Lia Belikov's Blog, page 7

February 26, 2014

La complicada vida de Irina - Historia de una página



Si hay algo que logra distraerme mientras estoy concentrada, dibujando, son las miradas que recibo de la gente. Pero esta vez es diferente, es algo casi tangible, palpable, se siente como si alguien rastrillara sus dedos por mi cuello y me dijera: mírame.
Levanto la vista del boceto a lápiz que estoy casi terminando, y me encuentro con un par de ojos color azul celeste observándome desde la otra banca en el parque.
Está sentado con sus piernas cruzadas, sosteniendo una cámara en la mano, jugando con el cigarrillo que tiene en su boca.
Me sonríe tentativamente cuando conecta con mis ojos. Tiene hoyuelos. Corrección: un hoyuelo, y se forma cuando eleva la comisura de sus labios.
Dejo que mis ojos lo aprecien por unos segundos más, y luego regreso a mi dibujo.
Mis dedos se sienten congelados, entumecidos, y me encuentro de nuevo levantando la vista para ver si el chico continúa viéndome.
Pero no. Él ahora mira hacia su cámara, acariciando los bordes e inspeccionando la correcta posición del lente. Y como si fuera atraído por mi mirada, alza la vista y me ve observarlo.
Rápidamente quito mis ojos de su figura, regresando a mi dibujo. Un rubor empieza a formarse en mis mejillas mientras intento sombrear el rostro que llevo dibujando durante semanas.
Mi hermana me convenció de participar en este concurso de dibujo, pero verdaderamente sólo lo hago cuando estoy inspirada, no al contrario. Estos últimos días me encontré levantándome temprano, tomando café como una posesa, y sentándome por horas en el parque que divide mi calle con la calle en la que vive mi hermana y su marido. Todo para inspirarme y recibir alguna idea brillante que me hiciera no avergonzarme enfrente de tanta gente que participará en el concurso. No es hasta hace unas horas cuando finalmente tengo la motivación necesaria para llenar mi libreta de bocetos. Aunque es inútil, mi curiosidad por este chico llama mi atención a tal grado que me obliga a detener mi lápiz y a querer verlo de nuevo.
Siento que me mira, lo sé porque mi cuello empieza a quemar y a mis labios los recorre un hormigueo incesante. Es como si pudiera tocarme con la vista... No, es más que eso, no me toca con la vista, me quema.
Resisto la tentación de verlo otra vez. Sigo con mi dibujo... o al menos lo intento.
Soy consciente del peso de su mirada sobre mí todo el tiempo; mi corazón late un poco más rápido, pero no vuelvo a despegar mis ojos de mi hoja de papel.
Pasan unos segundos en donde me siento más tranquila y el fuego urgente deja de calentar mi rostro; vuelvo a concentrarme en mi dibujo. Pero ese pedazo de felicidad se esfuma en el aire mientras noto un movimiento por el rabillo de mi ojo.
—Hola —dice una voz masculina a mi lado.
Me asusto momentáneamente y presiono tan fuerte el lápiz, que le abro un hoyo a la hoja justo mientras remarco las líneas de arruga en la frente de la persona que estoy dibujando.
Giro mi cabeza cautelosamente, y veo al chico hermoso que miraba con descaro hace unos segundos atrás. Está sentado a mi lado, esta vez con la correa de su cámara echada al hombro, sin el cigarrillo pero siempre dejando un leve olor a humo que permanece en su ropa y en sus dedos.
Desde tan cerca puedo notar mejor sus labios, el inferior es más carnoso que el superior, y tiene una diminuta e imperceptible cicatriz en su ceja izquierda.
—Creo que a ella no le queda bien el tercer ojo —dice viendo mi dibujo. Inclina su cabeza hacia mi libreta y luego me sonríe de lado.
Parpadeo unas cuantas veces antes de seguir la dirección de su mirada y veo cómo al rostro de la chica que dibujé está siendo atravesado por mi lápiz, haciendo que parezca que tiene un tercer ojo en la frente.
—Sí, bueno, lo tengo todo fríamente calculado. Esto era parte del diseño —le respondo, tratando de no ponerme en ridículo con él.
Escucho su suave risa, y varias terminaciones de mi cuerpo comienzan a tener un mini infarto.
—Dibujas muy bien. No te había visto antes por aquí, ¿siempre vienes a esta hora?
—¿A las seis de la mañana? No, nunca. Por lo general estaría durmiendo o viendo algún episodio repetido de Friends.
Él sonríe ante mi sinceridad.
Es extraño que no me sienta cohibida con su presencia. Hay algo en su forma de ser que me atrae, que se me hace familiar y reconfortante.
—Y yo estaría probablemente escuchando los ronquidos de mi compañero de cuarto. Oh, por cierto, mi nombre es Lucas. Noté que no podías dejar de verme y quise venir a que me apreciaras mejor desde esta distancia.
