Sergio Gutiérrez Negrón's Blog, page 15
August 15, 2016
el nombre de la peste que avecina, dice un personaje de juan álvarez

En esta tierra lo único que cambia es el nombre de la peste que avecina, dice una personaje de Juan Álvarez, en La ruidosa marcha de los mudos, tan apto para la Colombia decimonónica como para el Puerto Rico de siempre.
Published on August 15, 2016 08:48
August 1, 2016
una biología contingente, dicen berwick y chosmky

…as always, biology is more like case law, not Newtonian physics.
Why Only Us? Language and Evolution, de Robert C. Berwick y Noam Chomsky
Published on August 01, 2016 09:56
no amar la cosa, dice toni morrison

You can't own a human being. You can't lose what you don't own. Suppose you did own him. Could you really love somebody who was absolutely nobody without you? You really want somebody like that? Somebody who falls apart when you walk out the door? You don't, do you? And neither does he. You're turning over your whole life to him. Your whole life, girl. And if it means so little to you that you can just give it away, hand it to him, then why should it mean any more to him? He can't value you more than you value yourself... [Una última cita de mi lectura primaveral de Song of Solomon de Toni Morrison, que no había puesto todavía en el blog].
Published on August 01, 2016 09:49
July 27, 2016
trabajos, una columna
Mi columna de hoy miércoles, veintisiete de julio, en El Nuevo Día.
A los doce o trece años, me levanté por un largo periodo a las cinco de la mañana a repartir periódicos. Los fines de semana de mis dieciocho, me amanecí mapeando los pisos emplegostados de una tienda de mantecados. A los diecinueve pasé un verano acosando a gente por teléfono, intentando venderle préstamos ladrones a los más desesperados. Luego, en la misma compañía de telemarketing, ofrecí servicio al cliente con mi chililín de inglés para alguna compañía gringa que ya no recuerdo pero cuyas llamadas terminaban con gente insistiéndome que no me entendía, colgándome, o mandándome para lugares cuyas coordenadas nunca precisaron. Después, pasé unos años en una biblioteca de música universitaria, quizás el único punto brillante en mi primera vida laboral. Habría de quedarme en las bibliotecas por muchos años, aún después de salir de la universidad, pero eso no viene al caso.
Lo que sí viene al caso es que si algo saqué de esos años formativos de educación laboral no fue, como querrían algunos, un ahondamiento en mi carácter moral, o un orgullo virtuoso en mi laboriosidad y disciplina. Además de la habilidad de leer relojes mecánicos y de la comprensión de que el tedio tiene, al igual que la espera infantil por Santa Clós, la increíble capacidad de desacelerar las manecillas de un reloj hasta hacer de un turno de ocho horas una eternidad, lo más importante que saqué, y que dura hasta hoy, fue la cabal certeza de que el trabajo no dignifica.
A cierto tipo de gente le encanta decir que sí, hacer de la productividad un gran valor moral, una muestra de carácter, de compromiso (al empleador o a la patria, dependiendo cuál venga al caso), de una austeridad que porque duele purifica el alma. Pero se equivocan: El trabajo no dignifica. El bienestar dignifica. Ese es el punto de partida para cualquier conversación que quiera trascender el moralismo elitista de las clases acomodadas.

