Sergio L. Palacios's Blog, page 11

November 26, 2012

¿Cuánto se está alejando la Tierra del Sol?

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Nuestro Sol se está consumiendo poco a poco, día a día, hora tras hora, minuto a minuto. En su centro tienen lugar procesos violentos de fusión nuclear y los dicharacheros y revoltosos núcleos de hidrógeno se dan de tortas calientes unos contra otros, quedándose embarazados durante un suspiro, y pariendo velozmente núcleos de helio, mientras lanzan gritos de energía luminosa y calorífica en forma de brillantes fotones que viajan lentamente hasta la lejana fotosfera. Una vez allí, acompañados por chorros de otras partículas menos deslumbrantes pero más pesadas como electrones y protones las cuales, a su vez, constituyen el viento solar, disponen de algo más de ocho minutos para alcanzar nuestro planeta azul. De vez en cuando, nuestra estrella, quizá afectada de indigestión, se deshace de materia molesta en forma de eructos violentos llamados eyecciones de masa coronal. Y la respuesta de la Tierra consiste en alejarse paulatinamente, cada vez un poquito más de semejantes actos groseros y maleducados.</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">La cantidad de energía que emite el Sol por unidad de tiempo recibe el nombre de luminosidad y es debida a los procesos de fusión nuclear que tienen lugar en lo más profundo de su corazón, como os he contado poéticamente en el párrafo anterior. Para nuestra estrella, esta luminosidad asciende nada menos que a 390 cuatrillones de joules cada segundo. Si hacemos uso de la célebre ecuación de Einstein que relaciona la masa y la energía, comprobamos fácilmente que una cantidad de energía como la que emite el Sol equivale a una pérdida de masa de 137 billones de toneladas por año, un porcentaje ridículo de su masa total, unos 1980 cuatrillones de toneladas.</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Este no es el único procedimiento por el que nuestra estrella madre lanza materia al espacio. Otro proceso importante, aunque no tanto como la fusión nuclear, es el viento solar, que también aparece en el primer párrafo. Consiste en haces de partículas subatómicas, principalmente protones y electrones, además de otras muchísimo más ligeras, como neutrinos. A partir de datos empíricos, se puede estimar, de forma aproximada, la cantidad de masa estelar que es expulsada en forma de viento solar. Partiendo de que la velocidad de dicho viento ronda los 350 km/s y que la densidad de protones medida en la Tierra alcanza los 9 por centímetro cúbico y despreciando la contribución del resto de partículas, por ser todas mucho menos pesadas que los protones, se llega a que el viento solar se lleva consigo algo menos de 47 billones de toneladas cada año, aproximadamente la tercera parte de la que se pierde por procesos de fusión nuclear.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://diariomontecristo.com/wp-conte..." imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" src="http://diariomontecristo.com/wp-conte..." width="640" /></a></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">¿Cuál es la consecuencia inmediata de todo lo expuesto hasta ahora? Veamos, si repasáis vuestra física de bachillerato, quizá recordéis aquel mágico momento en que vuestros malvados y malintencionados profesores os explicaron las leyes de un tal Kepler. Haciendo un poco de memoria, puede que incluso venga a vuestras mentes inocentes aquello de que el momento angular de los planetas se conserva mientras describen sus respectivas y elípticas orbitas alrededor del Sol. Al fin y al cabo, no pocos quebraderos de cabeza le supuso todo esto al bueno de Johannes Kepler y sus tres leyes del movimiento planetario. Y ni aun así sois capaces de rendirle un mínimo homenaje y respeto al entenderlas y aprenderlas de una vez para siempre. Pues bien, dicho de una forma extremadamente simple, la susodicha conservación del momento angular implica que a medida que la masa total del Sol disminuye (y, en consecuencia, su atracción gravitatoria sobre la Tierra y todos los demás cuerpos del sistema solar) la distancia a nuestro planeta debe aumentar. Esto significa que la Tierra se alejará del Sol constantemente, al menos mientras la luminosidad de éste se mantenga uniforme, cosa que sucederá mientras continúe la fase de fusión de hidrógeno y no comience la fase de gigante roja en la evolución de nuestra estrella.</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">Cuando se introducen en la ecuación de la constancia del momento angular los valores estimados para la pérdida de masa solar, así como la distancia media del radio de la órbita y la masa del Sol, obtenemos que el mundo que habitamos se encuentra cada año un poquito más allá, adentrándose en el tenebroso, frío y oscuro espacio interestelar, a la increíble velocidad de 1,4 centímetros anuales. ¡Vertiginoso!</div><br /><br /><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">Fuente:</span></div><span style="font-size: 85%;"><i>A Solar Diet Plan</i> D. Staab, E. J. Watkinson, Z. Rogerson and M. Walach. Journal of Physics Special Topics, Vol. 11, No. 1, 2012.</span><br /><br /><br /><div class="blogger-post-footer"><img width='1' height='1' src='https://blogger.googleusercontent.com...' alt='' /></div>
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Published on November 26, 2012 07:25

November 24, 2012

Apostillas a De ratones y hombres...


Parece ser que en mi último post, como era de esperar, he despertado conciencias, he removido tripas y he agitado neuronas. Sólo hay que echar un vistazo a las calificaciones del post para ver que hay mucho más acuerdo que desacuerdo con lo que digo. Sin embargo, y a diferencia de lo reflejado en los comentarios, donde la abrumadora mayoría de vosotros habéis dado vuestra opinión y relatado vuestra experiencia corroborando gran parte de mis reflexiones, la cosa ha sido muy diferente en la guarida del elefante naranja . Allí, la opinión está tan sesgada hacia el lado de la mediocridad y el instinto animal (los ratones de los que habla el título de mi post) que las hordas bárbaras que allí habitan (hay honrosas excepciones, lo admito) se han cabreado de verdad. Y reconozco que desde hace unos meses me hace mucha gracia esta clase de comportamiento, porque he empezado a tomarme la vida mucho mejor de lo que solía hacer.
Por supuesto, esto no quita para que me hayan entrado ganas de darles un poquito de su medicina, a ver si cierran esas boquitas de piñón por las que no suele salir más que mala baba, ignorancia y otras lindezas. Veréis, aquí os dejo las opiniones sobre "De ratones y hombres..." que más me han gustado, las que mejor reflejan la densidad de neuronas que albergan en el interior de sus cráneos. No os asustéis porque no merece la pena. Únicamente las transcribo para que os podáis echar unas risas. Yo ya lo he hecho.


Los estudiantes también tienen mucho que decir sobre los programas de estudios y el profesorado en general, y sus opiniones también cuentan.

Otro al que no le gusta enseñar pero se empeña en ello.

Me toca soberanamente los pelotas que quienes se dedican en sus ratos libres a cazar "magufos", dicen, adalides del saber, la razón, la objetividad, la verdad, la ciencia y otras prestigiosas etiquetas de este estilo que tanto les gustan, luego, cuando ejercen de profesores, cuando llevan a cabo una parte de su profesión (la docencia) sean absolutos legos.

Este lo es y muy probablemente esos tres metros de altura desde donde mira a los borregos vagos y gandules de sus alumnos sean insalvables para él. Cuestionarse lo que hace dentro de clase sería el primer paso. Pero este artículo va en dirección opuesta. 

