Álvaro Bisama's Blog, page 17

December 16, 2017

Antes del anochecer

Cualquiera sea el resultado de esta jornada electoral, seremos testigos de un evento notable y que no ocurre en todas las democracias del planeta. En efecto, hoy, y antes de que se ponga el sol, sabremos quién es el próximo Presidente de la República. Y lo que para muchos es una singularidad -especialmente en un país que sigue votando en un papel, con lápiz de grafito, y donde el primer recuento se hace por los propios miembros de la mesa- este logro es el resultado de una reforma electoral que masificó el derecho a sufragio, convirtiéndolo de verdad en un derecho universal.


Fue en 1958, concluyendo el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, que se introdujeron una serie de modificaciones al proceso electoral, donde destaca la cédula única. Contrario a lo que muchos creen, no se trata de una idea original. Ya en 1925 se había instaurado por decreto, el que después se dejó sin efecto por la resistencia de la elite política de ese entonces. Otro intento se hizo en 1951, a instancias de varios partidos políticos de centroizquierda, donde se presentó el proyecto “Rogers”, el que sin embargo no logró ser votado favorablemente en el Congreso.


Pero años más tarde y con el protagonismo del entonces presidente de la Democracia Cristiana, Rafael Gumucio, se generó un acuerdo parlamentario conocido como el “Bloque de Saneamiento Democrático”, el que, además de la Falange, incluía al Frente de Acción Popular, el Partido Radical y a representantes del Partido Nacional. El propósito fue constituirse como mayoría parlamentaria para promover exclusivamente tres iniciativas: la reforma electoral, derogar la “ley maldita” y contar con una ley de probidad administrativa.


De todas ellas, fue la reforma electoral, y en particular la cédula única, la que transformó de manera definitiva nuestra democracia. Atrás quedaba el cohecho que de manera masiva se practicó en nuestros campos y en los sectores rurales del país. Se terminaba también con la cédula particular, la que se emparentó con nefastas prácticas como el “sobre brujo” y los “votos doblados”. Y fue así que se consolidó el secreto del sufragio, llevando a lo más alto aquel ideal de una democracia: ese que considera a todos sus hijos iguales al momento de elegir.


Pase lo que pase hoy domingo, cualquiera que sea el ganador, es de esperar que valoremos más lo que tenemos y hemos construido durante tanto tiempo. Ni una derrota, menos tampoco una campaña, valen el desprestigio de nuestras instituciones o el debilitar la fe pública que hemos depositado sobre el proceso de elecciones. Esta noche tendremos un nuevo Presidente de la República electo, el que se habrá ganado la legitimidad democrática para gobernar a partir de marzo próximo.


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Published on December 16, 2017 21:55

Una política adolescente

Hoy es uno de esos días “D” de la historia. Para bien o para mal se toma una decisión más que trascendente, pero que ha sido tratada con liviandad descalificadora.Solo campañas del terror. Hoy compiten realidades con utopías. Políticamente, al parecer, nuestro país es aún un adolescente, lo que no tiene nada que ver con las edades de los políticos, sino con la forma de actuar. Sin duda no es un país adulto y menos un país maduro. Como en la adolescencia, cada tanto tiempo, el país se cuestiona su identidad y juega con la ilusión de “los cambios estructurales” del camino corto, que harán al país mejor, incluyendo la aparición casi mágica de un mejor ser humano.


En la adolescencia se producen grandes transformaciones del ser humano. Ya no somos niños, pero aún no somos adultos. En la adultez la compleja realidad nos sacude una y otra vez, y así vamos aprendiendo y calibrando lo posible en cada momento. El ser humano lamentablemente no es como quisiéramos que fuese, es solo como es; imperfecto. Esa es la palabra difícil de aceptar: la imperfección humana inherente, contra la que nada podemos hacer. Por cierto, hay que tratar de evolucionar, pero nunca podremos borrar la sombra que todos tenemos, como la llamó Jung. La psicología profunda ha hecho aportes significativos en esa línea de entendimiento del ser humano. En la adolescencia eso aún no se entiende, ya que requiere un nivel de consciencia que toma quizás toda la primera mitad de la vida reconocer.


En suma, nuestra política es aún adolescente. El verdadero desarrollo de un país se logra precisamente cuando la política deja de serlo. A Europa le tomó milenios llegar a ser maduros, e incluso así de repente tienen sus caídas. Los australianos y los neozelandeses lo hicieron más rápido, lo que significa que se puede.


La adolescencia es por cierto muy creativa, pero la realidad es siempre más compleja y supera ampliamente las simplificaciones que hacemos de ésta. En esa etapa los adolescentes ya se han encontrado con algunas pocas ideas, científicas, políticas, espirituales y otras que proyectan a la realidad como certezas y verdades reveladas. Pero son apenas simplificaciones extremas. Así como la izquierda es típicamente adolescente en materia política, la derecha tiende a ser anciana, temerosa de cualquier cambio. La izquierda dura aún cree que la sociedad se divide escencialmente en dos clases sociales, una explotada y otra explotadora. Peor aún, creen que el valor se origina solo en el trabajo y que el Estado puede ser una entidad prístina, generosa y equitativa.


Con esas simplificaciones no se entiende la enorme complejidad de la sociedad moderna y de la realidad. ¿Por qué no se sube más el salario mínimo? Y la respuesta políticamente adolescente probablemente será porque los empresarios son egoístas, explotadores y poco solidarios. La solución es simplista siempre. O fijamos por decreto un salario mayor, y hacemos que el Estado se haga cargo de todo y ese sí que será “justo”. Si le ponemos un impuesto a la riqueza extrema -creen-, se resuelven todos los problemas de pobreza y desigualdad.


