Álvaro Bisama's Blog, page 20
December 13, 2017
Chile, pulpería de campeones
Chile tiene unos cuantos trofeos que lo hacen destacarse en el continente y el mundo. Por ejemplo, sus familias son deudoras líderes, deben cada mes el 66% de sus ingresos, equivalentes al 42% del PIB nacional. Esto sucede porque también somos paladines de los bajos sueldos, buena parte de los chilenos gana menos de 500 dólares mensuales, lo que no ocurre en ningún país que tenga 25.000 dólares de ingreso per cápita como el nuestro. Los precios no tienen relación con lo que gana la mayoría. Por ejemplo, las farmacias y los supermercados encabezan las listas de los que más cobran en el mundo, más que sus pares de Londres o París, ciudades cuyos sueldos mínimos son hasta tres veces superiores al de Chile. Como consecuencia de todo esto, también somos campeones en morosidad; quienes no pagan sus deudas ya sobrepasan los cuatro millones de compatriotas.
Indudablemente estos trofeos nos pueden llevar rápidamente a ponernos primeros en lo que Bob Marley llamó la fila de la desolación, donde cada uno espera que, tal como el príncipe le calzó a la Cenicienta el zapato de cristal y la zafó del infortunio, el destino lo exima de tanta congoja y pésimo futuro.
Nos pasa lo de los constructores de la Torre de Babel, estamos en el mismo sitio viviendo uno al lado del otro sin entender por qué ni para qué estamos juntos. Los de Babel intentaron llegar cada uno por su cuenta a saludar a Dios hasta que trágicamente se dieron cuenta de que lo único que tenían a la mano para salir adelante era al prójimo de carne y hueso al que nunca antes habían mirado a los ojos y ni siquiera sabían cómo se llamaba.
Mirando Chile desde el exterior es difícil entender a los grandes empresarios nacionales. Su acumulación por la acumulación los lleva a no ver su país ni a su gente. A perder completamente el sentido de lo que hacen.
Mientras el resto de los chilenos compra diariamente en sus supermercados y grandes tiendas, ve sus canales de televisión, pide préstamos en sus bancos, o usa sus tarjetas de crédito para sobrevivir con altísimas tasas de interés, pareciera que son ellos quienes le están haciendo un gran favor al país. No ven que justamente es la gente de su país la que hace posible su riqueza.
Al decir de un amigo de Londres, Chile se ha convertido en una vieja pulpería de aquellas de las salitreras donde los mineros eran pagados con fichas para ser usadas exclusivamente en las tiendas de los patrones, que son dueños de todo.
Así Chile no es viable en el largo plazo para nadie, tampoco para sus dueños. No basta con repartir algunas becas y donar millones a la Teletón para quedarse con la conciencia tranquila. Es hora de ejercitar la imaginación y la curiosidad, gobierne quien gobierne, para lograr un país que funcione de verdad y que la sordera no nos lleve nuevamente hacia la anulación mutua en vez de hacia la cooperación que nos permita dar un salto al futuro todos juntos.
Nuestros empresarios tienen que aprender que la esencia de una empresa no es solo producir ganancias para sus accionistas, como tanto repiten; su primera prioridad es producir beneficios para la sociedad que en su seno les permite desarrollarse y tener éxito. Por supuesto que los beneficios son importantes, pero no pueden ser a costa del bienestar de quienes los posibilitan.
La única manera de que Chile llegue a ser verdaderamente desarrollado es creando ciudadanos concientes de que pertenecen a un colectivo, sean empresarios, profesionales independientes o asalariados, que tengan claro que la codicia de los menos no puede ser fuente de la humillación de los más.
Si no, la olla a presión un día reventará. Seguramente no como una revolución sesentera, sino como el desgarro de una sociedad que se suicida desinflándose lentamente, en medio del desgano de la mayoría, los excesos de algunos y el aburrimiento de todos por no tener algo interesante por lo que vivir.
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Error y verdad a medias
“En 2009 hubo recesión, y en mi gobierno la economía creció” dijo Piñera en el último debate. “En 2009 no hubo recesión” retrucó Guillier. La realidad es que 2009 registró tres trimestres consecutivos de crecimiento negativo, lo que técnicamente constituye una recesión. Guillier, por lo tanto, cometió un error. ¿Fue deliberado el error de Guillier? No creo, porque es un error fácil de advertir. De hecho, Piñera se hizo un festín con ese incidente. Prefiero pensar que, en el calor del debate, se tropezó en un área que no es su especialidad.