Este es un puto amargado, fijo que antes se comía todas las collejas y no follaba ni pagando y ahora es el típico joputa que hace todo lo posible por tener mas porcentaje de suspensos y achacarlo a la decadencia occidental balblablabal. Porque antes eran mucho más listos, donde va a parar...
A mi este tipo me parece un soberano imbécil. Desde aquí le digo que me saqué la carrera en cinco años, con buena media y emborrachándome cada fin de semana hasta las trancas. Jódete frustrado.
 Memos insignes como este los hubo toda la vida. Yo tuve que sufrir al menos dos. 


Cuando alguien está convencido que todo el mundo lo hace mal menos él (como el caso de este profe) es el momento de pararse a pensar que quizás sea él el equivocado.


Bien, si lo habéis podido resistir y seguís por aquí, a continuación voy a proporcionarles una respuesta que, si son consecuentes con sus propias declaraciones, deberán aceptar sin rechistar. Por tanto, lo haré, pero no con mi voz ni mi palabra escrita, que ya sé que para ellos no tienen ningún valor, como demuestran en sus comentarios plenos de conocimiento y reflexión sosegada del problema que yo pretendo poner encima de la mesa y que, por lo visto, no han llegado a captar plenamente. Como os decía, dejaré que sean MIS ALUMNOS los que respondan por mí. Para ello, he acudido a mi ordenador y he buscado al azar tres encuestas (tengo más pero no es cuestión de aburrir al personal con unas calificaciones tan monótonas) de las que hace cada curso mi universidad entre mis estudiantes. En ellas se valoran, anónimamente, las actitudes y aptitudes (más de una docena) docentes de un servidor (en color rojo) y, a continuación, se calcula un promedio, que se compara con el de resto de profesores del mismo curso y también de la misma titulación universitaria (en color azul).
Como podéis comprobar, en efecto, soy feo, malo, doy asco y merezco morir. Va por vosotros... ¡Salud!




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Published on November 24, 2012 12:40

November 22, 2012

De ratones y hombres o por qué los estudiantes cada vez se parecen más a los primeros


[image error] Antes de seguir adelante, querido lector, te pediría que volvieses a leer el título de este post y, en caso de que te ofenda, por mínimamente que sea, debo rogarte que no sigas adelante porque lo que te encontrarás será duro, sin pelos en la lengua. Podrás estar o no de acuerdo con lo que estoy a punto de expresar en toda su crudeza, pero también te digo que se trata de la pura realidad. Sí, puede que sea "mi" realidad, distorsionada por "mi" propia forma de pensar y de ver las cosas desde "mi" perspectiva individual, quizá nublada ya por mis más de dos décadas de experiencia en la labor docente universitaria o mismamente por "mi" peculiar forma de comportarme cuando era estudiante en la facultad. No obstante, creo "mi" deber como profesional comprometido con la enseñanza y la educación de los jóvenes, reflexionar, aunque sea en voz alta y delante de todos vosotros acerca de los derroteros por los que tristemente se mueve la clase estudiantil más privilegiada de la historia de este país.