El calor crepita en mis mejillas y trato fuertemente de no ruborizarme, pero no sirve de nada, me pongo más roja que la luz de un semáforo.
—Yo... yo no te estaba viendo. Eras tú quien no podía dejar de verme a mí.
Paso mi mano debajo de mi nariz porque por lo general me suda el labio superior siempre que me pongo nerviosa.
—Cierto, lo admito: te estaba viendo totalmente embobado. Es que estabas tan concentrada y quería saber qué era lo que estabas haciendo. Tomé un par de fotos... Digo, no soy ningún acosador ni nada, yo solo...
—Está bien —sonrío tentativamente, sorprendiéndome con su confesión, pero más por mi respuesta inusual. ¿Está bien que me fotografíe?—. ¿Puedo verlas?
—Claro —dice encogiéndose de hombros y encendiendo su complicada cámara Nikkon.
La primera imagen que veo es de mi rostro, en un acercamiento que en otros tiempos me aterrorizaría, pero me veo bastante bien. Bien para tener tantos lunares como cráteres tiene la luna; y un rizado cabello rubio que metí en un apresurado moño esta mañana.
—Es hermoso —murmuro acercándome más hacia él para ver mejor la cámara.
Pasa la imagen y me muestra una pose a distancia. Las líneas de mi rostro comprueban lo concentrada que estaba mientras dibujaba, incluso puedo ver a mi lengua asomándose a través de mis labios fruncidos.
La siguiente fotografía es un plano directo de mis piernas.
Frunzo el ceño y arrastro mis ojos hacia el chico de mirada azul glaciar.
—¿Esas son mis piernas? —trato de no reír ante ello. Estoy usando shorts con estampado de la cara de Hello Kitty, y un suéter de lana de color gris haciendo juego con mis botas de tela del mismo tono.
—Lo siento por esa, pero tengo que admitirlo: tienes unas hermosas piernas. Las piernas son mi debilidad —admite. Sus ojos de hielo me miran, sintiéndose apenados.
Al instante comienzo a ruborizarme por completo. Mi cara se siente caliente y ardiendo.
—No es un cumplido que escuche todos los días —murmuro casi sin aliento. Tengo que obligarme a repetir mentalmente que él sólo es un chico. Un chico al que no conozco y que probablemente no volveré a ver.
—Pues alguien debería decírtelo al menos cinco veces al día, es bueno para el ego. Por cierto, cambiando de tema, aún no me has dicho tu nombre.
Arrugo un poco la nariz. Por lo general nunca tengo demasiada confianza con gente extraña; aunque en grandes rasgos no tengo confianza con nadie. Punto.
—Me llamo Gianna —respondo con cierta reticencia—, pero mis amigos me dicen Gia.
—Gianna —pronuncia mi nombre como si lo respirara—. ¿Nombre italiano? 
Asiento con la cabeza.
—Mi papá es de Venecia.
—Bien —sonríe con este nuevo conocimiento—, veo que tienes un enorme talento dibujando. Lamento haber convertido en cíclope a tu retrato; déjame compensarlo haciendo de ti la chica de la portada de mis libros.
Sus palabras tardan un segundo en hacer eco en mi cerebro.
—¿Qué...?
¿Dijo portada de libros?
—Sí, ¿te interesaría?
Lucas lleva una mano detrás de su nuca y la pasa sobre su cabello tan negro como el carbón quemado.
De pronto mi garganta se seca y mi rostro vuelve a ponerse de todos los tonos de rojo.
—Lo siento —me apresuro a decir—. Tengo que irme.
Acto seguido empiezo a guardar mis cosas en el diminuto bolso que traje desde casa, y comienzo a ponerme de pie.
—¡No! —dice Lucas un poco demasiado fuerte. Me sobresalto y él nota mi reacción así que baja la voz—. Perdón, no quise ponerme histérico. Yo sé que es raro que un extraño te diga que quiere que seas la chica de su portada, pero de verdad, Irina se parece bastante a ti, físicamente hablando.
—¿Irina? —me pica la curiosidad y una parte de mí no quiere irse porque quiere escucharlo.
—Sí, es el nombre de mi protagonista.
—¿Entonces eres escritor? ¿Qué escribes?
Él me regala una sonrisa con un hoyuelo, y mis piernas se convierten en fideos incapaces de sostenerme en pie. Caigo de nuevo en el asiento.
—Escribo novelas —dice— básicamente ficción o fantasía. Lo sé, es vergonzoso. Pero aunque deteste decirlo, se me da bien inventar nuevos mundos y habitarlos con gente extraña.
—¿Y me quieres a mí? ¿Para tu portada? Pensé que los escritores no se involucraban en el trabajo del diseño.
—Bueno… —sonrió con suficiencia— mis obras han sido como... auto publicadas. Un amigo tiene una imprenta, él invierte en la publicación y yo solo le entrego sus ganancias.
—¿De verdad? Y... ¿eres bueno? Pregunto porque hay mucha gente que dice ser buena pero termina decepcionando gravemente.
—¿Por qué no lo averiguas por ti misma? Te dejaré una copia de uno de mis primeros libros.
Rápidamente se lleva una mano hacia su chaqueta, y saca un puñado de papel arrugado.
Revisa lo que parece ser una factura y luego toma el lápiz que aún conservo en la mano para garabatear un par de números.
