Álvaro Bisama's Blog, page 12
December 24, 2017
Desafíos ambientales
WWF Chile envió en septiembre a todos los comandos una propuesta con 10 desafíos ambientales para el país, los que generaron algo de discusión, pero luego desaparecieron en medio de la intensa campaña por el balotaje. Sin dejar de reconocer que existen muchas urgencias y materias relevantes, lo medioambiental debe ser prioridad en la agenda del próximo gobierno. Entre muchos temas, el cambio climático nos está pisando los talones -lo vimos nuevamente con el aluvión en Chaitén-, el problema del agua es un desafío social profundo y la forma de gestionar nuestras pesquerías nos sigue dividiendo como sociedad. Lo ambiental es prioritario no solo en lo interno: el próximo gobierno debe reportar avances en compromisos relevantes a nivel internacional y nuestra imagen como “país verde” depende de ello. Por ejemplo, en 2020 Chile debe informar el cumplimiento de las metas de Aichi del Convenio de Diversidad Biológica (CBD) o el Bonn Challenge, en torno a restauración ecológica. El mismo año está programada una revisión del Acuerdo de París, en donde las contribuciones de Chile debieran aumentar, porque si bien somos un emisor pequeño de gases de efecto invernadero podemos ser fuertemente impactados por eventos climáticos extremos.
En este camino no pueden desconocerse los avances de los últimos años, como la declaración de áreas marinas protegidas, el fuerte impulso en energías renovables y la prohibición de bolsas plásticas en comunas costeras. Sin embargo, ¿estamos cubriendo las falencias y brechas tan rápido como se presentan? Probablemente no, y por eso debemos avanzar más rápido. Ya no solo sirve mirar lo que necesita hoy el país, sino proyectarnos a 2022 o 2030 y ver dónde debe estar Chile respecto del planeta en estos temas, para conocer cuál es el camino que debemos recorrer.
Hay muchos desafíos, varios de ellos se recogen en el documento de WWF Chile, pero también otras organizaciones han reflexionado y hecho propuestas, como el PNUD, otras ONG y universidades. Dentro de lo que consideramos primordial se encuentra la urgencia de contar con un Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas; el fortalecimiento del Servicio de Evaluación Ambiental; la implementación de una Ley de Cambio Climático; la mejora en la eficiencia de las viviendas; movilidad baja en emisiones avanzando hacia transporte eléctrico; un plan para gestionar agua y energía en el sector público; restauración y recuperación de suelos con especies nativas y reducción del riesgo de las especies con problemas de conservación. En general, estas medidas están en el programa de gobierno de Sebastián Piñera, pero hay que concretarlas. Por tanto, su apropiada implementación y gestión son fundamentales.
Existe consenso en que Chile debe crecer y en WWF creemos que esto no es incompatible con el país sustentable que esperamos construir, inserto en un planeta cuyos recursos son finitos. El programa ambiental del presidente electo tiene líneas claras, pero hay temas que faltan. Sin duda la tarea no es fácil, pero no será imposible si esto es prioritario para la sociedad y desde hoy trabajamos juntos todos los actores, respetando nuestras diferencias.25
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El vía crucis de los ministros
El mundo entero aplaudió la llamada entre la Presidenta de la República y el candidato ganador de la segunda vuelta. La transmisión por televisión y el tono cordial y republicano de la conversación entre ambos se vio como un oasis en un continente cada vez con más trifulcas políticas.
Simultáneamente al fin pacífico de una contienda a veces cruda, en Perú se fraguaba el intento de hacer caer al presidente Kuczynski, y en Argentina la calle se le volvía ruda a Macri por el rechazo a su reforma de pensiones. Esa noche el país se anotó un éxito que implica, de todas maneras, una menor percepción de riesgo y un mayor respeto a nuestra democracia.