Allá por el año 1990 comencé a impartir clases en la universidad, nada más licenciarme en física fundamental en la universidad de Cantabria. Siempre fui un buen estudiante, de los mejores durante mis estudios preuniversitarios y en todo momento tuve claro que el estudio y el conocimiento del mundo que me rodeaba era lo que me gustaba de verdad y a lo que aspiraba a dedicarme en el futuro. Durante mis años de bachillerato lo peor fue siempre la asignatura de religión y ello a pesar de estudiar en un colegio religioso. A continuación, y muy de cerca, la seguía la física, que se me daba fatal (nunca pasé del aprobado raspado) y tenía un profesor realmente nefasto (en matemáticas, sin embargo, era brillante). Pero había una diferencia entre la religión y la física y es que ésta era la que me volvía loco de verdad, era la herramienta que yo buscaba para explicar el universo, y eso tenía un atractivo irresistible para mí. Así que a pesar de tener las peores calificaciones de todas las asignaturas que cursaba, decidí ingresar en la facultad de ciencias físicas de la universidad de Cantabria en octubre de 1984. Y las notas mejoraron... y mucho. ¿Qué había pasado? ¿Eran mejores los profesores de la facultad que los del colegio de los padres dominicos de Oviedo? No, seguía teniendo profesores abominables, pero el que había cambiado era yo. Perseguía un objetivo, una meta que quería alcanzar y por la que iba a luchar hasta el límite de mi resistencia. Porque yo quería ser físico.
Hoy, en noviembre de 2012, más de 28 años después de aquellos cinco cursos de sacrificio, horas interminables de estudio, clases diarias, prácticas de laboratorio y exámenes agotadores (hasta 7 horas para resolver un único problema) me encuentro en el papel opuesto, el de profesor universitario (además de investigador y divulgador, aunque a algunos les duela y les corroa la envidia porque ellos son incapaces de hacer las tres cosas al mismo tiempo con mediana dignidad), una profesión cada día más incomprendida, desprestigiada y maltratada, y no solamente por los políticos sino por una gran parte de la sociedad.
[image error]  Recuerdo perfectamente que durante mis años de universidad había profesores que me eran simpáticos, otros me resultaban indiferentes y algunos más que los hubiera estrangulado sin el menor remordimiento. Así y todo, jamás, repito, jamás se me ocurrió culparles de mi éxito o fracaso en la asignatura que impartían. Cuando yo aprobaba el examen, todo el mérito era mío y cuando suspendía el culpable absoluto era yo también. ¿Cómo iba a ser el culpable el profesor, si con alguno de ellos ni siquiera asistía a clase? (perdóneme, señor Amorós, pero es que sus clases de mecánica estadística a las 8 de la mañana no estaban hechas para mí). A pesar de todo, yo comprendía que aquello era mi trabajo y mi responsabilidad. Al fin y al cabo era mayor de edad y podía elegir libremente al gobierno de mi país. ¿Cómo iba a delegar mi responsabilidad en otros? Así pues, tenía que aprobar todas las asignaturas, me gustasen más o menos, fuese mejor o peor el profesor, asistiese o no a las clases. Y aprobé, ya lo creo que aprobé, porque yo quería ser físico. Y eso estaba por encima de todo lo demás.
Pues bien, años después, esto ya no es así, lamentablemente. Desde que yo estudiaba hasta hoy, desde el primer curso, 1990-91, en que empecé a impartir clases hasta el actual de 2012-13 en el que me encuentro, el cambio experimentado ha sido brutal, no digamos si se compara con mis años de facultad. No voy a caer en aquella frase tan manida de que todo tiempo pasado fue mejor, aunque en realidad así lo piense y esté convencido de ello, al menos en lo que concierne a la enseñanza y la educación. En cambio, os contaré mi opinión y os expondré todo lo acaloradamente que sea capaz las cosas que observo en mi aula a diario, las actitudes de mis estudiantes, que no os confundáis, son exactamente las mismas que adoptan y mantienen con el resto de los profesores que conozco (y no son pocos), tanto de mi mismo departamento, como de otros, de otras facultades y de otras comunidades autónomas diferentes a la mía. Es un problema mucho más general de lo que la gente ajena a la enseñanza se piensa y se puede llegar a creer. De hecho, así nos va...
Soy consciente de que la juventud es una etapa de la vida de las personas que hay que disfrutar y pasar lo mejor que se pueda. Ahora bien, ¿qué es exactamente disfrutar? Porque cuando yo oigo hablar de esa palabreja a mí me viene a la cabeza sentarme en una butaca y coger un libro o ver una estupenda película, charlar con los amigos de temas interesantes. O terminar mis estudios universitarios lo antes posible y buscar trabajo en lo que realmente me apasiona. Nunca se me pasa por la imaginación meterme en una osera a oler a oso, bailar sin control con el cuerpo descoyuntado y sudoroso mientras me apretujo contra una maraña de traseros prominentes, pechos abultados y turgentes y axilas sudorosas que terminan en unas garras que sujetan un vaso con bebidas y otras sustancias estimulantes, hasta que el cuerpo aguante.
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Como os iba contando, hoy en día llego a mi aula y me encuentro una banda, un grupo de personas sin motivación alguna, con una desidia antológica, sin ninguna gana de acabar lo que han empezado, sin ilusión alguna o algo que se le parezca remotamente. Me encuentro con estudiantes (aunque este vocablo pierde su significado cuando a quien se refiere en raras ocasiones ha estudiado o estudia) que están matriculados en unas carreras, como son ingeniería o química, por citar sólo dos ejemplos, no habiendo cursado en el bachillerato la asignatura de física. ¿Qué van a entender y/o sacar en claro cuando yo les hable de mecánica, termodinámica, ondas, electromagnetismo, óptica o similar? ¿Cómo han sido tan insensatos? La respuesta es que resulta más cómodo deshacerse, mientras se pueda, (y nuestro sistema educativo así lo permite) de las asignaturas incómodas, complicadas y que requieren un esfuerzo superior a la media. Ya me preocuparé de la física cuando llegue a la universidad, la culpa es del sistema, la culpa la tiene mi instituto que no ofertaba la asignatura o no había profesor para impartirla. Todo excusas y mentiras para autoengañarse y descargar la responsabilidad en otros y no en uno mismo. Si te quieres ir a la escuela de ingeniería dentro de uno o dos cursos, te tienes que matricular de física en el bachillerato y si no puedes, te buscas la vida de otra manera, estudias por tu cuenta o asistes a una academia, pero no te vayas a los dos años a la universidad y le digas al profesor que lo que está contando no tienes que saberlo porque nunca te lo han explicado. Es tu problema, exclusivamente tuyo, majete. Y si no lo crees así, no vayas a la universidad hasta no estar preparado para ingresar en ella, que cuesta mucho dinero a papá y mamá, que suelen ser los que pagan en un 90% de las ocasiones, si no más.
Cuando, a pesar de todo lo anterior, el estudiante insensato decide de todas maneras matricularse en la universidad, en una carrera para la que no tiene base ni matemática ni física medianamente aceptables, el sacrificio personal para superar el hándicap también brilla por su ausencia. Ay, profesor, es que no entiendo nada de lo que cuenta, es que no tengo base. ¿Has estudiado, has consultado algún libro o has venido a las tutorías a que te eche una mano? No, es que me da vergüenza, no sé qué preguntar porque no entiendo nada, es que me lo explicaron muy mal el año pasado. Añagazas sin sentido, lo que te pasa es que te escabulles de tu responsabilidad. Cuando yo terminé mi bachillerato e iba a ingresar en la universidad me compré un libro de cálculo diferencial e integral y me hice más de 2000 derivadas e integrales aquel verano. Nunca tuve problemas fuera de los habituales para seguir una asignatura en la facultad. Vale, yo era un rarito y un friki, pero sabía lo que quería y me esforzaba por alcanzarlo cuanto antes, tenía ambición. Si quieres, puedes; es así de claro. Lo que tú aprendas por tu cuenta es mérito tuyo y constituye una ventaja a la hora de afrontar tus anhelos personales. No descargues el peso de tu labor en otros si lo puedes solucionar por ti mismo.
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Permitidme que os cuente una cosa. Recuerdo un año que hice una encuesta a mis estudiantes de ingeniería. Entre otras cosas, les preguntaba cuántas horas estudiaban en casa al regrear de la facultad. No salía más de una hora en promedio. Yo estudiaba 6 horas todos los días, de 4 a 8 de la tarde y de 10 a 12 de la noche; los fines de semana no eran excepciones. Ay, profe, es que ahora tenemos muchas clases y no hay tiempo. Vale, pues estudia 3 horas diarias. Jo, profe, que hay otras cosas que hacer, no sólo estudiar. Perfecto, duerme menos.
Hace muchos años que mis estudiantes no sacan un sobresaliente en mi asignatura y no es porque yo sea un profesor duro, todo lo contrario. Los exámenes que hoy en día se ponen en el primer curso de universidad son pruebas que en mi época se realizaban cuando estabas en bachillerato (así, como suena, dejémonos de tonterías y afrontemos la realidad) y así y todo la gente se ve incapaz de resolver las cuestiones y problemas básicos y elementales. El primer curso de universidad se ha convertido en el tercer curso de bachillerato. La generación mejor preparada de la historia, una expresión que me saca de quicio, no sabe las leyes de Newton apesar de haberlas  estudiado una docena de veces. Ya no te encuentras estudiantes brillantes todos los años, como sucedía en mi generación, de hecho casi no encuentras a ninguno. Hay una uniformidad absoluta, nadie destaca (salvo muy escasísimas excepciones), no leen siquiera cuatro libros al año, nadie pone en aprietos al profesor con sus preguntas ingeniosas o plenas de comprensión de la materia explicada, nadie intenta ir más allá de donde yo les dejo, del mundo que les muestro en clase, ese mundo fantástico que está ahí afuera, al lado de ellos y que parecen ignorar con absoluta pasividad.
Las aulas se han quedado mudas, salvo por la infame voz del profesor, que debería ser la menos escuchada. Nadie pregunta nada, todos parecen entender lo que les cuento hasta que les pides que lo demuestren, no se les ocurre ninguna excepción, ningún caso particular o general, ninguna situación real donde se aplique la ley o concepto que les acabas de descubrir. Todo es silencio, aceptación pasiva. Lo que importa es la belleza y pulcritud de los apuntes, unas notas que nunca más se vuelven a mirar con los ojos del espíritu crítico, escéptico, que no se completan con la sabiduría y experiencia del profesor o del material bibliográfico recomendado y mucho menos con esa herramienta todopoderosa que es internet, con todos los extraordinarios medios que tienen a su alcance. ¡Cuánto los hubiese disfrutado yo en mis años jóvenes!
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Y luego llegan los exámenes, una vez más, una y otra vez, como si fuera el colegio infantil. Uno, dos, tres exámenes, y en cada uno de ellos entra una materia que sonrojaría a cualquiera con dos dedos de frente. Hoy haremos un test sobre los dos primeros temas, estudiad que es muy importante sacar buena nota. Y ¡zas! Otra vez la misma desilusión. Les preguntas cosas que has repetido una y mil veces en clase y ni aun así. Les repites convocatoria tras convocatoria (hasta tres veces consecutivas lo he hecho) el mismo examen, sin cambiar una coma o un punto y siguen sin saber hacerlo. Tampoco saben empollarlo de memoria, aunque solo sea por aprobar, joder. Hay que ser torpe y necio para no superar la asignatura cuando te dan puntos por asistir simplemente a las clases. He llegado a ver estudiantes matriculados durante 10 cursos consecutivos de la misma asignatura. Y pienso: qué padres tan generosos y comprensivos que son capaces de entender que su niño o niña emplee toda una década de su vida para aprobar una asignatura básica de primer curso, aunque nunca se haya presentado a los exámenes. Eso sí, a mi niño o niña que no le falten un ordenador, un iPad, un iPod y un smartphone con los que puedan enviar SMS en clase, mientras el profesor se cabrea porque hacen ruidito las teclas. Si mi niño o niña suspende es que el profesor es un incompetente y no le sabe motivar. ¡Señores papás y señoras mamás, a la universidad se viene motivado de casa! Con lo que vale mi niño/a y lo que estudia, que está todo el día en la facultad y cuando llega a casa no sale de su cuarto. Claro que tampoco entra desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la noche...
Ah, y que no se te ocurra a pesar de todo, exigir como profesor lo que en conciencia crees que deberías porque si suspende un porcentaje poco razonable (para ellos, claro, los supertacañones que están sentados en la poltrona y no saben lo que es dar una puñetera clase o, peor aún, piensan que deben decirte cómo darla) entonces se desata la ira de las castas dirigentes, te llaman a su pulcro despacho amoquetado y te sugieren amablemente que pongas el nivel, el listón un poquito más abajo del suelo. Es que los chavales se deprimen si suspenden y se crean traumas que no les dejan disfrutar de la discoteca el próximo fin de semana, se dedican entonces a llamar por su smartphone a los amigos para contarles sus penas y la factura sube que no veas.
No os creáis que con la gente mayor pasa algo muy diferente. En los últimos tres cursos he impartido también docencia en el máster de formación de profesorado de secuandaria, bachillerato y formación profesional. Es decir, les he dado clase a los personajes que algún día pretenden ser los profesores de mi hija, que tiene ahora 10 años. Y os tengo que decir que el panorama no es muy diferente. Les encargas un trabajo a personas ya licenciadas, con un título superior y, se supone, con una vocación docente a prueba de bombas. Pues no, se quejan, intentan escaquearse y esforzarse lo menos posible, se retrasan en la entrega con excusas miserables y faltas de creatividad (coño, dime que tienes cáncer terminal, pero no que no pudiste porque no tuviste tiempo o ganas). Les he dicho en más de una ocasión: yo no quiero que le deis clase a mi hija en el instituto. Asqueado, abandoné. A los niños de 18 años se lo consiento, a los de 25  o más no.
[image error] Soy de la opinión, y nunca cambiaré, que la enseñanza y el aprendizaje deben mantener un cierto equilibrio, pero no se pueden comparar. Más aún, no se puede dejar todo el proceso bajo la responsabilidad del profesor. Si acaso, ésta debe ser mayor cuanto más bajo sea el nivel educativo, pero debe ir disminuyendo considerablemente a medida que llegamos a los niveles más altos, como el universitario. Así, a "mi" criterio personal (repito, personal) la responsabilidad en el rendimiento de un alumno universitario por parte del profesor no va más allá de un 10%; el otro 90% recae en el estudiante. Tal y como yo lo veo, la figura del profesor universitario debe ser la de un motivador, un provocador si me apuráis, un incitador al descubrimiento personal del estudiante, un orientador que con su experiencia personal y profesional ayude y contribuya a adquirir conocimiento de forma autónoma, a adoptar una serie de actitudes al estudiante: buscar información, seleccionarla, elaborar un trabajo de investigación individual o en grupo, saber dirigir el pensamiento y la razón por caminos no transitados, originales. El profesor debe mostrarte el método científico, en definitiva, y no ser un mero charlatán, recitando aburrido unos contenidos que están presentes en cualquier texto.