No sabían que todas las cosas están interrelacionadas y cuando se cambia una parte, habrán siempre otras que cambiarán en otro sentido. No se pueden comparar utopías con realidades, ya que siempre las realidades son opacas y pierden. Las utopías son solo utopías y no pertenecen a la realidad cotidiana y por ello, cuando las tratamos de imponer, los resultados son normalmente catastróficos. Hoy Ud. decide si quiere madurar y avanzar de verdad al desarrollo, o seguir con una política adolescente.


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Published on December 16, 2017 21:50

Lo que queda del día

Llegó la jornada decisiva, la instancia vertiginosa en que los electores empezarán a configurar el curso y la intensidad que adquiera el actual ciclo político. Se pone fin a una campaña de segunda vuelta marcada por la incertidumbre, por la descalificación y el oportunismo, un momento donde muchos de los síntomas del deterioro y la polarización que en la actualidad recorren nuestra convivencia, sirvieron como anticipo de lo que viene: un sistema político donde los acuerdos transversales respecto a los desafíos del país y la manera de abordarlos, seguirá siendo improbable.


En rigor, más que un desenlace de la controversia política que ha marcado los últimos años, lo que se define hoy es la continuidad o el cambio en la correlación de fuerzas que articula este conflicto, si la Nueva Mayoría puede seguir impulsando su agenda de reformas desde el gobierno, o si en cambio la centroderecha consigue provocar un punto de inflexión. La derrota o el triunfo electoral del oficialismo será, entonces, una señal importante respecto a la evaluación que la sociedad hace del proceso de cambios en curso, y de las expectativas que tiene respecto a sus resultados futuros.


que


De algún modo, lo que esta segunda vuelta vendrá a ratificar es la significación histórica que posee este desacuerdo, una singularidad que, gane quien gane la justa electoral, dejará otra vez al país dividido en mitades más o menos equivalentes; con el aditamento de que ahora, esta línea divisoria tiene como objeto aspectos centrales de nuestra convivencia, y no solo matices o énfasis distintos, como pareció consolidarse durante el largo ciclo encabezado por la Concertación. A partir de la alternancia producida en 2010, se configuró en Chile un disenso sobre la validez de las “reglas del juego” constitucionales y sobre las bases normativas del modelo económico, que lejos de resolverse hoy, tiene aún un amplio espacio para seguir profundizándose.


La jornada de hoy terminará entonces con una mitad derrotada y otra triunfadora; se evaluarán largamente los éxitos y desaciertos políticos de ambos sectores; y el conjunto de los actores empezará un complejo proceso de reordenamiento. Pero no hay que llamarse a engaño: gane quien gane en esta jornada, los aspectos medulares de la actual tensión política y los factores históricos que le subyacen, están todavía distantes de resolverse.


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Published on December 16, 2017 21:40

Piñera es el mal menor

Las elecciones son como el fútbol, pero la política no. Después del marcador final, de las celebraciones y los abrazos, comienza el verdadero desafío, que es ejercer el poder. Después del fútbol, el ajedrez. Y ahí las cosas se ponen mucho más complicadas.


Un hincha que no quiere que su equipo gane, no es hincha. Pero en política las cosas son diferentes. Ganar sin capacidad para ejercer la autoridad puede ser un acto suicida. Y es que asumir la conducción del Estado es, al mismo tiempo, administrar un gran poder y abrir flancos a los adversarios. Si no se está en condiciones de resistir los embates y mantener una dirección, no conviene exponerse.

Pero hay más. Junto a las consideraciones del hincha y del estratega, están las del ciudadano. La preocupación por el bien común. En política se supone que se actúa buscando la mayor prosperidad posible para la comunidad, antes que simplemente la derrota del adversario. Quien actúa solo buscando lo segundo, no hace buena política.


Cualquiera que pondere sinceramente la decisión electoral de hoy a partir de estas tres dimensiones, se sentirá abrumado. No es claro que a ninguna de las coaliciones le convenga ganar. La derecha puede imaginarse como una oposición fuerte, con liderazgos jóvenes renovados, llevando adelante una implacable avanzada sobre un gobierno de Guillier débil y dividido, con pocos parlamentarios, y con oposición también en su flanco izquierdo. En ese escenario, además el Frente Amplio se podría quebrar definitivamente entre intransigentes y colaboracionistas. La izquierda, en tanto, puede imaginarse un gobierno de Piñera arrinconado por la convergencia antagonista de las dos grandes coaliciones del sector, por el cobro de las promesas oportunistas de campaña, y por un mal manejo político, similar al de su primer gobierno.


Esto nos lleva a la evaluación en un eje del bien común. ¿Qué postulante está en la mejor posición para conducir responsablemente el país?


Es difícil responder esta pregunta. Hay que elegir un punto de referencia. Para mí, son las víctimas del orden social: los niños del Sename, los presos, las familias que viven en campamentos, y también los más frágiles entre la clase media. Considero, entonces, que la mejor candidatura será la que tenga suficiente fuerza como para darle prioridad a los que más lo necesitan, y resistir las presiones de los grupos de interés poderosos.


En esos términos, me parece que la mejor candidatura es la de Sebastián Piñera. ¿Por qué? Porque Guillier es un candidato débil, con poco apoyo parlamentario y capturado por la clientela universitaria del Frente Amplio. Piñera, en cambio, tiene espacio de maniobra como para ordenar las prioridades de su gobierno de manera más justa. Este margen lo convierte en el mal menor para el país. Pero también, de ganar, tiene más que perder. Un mal gobierno de Piñera, entregado al populismo ossandonista o al raspado Chicago-gremialista que conduce la UDI, mataría en la cuna los diversos y valiosos brotes que anuncian una nueva derecha.


