausa cuando escuché la risa disimulada de Diego—. Ahora lo veo inútil, mi resolución se vino al suelo, sigo sin querer mirarlo a la cara de nuevo pero sufro si de igual forma no lo tengo. Al menos quiero estar enojada por hoy... o por el resto del año. Él dijo cosas muy feas y creyó la palabra de una zorra carismática antes de creer en la mía, no puedo dejar pasar eso así de fácil.

Y ahora que lo pensaba, Adam no me había dicho cómo era que la tipa de dos cabezas sabía que yo quería visitar a su hermano.

—Como dice mi abuela —la voz de Diego me sacó de mis cavilaciones—: la forma más fácil para desenredar un nudo es cortándolo de raíz. Sería bueno que hablaras con él.

Negué frenéticamente con la cabeza, dándole un sorbo a mi bebida de uva, viendo al chico de ojos azules hacer lo mismo con su soda.

—Lo nuestro va más allá de una simple charla —no sabía por qué le contaba a un perfecto extraño mis problemas pero sentía la necesidad de hablar con alguien, desahogarme con quien sea.

—Lamento escuchar eso. Pero soy de los que piensan que todas las cosas tienen reparo; más cuando se trata de una relación.

—Esta vez no estoy tan segura de eso —murmuré, dejando el pastel sin terminar, mi estómago sufriendo falta de apetito repentino—. Pero no hablemos más de eso, ¿sí?

Diego asintió con la cabeza.

—De acuerdo, prometo cambiar de tema —él imitó poner un zipper en su boca y se puso de pie—. Bien, por más que me guste pasar el tiempo contigo tengo clientes que atender. Espero nunca ganarme tu enemistad como para que desees que siete unicornios y un enano (o era al revés) quisieran abusar de mí. Este lugar puede ser tu escondite hasta las siete de la noche; eres bienvenida de pedir lo que desees, va por mi cuenta.

—Gracias... por todo. ¿Por qué eres tan amable conmigo?

—Porque veo que lo necesitas. ¿A quién no le gusta un poco de compañía y un trozo de pastel cuando más solo y deprimido se siente? —se encogió de hombros—. Ahora si me disculpas, tengo que regresar a la cocina.

Hizo una exagerada reverencia y luego se retiró mientras yo todavía me devanaba los sesos por pensar en si conocía o no al chico porque su cara no dejaba de hacérseme familiar.



Pasar toda la mañana en un restaurante era mortalmente aburrido. Como teníamos la orilla de la playa a una corta distancia decidí abandonar el lugar seguro de mi silla y caminar por donde las olas golpearan los dedos de mis pies.

Casi al instante de haber caminado por la arena, un calambre hizo que me tambaleara y tuviera que sujetarme el estómago. Este todavía seguía resentido por la gripe que me plantó en cama por tres días, tenía que tomarme las cosas con calma.

Tal vez lo más sensato de hacer era regresar al hotel pero no me veía tentada de escuchar a Adam decir que su gran amiga Rosie me acusaba ahora de cualquier estupidez que a la tipa se le viniera en gana.

Odiaba esta situación, la detestaba.

Tampoco sabía por qué no me iba directamente a casa de mi madre a refugiarme en sus brazos llenos de múltiples pulseras baratas y su famoso té de chocolate blanco que de alguna forma lograba alegrar mis días, o su actitud de "ya superé por completo dedicarme a leer la fortuna de la gente pero secretamente todavía acepto clientes".

Ufff, pero seguro también tendría que contarle la verdad a mamá, y decírselo a ella implicaba decírselo también a mi padre y eso sería motivo de tercera guerra mundial.

Tenía tantas ganas de llorar al pensar lo que haría una vez llegara a casa, pero desde el momento en que Adam pronunció las palabras más hirientes que me había dicho nunca, la decisión fue tomada. Iba a separarme de él antes que termináramos haciéndonos más daño. O al menos creía que eso era lo mejor para los dos. No quería ni imaginarme la cara de la pequeña Nicole cuando se enterara. Me miraría de una forma miserable por haberle roto el corazón a toda la familia.

Ese fue uno de mis últimos pensamientos antes de que otro calambre sacudiera mi sensible estómago y me hiciera vomitar sobre la arena, todavía preocupada.





////////


Me.quedé.jodidamente.dormido.

Eran más de las once de la mañana y mi mejilla seguía pegada al borde del sofá de la sala. Si no hubiera sido por los quejidos y los gritos de alguien en la habitación de al lado, jamás me hubiera despertado.

Parpadeé varias veces hasta que los gritos aumentaron e hicieron que mi mente nublada se peleara con el sueño.

Anna. Tenía que buscarla. Ella debía estar gritando.

Entonces lo entendí mucho antes de ponerme de pie: no era Anna la que gritaba, era Rosie. Los gritos aumentaron junto con los jadeos ahogados de ella pidiendo ayuda.

Mierda. Mierda.

Me desperté por completo y corrí a su habitación. Ella se encontraba encorvada en la cama, con las sábanas enredadas en sus puños.

—¡Adam! —chilló al verme. Su frente estaba llena de sudor y jadeaba bastante. Era definitivamente lo que yo creía que era, esto me lo habían enseñado en las extrañas clases prenatales a las que fui con Anna.

Mierda. Rosie estaba teniendo contracciones; era muy probable que estuviera a punto de dar a luz.

Corrí a su lado y me agaché para estar a su altura encorvada.

—¿Rosie? ¿Qué hago? ¿Quieres que te lleve al hospital o llame a emergencias?

Ella negó rápidamente con la cabeza.

—Estoy bien, lo juuuu... ¡Ahh! —cerró los ojos y se sujetó el estómago con fuerza mientras alargaba la última palabra en esa oración. Su piel se enrojeció por el dolor, provocando que lágrimas se escaparan de sus ojos—. De acuerdo, hospital, ahora. Llévame.

—¿Dónde están tus cosas?

Ella señaló una maleta roja ubicada sobre un mueble y corrí a buscarla.

Traté de hacer que se levantara muy despacio de la cama pero apenas y podía moverse. Llevé mis manos detrás de sus rodillas y con poco esfuerzo ya la tenía entre mis brazos, levantándola para trasladarnos hacia el hospital.

De alguna forma pude llegar con ella hasta el elevador y luego al lobby en donde causé gran revuelo entre los empleados y clientes del hotel. Uno de ellos me ayudó a cuidar de Rosie mientras yo hacía una parada rápida en la recepción para comprobar mi teléfono y llamar a Anna y no preocuparla cuando no me viera en la habitación.

Precisamente lo tenía descargado. El inútil teléfono se descargó. ¡Mierda!

Corrí hacia el tipo que parecía gerente detrás del mueble de recepción y le lancé mi teléfono, resbalando de mi mano a su hombro. El apenas y pudo atraparlo antes que cayera al suelo.

—¡Por favor póngalo a cargar y llame a la habitación 613. Dígale a mi esposa que tuve que irme al hospital!

El hombre al que prácticamente le grité el mensaje se encontraba muy confundido, dividiendo su atención entre los gritos de Rosie que aún seguía en mi espera, y entre escuchar lo que le decía.

—¿Habitación 613? ¿La otra chica embarazada? —preguntó después de unos segundos.

Asentí con la cabeza y me incliné más cerca del mostrador para darle énfasis a mis palabras.

—¡Llámela inmediatamente! Dígale que se quede tranquila que yo ya vuelvo. Mi celular se descargó, vengo por él luego.

—Pero señor, la señorita se fu...

—Estaré probablemente en el hospital más cercano —comencé a caminar lejos del sujeto, ignorando cualquier cosa que decía. No tenía mucho tiempo para eso—, no se olvide decirle.

Corrí hacia el estacionamiento donde un par de hombres me ayudaron a acomodar a Rosie en el asiento trasero de mi auto; con eso me dediqué a intentar poner la llave correctamente antes de arrancar e irnos.

Podía escuchar a Rosie suspirando y dando leves patadas al asiento mientras yo intentaba asegurarme que todo estaba en su lugar.

Uno de los hombres que me ayudó se ofreció a acompañarme pero lo despaché con un simple gracias y un gesto de mano.

Arranqué sin mirar atrás.

—Tranquila —dije, respirando en fuertes jadeos que igualaban los de mi amiga—. A Anna le decían que respirara mucho en sus clases prenatales, creo que deberías hacerlo.

Rosie rechinó los dientes audiblemente.

—Yo asistí a la misma clase con ella —gruñó mientras atacaba el asiento a su lado con fuertes puños—. Respirar es una basura. Intenta respirar cuando logres sacar de tus testículos a un elefante bebé, luego hablamos de respiraciones.

Wow, ¿Anna se pondría igual de agresiva cuando estuviera en labor de parto? A estas alturas tendría que recubrir los asientos con material amortiguador de golpes.

Rosie pateó una vez más el asiento frente a ella y gimió con violencia.

—Casi lo olvido. Hay que llamar a Key para avisarle, ¿tienes tu teléfono? —pregunté. Sinceramente yo no sabía manejar esta situación. Me sentía fuera de mi elemento.

—No sé si lo traje, creo que lo dejé en mi mesita de noche.

Volvió a gritar, y luego, milagrosamente, se calló.

—Dios, eso fue feo —sonrió más tranquila—. Pero ya pasó… seguro no es nada…

Se quedó con la palabra en la boca cuando sus ojos se ampliaron de repente y pude ver por el retrovisor que ella miraba mucho entre sus piernas.

—Eh… —finalmente habló—. Definitivamente pagaré por esto, no te preocupes.

—¿Pagarás por qué?

—Por la limpieza de tu auto. Es que acabo de romper fuentes. Ensucié un poco el asiento…

Antes de que pudiera procesar lo que acababa de decirme, sus gritos estaban volviendo, y vaya si volvieron con más fuerza que antes.

—Muy posiblemente también tenga que pagar por esto —dijo ella en medio de los gritos y el llanto. Levantó un pedazo de lo que parecía… ¿Era eso la tapicería del asiento? Sí, lo era.

Increíble. Destruyó el asiento.

Wow… simplemente wow.

Después de eso conduje como poseso; no me detuve hasta que estuvimos justo afuera del hospital y recibí ayuda por parte de dos enfermeros.

Antes que se llevaran a Rosie en una silla de rueda, ella extendió su mano y tomó un puñado de mi camiseta.

—Sé que te parecerá una locura pero de verdad necesito esto —ella se empujó hacia arriba, hasta que su rostro quedó a la misma altura que el mío y de pronto sus labios estaba chocando contra mis labios. Me tomó del cuello de la camisa y profundizó el beso hasta que se cansó de permanecer levantada y me arrastró en el beso aun cuando ella tomó asiento.

Finalmente me soltó y me miró con ternura.

—Emilia tenía buenos gustos —murmuró cerca de mi boca—.Ya sabes, éramos hermanas y eso… totalmente te aprobaría en estos momentos.

Mi mandíbula se tensó al oír eso.

—Ella y tú probablemente estuvieran casados ahora. No estoy diciendo que Anna sea una mala persona, pero Emilia hubiera entendido por lo que estuvieras pasando. Sabes que ella era prácticamente una santa.

Torcí el gesto, dando una señal imperceptible a los enfermeros para que se la llevaran. Aunque Rosie volvió a tomar un puñado de mi camiseta para impedir que fueran más lejos.

—Por favor, solo te pido una cosa más antes de dejar que me lleven —tocó involuntariamente su estómago cuando otra contracción la atacó—. Bésame una última vez. Te lo suplico.

Y como siempre me sucedía cuando la miraba, pude ver a Emilia en ella, a esa pequeña que murió siendo demasiado joven. No podía decirle que no. Mi culpabilidad no me dejaba.

Entonces la besé, y luego otra vez hasta que finalmente me separé para dejarla avanzar, viendo cómo su pelo rubio ondeaba con el viento y escuchando sus leves quejidos de dolor.

Me sentía un imbécil.





//////


—De verdad lamento todo esto —dije realmente apenada con Diego. Su mano se envolvía entre las mías mientras me guiaba hacia el asiento trasero de su vehículo.

—No tienes por qué sentirte avergonzada. ¿Te sientes mejor? De igual forma te dije que conocía a alguien que tenía mucha experiencia en situaciones similares a esta.

Mi rostro debió ponerse pálido porque el chico se detuvo abruptamente y me examinó con detenimiento.

—¿Te duele demasiado?

Asentí con la cabeza mientras me sujetaba el estómago. Era otro calambre.

Cada uno era más fuerte que el anterior. Dolía con D mayúscula.

Había tenido que pedirle ayuda a Diego cuando uno de ellos se volvió demasiado como para soportar. Él inmediatamente buscó un reemplazo y me subió a su auto aparcado en las afueras del restaurante.

—Vamos —continuó tirando de mi mano, ayudándome a subir finalmente al auto—. Mi abuela es experta en partos. Al menos ella asegura serlo.