La frase de Piñera es verdadera, pero es una verdad a medias. Y las verdades a medias pueden ser tramposas y manipuladoras. ¿Es que el gobierno de Bachelet 1 manejó mal la economía, y que el de Piñera la manejó bien? ¿Hizo trampas el candidato con su verdad a medias? No lo condenaré sin pruebas, pero su historial no lo favorece.
El principal debate económico en la primera parte de Bachelet 1 era porqué el Estado ahorraba todo el sobreprecio del cobre cuando Chile tenía tantas necesidades. De hecho, no hay registros históricos de niveles de ahorro público y de ahorro nacional tan elevados como los de esos años. Ni antes ni después. En 2008 se desencadenó la crisis “sub-prime” en los países desarrollados, por lejos la más grave y profunda desde la Gran Depresión, y cuyas consecuencias seguirán repercutiendo en el futuro. Y Chile tuvo miedo económico, una vez más. Pero la sociedad a veces nos sorprende. En ese caso y en medio de la recesión a la que aludía Piñera, la Presidenta fue premiada con un aumento vertiginoso de su popularidad y de aprobación a su gestión. Mal que mal, ahorró durante las vacas gordas y nos sentimos económicamente más seguros. Ese capital político le permitió ganar holgadamente la elección de 2013. Incluso muchos empresarios votaron por ella. ¡Cómo estarán de arrepentidos!
El ajuste de la economía chilena en esos años tuvo la forma de una “V”. Se cayó rápido, pero también se salió rápido. También, en la post crisis de 2008, el precio del cobre recuperó y sobrepasó los altos registros previos y Chile, al igual que la mayoría de las economías emergentes, vivió una bonanza. Y Piñera fue presidente en ese contexto, con viento a favor.
Como los vaivenes (ciclos) económicos pueden inducir a error (y a verdades a medias), el Ministerio de Hacienda convoca desde hace más de 25 años a un grupo de especialistas para estimar el “PIB tendencial” (el nivel del PIB limpio de recesiones y recalentamientos), que da mejor cuenta del crecimiento estructural de la economía. Pues bien, el crecimiento estructural de Chile en el gobierno de Bachelet 2 será inferior al del de Piñera. Ése, a su vez, fue inferior al de Bachelet 1 que, a su vez fue inferior al de Lagos, y así. O sea, la economía chilena viene desacelerando su crecimiento estructural desde hace casi 20 años. Y según las últimas proyecciones del FMI, lo seguirá haciendo en los próximos 5 años. Mala cosa.
¿Y por qué? Porque los países que más crecen son los que más aumentan su productividad. Y la productividad actual de Chile (PTF) es equivalente a la de comienzos de la decada del 2000. Es decir, crecimiento nulo de la PTF. ¿Y qué hicieron Bachelet 1, Piñera y Bachelet 2 para revertir esto? Poco y nada. ¿Y qué han dicho los candidatos al respecto? Nada. Mi instinto es que el equipo programático de Gullier está más consciente de esto y que, si son escuchados por el candidato, hay más chance que Chile vuelva a tener una economía vigorosa. Por eso, pero no solo por eso, mi voto es para Guillier.
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Palabras al cierre
Con el debate de Anatel puede darse políticamente por cerrada la confrontación entre el expresidente Piñera y el senador Guillier, los chilenos esperamos el transcurrir de las horas que nos separan de la elección con cierta incertidumbre, pues se anticipa un resultado estrecho y las encuestas prácticamente salieron del escenario tras el fiasco de la primera vuelta.
Pero no todo es incertidumbre, hay hechos concretos sobre los cuales se puede reflexionar y evaluar las dos ofertas de gobierno que están sobre la mesa. Como en todas las cosas de la vida, no se trata de una opción en blanco y negro, no es la lucha del bien contra el mal, ni de la justicia contra la injusticia, como parecen creer quienes han intentado mostrar esta elección en términos maniqueos, haciendo una caricatura de la alternativa opuesta a la de su preferencia.
