Álvaro Bisama's Blog, page 80
September 22, 2017
La percepción sobre los inmigrantes
Una encuesta importante sobre la inmigración realizada por Ipsos Mori en 25 países trae noticias interesantes sobre Estados Unidos, donde Donald Trump ha provocado una tempestad con la decisión de eliminar el permiso para que los indocumentados que ingresaron siendo niños permanezcan en el país. Aunque la decisión se ha presentado como una medida táctica de presión para forzar al Congreso a aprobar una ley migratoria, Trump no habría tomado esa decisión si no pensara que su postura calza con la opinión negativa sobre los extranjeros en muchos estados clave.
Pero, ¿va la percepción que la mayoría de los estadounidenses en la misma dirección que el discurso ideológico de la Casa Blanca y los legisladores que hasta ahora se han negado a aprobar una ley para sacar de la oscuridad a millones de personas y ofrecer un marco jurídico razonable para los futuros inmigrantes? La encuesta demuestra que no: en Estados Unidos, a diferencia de Europa, las percepciones están cambiando a favor de los inmigrantes. La tendencia es inequívoca.
En 2011, el 59% de los estadounidenses pensaba que había demasiados extranjeros; hoy, el 48% piensa lo mismo. El porcentaje de quienes consideran que la inmigración beneficia a la economía se ha duplicado (del 23% al 42%) y el de quienes sostienen que los trabajadores nacidos en el extranjero tienen un impacto negativo en el empleo ha bajado del 60% al 45%. El número de personas para las cuales la inmigración tiene un impacto cultural positivo (“hace que el país sea más interesante”) ha aumentado 11%.
Esta tendencia contrasta nítidamente con Europa. Sólo el 14% de los franceses y el 18% de los alemanes opina que los extranjeros han tenido efectos positivos. La ola de ataques terroristas en los últimos años y la llegada de cientos de miles de personas huyendo de las guerras y la devastación de Medio Oriente y el Norte de África han endurecido la actitud de los europeos. En Francia, el 53% cree que los refugiados no son legítimos y un 64% está convencido de que los terroristas fingen ser refugiados. Curiosamente, una de las pocas excepciones europeas es la de Reino Unido, donde la tendencia va en la misma dirección que Estados Unidos
Es pronto para sacar conclusiones definitivas, pero lo que está ocurriendo en Estados Unidos coincide con otros países donde una parte significativa de la población es nacida en el extranjero (unos 43 millones de personas que viven en Estados Unidos nacieron en otros países). Es también el caso de Arabia Saudita, Australia y Canadá, países con el mayor número de inmigrantes como proporción de la población total entre aquellos donde se realizó la encuesta. Casi el 78% de los estadounidenses dicen vivir en comunidades con inmigrantes.
Otro factor que pudiera estar reduciendo la desconfianza es que durante la Gran Recesión el número de inmigrantes indocumentados cayó en un millón de personas y desde entonces se ha nivelado. Dicho esto, es poco probable que esta estadística sea ampliamente conocida por la población o que esta realidad haya tenido ya un impacto directo en la mayoría de los estadounidenses.
Sea cual sea el caso, es evidente que la tendencia actual favorece una solución inteligente a la cuestión migratoria.
El Congreso no debe ignorar esta realidad, que supera la política partidista y los cálculos reeleccionistas de Donald Trump. Los números sugieren que no ha habido, en los últimos cinco años, un clima de opinión más positivo para abordar la inmigración con mente abierta.
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Esa inquietante oscuridad sureña
Carson McCullers fue una de las escritoras sureñas más importantes de Estados Unidos, si bien compuso todos sus libros alejada del ambiente rural, anticuado y segregacionista en que creció. A los 17 años Carson dejó atrás el Sur y se estableció en Nueva York, pero el Sur nunca la abandonó a ella, tal como queda demostrado en buena parte de su literatura. Remecida a lo largo de su existencia por demonios y dolencias (la depresión, el alcoholismo, una búsqueda sexual infructuosa, la fiebre reumática, la parálisis del lado izquierdo del cuerpo), McCullers murió a los 50 años de edad dejando tras de sí una obra admirable, oscura y bastante original.