Esperaba que fuera cierto y no se estuviera aprovechando para llevarme a otro lado. Adam me había dejado traumada con las historias que me contaba sobre los ladrones de bebés o ladrones de órganos que se pusieron muy de moda en los noticieros.

Sacudí la cabeza, Diego se miraba realmente confiable.

—Bien —murmuré de mala gana cuando otro dolor me siguió. No quería alarmarme pero definitivamente podía sentir líquido deslizándose entre mis piernas.

Pero era imposible. Yo ni siquiera tenía los siete meses sino hasta dentro de una semana. No era el tiempo todavía para que nacieran los bebés.

—Estás muy pálida —dijo Diego con voz preocupada. Llevó el teléfono a su oreja y continuó marcando a quien sea el que llamara—. No contesta… Esto es malo. Eres la chica de Adam, ¿verdad?

Asentí distraídamente, asustada por querer saber de dónde se suponía que lo conocía.

Junté mis rodillas mientras me mordía el labio, intentando superar el dolor pero me costaba cada vez más.

—¿Lo conoces? —murmuré adolorida—. ¿Cómo?

Pude ver sus cejas elevarse mientras nos sacaba del estacionamiento y empezaba a recorrer las calles.

—¿No me recuerdas? Pensé que te ibas a acordar. Yo estuve esa noche en tu despedida de soltera, conozco a tu esposo por la pelea dura que nos dio. Yo era uno de los strippers.

Condujo aún más rápido, saltándose varias señales en rojo hasta que al fin pareció relajarse cuando nos detuvimos frente a una casa de dos plantas, ladrillos rojos, vigas expuestas y un césped abundante al frente.

—Llegamos —anunció.

Grandioso. En compañía de un stripper que sabía de alguna forma el número de Adam, en una casa desconocida, con un dolor del infierno quemando en mi vientre.

Perfecto.

Bajé la vista cuando el mismo dolor agudo y la misma sensación de líquido entre mis piernas me hicieron observar hacia ese lugar en particular. Chillé un poco cuando noté que la tela de mi ropa se encontraba manchada con una ligera línea de sangre.

Me paralicé por completo, entrando en pánico.

Esto no era bueno. Nada bueno.

No quería admitirlo pero necesitaba a Adam a mi lado. ¿Dónde estaba él?
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Published on December 15, 2014 16:22

November 25, 2014

Un corto mensaje


Siempre informo en mis redes sociales el día que habrá capítulo y les aviso cuando no puedo publicar por X o Y motivo. Se los digo para que no desesperen tanto.

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Published on November 25, 2014 18:57

October 13, 2014

POAW - capítulo 16 - Parte 2

Capítulo 16 - Parte II


—Tal vez yo… ¿debería irme? —dijo la rubia, terminando la frase con una pregunta—. Esta es una discusión de pareja y no tengo por qué entrom…
—¡No! —gritó Adam—, quédate. Al parecer ahora somos una pareja de secretos. Tal vez sea hora que esos secretos salgan y se divulguen a los cuatro vientos.
—Pero es que yo no quise… que ocurriera esto —sus ojos buscaron los míos por primera vez desde que puse un pie en la habitación, lucía avergonzada y parecía que trataba de encogerse o esconderse.
—¿Podrías al menos decirme qué fue lo que pasó? —le susurré a Adam—. No entiendo qué es lo que sabes y te hace pensar que te odio como para no decírtelo.
Él apretó sus dientes y pude ver cómo tensó su mandíbula.
—Ahora no, Anna. Simplemente… descansa por los momentos.
Fruncí el ceño y me aparté justo cuando él intentaba tomar mi brazo para dirigirme a la cama.
—¿Por qué sigue usando tu camisa? —estallé de rabia—. ¿Qué te dijo para que te pusieras de esta manera?
—¿Qué me dijo? —repitió él, su voz sonando contenida y profunda—. Me dijo la verdad.
—¿La verdad de qué? ¿Qué hice? 
—Eh… ¿chicos? —interrumpió Rosie—, ¿será que pueden hablar de esto más tarde? De verdad que no fue mi intensión. Ah, y lo de la camiseta de Adam es porque no me quedaba ninguno de tus vestidos, soy un poco más ancha de los brazos.
—Para eso es que existen los vestidos sin mangas —la fulminé con la mirada.
Intenté sostener la toalla, haciendo un gran esfuerzo para no perder el control y salir corriendo lo más lejos posible de este Adam que no se parecía en nada con el que me casé.
—Necesitas dormir primero —me regañó el susodicho—. Todavía tienes fiebre y, enojado o no, no soy tan animal como para discutir en estas condiciones.
—¿Qué condiciones si tu no me estás diciendo nada?
—Hablaremos más tarde, Anna. Ahora déjame escoltar a Rosie a su habitación. Cámbiate, ponte algo abrigado y luego paso para hablar a solas.
Suspiró audiblemente y se llevó una mano por toda la cara, como para sacarse la preocupación, y luego me miró fijamente.
—Espero que todo esto haya sido un simple malentendido —amenazó. Nunca lo había escuchado tan enfadado.
Sin dejar de mirarme se acercó a la puerta de la habitación y dejó que Rosie pasara primero. Cerró con fuerza, casi dando un portazo.
Temblando me senté en la orilla de la cama, con mi cabello aún húmedo y mi fiebre en aumento.
Vaya luna de miel la que pasábamos. No me quería imaginar lo que sucedería si nos seguíamos quedando junto a la rubia que aparentaba ser inocente pero en realidad era peor que un lobo que asechaba sigilosamente.
Mi estómago se agitó repentinamente, sintiendo el malestar que me tendría vomitando en aproximadamente unas horas si no tomaba reposo y lograba tranquilizar mis nervios.


Pasada una media hora­ Adam entró por la puerta; si era posible estaba más enojado que antes. Mis nervios aumentaron con terror.
—¿Podrás explicarme qué sucede ahora? Estoy confundida —dije con una voz neutral.
Él me observó de pies a cabeza, desde mi cabello mojado, pasando por mi vestido con estampado florar hasta las rodillas, y mis pies descalzos.
Mis ojos se pusieron húmedos con solo mirar su postura tan tensa, recordando la vez que me pidió que me fuera de su departamento porque ya no me quería cerca. Se sentía como si volviera a repetirse en cualquier momento.
—¿Entonces? —presioné un poco más.
—Lo siento Anna, pero estoy tan enojado contigo que justo ahora no deseo verte. Dormiré en otra habitación y mañana saldré con Rosie; al menos ella sí trata de actuar con sinceridad.
Las lágrimas en mis ojos se salieron de control y no las pude contener.
—No hagas esto —supliqué—. No fue mi intensión ocultarte las cosas…
—Por favor, ahora no, Annabelle. No empeores esto y sólo deja que entre algo de aire en mi cabeza mientras decido si casarnos de verdad valió la pena.
—¿Si de verdad valió la pena casarte conmigo? ¿Estás escuchándote?
Solté un sollozo horrible desde el fondo de mi garganta.
Él hizo una mueca, como si no pudiera creer lo que acababa de decir.
—Yo…
—Oh, no. Ahora ya no puedes retractarte de tus palabras —lo acusé. Mis ojos húmedos por las lágrimas y voz ronca.
—¡Bien! ¿Quieres saber qué me molesta? —explotó en un arranque de ira.
—Pues ya es hora de que alguno de los dos hable de una vez por todas. ¿Tan malo fue lo que hice como para que quisieras reconsiderar nuestra boda?
—No quise decirlo de esa forma.
—¿Y de qué forma se puede decir algo como eso? Deberías pensarlo mejor antes de soltar cosas que hieran a propósito.
Él lucía arrepentido mientras miraba las grandes gotas de lágrimas bajar por mis mejillas.
—¿Es verdad que tenías una cita la próxima semana para ver a mi hermano? —preguntó finalmente con voz ansiosa.
Me tensé de inmediato y tuve que sujetarme el estómago para no vomitar todo ahí mismo, del alivio. Pensé que él sabría sobre las gemelas y mi estúpida decisión de no decirle nada, decisión que me estaba comiendo viva.
—¿Eso te dijo ella? ¿Cómo supo eso?
—Responde, Anna. No quiebres mi paciencia. ¿Es verdad?
Asentí con la cabeza.
—Es cierto. No es ningún delito, además tuve que escuchar por boca de tu abuela la noticia de que él en realidad no estaba muerto.
—¡Por supuesto que ella está metida en esto! —reflexionó más para sí mismo—. Pero claro, te contó todo. Y tú ignoras el hecho de que no te lo dije por una justa razón. Sabía que me harías llevarte a conocerlo, por eso te mentí, porque me imaginé que sucedería exactamente esto.
—No tiene nada de malo. Él ni siquiera iba a acercarse a mí, tendría a la abuela Gertrude, a los asistentes de la clínica, a…
—No sigas diciendo más, por favor. Detente.
—Pero… 
—Solo estás empeorando la situación.
—¿Qué te dijo Rosie? ¿Por qué te enojas tanto con algo de lo que tú mantenías en secreto en primer lugar?
—Porque eso no fue lo único que me contó.
—¿Hay más? ¿Podrías hablar conmigo, escucharme al menos por una vez? Sería agradable que quisieras saber mi opinión antes de juzgar por lo que te diga tu gran amiga del alma. ¿Cómo sabes siquiera que ella es de buen corazón? ¿Cómo estás tan seguro de que Key es el padre del bebé que carga en su vientre?
—Basta de acusaciones. ¡Ella es una gran persona! El hecho de que estés celosa no significa que me tengas que ocultar las cosas que me ocultaste.
—¡No son celos! —tal vez un poco—. ¿Le crees más a ella que a mí, tu esposa?
Él se quedó en silencio, con los brazos cruzados y sin revelar otro sentimiento más que el enojo. Se dio la vuelta y caminó hacia el armario empotrado en la pared, sacando una toalla de un estante alto.
Se acercó hacia mí y se quedó unos pasos alejado. Me tendió la toalla y empezó a secar mi cabello.
—¿Qué estás haciendo? —me aparté dándole un manotazo en el hombro.
—Te puedes resfriar.
Me aparté un vez más cuando hizo un segundo intento con la toalla.
—Sí, lo admito, quise conocer a tu hermano. Sentía curiosidad, pero es más que eso —hablé cuando finalmente se rindió con mi pelo mojado.
—¿Qué más puede ser? ¿Por qué querría una mujer embarazada conocer a un psicópata que no está bien del cerebro, que mató a su esposa e intentó también matar a su propia hija? Es porque dudas de mi palabra, todavía dudas de si lo que digo es verdad, ¿no es cierto?
Si lo ponía de esa forma sonaba escandaloso y feo.
Agaché la cabeza, sintiéndome tonta por un momento.
—No es eso… Yo lo siento —dije finalmente—. Pero me duele que la palabra de ella pese más que la mía.
—Y a mí me duele que mi palabra entre por un oído y salga por el otro, me duele que sea descartada.
Touché.
No podía verlo a la cara ahora que él sonaba más tranquilo y menos déspota como hace unos momentos atrás pero todavía no olvidaba sus palabras: “dormiré en otra habitación… decido si casarnos debió valer la pena… no deseo verte”.
Él se agachó para estar al mismo nivel de mis ojos y me tomó de la mano.
—Ahora entiendes parte de mi enojo. Lamento sonar de esta manera tan dura pero no entiendes lo difícil que es para mí saber que estuviste a punto de entrar en un lugar peligroso con una persona peligrosa.
—¿Y la otra parte?
Adam abrió la boca pero la cerró al instante.
—¿Cuál otra parte?
—Dijiste que ahora entiendo parte de tu enojo. ¿Cuál es la otra parte que no estoy entendiendo?
—La otra parte es la que más me enoja. Solo espero que me lo digas con sinceridad y que no te molestes por esto.
Mis nervios volvieron al ataque y las palmas de mis manos se pusieron sudorosas al instante.
—Anna… ¿Soy yo el padre de esa bebé que esperas?
Abrí y cerré la boca al menos unas veinte veces antes de atragantarme con mi propia saliva.
—¿Qué? —pregunté en estado atónito.
—Rosie no lo hizo con mala intención pero… yo le conté lo que pasó esa noche, con Mason y Marie…
—Detente —finalmente encontré mi voz para hablar en más de una palabra—. Es suficiente. Sé de qué hablas y no puedo creer que me estés preguntando esto.
—Sé que puede sonar una locura pero ella me dijo…
—No me interesa lo que te haya dicho. No puedo entender cómo es que se te pasó por la cabeza preguntarme algo como eso. ¿Ahora dudas que eres el padre?
—Yo no he dudado; es que Rosie me preguntó si no existía la pequeña posibilidad de que hayas entrado en shock y hubieras suprimido el evento traumático y…
—Por favor detente. No sigas —las lágrimas se reunieron una vez más por mis ojos, sollocé en silencio—. ¿Crees que Mason es el papá?
—Yo, a diferencia de lo que puedas pensar, no salto a conclusiones apresuradas. Nunca dije nada parecido.
—¿Me preguntaste si eras el papá? Además, ¿por qué tenías que contarle a ella sobre esa situación vergonzosa?
—Tú tienes a las chicas: Rita, Shio, Mindy… yo la tengo a ella como amiga.
—No es ni de cerca lo mismo. Mis amigas, a diferencia de la tuya, no quieren cogerme hasta que amanezca como se nota que Rosie quiere hacer contigo. ¡Estás ciego por ella! Y eso me hiere más que todo lo que me has dicho hasta ahora. ¿Qué pasaría si te dijera que este no es tu bebé? ¿Siempre te hubieras querido casar conmigo?
—¡No desvíes el tema! Sabes perfectamente que yo daría hasta mi piel para evitarte cualquier dolor.
—Pues no se nota —lloré—, porque el dolor aquí lo estás causando tú mismo. Respóndeme ahora, ¿siempre te hubieras casado conmigo? Porque sino, todavía estamos a tiempo de separarnos y hacer como si nunca nos hubiéramos visto.
—Me casé contigo porque te quería… porque te quiero, te amo. No digas esa clase de tonterías y no dudes nunca de lo que siento.
—Pero tú si puedes dudar de lo que yo siento, ¿verdad? Tú sí dudas de mí por lo que te dijo la zorra de sonrisa carismática. Dios me perdone si llego al día de mañana sin haberle dejado marcada mi huella en su estúpido rostro a esa “tu amiga”.
—Estás sobre actuando, no es así.
—¿Sobre actuando? —resoplé, poniéndome de pie y sosteniendo mi agitado estómago—. Bien, has de cuenta que Mason me embarazó… o mejor, has de cuenta que fue Mason quien me vio sangrar en nuestra primera relación sexual.
—¡Ya, basta! —gritó, llevándose ambas manos a los oídos, bajándolas rápidamente—. Es suficiente, Anna. No lo dije porque dude de tu palabra o desconfíe de lo que me dijiste pero sé que puede ser traumático y pudo haberse borrado de tu memoria, como esos recuerdos de memoria selectiva. Quería que recordaras muy bien todo, que pensaras en los hechos ocurridos ese día, no es que ame menos a esa bebé… es que quiero matar al hijo de puta si el rumor es cierto.
—¿Rumor? —sequé las lágrimas de mis ojos, con mi corazón latiendo apresurado y mi garganta cerrada en un nudo—. ¿Ahora hay rumores de eso? Seguro Rosie y tú hacen apuestas sobre quién es el verdadero padre, ¿no?
—Claro que no.
—¿Sabes qué? Ya no quiero seguir escuchando nada más. Dijiste que dormirías en otra habitación así que… creo que deberías de hacerlo. Estoy cansada y quiero dormir.
—Lo siento Anna pero, sí, pienso que embarré las cosas con lo que dije aunque…
—Adam, por favor vete. Sal con Rosie o haz lo que quieras, ya no me importa. Tal vez sí fue un error habernos apresurado con la boda y… todo esto —señalé a la habitación entera.
—No digas eso, nena.
—Ahora resulta que soy “nena”. No era tu nena cuando me gritabas enojado y hacías reclamos inútiles.
—No eran inútiles, al menos no el que concierne a mi hermano. Él es peligroso y tú no lo entiendes.
Negué con la cabeza, secando el nuevo lote de lágrimas que no paraban de caer.
—Ahora lo hago. Es un gen que viene de familia; ambos son peligrosos solo que tú lo eres de distinta manera.
—Te dije que era peligroso y estuviste bien con eso.
—Sí, y me advertiste que eras peor que el ébola y no pensé adecuadamente en ese entonces… me doy cuenta ahora que es una enfermedad de las peores.
—Y eso que todavía no has escuchado el resto.
—¿El resto de qué? ¿El resto de mierda que Rosie te dijo en mi contra? Ni siquiera quiero oírlo. En lo que a mi concierne, Rosie debe morir.
—Me dijo cosas interesantes.
—Pues deberías dejar de escucharla. Seguro quiere un padre para su hijo y está tan desesperada que hasta al pobre de Key lo desea entrometer.
—Me enseñó…
—No quiero saberlo —lo detuve—. Por favor, vete ahora.
Ambos nos quedamos en silencio por un momento antes de escuchar un suspiro ruidoso y el arrastrar de unos zapatos por el suelo. La puerta se cerró después de eso y yo me eché a llorar aún más fuerte de lo que ya lo hacía.
Tal vez era mejor de esa forma, él y yo nunca debimos habernos casado con tantas cosas que poníamos primero antes que la relación.
Al día siguiente, sin pensarlo demasiado, tomé mi maleta y escapé del hotel por mi cuenta.
Tomé un taxi, evitando que alguien pudiera reconocerme, y probé a jugar de la manera que Adam había jugado conmigo en el pasado: huyendo cuando las cosas empezaban a ser demasiado pesadas como para soportarlas.
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Published on October 13, 2014 21:31