La clase magistral debe morir, no tiene sentido en la universidad. Cierto es que cuando se la quitas a los estudiantes, éstos son los primeros que se sienten incómodos (muchos profesores también) y piensan que si no tienen unos apuntes limpios y ordenados, no se les está enseñando nada útil. Ellos son los primeros en levantar la voz y protestar si se les quiere dar una enseñanza de calidad porque, no nos engañemos, han adoptado la posición cómoda, la que menos esfuerzo requiere. Poco importa luego caer en una contradicción flagrante y es que para qué quieres unos apuntes bonitos y completos si no miras para ellos. Les das un sermón con consejos útiles para estudiar y comprender la materia y te miran aburridos, con rostro de condescendencia, como diciéndote: anda, pesado, termina de una vez que quiero salir de aquí pitando. Y entonces descubres que cuando les estás diciendo lo más importante de todo, lo que no está en los libros, lo que te ha enseñado la vida, que es la que enseña de verdad, ellos están mirando por la ventana cómo pasa el motero de turno haciendo zumbar los tímpanos. Y eso mola...
Dejemos de culpar a los profesores de lo que solamente los estudiantes son responsables. ¿Acaso van a ser todos los profesores mediocres? ¿Por qué todos obtenemos unos resultados similares? De acuerdo que entre todos podemos resolver este problema y mejorar, hagamos autocrítica, pero mientras los estudiantes no se conciencien de que aquello que vienen a hacer en la universidad es una elección suya completamente libre y personal y que allí están para formarse en lo que un día constituirá su trabajo, con el que deberán sacar adelante a una familia y contribuir a la mejora de la sociedad, no habrá nada que hacer, no tendremos esperanza. Tendremos licenciados, tendremos ingenieros, pero su título sólo servirá para colgar de la pared. Nunca verán más allá de los hombros de los gigantes que se los han prestado para auparse. Ay del discípulo que no sea capaz de superar a su maestro...
[image error] Vivimos en una época difícil en la que además impera, no alcanzo a entender muy bien las razones, una corrección política deplorable que confunde churras con merinas. Abunda un "buenismo" y unas ansias por no decir ninguna clase de inconveniencia, de frase provocadora, que llega a rayar en lo estúpido. Todo ha de sonar bien y no hay que incomodar a nadie, que nadie se sienta incómodo por espetarle la verdad en la cara. Pues no, señores, no ha de ser así, la universidad la pagamos todos con nuestros impuestos y a mí, personalmente, incluso como asalariado en la misma, me interesa que el centro docente e investigador más importante de nuestro país funcione de la mejor manera posible, de forma excelente a poder ser. No me parece bien que las aulas universitarias estén llenas de gente (estudiantes y profesores) que no merece estar en ellas, personas que día tras día me dan motivos para pensar que algo está fallando, funcionando muy mal en esta sociedad falsa, cínica e hipócrita, que no se atreve a admitir lo que es una evidencia a gritos: la universidad debe ser para el que se la gane, para el que muestre un interés verdadero por aprender y enseñar a los demás, con su esfuerzo personal, y no para el que crea que eso es tarea de otros y piense que su responsabilidad termina en cuanto finaliza los trámites de matrícula. Igualdad de oportunidades para todos sí, por supuesto, pero cuando ya te han dado más de una y no las has sabido o querido aprovechar, mejor quedarte en el banquillo y dejar paso a otros que se lo ganen en el campo de juego. Me pregunto por qué no nos rasgamos las vestiduras cuando segregamos sin ningún pudor a los mejores deportistas y les proporcionamos centros de alto rendimiento que cuestan un dineral y, en cambio, insistimos en reunir toda clase de cerebros, mediocres y brillantes, en el mismo recinto, que no cuesta menos, precisamente? ¿Por qué razón nos empeñamos en poner el listón al nivel del menos cualificado, del menos dotado intelectualmente? ¿Acaso la inteligencia y la creatividad no merecen una medalla olímpica o una copa del mundo? ¿No basta ya de hipocresía y contradicción? ¿O acaso se trata de algo peor aún? ¿No será que tenemos miedo?


