PFQMG - Capítulo 12
12
Cómo admití que no me gustó tu beso
(pero en realidad lo disfruté)
Key… ton
Mi mente todavía sigue nadando en la ira y la vergüenza de que mi nombre real fuera revelado; es por eso que no puedo reaccionar correctamente cuando Rita une su mano con la mía y le da un apretón no tan suave para ser una chica.
Apenas y le pongo atención a lo que dice, pero de repente capto a mi madre que me lanza una mirada divertida y curiosa. Sus cejas se elevan hacia el nacimiento de su cabello y parece que se estuviera mordiendo la lengua para aguantar preguntar algo de lo que siente curiosidad y desprende de ella a raudales.
Hay un chico frente a nosotros, usando el uniforme de los típicos trabajadores del campamento; desde mi lugar puedo notar que el tipo tiene los ojos de distintos colores. En clase de biología, hace un par de años atrás, aprendí el nombre de esa rareza bicolor: heterocromía iridium.
También recuerdo bien el nombre porque pensaba ponerle el mismo a la banda en la que toco; eso fue hasta que aprendí de la ósmosis (en esa misma clase de biología) y me pareció mejor.
El chico con heterocromía me está observando por un momento, calibrando mi aspecto y midiendo mis reacciones.
Entonces, como si me hubieran echado un balde de agua fría, mis oídos se destapan y finalmente escucho lo que está diciendo Rita:
—Y este es mi novio. Supongo que estás trabajando para su familia y ya debes conocerlo. Por favor evítanos tener que ver tu cara por mucho tiempo.
Después de esas palabras ella se congela, su postura rígida y su mano se desprende de la mía.
—¿Rita? —murmuro cerca de su oído.
Ella reacciona y vuelve a tomar mi mano.
—Por favor, finge por mí. Yo te ayudé a ti, ahora finge conmigo —su voz aumenta de volumen al decir la siguiente parte en dirección al chico—: te presento a la tía de Key, ella es aficionada a regalar condones. Deberías pedirle uno para cuando decidas embarazar a otra de mis mejores amigas. ¿Qué tal la vida de padre a los veinte? ¿Deliciosa?
El tipo se encoge de hombros, como si no le importara en lo absoluto.
Eso parece enfurecer a Rita y ella suelta un gruñido desesperado.
—¡Imbécil, hijo de pu…!
—Patchie, ¿no crees que debes cenar antes de destrozar al muchacho?
—Oh no, no lo conoces. Ese imbécil jugó conmigo todo el tiempo. ¿Qué es lo que les pasa a ustedes que no se conforman con una sola mujer? ¿Se creen jeques o se creen con el derecho a tener un harén?
Miro al heterocromático. Me cuesta pensar en él como padre, padre del hijo de la mejor amiga de Rita.
Sabía que ella tenía algún daño psicológico profundo. Todos lo tenemos.
Sostengo su mano y la obligo a seguirme en dirección a la cafetería. El chico está parado frente a la puerta, bloqueándonos el paso, pero no me importa.
—¿Este chico hizo eso? ¿Te engañó por tu mejor amiga? —pregunto en voz alta.
Rita asiente con la cabeza. Puedo ver dolor en sus ojos color marrón.
—Bien —digo tranquilamente. Entonces, sin que nadie lo vea venir, conecto mi puño cerrado contra la mandíbula del sujeto, y él, que tenía una postura desequilibrada, se tambalea hasta que cae de espaldas contra el suelo.
—¡Key!
Escucho los gritos de mamá. Rita está muda mientras yo sigo tomándola de la mano y comienzo a empujar su cuerpo repentinamente quieto hacia la cafetería.
Halo la puerta, ignorando al chico tirado en el suelo quejándose de dolor, y voy directamente hacia la barra de comida que aún permanece intacta.
Rita está impactada. Lo noto porque su cara está blanca como el papel; también se podría decir que sus pies parecen clavados en el suelo debido a su falta de movimiento.
—Tú… tú… ¿tú acabas de golpear a Gabriel? ¿Por mí?
Suelto su mano mientras asiento con la cabeza y me apresuro a tomar un plato de la pila de platos limpios.
Empujo uno en su dirección para que ella también coma.
Lo toma automáticamente pero sus ojos no se despegan de mi rostro.
—¿Lo golpeaste? ¿Por mí?
—Te recomiendo que comas un poco de este pollo relleno con camarones. Es delicioso.
—Nadie había hecho eso. De todas formas —ella carraspea, como si por fin entrara en razón—, yo puedo defenderme sola. De todas formas… De todas formas —repite—, muchas gracias. De todas formas yo…
—Sí, sí. De todas formas tú podías encargarte pero quise hacer esto por ti —tomo un gran cucharón de puré de papás y lo deposito en mi plato—. Es lo menos que puedo hacer. No merecías lo que te pasó. Ninguna chica linda merece que le rompan el corazón.