A los doce o trece años, me levanté por un largo periodo a las cinco de la mañana a repartir periódicos. Los fines de semana de mis dieciocho, me amanecí mapeando los pisos emplegostados de una tienda de mantecados. A los diecinueve pasé un verano acosando a gente por teléfono, intentando venderle préstamos ladrones a los más desesperados. Luego, en la misma compañía de telemarketing, ofrecí servicio al cliente con mi chililín de inglés para alguna compañía gringa que ya no recuerdo pero cuyas llamadas terminaban con gente insistiéndome que no me entendía, colgándome, o mandándome para lugares cuyas coordenadas nunca precisaron. Después, pasé unos años en una biblioteca de música universitaria, quizás el único punto brillante en mi primera vida laboral. Habría de quedarme en las bibliotecas por muchos años, aún después de salir de la universidad, pero eso no viene al caso.
Lo que sí viene al caso es que si algo saqué de esos años formativos de educación laboral no fue, como querrían algunos, un ahondamiento en mi carácter moral, o un orgullo virtuoso en mi laboriosidad y disciplina. Además de la habilidad de leer relojes mecánicos y de la comprensión de que el tedio tiene, al igual que la espera infantil por Santa Clós, la increíble capacidad de desacelerar las manecillas de un reloj hasta hacer de un turno de ocho horas una eternidad, lo más importante que saqué, y que dura hasta hoy, fue la cabal certeza de que el trabajo no dignifica.
A cierto tipo de gente le encanta decir que sí, hacer de la productividad un gran valor moral, una muestra de carácter, de compromiso (al empleador o a la patria, dependiendo cuál venga al caso), de una austeridad que porque duele purifica el alma. Pero se equivocan: El trabajo no dignifica. El bienestar dignifica. Ese es el punto de partida para cualquier conversación que quiera trascender el moralismo elitista de las clases acomodadas.
Published on July 27, 2016 08:12
July 13, 2016
y váyase a saber qué es el arte político, dixit jameson

To take art: what I was ascribing to the postmodern period was a kind of art that wished to escape from the high seriousness of modernism, in favor of the entertaining and the relaxing and so on. We’re probably beyond that stage in art, and what strikes me about recent art is that, in a sense, everybody’s political. But that does not mean that our “political” art works as politics. I don’t think anybody knows what a successful political — truly political — art would be, one that would have an effect.-- dice el viejo Fredric Jameson en la entrevista "Revisiting Postmodernism" (2016).
Published on July 13, 2016 19:19
July 4, 2016
el cuerpo no siempre se disciplina, dice licitra

Las cicatrices intolerables son las que recuerdan que el cuerpo no siempre se disciplina. Que algún día, sin previo aviso, puede terminar hecho tiritas, dice Josefina Licitra, en la crónica "Escrito en el cuerpo".
Published on July 04, 2016 14:23
June 30, 2016
cese, una columna
Esta columna fue publicada el jueves 30 de junio del 2016 en El Nuevo Día.
En una crónica publicada en noviembre, el periodista Jaime
Flores Sánchez cuenta de su viaje a Marquetalia, poblado que figura en la
historia de Colombia como nido mítico de las FARC, espacio histórico de las llamadas
repúblicas autónomas, epicentro de medio siglo de violencias. Para el periodista,
como para muchos colombianos, a pesar de que Marquetalia pertenece a la memoria
colectiva, su localización y cotidianidad estuvieron hasta esa visita a merced
de la imaginación. Es cierto que el país entero ha sufrido cincuenta largos
años de guerra, pero es allí, en ese poblado, y en las otras muchas regiones
rurales del país que bien pudieran remplazarlo, donde el conflicto bélico hace
mucho dejó las marras de lo explícitamente político para hacerse más ordinario
e inminente; clima, atmósfera, etcétera.
Flores Sánchez fue invitado por organizaciones
encargadas de un proyecto de pavimentación que comienza a integrar al país esas
regiones de la cordillera Central. Las vías en sí son importantes. En algún
momento fueron parte de los reclamos de los primeros campesinos insurrectos.
Pero al periodista le llama más la atención las repercusiones de la guerra en
lo duro de la vida, en los hábitos y afectos de los residentes. Por ejemplo, la
niña que, al ver a un fotógrafo retratar a un campesino, se asusta y no puede
sino apuntar lo visto; la amiga que le ruega que se calle, para que no la
maten.
El viernes de la semana pasada fue un día histórico. La firma del cese de fuego
entre el gobierno y las FARC y su plan de implementación, a pesar de
limitaciones, apunta hacia una nueva época. Será aquella en la que el país
tendrá que rendirle cuentas a esas niñas, pues es allí, en la desarticulación
de esa comprensión tan visceral de la realidad bélica, donde se encuentra la tarea
más difícil que enfrentará la Colombia futura. Será tarea ardua, sin duda. Pero
esperemos que, por lo menos, pueda llegar a intentarse.