—Este es mi número de teléfono, me gustaría verte de nuevo en persona para presentarte a Irina y a Pablo, y a todos los demás personajes locos de "La Complicada Vida de Irina Ruiz".
Sonríe de nuevo, y siento que mis pies se despegan del suelo.
Soy una tonta que se deja impresionar con facilidad, ¿lo peor de todo? Disfruto cada momento.
—La Complicada Vida de Irina Ruiz —repito—, se escucha interesante. ¿De qué trata? No será otra novela de vampiros, ¿verdad?
—No —se ríe e voz alta—, no lo es. Lo prometo. 
Su risa me es familiar. Si él no tuviera un rostro difícil de olvidar, creería que lo conozco desde toda la vida.
—¿Y bien? —pregunto con curiosidad—. No dijiste de qué trata la historia.
—Oh, cierto —suspira—: Irina es un ser sobrenatural destinada a matar todo lo referente al amor. Ella es la encargada de destruir relaciones amorosas sólidas, y está condenada a destruir la suya propia. Es solitaria pero siempre ha deseado enamorarse. Precisamente trabaja junto a alguien que es todo lo opuesto. En estos tiempos modernos sería llamado Cupido.
Ríe en voz alta al ver la expresión de mi rostro.
—¿Cupido? No entiendo —digo tratando de procesar cada palabra que sale de su boca.
—A Cupido en realidad no se le conoce con ese nombre —me explica con paciencia—, es más bien un agente que hace todo lo contrario a Irina: él crea relaciones y procura que se establezcan y sean sinceras. Está condenado a encontrar el alma gemela de cada ser humano en el mundo, menos la suya. No puede rastrearla como haría con las parejas a las que enlaza; no puede saber quién es o si ya la conoce; eso lo ha convertido en amargado, alguien completamente distinto a Irina que cree en el amor.
—Oh, ya entiendo. Ella, quien no puede enamorarse porque destruiría su relación, sí cree en el amor. Y él, quien está obligado a emparejar a todos menos a él, no cree en el amor.
—Ya has comprendido mi idea.
—Vaya, déjame adivinar: ¿Pablo, el protagonista, es el amargado?
Él asiente con la cabeza.
—Guau. Si de relaciones complicadas hablamos, esa se lleva el premio. Estoy ansiosa por leerlo. Espero que ambos terminen enamorándose.
—Oh, lo hacen.
El único hoyuelo vuelve a aparecer en su rostro. Saca un cigarrillo de su bolsillo trasero, y me ofrece uno de los muchos que abundan en la caja, yo niego con la cabeza.
—¿Te molesta que fume? —me pregunta pacientemente.
Niego con la cabeza.
El olor del cigarro siempre ha tenido un factor de calmante para mí. No fumo pero me recuerda viejos tiempos, me recuerda extrañamente a casa.
—Entonces se enamoran —digo rememorando la historia que me acaba de contar—. Suena romántico. Ya quiero leer cómo logran superar ese enorme problema.
—Mmm, no logran superar nada. No importa lo que hagan, de igual forma no pueden estar juntos —dice Lucas con amargura—. Están condenados desde el principio. Él a no encontrarla, y ella a destruir lo que sea que tienen. O si por casualidades de la vida intentan estar juntos, estarán obligados a separarse. Su historia no tiene un final feliz y está destinada a repetirse una y otra vez con el paso de los años.
Una increíble melancolía me abruma por completo. Como si Irina y Pablo existieran realmente y sintiera lástima por ellos.
—Eso es triste —murmuro finalmente—. Soy una persona de finales felices. 
—Se pone peor —dice dando una calada a su cigarrillo, expulsando el humo en dirección contraria a mi rostro—. Irina lo deja. Se va. Y él no es capaz de encontrarla nuevamente porque es a la única persona en el mundo entero sobre la que no puede tener información. ¿Aunque quieres saber algo?
Me inclino más cerca de su cuerpo, esperando con anticipación para oír el resto. Mi corazón late cada vez más rápido de lo normal, y estar tan cerca de Lucas me deja casi sin respirar.
—Él ha logrado encontrarla un par de veces —admite—. Ella usa diferentes cuerpos y diferentes vidas para esconderse, pero hay ocasiones en las que comete deslices y él aprovecha para verla y saber si está bien, si lo ha superado, o si tiene una oportunidad más de estar con ella.
Mis ojos se sienten pesados por las lágrimas que parecen acumularse en ellos. Ni siquiera sé por qué estoy actuando de esta forma. Jamás he llorado con nada, ni con películas, mucho menos con historias que sé que son producto de la imaginación.
Ahora, por alguna razón, me siento desolada.
—¿E Irina es tan tonta como para no notarlo, aun cuando está frente a sus narices?
—No es tonta —la defiende—, ella simplemente se engaña a sí misma. Y al igual que ella, Pablo también se esconde con otros rostros. Le es difícil reconocerlo a primera vista.