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Published on December 16, 2017 21:40

Todos y todas

Este domingo comienza a cerrarse el ciclo Bachelet en la política chilena. Independiente de las simpatías o antipatías que cada uno tenga, resulta imposible desconocer la relevancia de su figura en las últimas décadas.


Seamos francos. Nadie como ella supo leer el nuevo contexto social que emergía detrás de esos chilenos con tarjeta de crédito y estudios universitarios de dudosa calidad. Nadie como ella entendió que se podía avanzar en cambios más radicales sin preocuparse de los detalles ni de las cuentas fiscales ni de los consensos políticos. Porque a nadie, a fin de cuentas, le iba a importar. Bienvenida la gratuidad… ya veremos más adelante cómo la financiamos.


Bachelet se transformó en un factor clave en la reconversión de la izquierda. Destruido el socialismo de antaño (con sus puños en alto y las banderas rojas), ella identificó y popularizó los nuevos elementos que identificaran al sector. Yo lo resumo en una frase: “Todos y todas”.


Comenzar hoy un discurso saludando a “todos y todas” es señal inequívoca que usted es de izquierda. Por el contrario, saludar solo a “todos”, por mucho que la Real Academia de la Lengua lo condecore por su corrección, lo identifica como un simple y recalcitrante conservador.


Pero en esa pequeñez, en esa simpleza, radicó siempre la capacidad de Bachelet. Desde que la vimos arriba del Mowak. ¿Cuántos dirigentes de la izquierda la criticaban en los círculos más reservados por su aparente inexperiencia y escasez de contenidos? ¿Cuántos pensaban que les serviría para llegar a La Moneda y luego manipularla a su antojo?


No pudieron, evidentemente, porque detrás de esas frases simples y de su talento afectivo con los ciudadanos de a pie, se escondía una política capaz de conectar y entender de mejor forma los caminos que emprendía nuestro país. Así que, al final, la necesitaron no una vez, sino dos veces.


Siempre dije a quien me quisiera escuchar (o sea, casi nadie) que Bachelet terminaría este segundo mandato con un nivel de aprobación razonable y así está resultando. Pero será difícil que exista una Bachelet III. No solo porque ella no quiera (con justa razón), sino porque el “todos y todas” ya no es suficiente para interpretar a toda la izquierda.

Ahora se requiere otra bandera y esa es la que está buscando Giorgio.


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Published on December 16, 2017 21:35

El día después

Chile es el país del “eso no pasa aquí”. En los años 60 y con una jactanciosa y desdeñosa mirada hacia los vecinos, en especial a Bolivia, se decía de los cuartelazos y golpes militares que “eso no pasa aquí”. A principios de los 90, ya con fuertes señales de narcotráfico localizadas en el norte, se dijo “eso no pasará de allá”. De la corrupción en el Estado que en ar-tículos de prensa aparecía como afectando a otros países del continente el comentario era “eso no puede pasar en el nuestro”; luego era de rigor la consabida y reconfortante historia del turista que había tratado de sobornar a un carabinero y terminó preso. Y a la vista de autoridades de alto vuelo de Argentina o Brasil envueltos en escándalos financieros se afirmaba, ya lo adivinan, “eso no pasa aquí”. Al parecer nunca nada “pasa aquí”.


Hay varios mecanismos productores de la ceguera selectiva que fundamenta tan descomunal necedad. Primero y principal es el sentimiento chovinista -como consuelo recordemos que no es pecado exclusivo de los chilenos- inclinando a poner la tribu a la que se pertenece en una posición superior a las demás en la jerarquía de los valores y las virtudes. El segundo, también global, es el deseo de no querer ver y ni siquiera especular sobre posibles eventos desagradables que pudieran ocurrir de modo que no sólo NO se les presta atención, sino, más aún, se eliminan de la conciencia los signos, síntomas y pródromos de esa eventual desgracia o tropiezo. El tercero es lisa y llanamente falta de inteligencia para ver más allá de la punta de la nariz y de esa carencia estamos sobradamente provistos. El cuarto es la mala memoria.


De estos polvos…

Habituados a concebir la vida como un reality show más que como realidad, a creer que las cosas no existen si no están frente a sus ojos en el episodio de la noche, son demasiados los chilenos que hoy desestiman y les quitan peso a los numerosos y crecientes signos de conflicto social que se han incentivado -no hay explosiones, sino incendiarios- e ido acumulando en los últimos años. En su afán por borrarlos, negarlos, los adjudican sólo a lo que se ventila en las redes sociales y aun dentro de estas a lo que hace media docena de tuiteros patológicamente aficionados a la agresión y el insulto. Fuera de eso dicen no ver ni sentir ninguna crispación, ningún desbalance. Se pregunta uno qué originó esa miopía. Lo cierto es que ya no hacemos uso en el análisis de la simple noción de que los procesos sociales se desarrollan en pequeños pasos sucesivos, no a saltos; tampoco recordamos que al comienzo sus manifestaciones son casi imperceptibles y se desenvuelven en cámara lenta; tal vez también hemos perdido de vista el algo más complejo fenómeno de los cambios del cambio, la manera como los mecanismos de causalidad se modifican en intensidad, cualidad y aceleración según las etapas de la trayectoria histórica. Quizás, además, somos víctimas de demasiadas raciones de cine y televisión que nos han llevado a confundir la historia, que es proceso lento pero inexorable, con un libreto, los cuales desarrollan el melodrama con inusitada rapidez y rasgos en exceso marcados, ritmo frenético al cual se agrega la exageración o, para usar una palabra que alguien puso de moda, la “hipérbole”. Por eso, si no hay un redoble de tambores anunciando que llega el momento culminante, a menudo nos sorprende cómo lo aparentemente inocuo, rutinario y hasta casi invisible de súbito da lugar a una coyuntura decisiva. Para decirlo coloquialmente, ya no recordamos la verdad de ese viejo refrán que dice “de esos polvos estos lodos”. Y así es como somos incapaces de aceptar el hecho de que lo comenzado de manera casi insignificante bien puede convertirse, luego de varias iteraciones, en fenómeno masivo y disruptivo.