En una crónica publicada en noviembre, el periodista Jaime
Flores Sánchez cuenta de su viaje a Marquetalia, poblado que figura en la
historia de Colombia como nido mítico de las FARC, espacio histórico de las llamadas
repúblicas autónomas, epicentro de medio siglo de violencias. Para el periodista,
como para muchos colombianos, a pesar de que Marquetalia pertenece a la memoria
colectiva, su localización y cotidianidad estuvieron hasta esa visita a merced
de la imaginación. Es cierto que el país entero ha sufrido cincuenta largos
años de guerra, pero es allí, en ese poblado, y en las otras muchas regiones
rurales del país que bien pudieran remplazarlo, donde el conflicto bélico hace
mucho dejó las marras de lo explícitamente político para hacerse más ordinario
e inminente; clima, atmósfera, etcétera.
Flores Sánchez fue invitado por organizaciones
encargadas de un proyecto de pavimentación que comienza a integrar al país esas
regiones de la cordillera Central. Las vías en sí son importantes. En algún
momento fueron parte de los reclamos de los primeros campesinos insurrectos.
Pero al periodista le llama más la atención las repercusiones de la guerra en
lo duro de la vida, en los hábitos y afectos de los residentes. Por ejemplo, la
niña que, al ver a un fotógrafo retratar a un campesino, se asusta y no puede
sino apuntar lo visto; la amiga que le ruega que se calle, para que no la
maten.
El viernes de la semana pasada fue un día histórico. La firma del cese de fuego
entre el gobierno y las FARC y su plan de implementación, a pesar de
limitaciones, apunta hacia una nueva época. Será aquella en la que el país
tendrá que rendirle cuentas a esas niñas, pues es allí, en la desarticulación
de esa comprensión tan visceral de la realidad bélica, donde se encuentra la tarea
más difícil que enfrentará la Colombia futura. Será tarea ardua, sin duda. Pero
esperemos que, por lo menos, pueda llegar a intentarse.
Published on June 30, 2016 04:07
June 4, 2016
buscarse unos a otros, escribió unamuno

Leyendo un ensayo que reseña unas obras sobre populismo, me tropecé con una cita muy buena de aquel señor Miguel Unamuno, a quien no visito desde los exámenes de grado. La cita, que proviene de un artículo de 1913 titulado "La hermandad futura" nos presenta a un Unamuno flagelándose por los ¿fracasos? de aquella su Generación del 98, que de tanto buscar patria pasó por alto la hermandad, o algo así.
No nos buscábamos unos a otros, sino que cada cual buscaba su pueblo. O mejor dicho, su público. La patria que buscábamos era un público, un público y no un pueblo y mucho menos una hermandad.
Published on June 04, 2016 06:23
June 1, 2016
una casa en este peñón, dice toni morrison