Sin embargo, son dos propuestas claramente diferentes; aunque manida, es correcta la frase de que no da lo mismo quién gobierne y el debate mostró eso de una manera muy concreta. Al final del día, gobernar implica la capacidad de comprender a cabalidad los problemas del país, de conocer los recursos con los que se cuenta para resolverlos, de formar equipos consistentes y con objetivos claros, de manera que a pesar de las dificultades que impone la sociedad contemporánea, de la fragmentación de nuestro sistema político y de la enorme limitación de medios, el gobernante pueda hacer avanzar al país en el cuadrienio que le corresponde dirigirlo.
Es difícil discutir el contraste mostrado por el expresidente Piñera, respecto del senador Guillier. Desde el retorno a la democracia pocas veces se ha visto -si es que se ha visto- una disputa presidencial con tanta disparidad en el conocimiento de los temas públicos. Aflora a cada momento la experiencia de 30 años dedicado al servicio público, como senador, presidente de partido y Presidente de la República, que acumula Sebastián Piñera.
Los seguidores del senador están en todo su derecho de alegar diferencias políticas, reivindicar una visión diferente del rumbo que debiera tomar el país, pero la mayoría de los chilenos carece del compromiso ideológico que supone ese razonamiento. Es lógico que cada candidato conozca mejor su programa, lo que no es esperable es que uno de ellos conozca mejor los dos programas. El expresidente Piñera no solo mostró mayor conocimiento de las propuestas propias, sino también de las de su competidor, para desazón de los acompañantes del candidato oficialista.
Como dijo Miguel Crispi, finalmente el electorado del Frente Amplio no tiene una razón poderosa para ir a votar por Guillier. No se sienten convocados por ideología, ni por liderazgo. Al cierre algunas cosas están claras y el resultado, como la vida misma, debiera seguir la luz y no la penumbra.
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El desenlace
En el balance final el senador Guillier ha realizado una mejor segunda vuelta que el expresidente Piñera. La premisa en que se fundó la campaña de Piñera en primera vuelta de que estaban los votos para un programa de restauración conservadora que confirmara las esencias del modelo, quedó sin piso cuando los votos de quienes apoyaban reformas, en distintos grados de profundidad y rapidez, terminaron sumando más del 50% en primera vuelta.
El sorpresivo 8% de Kast complicó más el escenario. Con un discurso ultramontano en lo valórico y reafirmando la continuidad de la derecha con la dictadura militar, generó una ecuación imposible: ir por esos votantes más conservadores y, a la vez, dar señales que atrajeran a sectores más de centro y liberales. Pero la derrota del diagnóstico ha sido lo más letal: el clivaje de la sociedad chilena seguía estando en las percepciones de abuso y desigualdad, y el discurso de los derechos sociales había calado más de lo presupuestado. La reconfiguración de un nuevo pacto social y constitucional seguía siendo la gran asignatura pendiente. El intento, a esas alturas, de situarse en esas coordenadas con propuestas de gratuidad en educación, AFP estatal y otras, terminó por desdibujar la identidad de la candidatura de Piñera.
Si Piñera es derrotado en segunda vuelta, este resultado será digno de estudio a futuro. La eficacia para crear un clima de opinión de un triunfo avasallador -a través de unas dudosas encuestas semanales- resultó finalmente un boomerang y llevó a transformar la elección en un plebiscito sobre el modelo y la gestión de la Presidenta Bachelet. Un coro mediático reafirmaba y hacía crecer esta burbuja triunfalista semana a semana. El deseo y la realidad se hicieron uno. Se trascendentalizó el significado de esta elección haciendo imposible realizar ajustes discursivos creíbles en segunda vuelta.
Guillier, por su parte, junto con resolver ciertos problemas técnicos (como pasar de una franja amateur a una profesional), se encontró con menos dificultades para realizar ajustes programáticos en segunda vuelta. Luego de vacilaciones en la primera vuelta -preso del mismo clima artificial de opinión- debió reafirmar su carácter reformista, y clarificar y profundizar ciertas definiciones en las áreas constitucional y de derechos sociales. El contundente 20% del Frente Amplio y el giro a la centroizquierda de la DC despejaron cualquier duda sobre cuál debía ser su posicionamiento. La remontada que debe realizar Guillier es monumental: su gran adversario es la abstención y cualquier fuga de votos, por pequeña que sea, puede ser fatal para sus posibilidades.