Nuestra historia está llena de ejemplos de esa desmemoria, de esa inconsciencia histórica y estrechez de mirada. Desdeñando las potencias de lo que en el presente aparece sólo como meramente anecdótico, puntual y transitorio, de modo natural e irreflexivo creemos que lo hoy día visible sólo como semilla jamás será visto mañana como fruto. No habiendo grandiosas señales bíblicas en el Cielo ni un Moisés separando las aguas, nos decimos “no pasa nada”. Y por esa razón cuando oímos proyectos extravagantes anunciados en tono hostil afirmamos que son cosa de “sólo unos pocos termocéfalos”.


Desarmar los ánimos

Y sin embargo basta revisar la historia nacional e internacional para verificar que las crisis importantes se preparan no a partir de meras intrigas políticas del momento, sino a base de temperamentos colectivos exaltados y belicosos o siquiera iracundos y suspicaces que se han desarrollado gradual y acumulativamente hasta formar masas críticas de ciudadanos sin ninguna intención de acordar y pactar nada. De cómo eso finalice, de cómo de esas nubes salte el rayo, si será en la forma de simple parálisis política, disturbios, asonadas, huelgas surtidas, más elevadas tasas de crimen, estancamiento económico o cualquier otro resultado negativo depende de las circunstancias, de las temperaturas de la mutua hostilidad y de lo irreconciliable de las tesis en juego, PERO en todos los casos el resultado es malo y el combustible es siempre la ausencia de concordia y el exceso de resentimiento.


Chile no está libre de esa peligrosa crispación ni se deshará de ella mañana, terminado ya el proceso electoral. No debiéramos enterrar la cabeza en la arena y recitar el mantra “no habrá apocalipsis y no pasará nada”. Los ataques feroces contra candidatos y personas corrientes, la facilidad con que hemos visto estallar grescas por el menor motivo, los caudales de hostilidad y violencia acumulados en La Araucanía, la notoria irritabilidad del ciudadano común, las brutales descalificaciones por posturas políticas y valóricas, todo eso no ha sido simple efecto de la campaña presidencial ni es monopolio sólo de las redes sociales ni tampoco es obra de “unos pocos” como tantos desean creer en sintonía con la canción “aquí no pasa nada”; al contrario, expresan furores y rencores profundos, intensos y transversales. NO TODOS los ciudadanos están en esa actitud ni lo estarán, pero se olvida que para gatillar un conflicto no hace falta la participación masiva y total de la población, sino basta la existencia de minorías sustantivas que estén en pie de guerra, de militantes y activistas atrapados dentro de lógicas suma-cero, de “esos pocos” que copan el espacio público y encienden todas las mechas. Es, por ejemplo, para mencionarlo una vez más, el caso de La Araucanía.


ECualquiera sea la mitad de chilenos que esta noche se hunda en el despecho y la depresión y la mitad que se ufane y exalte en el triunfo, mañana lunes ambas mitades seguirán a bordo y se hundirán o navegarán juntas. Tal vez la era de los grandes acuerdos no sea ya posible, pero siempre es posible siquiera un mínimo común denominador. Y ese denominador común es no sólo la civilidad y el respeto a las normas, sino sobre todo no olvidar que ninguno de los bandos tendrá una mayoría suficientemente abrumadora ni en la urna ni en el Congreso ni en la calle como para armar o desarmar el país a su antojo. No se debiera ver nunca la política como un juego agónico de supremacía, aplastamiento y victoria, sino como lo que es, como negociación, transacción y acuerdo civilizado. La democracia no ha de ser alguna variante pura o diet de la demencial consigna “Voto+Fusil” que voceaban ciertos tontones del año 70. La mitad más uno o más dos no da derecho a pisotear a la mitad menos uno o menos dos


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Published on December 16, 2017 21:30

¿Reeligiendo políticos corruptos?

“¿Por qué los votantes reeligen políticos corruptos?” se preguntan los autores de un excelente libro reciente sobre corrupción. En Japón, un país con niveles de corrupción relativamente bajos, el 62% de los legisladores condenados por casos de corrupción entre 1947 y 1993 fueron reelectos. El caso de Kakuei Tanaka es un ejemplo paradigmático de este fenómeno. Cuando joven estuvo preso por aceptar sobornos, no obstante lo cual hizo carrera en el Partido Liberal Demócrata, ocupando varias carteras ministeriales, para luego asumir el cargo de primer ministro en 1972. Dos años después se vio obligado a renunciar por unos negocios cuestionables y en 1976, ya como parlamentario, fue acusado de haber recibido una coima de 1,8 millones de dólares mientras era primer ministro. Luego de apelar a su condena fue reelecto al Congreso en 1983 por un margen sin precedentes, pasando a integrar la Comisión de Ética de la Dieta del Japón.