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Published on November 22, 2012 11:35

November 19, 2012

¿Se puede evitar el dolor cuando te precipitas hacia el centro de un agujero negro?

Hacía ya mucho tiempo, quizá demasiado, que no escribía un post para Naukas.com (anteriormente conocido por Amazings.es). La verdad es que las razones para no hacerlo eran muchas y variadas pero, sobre todo, y como ya sabéis algunos de los lectores de este blog, mi estado de salud en los últimos meses. Hoy tengo que deciros que esa espera ha terminado porque, tras 362 días de desaparición, el gran FCF+ está de vuelta, con energías renovadas. Cierto es que no sé muy bien hasta cuando alcanzarán éstas, pero mientras duren malo sería no aprovecharlas, ¿no os parece?
Así que desde ya mismo podéis volver a disfrutar de un nuevo artículo escrito por este señor que hace estas cosas de la divulgación científica por amor al arte y puro placer, además de pensar que se trata de una obligación moral de todo científico que se atreva a autodenominarse así.
Sin más, y agradeciendo a todos los que seguís ahí, leyendo y disfrutando de este engendro llamado FCF+, aquí os dejo el primer párrafo de mi nueva colaboración con la mejor página web de ciencia de España. Espero que os guste.



Quizá hayan sido la literatura y, sobre todo, el cine de ciencia ficción los responsables de la divulgación y enorme popularidad de que goza entre toda clase de público un concepto tan abstruso, en principio, hasta para los astrofísicos, como es el de agujero negro. Desde multitud de películas hasta los largometrajes y series de TV como la longeva y mítica Star Trek, cuentan entre varios de sus episodios más recordados con la inestimable y emocionante ayuda de estos monstruos, en ocasiones de dimensiones microscópicas, otras veces de proporciones estelares o incluso galácticas, pero siempre con la misión de aportar el elemento de tensión imprescindible en toda trama que se precie y pretenda hacer las delicias de los aficionados al género... (seguir leyendo en Naukas.com)


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Published on November 19, 2012 02:10

November 12, 2012

¿Y si los planetas se precipitasen, de repente, hacia el Sol?


La probabilidad de suceder una hecatombe cósmica que tuviera como consecuencia la detención del movimiento de traslación alrededor del Sol de nuestro planeta, la Tierra, es increíblemente pequeña y podemos afirmar, sin temor a equivocarnos (aunque siempre con la humildad y precaución que caracterizan a toda afirmación científica que se precie) que resulta prácticamente imposible. Además de la dificultad que supondría colisionar con un objeto del tamaño apropiado, el impacto o la interacción gravitatoria correspondiente debería, asimismo, tener lugar de tal forma que la Tierra no se redujese a escombros directamente; debería conservar un tamaño lo suficientemente grande como para poder conservar la denominación de planeta.
Bien, acudiré una vez más a vuestra legendaria capacidad mental para suspender la incredulidad y supondré que ha tenido lugar, por las causas que fueren, el detenimiento total de nuestro planeta en su órbita alrededor del Sol, algo parecido a lo que se refleja en la película El día en que la Tierra se incendió (The Day the Earth Caught Fire, 1961). ¿Qué sucedería a partir de este mismo momento?Hasta hace unas décadas, resolver una cuestión como la anterior conllevaba no pocos quebraderos de cabeza a los físicos o los matemáticos que pretendían hallar una respuesta, ya que la resolución de la ecuación diferencial a la que se llegaba tras aplicar las ecuaciones del movimiento que surgían de las leyes de la mecánica newtoniana no era precisamente evidente. Hoy en día, con el desarrollo de los programas de cálculo simbólico y los métodos numéricos, junto con los potentes ordenadores personales, el problema es mucho más sencillo.
Pues bien, un planeta como la Tierra que se ha detenido y ha dejado de dar vueltas alrededor de su estrella madre, abandonaría su trayectoria elíptica y comenzaría a precipitarse en un movimiento de caída en línea recta hacia el Sol, con una aceleración creciente (y, por tanto, con una velocidad cada vez mayor también), ya que al disminuir la distancia entre ambos cuerpos la fuerza de atracción gravitatoria entre ellos aumentaría según la ley de la gravitación universal de Newton . En realidad, y para ser rigurosos, la Tierra se acercaría al Sol y éste, a su vez, se aproximaría a la primera (en terminología física, los dos cuerpos se irían acercando paulatinamente hacia el centro de masas del sistema formado por ambos). Debido a la enorme diferencias de masas entre nuestro planeta y el Sol, el centro de masas del sistema se encuentra en el interior de la estrella y no supone un error apreciable suponer que es la Tierra la que se dirige hacia el Sol, despreciando el movimiento de este último.
Lo más curioso y llamativo del ejercicio académico propuesto más arriba es que la solución matemática que se alcanza es extremadamente simple y general. En efecto, cuando se expresa el tiempo que duraría la “caída” se obtiene que éste es el producto de un factor aproximadamente igual a 0,177 por el período de traslación del planeta alrededor del Sol (el resultado es equivalente para un planeta extrasolar cualquiera y la estrella alrededor de la que rotase). Así, nuestro planeta emplearía 0,177 x 365 = 64,5 días en precipitarse sobre el Sol. Durante la primera mitad del viaje consumiría 52 días, tardando únicamente 12 en la segunda mitad de su infortunado periplo.
El resto de planetas de nuestro sistema solar emplearían, respectivamente:
Mercurio: 15,5 díasVenus: 39,7 díasMarte: 121,4 díasJúpiter: 2,1 añosSaturno: 5,2 añosUrano: 14,9 añosNeptuno: 29,1 añosPlutón (sí, lo sé, ya no es un planeta): 43,9 años

¿Os atrevéis a resolver la ecuación vosotros mismos?


Fuente:Falling and Orbiting Maurice Bruce Stewart. The Physics Teacher, Vol. 36, 1998.