Sea cual sea el desenlace, la primera vuelta clausuró el proyecto restaurador y autocomplaciente de la derecha con el modelo, y puso una obligada agenda transformadora por delante -de muy compleja realización- a la izquierda y a la centroizquierda.
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Ganar o perder
Si las campañas se definen en función de ciertos momentos claves, el debate del día lunes puede haber marcado una inflexión. Después de una semana para el olvido, Sebastián Piñera volvió a tomar -aunque fuera parcialmente- el control de la situación, cuestión que no ocurría desde hace meses (en la primera vuelta los tiempos estuvieron manejados por los outsiders). Por de pronto, es claro que el formato mismo de la contienda favoreció al ex presidente. Es quizás la primera vez que vemos en Chile un debate digno de ese nombre, que permite la interpelación y confrontación directa entre los candidatos. En esa lógica, Guillier tenía mucho que perder, pues Piñera posee astucia, mente rápida y números en la cabeza (le brillaron los ojos como a un niño cuando pilló a su adversario con la recesión de 2009), mientras que el senador no cuenta con capacidad de respuesta en el área chica. Lo suyo son las generalidades, las respuestas largas y el extraño talento de dar vueltas sin responder. Si esos defectos pasaron desapercibidos cuando la mesa tenía ocho comensales, el lunes quedaron en cruel evidencia. Guillier, por más que le pese, entiende poco de lo que habla y, en ese plano, el contraste con Piñera es brutal. Este último logró modificar la sensación ambiente, tan decisiva en ausencia de datos y encuestas.
Ahora bien, nada de lo dicho quita la cuestión central: gobernar Chile es cada vez más difícil y, peor, esto no preocupa a los candidatos. La campaña de segunda vuelta ha sido muy sintomática de cuán desorientada se encuentra buena parte de nuestra clase política. Por un lado, cada bando ha renunciado sin mayores escrúpulos a sus convicciones, incluyendo negaciones programáticas bien inexplicables. Esto puede entenderse en la desesperación de una elección estrecha, pero la verdad es que las veletas doctrinarias no tienen capacidad alguna de gobernar un país tan complejo como el nuestro, porque a la primera dificultad se quedan sin fuerza argumental. Así, la política abdica progresivamente de su función más propia, que consiste en mediar y deliberar más que obedecer dócilmente a las reivindicaciones más bulliciosas. Por otro lado, las dos grandes coaliciones tampoco han mostrado mucho talento para ordenarse hacia dentro. ¿Cuál sería el soporte político y los equipos con los que gobernaría cada uno de los candidatos? A días de la elección, sabemos muy poco de aquello, porque los vaivenes han sido muy bruscos. Piñera tiene la mejor opción, pero su triunfo, de darse, será pírrico, y cuesta imaginar algo más difícil que su eventual administración. Sin convicciones ni entorno que lo conecte con el país, Piñera corre el serio riesgo de convertirse en la primera víctima de su estilo y modo de trabajo, en el que siempre han primado más las lealtades personales que la capacidad y el peso político (de allí la insólita figuración de sus hijos). Por su parte, Guillier, de ganar, tampoco la tendrá fácil, pues enfrentará el reto titánico de reconstruir a la centroizquierda, y hasta aquí no ha mostrado el menor talento para una tarea de esa naturaleza. En definitiva, ninguno de los dos tiene la clave para descifrar nuestros enigmas: todo indica que el país tendrá que seguir esperando una respuesta a la altura de los desafíos.
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¿Por qué Jerusalén?
Jerusalén nuevamente es el centro de atención para la Comunidad Internacional generando un clima de gran incertidumbre tras el anuncio del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de trasladar su embajada a Jerusalén y reconocer dicha ciudad como capital del Estado de Israel.
La peligrosidad del hecho, debemos entenderla a partir de ciertos ejes y propósitos que se buscan a partir de él. Estados Unidos es un conocido aliado de Israel, que si bien sus lazos se vieron algo mermados al término de la administración del Presidente Barack Obama, hoy están más vigentes que nunca en una amistad cercana entre Trump y el Primer Ministro Israelí Benjamin Netanyahu.