La balada del café triste reúne la nouvelle así llamada y seis cuentos cortos. La primera pieza, la más extensa, es un clásico de la literatura estadounidense del siglo XX. Y en ella se distinguen varias de las cualidades que hacen de McCullers una autora insoslayable: la maestría en el manejo de los tiempos del relato (es tal el control que la autora ejerce sobre los personajes y sus destinos, que incluso toma el riesgo de adelantar hechos cruciales que desarrollará más adelante), un marcado escepticismo hacia la condición humana, cierta predilección por la deformidad física y esa capacidad asombrosa de crear atmósferas sutiles, hipnóticas y en apariencia irreales, pero sólo en apariencia, puesto que el lector familiarizado con aquel universo peculiar y en muchos sentidos insospechado que es el Sur de Estados Unidos, concederá de inmediato que allá el realismo mágico se desenvolvió de un modo más realista que mágico.
La protagonista de “La balada del café triste” es una mujer autosuficiente y de armas tomar que, por estampa, por costumbres y por disposición, viene a ser una rareza dentro de la escasa población de un melancólico pueblo sureño. “Para lo único que no tenía buena mano era para la gente. A la gente, cuando no es completamente tonta o está muy enferma, no se la puede coger y convertir de la noche a la mañana en algo más provechoso. Así que la única utilidad que miss Amelia veía en la gente era poder sacarle dinero”. Miss Amelia era la persona más rica “de aquellos contornos”, estuvo casada por diez días que produjeron sumo escándalo en sus vecinos y luego retomó su rutina: “todas sus jornadas eran iguales”.
Eso hasta que un jorobado medio enano llegó hasta su puerta asegurando ser un primo lejano. Y ante la sorpresa de todos, Miss Amelia le invitó un trago del magnífico whisky que ella misma destilaba, que “sabe limpio y seco en la lengua, pero una vez dentro empieza a arder y ese fuego dura mucho tiempo”, y luego le ofreció comida. “Miss Amelia nunca invitaba a nadie a comer, a no ser que estuviera planeando engañar a alguna persona, o intentando sacar dinero a alguien”. La misteriosa convivencia entre ambos dará pie a la apertura de un café en casa de miss Amelia y definirá, de manera dramática, el feroz desenlace de la nouvelle tras el regreso al pueblo del ex marido de la dama.
Los cuentos que siguen retratan momentos determinados, sublimes e inquietantes en la vida de igual número de personajes: una niña prodigio para el piano (McCullers tocaba desde los diez años), un jinete hípico alterado y justiciero, un profesor universitario de música que cede ante una realidad tramposa con sabiduría, un tipo que decide visitar a su ex esposa y a la familia que ella formó, un marido que se aterra del alcoholismo de su mujer (“acostumbrada al calor perezoso de una pequeña ciudad del Sur, a la vida familiar, los parientes y amigos de la infancia, ella no había logrado encajar en las costumbres más estrictas y aisladas del Norte”) y un hombre que diserta sobre amor frente a un niño en una cantina regentada por cierto miserable que tiene “una nariz de pellizco salpicada de suaves sombras azules”.
Para terminar, un aplauso a María Campuzano, la traductora de este libro, pues, además de haber hecho un gran trabajo, mantuvo la neutralidad idiomática y nos liberó de aquellos irritantes españolismos que, bien lo sé, son capaces de corromper la prosa de hasta el más distinguido de los narradores extranjeros.
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Escúchalos, señor, te rogamos
¿A quiénes? A los jugadores. Si ya no escucharon las alarmas venidas de otros lados, al menos oigan las que hoy suenan desde adentro, desde el camarín, desde la cancha. Atiendan las voces de quienes tratan de hacer de padres, cuando no es el rol que les corresponde, para enrielar a los más priscos, a los más flojos, a los más lesos. A esos jugadores que, una vez más, han salido a demostrar por qué tienen el rol que tienen, por qué se han ganado el cartel de ser los más sabios o, al menos, los más autocríticos de la manada. A ver: es obvio. Están preocupados. Y están hablando.
Préstenle oídos, porque todos sus análisis conducen al mismo resultado: hay que renovar al máximo las cuotas de humildad, de esfuerzo, de trabajo, de estudio. Si no, no hay cómo.