La situación de los Estados Unidos es similar. Un 67% de los miembros de la Cámara Baja involucrados en algún escándalo son reelegidos, comparado con un 95% en general (este alto porcentaje se explica porque en los Estados Unidos los distritos electorales se redefinen regularmente para dar ventajas a los incumbentes). Por ejemplo, el congresista William Jefferson, de Louisiana, fue reelecto el 2006, un año después de que el FBI lo procesara por corrupción luego de encontrar ladrillos de billetes (90 mil dólares en cada ladrillo) en el freezer de su casa.


No es que a los votantes no les importe la corrupción; una y otra vez las encuestas señalan que es un tema prioritario. Por ejemplo, una encuesta reciente de Ipsos en 25 países concluye que “corrupción y escándalos de financiamiento de la política” ocupa el segundo lugar entre los temas que más preocupan a la gente .


La explicación más popular de por qué los votantes reeligen autoridades corruptas es el eslogan del “roba pero hace” que usó en sus campañas un alcalde y gobernador de Sao Paulo, Brasil, a mediados del siglo pasado. Según esta tesis, los votantes valoran tener autoridades honestas, pero también quieren que sean efectivas proveyendo servicios públicos. Idealmente, quisieran las dos cualidades, pero forzados a elegir a veces optan por la eficiencia.


Otra explicación de por qué los votantes reeligen políticos corruptos es que no saben o no creen que estuvieron involucrados en escándalos de corrupción. Un experimento realizado recientemente en Brasil ilustra la relevancia de esta tesis. Partiendo en 2003, se incorporó a los programas regulares de televisión que sortean los números ganadores de la lotería nacional una tómbola adicional, que seleccionaba municipios para ser auditados por la Contraloría brasileña (la CGU), buscando evidencia de corrupción. Por ejemplo, en un municipio la CGU detectó la construcción de una carretera de nueve kilómetros por parte de una empresa sin experiencia y a cinco veces el costo estimado. Además, la empresa en cuestión se limitó a subcontratar a otra empresa para que hiciera la obra, embolsándose un tercio de la oferta ganadora en el proceso.


Los hallazgos de la CGU en los municipios investigados tuvieron cobertura mediática privilegiada, los municipios indagados donde no hubo hallazgos también tuvieron cobertura, positiva en estos casos. Los votantes de los municipios auditados tuvieron buena información sobre la probidad de sus alcaldes, información que provenía de una institución en que los brasileños confían. El impacto de esta información se pudo medir en la elección siguiente. En efecto, los incumbentes de municipios auditados sin hallazgos de corrupción fueron reelectos en un 54%, comparado con un 42% de los alcaldes de municipios que no fueron auditados. Haber pasado la “prueba de la blancura” aumentó las chances de ser reelecto en 12 puntos porcentuales. Por contraste, solo el 31% de los alcaldes de municipios con dos instancias de corrupción fueron reelectos; en el caso de alcaldes con tres instancias la fracción reelecta fue de solo 20%.

El experimento anterior es alentador: mientras más saben los electores sobre prácticas corruptas de los incumbentes, menos probable es que los reelijan. No obstante lo anterior, hay una fracción no despreciable de incumbentes que mantienen el cargo a pesar de evidencia clara de corrupción, de modo que el “roba pero hace” también parece estar presente. Además, en un experimento posterior al de Brasil, donde se informó a los electores de incumbentes corruptos en Jalisco, México, en lugar de bajar las chances de su reelección el impacto fue una caída notable de la participación electoral. Esta vez los votantes manifestaron su malestar con la corrupción, absteniéndose de votar y los incumbentes se reeligieron igual.


¿Y cómo andamos por casa? ¿Qué sabemos sobre incumbentes, corrupción y reelecciones en Chile?

La participación electoral en la elección municipal de octubre de 2016 fue, por lejos, la más baja desde el retorno de la democracia: votaron solo 4,9 millones de electores, comparado con 5,8 millones en la municipal anterior. Una encuesta de Espacio Público e Ipsos realizada poco después de la elección muestra que, por lejos, el principal motivo que dan los encuestados para esta debacle de participación fueron los escándalos de corrupción y financiamiento irregular conocidos en los últimos años. En la elección municipal del año pasado fuimos Jalisco.


Vamos ahora a las elecciones parlamentarias de hace casi un mes.

Entre los incumbentes había 14 involucrados en escándalos de corrupción (condenados por fraude al Fisco) o financiamiento irregular de la política (casos Corpesca, SQM y Penta). De estos, solo tres fueron reelectos, es decir, un 21%, porcentaje bastante menor que el porcentaje de reelectos en general, que fue del 50%. Es decir, cuando fuimos a las urnas hace casi un mes nos comportamos como los electores del experimento brasileño.


La encuesta de Espacio Público e Ipsos de octubre de este año entrega elementos adicionales para entender cómo casos de corrupción afectan la conducta de los votantes chilenos. Una de las preguntas es la siguiente: “Suponga que poco antes de las elecciones se descubre que su candidato/a presidencial recibió una suma importante de dinero de una empresa a cambio de un favor político. ¿Qué tan probable es que usted decida NO votar por el candidato/a?”. Un 63% de los encuestados respondió que era probable o muy probable que no votara por quien hasta antes de la revelación de cohecho era su candidato, porcentaje que varía con la posición política de los encuestados. En efecto, un 73% de quienes se consideran de izquierda y un casi idéntico 72% de quienes se consideran de centro dejan de votar por un candidato presidencial al conocer evidencia de corrupción; entre electores de derecha, en cambio, este porcentaje cae a un 46%. A los votantes de derecha, según estas cifras, les importa más la eficiencia que la ética.