October 12, 2014

Entrevista... con imagenes. Para pasar el rato

Preguntas a Adam Walker:
1. ¿Es verdad que tu color de cabello natural era rubio pero lo teñiste a negro?
¿Quién dijo eso? Es completamente falso. Todo lo que hay en mi sensual cuerpo es dado directamente de la mano de Dios; todo es natural como la fruta.


2. ¿Cuál es la frase que más utilizabas cuando salías de conquista?
Yo no utilizaba frases. Simplemente dejaba que mi encanto natural las sedujera, y listo.


3. ¿Cuál ha sido tu secreto mejor guardado?
¿Secretos? ¿De qué hablas? Yo soy tan transparente como el papel. ¿Lo ves?


4. Menciona el trabajo más exótico que has hecho





Lavar autos.

5. Frase favorita
Ten por seguro que si te quedas viendo fijamente el trasero de mi mujer voy a patearte hasta que llegues a China, hablando como nenita.



6. ¿Canción Favorita?
Selena Gomez and The S... perdón, esa no. Esta:

Clocks, de Coldplay

7. ¿Deseo más profundo?



Comer sin engordar, beber sin tener un coma de alcohol, ser atlético sin ejercitarse y... la paz mundial.

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Published on October 12, 2014 18:44

Noticias importantes que hay que leer...

Les había prometido, en mi página de facebook (AQUI LO MIRAN), que este fin de semana les postearía la otra parte del capítulo 16... osea hace dos días... u hoy. Peeeeero, se los dejaré hasta mañana porque me surgieron unas cuantas cositas de las que tuve que hacerme cargo este fin de semana (nació mi sobrina y fue una locura en la casa! Tareas y deberes, problemas, lo usual de siempre).

Fue una locura

Cerré el blog porque le quería modificar el diseño, nada más, no hay gran misterio detrás de todo. No intento privatizar el blog ni nada por el estilo. Tampoco pretendo dejar sin terminar mis historias porque eso no va conmigo. Así que espero que no hayan desesperado mucho.

Y muy pronto tendré noticias GRAAANDES para darles. ¿Un adelanto de lo que será? Sobre el PDF de POAW que ya está cerquita. Tengo pensado no pasar de este año para dejarselos completo. Así que si son de los que están a punto de romper la espera del PDF por leer los capítulos, ¡ALTO! falta poco para terminar y para que disfruten de la historia completa. Más adelante daré más información.

Sé que les costará entender por qué me tardo tanto en subir un capítulo, pero desearía que por un día estuvieran en mis zapatos... a veces simplemente no puedo con todo lo que tengo en la cabeza.
Perdonen mi falta de compromiso (como un comentario Anónimo me dijo la semana pasada) con las historias, algún día seré puntual con mis capis, lo juro...


Los quiero mucho, pasen un lindo inicio de semana y... no sean malos conmigo!!
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Published on October 12, 2014 18:18

September 22, 2014

POAW - Capítulo 16 - Parte 1



El capítulo es cortito y la segunda parte se las dejaré en estos días. En Wattpad lo postearé hasta que lo tenga completo!
Gracias por leerme :D


Capítulo 16Rosie debe morir 



Esta era la peor luna de miel de la historia.

Mi marido se encontraba consolando a una mujer que definitivamente no era yo, rodeando con su brazo la cintura de la chica y tratando de hablarle con voz suave en caso de que ella se fuera a desmayar sobre el pavimento.

Llámalo celos, pero me sentía furiosa de ver lo íntimos que lucían ambos. Y tal vez sonará mal pero deseaba que acabara de una vez con el drama y nos dejara continuar con nuestro camino hacia las tortugas. Me hice ilusiones de verlas.

Mientras caminábamos, de la nada, la rubia se retorció incómodamente y dobló el cuerpo.

—¡Ahh! —gritó ella, llevándose una mano a su vientre.

Adam se detuvo en seco y vi cómo entraba en pánico sin saber qué hacer.

—¿Rosie? —preguntó—, ¿qué sucede? ¿Quieres que te lleve al hospital o llame una ambulancia?

Ella negó rápidamente con la cabeza.

—Estoy bien. Todavía no es la fecha de parto. Solo son algunos dolores típicos, no te preocupes, no es nada que requiera atención médica. Llévame con mi hermana y todo estará bien.

Sonrió cansadamente.

Tal vez yo estaba siendo demasiado egoísta con ella porque sinceramente la chica parecía como si no hubiera dormido bien durante semanas. Debería ser más compresiva.

—¿No te ha dolido la espalda últimamente, Ambar? Porque yo estoy que no aguanto —murmuró.

Olvidé lo de ser amable e hice una mueca.

—Es Anna —aclaré de mala gana—. Y sí, tengo que dormir de lado porque sino el bebé patea mucho y mi espalda duele.

—Lo siento —se disculpó—, siempre cambio los nombres. A Adam lo llamé Andrés durante un par de meses hasta que un día se enojó y me dijo que nunca lo volviera a llamar de esa forma.

Ambos, Adam y ella, se echaron a reír.

Yo no lo encontré gracioso. No habían pasado ni cinco minutos cuando le dije mi nombre, y a menos que ella tuviera memoria a corto plazo, pensaría que lo hacía a propósito.

—Pues estos dolores no son precisamente caídos del cielo. Más adelante es —susurró con voz débil.

Resoplé disimuladamente, deseando no volver a encontrarnos con Rosie en lo que quedaba del día… o del viaje.

—¿Qué les parecería almorzar más tarde? —preguntó entonces la rubia.

Me abstuve de rodar los ojos y cerrar la boca para evitar mandarla al carajo, pero para mi sorpresa, Adam negó con la cabeza:

—Lo siento Rosie pero hoy vamos a pasar el día juntos.

—Oh, claro. Cierto, cierto… por un momento olvidé que estaban de luna de miel. ¡Torpe de mí!

Mi mueca se transformó en sonrisa y sentí como si hubiera ganado una pequeña batalla.

Anna: 1, Rosie: 0

—Además —continuó Adam, estirando su brazo libre para tomarme la mano—, le prometí a alguien que veríamos las tortugas y eso es precisamente lo que voy a hacer; aunque la chica en cuestión mintió sobre el tamaño de las mismas.

¡Veríamos las tortugas!

No podía creerlo. Casi me echaba a llorar.

Anna: 2, Rosie: 0

La rubia lucía impresionada. Sus manos aferrándose a la tela de la camisa de Adam, como si no quisiera dejarlo ir nunca.

Apreté con más fuerza la mano de mi marido.

—¿Qué tal una cena? —insistió ella—. Tengo deseos de saber cómo fue su boda. ¿Les gustaría cenar conmigo?

Adam me miró por aprobación… aprobación que definitivamente me rehusaba a dar. Pero de igual forma no fue necesaria porque él ya se encontraba asintiendo en esta ocasión.

—Claro, nos vemos en la cena entonces —respondió por ambos—. Tenemos fotografías, las llevaré.

—¡Excelente! —chilló—. Yo también tengo unas cuantas, de cuando éramos apenas unos críos y jugábamos sobre las ramas de los árboles.

Adam y ella rieron con fuerza, recordando viejos tiempos al parecer.

—¡No me digas que tienes aquellas imágenes de cuando te caíste del árbol!

Rosie asintió entusiasmada.

—Las tengo todas. Hasta la que tomó mamá cuando me diste mi primer beso como disculpa por haberme roto el brazo.

Ella rió y Adam se ruborizó profundamente.

Fruncí el ceño e hice una mueca. ¿Primer beso? ¿Tenía una foto de su primer beso con Adam?

Ahora quería golpearla.

—Oh, espero que eso no te haga sentir incómoda —ella me examinó con sus ojos azules.