Ella luce confundida por un momento. Entonces, así como mi puño conectó inesperadamente contra la mandíbula de su ex novio; sus labios conectaron inesperadamente contra los míos.
Sus dedos se enredan en mi cuello y su boca se mueve contra la mía.
Al principio estoy sorprendido, pero entonces reacciono de manera rápida y suelto el plato con puré y escucho que cae al suelo mientras tomo a Rita por la cintura y la acomodo a una buena posición para saquear más de su boca.
Yo jamás rechazaría un buen beso.
Mis manos se cierran alrededor de su pequeña figura, notando que no tengo necesidad de encorvarme para besarla porque es casi de mi estatura.
Ni siquiera puedo terminar de formar un pensamiento coherente, cuando, la puerta de la cafetería se abre y escucho los jadeos y gritos de sorpresa de quien sea que nos está observando.
Ambos regresamos a nuestros sentidos y rápidamente nos apartamos. Ella no luce ni un ápice de avergonzada. Yo tampoco.
—Esa es mi manera de darte las gracias —dice—, así que… gracias.
—De nada.
—No es una costumbre ni nada…
—Aunque debería serlo.
Ambos sonreímos y yo trato de limpiar el desastre de puré en el suelo.
—Besarte tampoco estuvo tan mal. Al menos no eres como mi primer y gran enamoramiento de toda la vida, Victor Ham. Las manos de él tenían su propia mentalidad y por alguna razón siempre acababan en mis pechos.
—Eso no es nada —contesto—, deberías haber conocido a Susy Gutiérrez. Ella era asmática y yo nunca lo supe hasta el día que nos besamos. Se tuvieron que involucrar los paramédicos, los bomberos y hasta un cura… y digamos que fue un beso que no incluía camiseta porque ninguno de los dos la tenía puesta cuando nos encontraron, en mi habitación.
De ser posible ambos nos reímos más fuerte, jadeando cuando acabamos.
—¿Todo bien por aquí? —pregunta repentinamente mamá, alzándose sobre nosotros, sujetando su cabello marrón detrás de sus orejas.
Rita asiente con la cabeza y se presenta formalmente, extendiendo su mano y pidiendo disculpas de inmediato por la mala actitud con la tía Morgan.
—Discúlpeme por actuar de forma grosera —casi la veo hacer una reverencia—. De verdad que lo lamento mucho.
Mamá le resta importancia mientras alcanza una trufa del buffet a nuestras espaldas.
—No te preocupes por eso, querida. A la tía Morgan era necesario ponerla en orden. A veces ella puede ser intensa.
—Lo siento —vuelve a decir Rita— también por mi sobresalto más temprano cuando encontré a mi ex novio aquí. De verdad él y yo no terminamos en una situación amistosa. Removió algo duro de mi interior cuando lo vi.
—Te entiendo, dulzura. Si estuviera en tus zapatos también lo hubiera apaleado frente al que sea.
Rita, para ser una supuesta persona que no se lleva muy bien con las madres (y las ratas) sabe manejarse a la perfección con la mía.
—Me alegra que mi hijo te haya traído —dice mamá—, por lo general no lleva casi a nadie a casa, mucho menos a eventos como estos. Es agradable un cambio de perspectiva.
Lo bueno con mamá es que ella no pasa mencionando a Mia bajo ninguna circunstancia. Es refrescante dejar de escuchar su nombre dentro de la familia.
—Oh, pero qué torpe soy —se queja mi madre—, no me he presentado aún. Mi nombre es Vivian, puedes decirme Viv. El señor de allá —ella señala a papá—, es Kerrintong. Puedes llamarlo Kerri.
—Claro —Rita sofoca una risa—, puedo ver que les gusta los diminutos de sus nombres.
Dice lo último mirando en mi dirección.
Joder, sabía que no iba a dejar pasar esto del nombre por alto.
Mamá en cambio lanza una risa que inmediatamente llama la atención de todos los reunidos en la cafetería.
—Te refieres a Keyton. Nunca le gustó su nombre, siempre se lo cambiaba y hacía berrinches en el jardín de niños diciéndoles a sus compañeros de clase que él no tenía nombre. Y fue así durante varios meses, hasta que él nos obligó a decirle Key.
—¿De verdad?
—Sí. Como yo trabajaba mucho lo dejaba a cargo de Delores, nuestra ama de llaves, ella y Key amaban ver telenovelas todas las tardes. El nombre era de uno de los protagonistas; le gustó tanto a Key que hizo que Delores se lo cosiera en la ropa interior un día antes de iniciar su primer grado.
Mi sonrojo se hizo visible para ambas y ellas soltaron la risa más ruidosa del lugar.
—Mamá —amenazo lentamente—, deja de contarle mis secretos vergonzosos a Rita. Justo estábamos a punto de comer…
—¡Claro! Sírvete un poco de carne de pollo y luego te espero en la mesa —le dice a Rita—. Tengo más historias de Key para contarte.