Esta profunda amistad, reafirma la tesis de que Estados Unidos hoy es un mediador deshonesto. Reafirma el rol de mediador en uno parcial y subjetivo, “en juez y parte”, violentando uno de los principios básicos de cualquier proceso que se digne a ser justo. El principio de imparcialidad entonces, se ve aún más quebrantado cuando el Presidente Trump anuncia el traslado de su embajada a Jerusalén, ciudad considerada ocupada en su parte Este, según las Resoluciones 242, 338 y 2334 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Ni la legislación Internacional, ni tampoco la Comunidad Internacional reconocen soberanía israelí sobre la ciudad, por tanto la decisión de Trump es un apoyo sin límites al control israelí de la ciudad y a todas las medidas que tienen por objeto alterar la composición demográfica, el carácter y el estatuto del Territorio Palestino Ocupado desde 1967, especialmente de Jerusalén Oriental.
Esta burla a la Comunidad Internacional y a las normas internacionales, es no solo por el “espaldarazo” a las políticas de colonización de Israel en Territorio Ocupado, sino que también es una burla en contra de aquellos que aún creen en el llamado “Proceso de Paz” entre israelíes y palestinos, el que entiende que las partes deben llegar a acuerdos negociados y que Jerusalén Oriental sería la capital del futuro estado de Palestina.
El hecho por tanto, reafirma asimismo que Estados Unidos no puede ser garante de un “proceso de paz” el cual desde que se tiene su “generoso” auspicio ha dado luz verde a la construcción y expansión de los asentamientos; el traslado de colonos israelíes; la confiscación de tierras; la demolición de viviendas y el desplazamiento de civiles palestinos, entre otras actividades, todas constitutivas de crímenes de guerra. Ahora no solo le dirán a los palestinos confórmense en un Estado sobre el 8% de la Palestina Histórica, sino que también les está arrebatando su capital histórica, sin ningún derecho ni autoridad, sepultando así cualquier posibilidad a una solución biestatal. Solución, por lo demás, sobre la cual se ha engañado a palestinos descaradamente desde los Acuerdos de Oslo, momento desde el cual Israel no ha hecho más que avanzar en la colonización del territorio de Palestina y establecer un régimen de Apartheid.
No es casualidad tampoco el espacio de tiempo en el cual el presidente Trump anuncia el traslado de la Embajada, lo hace en un momento clave de reconciliación nacional entre las principales facciones palestinas, Hamas y Al Fatah. Ni a Israel ni a Estados Unidos les conviene esta frágil unidad palestina, por tanto el anuncio es un intento de sabotaje ideal para generar caos y diferencias dentro del perdido liderazgo palestino.
Con esta decisión de Donald Trump, no queda más que marginar el rol de Estados Unidos como mediador ya que comprueba que su país solo ha sido un aval de la destrucción del sueño de una Palestina libre, soberana y con Jerusalén Este como su capital.
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Educarnos a la ciudadanía
Esta columna fue escrita junto a Mauricio Salgado UNAB – Centro para la Educación Inclusiva.
Chile está ad portas de la segunda vuelta Presidencial con la amenaza de que el 53,3% de los ciudadanos inscritos en el Registro Electoral no votó en la primera vuelta.
Aunque aún no contamos con datos de participación desagregados por edad, sabemos que son los más jóvenes quienes se están restando del proceso eleccionario. En las últimas elecciones municipales del 2016, la población entre 18 y 19 años la participación fue de 14%, mientras que entre 18 y 44 años no sobrepasó el 33%.
Esta situación de desafección con el proceso electoral entre los más jóvenes puede estar incubando una crisis de legitimidad mayor respecto a las instituciones políticas de nuestro país. Aunque la participación política no se agota en el proceso eleccionario, éste sigue siendo fundamental en toda democracia.
¿Qué podemos hacer para fomentar la participación electoral de los más jóvenes? Para la mayoría de las personas, la respuesta radica en la escuela, que es el espacio donde buscamos formar en la diversidad y educar para la colectividad. Entonces surge la pregunta sobre cuáles son los alcances y las limitaciones que tiene la formación ciudadana.
Este es un momento clave para autoevaluarnos como sociedad, entender qué ha sucedido y qué sucede, a qué se deben estos resultados electorales y por qué existe una apatía (del griego apátheia “falta de sentimiento”), falta de interés y de motivación, a participar de este proceso político.