See? See what you can do? Never mind you can’t tell one letter from another, never mind you born a slave, never mind you lose your name, never mind your daddy dead, never mind nothing. Here, this here, is what a man can do if he puts his mind to it and his back in it. Stop sniveling,” [the land] said. “Stop picking around the edges of the world. Take advantage, and if you can’t take advantage, take disadvantage. We live here. On this planet, in this nation, in this county right here. Nowhere else! We got a home in this rock, don’t you see! Nobody starving in my home; nobody crying in my home, and if I got a home you got one too! Grab it. Grab this land! Take it, hold it, my brothers, make it, my brothers, shake it, squeeze it, turn it, twist it, beat it, kick it, kiss it, whip it, stomp it, dig it, plow it, seed it, reap it, rent it, buy it, sell it, own it, build it, multiply it, and pass it on—can you hear me? Pass it on! [dice Toni Morrison en una novela preciosísima que leí hace unos meses. Es una cita preciosa, aunque cargada con ese extraño liberalismo agrario que a veces se asoma en toda la literatura estadounidense].
Published on June 01, 2016 09:45
May 24, 2016
el doble, una columna
Esta columna apareció publicada este martes, 24 de mayo del 2016 en El Nuevo Día.
Ignoré los primeros correos. Muy pronto, sin embargo, tras la consistencia y multitud, comencé leerlos. Madres dedicadas, novios enamorados, e hijas detallistas me pedían insistentemente que, por favor, mencionara a sus hijos, novias y padres el día de sus cumpleaños en mi programa de radio. Me escuchaban, decían, todas las mañanas de camino al trabajo o a la escuela. Me admiraban, decían, por mi humildad, por mi sentido del humor. Ojalá tuvieran la dicha de conocerme algún día, decían.
Comencé a admirar, de lejos, a quien muy pronto descubrí ser un tocayo exitoso en una isla hermana. Su carrera apenas comenzaba entonces, hace ocho años.
A esos primeros correos, siguieron aquellos que me recriminaron el silencio, que me acusaron de hipócrita, de farsante. Jugaba con los sentimientos de los radioescuchas, dijeron. Peor aún: mi silencio no sólo los decepcionó a ellos, dijeron, sino a sus hijos, novias y padres, quienes esperaron por mis saludos en vano. Se me habían subido los aires, dijeron. Me iba a fastidiar, dijeron.
Intenté responderles. Les dije que tenían la dirección equivocada. Excusas baratas, respondieron. ¿Ahora me asustaba? Pues, qué bueno, dijeron.
Con los años, las redes sociales se multiplicaron y comencé a olvidar a ese, mi doble. Pero al tocayo le seguían escribiendo. Mientras su carrera ascendía, más agresivos los correos. Quienes antes parecían dulces admiradores, ahora sacaban garras.
Todo empeoró hace un año. El tocayo se casó con una modelo y la boda salió en los medios. Entonces, los correos se tornaron mórbidos. No mencioné a alguien en “mi programa”, y, el día siguiente, llegó la primera acusación sobre mi homosexualidad. Así, de la nada, comenzó la campaña de odio. Desde entonces, a través de las redes sociales, me asedian correos, fotos, acusaciones, amenazas constantes, insistentes. Y sólo puedo leer en silencio, responder, de vez en cuando, para defenderlo, ¿defenderme?, sólo puedo sorprenderme, cada vez más, ante la fanática violencia de nuestra admiración, ante la asquerosa homofobia que aún cunde estos, nuestros caribes.

Ignoré los primeros correos. Muy pronto, sin embargo, tras la consistencia y multitud, comencé leerlos. Madres dedicadas, novios enamorados, e hijas detallistas me pedían insistentemente que, por favor, mencionara a sus hijos, novias y padres el día de sus cumpleaños en mi programa de radio. Me escuchaban, decían, todas las mañanas de camino al trabajo o a la escuela. Me admiraban, decían, por mi humildad, por mi sentido del humor. Ojalá tuvieran la dicha de conocerme algún día, decían.
Comencé a admirar, de lejos, a quien muy pronto descubrí ser un tocayo exitoso en una isla hermana. Su carrera apenas comenzaba entonces, hace ocho años.
A esos primeros correos, siguieron aquellos que me recriminaron el silencio, que me acusaron de hipócrita, de farsante. Jugaba con los sentimientos de los radioescuchas, dijeron. Peor aún: mi silencio no sólo los decepcionó a ellos, dijeron, sino a sus hijos, novias y padres, quienes esperaron por mis saludos en vano. Se me habían subido los aires, dijeron. Me iba a fastidiar, dijeron.
Intenté responderles. Les dije que tenían la dirección equivocada. Excusas baratas, respondieron. ¿Ahora me asustaba? Pues, qué bueno, dijeron.
Con los años, las redes sociales se multiplicaron y comencé a olvidar a ese, mi doble. Pero al tocayo le seguían escribiendo. Mientras su carrera ascendía, más agresivos los correos. Quienes antes parecían dulces admiradores, ahora sacaban garras.
Todo empeoró hace un año. El tocayo se casó con una modelo y la boda salió en los medios. Entonces, los correos se tornaron mórbidos. No mencioné a alguien en “mi programa”, y, el día siguiente, llegó la primera acusación sobre mi homosexualidad. Así, de la nada, comenzó la campaña de odio. Desde entonces, a través de las redes sociales, me asedian correos, fotos, acusaciones, amenazas constantes, insistentes. Y sólo puedo leer en silencio, responder, de vez en cuando, para defenderlo, ¿defenderme?, sólo puedo sorprenderme, cada vez más, ante la fanática violencia de nuestra admiración, ante la asquerosa homofobia que aún cunde estos, nuestros caribes.
Published on May 24, 2016 03:12