Le di mi mejor sonrisa hipócrita y me quedé en silencio el resto del viaje mientras ellos conversaban sobre lo bonito de su niñez y cómo Adam comenzó a darle besos (en los labios) cada vez que ella se astillaba sus dedos gordos o cuando simplemente obtenía un pequeño raspón o le dolía la uña del pie.

Aggg. Me sacaba de quicio.

Justo antes de entrar al hotel y dejarla en el restaurante, ella nos aseguró que ya se encontraba en condiciones para caminar sola el resto del camino e insistió que la dejáramos en la entrada.

Al parecer lucía arrepentida por haber hecho que nos desviáramos de nuestro destino.

Se despidió de Adam con un jugoso beso en la mejilla que le dejó todo el cachete marcado con su lápiz labial rosado, y a mí me hizo un saludo insignificante con la mano.

—Nos vemos esta noche. Por cualquier cosa, tienes mi número —le guiñó un ojo.

La vimos entrar al restaurante y sonreír al camarero, caminó hasta que ya no pudimos distinguirla a lo lejos entre los comensales.

—Así que… —comencé— ¿besos cada vez que se hería? Debiste ser su héroe todos esos años.

—Nena…

Alcé mi mano, callando lo que fuera que saldría de su boca.

—Ni te molestes. Estoy enojada. Iré a ver las tortugas yo sola.

—No deberías sentirte celosa por cosas que ocurrieron hace más de doce años atrás.

—¿Celosa? —resoplé—. Já, yo no estoy celosa. ¿Furiosa? sí.

Miré de forma recelosa hacia su mejilla estampada con lápiz labial y, sin pensarlo demasiado, llevé mi dedo pulgar a mi boca para humedecerlo y luego repasarlo sobre la estúpida marca en un intento por borrarla.

Escuché la risita de Adam justo cuando me tomó de la cintura para evitar que tropezara con las puntas de mis pies.

—Anna, entiende que ella solo me tiene en esos momentos del pasado. Esos recuerdos de cuando éramos niños es todo lo que siempre será entre ella y yo; en cambio tú me tienes para toda la vida. No deberías estar celosa o enojada.

Me rehusé a verlo a los ojos y admitir que me convirtió en papilla con esas palabras. Yo era demasiado fácil de impresionar.

—Pasado o presente, no importa, te dejó marcado con lápiz labial caro. Costará que se borre a menos que ponga más saliva o raspe con fuerza —murmuré con enojo.

—Nena —apartó mi insistente dedo pulgar y luego lo besó y lamió—. Tus labios están marcados permanentemente, no se comparan con esos —levantó su muñeca, mostrando el tatuaje de mis labios—. ¿Lo ves?

Quería decir algo inteligente, pero lo que salió de mi boca fue un: baggsh.

Carraspeé hasta apartarme un poco de él, alisando las arrugas imaginarias de mi vestido.

—Bien. Vamos pronto o perderemos la oportunidad de ir al acuario —dije con voz ronca.

Antes de que pudiera avanzar, Adam me tomó de los hombros y se inclinó para presionar sus labios contra los míos, besándome tiernamente.

—Por algo me tatué lo que me tatué en el dedo —susurró besándome una vez más—. No te quedan bien los celos.

—¿Pero a ti sí?

—A mí me queda bien todo, incluso los celos.

Me guiñó un ojo y me ofreció esa sonrisa seductora que me hacía ver de forma bizca automáticamente.

—Si sigues haciendo eso te vas a arruinar la vista y luego ocuparás lentes —susurró, divertido.

—Tal vez primero deberíamos subir a la habitación —cambié rápidamente de tema.

Las cejas de Adam se elevaron hasta el nacimiento de su cabello.

—¿Ahora? ¿No querías ver a las tortugas? Pensé que había saciado todas tus necesidades esta mañana, pero no me quejo…

Lo golpeé en el hombro.

—¡No es eso! —mis ojos recorrieron en busca de oyentes indiscretos—. Es que tengo toallitas desmaquillantes para quitarte ese feo color de lápiz labial que no te queda bien.

—De acuerdo, de acuerdo. Lo que mi nena quiera.

Asentí y comencé a caminar en dirección a los elevadores en el lobby.

Me tomó de la mano y nos pusimos en marcha juntos.

Mientras esperábamos el ascensor, no aguanté la curiosidad para salir de dudas en cuanto a un tema en particular que moría por conocer:

—Hay algo que quiero saber —murmuré— ¿Quién es el papá del bebé que espera Rosie?

—Mmm…

Adam se quedó callado repentinamente.

—Tú debes saber. ¿Quién es? —insistí.

Y aunque probablemente yo no lo conociera o nunca hubiera oído hablar de él, quería que mi curiosidad fuera saciada.

—Es… —dio un suspiro largo y me soltó la mano para ponerla sobre mi barriga—, es algo entre ella y el padre.

—¿No piensas decirme? ¿Qué acaso conozco al chico?

—De hecho, sí, lo conoces.

—¿Lo conozco? —mis ojos se ampliaron—. Con más razón, dime quién es.

—Es Key.

Me quedé paralizada por un momento. Mi mente no procesaba lo que acababa de escuchar, mucho menos me imaginé que Adam fuera a decírmelo así de fácil.

—¿Key? ¿Tu amigo Key es el padre?

Asintió con la cabeza.

—Fue sin querer. Al parecer ambos habían bebido y las cosas se fueron de control… Rosie terminó embarazada y Key se hizo responsable de todo, aunque no se quiso casar con ella.

Mi boca seguía abierta desde que me dijo el nombre.

—Pero… pero ¿Rita y él?

El ascensor indicó que ya estaba en el primer piso y luego se abrieron sus puertas. Subí en modo automático.

—Exacto —murmuró—. Presiento que Rita es la razón por la que él no se está casando ahora con Rosie.

Otras dos parejas jóvenes se subieron al mismo elevador y presionaron los números de sus pisos mientras yo aún lucía congelada.

Rita no me había dicho ni una sola palabra al respecto. Ella no me había contado nada.

¿Qué clase de terrible amiga debía ser yo como para que ella no sintiera la confianza de decirme? Claro, por eso la notaba muy distante con Key últimamente.

Me sentía herida y sorprendida a partes iguales. Y yo que pensaba que tenía en alta estima a ese desgraciado con camisas de vaquero.

—Promete que no dirás nada —dijo Adam después de un momento—, Key no quiere que nadie sepa lo que ocurrió con Rosie. Ni siquiera la misma hermana de Rosie lo sabe.

—¿Por qué no quiere que se sepa nada?

—¿No has tenido secretos que quisieras conservar antes de divulgarlos aunque sea a la persona más cercana?

Sus ojos verdes me miraron con expresión determinada.

¿Acaso él…? ¿Él? ¿Él sabía lo de las gemelas y por eso me decía esa frase mística sobre secretos?

Abrí y cerré la boca repetidamente hasta que Adam me tomó de la barbilla y me besó en los labios.

La pregunta sobre la confianza rebotó de nuevo en mi contra: ¿qué clase de persona exigía confianza pero no le demostraba al chico que amaba que, de hecho, confiaba en él?

Me sentía hipócrita.

Llegamos rápidamente a nuestro piso y bajamos en un silencio incómodo. Mi estomago decidió revolverse en ese instante.

Llevé una mano a mi boca para detener las ganas de vomitar, pero no sirvió de nada.

—Anna, ¿qué…?

Me apresuré hasta detenerme frente a una gran planta de base rectangular y vomité todo el contenido de mi estómago, haciendo ruidos fuertes de arcadas.

Unas grandes manos acariciaron mi espalda y apartaron mi cabello mientras yo buscaba apoyo en la pared y limpiaba mi frente sudada.

—Estoy bien —murmuré apenada—. Ya se me pasó.

—Olvídate de las tortugas por hoy, por favor —suplicó Adam—. Vamos a la habitación, llamaré a un médico.

Intenté negar con la cabeza pero las ganas de vomitar no me abandonaron del todo. Vomité una segunda vez, esta vez sobre la fina alfombra.



****


Gripe estomacal. Eso dijo el doctor que tenía. ¿Lo peor de todo? No podía tomar ningún medicamento para aliviar mi malestar debido al embarazo.

No afectaba a las bebés pero sí podía llegar a deshidratarme con facilidad ya que mi sistema inmunológico se encontraba desprotegido.

Adam procuraba que estuviera confortable mientras me recostaba en la cama e intentaba masajear mis pies.

—Sabía que teníamos que haber esperado —murmuró como por décima vez—. Soy un tonto, perdóname. En cuanto te sientas mejor nos vamos a casa.

Negué con la cabeza, con mis manos elevadas sobre la almohada.

—No te lo permitiré. Voy a mejorar y… —bostecé con fuerza, me sentía cansada—, y quiero ver las tortugas.

—Tú y tus tontas tortugas. Prometo que vendremos después del embarazo. O mejor, te compraré una docena de ellas cuando lleguemos a casa.

Quería negar enfáticamente pero cada vez se me hacía más difícil mantener mis párpados abiertos.

—Ya tenemos mucho animales —dije casi de manera incoherente—. No quiero ser otra Mindy. Además Ricky es muy celoso con Nicole y… Nicole quiere ver a su banda de chicos favorita. El otro día yo le hice un comentario sobre eso… con bananas y todo.

Me costaba concentrarme y buscar las palabras adecuadas. Cada vez mis ojos querían cerrarse un poquito más.

—Cancelaré la cena con Rosie.

Sentí que se inclinó para besar mi sudorosa frente y luego acomodó mi almohada.

—No —intenté abrir los ojos pero fue inútil—. No la canceles, voy a mejorar. Quiero restregarle en la cara que tu eres mío y no de ella.

Escuché su risa y quise reír con él.

—Ya se lo restregarás después, ahora descansa.

En un intento desesperado lo tomé de la camiseta.

—Lo siento —murmuré—, no era mi intención. Te amo, de verdad lo hago pero… soy una terrible mentirosa. Tus hijas… mereces saberlo todo.

Podía sentir a Adam a mi lado, absorbiendo cada palabra que salía de mis labios. Quería disculparme por mentirle sobre las gemelas pero mi boca se puso pastosa y mi cabeza se sintió nublada.

—Duerme tranquila. Mañana me cuentas —susurró él.

Eso fue lo último que escuché antes de perder la conciencia en un sueño muy profundo.


****
Cuando abrí de nuevo los ojos alguien había colocado un recipiente plástico al lado de mi cama, inmediatamente vomité y luego volví a caer dormida en un santiamén.


***


Pasaron lo que se sintieron días, y yo me intercalaba entre lo consciente y lo inconsciente, vomitando una vez y a la siguiente sintiendo algo fresco en mis labios. Agua.

La segunda vez que pasé consciente por más tiempo noté que me encontraba desnuda en la gran bañera de nuestro baño en el hotel. Sentí una mano sosteniéndome de la cintura mientras mojaba mi cuello y mis pechos, y parpadeé hasta ver la firme expresión en el rostro de Adam.

—Ey —saludé con voz débil y quebradiza—. ¿Por qué esa cara?

Su rostro se suavizó al verme despierta y sus manos inmediatamente fueron a parar a mi cara.

—Qué bueno que despertaras. Temí lo peor.

Sonreí quedamente, sintiendo mis huesos como fideos temblorosos.

—Ya estoy mejor.

—Todavía tienes fiebre —murmuró.

—Claro que no. Admite que solo querías tenerme desnuda en la bañera.

—Ojala fuera solo eso, nena. ¿No tienes ganas de vomitar?

Esperé un segundo para saber si mi estómago se revolvía, pero nada pasó.

—No. Nada de ganas.

—Bien. Ya tuve que pagar para que remodelaran una de las alfombras.

Mi cara se calentó de vergüenza al recordar que había vomitado en una de ellas.

—No puede ser cierto. ¡Qué pena!

—Solo bromeaba —me besó en la cabeza mientras se ponía de pie y alcanzaba el gel de baño—. La mancha sigue allí, pero solo tú y yo sabremos lo que significa.

Untó un poco del gel con esencia a caramelo en sus manos y luego las pasó por mis hombros.

—¿Cuánto tiempo estuve así? —pregunté cerrando los ojos, dejando que me diera un delicioso masaje.

—Sólo ayer y hoy. Si te sientes hambrienta preparé sopa de pollo.

—¿Preparaste?

—Bueno, pedí servicio a la habitación… pero igual cuenta como un gran gesto.

Sus manos se posaron enseguida en mi cuerpo y sus dedos limpiaron y masajearon hasta el punto de volver a quedarme dormida.

Todo iba de maravilla hasta una voz chillona empezó a maldecir en la otra habitación.

Los músculos de mi cuerpo se tensaron y mis ojos buscaron los de Adam casi instantáneamente.

—¿Esa… es Rosie?

Él asintió muy a mi pesar.

—Ella ha estado ayudándome contigo.