Pero ¿qué tipo de ser humano queremos formar? Personas funcionales que respondan a un modelo de crecimiento que se orienta a ser productivo y aportar al producto interno bruto. O personas que, además de incrementar su capital cultural y adquirir destrezas cognitivas, saben vivir en sociedad, tienen mentalidad crítica y reflexiva, con autonomía, responsables y comprometidos, que reconocen a los otros como iguales, que poseen virtudes, derechos y responsabilidades consigo mismos y con su entorno local y global.
En ese sentido, la formación tiene un rol clave. Para Aristóteles, la educación desempeña un rol fundamental para la actividad política. La habitud, desarrollada tanto en el contexto familiar como en los programas de educación pública, es el factor decisivo a adquirir la bondad.
Pero la desafección electoral de los jóvenes no responde a una única razón. De acuerdo a un reciente informe del PNUD, una de las principales razones de la baja participación electoral es la deficiente educación para la ciudadanía en el sistema de educación chileno, con un incipiente foco en la institucionalidad política. Otra razón, sería la desconfianza hacia las instituciones, la falta de información y conocimiento sobre cómo funciona el sistema político.
En el informe 2017 del International Civic and Citizenship Study (ICCS), Chile no muestra cambios en el conocimiento cívico entre 2009 al 2016, más bien un leve retroceso. Una estrategia que algunos países han adoptado es bajar la edad de sufragar a 16 años, como es el caso de Austria. Se ha demostrado que esta medida genera un aumento no sólo en la participación electoral futura de los jóvenes, sino que además, al discutir de política en la escuela y en sus hogares fomentan también el involucramiento de los adultos al debate político.
Por tanto es el momento de preguntarnos si ¿estamos educando desde nuestros hogares hacia la bondad? ¿De qué trata la educación ciudadana en la escuela? ¿Qué ser humano queremos educar? En base a estas tres preguntas podríamos diseñar plan de educación tanto en las familias, en la escuela y en la sociedad, porque la democracia se construye en el cotidiano, con los dilemas y conflictos que podemos resolver, no de manera individual, sino con todas y todos quienes viven en este territorio llamado Chile.
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La lectura y su incentivo con el ejemplo
La lectura es una experiencia fundamental para la vida, sin distinción de edad, género, nacionalidad o creencias. Leer no solo puede tocar la emoción misma de las personas, sino que revela mundos que de otro modo tal vez nunca conoceríamos.
Sin embargo, a pesar de eso, muchos adultos no leen. Según los resultados del Estudio Internacional de Progreso en Competencia Lectora, PIRLS, en Chile los padres demuestran menos afinidad con la lectura que el promedio internacional. Solo uno de cada cinco (27 %) reporta que le gusta mucho la lectura, mientras que el promedio de los cincuenta países y nueve ciudades participantes alcanza uno de cada tres.
No hay duda que la lectura es un hábito que se educa y que se traspasa con el ejemplo. Este se forma tanto cuando les leemos a nuestros hijos e hijas como cuando nos ven leer. De hecho el estudio demuestra que el 75 % de los estudiantes cuyos padres son buenos lectores disfrutan leyendo; y que el 42 % de los niños y niñas cuyos padres dicen que no leen habitualmente, encuentran que leer es aburrido.
Por eso es esencial que los padres se hagan parte del proceso de motivar la lectura en sus hijos, pues además de generar oportunidades de aprendizaje, fortalece vínculos y aporta al desarrollo de pensamiento crítico, reflexivo y empático con el mundo.
Los primeros años de un niño son particularmente importantes, ya que el éxito en la lectura en esa etapa está fuertemente asociado con el buen desempeño escolar futuro. Vale decir, los niños que presentan dificultades con la lectura en los primeros años, es altamente probable que las seguirán teniendo a lo largo de su vida.
De ahí que el rol del profesor, complementario a la labor de los padres, es importante, porque ellos pueden incentivar y marcar la diferencia innovando dentro de la sala de clases, como mediadores de lecturas desafiantes y atractivas. Así también son cruciales las bibliotecas de las escuelas en el sentido de que estas son más concurridas cuando son amigables y contienen variedad de libros para los diferentes intereses de los estudiantes.