Digo: como hace dos años, del mismo modo que en los altos y bajos iniciales de la Copa Centenario, el plantel se ha dado cuenta, tarde esta vez, que la tibieza y la arrogancia están a punto de matarnos. Las señales son claras: pese al enorme caudal de talento y esfuerzo desplegado por una generación mitad bendita y mitad suertuda (al tener la opción de haber sido guiados, corregidos y mejorados por dos de los mejores técnicos que hayan pasado por esta comarca en toda su historia), pese a la fantástica y noble empresa llevaba a cabo por las canchas del mundo en los últimos diez años, la selección chilena de futbol, la alabada, la encaramada, la encumbrada Roja de todos, la bicampeona de América, la reciente finalista de la Copa Confederaciones, está a punto de quedarse afuera del próximo mundial.
Y eso sería una farra brutal. Porque pese a que varios de sus jugadores siguen rindiendo a gran nivel en los mejores clubes del mundo, están a punto de terminar de la peor manera su, hasta ahora, brillante camino. ¿Por cabrones? Probablemente ¿Por pocos humildes? Seguro. ¿Por falta de trabajo? De todas maneras. ¿Por falta de guía? Desde luego.
Estamos en la cornisa. Tambaleantes. Heridos. Con una selección enredada y confusa. Presa de sus errores, que no han sido pocos los últimos meses. Y, para peor, como en los viejos tiempos -esos ajenos tiempos de cobardías y calculadoras- dependiendo de muchos factores. No todos controlables.
Por eso hoy más que nunca se necesitan señales. Claras, concretas, inmediatas. La buena noticia es que han estado llegando, por ejemplo de la mano del capitán Claudio Bravo, con declaraciones claritas y sanas que debieran ayudar a abrir los ojos, a enmendar rumbos más que a sacar ronchas. ¿Qué nos puso donde estamos?
“La falta de humildad, el trabajo mal hecho”. Eso dijo Bravo y es, le duela a quien le duela, la verdad. Una verdad que alcanza al plantel entero y, obviamente, al cuerpo técnico. Marcelo Díaz y Aránguiz también hablaron en estos últimos días. Educadamente, pero con claridad, mencionando errores en la planificación. Confusión. Y en pasillos, varios miembros del plantel han deslizado, una y otra vez, que los partidos ante Paraguay y Bolivia se trabajaron poco y mal.
Ergo, las principales razones del tropiezo están claras. No le demos más vueltas, partamos por aceptarlas. ¿Callar bocas? Obvio. Pero no bocas chilenas. Bocas argentinas, uruguayas, brasileñas, peruanas, ecuatorianas, bolivianas. ¿Cómo? Jugando bien, corriendo más que el esto. Y, ante todo, preparando mejor los partidos. Trabajando más que los otros, que para Chile es el único camino viable. Llegó el momento, como dijo alguien alguna vez, de los excesos. De la actitud total, del sueño de trascendencia. Si no están todos dispuestos a eso, no hay cómo revertir el infierno. Mea culpa se llama el juego ahora, porque capacidad hay. Los jugadores más serios han vuelto a mostrar el camino. Ojalá les hagan caso. Y todavía alcance con eso.
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Espero despierto
Convengamos que el hombre está encantado de conocerse y que tiene poco interés en pasar inadvertido. Pero hay que reconocer que Luis Alberto Jara Cantillana (51), más allá de la continua anécdota, es un músico que propone como pocos en el privilegiado puesto que ocupa. Porque sería mucho más fácil descansar en lo que tiene y echarse para atrás. Y seguir en el matinal o donde sea que le toque estar en la pantalla chica, con esa disponibilidad única para hacer lo que le pidan y reírse de sí mismo.
Convengamos también que podría hacer un poco más por cuidar precisamente lo que más quiere, que es la música y el canto, según ha declarado muchas veces con su clásica efusividad. Pero Luis Jara, el autodenominado “artista nacional”, es de los pocos que ha sido particularmente consistente en tratar de darle una vuelta de tuerca a su carrera iniciada ya hace 35 años en espacios como el Clan Infantil y el Ranking Juvenil, de Sábados Gigantes.