—Eso es triste —comento después de unos segundos cuando toda la información se adentra en mi cabeza.
—Es realista —se encoge de hombros—, y tengo la convicción de que todo lo real se compone de tristeza.
Dudo unos instantes antes de decirlo, pero ciertamente todo sobre él llama mi atención. Tal vez cometa un error de depositar mi confianza en un extraño, pero digo:
—De acuerdo. Me sentiría complacida de leer tu libro... y de que me fotografíes.
—¿En serio? —sus ojos se iluminan notablemente, sacando el cigarrillo de su boca—. Te va a encantar. Irina tiene el cabello rubio cenizo como el tuyo, además es buena dibujando también.
Esta vez no logro oprimir el impulso de sonrojarme.
—Ella suena maravillosa.
—Lo es.
Bota el cigarrillo y lo aplasta con la punta de su zapato.
—Entonces —continua diciendo mientras se pone de pie—, ¿qué tal si nos vemos mañana a esta hora?
—Claro —respondo con entusiasmo—, pero ¿qué debo ponerme?
Miro hacia abajo, a mi ropa informal.
—Oh, lo que sea que uses estará perfecto.
Me recorre con la mirada, y de nuevo, el fuego que me atrajo de él desde un principio, se hace presente.
Sonríe con ternura cuando sus ojos azul hielo conectan con los míos.
—Te veré mañana entonces.
Comienza a caminar, cargando su cámara en un hombro y rebuscando por más cigarrillos en su bolsillo.
Luego se pasa la mano por el cabello, y no puedo reprimir el impulso que nace en mi boca para llamarlo de regreso.
Debería dejarlo marcharse, pero mi mente comienza a formar las palabras, mi lengua se desenrolla para pronunciar su nombre y comprobar si lo que nada en mi subconsciente es real.
—Pablo —grito antes de que se pierda de vista.
Él se detiene y gira de lado para verme, confirmando mis sospechas.
—¿Sí? —responde con ese bello y único hoyuelo formándose en su rostro.
Trago saliva, reuniendo valor para lo que voy a decir.
—Por favor deja de buscarme.
Él se acerca hacia mí con cautela.
Mis ojos están fijos en el suelo, con la tristeza consumiéndome lentamente. Mi mente está trabajando a toda su capacidad.
—¿Cómo dijiste? —pregunta. Ahora está lo suficientemente cerca como para ver mi propio reflejo en sus ojos de hielo.
Lamo mis labios y la razón de todo entra en mi sistema.
—Dije que dejaras de buscarme —repito—. Sabes cómo van a terminar las cosas.
Esta vez él parpadea, viéndose ofendido por un momento. Aprieta sus puños y se esfuerza por mantener mi mirada.
—No puedo —dice finalmente, mirándome con melancolía—. Irina, no intestes alejarme. Ya no más, te lo ruego.
Él suspira audiblemente cuando nota que no digo nada.
—¿Cómo supiste que era yo? —pregunta después de unos segundos.
—Porque en tus ojos siempre hay hielo. Hielo y fuego —muy tardíamente añado—: además, recuerdo que una vez dijiste que hubieras sido perfecto si te llamaras Lucas. Siempre usas ese nombre.
Mira al suelo por unos momentos, presionando la cinta de su cámara.
—Te juro que si te alejas, Irina, no me importa dónde vayas o en qué rostro te escondas… voy a encontrarte.
—No pienso alejarme —digo con convicción—. Te dije que estaría aquí mañana, y voy a cumplir con mi palabra.
Él suelta el aire que ha estado conteniendo en sus pulmones, y me regala una pequeña sonrisa.
—Me he pasado mil vidas buscándote, y tú has pasado las mil escondiéndote. Perdona si no creo en tu palabra ahora que me reconoces.
—Sabes perfectamente que estamos destinados a una catástrofe. Lo arruinaré todo.
—Y yo estaré ahí para juntar las piezas, una por una —responde con paciencia—, solo ya no huyas de mí.
Pasan unos largos minutos de silencio, hasta que levanto el rostro con seguridad, y extiendo mi mano para tomar la suya.
—Prometo ya no huir —susurro para que nadie nos oiga, como si de esa manera pudiéramos engañar eso que nos hace ser lo que somos, para darnos esperanzas aunque sean falsas, y para tratar de engañarme aunque ambos sabemos que esto va a terminar mal.
Él se acerca cuidadosamente y planta un beso en mi frente antes de bajar y depositarlo en mis labios.
—¿Por qué será que no te creo? —sonríe mientras me besa de nuevo, esta vez por más tiempo.
—Me gusta este cuerpo —admito después de que suelta mis labios—, mi familia es simpática, y aunque solo les traiga conflictos, ellos igual me quieren. No pienso esconderme en otra persona, ya no.
—No más juegos, entonces.
Niego con la cabeza, poco segura de mantener esa promesa.
—No más juegos —digo aunque sé que pronto me encontraré huyendo de nuevo. Pero no le digo nada de esto, en su lugar disfruto el poco tiempo que tenemos antes de que destruya lo que nací para destruir desde un comienzo.
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Published on February 26, 2014 17:17