Rechiné los dientes y quise meterme bajo el agua de nuevo. ¿Por qué ella de todas las personas en el mundo?

Estaba a punto de hacer la pregunta en voz alta, cuando, un golpecito en la puerta del baño me sacó de mis pensamientos.

—¿Adam, tienes un minuto?

Era ella. Y ni siquiera esperó a que él respondiera sino que abrió la puerta de un tirón.

—Lamento tener que decirte esto pero… —ella cerró la boca en cuanto vio que me encontraba despierta… y desnuda… con los manos de Adam presionadas en mi barriga, un poco más debajo de mis senos.

—Oh por… ¡Lo siento tanto! Pensé que la meterías a la bañera con todo y ropa. Puedo entrar después.

Se dio la vuelta y corrió lejos del baño.

Miré con cierto recelo hacia el chico de ojos verdes y lo fulminé con la mirada.

—¿Ella estaba usando una de tus camisas?

—No malinterpretes. La vomitaste encima y su hermana tiene una fiesta en su habitación, no podía cambiarse ahí.

—¿Y tenías que darle una de tus camisas? ¿Ni siquiera una de las mías, de las de maternidad?

Él se encogió de hombros.

—Ella la agarró. Mira, veré qué es lo que quiere y luego te meteré directo en la cama. Todavía tienes que reponer fuerzas porque mañana nos iremos a casa.

—No quiero irme, es nuestra luna de miel.

—Anna, por una vez en tu vida escucha lo que tengo que decir.

—Y tú escucha cuando te digo que tu amiga no me cae bien.

—Entendido. Ahora deja que vaya con ella y luego te saco de esta bañera. No te muevas o hagas mucho esfuerzo.

Se limpió el resto de gel de ducha en el lavamanos y a continuación se marchó dejándome sola.

Me sentía realmente frustrada tratando de decirle mis sentimientos sobre la chica. Apostaba lo que fuera a que ella armó un complot para engañar a Key y tratar de separar a Rita.

Las chicas silenciosas podían llegar a ser letales.

Lo único que podía decirse que valió la pena fue saber que había tenido el gusto de vomitarla encima.

Anna: 3, Rosie: 0

Pasados unos diez minutos, y cuando el agua se puso demasiado fría como para mantenerme dentro, me puse de pie e intenté tomar una toalla limpia de uno de los muebles de baño. La puerta se abrió inmediatamente y un Adam muy furioso entró azotando todo a su paso.

Cuando me vio de pie, desnuda e intentando estirar mi brazo para alcanzar la toalla, su enojo simplemente creció.

—Mierda —maldijo—. Anna, simplemente continuas haciéndolo, ¿no?

Furioso como estaba alcanzó la toalla y me cubrió con ella. Fue brusco al sacarme de la bañera y yo me quejé con gemido débil. Mi estómago continuaba delicado como para hacer movimientos bruscos.

—¿Adam, qué sucede?

Su mandíbula se tensó y la vena de su frente y la de su cuello se pusieron de acuerdo en aumentar de tamaño en ese instante.

—Ahora no, Anna.

—Pero por qué…

—Lo sé todo, de acuerdo. Lo sé. Lo que no entiendo es ¿cuándo pensabas decírmelo? ¿Hasta cuándo querías seguir mintiendo al respecto? Pensé que de ahora en adelante no habría secretos entre nosotros y apareces con esto.

—¿Qué?

Ay Dios, lo sabía. ¡Él lo sabía!

Casi resbalé en el suelo pero sus manos inmediatamente sujetaron mis muñecas.

—No puedo creerlo —murmuró mientras intentaba secar mi cabello con otra toalla—. No sabía que me odiaras tanto como para hacerme esto.

Abrí la boca para decirle lo mucho que lo sentía, pero ningún sonido salió de mis labios.

Mis ojos se nublaron y quise contener las lágrimas para que no las notara.

—Vamos —me dijo, siempre sonando brusco—. Te puedes resfriar y no es bueno.

Hizo una mueca antes de tomarme del brazo y llevarme al dormitorio donde Rosie seguía de pie, usando su camiseta. Ella lucía avergonzada y evitaba encontrarse con mis ojos.

¿Qué le habría dicho?
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Published on September 22, 2014 11:46

August 20, 2014

2da Tanda de Recomendaciones para leer

Los siguientes son fics (libros, novelas, historias) que están terminados... Ya saben, click en el nombre para ir a la página y descargar/leer!




Saludos!!

Camino a la FamaAutora: Dana_Luz

Cuando dos de los mejores escritores se unen para crear el bestseller que los impulsará a la fama infinita, sólo pueden pasar dos cosas: o todo sale a pedir de boca .. o sus vidas se convierten en un torbellino de emociones (entre las cuales, definitivamente no se encuentran "atracción" y "romance").


Claire Manfory es la creadora de la más maldita de las mujeres que algún lector haya podido encontrar.
Derek, por el contrario, creó al personaje mas heroico, sexy y soltero del mundo.


¿Qué pasaría si, por alguna razón, estos increíbles personajes ficticios tuvieran que participar en una misma novela? Y ¿qué pasaría si .. sus creadores tuviesen que soportar el hecho de escribir juntos?





Pide un DeseoAutora: Tamara Araoz

Si pudieras desear lo que sea, cualquier cosa ¿Que seria? ¿Pedirías la paz del mundo? ¿Un auto nuevo? ¿Mayor inteligencia? ¿o simplemente pedirías que esta vez no salieras decepcionado?


Algunos deseos son egoístas, otros demasiado imposibles y los de Abi Fletcher simplemente son ignorados.
Por eso, cuando en un arranque de completa amargura y escepticismo, su mente arrojara el pedido mas irracional en la historia de todos los deseos .. "Desearía haber nacido en otra época"
Y esta vez .. no resulta ignorada.
Un mundo nuevo, un hombre y muchas cosas que ni en sus peores pesadillas habría imaginado, son solo las primeras en la lista de cosas que Abi deberá afrontar en la Inglaterra de sigo XVIII .. ¿Podrá sobrevivir hasta el año siguiente y pedir regresar?

 


If You Love MeAutora: Antonella
Ella ama el ballet.Él ama el baloncesto.Ella sueña con ser una bailarina exitosa.Él sueña con jugar en la NBA.Ambos van a la misma universidad.Ella acaba de salir de una relación y está harta del amor.Él es un mujeriego en proceso de recuperación.Ella quiere divertirse.Él quiere empezar a tomarse las cosas en serio.Ella busca un ligue de una noche.Él busca al amor de su vida.Son como el agua y el aceite pero por cosas del destino juntos se darán cuenta que obtener lo que uno quiere es más difícil de lo que imaginaron.



Sabía que serías un problema
Autora: Antonella
Mi nombre es Abby Johnson y tengo 18 años.Mi vida es normal.. es mi último año en la escuela, amigas, fiestas, soy medianamente popular, mi familia es unida, tengo una especie de novio/amigo con derecho.. todo es bastante perfecto no creen? Entonces cual es el problema?Mi mejor amiga de un dia para el otro tiene novio sin contarnos nada. Y cuando al fin se decide a presentárnoslo me doy cuenta que es ÉL.He tenido un flechazo con Luke Grayson desde que lo conocí cuando tenia 12 años en un campamento de verano. Nos hicimos amigos de inmediato y amaba pasar tiempo con él. Aún recuerdo nuestro último día cuando caminábamos cerca del lago, estábamos riéndonos y hablando sobre cosas sin sentido cuando de repente me besó. Mi primer beso. Mi primer amor. Al día siguiente el campamento terminó y nunca lo volvi a ver hasta ahora¿Y lo peor de todo? Ni siquiera me reconoce.Sabía que tendría problemas desde el momento en que lo volví a ver.



Un Sorprendente VeranoAutora: D.H. Araya
Que un chico deba pasar las vacaciones con sus padres no es raro. Que no le agrade esa idea, tampoco. Que le guste una chica en esas vacaciones es bastante común. Y que ella trabaje en su casa es un cliché.
Lo raro es que la chica lo ignore, solo a él. Que se haga amiga de su hermano menor y pasen tiempo juntos. Que lo evite, que no responsa a sus preguntas y pase de él como si fuera invisible. Y que eso, solo despierte su curiosidad.
Pero, cuando se entera de que esa chica es sorda, de que habla bastante con su hermano y de que le gusta salir a bailar, hace algo más que despertar su curiosidad.
Y para solucionar esto solo hay una salida, convertirse en su amigo y quizás, algo más.
Además, tiene tres meses para perder el tiempo, y esa chica es una interesante diversión.





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Published on August 20, 2014 18:03

August 19, 2014

POAW - Capítulo 15

Disculpen cualquier error ortográfico o de lo que sea... no me dio tiempo de revisarlo bien. Perdonen la demora y ojala disfruten!



Capítulo 15No existen las coincidencias


Las nauseas me tenían hecha un nudo. 
Adam debía detener el auto cada quince minutos porque yo no soportaba llegar tan lejos sin antes no haber vaciado mi mareado estómago.
Me sentía mal y la mitad del viaje sorpresa que preparó me la pasé durmiendo... y vomitando. El recorrido duraba unas tres horas en total, aunque con cada parada que tenía que hacer, gracias a mí, tardamos cinco horas en llegar a nuestro destino.
Adam lucía preocupado y no dejaba de tocarme la frente o el estómago para comprobar mis síntomas. Finalmente mis malestares cesaron una hora antes de ver el lugar al que me traía, y de notar la orilla de una hermosa playa frente a mí, mientras entrabamos a un estacionamiento privado de un hermosísimo hotel al que conocía solo gracias a una revista de turismo.
—¡Nuestra luna de miel es en la playa! —grité emocionada.
Como no escuché ninguna respuesta de él, me giré desde mi asiento y lo descubrí examinando mi vientre hinchado a través del espejo retrovisor; su mandíbula estaba tensa y había sudor en su frente.
—Adam... ya me siento mejor.
—Estás pálida —musitó, preocupado.
Sonreí para tranquilizarlo.
—Se me pasaron el mareo y las náuseas. Estoy bien, lo juro. Además mira —señalé un pequeño letrero que indicaba que había un zoológico en el recinto y que el lugar se especializaba en criar tortugas marinas que, según la foto del anuncio, jugaban amigablemente con los niños y era permitido tocarlas—. Yo también quiero jugar con las tortugas.
—No.
—¿No?
—No.
—Pero... ¿por qué?
—Son peligrosas.
—¿Las tortugas son peligrosas?
—Exacto. Y recuerda que estás embarazada; no voy a permitir que te sometas a riesgos innecesarios.
—Miden lo mismo que mi pie. No van a mutar y atacar Tokio, ¿lo sabes?
Pude ver que una pequeña sonrisa se asomaba por la comisura de sus labios.
—Pueden transmitir enfermedades. Es peligroso para tu condición. 
—Adam...
—Estuviste vomitando durante casi todo el viaje, definitivamente estoy loco, en primer lugar por no llevarte de regreso a casa y a que te examine un doctor, y en segundo porque sigo exponiéndote a esta locura.
—Si así te sientes más tranquilo podemos buscar un doctor local...
Suspiró, pasando incontrolablemente sus manos por el volante del auto.
—Lo haremos —afirmó—, pero mientras tanto nada de animales y potenciales actividades peligrosas. Debimos haber esperado para tener una luna de miel más segura.
—¿Te das cuenta que me hiciste sentarme en el asiento de atrás del vehículo? Esta luna de miel se ha vuelto segura desde que me obligaste a memorizar todo un folleto de embarazos con alto riesgo.
—Nena... el folleto de seguridad para el bebé lo indica de esa forma.
Él se apresuró a buscar el dichoso folleto en la guantera del auto.
Rodé los ojos mientras Adam se volvía paranoico. Me había enseñado ese folleto al menos unas trescientas veces. ¡Hizo que me lo aprendiera de memoria, cada nota al pie y cada apéndice!
—Parte 4.a, "de no nacidos y viajes en carretera" —citó—: la madre embarazada, y a cierta fecha de concebir, debe evitar, ante todo, ir en la parte delantera del auto en caso de accidentes y choques al viajar en carretera…
—No me digas —murmuré de mala gana mientras miraba por la ventana. El hotel era realmente bonito y tenía su encanto colonial. Era apenas el final de la tarde pero las luces del exterior estaban todas encendidas y poco a poco fui reconociendo el lugar. Había restaurantes a orillas de la playa y el olor de la comida se percibió hasta mi nariz, y como mi estómago se la pasó haciéndome sufrir todo el camino, al parecer ahora se le daba por tener hambre. Me podría comer, sin ningún problema, un burrito de pollo del tamaño de un camello.
Estaba tan concentrada en mis fantasías culinarias que dejé de escuchar a Adam, por lo que ahora me miraba con una sonrisa de suficiencia en los labios.
—¿Qué? —pregunté.
—¿Tienes hambre?
—Sí, ¿es muy obvio?
—Tu estomago está haciendo ruidos extraños de ballena.
—Seguramente se está comiendo a sí mismo... Deja de darme sermones del folleto y por favor lléname de comida.
No dijo nada más pero guardó el folleto de nuevo a su lugar y buscó un sitio para aparcarnos; finalmente apagó el vehículo en el puesto más cercano a la entrada del hermoso hotel.
—No comas nada pesado… y déjame abrirte la puerta.
Resoplé ruidosamente y me crucé de brazos.
—Claro —murmuré enojada— como activaste el seguro contra niños en la puerta... ahora solo abre por fuera.
Resoplé de nuevo.
—Y no sabes cuánto lo lamenta el protector de mi cámara. Si la puerta no hubiera tenido seguro no habrías vomitado sobre el pobre.
—¡Pensé que era una de esas bolsas ecológicas!
—¡Decía "aquí va la cámara"! Nadie lo hubiera confundido. 
—Pues yo lo confundí. ¿Contento? Perdón por vomitar en el estuche de tu cámara.
—A mí no deberías pedirme perdón... a la cámara sí. La dejaste sola y desprotegida.
Me ayudó a abrir mi puerta y yo me cercioré de quitar el estúpido seguro.
Tomé la mano de Adam para apoyarme en él mientras bajaba, e inmediatamente lo lamenté cuando di el primer paso.
Me detuve en seco.
—¿Qué está mal? —preguntó Adam—. Anna...
—Es que... no puedo verme los pies.
Sonreí y abracé mi estómago. Mis niñas estaban creciendo cada vez más grandes.
Adam suspiró a mi lado.
—Casi me da un mini infarto. Pensé que dirías que romperías fuentes.
—¿Qué? Todavía faltan unas semanas para eso, no seas exagerado. Vamos, muero de hambre.
—Bien. Solo no vayas a olvidar las fotos, no las he visto.
Apuntó hacia el vehículo, justo a la par de mi asiento en donde había estado distrayéndome en el camino viendo las fotografías de nuestra boda de hace tres días.
—Uuuh, tienes que ver las imágenes que tomó esa chica, la fotógrafa, cuando hiciste tu baile; definitivamente ella estaba enamorada de ti porque hay diez tomas, únicas y exclusivas, de tu trasero.
—Todas aman un buen trasero.
—Pero solo yo tengo permitido tocar este, ¿entendido?
—Sí, señora. Soy de su propiedad, no lo olvide —me guiñó un ojo y comenzó a bajar nuestras maletas.
Justo en ese momento el viento levantó mi vestido veraniego de color amarillo, unos centímetros más allá de mis muslos. Adam procuró devolverlo a su lugar, no sin antes recorrer con sus manos mis pantorrillas y apretar mi trasero.
—Seee —murmuro cerca de mi oído—, todos aman un buen trasero.
Le dio otro buen apretón seguido de una palmadita y luego me ajustó el vestido.
—Ujum... supongo que ahora estoy disculpada con la cámara, ¿verdad?
Él tomó el mentado aparato, y sin pensarlo, apuntó en mi dirección para tomar una foto.
Como era de modelo instantáneo, la fotografía salió disparada un segundo después.
Adam la observó antes de mostrármela.
—La cámara te perdona —dijo, sonriente.
Yo le regresé la sonrisa y me apresuré a su lado para ver la imagen y de paso agarrar las otras que se desperdigaban por todo el asiento. Pronto nos movimos para registrar nuestra habitación.