La última frase que lo ubicó en el centro de la discusión virtual, esa de que estaba cantando como Freddie Mercury y que desplegó en estas mismas páginas, fue el complemento de un anuncio mayor: su debut en el género del reggaetón. Una incursión de resultado incierto, pero que confirma lo que ha sido un espíritu marcado durante su carrera. Algunos podrán ver ahí franca indecisión, otros en cambio advierten un espíritu inquieto que busca reinventarse a cualquier costo y sin pudor alguno.
Lo del género urbano vendría a ser entonces la última estación musical de un intérprete que partió en la balada romántica y que a lo largo de tres décadas de vida artística ha pasado por el pop latino, el cancionero chileno, el jazz de salón y los villancicos. Y todo sin desperfilarse del todo. Porque el tema de fondo con Luis Jara es que independiente del resultado de sus experimentos musicales, que en todo caso son siempre sobre la media del estándar local, es que está siempre buscando. Olfateando lo que pasa allá afuera, intentando sonar moderno, haciendo el esfuerzo de seguir vigente. Y eso es algo poco usual entre los artistas chilenos de su perfil, que han pasado años estacionados en lo que en algún momento de sus carreras pudo haber sido rentable. Es cierto, él sabe que no canta como el fallecido líder de Queen. Pero lo que vale es que no tiene miedo de bromear con aquello e intentar de paso seguir adelante. Como sea, donde sea.
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Retroexcavadoras, matrimonio homosexual e igualitario
Pese a los acercamientos de los candidatos de derecha al mundo evangélico –lo cual quedó en evidencia con las críticas a la agenda valórica del Gobierno manifestadas en el Tedeum evangélico– el proyecto de Ley de Matrimonio Igualitario va a contar con los suficientes votos de la derecha. No cabe mucha duda al respecto. La duda reside más bien en qué ley de matrimonio. Pero vamos por parte.
Finalmente las reformas valóricas terminarán siendo aquello por lo que este gobierno será recordado, y no por las reformas fracasadas bajo cuya bandera Bachelet llegó a La Moneda. La cuestión económica es la verdadera lucha. La más difícil, pues en torno a la defensa del modelo económico actual las élites y alcanzan un alineamiento que no logran en cuestiones valóricas. Van Rysselberghe acierta en hablar de una retroexcavadora valórica. El gobierno acierta mucho más pues sabe que con ella no solo cumple un compromiso de campaña y responde a una demanda incluso judicializada en tribunales internacionales, sino que profundiza —en pleno periodo eleccionario— una grieta profunda en la derecha: la grieta valórica. Recientemente la socióloga de la UNAB Stéphanie Alenda mostró con datos basados en encuestas a militantes la profundidad de esta fisura. Esta retroexcavadora daña ahí donde el duele al conglomerado opositor. De ahí la urgencia con que entra al parlamento: es una ley que trabajará a favor del gobierno, mostrando la división en el mundo opositor. El gobierno solo puede ganar.
Está por verse si ganan las organizaciones que impulsan la ley. Si el matrimonio entre homosexuales —entendiendo que la ley se apruebe— no es exactamente igual al entre heterosexuales, como los mismos derechos, deberes, nombre, entonces no sería igualitario. De no ser igual, igualitario, se trataría de una derrota para sus impulsores. No necesariamente para el mundo homosexual: de hecho, dicho esto de pasada, Bachelet se equivoca al citar a Lemebel al momento de firmar el proyecto. Nada más lejos de la sensibilidad de Pedro Lemebel y los colectivos que lo siguen, que la reivindicación del matrimonio. Lo cierto es que matrimonio entre homosexuales no es lo mismo que matrimonio igualitario. Si no involucra la posibilidad de criar hijos bajo su seno, puede ser matrimonio homosexual pero no será igualitario.
En todo caso, será una oportunidad única ya no tanto para escuchar a quienes se oponen al matrimonio homosexual, cada vez menos, sino para escuchar a quienes se oponen al segundo, que son aún muchos. Quienes estamos a favor de esta ley y hemos participado del debate, tenemos el deber de escucharlos atentamente. Ello en la confianza, forjada en mejores argumentos, de que no tienen razón; de que la pérdida de hegemonía cultural de la derecha no es casual ni una cuestión de poder u ocupación de espacios. Simplemente no tienen razón, pero eso hay que mostrarlo en el debate, al cual quedan invitados desde ya.