A eso habría que agregar la importancia de las redes de bibliotecas públicas y privadas, donde muchas de ellas son centros culturales, lugares de encuentro para toda la comunidad. La idea es que estas se consoliden como un lugar donde se invite naturalmente a tomar un libro, sin miedo. De hecho, las bibliotecas son el espacio donde nadie nos puede decir qué leer, ni cuándo, ni cómo.
En definitiva, la tarea es dejar de aprender a leer para aprender a través de la lectura. Un niño que entiende lo que lee aprende algo nuevo todos los días, pues leer es una posibilidad de descubrir, de ir más allá. Por eso es fundamental hablar del placer de la lectura, para que todos la percibamos como una diversión, no como una imposición. Es central apoyar a cada niño para que tenga un encuentro personal con la lectura, según su edad e inquietudes. Lo contrario, sería un mal cuento.
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La provocación de Trump
Trump encendió la mecha del polvorín palestino-israelí, y por cierto ha prendido, sin saberse hasta cuando y con qué intensidad. Rompió el frágil “satu quo” imperante al reconocer a Jerusalén como la capital de Israel, traslade o no su Embajada ahora o en años más. Viola las tan difíciles decisiones de Naciones Unidas, que procuran balancear la realidad en el terreno, con los derechos de cada parte. Israel controla casi todo, y la comunidad internacional reconoce que es ilegal y debe devolver los territorios que se apropió desde 1967 en la Guerra de los Seis Días, incluido el sector oriental de Jerusalén, según las Resoluciones obligatorias 242 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad, más la 478 (1980) que acordó trasladar a Tel Aviv las sedes diplomáticas.
Asimismo, ha provocado lo más sensible del conflicto, como es Jerusalén, sin solución en las negociaciones de Camp David, Oslo, Sharm El Sheikh, y otros intentos. Hay avances y retrocesos, en innumerables reuniones en los organismos y la Liga de Estados Árabes, en los últimos setenta años de una controversia más que secular. Palestina es un Estado reconocido, aunque sólo observador en la ONU. Pero la Ciudad Santa sigue siendo estratégica, dividida en sectores, y sobre todo, sitio de los vestigios sagrados de tres religiones: el Muro de Las Lamentaciones del templo de Salomón, para los judíos; la Mezquita Al Aksa con la Roca donde el Profeta subió al cielo, para los musulmanes; y el Santo Sepulcro de Jesús, para los cristianos. No hay otro lugar así en el mundo. Estas tres religiones, con millones de fieles, se materializan en un área muy pequeña y en constante disputa. No sólo es reconocer políticamente una capital, sino privilegiar el predominio de una creencia sobre las otras.
Los efectos están a la vista, y el riesgo de una violenta tercera Intifada es real. Hay que recordar que en muchos de los procesos de paz, ha bastado algún incidente para detenerlo o anularlo, hasta que los enfrentamientos se calman y se restablece la confianza perdida. Ha sido así por años. Cabe preguntarse que busca en verdad Trump, que no sea la respuesta fácil de que actúa de manera irreflexiva y sin experiencia.
No es lógico que la convicción personal del Presidente de la primera potencia mundial, sea la única para adoptar una medida de tal trascendencia y efectos. Debería estar acompañada por un proceso reflexivo del Departamento de Estado y demás Agencias, asesorado por expertos, y detallada consideración de sus implicancias. Sería inusual en un sistema norteamericano que busca los contrapesos institucionales. Lo decidiría sin consultar a nadie. No se ha dado en otros campos, y recordemos las dificultades del propio Tump para imponer sus iniciativas. Tampoco basta argumentar que se cumple una promesa de campaña, o que el Senado ya la aprobó mucho antes (1995) y sólo se venía postergando la decisión, aunque sean verdad. No es atribuible sólo a los problemas políticos internos, como se especula. Parecen respuestas incompletas.
Lo grave es que no sabemos si hay otros objetivos, negociaciones, propuestas o promesas a las potencias interesadas, o con países árabes aliados, para intentar lo que adicionalmente afirmó Trump, es decir, que ahora se podrá construir una paz duradera entre palestinos e israelíes. Menos conocemos si el verdadero y último propósito es enfocarse en la amenaza que significaría Irán, tanto para Israel como para algunos árabes. Si no hay nada de esto, la situación sería todavía más grave. Estados Unidos habría abandonado su usual postura de facilitador de la paz del Medio Oriente, para desequilibrar las posiciones.