Ella se aleja mientras Rita asiente con la cabeza y corre a llenar su plato de comida.
—¿Sabes? —murmura—, me cae bien tu madre. Pensé que sería de esas típicas mujeres esnob que no se juntaban con la gente pobre y obligaban a sus hijos a casarse dentro de su nivel social.
—Ella no es así.
Me sirvo también algo de comer.
—Por cierto —Rita se detiene frente a mí, y para mi sorpresa, une sus labios de forma inesperada con los míos.
Mi plato vuelve a caer al suelo mientras la acerco y envuelvo mis brazos en su cintura.
No es hasta que ambos escuchamos los silbidos y aplausos en el fondo que nos alejamos.
—Gracias —dice una vez más—. Por lo de Gabriel. Y para serte honesta él fue el que hizo que mi gas pimienta fuera indispensable en mi vida.
Sin decir más se aleja y camina en dirección a la mesa en donde se sientan juntos mis padres.
De acuerdo, ese sí fue gran beso. Pero esta vez no lo admitiría en voz alta.
Rita
Me tocó compartir la cabaña de los dormitorios con las hermanas y primas de Key. Para mi desgracia Marie y Elena también durmieron en la misma habitación.
No sé cuál de ellas roncó tan fuerte que evitó que durmiera mis necesarias ocho horas, pero al día siguiente mis ojeras se hicieron notorias. Como no pude dormir sino hasta bien entrada la madrugada, no fui consciente cuando un zancudo chupa sangre decidió hacer de mis piernas su comedor privado.
Al despertarme tenía toda la pierna derecha hinchada, y el tobillo de la izquierda era tan grueso que parecía imposible entrar en mis zapatos con correas.
—Parece que desarrollaste una mutación mientras dormías —señala Elena cuando cojeo para ir al baño. Ella y Marie habían empezado a maquillarse desde tempranas horas de la mañana y aún ahora continúan alaciando su cabello y aplicando más productos de belleza a sus caras—. ¿Eso que tienes es contagioso?
—Curioso. Estoy segura que eso mismo le preguntaste al último tipo con el que te acostaste y de igual forma no te importó.
Necesito mi café de las mañanas, es un hecho. Me vuelvo más gruñona a medida que avanza el día y no he tomado ni una taza. Esto de acampar no está hecho para mí, y definitivamente Elena prueba mi paciencia con cada minuto en el que sigue respirando y con vida.
—Eres una amargada —dice ella, agitando su cabello para hacer énfasis en el hecho de que piensa ignorarme de ahora en adelante (eso, o estrangularme con mi almohada mientras duermo)—. Es por eso que todos los pobres chicos con los que sales han preferido embarazar a otras antes de seguir teniendo que soportarte.
Marie, quien hasta ahora ha estado silenciosa, sofoca una risa gangosa mientras usa la rizadora de pelo en sus puntas naranjas.
Les doy miradas criminales a ambas, miradas que les transmiten mi indiferencia a sus abusos verbales. De todas formas sé que nunca dejarán pasar el tema de Gabriel, mi ex novio, y que en algún momento iban a molestarme por su culpa.
—Esto va para las dos —digo sin que me tiemble la voz—: jodanse de una vez por todas. Aunque es cierto, perdón, eso ya lo hacen a diario, en cada esquina que tenga un área que les permita abrir lo suficiente las piernas de par en par a cada hombre que se sienta valiente como para aventurarse en ese coctel de enfermedades sexuales que habita en sus entrepiernas. Pero de verdad, jo-dan-se.
Después de eso no les doy el gusto de decir algo más porque rápidamente entro al baño y cierro la puerta en sus caras.
—Por cierto —grito para que puedan escucharme a través de la puerta—. Huele a quemado, a alguien se le está tostando el pelo.
Un minuto después escucho a Marie maldecir y soltar la rizadora de cabello contra el suelo.
Sonrío descaradamente.
Nadie se mete con Rita Fiorella Day sin antes no haber recibido un buen insulto. Nadie.
Desayunamos en la misma cafetería por la que entramos anoche Key y yo, y luego de comer, un chico no mayor de veinte años se adentra en el centro del local y empieza a sonar su silbato, silenciando las conversaciones de todos los presentes y llamando inmediatamente la atención.
—¡Hola familia! —saluda alegremente—. Hoy será un día de actividades y ejercicio. Tengo en mis manos una tabla de competencias, pero antes, vamos a armar los equipos.
Se escuchan varios chillidos y la gente comienza a formar grupos de inmediato. El chico del silbato vuelve a interrumpirnos a todos. Somos al menos unas treinta personas en total pero todas se silencian al mismo tiempo.
Key a mi lado suspira fuertemente y termina el jugo de naranja que todavía mantenía de su residual desayuno.
—¿De verdad vamos a hacer esto? —escucho que le pregunta a sus hermanas, ambas sentadas en la misma mesa. No puedo escuchar sus respuestas porque el chico silbato ya está hablando de nuevo, con voz potente.