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Crecimiento y daños colaterales
La carrera presidencial pareciera ser una película previsible. Sebastián Piñera figura como favorito para ser presidente de Chile, pronóstico que debiera cumplirse si no comete errores garrafales o se confía de su victoria.
Las garantías sociales -orientadas a la familia- que disminuyen la incertidumbre de los chilenos, por una parte, y el crecimiento económico, por otra, son metas importantes y valiosas que atraviesan su programa presidencial. No obstante, ambas metas en numerosas ocasiones han entrado en conflicto. Mientras crecemos, alteramos las relaciones sociales que constituyen la estructura de la sociedad global, como consecuencia de esta alteración es inevitable preguntarse ¿quién se ha hecho cargo de esa compensación a la familia?
El crecimiento económico puede terminar por romper el núcleo tradicional de la familia, si no se impide que las relaciones interpersonales de sus miembros disminuyan cualitativamente. La ausencia de padre y madre por motivos laborales, el envejecimiento poblacional que requiere de mayores cuidados –y de mayor distribución del tiempo-, las dificultades económicas de diversa índole que disminuye la tenencia de hijos y las largas distancias de las grandes ciudades, son algunos de los fenómenos que hoy pauperizan los vínculos familiares.
Ahora, la alteración más profunda es evidentemente valórica. La autonomía y la independencia, que ya atraviesan a muchas familias chilenas, son metas añoradas que profundizan la ruptura relacional. Los jóvenes actuales son claros exponentes de esta tensión: quieren a sus familias, pero en muchos casos las quieren más lejos, las quieren mientras viajan, las quieren viviendo solos con sus amigos, con independencia. Consumiendo independencia.
Una moral apetitiva, que se orienta principalmente al consumo, instala objetivos que no cooperan con la naturaleza propia de la relación familiar. Una relación que pide entrega, olvido de sí, gratuidad y preocupación por el otro. La posibilidad de satisfacer mis propias necesidades, sin mayor necesidad de padres o hermanos, entra en confrontación con las relaciones familiares. Las altera, las presiona y las daña. La generalización de relaciones humanas que se cimientan en torno a intereses y satisfacciones, afecta negativamente la convivencia social. Cuando viajamos podemos percibir justamente esta diferencia: hay pueblos que culturalmente tienen incorporada una moral de entrega, mientras otros tratan al foráneo como un agente perturbador de sus propios intereses.
¿Qué hacer? Aumentar la ambición. Se debe poner atención a quienes se ven más afectados por el cambio que produce el crecimiento económico. No los más ricos, sino los más vulnerables que rápidamente amplían su horizonte de oportunidades. Especialmente en quienes se integran con menores herramientas al mundo laboral, alterando el modus operandi de sus familias.
Para eso, se debe avanzar en la consolidación de un mercado laboral que logre conectar la eficiencia con la ética. Que favorezca a la familia principalmente y que no termine por sacrificar dimensiones humanas. Las empresas siguen estando diseñadas para los hombres, aunque muchas mujeres se integren a ellas. Dicho escenario imposibilita una maternidad responsable, que pueda responder de forma flexible a las diversas circunstancias que implica el cuidado de un hijo.
También es necesario otorgar asistencia a las familias que sufren conflictos, superando la mentalidad divorcista. ¿Cuántas familias podrían haber evitado una posible separación si hubiesen recibido los consejos oportunos, la mediación necesaria para observar con perspectiva la situación difícil que padecen? ¿Cuántos niños podrían haberse criado con sus padres si más que con abogados, hubiesen contado con instituciones sociales y estatales que tuvieran por objetivo fortalecer los vínculos familiares y matrimoniales?
El próximo gobierno puede aplaudir el progreso familiar, pero debe por sobre todo dar las condiciones para dicho progreso, porque por sí solo no es sinónimo de felicidad, el proyecto familiar es exitoso en la medida que es integral. Por eso, el crecimiento económico, sin estos objetivos de respaldo, solo puede profundizar una crisis que aleja al poder político de la vida de cada ciudadano y sus necesidades.