December 13, 2013

La hora del té

No había nada que ella pudiera hacer, todo a su alrededor se estaba desmoronando y cayendo a pedazos. Nunca lo vio venir, jamás se imaginó que pudieran existir esa clase de personas en la vida real. La clase de gente lo suficientemente fría como para cometer actos tan sanguinarios y sucios como el que se estaba desarrollando frente a sus ojos.
Su mundo se caía lentamente y una ansiedad e impotencia invadieron todos sus sentidos. Se resignó a ser un objeto, un peón en medio de un juego de ajedrez en donde los más débiles eran sacrificados, y ella estaba contada como uno de ellos.
Sus brazos estaban atados, en un segundo entendió que habían situaciones que se salían de su control. Y era gracioso, ya que sabiendo que sus horas estaban siendo contadas, lo único que sentía en ese momento era el frío y el entendimiento de que iba a morir.
Pensó en las cosas que quería hacer y no hizo por miedo o por estar cansada, pensó en lo poco que aportó por el mundo y en cómo le hubiera gustado irse y ser recordada. Pero no tenía a nadie, nadie iba a extrañarla esa noche que no llegara a casa. Sería otra noticia más para rellenar espacio en los periódicos.
Ella se convertiría en esa chica de la que la gente se lamenta pero agradecen no ser ellos mismos los que se encuentren en esa situación; nadie sabría cuál fue su color favorito o cuáles eran sus ideales y sus más profundos pensamientos. A nadie le interesaría que pasara cada noche leyendo un libro antes de acostarse, o que si se iba, dejaría una mascota en casa que siempre se acomodaba sobre sus pies para recibir algo de atención. Nadie se preguntaría qué fue lo último que pensó, o cuál fue su canción favorita o sus mejores recuerdos… o su primer amor.
Eran trivialidades que pasarían por alto y que a nadie le importarían.
Iba a ser como si nunca existió.
El olor a sangre se mezclaba con el aire caliente de la noche que hacía que su cabello negro se pegara contra su cara.
Siempre sintió curiosidad acerca de lo que sentiría cuando llegara su hora. Tal vez miedo, tal vez ira o paz. Pero mentiría si diría que estaba aterrada. Ella simplemente no sentía nada.
Estaba a punto de dejar de ser recordada.
Estaba a punto de convertirse en otra mancha en el pavimento, en otra víctima que ni siquiera llegaría a primera plana.
Se preguntaría a quién le servirían sus insignificantes posesiones, o a quién regalarían su perro canoso de siete años. Él necesitaba de una dieta especial y no podía comer cualquier cosa, no esa comida barata o de mala calidad, sino de la otra, la que era incluso más cara que la de un humano.
¿Alguien vendería sus libros? Ni siquiera pudo terminar de leer el último que compró, lo dejó marcado en la página cincuenta y siete porque el sueño le había ganado la noche pasada y tenía que trabajar temprano al día siguiente.
También recordó las tacitas de té que su abuela le había dejado de herencia. Para los demás sería poca cosa, pero para ella eran su posesión más preciada, la que no era tangible como el dinero, sino algo más importante por su valor sentimental.
Solía jugar con las hermosas tazas pintadas a mano y fingía que ella era refinada e impactante, incluso levantaba el dedo meñique porque eso se suponía que la abuela le enseñó a hacer.
Jugaba a que de hecho le gustaba el té, aunque en realidad le desagradaba su sabor. Recordaba a su abuela enseñándole a no poner los codos en la mesa, o a masticar con la boca cerrada. Ella siempre decía que con la hora del té no se bromeaba.
Tantos conocimientos almacenados en su memoria como una biblioteca, y ahora esa biblioteca estaba siendo quemada, borrada de la faz de la tierra.
Un sentimiento distinto al frío se situó en su pecho, un sentimiento de amargura al darse cuenta de que no era nadie. 
Hubo un tiempo en el que pensó que podía ser infinita y tocar el cielo con las manos, pero intentando alcanzar el sol, el sol la quemó.
Sus últimas lágrimas salían a borbotones por sus ojos, y más que pensar en sus pertenencias, pensó en lo que nunca vería de ahora en adelante. Tantos viajes pospuestos, tantos chicos lindos con los que se negó a hablar, las veces que debió llorar menos y reír más, los locos sueños con comer helado o las amistades que se negó a hacer porque ella era torpe para esas cosas, no era una chica muy social.
Su vida era triste y solitaria, y necesitó del último momento para darse cuenta de ello.
Un disparo la sacó de sus pensamientos y la llevó de nuevo a su realidad. La chica que minutos antes estaba a su lado, ahora se encontraba tirada en el suelo, convulsionándose y sangrando a una velocidad vertiginosa.
Eso sólo podía significar que era su turno. Ella era la siguiente en la lista.
Cinco personas habían muerto antes que ella, los cinco no eran más que masas borrosas que caían a su costado, masas que manchaban de sangre el suelo y que ahora no eran nada.
Y ella estaba a punto de convertirse en nada también.
Sus manos temblaron, su cuerpo se preparaba para recibir el impacto y el dolor. Sus ojos se negaron a cerrarse y su pecho se sacudió de arriba abajo, preparándose para el momento.
Esto era, el frío la comenzaba a reclamar de alguna manera.
Se preguntó si su cuerpo tendría alguna clase de elegancia a la hora de caer y lamentó haber sido una mala persona con sus padres cuando diez años antes el frío los había reclamado también.
El arma apuntó en su dirección y el frío aumentó.
Tembló y se sacudió.
Su vida se limitaba a esto, hasta aquí había llegado todo. Al levantarse esa mañana no pensó que esa sería la última vez que se subiría a un autobús, o la última vez que desayunaría huevos con jamón. Tampoco creyó que no llegaría a casa esa noche para mimar a su adorado perro, o para regar los helechos que compró en aquella tienda de segunda mano.