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Published on December 16, 2017 21:28

¿Qué le dice Chile a su vecindario?

Las elecciones de hoy en Chile suscitan en la región latinoamericana un interés distinto del que solían despertar los comicios chilenos. Hace unos años, cuando se veía a Chile “descolgado” del resto de los países latinoamericanos por su éxito comparativo y porque su problemática parecía la de un país mentalmente situado en el primer mundo aun si su grado de desarrollo no lo estaba todavía, las elecciones de este país se veían de dos formas.


Una podríamos calificarla de curiosidad antropológica: nos parecía a los demás que, como los chilenos eran distintos, debíamos mirarlos tratando de comprender qué los hacía diferenciarse y tratar de identificar en sus campañas y en su comportamiento ante las urnas las claves de su progreso.


La otra forma de ver las elecciones chilenas podría ser descrita como curiosidad anticipatoria. Algún día tendremos el grado de progreso que tienen los chilenos, pensábamos, y nos conduciremos, en política y economía, como ellos, de manera que observar unos comicios del país austral era en cierta forma observar los nuestros con 10, tal vez 15, años de anticipación.


Eso ha ido cambiando a medida que Chile se ha ido -como está de moda decirlo- “latinoamericanizando”. Por lo menos desde 2011, y con renovado énfasis desde 2014, cuando entró a gobernar la Presidenta Bachelet con una coalición y un programa distintos de los que habían predominado durante los 20 años de gobiernos de la Concertación, la sociedad chilena y sus dirigentes políticos enviaron señales al mundo de que no son una especie muy diferente. Eso dividió a los observadores latinoamericanos en tres corrientes de “chilenólogos”.


Una, la que predominaba entre los populistas de la región, veía en lo antes descrito el descrédito -por fin- del modelo chileno y el desmentido a la idea de que Chile estaba significativamente por delante del resto. La segunda, la de los catastrofistas, constataba con mucha alarma que los chilenos, a pesar de que su progreso era real, habían decidido tirar su éxito por la borda; esa corriente se preguntaba, ahora que sus países estaban avanzando en la dirección que Chile había tomado tiempo atrás, si ellos también acabarían haciéndose algún día el harakiri. Y la tercera corriente, equidistante de las otras, tratando de comprender lo que realmente sucedía en Chile, identificaba un problema generacional importante pero no fatal: las nuevas generaciones de chilenos, para las cuales el progreso era ya parte del paisaje natural de las cosas, se dividían entre quienes exigían al modelo, con impaciencia, un salto cualitativo de los servicios públicos y quienes, complacientes y un poco frívolos, desconociendo lo que es ser subdesarrollado o pobre, habían sucumbido a la utopía de una sociedad incontaminada por el materialismo.


Independientemente de si hablamos de los populistas, los catastrofistas o los equidistantes, muchos latinoamericanos empezaron a mirar las elecciones chilenas con cercanía, ansiedad, expectativa. Y así es como verán la segunda vuelta chilena que se juega hoy.


¿A quiénes dará el resultado de hoy más razones para reafirmarse en sus convicciones? Para responder con certeza habría que tener una bola de cristal y anticiparse no sólo al resultado, sino, sobre todo, a la evolución del próximo gobierno, lo que incluye el comportamiento de la oposición y la calle. Pero podemos extraer de la primera vuelta algunas conclusiones que quizá la segunda confirme y que dan la razón más a unos latinoamericanos que a otros.


Para los populistas de la región, el buen resultado del Frente Amplio pareció una reivindicación de sus tesis sobre (contra) el modelo chileno. Pero para que su interpretación de Chile fuera cierta, tendrían que haber ocurrido varias cosas en la campaña de la segunda vuelta. La más importante: una radicalización de Alejandro Guillier o, para decirlo de otra forma, el secuestro, por parte del Frente Amplio, de la candidatura, el discurso y la campaña del candidato de la Nueva Mayoría. Eso no ha ocurrido. Aunque Guillier ha hecho concesiones -como las viene haciendo la Nueva Mayoría- a ciertos aspectos del populismo chileno, si algo puede decirse es que ha creído conveniente, para no alejarse de la posibilidad del triunfo, enviar al electorado de clase media señales de relativa moderación.


Lo que eso nos dice acerca de la centroizquierda chilena es que, en el fondo, su lectura de la calle es bastante distinta de la lectura que hace el Frente Amplio e incluso de la lectura que ha hecho el gobierno de la Presidenta Bachelet en los momentos de mayor hostilidad contra el modelo vigente. En otras palabras, sigue habiendo una centroizquierda en Chile, algo que desde el exterior se creía que había desaparecido o estaba en vías de extinción. Desde luego, siempre cabe la posibilidad de que la Nueva Mayoría gane la segunda vuelta hoy y trate de hacer un gobierno más de izquierda de lo que su campaña ha ofrecido. Pero nadie que crea que la sociedad chilena está seriamente enemistada con su modelo de desarrollo hace una campaña como la que ha hecho Guillier. Una campaña que ha sintonizado con un número grande de chilenos, a juzgar por las encuestas que durante semanas han apuntado a un margen no muy grande de ventaja para Sebastián Piñera. Por tanto, los populistas latinoamericanos que veían en el Frente Amplio el destino de Chile y el fin del modelo no saldrán hoy victoriosos del “balotaje”.