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September 21, 2017
Crecer juntos
Hace aproximadamente un mes, un grupo de siete economistas académicos de tres universidades entregamos a la opinión pública un documento con un conjunto de ideas que podrían contribuir a que el país retome la senda de crecimiento que parecemos haber extraviado. Los involucrados, por la Pontificia Universidad Católica, fueron José Miguel Sánchez, Raimundo Soto y Verónica Mies; por la Universidad Adolfo Ibáñez, Ignacio Briones y Claudio Agostini; y por la Universidad de Chile, Guillermo Larraín y quien escribe.
El objetivo era proponer un conjunto de ideas que fuesen un buen punto de partida para quien quiera que gane la elección presidencial de noviembre. El informe se puede encontrar en el sitio web crecerjuntoschile.cl, los invito a leerlo. Quizás lo más importante fue que pudimos ponernos de acuerdo, a pesar de las diversas perspectivas que solemos tener acerca de la economía.
En este breve espacio, me es imposible resumir las siete áreas temáticas del informe. Me referiré a algunos aspectos concretos en futuras columnas. Distanciándome de los detalles, creo resumir su contenido en algunas ideas fuerza importantes. En primer lugar, sin crecimiento no podremos progresar en equidad. El crecimiento es frágil y, como lo hemos visto en los últimos años, no lo podemos dar por sentado; tenemos que cultivarlo, mejorando los niveles de confianza entre los chilenos.
Segundo, nuestra fortaleza institucional se ha deteriorado con el correr del tiempo y las personas y empresas ya no están tan confiadas en que es sensato hacer apuestas al futuro. Tercero, debemos mejorar e institucionalizar la evaluación profunda y reflexiva de las políticas públicas a adoptarse en el futuro. Aunque muchas de las reformas implementadas en el actual gobierno han sido bien intencionadas, su diseño y ejecución dejan mucho que desear.
Cuarto, en el área de la educación, recogemos el consenso internacional en que el acento debe estar en mejorar la calidad de la educación preescolar y escolar, en lugar de la gratuidad total en la educación superior. La educación técnico profesional, que atiende a la gran mayoría de los jóvenes en la educación superior, es otra área de gran importancia para asegurar una mayor productividad y una relación más estrecha entre las destrezas de las personas y las necesidades de las empresas.
Quinto, se hace indispensable revisar la reforma laboral para enfatizar la ineludible interdependencia entre empleados y empleadores, en lugar de centrarse en los aspectos conflictivos de la relación laboral. Por último, hay algunas áreas de política económica que es necesario revisitar. Una de ellas es la política fiscal, donde observamos que sucesivos gobiernos han ido alejándose de la meta de un balance fiscal cíclicamente ajustado. Un segundo aspecto es diseñar e implementar una política moderna y transparente de desarrollo productivo que propenda a diversifica nuestra producción.
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El agua, un recurso escaso
Tuve la oportunidad de asistir a un novedoso seminario sobre Recursos Naturales y Seguridad organizado por el Ejército de Chile. Expositores nacionales y extranjeros abordaron temas relacionados con el efecto de los recursos naturales sobre el desarrollo y la seguridad del país. Me resultó de especial interés el caso del agua, en que las proyecciones del World Resource Institute sugieren que hacia 2040 Chile será uno de los países que -como consecuencia del desarrollo y del cambio climático- tendría una aguda escasez del mencionado recurso.
Tenemos la oportunidad de escapar a ese peligro. En Chile más del 80 por ciento del agua escurre al mar. Y según la estrategia nacional de recursos hídricos, si bien tenemos déficits hídricos en el norte del país, tenemos excedentes muy significativos en el sur, que compensan con creces la anterior deficiencia. Lo que sucede es que -debido a regulaciones y costumbres imperantes- no hemos realizado las obras de infraestructura necesarias para aprovechar adecuadamente el agua.