Trump habría encendido la mecha del polvorín, y no sabría cómo apagarla.
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Cambios tributarios en Estados Unidos
6El presidente Donald Trump está impulsando una reforma tributaria cuyo componente principal son modificaciones al impuesto corporativo, al igual que lo fue nuestra reforma de 2014. Sin embargo, los caminos emprendidos son distintos: mientras Estados Unidos bajará los impuestos y simplificará el sistema tributario para ganar competitividad y aumentar el crecimiento, acá los subimos, nadando en contra la corriente.
Los impuestos corporativos se aplican sobre las utilidades, sin importar si estas se invierten o se reparten a sus dueños. Así, el impuesto afecta la disponibilidad de caja de la empresa y su capacidad para invertir. De igual forma, el impuesto corporativo, disminuye la inversión de las empresas al disminuir la rentabilidad de sus proyectos. Una manera didáctica de entender esto es mediante el siguiente ejemplo: imagine que usted tiene un negocio a medias con un socio. Mientras usted aportó capital líquido, su socio aportó con capital físico como por ejemplo, una fábrica. Sin embargo, un desastre natural dejó inutilizable este último aporte (supongamos que tampoco tenía seguro). Si usted quiere invertir nuevamente en el negocio lo tendrá que pensar dos veces, porque tiene un socio que no aportó nada pero que reclamará la mitad de las ganancias. Con el impuesto corporativo es lo mismo, usted tiene un socio (el Estado) que no aporta, pero reclama el 27% de las ganancias, es por esto que usted se preguntará dónde es mejor invertir. ¿Aquí o en un país con menores impuestos? Bajo una mayor tasa corporativa, sólo se realizarán los proyectos que aseguren una mayor rentabilidad, descartándose otros proyectos que antes eran realizables. En un lenguaje más técnico, diríamos que el costo de uso del capital aumenta.
A través del ejemplo anterior se puede comprender por qué el impuesto corporativo afecta la inversión cuando hay libertad en la movilidad de capitales: las inversiones se moverán hacia lugares más convenientes. No por nada los nórdicos -que comprendieron bien esto- decidieron que la mejor forma de mantener el “estado de bienestar” es cobrarles más a las personas y menos a las empresas, entre dichos países este tributo promedia 21,6% por debajo del 23% promedio de sus vecinos Europeos.
Volviendo al caso de los Estados Unidos, la tasa corporativa federal se encuentra actualmente en un nivel de 35%, siendo la mayor en la OCDE, sin embargo, este país recauda por debajo del promedio de dicha organización para este tipo de impuesto. Por lo anterior, se entiende que se quiera avanzar hacia un sistema más simple, con menores exenciones, una base tributaria más amplia y una tasa de impuestos menor. Si bien el logro de estas medidas, junto al resultado final, dependerá principalmente de las negociaciones del congreso, lo cierto es que la disminución en la tasa de impuesto parece bastante probable.
En Chile por otro lado nos hemos movido en la dirección contraria. Nuestra reforma de 2014 no sólo ha vuelto más complicadas las cosas sino también ha elevado de manera sustancial el impuesto de las empresas. Es interesante como nos encanta compararnos con la OCDE para todos los temas excepto tributación. Desde el año 2000 y considerando el próximo año (en que nuestra reforma estará en pleno régimen) habremos sido el único país que tendría alzas de impuestos en el periodo. Mientras en promedio la OCDE disminuyó la tasa de impuesto en 8,7% en periodo citado, pasando desde 32,5% a 23,8% (considerando que Estado Unidos logre su meta). Nosotros en cambio la aumentamos en 12 puntos, pasando de 15% a 27%.
La reforma de Estados Unidos consolida la tendencia mundial que se ha desarrollado en las últimas décadas en torno a la reducción del impuesto a las empresas. Dada la apertura de nuestro país y lo inserto que está en el mundo, será difícil mantenerse como un destino atractivo de inversiones si es que los demás países continúan bajando sus impuestos. Este es uno de los problemas de nadar contra la corriente en esta materia.
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