¿Quedarán mejor parados los catastrofistas? En cierta forma, aunque por razones opuestas, ellos tienen una visión parecida a la de los populistas acerca del Chile de los últimos años. Para ellos el resultado de la primera vuelta implica que al interior de la izquierda los populistas se están haciendo cada vez más fuertes y que un eventual gobierno de Guillier hará inevitable una radicalización oficialista por la dependencia respecto de la bancada parlamentaria del Frente Amplio y la presión de la calle. Pero, como hemos visto antes, la propia Nueva Mayoría, que ha pagado un alto precio por su radicalización de los últimos años, tiene una interpretación muy distinta, a juzgar por el tipo de campaña y de propuestas económicas de Guillier durante la segunda vuelta. Parecería que la exigua Democracia Cristiana hubiera tenido, acaso sin proponérselo, más influencia que la poderosa izquierda populista en la campaña de Nueva Mayoría. Si Piñera representa el modelo con matices de centroderecha y Guillier representa el modelo con matices de centroizquierda, quiere decir que todavía las elecciones chilenas se juegan en una masa crítica de ciudadanos de clase media que no quieren tirar por la borda el éxito alcanzado. Quieren cambios, mejoras, velocidad, pero no la tabla rasa.


Que la Nueva Mayoría haya pedido al ex Presidente de Uruguay, José Mujica, que sea el padrino del cierre de la campaña de Guillier en cierta forma simboliza todo lo anterior. Recordemos que Mujica, independientemente de los errores que se le pueden achacar y una cierta caducidad ideológica que envejece su discurso, es un crítico del chavismo. Es más: hace poco Daniel Ortega, que ha convertido a Nicaragua en un régimen autoritario populista, le negó la entrada por temor de que, aprovechando un acto académico al que lo habían invitado, lanzara críticas al gobierno nicaragüense.


Lo cual nos lleva al tercer grupo latinoamericano, el de los equidistantes. En principio, ellos saldrán, por descarte, reforzados en esta segunda vuelta, gane quien gane (aunque más si gana Piñera que si gana Guillier). Pero recodemos que estos equidistantes no sólo interpretan que hay chilenos que han sucumbido a la revolución de las expectativas y quieren, comprensiblemente, vivir mejor sin renunciar al modelo, sino también que un grupo significativo aunque minoritario desprecia el materialismo porque no sabe lo que es la privación y quiere jugar con fuego. No son suficientes como para forzar el cambio de modelo hacia el populismo pero sí, como lo ha demostrado la experiencia de los últimos años, para poner palos en la rueda del país. Que la quinta parte del electorado haya votado por el Frente Amplio y que una parte bastante numerosa de ellos vaya a votar hoy implica que seguirá gravitando sobre el modelo cierta incertidumbre.


Esto significa que los equidistantes mirarán con alivio el resultado de hoy pero seguirán pendientes de cómo se conducen los radicales chilenos que quieren cambiar el modelo en los próximos años. Es uno de los factores de la latinoamericanización de Chile que ha dado a muchos vecinos razones para observar con intensidad lo que sucede allí, en el sur del sur.

Los equidistantes tienen, como es lógico, razones internas para desear que su interpretación del Chile de hoy sea la correcta. Los equidistantes de países donde el populismo ha sido derrotado o expulsado del poder (constitucionalmente) necesitan evitar que las corrientes populistas locales se amparen en la “izquierdización” de Chile para buscar nueva legitimidad; los equidistantes de países donde gobierna todavía el populismo catastróficamente necesitan no sólo evitar que sus autoridades se refuercen apuntando a Chile, sino impedir que el discurso populista pueda utilizar la situación chilena para decir que el modelo libre y abierto conduce a la infelicidad de la que hoy millones de chilenos se quejan; por último, los equidistantes de países donde hay una amenaza populista, como México, necesitan que Chile siga ayudándolos, con su ejemplo, a afirmar que hay un camino mucho mejor, lo que se vería seriamente comprometido si los chilenos decidieran que ellos tampoco creen en las bondades de su modelo.


No conviene exagerar la influencia que tienen los sucesos políticos de un país latinoamericano en otro, ni los vasos comunicantes que hay entre procesos electorales de distintos lugares de América Latina. La dinámica interna es y seguirá siendo la determinante. Pero en las élites políticas, económicas e intelectuales el peso del ejemplo del vecino es cada más mayor. Es allí donde Chile ha vuelto a recuperar mucho protagonismo en años recientes, despertando un interés regional desproporcionado, en comparación con el pasado, en el rumbo que tomen los acontecimientos chilenos.

La frase que más se escuchaba antes, cuando salía a relucir Chile en la discusión interna de otro país latinoamericano, era: “Chile es un caso distinto”. Con eso se terminaba el debate y se pasaba a otro tema.


Quizá la gran novedad es que esa frase se escucha cada vez menos y por tanto, cuando alguien trae Chile a colación en un debate interno, lo que predomina es la toma de partido. Es decir: el debate entre observadores populistas, catastrofistas y equidistantes, cuyas interpretaciones de la situación chilena tienen, en todos los casos, una dimensión doméstica.


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Published on December 16, 2017 21:24

Política racionalista o política integradora

Hay una forma de ver la política que le otorga un papel preponderante a la razón. Es la de quienes confían a tal punto en los poderes de la facultad racional, que piensan que es posible concebir, o para siempre o para un tiempo prolongado, las condiciones de un modelo político correcto.

Hay racionalistas de derecha, que confían en la racionalidad económica, y racionalistas de izquierda, que confían en las fuerzas de la razón cuando delibera públicamente. Ambos tienen en común el énfasis que ponen en esa facultad mental al momento de operar en política.