El agua en Chile es y ha sido un bien nacional de uso público, en que sin embargo, por la asignación de los derechos correspondientes, se le ha otorgado a los privados el uso, goce y disposición del recurso (ley Nr.8944 de 1948). El sistema fue evolucionando hacia uno en que -en lo principal- los caudales fueron y están siendo administrados por asociaciones y/o comunidades de regantes. Es más, hasta 1979 estos derechos eran inseparables de la propiedad de los terrenos que regaban (Ugarte 2003).
Pues bien, mediante el DL Nr. 2603 de 1979 se confirmó la titularidad de los mencionados derechos de aprovechamiento del agua, pero se separó el avalúo de los terrenos de aquél de los derechos hídricos. La intención fue fortalecer los derechos de propiedad correspondientes y crear un fluido mercado del agua, lo que solo ha sucedido parcialmente. Conspiraron contra ello las características de los entes que administran el agua y los sistemas de distribución que usan. Es por ello urgente modificar las disposiciones pertinentes para facilitar que en el sector operen empresas por acciones que tengan la capacidad de hacer importantes inversiones e de innovar en la materia que nos concierne.
Un país crece cuando se van abriendo nuevas oportunidades de inversión. El progreso tecnológico es una fuente de creación de tales ocasiones, pero también lo son aquellas reformas institucionales que generen -para una tecnología conocida- los incentivos para aprovechar mejor los recursos disponibles. Chile tiene abundantes recursos hídricos, pero muy mal aprovechados. Tanto así, que podríamos llegar a duplicar la producción agrícola en relativamente pocos años si es que -mediante cambios legislativos y regulatorios- generamos las oportunidades de inversión en sistemas de captación, almacenamiento, canalización y distribución de aguas de última generación.
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Discriminaciones en la Cancillería
El cónsul de Chile en Melbourne ha sido removido por opinar en las redes sociales respecto al monumento de un expresidente. Sin embargo, el embajador de Chile en Washington aparece en la prensa tratando la contingencia nacional, sin que sea amonestado. Si la regla de oro es que los diplomáticos, de capitán a paje, no hagan declaraciones sobre política interna, porque ellos debieran representar los intereses todo el país en el exterior, no corresponde que un cónsul hable sobre cuáles son los estadistas que merecen estatuas ni que un embajador nos venga a regalar un análisis de la situación de la centroizquierda. Ambos están errados, pero -desde hace un tiempo a esta parte- se estila en la Cancillería hacer diferencias entre el “chipe libre” de un embajador “político” y las responsabilidades de un diplomático (cónsul) profesional. ¿A qué se debe esta discriminación?
En primer lugar, la política chilena sufre un nivel agudo de polarización. Algunos dirán que el clima crispado se da por la proximidad de las elecciones presidenciales, pero aquello no es algo nuevo ni especial para nosotros. Lo que hay es un sector político temeroso de perder el gobierno y que no cree en la alternancia del poder. Al decir de un analista, se está “pinochetizando” la campaña para que la elección de noviembre sea equivalente al plebiscito de 1988. Incluso, la presidenta de la CUT (supuestamente una dirigente gremial) se ha dado la maña para decir que “nuestro trabajo es evitar que la derecha vuelva a gobernar”.
¿Y qué tiene que ver ese clima político con los embajadores y cónsules? La verdad es que a todo el mundo le ha dado ahora por hacer declaraciones. Y no digamos que los representantes oficiales están muy preocupados del país, sino más bien de cómo posicionarse en la coyuntura poselectoral.
En segundo lugar, la Cancillería arrastra un proceso de politización (intromisión de partidos) y de desprofesionalización (militancia de funcionarios), que se ha agudizado bajo el gobierno de la NM y que está arruinando el Servicio Exterior, base y factor de continuidad de la política exterior. El servicio diplomático está socavado por el clientelismo político, en razón de: la discrecionalidad y abuso de la facultad presidencial respecto de los nombramientos (la carrera diplomática no termina en el grado de embajador), la presión de los partidos políticos por colocar a sus “operadores” en embajadas y la Cancillería, y en el hecho de que los embajadores “políticos” (por representar a partidos) se sienten inmunes respecto de los códigos y prácticas de la diplomacia. Este proceso ha tenido sobre los funcionarios de carrera efectos nefastos: sus miembros más activos asumen la militancia partidista, en tanto que los más pasivos mantienen un perfil bajo y no hacen aportes mayores. El resultado es que falta una masa crítica entre los diplomáticos.