—Antes que se emocionen armando grupos, quiero decirles que mi planilla y yo ya los hicimos —él señala a unos diez chicos y chicas ubicadas al fondo, cerca de la barra de comida. Todos usando uniforme—. Este año como familia tratamos de unirnos más, por lo tanto vamos a hacer grupos con personas distintas a las que usualmente nos relacionamos. Ya saben, para salir de nuestro mismo círculo de confort.
Escucho varios abucheos y el chico silbato los calla rápidamente.
—Tranquilos, tranquilos. Las reglas son que no pueden cambiarse de grupo y que obviamente se tienen que divertir.
—¡Qué cursi! —dice Marie, mirando hacia sus uñas, apoyada en el hombro de Adam, su novio.
Yo resoplo.
—Bien. Para ser totalmente equitativos y transparentes les voy a decir cómo vamos a hacer para coordinarnos —continúa hablando el chico—. Ahora, les pido que revisen bajo su asiento. Pegado en el centro estará una banda de color, y ese color será el factor determinante de su equipo.
Varios comienzan inmediatamente a dar vueltas a sus sillas, despegando bandas o cintas de diferentes colores. Hay azules, rojas, amarillas, verdes y hasta moradas. En nuestra mesa todos hacemos lo mismo con nuestras sillas, y en la mía veo la cinta azul.
—¿Qué color tienes? —me pregunta Key. En su mano veo una cinta morada.
Levanto la mía y sus ojos se agrandan cuando mira en dirección a Elena. Ella también tiene cinta azul. Genial.
—Muy bien —nos llama de nuevo chico silbato—. Orden, orden. Nada de intercambiarse bandas. Ahora saben cómo funciona el resto: los amarillos con los amarillos, los verdes con los verdes, los rojos con los rojos, y así sucesivamente. Su color debe ser visible para identificarse unos a otros, por lo tanto usen las bandas en sus cabezas o en sus brazos, como quieran. ¡Comiencen a unirse y luego explico los juegos!
—Bueno, Patchie —dice Key—. No seremos compañeros, pero al menos seremos rivales. Juega limpio.
Estrecho mis ojos.
—De acuerdo, Keyton —pronuncio más fuerte su nombre— el que compite conmigo sabe una cosa de antemano: va a perder. Soy demasiado competitiva.
—Habla la chica que dice incoherencias mientras duerme.
—Habla el chico que fingió perder su celular solo para seducirme en un motel barato.
—Habla la chica que carga una navaja en su sostén y me acusa de violación.
—¡Habla el chico que se viste como si fuera vaquero!
—¡Habla la misma chica que le tiene miedo a las ratas!
—¡Habla el chico que... !
—¡Ya basta! —grita una voz, probablemente una de las hermanas de Key—. Los dos hablan mucho. Por favor cállense y vayan a una habitación para sacar toda esa tensión sexual de sus sistemas.
Mis mejillas se enrojecen mientras aparto la vista de Key y me concentro mejor en buscar a mis compañeros azules.
Aparte de Elena también está Pam y unas cuantas primas fanáticas del novio de Marie. Tenemos un chico en el grupo y es realmente... afeminado.
Su banda azul la tiene atada alrededor de su cabeza, como si fuera Rambo. Usa pantalones verdes y zapatos de color neón que de alguna forma combinan con su camiseta extremadamente pegada y rosa.
Antes de que pueda moverme hacia mi grupo, Key me toma del codo y me aparta un poco de los curiosos de nuestra mesa.
—Dejando las bromas de lado —dice él—, gracias por acompañarme. Sería mortalmente aburrido sin ti.
Le guiño un ojo y sonrío misteriosamente.
—Igual tienes que pagarme. Te va a salir muy caro.
—De acuerdo, de acuerdo. Te pagaré. Aunque deberías darme un descuento por golpear a tu ex novio.
—Te doy el descuento… pero te lo vuelvo a quitar porque no lo echaste del campamento —señalo a mi izquierda donde un muy alto y golpeado Gabriel se encuentra. Usa el uniforme que llevan los demás empleados y, a diferencia de anoche, no tiene esa mirada de superioridad.
—Oye, de eso no te preocupes demasiado —susurra Key—. Presiento que con tu mente imaginativa lograrás vengarte de él pronto. Si quieres, podemos meter doce gatos hambrientos en su casillero.
La verdad es que nunca me vengué de Gabriel, estaba demasiado dolida como para hacerlo. Pero ahora no había nada que me lo impidiera.
—Trato —digo, sorprendiendo a Key—. Venguémonos de Gabriel, y yo te prometo que te ayudo a vengarte de Mia.
—Me parece justo. Ambos se lo merecen, ¿cerramos trato con un beso?
—Eso quisieras Keyton, pero mete tu lengua y guarda esa sonrisa para la hora de los resultados. Presiento que caerán pronto.