Una consecuencia más o menos directa del racionalismo es un rigorismo mental que tiende a ir acompañado de un acentuado desagrado frente a quien se aparta de las construcciones y modelos a los que se adhiere. Esas construcciones y modelos quedan tan prístinamente explicados, tan depuradamente expuestos en su coherencia, que ceder en alguna parte, negociar algún aspecto de ellos, la transacción con perspectivas opuestas, son vistas como una molesta renuncia, una perturbadora abdicación, cuando no una condenable traición.


Así, por ejemplo, desde “think tanks” de la derecha se denunció la presunta deslealtad o traición de Piñera en su anterior gobierno, cuando impulsaba medidas sociales y políticas que contrariaban la ortodoxia económica. Pero también podemos observar la actitud rigorista en miembros del Frente Amplio, que, negándose a abandonar la pureza de su izquierdismo racional, se resisten a votar por el candidato de la Nueva Mayoría o lo hacen con indisimulada mueca de disgusto. Esa actitud se evidencia también, con elocuencia, en la obra del ideólogo Atria, cuando condena que se abandone la deliberación (que ha de conducir al convencimiento de todos), y se persista en el escepticismo que se abre a la negociación, como si algo se prostituyera cuando irrumpe el buen ánimo de llegar a acuerdos.


Pero la política, como enseñaba Aristóteles, no tiene la exactitud de las matemáticas y los modelos políticos racionales son meras aproximaciones, toscas y esquemáticas, a un fondo popular y concreto que es siempre mucho más complejo que los intentos de nuestra finita razón por llevarlos a un orden mental.


Esta admisión de una existencia infinitamente compleja y de una razón de capacidades finitas, ha de conducir a valorar la disposición a escuchar, a abrirse al otro y la realidad, antes que a imponer; a celebrar acuerdos, antes que a someter al otro a las propias construcciones mentales.

Recién esta disposición permite auténticamente reconocer a ese otro como alguien en quien percibo un par, aunque eventualmente sea menos útil económicamente (un poeta o filósofo) o un irredimible por medio de la impecable lógica de mi sistema de pensamiento. Recién esa disposición permite verdaderamente abrirse a él como alguien, en definitiva, igualmente dotado de una interioridad, tan honda e insondable como la mía.


Una tarea irrenunciable de la política chilena contemporánea, tan asidua a irse por las ramas de las construcciones racionales, debiese ser, entonces, la de, más allá de las diferencias, tender puentes. No se trata, todavía, de acuerdos. Puentes. Este es un paso previo, que consiste en dejar despejados canales de comunicación capaces de resistir incluso en los momentos de alta tensión, como el que está experimentando nuestra convivencia.


Los puentes abiertos permiten las conversaciones, el intercambio de argumentos y la negociación. Ellos son la condición del paso desde políticas donde preponderan las construcciones racionales bajo las cuales se termina, en último término, sometiendo al otro y su insondable interioridad, hacia políticas que reconocen auténticamente la alteridad y están, por lo mismo, dispuestas a aceptar que los razonamientos pueden alcanzar un límite, que el otro ha de ser aceptado, aunque se resista a ellos. Que la política, habida cuenta de la complejidad de lo real y la finitud de la razón, consiste en eso: en tender puentes para que todos quepan en una unidad apta para integrarlos.


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Published on December 16, 2017 21:15

December 15, 2017

Lo que se nos viene

Cuando en 2013 se eligió a Bachelet, puede que se haya estado pensado en su primer gobierno, pero ¿se habrá tenido alguna idea de lo que vendría después? Al punto hasta donde se han extremado las posiciones es bien dudoso. Hubo miembros de su coalición que ni leyeron el “Programa” (recordemos al senador que acaba de no ser reelecto, de ese partido que estaría por desaparecer). Lagos tampoco se imaginó qué iba a ocurrirle -cuál sería su propio destino- cuando le dio el pase a su ministra en 2005-6. Menos probable es que el empresariado pragmático anticipara su descrédito actual, aquellos financistas de elecciones que pensaban que apoyando a diestras y siniestras (incluida a la dos veces candidata presidenta) podían contar con un comportamiento predecible, bastantes las platas invertidas. ¿Por qué, entonces, podría saberse, ahora, hacia dónde irán las cosas?


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A nadie, además, le importa la historia, es tan enredada. Sabemos que el reformismo progresista, una vez desatado, se radicaliza (pasó con aquel partido hoy agonizante con ínfulas hegemónicas tras la elección de 1964). Sabemos, a su vez, que a procesos reformistas se les consolida autoritariamente. Ocurrió en los años 30, Alessandri liderando el giro, apoyado en un Estado crecientemente poderoso, y una presidencia dictatorial para afianzar las reformas que él mismo iniciara en los años 20.


En fin, Bachelet ya ha señalado el camino duro: aun con un mínimo de apoyo se puede hacer lo que se quiera. Nada impide que la izquierda, de continuar manejando la agenda y el gobierno, intente consolidar y profundizar el “Legado” más imperiosamente en los próximos años. Si, por el contrario, “gana” Piñera, ¿por qué no habrían de venirle con todo, peor que en 2011? Si, incluso, hasta con un gobierno de Guillier escindido en su interior (pasó con la UP), ¿qué frenaría la posibilidad de que un autoritarismo con signo de izquierda se impusiera para parar a los cada vez más ultras, solo izquierdistas teniendo legitimidad para chantar a izquierdistas?

Varias razones hacen pensar que, lo que se nos viene, viene duro.


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Published on December 15, 2017 22:00

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Álvaro Bisama
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