Según el folleto informativo que tomé en el área de recepción, el hotel contaba con un spa de lujo y con una piscina techada apta para todo público. Hablaban de paseos por la playa y hacían referencia del zoológico que noté desde que leí aquel cartel.
Había otras actividades de alto riesgo, y tuve que pasarlas de lado porque no eran cosas aptas para una chica embarazada.
Una pelirroja parecida a Evelyn nos saludó en el vestíbulo y aceptó gustosamente la tarjeta de crédito de mi esposo.
Nos ofreció una infinidad de servicios y, al final, nos dio la llave de la suite “luna de miel”.
Un chico en traje de botones nos ayudó con las maletas mientras Adam me sujetaba de la cintura y le daba besitos a mi cuello cuando subimos por el elevador.
—¿Quieres cenar en nuestra habitación o quieres comer algo afuera? ¿A orillas de la playa?
—Mmm… ambas cosas suenan tentadoras, pero digo que comamos en nuestro cuarto. Hoy no tengo ganas de compartirte con nadie. Además, te daré permiso de masajear mis pies.
—De acuerdo… y yo te daré permiso de poner acondicionador a mi cabello —le dio otro besito a mi cuello y no disimuló para nada su gruñido de molestia mientras el pobre botones trataba de hacernos salir del elevador.
Cuando finalmente nos movimos, tomamos el corto pasillo a la izquierda, hasta detenernos rápidamente frente a la última de las tres únicas puertas que había en ese pasillo. El botones se apresuró a dejar nuestras cosas en el suelo y Adam se aseguró de darle una buena propina antes de irse.
Me estrechó en sus brazos luego de asegurar la puerta y de darme un buen apretón.
—Muy bien Sra. Walker, pida lo que quiera en servicio a la habitación mientras yo me doy un baño. Luego quiero ver las fotos de la boda. No me dejaste tocarlas en todo el día.
—Es que salgo fea en varias.
—Más fea de lo que salió Marie con todo ese lustre azul… no lo creo.
Ambos reímos al recordar ese momento: cuando lancé el ramo de flores y mi prima lo ganó. Lastimosamente había olvidado por completo el pastelito azul que Evelyn colocó en el centro; todo el lustre fue a parar a la cara de Marie cuando el ramo se estrelló de frente.
—Y no más feo que el enano que tenías por compañero cuando se ganó el liguero y casi se desmaya —siguió diciendo Adam—. ¿Cuál era su nombre? ¿Gonzalo? ¿Augusto?
—Gustavo. Por cierto, a mi papá se le bajó el azúcar cuando metiste la cabeza bajo el vestido, intentando sacar la liga.
Ambos sabíamos que hizo más que intentar quitar la pequeña liga de encaje con los dientes. Su nariz se había frotado contra una zona que no debería frotarse cuando estabas en público. Frente a mucha gente. Frente a tus padres. Frente a menores de edad.
Lo bueno fue que papá sobrevivió y no se dio cuenta de lo que sucedía.
—El suegro no me dijo nada.
Adam se encogió de hombros mientras procedía a quitarse los zapatos.
—Sabes que te odia y que apenas te tolera.
—Creo que se va a acostumbrar. No te preocupes, nena. Todos terminan amándome tarde o temprano.
Después de decir esto se quitó la camisa, dejando ver cada pedacito de ese delicioso cuerpo; su pecho tatuado, su brazo marcado con tinta.
Me sonrió como un sinvergüenza porque sabía que yo no podía dejar de verlo.
—¿No tenías hambre, preciosa?
—¿Quién?
—Tú, ¿no dijiste que serías capaz de comerte un burrito de pollo del tamaño de un camello?
—¿Qué? Yo no dije eso… en voz alta —me sonrojé.
—Claro que sí lo hiciste. Te escuché a la perfección. Ahora… ¿dónde conseguiremos un burrito de ese tamaño?
Me lanzó su camiseta echa una bola y yo se la regresé con la misma velocidad.
Él rió en voz alta y continuó desabrochándose los pantalones.
—¿Entonces? ¿Prefieres comer o quieres acompañarme con una ducha? Encantado pido servicio al cuarto y pregunto si tienen burritos de pollo…
—¡Basta! No estaba siendo literal cuando lo mencioné.
—De acuerdo… —bajó la vista a sus dedos que seguían con la ardua labor de abrir la bragueta de su pantalón. Pero por alguna razón todavía no se los quitaba.
Empezó a mover sus caderas de forma seductora y casi se me doblan las rodillas al notar su concentración en dicho movimiento.
—No puedo bajar esto, se quedó trabado a mitad de camino. ¿Quieres ayudarme? —preguntó.
Yo aún no decía nada y parecía que tampoco hacía ningún movimiento.
Adam seguía intentando bajar el cierre mientras yo admiraba su concentración.
Un mechón de su cabello negro se detuvo en su frente y se pegó allí gracias a una gota de sudor.
—¿Nena? —él alzó la vista y, sin poder evitarlo, notó mis ojos bizcos.
—¿Eh? —parpadeé varias veces intentando concentrarme, pero no podía apartar la mirada sobre sus dedos.
—Anna, ¿quieres ayudarme o me tengo que duchar con todo y los pantalones puestos?
Al fin regresé a mis cinco sentidos y me ruboricé al ver su sonrisa de sujeto arrogante.
—Lo siento —murmuré y corrí a ayudarlo.
No sentía las manos y mis dedos parecían dedos de pollo. Para tranquilizarme, Adam besó mi frente y con sus brazos rodeó mi barriga.
—¿Por qué estás nerviosa, nena?
—Créeme, no son nervios.
—¿Entonces qué es? Tus dedos están temblando.
Me mordí el labio e hice un mohín.
—Es que…
—Te escucho.
—Es que… si no me controlo soy capaz de saltarte encima y… seguro que me aprovecho de ti durante toda la noche.
Se rió en mi cuello, dejando besitos húmedos en mi clavícula.
—No le veo el problema a eso.
—No lo entiendes —respiré hondo y me olvidé de sus pantalones para besar su pecho—. Tengo deseos de esposarte a la pata de la cama para poder aprovecharme cuantas veces yo quiera y a la hora que me apetezca.
Él rió en voz alta.
—Tengo toda una pequeña pervertida.
—Es tu culpa, me has convertido en esto.
—Bien. Entonces aprovecha y toma lo que quieras.
Extendió sus brazos y me sonrió con malicia.
—¿Estás loco? Obviamente no soy de las que esposan a sus maridos…
—Pero sí de las que se aprovechan. Así que ven, hazme tuyo, Sra. Walker.
Se rió un poco más, seguramente pensando en que yo bromeaba. Pero no. Yo no lo hacía.
—Eres muy guapo —dije para mi pesar, alimentando su ego aún más de lo que era alimentado—. Deberías temer porque quiera secuestrarte.
—Temo porque no quieras hacerlo —contrarrestó.
Entonces sin pensarlo demasiado me lancé a sus brazos y lo tomé de la nuca para bajar su cabeza y que sus labios estuvieran a la altura de los míos.
Lo besé con fuerzas y presioné mi barriga contra su estómago plano.
—¡Ou! Mi pequeña pervertida hablaba en serio —murmuró.
Le zampé un beso en la boca para evitar que siguiera hablando.
Pronto su lengua se asomó y comenzó a jugar con la mía.
Ni siquiera me había dado cuenta cuando mis pies dejaron de tocar el suelo y se encontraban alrededor de sus caderas, moviéndose con voluntad propia. ¡Por Dios! Yo parecía un animal en celo.
—Anna… espera ahí —me detuvo, rechazando mi boca cuando fue en busca de la suya—, recuerda lo que dice el libro para embarazos…
—No es momento para pensar en libros.
—Hace solo unas horas todavía te encontrabas mal.
—Me dijiste que me aprovechara. Pues bien, esta soy yo aprovechándome.
Lo agarré de la nuca y volví a aplastar mis labios contra los suyos, pero fue inútil ya que volvió a apartarme en cuestión de segundos.
—Recuerda no ser muy agresiva. Es peligroso que hagas…
—Cosas arriesgadas, ya lo sé.
Busqué una vez más sus labios pero me apartó.
—Escúchame —susurró—. Iremos lento pero seguro.
Resoplé horriblemente.
—Adam, estás matando el momento.
—¿Sabes qué olvidé? El folleto en el auto, así puedo comprobar las actividades que sí se pueden realizar…
Rodé los ojos y me bajé de sus caderas.
—No me hagas desear de verdad tener unas esposas de metal.
—No te puedo exponer, nena. Tendremos que comportarnos. Soy todo tuyo pero solo si procuramos hacerlo con cuidado.
Y como si estuviera recalcando un punto, una de las gemelas decidió patear en ese momento. Pateó tan fuerte que hasta Adam pudo ver cómo saltó el costado derecho de mi estómago.
Inmediatamente mi espalda comenzó a doler.
Tal vez no fue buena idea lanzarme de esa forma a los brazos de Adam, como si yo tuviera quince y… como si no estuviera cargando el peso de dos personitas en mi estómago.
—¡Ves! A eso me refiero. Tenemos que ir con cuidado —dijo—, con calma.
Suspiré resignada porque él tenía razón.
Cada día se volvía insoportable cargar el peso de los bebés y mis pies hinchados pagaban la cuenta.
Mi cuerpo ya no soportaba que estuviera demasiadas horas de pie, o movimientos bruscos e inesperados.
—Bien, acepto. Pero por favor ya deja de hablar y pasemos a la otra parte en donde me quitas la ropa.
—Eso está mejor.
Pegó su frente contra la mía y comenzó a levantar mi vestido hasta llegar a la cintura.
Se detuvo en cuanto vio mi ropa interior y acarició el borde de mis braguitas.
—Creo que estas no las vamos a necesitar.
Y dicho eso procedió a quitármelas con lentitud, deslizándolas por mis piernas.
Nop. No las necesitamos.
Sus manos subieron y vagaron por donde les dio la gana; sujetando especialmente mi trasero y ahuecándolo entre sus dedos. Sus labios descendieron a mi pecho para dejar más besitos húmedos y para pellizcar mi cuello.
Me hizo levantar las manos para sacar el vestido, y como no llevaba sujetador, se le facilitó el trabajo de llevar uno de mis pechos a su boca.
Mi busto estaba creciendo en gran tamaño y Adam parecía apreciar su sensibilidad y su buen ajuste entre las palmas de su mano.
Me hizo jadear cuando mordió demasiado fuerte entre mi carne.
—Lo siento —murmuró—­, se me olvida que hay que controlarnos. Es más difícil de lo que creía.
Su boca siguió lamiendo mis pechos mientras yo echaba la cabeza hacia atrás. Noté vagamente que nos habíamos trasladado a la cama, Adam quedó sentado y yo me encontraba sobre su regazo.
No quería perder ningún segundo así que me apresuré a acomodarme entre sus piernas, pero así como cuando lo besaba, me tomó de las caderas y me prohibió avanzar más.
—Nena, cuidado, ante todo. Recuérdalo.
—Tú y tus cuidados. Por favor, solo déjame disfrutar por un momento.
Negó con la cabeza y sujetó con fuerza mis caderas rebeldes que querían presionarse contra las suyas.
—Espera, Anna…
Pero me moví un poco más para que el sudor de mi cuerpo me ayudara a hacerle resbalar las manos. No funcionó y me frustré inquietamente.
—Con cuidado y lentitud. No te vayas a lastimar. Si te empiezas a sentir mal inmediatamente paramos.
—De acuerdo —murmuré de mala gana—. Iremos lento.