El desayuno del día posterior en la casa del Presidente electo tuvo el mismo sentido. La tercera vez que ambas figuras políticas tienen que compartir un cambio de gobierno parece mucho más cordial. Se conocen demasiado ambos, y quizás con el tiempo la Presidenta que se marcha superó su desprecio a las formas del Presidente que viene, y éste dejó su eterno intento de competir y demostrar que puede hacerlo mucho mejor.
La Moneda está golpeada como consecuencia del duro golpe de los resultados de la noche del domingo 17 de diciembre, que dejaron en ridículo un par de estimaciones internas que circulaban entre personeros oficialistas. A manera de ejemplo, la amplia ventaja contrastó con la estimación de Forch, el alter ego de Guillier, quien en una entrevista vaticinó una ventaja de dos puntos haciendo referencia a una encuesta invisible.
Probablemente el trauma ante tal descalabro llevó a quien está a cargo del traspaso en el segundo piso a diseñar un proceso inédito en el cual los ministros debían concurrir a la casa del presidente electo a rendirle cuentas.
Quizás la idea que está en su cabeza es dejar en alto el nombre de la Presidenta y, con ello, le parece un costo razonable la humillación de sus ministros.
Las caras de varios de ellos en las fotos que debieron sacarse con Piñera muestra el desagrado profundo de esta tarea, y en sus círculos han comentado la molestia ante ello. Pero nadie quiere contradecir a la Presidenta en su momento final y han ido disciplinadamente a humillarse ante el vencedor, quien les ha pedido cuenta de su trabajo y se ha sentado a discutir sobre planes, estadísticas y qué deben hacer en el tiempo que les queda.
Nada de eso es regular o constitucional. La Presidenta y los ministros siguen a cargo del país hasta el 10 de marzo de 2018 y tienen todavía mucha tarea por delante, pues hay en el Congreso varios proyectos pendientes y quedan dos meses de muchas tareas.
En procesos anteriores, dichas conversaciones ocurrían cuando el presidente electo nombraba su gabinete y los futuros ministros se juntaban con los salientes para ordenar la entrega del trabajo. A manera de ejemplo, así fue entre el elegido senador Elizalde y la vocera Cecilia Pérez, proceso que transcurrió con mucha diligencia y cordialidad de ambas partes, sin necesidad que la ministra de entonces tuviera que ir a rendirle cuentas a la presidenta electa.
Bajo la lógica que tienen que rendirle cuenta al presidente electo, lo que se instalará es la tentación de dejar todo botado, y eso es muy peligroso, pues en el verano siempre pasan cosas. Un escenario que podría repetirse es el retorno de los incendios forestales que asolaron al país el año pasado. Será bastante ridículo, entonces, si la persona a cargo del traspaso insiste en esa extraña estrategia de rendirle cuentas a un presidente que no asume, en vez de resolver las tareas que tienen pendiente.
Finalmente, lo más republicano es que un gobierno ejerza el poder hasta el último día, y con ello transmita a los ciudadanos que las instituciones son más importantes que prestigios pasajeros.
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Fue el temor
La victoria de Sebastián Piñera estaba entre las posibilidades y no resultó sorpresa. Pero nadie anticipó la diferencia de nueve puntos, ahí nos equivocamos todos. Más aún, contradijo el pronóstico de muchos en cuanto a que sus posibilidades solo existían en la medida que disminuyera el número de votantes, mientras que una mayor asistencia mejoraría la chance de Alejandro Guillier. Pues sucedió lo contrario: concurrió más gente a sufragar y Piñera se hizo de la victoria por amplio margen. Las cifras se pueden analizar de cualquier manera y atribuir el resultado final a variados efectos, pero es bastante claro que el grueso de los votantes que se agregó en el balotaje se inclinó por el expresidente. Difícil explicar de otro modo dicho margen. Gente que inclinándose a favor de Piñera en primera vuelta no concurrió a votar. La pregunta es qué los movilizó en la segunda.