El chico con el arma se le acercó.

El frío le susurró en la oreja, estaba cerca, podía sentirlo aferrándose a sus huesos y a su piel.

El arma apuntó a su frente.

Ella cerró los ojos, tratando de ser valiente y repetir una última oración.

Escuchó un disparo e inmediatamente el frío la abrazó, la consumió, la devoró y la aplastó con fuerza.

Ella hubiera deseado dejar huella, hubiera deseado ser alguien importante… pero ahora esas cosas no la molestaban, simplemente pasó a ser nada... pasó a ser nadie.
Por eso, cuando al día siguiente despertó y se dio cuenta que estaba empapada en sudor, agradeció que simplemente fuera pesadilla y que solo estaba jadeando debido al calor. 
Sus ojos reconocieron rápidamente las sábanas blancas que ahora la envolvían y que le aseguraban que se encontraba en su habitación; estaba a salvo, nada malo sucedió. Estaba a salvo, y con el corazón acelerado. Su perro incluso corrió en su dirección y le acarició la mano como siempre hacía cada mañana.
Se retorció en su cama y vomitó. Tal vez esta sería su segunda oportunidad para hacer las cosas bien, las haría diferente... lo prometió.
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Published on December 13, 2013 16:11

November 14, 2013

La hora del Postre


Hace ya varios años que no lo veía. Lo encontré de casualidad en un café mientras miraba atentamente su laptop y fruncía el ceño adorablemente.
Su cabello marrón claro estaba más largo de lo que recordaba, y sus ojos azules nunca se alzaron, ni siquiera para despegarse de su trabajo; si lo hubieran hecho, me hubiera visto parada a una distancia poco prudente frente a él.
Tuvieron que pasar tres años, dos meses y siete días para que mi corazón se hiciera a la idea de no volverlo a ver, de no volver a pensar en él como mío. Pero bastaron unos pocos segundos para destruir el muro de concreto que había creado a mi alrededor. El muro que tardé tanto en construir y reforzar para evitar salir herida por segunda vez.
Debí haberme ido, o buscar otro lugar donde comer, pero era imposible dejar pasar la oportunidad de estar cerca, de respirar su esencia, de robar miradas en su dirección aún mientras él ni siquiera era capaz de notar mi presencia.
Observé su taza de café a punto de extinguirse, y unas cuantas galletas con chispas de chocolate a medio comer que se sobresalían de su plato; verlo actuar con tanta normalidad hizo que mi corazón se contrajera. Lo extrañaba. Mucho.
Finalmente me senté en una mesa escondida en el local, observándolo cada vez que sus dedos se movían sobre el teclado y cada vez que su mano buscaba a tientas por otra galleta.
Pensé que pasaba desapercibida a sus ojos, así que cuando alzó la vista y vio directamente hacia mí, como si supiera que me encontraba allí desde un principio, me paralicé.El tiempo se detuvo y mi corazón se desaceleró. Fui atrapada mientras lo observaba descaradamente.Para mi sorpresa, él no me ignoró o actuó como si fuéramos dos extraños; en su lugar, me sonrió y levantó su mano para darme un saludo tímido tan impropio de él.
Sonreí, la esperanza corriendo por mis venas como un choque de adrenalina. Mi mente ilusionándose e imaginando las posibilidades de nosotros dos juntos otra vez; pero esos pensamientos se detuvieron cuando una chica con cabello color almendra se sentó junto a él y pasó su mano posesivamente por su hombro. Inevitablemente apartó sus ojos de los míos, y la sonrisa que me había dedicado a mí, no era nada comparada a la que le dedicó a ella.
Entonces pasó lo impensable: ella se inclinó hacia sus labios, y él la besó.
Seguramente fue un beso corto, tal vez pasaron nada más que segundos antes de que se separaran, pero para mí tomó una eternidad... y fue una eternidad muy cruel y amarga.
Cuando el beso acabó, no esperé que dirigiera su mirada de nuevo hacia mí, y no lo hizo. Secretamente deseaba que mis ojos no me delataran y lo hicieran registrar la tristeza en mi rostro, pero no importó, en ese momento me di cuenta que mi tiempo con él ya había pasado. Era muy tarde para nosotros dos. Siempre fue muy tarde para los dos.