Claro que odié el modo “lento” al que me obligó Adam.
Lo detestaba.
Era tan frustrante que muchas veces quise llorar. Pero si lloraba sabía que él se detendría sin más razón, pensando que me encontraba adolorida o sufriendo.
Después de una lenta sesión caliente en la cama (y otra en el baño), finalmente pudimos pedir servicio a la habitación y quedarnos desnudos sobre las sábanas de tela suave, comiendo pasta a la carbonara, ñoquis aderezados con crema de yogurt y alimentándonos con bolitas de queso y pesto muy deliciosas. Incluso pidió una pizza de frutas para el postre. 
El tema era todo italiano, por lo visto.
—Y este eres tú en traje. Te ves muy apuesto —murmuré pasándole la foto en donde él aparecía junto a Key en la recepción. Chupé uno de mis dedos cuando la salsa de los ñoquis goteó en mis manos.
Había fotos de la ceremonia regadas sobre el colchón; también los platos de comida se acumulaban sobre las almohadas y un poco de salsa caía en las brillantes sábanas. A veces Adam me alimentaba, a veces lo alimentaba yo.
Miramos las fotos de cuando decíamos los votos, o cuando Adam me ponía el anillo y me enseñaba el suyo. Claro, fueron tomadas desde el proyector gigante que mandaron a instalar ese mismo día, improvisadamente, pero la calidad era efectiva y precisa.
Incluso había una muy clara de su dedo tatuado y de la leyenda en su “anillo”. Propiedad de Anna.
—Ah, aquí está nuestro primer baile —dijo Adam, levantando la fotografía de cuando bailó para mí y para el resto de los presentes—. Me veo muy sexi con sombrero. Debería dejarme crecer la barba y usar uno.
Su mandíbula se apoyaba en mi hombro desnudo y de vez en cuando daba pequeños besitos a mi cuello, ojeando las imágenes que yo iba pasando.
—¿Ves? ¿Qué te dije de tu trasero? Esa chica tomó cerca de veinte fotos mientras bailabas.
—¿Solo veinte? Yo esperaba unas cincuenta, como mínimo.
—¡Y esto! La foto más fea de todas —ni siquiera quería pasarle dicha imagen para que la viera, pero él se apresuró a quitármela.
Solo la vio y comenzó a reír.
—¡Devuélvemela! Es injusto.
—Te capturó justo cuando ponías los ojos bizcos —se rió aun más alto—. Es hermosa. Yo me quedo con esta.
La llevó fuera de mi vista, poniéndola sobre lo que parecía la mesita de noche.
—Tú tienes las mejores fotos —me quejé viendo una de mis favoritas: Adam sujetando un bebé venado.
—No es cierto. Mira qué guapa te ves aquí, luciendo tan embarazada.
Me señaló la imagen.
Era cierto. Me miraba irreconocible en mi hermoso vestido de novia, con mis seis meses y medio de embarazo, estaba radiante.
—La verdad es que Evelyn superó mis expectativas.
Ella se había despedido de nosotros a la mañana siguiente. No sin antes asegurarle que tendría una participación en la organización y decoración del baby shower. Ella misma me advirtió que no dejara pasar más tiempo para decirle a Adam sobre las gemelas; al menos tenía que hacerlo porque le debía la plena confianza que él me estaba mostrando.
Quería (en serio que quería con todas mis fuerzas) enseñarle las imágenes que la Dra. Bagda me había dado en las últimas revisiones, pero mamá (a quien se las había encomendado para cuidarlas) las perdió.
Me aseguró que las tenía bien guardadas en su bolso; pero que después, cuando se las había pedido esa misma noche, ya no las encontraba. Ella me juró que solo se descuidó un momento en el baño, cuando le pidió a alguien sostenerle el bolso, pero nunca notó que ya no las tenía consigo.
Mi pregunta era: ¿por qué alguien las podía querer? ¿y para qué?
Ahora más que nunca tenía miedo de decirle a Adam sobre el secreto que estuve guardando tan estúpidamente desde el principio. Tal vez esto era una señal para que no le dijera nada.
Era una tonta por no confesarle antes.
—¿Ya no quieres más comida? —me susurró Adam cuando notó que no tocaba los alimentos.
—No, quiero decir sí. Quiero más comida, gracias.
Llevó una pequeña albóndiga a mi boca y la mastiqué con gusto.
—Estás muy pensativa. ¿Sucede algo?
—Solo divagando.
Se puso a alimentarme con más pasta y a darme besitos robados en el cuello.
Como mi espalda me estaba matando, cambié de posición y me senté de lado, para tenerlo cara a cara.
—Si te digo un secreto, ¿no te vas a enojar?
—¿Por qué me enojaría?
—Porque es algo he estado escondiendo desde hace… meses.
—Mmm… no me digas, ¿estás embarazada?
—Sí, ¿cómo lo supiste? —respondí sarcásticamente.
—Porque puedo leerte el pensamiento.
Me guiñó un ojo mientras alcanzaba una rebanada de la pizza de frutas.
Logré agarrar una uva verde antes que se llevara el trozo a la boca.
—¿Qué es, entonces?
—Oh, sí. Es que… yo… —me ahogué con la uva y comencé a toser. Inmediatamente Adam me dio palmaditas en la espalda para que se me pasara—. Yo… —tosí de nuevo y me aclaré la garganta cuando la uva finalmente pasó—, la doctora Bagda me dijo el sexo del bebé.
—¿Qué? ¿En serio?
Su mano se paralizó mientras intentaba tocar mi espalda.
—No te lo dije antes porque no quiero que te desilusiones si no es lo que querías… Además hay otra cosa.
—¿Qué es? ¿Es niño o niña? No, espera. No quiero saberlo. Aunque… ¿hicimos bien en comprarle una cama/cuna de color blanco?
Asentí con la cabeza.
—El blanco es neutral. Claro que no hubiera importado… más cuando son niñas.
—¿Entonces qué es?
—¿Quieres saberlo?
Asintió con la cabeza, de repente interesado en mi estómago.
—Ya te lo dije. Son… Es niña.
Una de mis hijas probablemente iba a odiarme por negarla.
La reacción de Adam fue épica: se quedó inmóvil como estatua y su boca se abrió ligeramente. Parecía como si lo hubiera golpeado hasta dejarlo en blanco.
Ni siquiera parpadeaba.
Me recordaba a los pescados exhibidos en los supermercados: tiesos, con los ojos bien abiertos y la boca sin expresión.
—¿Estás bien? —pregunté después de unos segundos en los que pensé que le había dado catalepsia.
Él no respondió, pero para mi buena suerte comenzó a parpadear.
Me acomodé en la cama durante unos segundos, esperando que regresara en sí, y finalmente lo escuché tragando.
—Estoy jodido —dijo después de un rato.
—¿Y por qué crees eso? —dije, ofendida. Mi corazón latió demasiado rápido.
—Tres chicas viviendo bajo el mismo techo. Me volveré loco. Debería ir cotizando el precio de armas de alto calibre, o empezar a ejercitar más los brazos para echar músculos y dar miedo a cualquier hijo de puta que se atreva a ver a alguna de mis chicas —se pasó una mano por el cabello y la cara—. Tal vez me convenga asociarme a un club de boxeo… especialmente cuando tú ayudes a alguna de las otras dos, Nicole y mi hija, a huir con algún patán sin futuro que quiera tomar sus virginidades…
Al decir esto último su cara se ensombreció y su labio se enrolló en un extraño mohín.
—Estás exagerando. ¡Y me ofendes! Yo jamás dejaría que nuestras hijas salieran con patanes sin futuro…
—Si descubro algo como eso… —me interrumpió. Seguramente ni siquiera escuchó alguna de las palabras que le dije— juro que mataré al desgraciado. Lo mato y no me importa nada. Veré si convenzo a tu padre de ayudarme a darle una paliza al hijo de pu…
—Adam —reí un poco—, tranquilízate. No está sucediendo en la actualidad; relájate.
Le toqué el brazo y esperé a que dejara de morderse el labio.
—Cierto —logró decir mientras suspiraba varias veces—. Tienes razón. De igual forma estoy jodido: tarde o temprano me convertiré en la única persona en este mundo que no quiero ser.
—¿En quién? ¿En tu padre?
—No, en el tuyo. Nena, ¡me pareceré a tu padre! Probablemente pierda el pelo cuando una de mis hijas empiece a tener citas… y eso es muy pronto. Nicole me dijo el otro día que conoció a un niño de su edad mientras la llevaba a clases de ballet. ¡Por eso insisto en educación en casa! Así evitan conocer “chicos” antes del tiempo adecuado. Y no digamos con la que viene en camino… quedaré calvo. Lo sé.
—Creo que estás teniendo un caso de ataque de pánico. Relájate. No pienses en eso. Además, Nicole algún día va a tener que casarse y criar hijos propios…
—¡MIERDA! —lanzó un puño contra la pared—. Soy un sucio irresponsable.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Seguimos hablando del mismo tema?
—Anna, nena, ¿estás bien conmigo? ¿Te sientes cómoda? Yo… yo no robé los años de tu juventud, ¿o sí?
—¿Por qué viene esa pregunta?
—Es que… no quiero ni pensar en lo que le haría al chico que embarazara a mi hija de corta edad. ¡Dios mío! Entiendo ahora a tu papá. ¡Entiendo a tu padre! Lo siguiente que pasará es que me volveré ciego como él y dejaré que se case con el patán que la embarazó. Soy un irresponsable…
—¿Quieres detenerte? Claro que no serás igual. Además yo estaré allí para apoyarte y gritarte cuando te estés pasando de sobre protector y celoso con nuestras hijas. Y serás un padre respetado y querido… deja ya el tema. No te pareces a papá en nada.
—Cierto. Mis tatuajes les darán miedo a la mayoría.
—Menos el de Bambi. Ese sí que los hará preguntarse si te lo hicieron como broma mientras estuviste en la cárcel; porque con tanto tatuaje de seguro creen que fuiste a una.
—Será mejor que lo crean.
Suspiró una vez más y sus ojos verdes miraron a los míos con adoración.
—Entonces… —susurró minutos después, acercándome a su cuerpo, ya más calmado. La comida siendo olvidada—: tendremos una niña —corrección: dos. Vamos Anna, abre la boca y dile—. Me gusta. El pequeño Noah lo dejaremos para después, porque te lo digo desde ahora, no pienso olvidarlo hasta que lo tengamos entre nosotros.
Asentí, presionando mi nariz con la suya, dejándole besitos esquimales.
—¿Y ya has pensado en el nombre? —preguntó después de un rato—. ¿Tienes alguno en mente?
Negué con la cabeza, dejando que sus manos acariciaran mi vientre y que sus dedos jugaran con mi ombligo salido.
No quería decirle que los nombres sería bueno pensarlos para que combinaran. Como todas buenas hermanas gemelas que serían.
—¿Qué te parece si le ponemos el tuyo? —respondió.
—¿Anna?
—Annabelle.
—Creo que solo generaría confusión. Y no es necesario que uses mi nombre. ¿Y por qué de repente usas mi nombre para todo?
—Porque yo quiero que lo lleve; ¿qué tal si llegamos a un acuerdo y le ponemos Belle? Así ya hay en casa una Anna y una Belle.
—¿Belle? ¿Le quieres poner así? —esperé a que asintiera con la cabeza—. Bien, no me disgusta del todo. Belle Walker. Habrá que pensarlo.
Al menos una de las gemelas ya tenía posible nombre.
Adam me sonrió con gusto, inclinándose para darle besitos a mi barriga.
—Creo que ya era hora de llamarla por su nombre. Hola Belle…—susurró en mi estómago— tendrás que soportarme en medio de tus citas. Una cosita tan pequeña como tú no debería salir con chicos idiotas hasta tener, como mínimo, treinta.
Me reí en voz alta.
—¿No eran veintisiete?
—No, ya no. Treinta es el nuevo veintisiete.
—Si tú lo dices…
Una foto de la bonita y arreglada mesa de los regalos se pegó en mi brazo. Adam la notó a tiempo para quitarla y para seguir distrayendo su mente lejos del tema de una de nuestras hijas no nacidas: Belle.
Juntos miramos las locuras que capturó la joven fotógrafa y nos reímos al ver las poses de nuestros amigos y conocidos.
Las damas de honor se tomaron cientos de fotos; con y sin nosotros. En una de ellas, todas decidieron cargar a Adam y tratar de lanzarlo al lago artificial que se encontraba cerca de los jardines.
Los chicos por su parte se tomaron fotos con un cocodrilo de piedra que decoraba una de las entradas. También posaron junto a la estatua de un león y todos se pusieron de acuerdo en pegarse un bigote falso para la siguiente toma mientras llevaban puestos sus sombreros. 
Se encontraban, junto a estas, las fotografías de cuando Marie tenía la cara teñida en azul gracias al pastelito. Y en la siguiente se miraba a Gustavo, luciendo nervioso sin saber qué hacer con una liga entre dos de sus dedos.
Había otra de Adam entre mis piernas mientras quitaba el pedacito de encaje. Y otra más de cuando Nicole pasó al escenario a cantar una canción de su banda favorita, a petición del público. Esa noche escuchamos mucho de Selena y Justin.
Miramos también las imágenes que capturaron el momento en que mis padres lloraron juntos y luego se daban un beso. La abuela de Adam aparecía en muchas de ellas, repitiendo comida en el bufet y rellenando su vaso de vino.
Rita, Key, Mirna, Dulce, Mindy y Shio, todos mis amigos posaron en otra foto para salir en el kiosko con el techo lleno de flores. Había varias para distraerse.
—Dime… —saqué el tema mientras observábamos más fotografías juntos—: y si tenemos otra hija, ¿cómo le pondríamos?
—Mmmm —él apartó la foto para luego tomar otra de la pila de imágenes—. No lo sé. ¿Qué tal algo que rime con el nombre de nuestra Belle? ¿Elle?
—¿Elle?
—Sí. ¿No creerás que se irá a resentir porque las llamemos de forma parecida?
—No creo… aunque no tengo experiencia. Soy hija única, ¿recuerdas?
—De acuerdo. Oh, ¡lo tengo! ¿Qué te parece si la llamamos Bella? Belle y Bella… y Nicole… y Noah. Tendríamos dos B y dos N. Me gusta. Así como tú y yo: A y A. Habrá que trabajar en esa otra bebé también, pero para eso ya tendremos tiempo.
Me dio un largo beso en la boca.
—Me parece bien Bella. Suena a novela romántica de vampiros.
—Pero nuestra Bella será distinta. Yo me encargaría de matar al susodicho que quiera clavarle el diente; de eso estoy seguro.
Reí en voz alta, estirando el brazo para tomar una rebanada de pizza y llevarla a mi boca.
—Tal vez después decidamos cambiarle el nombre… no sé.­ Hay tantas protagonistas dentro de las páginas de mis libros que admiro. Pensaré en algunos.
Suspiré contenta. Tal vez los nombres fueran improvisados, pero me gustaban: Bella y Belle.
Sí, ya podía imaginármelas.
—Pero por ahora soy feliz con sólo una pequeña en camino —dijo Adam de repente, acariciando mi estómago—. No creo que podría aguantar con otra; me volvería loco antes de cumplir los treinta. Aunque hay una ridícula tradición en nuestra familia… La mayoría de bebés Walker vienen en parejas. Pero no te asustes, es solo un mito. ¿Te imaginas embarazada de gemelos? ¿Cuán ridículo sería? Pensaría que estamos de mala suerte. Sería el colmo si hubiera pasado.
Aparté la vista, herida por su comentario.
—No es tan malo —murmuré débilmente.
—Oh, sí es malo. Agradece que no nos pasó… ¡Mira esta! —chilló, distrayéndose del tema central cuando pasó a otra fotografía de él y yo besándonos.
Asentí vagamente con la cabeza. Todavía con la mente en el tema de los gemelos.
¿Por qué Adam pensaba que era ridículo?
Para mí no lo era.
Quería gritarle que sí, efectivamente sería padre de dos niñas. Pero por alguna razón me volví cobarde al verlo tan feliz.
Pasados unos minutos decidí mejor seguir pretendiendo que veía las fotografías, aunque en realidad no lograba sacar sus palabras de mi mente.
¿Por qué sería tan malo tener gemelos? De todas formas yo no había pensado en embarazarme al doble.
Perdí el apetito repentinamente cuando mi estómago dio un vuelco y me entraron ganas de vomitar.
Logré calmarme a tiempo antes que Adam notara mi reacción o sino me enviaría a casa y no podría darle de una manera discreta la noticia del embarazo.