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Published on November 12, 2012 10:55

November 7, 2012

Supergods: Héroes, mitos e historias del cómic

Grant Morrison es uno de los guionistas de cómics más célebres del mundo y ha trabajado, entre otras, para las dos grandes: Marvel y DC. Nadie como él para desgranarnos con pelos y señales la historia del cómic, de sus autores, de los editores, pero, sobre todo, de sus personajes de ficción y, entre ellos, los mejores, los que han perdurado desde siempre, desde el comienzo en 1938 con el primer número de Action Comics en el que Superman se presentaba ante los habitantes del planeta Tierra.
Supergods acaba de ser publicado recientemente por Turner Publicaciones en su colección Noema. A lo largo de las casi 500 páginas de que consta el texto, Morrison relata con un lenguaje, cómo describirlo... desinhibido, en ocasiones coloquial, en ocasiones culto o incluso algo críptico y simbólico, la historia de los cómics, con sus maravillas pero sin olvidar, asimismo, sus miserias (Jerry Siegel y Joe Shuster, los creadores de Superman cobraron 130 dólares por los derechos de su obra, que setenta años más tarde ha generado miles de millones de dólares en ganancias. Los dos terminaron sus días prácticamente arruinados y olvidados.)
Sin embargo, enseguida salta a la vista que el libro no es una sucesión de acontecimientos históricos y fechas. Muy al contrario, Morrison ha escrito una autobiografía mitad profesional y mitad personal e íntima, utilizando como disculpa el mundo de las viñetas de superhéroes, logrando una combinación perfecta entre ambos. Así, al mismo tiempo que nos confiesa sus motivaciones tempranas siendo niño, o sus desfases, desvaríos y pecados de los que se serviría su brillante inspiración para crear obras que han pasado a los archivos de las obras maestras del género, también nos muestra el sendero jalonado de anécdotas, unas conocidas, otras no tanto, relacionadas con el nacimiento y desarrollo de infinidad de personajes ficticios: Superman, Spiderman, Wonder Woman, Batman, Los 4 Fantásticos, Hulk, X-men, Watchmen, etc., etc.
El libro está estructurado de forma cronológica, comenzando por la Edad de Oro, que llegaría a su máximo esplendor en las décadas de los años 40 y 50 del siglo pasado, cuando sufriría un golpe demoledor proporcionado por la aparición en 1954 de un libro titulado Seduction of the Innocent, cuyo autor era el doctor Fredric Wertham, un psiquiatra que acusó a los cómics de creadores de todas las enfermedades sociales que afligían a los niños estadounidenses y que desembocaría en la creación del fatídico Código del Cómic, de infausto recuerdo. La Edad de Oro llegaba a su dorado fin, dando paso a la Edad de Plata. Durante los primeros años de la Edad de Oro los superhéroes se habían caracterizado por luchar contra jefes corruptos, tiranos domésticos, gánsteres, rateros y asesinos japoneses (eran los años de la Segunda Guerra Mundial). En la década de 1950 apareció el enemigo rojo, el comunismo y los extraterrestres. En los años 60, los superhéroes se enfrentaban incluso entre ellos, amén de contra científicos locos o monstruos colosales. La década siguiente les tocaría el turno a los asesinos, contaminadores y los yonquis. Más tarde vendrían los delincuentes y criminales de traje, corbata y abrigo caros, los tiburones de Wall Street. Se sucedían así la Edad Oscura y el Renacimiento, en las que las franquicias de los superhéroes eran resucitadas una y otra vez para adaptarse a los tiempos y al gusto de las nuevas generaciones.
Las ideas que iban y venían eran como las propias viñetas de los cómics, coloridas, deslumbrantes, desvergonzadas, provocadoras, crepusculares. Sirva como muestra del nivel al que habían llegado las cosas, la descabellada página 219 del libro, en la que se plantean cuestiones del tipo "¿qué pasaría si Superman inundase el mundo con su superesperma indestructible? ¿Fecundaría también a gatos, perros, ganado y calamares gigantes? ¿Va al baño Superman, cómo es su mierda?" ¿Glorioso, verdad?
Y de esta manera, hemos llegado a nuestros días, días extraños en los que quizá, como sugiere Morrison, nosotros mismos ya nos hemos convertido en superdioses, en ciborgs todopoderosos conectados día y noche a teléfonos móviles, redes de ordenadores y toda clase de maravillas tecnológicas que nos dotan de extraordinarios poderes para lograr lo que nos propongamos. ¿Dónde, pues, termina el papel de los superhéroes? Quizá ya lo haya hecho. O quizá aún no haya empezado. ¿Quién lo sabe?

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Published on November 07, 2012 05:28

November 6, 2012

Lease Car History

Whether you've visited to an different place or just required a alternative while your vehicle's in the shop, possibilities are you've had to lease a car at some factor in your life. Car accommodations have a long and fabled record that's carefully linked with the record of the vehicle market and The united declares itself. As times have modified, so have rental automobiles - and they stay an important part of the vehicle market to this day.

The real origins of rental automobiles are unidentified, but many believe that the first real rental car organization started with the Design T, the first mass-produced vehicle. Supposedly, the first rental organization belonged to a Nebraskan man known as Joe Saunders, who would lease his Design T out for ten pennies a distance. Saunders used a usage gauge to figure out how far his car had been motivated. The tale goes that Saunders' first rental went to a journeying salesperson who desired to make an impression on a lady on a date.

Whatever the case, Saunders definitely had the first extremely effective car-rental organization. By 1925, his organization had rental organizations in 21 declares. However, the Great Depressive disorders led to many individuals no longer requiring rental automobiles, and Saunders went insolvent.
While Saunders was developing his organization, a man known as Wally Jacobs was also beginning his own Design T rental service. Jacobs worked out far better than Saunders. He gradually marketed his organization to Yellow-colored Cab owner David Hertz. Hertz' organization was then purchased out by Common Engines. These days, Hertz Rent a Car is the biggest rental car organization in the world.

Rental automobiles experienced from a bad reputation during the Prohibition period, as many considered they were used to transportation scammers. After Prohibition was withdrawn, the rental car market experienced a better reputation, and extended significantly.

The market increased even more after WWII, because the increasing reputation of airways for organization travel intended that more individuals required a car for their a organization trip. Hertz had expected this pattern by beginning accommodations service at Chicago's Halfway Airport terminal in 1932. Position is acknowledged with being the first organization to do airport-focused accommodations as its main resource of organization. The organization's creator, Warren Position, was a former Military lead, and targeted almost all their organization toward air-ports and the nearby areas. Another effective organization released during this time was Nationwide Car Lease System, Inc., whose creators involved Joe Saunders himself.

In the Nineteen seventies and 1980's, rental car organizations started promoting off their older automobiles, which led to organizations such as Hertz also becoming significant used-car traders. At this factor, significant vehicle manufacturers started buying up many used car organizations in an attempt to make sure that these organizations would mainly buy their automobiles from them.