Key… ton
Mi mente todavía sigue nadando en la ira y la vergüenza de que mi nombre real fuera revelado; es por eso que no puedo reaccionar correctamente cuando Rita une su mano con la mía y le da un apretón no tan suave para ser una chica.
Apenas y le pongo atención a lo que dice, pero de repente capto a mi madre que me lanza una mirada divertida y curiosa. Sus cejas se elevan hacia el nacimiento de su cabello y parece que se estuviera mordiendo la lengua para aguantar preguntar algo de lo que siente curiosidad y desprende de ella a raudales.
Hay un chico frente a nosotros, usando el uniforme de los típicos trabajadores del campamento; desde mi lugar puedo notar que el tipo tiene los ojos de distintos colores. En clase de biología, hace un par de años atrás, aprendí el nombre de esa rareza bicolor: heterocromía iridium.
También recuerdo bien el nombre porque pensaba ponerle el mismo a la banda en la que toco; eso fue hasta que aprendí de la ósmosis (en esa misma clase de biología) y me pareció mejor.
El chico con heterocromía me está observando por un momento, calibrando mi aspecto y midiendo mis reacciones.
Entonces, como si me hubieran echado un balde de agua fría, mis oídos se destapan y finalmente escucho lo que está diciendo Rita:
—Y este es mi novio. Supongo que estás trabajando para su familia y ya debes conocerlo. Por favor evítanos tener que ver tu cara por mucho tiempo.
Después de esas palabras ella se congela, su postura rígida y su mano se desprende de la mía.
—¿Rita? —murmuro cerca de su oído.
Ella reacciona y vuelve a tomar mi mano.
—Por favor, finge por mí. Yo te ayudé a ti, ahora finge conmigo —su voz aumenta de volumen al decir la siguiente parte en dirección al chico—: te presento a la tía de Key, ella es aficionada a regalar condones. Deberías pedirle uno para cuando decidas embarazar a otra de mis mejores amigas. ¿Qué tal la vida de padre a los veinte? ¿Deliciosa?
El tipo se encoge de hombros, como si no le importara en lo absoluto.
Eso parece enfurecer a Rita y ella suelta un gruñido desesperado.
—¡Imbécil, hijo de pu…!
—Patchie, ¿no crees que debes cenar antes de destrozar al muchacho?
—Oh no, no lo conoces. Ese imbécil jugó conmigo todo el tiempo. ¿Qué es lo que les pasa a ustedes que no se conforman con una sola mujer? ¿Se creen jeques o se creen con el derecho a tener un harén?
Miro al heterocromático. Me cuesta pensar en él como padre, padre del hijo de la mejor amiga de Rita.
Sabía que ella tenía algún daño psicológico profundo. Todos lo tenemos.
Sostengo su mano y la obligo a seguirme en dirección a la cafetería. El chico está parado frente a la puerta, bloqueándonos el paso, pero no me importa.
—¿Este chico hizo eso? ¿Te engañó por tu mejor amiga? —pregunto en voz alta.
Rita asiente con la cabeza. Puedo ver dolor en sus ojos color marrón.
—Bien —digo tranquilamente. Entonces, sin que nadie lo vea venir, conecto mi puño cerrado contra la mandíbula del sujeto, y él, que tenía una postura desequilibrada, se tambalea hasta que cae de espaldas contra el suelo.
—¡Key!
Escucho los gritos de mamá. Rita está muda mientras yo sigo tomándola de la mano y comienzo a empujar su cuerpo repentinamente quieto hacia la cafetería.
Halo la puerta, ignorando al chico tirado en el suelo quejándose de dolor, y voy directamente hacia la barra de comida que aún permanece intacta.
Rita está impactada. Lo noto porque su cara está blanca como el papel; también se podría decir que sus pies parecen clavados en el suelo debido a su falta de movimiento.
—Tú… tú… ¿tú acabas de golpear a Gabriel? ¿Por mí?
Suelto su mano mientras asiento con la cabeza y me apresuro a tomar un plato de la pila de platos limpios.
Empujo uno en su dirección para que ella también coma.
Lo toma automáticamente pero sus ojos no se despegan de mi rostro.
—¿Lo golpeaste? ¿Por mí?
—Te recomiendo que comas un poco de este pollo relleno con camarones. Es delicioso.
—Nadie había hecho eso. De todas formas —ella carraspea, como si por fin entrara en razón—, yo puedo defenderme sola. De todas formas… De todas formas —repite—, muchas gracias. De todas formas yo…
—Sí, sí. De todas formas tú podías encargarte pero quise hacer esto por ti —tomo un gran cucharón de puré de papás y lo deposito en mi plato—. Es lo menos que puedo hacer. No merecías lo que te pasó. Ninguna chica linda merece que le rompan el corazón.
Ella luce confundida por un momento. Entonces, así como mi puño conectó inesperadamente contra la mandíbula de su ex novio; sus labios conectaron inesperadamente contra los míos.
Sus dedos se enredan en mi cuello y su boca se mueve contra la mía.