A la mañana siguiente ya me encontraba mejor.
Incluso descorrí las cortinas de la gran pared de vidrio con vista espectacular hacia la playa, dejando que el sol entrara a la habitación e iluminara las paredes de color coral.
La noche anterior me encontraba tan cansada que después de ver todas las fotos, ya había cerrado automáticamente mis ojos. No pude seguir interrogando a Adam y su repentina fobia por los gemelos.
Además ya sabía que él sería un buen padre; no tendría que dudar que su comentario lo hizo, más bien, por su salud mental y para beneficio de no quedar calvo antes de los treinta.
Le daría una nueva oportunidad para reivindicarse.
—Hoy quiero nadar con las tortugas —le dije cuando apenas se levantaba. Sus ojos parecían desenfocados y sus piernas estaban todavía enredadas entre las sábanas.
Lo escuché bostezar por un rato y luego me sonrió con torpeza.
—¿Qué dijimos ayer de las tortugas? —preguntó con voz ronca.
—Que no van a mutar y a comerme viva. Vamos, levántate. Ya pedí el desayuno y esta mañana confirmé de qué tamaño eran. Tienen todo un estanque.
—Hoy estás madrugadora.
Me encogí de hombros.
Las bebés me patearon desde temprano, una de ellas fue más fuerte que la otra… además de insistente. Tuve que levantarme en contra de mi voluntad.
Reconocía que mi espalda me estaba matando, pero me encontraba entusiasmada con la idea de las tortugas. Siempre me gustaron.
—Vamos, abuelo, levántate.
Él se levantó de un salto, dejando caer la sábana al suelo y mostrándome una completa toma de su cuerpo desnudo. Desde temprano se notaba que se encontraba firme y dispuesto.
No pude evitar los pensamientos sucios que me atravesaron.
—Oh, oh. Ahí está de nuevo la mirada de pequeña pervertida. ¿Estás segura de que aun quieres que veamos a las tortugas o prefieres hacer algo de actividad física a cambio?
Parpadeé varias veces para concentrarme.
—Quiero…
—Piénsalo bien —dijo estirándose como gato.
No fue una decisión difícil, y a pesar de que ya me encontraba cambiada y lista, no me importó cuando Adam quitó de nuevo cada capa de mi ropa.
Y para mi malestar, volvimos a lo “lento pero seguro” que tanto me sacaba de quicio.


Unas horas más tarde, cerca del almuerzo, finalmente nos pusimos en marcha para ver el estanque de las tortugas.
Me encontraba entusiasmada mientras caminábamos tomados de la mano y dejaba que la brisa fresca ventilara mis pantorrillas descubiertas.
Había toda una fila de niños y padres esperando para pasar al hábitat marino. Tomé la mano de Adam aun más fuerte y me apresuré hasta colocarnos al frente.
—No entiendo por qué estás tan emocionada. Tranquila… no corras.
Mientras entrabamos, y Adam pagaba por lo boletos, observamos un acuario entero lleno de peces de colores. Al otro lado había un centro dedicado solo para los pingüinos.
Pero cuando me giré para llevar a Adam hacia la sección que tanto quería, me encontré con su sonrisa boba… y no precisamente me la dedicaba a mí sino a la chica rubia con un avanzado embarazo que se detuvo frente a nosotros.
—¡Rosie! —gritó Adam, se movió a abrazarla y a estrecharla con fuerza—. ¿Qué haces aquí, de todos los lugares?
Ella sonrió mostrando sus dientes completos.
—¡Adam! —dijo ella, echando sus manos detrás el cuello de él y dándole un enorme beso en la mejilla—. Vine de vacaciones, ¿qué tal estuvo tu boda? Lamento con toda el alma no haber podido asistir a pesar de que me invitaste personalmente.
Y como si yo me hubiera materializado de la nada, ella me notó con sorpresa en sus ojos, sonriendo con menos fuerza que cuando lo hizo con Adam.
—¡Ambar! —dijo a modo de saludo.
Apreté los dientes y me obligué a sonreír forzadamente.
—Es Anna —corrigió Adam. Al parecer no podía quitar esa estúpida sonrisa del rostro cuando lo dijo—. Tú siempre fuiste pésima con los nombres. No puedo creer esta coincidencia.
¿Coincidencia? Pffft… las coincidencias no existían.
—Perdón —se disculpó viéndome fijamente—. Adam tiene toda la razón, soy mala con los nombres.
Murmuré un hola vagamente, pero ella no lo escuchó porque fijó su atención en Adam.
—¿Y a dónde iban?
—Llevaba a la pequeña per… a Anna a ver a las tortugas.
Rosie abrió exageradamente la boca.
—Oh no, pero son enormes. Yo me llevé el susto de mi vida cuando una pegó su boca en mi mano.
Adam entrecerró los ojos en mi dirección.
—¿Ah, sí?
—Sí, son gigantes. Bien te podrías sentar en una de ellas pensando que es una piedra.
Bien. De acuerdo. No había sido totalmente sincera con él. Pero en mi defensa, hasta esa mañana lo descubrí.
—¿Y tú? ¿viniste con alguien? —preguntó Adam, cambiando de tema.
—Vine con Mia, mi hermana. ¿La recuerdas?
Él asintió con la cabeza.
—Justo iba al comedor del restaurante para verla. ¿Quieren venir?
—Íbamos a ver… —comencé a decir pero Adam me interrumpió.
—Claro. Vamos.
Le di una mirada sucia mientras intentaba tomar mi mano para llevarme afuera. Me negué y me paré en seco cuando me vio de manera mortal.
—Pero íbamos…
—Yo de verdad no lo recomiendo —dijo Rosie de manera teatral—, el olor del estanque hizo que me mareara. Creo que se me bajó hasta el azúcar.
Y no podría decir que mentía porque se miraba echa un asco.
Tenía ojeras bajo sus ojos y se encontraba tan pálida como un fantasma.
De pronto dio un traspié, y Adam inmediatamente la sujetó de la cintura.
Él me miró con una disculpa en sus ojos.
—Creo que tenemos que llevarla con su hermana. Después considero si es saludable para ti ver o no a las tortugas —dijo mientras dejaba que Rosie se apoyara en él.
Me crucé de brazos por un momento, odiando comportante de manera tan egoísta porque yo no sentía las ganas de ayudarla en lo más mínimo.
—Anna —llamó Adam cuando vio que no me movía—. Ve adelante por favor. No quiero que te pierdas.
Rosie me dio una sonrisa llena de simpatía, haciéndola lucir más amable de lo que mi mente aceptaba.
—Lamento de verdad arruinar su paseo —murmuró ella con voz débil.
—No es ningún problema. Tenemos ocho días para recorrer todos los lugares.
—¿Ocho días? ¡Qué coincidencia! Yo también me quedo por ese tiempo.
Resoplé audiblemente.
Como dije, las coincidencias no existían. De eso estaba segura.
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Published on August 19, 2014 20:11

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