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Published on November 06, 2012 00:32

November 5, 2012

Situando espejos en órbita marciana para terraformación (II)

En el post anterior os explicaba (también a quienes no tienen ningún sentido del humor futbolero) cuál era el procedimiento, a grandes rasgos, para situar en órbita marciana un espejo cuyo objetivo sería el calentamiento de la superficie del planeta rojo y la liberación de gases de efecto invernadero a su tenue atmósfera. En esta segunda y última parte me centraré en describir y comentar la forma de operar de este espejo, es decir, en cuantificar el efecto que tendría sobre la temperatura, primero en la de todo el planeta y luego sobre una aŕea superficial concreta, como por ejemplo la correspondiente a las zonas polares.
Para calcular el incremento de temperatura experimentado por la superficie de Marte es necesario estimar cuánta energía térmica está incidiendo sobre aquélla tanto por efecto de la radiación solar directa como también de la reflejada por el espejo situado en órbita. Aquí se debe tener encuenta que Marte devuelve al espacio parte de esta radiación incidente, en concreto un 15%, lo que recibe el nombre de albedo . De otro lado, por el simple hecho de encontrarse a una cierta temperatura, nuestro planeta vecino emite radiación térmica en forma de ondas electromagnéticas. Esta radiación puede cuantificarse a través de la célebre ley de Stefan-Boltzmann que en tantas ocasiones ha aparecido por estos lares. Esta ley relaciona la potencia térmica emitida con el área de la superficie del cuerpo en cuestión (en nuestro caso, de Marte) y la cuarta potencia de su temperatura.
La clave del asunto reside en el hecho de que para que el sistema considerado se encuentre en equilibrio térmico y su temperatura sea constante (salvo fluctuaciones) la energía recibida debe estar exactamente compensada por la que se devuelve al espacio. Así pues, igualando la suma de las dos potencias incidentes (las debidas al Sol y al espejo, descontando el efecto albedo) con la potencia emitida (dada por la ley de Stefan-Boltzmann) se obtiene una relación entre la temperatura de equilibrio y el tamaño del espejo (su radio, en concreto), siempre que se conozcan el radio de Marte y su distancia al Sol, así como la luminosidad de éste.
La conclusión más llamativa que se puede extraer de los resultados del párrafo anterior es que la temperatura aumenta de una forma extremadamente lenta con las dimensiones del espejo. Basta decir que para un espejo de 50 km de radio la temperatura de equilibrio de Marte serían 219 K (unos 54 ºC bajo cero), mientras que aumentar el espejo hasta los 350 km tan sólo produciría un incremento de medio grado adicional, hasta los 219,5 K. Alcanzar una temperatura tan modesta como los 0 ºC requeriría un diámetro del reflector superior a los 8.500 km, algo absolutamente irrealizable.
Sin embargo, no hay que desanimarse, pues los razonamientos previos se refieren a la temperatura global de toda la superficie marciana y tampoco se trata de eso. En efecto, resulta mucho más lógico y razonable incrementar únicamente la temperatura de una región concreta del planeta rojo, tal y como s contaba en el post de la semana pasada.
Haciendo uso de las elementales leyes de la óptica de los espejos, se puede hallar fácilmente y de forma directa la relación entre la temperatura de una cierta extensión de terreno en la superficie marciana y nuevamente el tamaño del espejo, así como la dependencia con la altura a la que debe situarse su órbita.
En las condiciones expresadas más arriba, obviamente se concluye que ahora las restricciones no son tan exigentes como para el caso del planeta entero. Si empleásemos una superficie perfectamente reflectora con las mismas dimensiones expuestas en el primer post, unos 125 km de radio, el incremento en la temperatura que se podría conseguir superaría los 100 grados a una altura de 214.000 km. Esta temperatura sería más que suficiente para lograr la fusión del hielo polar a lo largo de una extensión de 650 km.
Análogamente, se podría proceder con otras regiones marcianas, ya que en el regolito depositado por toda la superficie existen agua y dióxido de carbono atrapados, que podrían ser fácilmente liberados a la atmósfera si la roca fuese suficientemente porosa, contribuyendo a su vez a un efecto invernadero que ayudase al aumento de la temperatura global.

Fuente:Terraforming Mars - Orbital Mirrors: Operation M. Grant, A. Edgington, N. Rowe-Gurney and J. Sandhu. Journal of Physics Special Topics, Vol. 10, No. 1, 2011.


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Published on November 05, 2012 06:15

November 2, 2012

Situando espejos en órbita marciana para terraformación (I)

Tal y como se está poniendo la situación mundial, con tanta crisis económica y tanto chupóptero multimillonario triste porque los demás no juegan para él y otros le quitan inmerecidamente los premios individuales, no sería de extrañar que más de uno ya estuviese pensando en abandonar la faz de este planeta para buscar horizontes más prometedores. Uno de estos destinos podría ser perfectamente nuestro vecino el planeta rojo: Marte.
Dotado de una baja gravedad y con una atmósfera mucho más tenue que la nuestra, Marte constituiría un mundo perfecto para el fútbol de Cristiano Ronaldo. Allí, el balón correría mucho más rápido y avanzaría más lejos con muy poco esfuerzo; se jugaría con máscara y así no haría falta verle la cara de chulo-putas que tiene ni tendríamos que soportar sus gestitos faciales para llamar la atención de las nenas en celo; sus compañeros marcianos le pasarían siempre a él el balón porque los marcianos no existen y, finalmente, sus grandes amigos papá Florentino y mamá Mou, formarían un trío marciano donde la organización a la hora de darse por el culo fuese lo más importante.
Pero, dejemos el fútbol a un lado por un momento y centrémonos en lo que aquí nos interesa, que no es otra cosa que el asunto de la terraformación del planeta vecino. Ya dediqué hace algún tiempo una serie de posts maravillosa y llena de atractivo al tema de la terraformación de otros mundos. Uno de los métodos que planteé en su momento tenía que ver con la situación en órbita alrededor del planeta en cuestión de una serie de espejos que fueran capaces de concentrar la luz solar sobre la superficie del planeta, provocando con ello un calentamiento de la misma como consecuencia de la liberación de gases de efecto invernadero, por ejemplo.
Ahora bien, detengámonos por un momento y reflexionemos acerca de la cuestión de cómo y dónde situar exactamente estos espejos y, sobre todo, si sería posible hacerlo con la tecnología de la que disponemos en la actualidad.
Veamos, empecemos por tener en cuenta que si nuestro objetivo es focalizar la luz solar reflejada por los espejos sobre una área concreta de la superficie marciana (hacerlo sobre el planeta entero resultaría imposible, debido fundamentalmente al peso de la estructura) debemos situarlos en una órbita estacionaria, es decir, los espejos deben estar a una altura sobre la superficie de Marte tal que las velocidades de rotación de ambos cuerpos coincidan. Esto se consigue siempre que sean iguales la fuerza de atracción gravitatoria del planeta sobre el espejo (que tiende a hacerlo precipitarse sobre Marte) y la fuerza debida a la presión de la radiación solar (que tiende a expulsarlo de la órbita marciana), la fuerza por unidad de área debida a los fotones procedentes del Sol y que inciden sobre la superficie reflectora del espejo.
Pues bien, cuando uno utiliza las expresiones de las dos fuerzas comentadas en el párrafo anterior y las iguala se obtiene fácilmente la dependencia de la densidad del material del que debe estar construido el espejo con la distancia a la que éste debe estar situado en órbita alrededor del planeta. Esta dependencia no es lineal, sin parabólica, es decir, que es una función que varía con el cuadrado de la altura sobre la superficie de Marte a la que es preciso colocar el espejo.
Obviamente, lo más conveniente puede ser que el reflector se encuentre cuantro más cerca mejor, pero esto conlleva la necesidad de disponer de materiales mucho más ligeros, asunto no trivial en absoluto. Baste decir que para las densidades alcanzables por nuestra tecnología (entre 2,6 y 6,8 gramos por metro cuadrado, aproximadamente) se requerirían materiales muy similares al Mylar, utilizado en la tecnología de velas solares, aunque habría que someterlo a un tratamiento a base de depositar aluminio vaporizado sobre su superficie con el objetivo de incrementar su insuficiente poder reflector. Cogiendo el valor más pequeño para la densidad, esto es, los 2,6 gramos por metro cuadrado, el espejo no podría encontrarse a menos de 170.000 km de la superficie de Marte. Un valor más razonable y no tan restrictivo de la densidad, unos 4 gramos por metro cuadrado, llevaría el espejo hasta los 210.000 km de altura. Otro detalle a tener en cuenta es el peso de la estructura que soporta al espejo y el del propio espejo. En cuanto a la primera, ésta puede confeccionarse, por ejemplo, a partir de nanotubos de carbono si se quiere aligerar lo máximo posible. El caso del reflector es diferente, pues debe estar confeccionado con un material similar al que ya os he contado más arriba. Además, está la dificultad de focalizar la luz sobre una región determinada de la superficie del planeta rojo. Así, si pretendemos hacerlo sobre los casquetes polares, donde pueden liberarse abundantes cantidades de gases de efecto invernadero escondidos en las capas de dióxido de carbono congelado, así como en el regolito marciano, para una zona con una extensión, digamos de unos 650 km, el radio del espejo debería ascender a unos nada despreciables 125 km, haciendo que su peso alcanzase las 200.000 toneladas.
Estos valores hacen impracticable la construcción y el envío de las estructuras desde la Tierra, así que la alternativa debería consistir en hacerlo en órbita, o bien en la misma superficie de Marte. Todo ello, obviamente, dependiendo de las capacidades y presupuestos de las agencias espaciales. Aunque para tito Floren no hay cosa que el talonario no pueda lograr con tal de que su estrella rutilante y altamente reflectora deje de estar triste y tenga un mundo hecho a su medida...