Al principio estoy sorprendido, pero entonces reacciono de manera rápida y suelto el plato con puré y escucho que cae al suelo mientras tomo a Rita por la cintura y la acomodo a una buena posición para saquear más de su boca.
Yo jamás rechazaría un buen beso.
Mis manos se cierran alrededor de su pequeña figura, notando que no tengo necesidad de encorvarme para besarla porque es casi de mi estatura.
Ni siquiera puedo terminar de formar un pensamiento coherente, cuando, la puerta de la cafetería se abre y escucho los jadeos y gritos de sorpresa de quien sea que nos está observando.
Ambos regresamos a nuestros sentidos y rápidamente nos apartamos. Ella no luce ni un ápice de avergonzada. Yo tampoco.
—Esa es mi manera de darte las gracias —dice—, así que… gracias.
—De nada.
—No es una costumbre ni nada…
—Aunque debería serlo.
Ambos sonreímos y yo trato de limpiar el desastre de puré en el suelo.
—Besarte tampoco estuvo tan mal. Al menos no eres como mi primer y gran enamoramiento de toda la vida, Victor Ham. Las manos de él tenían su propia mentalidad y por alguna razón siempre acababan en mis pechos.
—Eso no es nada —contesto—, deberías haber conocido a Susy Gutiérrez. Ella era asmática y yo nunca lo supe hasta el día que nos besamos. Se tuvieron que involucrar los paramédicos, los bomberos y hasta un cura… y digamos que fue un beso que no incluía camiseta porque ninguno de los dos la tenía puesta cuando nos encontraron, en mi habitación.
De ser posible ambos nos reímos más fuerte, jadeando cuando acabamos.
—¿Todo bien por aquí? —pregunta repentinamente mamá, alzándose sobre nosotros, sujetando su cabello marrón detrás de sus orejas.
Rita asiente con la cabeza y se presenta formalmente, extendiendo su mano y pidiendo disculpas de inmediato por la mala actitud con la tía Morgan.
—Discúlpeme por actuar de forma grosera —casi la veo hacer una reverencia—. De verdad que lo lamento mucho.
Mamá le resta importancia mientras alcanza una trufa del buffet a nuestras espaldas.
—No te preocupes por eso, querida. A la tía Morgan era necesario ponerla en orden. A veces ella puede ser intensa.
—Lo siento —vuelve a decir Rita— también por mi sobresalto más temprano cuando encontré a mi ex novio aquí. De verdad él y yo no terminamos en una situación amistosa. Removió algo duro de mi interior cuando lo vi.
—Te entiendo, dulzura. Si estuviera en tus zapatos también lo hubiera apaleado frente al que sea.
Rita, para ser una supuesta persona que no se lleva muy bien con las madres (y las ratas) sabe manejarse a la perfección con la mía.
—Me alegra que mi hijo te haya traído —dice mamá—, por lo general no lleva casi a nadie a casa, mucho menos a eventos como estos. Es agradable un cambio de perspectiva.
Lo bueno con mamá es que ella no pasa mencionando a Mia bajo ninguna circunstancia. Es refrescante dejar de escuchar su nombre dentro de la familia.
—Oh, pero qué torpe soy —se queja mi madre—, no me he presentado aún. Mi nombre es Vivian, puedes decirme Viv. El señor de allá —ella señala a papá—, es Kerrintong. Puedes llamarlo Kerri.
—Claro —Rita sofoca una risa—, puedo ver que les gusta los diminutos de sus nombres.
Dice lo último mirando en mi dirección.
Joder, sabía que no iba a dejar pasar esto del nombre por alto.
Mamá en cambio lanza una risa que inmediatamente llama la atención de todos los reunidos en la cafetería.
—Te refieres a Keyton. Nunca le gustó su nombre, siempre se lo cambiaba y hacía berrinches en el jardín de niños diciéndoles a sus compañeros de clase que él no tenía nombre. Y fue así durante varios meses, hasta que él nos obligó a decirle Key.
—¿De verdad?
—Sí. Como yo trabajaba mucho lo dejaba a cargo de Delores, nuestra ama de llaves, ella y Key amaban ver telenovelas todas las tardes. El nombre era de uno de los protagonistas; le gustó tanto a Key que hizo que Delores se lo cosiera en la ropa interior un día antes de iniciar su primer grado.
Mi sonrojo se hizo visible para ambas y ellas soltaron la risa más ruidosa del lugar.
—Mamá —amenazo lentamente—, deja de contarle mis secretos vergonzosos a Rita. Justo estábamos a punto de comer…
—¡Claro! Sírvete un poco de carne de pollo y luego te espero en la mesa —le dice a Rita—. Tengo más historias de Key para contarte.
Ella se aleja mientras Rita asiente con la cabeza y corre a llenar su plato de comida.
—¿Sabes? —murmura—, me cae bien tu madre. Pensé que sería de esas típicas mujeres esnob que no se juntaban con la gente pobre y obligaban a sus hijos a casarse dentro de su nivel social.