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Published on November 14, 2013 18:45

August 17, 2013

Entre Sueños

Entre Sueños
Por alguna extraña razón anoche soñé contigo.
Soñé que tus labios cubrían de besos mi cuello, y que tus manos se aferraban con fuerza a mi pelo.
Soñé que me besabas hasta perder la conciencia.
Soñé que bailábamos y que hacíamos nuestra propia fiesta, en donde los invitados eran todos altos y las bebidas se tomaban en un zapato violeta.
Soñé con tus labios sabor cereza.
Soñé y soñé hasta que quise despertar, pero soñarte era tan bueno que no quise regresar.
Debí haberme ido cuando pude, ahora solo vivo para soñar.
Soñar que te beso, soñar lejos de nuestra realidad.
Soñar en blanco y negro.
Soñar que la luna se puede alcanzar con sólo los ojos cerrar.
Soñar que estás a mi lado, a pesar de que ya no lo estás.
Porque solo eres un sueño, y yo, en algún momento, tengo que despertar.
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Published on August 17, 2013 17:24

Quien en verdad soy



¿Acaso crees que no sufro porque no muestro mi dolor?
¿Piensas que no lloro en público porque trato de sentirme superior? Cuando lo único que he hecho es guardarme esa sensación, para después sacarla en la intimidad de mi habitación y llorarla hasta que mis ojos pierdan su color.
¿Crees que soy de piedra porque sé ocultar mi emoción? Peleo mil batallas en mi mente, no necesito mostrar la verdadera acción.
Si tan solo quisieras conocerme, si tan solo me quisieras por quien soy.
Si dejaras de creer que no soy fuerte, cuando la verdadera razón es que lo soy.
¿Piensas que no tengo cicatrices solo porque no se pueden ver en mi exterior? Las que tengo guardadas son las que van en el corazón; esas son las que envenenan el alma, las que me hacen ser quien soy.
Tú jamás lo entenderías, no eres como yo.
No intentas ocultar tus heridas para pretender que eres fuerte en el exterior.
No sabes lo que es morirse de miedo cuando te sientes solo.
No sabes lo que siento, no sabes a dónde voy.
¿Piensas que soy hipócrita porque sonrío aunque sufra en mi interior? Solo quiero demostrarle al mundo que se puede ser mejor.
Que todavía hay gente optimista que sólo quiere olvidar el dolor.
Gente que aun sonríe aunque las cosas se pongan peor.
Gente que levanta la cara y se olvida de su temor, que esconden sus sentimientos porque de seguro alguien las lastimó.
Dime, ahora después de decirte mi razón:


¿Todavía crees que no sufro porque no muestro mi dolor?
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Published on August 17, 2013 17:23

Excepcional

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Desearía irme lejos, escapar de toda la suciedad.
Pero no tengo buenos reflejos, no sé cómo volar.
Ayúdame a elevarme hasta el firmamento, enséñame a mis alas despegar.
Despiértame de mi sueño eterno, dame la mano en la oscuridad.
Si me caigo, sujétame. Por favor no me vayas a soltar.
Necesito que seas mis ojos cuando los míos no puedan ver más.
Discúlpame si tropiezo, prometo volverme a levantar.
Sí, soy torpe y cometo errores pero, ¿no lo hace, acaso, toda la humanidad?
Ayúdame, haz que no me sienta un ser humano común y regular.
Quiero ser extraordinaria, quiero brillar.
Lo sé. Es imposible, a mi anonimato, renunciar.
Pero quédate a mi lado y guíame hacia la posibilidad.
Hazme sentir segura, quita las dudas que se llegaron a arraigar.
No quiero sentirme sola, llena mi vacío existencial.
Sácame de este mundo, a un lugar mejor donde pueda ser yo en realidad.
Oblígame, si es posible, a mi meta atravesar.
No te quedes ahí de pie, no veas cómo me voy a derrumbar.
Como la torre de Babel que a la cima no pudo llegar.
Elévame.
Mis pies de la tierra has despegar.
Llévame a un mundo alternativo, en donde solo tú y yo podamos estar.
En donde no existan villanos y cualquiera pueda hacer sus sueños realidad.
Que ahí donde vayamos no hayan monstruos en la oscuridad.
Ahuyenta las pesadillas, llama a los buenos deseos para que de mí no se vayan a apartar.
Crea un lugar imaginario en donde podamos habitar.
Despiértame con tus labios, haz que toque la felicidad.
Sácame de la tormenta, del ojo del huracán.
Rescátame de mi tristeza, hazme ser diferente a los demás.
Envuelve mi mano entre las tuyas, prométeme que no me dejarás.