Fuentes:Terraforming Mars - Orbital Mirrors: Construction M. Grant, A. Edgington, N. Rowe-Gurney and J. Sandhu. Journal of Physics Special Topics, Vol. 10, No. 1, 2011.

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Published on November 02, 2012 04:54

October 31, 2012

El comienzo del infinito

David Deutsch es uno de los fundadores del campo de la computación cuántica y uno de los divulgadores más reputados a nivel internacional. Su último libro, El comienzo del infinito: Explicaciones que transforman el mundo , traducido al español por Josep Sarret para Biblioteca Buridán ha sido publicado hace unos pocos meses.
El libro de Deutsch es un texto extenso, profundo, sobre ciencia, sobre física, matemáticas, filosofía, evolución, incluso religión. No resulta en absoluto fácil de leer, pues no se puede enmarcar precisamente en lo que conocemos como divulgación científica propiamente dicha.
Profundamente optimista, Deutsch va desmontando una por una con implacable lógica una enorme cantidad y variedad de concepciones filosóficas, para él, erróneas, como son el empirismo (todos los conocimientos derivan de la experiencia sensorial), el inductivismo (las teorías científicas se obtienen generalizando o extrapolando experiencias repetidas), el relativismo (no puede haber afirmaciones verdaderas y falsas; todas han de ser juzgadas en función de un determinado baremo cultural arbitrario), el instrumentalsmo (la ciencia no puede describir la realidad, solo predecir el resultado de una observación), el justificacionismo (el conocimiento solo es genuino si está justificado por alguna fuente o criterio). Para él la fuente real de nuestras teorías es la conjetura combinada con la crítica. Hay que tener en cuenta el falibilismo, es decir, podemos estar equivocados, y hay que intentar siempre corregir los errores. Es imprescindible rebelarse contra la autoridad.
Principios como el de mediocridad (no hay nada realmente significativo en los seres humanos) son profundamente incorrectos y parroquiales (confunden la apariencia con la realidad, las regularidades locales con leyes universales). Todo lo que no esté prohibido por las leyes de la naturaleza debe estar al alcance de los seres humanos, siempre y cuando se dé el conocimiento adecuado, pues tan cierto como que los problemas siempre acaban apareciendo, resulta que los problemas también siempre tienen solución. El progreso ilimitado del conocimiento es posible, pues siempre se encontrarán buenas explicaciones y se desecharán las malas, proceso que traerá implícito la aparición de nuevos problemas que resolver y con los que se incrementará una vez más el conocimiento.
El reduccionismo (la ciencia debe explicar siempre las cosas analizando éstas según sus componentes) y el holismo (todas las explicaciones importantes lo son de componentes en términos de todos, más que lo contrario) igualmente deben estar equivocados. Según Deutsch, las explicaciones pueden ser fundamentales sin necesidad de encontrarse en el escalón más bajo de una jerarquía.
La premisa fundamental del libro puede resumirse bastante acertadamente en lo que Deutsch denomina el principio de optimismo. Según este principio la causa de todos los males está en la falta de conocimiento. Aun siendo consciente de que los problemas aparecerá irremediablemente y a pesar de su dificultad, no debe confundirse esta con la probabilidad de ser resueltos. Todos los problemas se pueden solucionar. El conocimiento más importante es aquel que permite detectar los errores y eliminarlos. Esto hará que las sociedades dejen de ser estáticas (y, por tanto, tendentes a conductas dictatoriales y dominantes sobre sus individuos, suprimiendo su creatividad) y pasen a ser dinámicas, en busca de un conocimiento cada vez mayor y más libres. Esta búsqueda debe incluir el rechazo de la mala filosofía, la que impide activamente el crecimiento del conocimiento. Deutsch considera malas filosofías al positivismo (todo aquello que no se deriva de la observación ha de ser eliminado de la ciencia), el positivismo lógico (todas las afirmaciones no verificables por observación carecen de sentido). Incluso la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, cuyo mayor contribuyente fue el mismísimo Niels Bohr, puede considerarse una combinación de instrumentalismo, antropocentrismo y ambigüedad con el objetivo de negarse a aceptar que la teoría cuántica versa sobre la realidad, una foma como otra cualquiera de inmunizarse ante la crítica. Deutsch no deja títere con cabeza.
Como el propio autor reconoce, una de las inspiraciones del texto fue el libro The Ascent of Man ( El ascenso del hombre ), de Jacob Bronowski. El mensaje central del mismo era que nuestra civilización es única en la historia por su capacidad para hacer progreso, es una sociedad dinámica (aunque no en todos los países, obviamente) y, de hecho, ha sido la más longeva hasta la fecha. Las sociedades estáticas suelen terminar fracasando debido a su incapacidad para crear conocimiento rápidamente, convirtiendo en definitiva algún problema en catástrofe. Se requiere, pues, si se quieren abordar los desastres imprevisibles, un progreso rápido tanto en ciencia como en tecnología y tanta riqueza como sea posible.
No hay mejor conclusión para el libro de Deutsch que sus propias palabras finales: "Hay una sola forma de pensar que es capaz de hacer progresos, o de sobrevivir a la larga, y esta es la forma de buscar nuevas explicaciones mediante la creatividad y la crítica. Lo que tenemos delante de nosotros, en cualquier caso, es infinito. Y lo único que podemos elegir es si se trata de un infinito de ignorancia o un infinito de conocimiento, de error o de verdad, de muerte o de vida."


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Published on October 31, 2012 04:06

Sergio L. Palacios's Blog

Sergio L. Palacios
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