—Ella no es así.
Me sirvo también algo de comer.
—Por cierto —Rita se detiene frente a mí, y para mi sorpresa, une sus labios de forma inesperada con los míos.
Mi plato vuelve a caer al suelo mientras la acerco y envuelvo mis brazos en su cintura.
No es hasta que ambos escuchamos los silbidos y aplausos en el fondo que nos alejamos.
—Gracias —dice una vez más—. Por lo de Gabriel. Y para serte honesta él fue el que hizo que mi gas pimienta fuera indispensable en mi vida.
Sin decir más se aleja y camina en dirección a la mesa en donde se sientan juntos mis padres.
De acuerdo, ese sí fue gran beso. Pero esta vez no lo admitiría en voz alta.
Rita
Me tocó compartir la cabaña de los dormitorios con las hermanas y primas de Key. Para mi desgracia Marie y Elena también durmieron en la misma habitación.
No sé cuál de ellas roncó tan fuerte que evitó que durmiera mis necesarias ocho horas, pero al día siguiente mis ojeras se hicieron notorias. Como no pude dormir sino hasta bien entrada la madrugada, no fui consciente cuando un zancudo chupa sangre decidió hacer de mis piernas su comedor privado.
Al despertarme tenía toda la pierna derecha hinchada, y el tobillo de la izquierda era tan grueso que parecía imposible entrar en mis zapatos con correas.
—Parece que desarrollaste una mutación mientras dormías —señala Elena cuando cojeo para ir al baño. Ella y Marie habían empezado a maquillarse desde tempranas horas de la mañana y aún ahora continúan alaciando su cabello y aplicando más productos de belleza a sus caras—. ¿Eso que tienes es contagioso?
—Curioso. Estoy segura que eso mismo le preguntaste al último tipo con el que te acostaste y de igual forma no te importó.
Necesito mi café de las mañanas, es un hecho. Me vuelvo más gruñona a medida que avanza el día y no he tomado ni una taza. Esto de acampar no está hecho para mí, y definitivamente Elena prueba mi paciencia con cada minuto en el que sigue respirando y con vida.
—Eres una amargada —dice ella, agitando su cabello para hacer énfasis en el hecho de que piensa ignorarme de ahora en adelante (eso, o estrangularme con mi almohada mientras duermo)—. Es por eso que todos los pobres chicos con los que sales han preferido embarazar a otras antes de seguir teniendo que soportarte.
Marie, quien hasta ahora ha estado silenciosa, sofoca una risa gangosa mientras usa la rizadora de pelo en sus puntas naranjas.
Les doy miradas criminales a ambas, miradas que les transmiten mi indiferencia a sus abusos verbales. De todas formas sé que nunca dejarán pasar el tema de Gabriel, mi ex novio, y que en algún momento iban a molestarme por su culpa.
—Esto va para las dos —digo sin que me tiemble la voz—: jodanse de una vez por todas. Aunque es cierto, perdón, eso ya lo hacen a diario, en cada esquina que tenga un área que les permita abrir lo suficiente las piernas de par en par a cada hombre que se sienta valiente como para aventurarse en ese coctel de enfermedades sexuales que habita en sus entrepiernas. Pero de verdad, jo-dan-se.
Después de eso no les doy el gusto de decir algo más porque rápidamente entro al baño y cierro la puerta en sus caras.
—Por cierto —grito para que puedan escucharme a través de la puerta—. Huele a quemado, a alguien se le está tostando el pelo.
Un minuto después escucho a Marie maldecir y soltar la rizadora de cabello contra el suelo.
Sonrío descaradamente.
Nadie se mete con Rita Fiorella Day sin antes no haber recibido un buen insulto. Nadie.
Desayunamos en la misma cafetería por la que entramos anoche Key y yo, y luego de comer, un chico no mayor de veinte años se adentra en el centro del local y empieza a sonar su silbato, silenciando las conversaciones de todos los presentes y llamando inmediatamente la atención.
—¡Hola familia! —saluda alegremente—. Hoy será un día de actividades y ejercicio. Tengo en mis manos una tabla de competencias, pero antes, vamos a armar los equipos.
Se escuchan varios chillidos y la gente comienza a formar grupos de inmediato. El chico del silbato vuelve a interrumpirnos a todos. Somos al menos unas treinta personas en total pero todas se silencian al mismo tiempo.
Key a mi lado suspira fuertemente y termina el jugo de naranja que todavía mantenía de su residual desayuno.
—¿De verdad vamos a hacer esto? —escucho que le pregunta a sus hermanas, ambas sentadas en la misma mesa. No puedo escuchar sus respuestas porque el chico silbato ya está hablando de nuevo, con voz potente.