La tentación del comando ganador seguramente será atribuirlo a las propuestas que se hilaron, a que “se escuchó a la ciudadanía”, pero la verdad es que es poco probable que el viraje de última hora con la promesa de más gratuidad haya sido lo que sedujo a concurrir a sufragar, cuando ese beneficio también fue ofrecido por el adversario y con más credibilidad. La realidad es que la movilización de los remolones se debió al temor a lo que podía venir de ganar Guillier: que la retroexcavadora continuara su labor y con renovados bríos, bajo la presión del Frente Amplio. Escenario en el cual la gratuidad fue una promesa innecesaria y contraproducente, porque reflejó nerviosismo y debilidad -la vuelta de carnero fue manifiesta-, y prestó la oportunidad para que el gobierno dijera que ganó, a pesar de la derrota en las urnas, porque su agenda ha sido asumida por todos.
Lo positivo es que se demostró que la centroderecha puede lograrlo, que puede movilizarse y ganar el gobierno; que no está condenada a ser minoría. Lo negativo fue que lo logró por temor y no por convicción. Qué distinto sería si esa capacidad de movilizarse para defender lo que se tiene y cree se demostrara cotidianamente, con una defensa convencida y orgullosa de las propias ideas y soluciones. Al votante del sector lo anima siempre un pesimismo que lo conduce al entreguismo y al voto por el mal menor. La gran tarea es cambiar esto; hay que salir a convencer, pues los votos se pueden lograr, si las cosas se hacen bien, pero sin comprar las banderas que enarbola la izquierda, porque de lo contrario serán éstas las que terminen rigiendo el país, como nos dijo ahora el gobierno que sucedió.
¿El nuevo gobierno de Sebastián Piñera será expresión de que aquello se ha comprendido cabalmente? Tengo serias dudas, a la luz de lo que fue su anterior administración y su inclinación recurrente a agradar a la izquierda, más que a los que votaron por él. Nos han dicho que cambió. Ojalá así sea. Lo sabremos al final y dependerá de un solo parámetro: a quién le entregue la banda presidencial.
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Me gustas cuando callas…
Después de la contundente derrota electoral, las recriminaciones mutuas al interior del oficialismo alcanzan un nivel vergonzoso. No habían transcurrido un par de horas desde que se conocieron los resultados, para que se iniciara una catarsis verbal, la que mediada por la impotencia y la rabia, por no decir la ignorancia y la estupidez, disparaba contra múltiples culpables.
Partimos con la Presidenta de la República. Podremos largamente discutir cuánto afectó a la candidatura de la Nueva Mayoría el desempeño de esta administración, pero hace tiempo que no se veía un elenco de autoridades tan jugadas por su candidato. Si a eso le sumamos que el propio Guillier se declaró un continuador de las políticas públicas de Bachelet, mal podría asignársele mucha responsabilidad a una mujer cuyo renovado y ascendente capital político de los últimos meses se depositó íntegramente en la cuenta oficialista.
La siguió el Frente Amplio. Y aunque es cierto que muchos de sus dirigentes abusaron del recurso del suspenso, haciendo gala de una contradictoria ambigüedad -sumando ese extraño argumento de que el candidato que resultó segundo debía hacer suyas las banderas de aquel que no logró pasar al balotaje-, a los votantes de Beatriz Sánchez no se les podía pedir mucho más. Es fuerte el antiderechismo, y más todavía el recelo que genera el presidente electo, pero no lo suficiente para borrar con el codo el público y reiterado juicio que el Frente Amplio tiene respecto del oficialismo, su historia y legado.
Y aunque pasará un buen tiempo para analizar con detalle la composición electoral de esos muchos votos que sumó Piñera en la segunda vuelta, lo primero es reconocer la mejor capacidad que en esta ocasión tuvo la derecha para representar el sentir ciudadano. Dicho de otra manera, y aun sumando los votos de Goic en primera vuelta, ¡el oficialismo tuvo su peor resultado desde que recuperamos la democracia! Entonces, ¿acaso no parece más útil y honesto, especialmente de cara a los desafíos de la reconstrucción de una cultura política que tan importante fue para Chile, el interrogarse por los propios errores -aquellos que van desde el candidato, pasando por los partidos políticos y sus principales dirigentes, incluyendo por cierto a todos quienes nos sentimos parte de esa gran familia- en vez de utilizar el fácil y mediocre recurso de recriminar a otros? Y todo sin siquiera referirme al miserable paternalismo moral que importa insultar a los electores por su “equivocación” al no haber comprendido los grandes designios que estaban en juego.