Sopla tu aliento en mi palma, hazme creer que las cosas bonitas pueden pasar; que no soy parte de las estadísticas, que yo soy excepcional.
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Published on August 17, 2013 17:21

Separados




Últimamente te he extrañado.
He pensado en ti, incluso he llorado.
Me pregunto muchas veces qué estarás haciendo; ¿estarás feliz? ¿estará alguien más a tu lado?
¿Pensarás en mí? ¿o a estas alturas ya me habrás olvidado?
Porque, ciertamente, yo aún te sigo recordando.
Recuerdos felices, en donde nada ha cambiado.
Recuerdos tristes, como cuando nos enojábamos.
Las veces que reímos, las veces que peleamos.
Pero de eso hace años que pasaron.
No sé cómo eres ahora. Me siento como un completo extraño a tu lado.
Todo cambió demasiado rápido.
Ahora tu sigues por un camino, y yo voy por el sentido contrario.
Dos almas que una vez fueron afines, ahora solitarias y con el sentimiento equivocado.
Dos personas que se querían, pero que con el tiempo lo olvidaron.
Un día se encontrarán de nuevo, un día todo quedará en el pasado.
Un día podré mirarte a los ojos, y no llorar al ver cómo de bien me has superado.
No diré nada, solo dejaré que continúes avanzando.
Lo mejor que podemos hacer es mantenernos separados.


Tú con tu nueva vida… yo hundiéndome en cada charco.
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Published on August 17, 2013 17:20

Metáfora




Hoy vi una hoja caer al suelo.
Nadie la notó, a nadie le importó.
Nadie se imaginó que una vez pudo estar en la copa de un gran árbol, en la cima, allá en lo alto.
Nadie se preguntó las cosas que debió de ver, nadie quiso conocer su historia, nadie la quiso recoger.
Fue pisoteada y llevada por el viento, no se quejaba, no decía nada, aceptaba su destino a la perfección.
Entendió que las hojas una vez en el suelo, son arrastradas sin compasión.
A nadie le interesaba una simple planta fuera de la vegetación, solo era otra más del montón.
Nadie la ayudó cuando comenzó a separarse, nadie la vio al empezar a quebrarse.
Se desfiguró completamente, ya no era la misma que una vez fue. Ahora estaba seca y marchita, dispuesta a desaparecer.
De todas formas nada se podía hacer, porque siendo una hoja caída no puedes pegarte al tronco de un árbol y obtener vida otra vez.
Nadie notó cuando desapareció, nadie siquiera la extrañó. Pero cuando volvió a caer otra hoja de lo alto, el ciclo se repitió.
Siempre siendo ignoradas porque es lo que a la gente se le enseñó. Nadie anda por el camino recogiendo hojas, tratando de darles una vida mejor.
Nadie siquiera se pregunta lo que esa hoja sintió.


Nadie se imagina que hubo un tiempo en el que brillaba bajo el sol, que miraba al mundo desde lo alto… que una vez vivió…
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Published on August 17, 2013 17:17

El Acto Final




Cuando ella llora, llora en silencio. Ahoga sus lágrimas en la almohada y las seca pasando sus dedos.
Cuando ella ríe, pretende que todo es perfecto, que su mundo es feliz y que es una princesa en un cuento.
Finge que es fuerte aunque esté rota por dentro; aparenta ser dura y segura pero su corazón tímido es frágil y pequeño.
Es una perfecta actriz que sabe engañar a los demás, ríe cuando se siente sola y calla cuando tiene algo que contar.
Ella piensa que no es capaz de amar, que sus sentimientos egoístas no la dejaran.
Se abraza por las noches deseando compañía, llora hasta quedarse dormida.
Se levanta con el sol introduciéndose en sus pupilas, otro día más, otro papel por interpretar, la obra se titula “su vida”.
Esta vez se siente una marioneta, jalan sus cuerdas y ella se mueve hacia la derecha o la izquierda.
No tiene voluntad propia. Sus pies torpes se tropiezan, cae al suelo y de nuevo está rota.
Solo quiere ser aceptada, sin fingir, sin pretensiones; no quiere salir lastimada y por eso se esconde.
Está atrapada en una caja de cristal, le falta el aire, no puede respirar.
Se traga sus sentimientos, se aprieta los labios; no quiere llorar en público porque eso le hace daño.
Regresa a la monotonía a la que está acostumbrada, quiere romper el molde aunque tenga que acabar con su farsa.
Ella es buena en lo que hace, actúa a diario y al final el público aplaude.
Solo muestra su parte superficial, nadie ha querido escarbar en profundidad y su coraza traspasar.
Sonríe sin verse afectada, hace una reverencia como dama educada.
Se cierra el telón, caen las cortinas pesadas; vuelve a la realidad en donde es una simple buena para nada.
Suspira con frecuencia, nadie sabe lo que por su cabeza pasa. Por algo dicen que las personas más heridas son las que más aman.
Lleva cicatrices tatuadas en el alma, la han hecho enmudecer, la han hecho cambiar; lo que es hoy se lo debe a lo mal que una vez pudo estar.
Ella quiere ser fuerte para los demás, pero se cansó de aparentar.
Quiere recuperar el control, anhela volar. Se lanza hacia el vacio y deja que el trabajo lo haga la gravedad.
Suspendida en el aire se siente flotar, abre sus manos, ve su patética vida ante sus ojos pasar.
Ella cierra sus párpados y no los vuelve a abrir más.
Ya no hay lágrimas que derramar, ahora es libre y puede sonreír con sinceridad.
La obra se terminó, ya no tiene que pretender jamás.


Ese fue su último show, su perfecto acto final.
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Published on August 17, 2013 17:14

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Lia Belikov
Lia Belikov isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
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