—Antes que se emocionen armando grupos, quiero decirles que mi planilla y yo ya los hicimos —él señala a unos diez chicos y chicas ubicadas al fondo, cerca de la barra de comida. Todos usando uniforme—. Este año como familia tratamos de unirnos más, por lo tanto vamos a hacer grupos con personas distintas a las que usualmente nos relacionamos. Ya saben, para salir de nuestro mismo círculo de confort.
Escucho varios abucheos y el chico silbato los calla rápidamente.
—Tranquilos, tranquilos. Las reglas son que no pueden cambiarse de grupo y que obviamente se tienen que divertir.
—¡Qué cursi! —dice Marie, mirando hacia sus uñas, apoyada en el hombro de Adam, su novio.
Yo resoplo.
—Bien. Para ser totalmente equitativos y transparentes les voy a decir cómo vamos a hacer para coordinarnos —continúa hablando el chico—. Ahora, les pido que revisen bajo su asiento. Pegado en el centro estará una banda de color, y ese color será el factor determinante de su equipo.
Varios comienzan inmediatamente a dar vueltas a sus sillas, despegando bandas o cintas de diferentes colores. Hay azules, rojas, amarillas, verdes y hasta moradas. En nuestra mesa todos hacemos lo mismo con nuestras sillas, y en la mía veo la cinta azul.
—¿Qué color tienes? —me pregunta Key. En su mano veo una cinta morada.
Levanto la mía y sus ojos se agrandan cuando mira en dirección a Elena. Ella también tiene cinta azul. Genial.
—Muy bien —nos llama de nuevo chico silbato—. Orden, orden. Nada de intercambiarse bandas. Ahora saben cómo funciona el resto: los amarillos con los amarillos, los verdes con los verdes, los rojos con los rojos, y así sucesivamente. Su color debe ser visible para identificarse unos a otros, por lo tanto usen las bandas en sus cabezas o en sus brazos, como quieran. ¡Comiencen a unirse y luego explico los juegos!
—Bueno, Patchie —dice Key—. No seremos compañeros, pero al menos seremos rivales. Juega limpio.
Estrecho mis ojos.
—De acuerdo, Keyton —pronuncio más fuerte su nombre— el que compite conmigo sabe una cosa de antemano: va a perder. Soy demasiado competitiva.
—Habla la chica que dice incoherencias mientras duerme.
—Habla el chico que fingió perder su celular solo para seducirme en un motel barato.
—Habla la chica que carga una navaja en su sostén y me acusa de violación.
—¡Habla el chico que se viste como si fuera vaquero!
—¡Habla la misma chica que le tiene miedo a las ratas!
—¡Habla el chico que... !
—¡Ya basta! —grita una voz, probablemente una de las hermanas de Key—. Los dos hablan mucho. Por favor cállense y vayan a una habitación para sacar toda esa tensión sexual de sus sistemas.
Mis mejillas se enrojecen mientras aparto la vista de Key y me concentro mejor en buscar a mis compañeros azules.
Aparte de Elena también está Pam y unas cuantas primas fanáticas del novio de Marie. Tenemos un chico en el grupo y es realmente... afeminado.
Su banda azul la tiene atada alrededor de su cabeza, como si fuera Rambo. Usa pantalones verdes y zapatos de color neón que de alguna forma combinan con su camiseta extremadamente pegada y rosa.
Antes de que pueda moverme hacia mi grupo, Key me toma del codo y me aparta un poco de los curiosos de nuestra mesa.
—Dejando las bromas de lado —dice él—, gracias por acompañarme. Sería mortalmente aburrido sin ti.
Le guiño un ojo y sonrío misteriosamente.
—Igual tienes que pagarme. Te va a salir muy caro.
—De acuerdo, de acuerdo. Te pagaré. Aunque deberías darme un descuento por golpear a tu ex novio.
—Te doy el descuento… pero te lo vuelvo a quitar porque no lo echaste del campamento —señalo a mi izquierda donde un muy alto y golpeado Gabriel se encuentra. Usa el uniforme que llevan los demás empleados y, a diferencia de anoche, no tiene esa mirada de superioridad.
—Oye, de eso no te preocupes demasiado —susurra Key—. Presiento que con tu mente imaginativa lograrás vengarte de él pronto. Si quieres, podemos meter doce gatos hambrientos en su casillero.
La verdad es que nunca me vengué de Gabriel, estaba demasiado dolida como para hacerlo. Pero ahora no había nada que me lo impidiera.
—Trato —digo, sorprendiendo a Key—. Venguémonos de Gabriel, y yo te prometo que te ayudo a vengarte de Mia.
—Me parece justo. Ambos se lo merecen, ¿cerramos trato con un beso?
—Eso quisieras Keyton, pero mete tu lengua y guarda esa sonrisa para la hora de los resultados. Presiento que caerán pronto.
Published on December 21, 2014 19:56
No comments have been added yet.
Lia Belikov's Blog
- Lia Belikov's profile
- 401 followers
Lia Belikov isn't a Goodreads Author
(yet),
but they
do have a blog,
so here are some recent posts imported from
their feed.