Se requiere una reforma urgente de la Cancillería, pero no el proyecto del gobierno que acentúa los vicios. De no ser así, la política exterior chilena seguirá dependiendo de la improvisación de los gobiernos de turno.
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Infraestructura logística, ¿cómo hacer más eficiente los traslados en Santiago?
El año 2025, Santiago podría llegar a tener 7,5 millones de habitantes. ¿Puede suponer cómo será su desplazamiento desde su casa al trabajo? ¿Y cuánto demorará? Peor todavía, ¿puede dimensionar cómo será la salida de Santiago un día viernes de fin de semana largo?
Existen condiciones que podrían hacer que todos estos desplazamientos fueran mucho más eficientes de lo que son hoy. Entre ellos, la infraestructura logística.
Las grandes ciudades y centros urbanos necesitan abastecerse de fuentes externas de la mayoría de los productos e insumos que requieren sus habitantes y empresas en el día a día. En el caso de nuestro país, y particularmente de Santiago, estos productos provienen de variados orígenes, teniendo todos en común la necesidad de ser trasladados en camiones a centros intermedios de acopio antes de ser distribuidos al punto de consumo final.
Los principales accesos de estos productos son las rutas que conectan la ciudad con los puertos de San Antonio y Valparaíso, la Ruta 5, el paso Los Libertadores y, con cada vez más preponderancia, el Aeropuerto AMB. Estos camiones contribuyen al 40% de las emisiones de material particulado, a gran parte de la congestión de las calles y avenidas de la ciudad y es fuente principal de su desgaste.
La mejor manera de reducir estos impactos, siendo más eficientes en la distribución y almacenaje de productos, es mediante el uso y desarrollo de grandes Centros de Transferencia de Carga (CTC). Estos combinan las optimizaciones de los Centros de Distribución conocidos, con la convivencia de una gran cantidad de empresas, chicas, medianas y grandes, y con la existencia de múltiples servicios que complementen su funcionamiento y operación.
Por su parte, la creciente penetración del e-commerce como forma de consumo en nuestro país, con un 70% de la población realizando compras por Internet y un crecimiento anual en torno al 20%, necesita de una infraestructura adecuada a su funcionamiento y que le permita reducir los costos de la “última milla” y distribuir en pocas horas o días. Los CTC ofrecen una excelente plataforma para minimizar este impacto en nuestras ciudades y deberán ir adecuándose a esta nueva tendencia.
Estos polos logísticos son un verdadero pulmón para descongestionar la ciudad, pero se requiere más. Se requiere reconocer y apoyar su contribución al permitir “amortiguar” los efectos del transporte de carga en la ciudad.
Y es que, pese a estos beneficios, hoy no existen a nivel gubernamental mecanismos que promuevan su desarrollo. No se han definido áreas logísticas dentro de la Región Metropolitana y en no existen normas específicas que regulen la actividad de este tipo de centros. Es más, en lo que se refiere a permisos y uso de suelo, se les da el mismo tratamiento que a las industrias, siendo que el tipo de actividades e impacto que generan es totalmente diferente
Un tímido avance en este sentido, se esbozó en el Plan Maestro del Ministerio de Transportes 2014-2025 que planteó analizar la construcción de polos logísticos públicos y conformar una red para mejorar la logística de distribución. Sin embargo, no se conocen avances en tal sentido
En cambio, países vecinos, como Argentina, están avanzando en este sentido e impulsando la construcción de centros logísticos, a través de una ley aprobada en 2012. Así, el año pasado el Presidente Macri inauguró el primer Centro de Transferencia de Cargas (CTC) de Buenos Aires, iniciativa del Gobierno porteño -que entregó un terreno fiscal- a la Federación de Entidades Empresarias de Autotransporte de Cargas (FADEEAC).
Diseñar una política nacional en Chile que incentive estos centros podría contribuir al paquete de medidas que está aplicando el Gobierno para mejorar la calidad del aire en la ciudad y reducir los tiempos de viaje que, según proyectan cifras oficiales, aumentarán de 38 a 48 minutos en la Región Metropolitana hacia el 2025.
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