Frente a esta paliza que solo evidencia el desgaste, deterioro y fracaso de la Nueva Mayoría, habiendo dilapidado su presente, quizás más silencio y humildad para no hacer lo mismo con su futuro.
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Es tiempo de mirar al futuro
La elección terminó, los resultados son claros y contundentes. Es tiempo de recapitular, tratar de leer con sabiduría lo que ocurrió y proyectarnos finalmente al desarrollo.
Notablemente, fue la población quien mostró la madurez que nuestra clase política no tuvo. Aun después de la elección hubo algunos políticos irreflexivos que dijeron, por ejemplo, que el 55% de la población era idiota: la política adolescente. U otros dinosaurios que se negaron inicialmente a saludar al presidente electo, en fin. Más paradójica aún fue la reacción del gobierno, que después de una descarada intervención en la elección, se atrevió a decir que había sido una derrota electoral pero no política, que sus ideas habían triunfado. Nuevamente la política adolescente, la pequeñez.
No cabe duda que Bachelet y su gobierno son los grandes perdedores de esta elección. Bachelet declaró en su gobierno que era la continuadora de Allende y gobernó siempre mirando al pasado. Los resultados de su gobierno fueron lamentables y esa es la primera lectura de la elección. El país como un todo retrocedió y quiere volver a avanzar. Si algo de Allende logró Bachelet fue nuevamente la polarización del país. No es un tema fácil de arreglar.
Pero hoy es tiempo de mirar al futuro, dejar el pasado a la sabiduría de la historia y construir un país para todos en base a grandes acuerdos nacionales. El pasado nos divide una y otra vez; solo en el futuro podemos encontrar un país mejor para todos. Basta de retroexcavadoras o de sectores tratando de imponer sus ideas a cualquier precio. Avanzar sin transar no es y nunca ha sido el camino de una sociedad. El lema es justo al revés, transar para avanzar lejos. Nuestra sociedad es hoy muy distinta, pero claramente no la entendemos. La izquierda dura sigue pensando en la lucha de clases y el gran Estado, pero hoy hay quizás decenas de clases sociales en Chile, lo que no admite caricaturas ni eslóganes. No basta la popularidad o las buenas intenciones; se necesita conocimiento, experiencia, capacidad de gestión y, por cierto, una política madura.
Como resultado de décadas de progreso, iniciado en el gobierno militar y continuado por la Concertación, hoy ya somos un país de clase media. Pero eso no es solo un tema económico de ingresos; es un tema cultural y muy diverso que nuestras universidades no han investigado seriamente.
La mirada al futuro no es un “modelo” o una maqueta de sociedad, es más bien un conjunto de sólidos principios que hace que haya progreso para todos. Cada individuo es único en el planeta, y queremos un sistema colectivo que respete esa condición, y que permita que cada cual sea lo máximo de lo que es en esencia. Al gobierno le cabe administrar esas reglas, al Congreso le corresponde adecuarlas cada vez que es necesario, y a la justicia que se cumplan.
Sin crecimiento económico, efectivamente no hay posibilidad alguna de desarrollo social. Sin justicia justa e independiente no hay sociedad. Sin gobierno eficiente y transparente solo hay retroceso. El Estado debe ser un facilitador, no una carga difícil de llevar para la sociedad como lo es hoy en Chile. Con delincuencia y corrupción se pudre todo. Sin libertad no hay felicidad. Sin respeto y tolerancia la política se vuelve adolescente. Sin grandes acuerdos no hay progreso real.
No existe ni una sociedad ni una persona sin problemas. Este no es el paraíso, es la tierra, la imperfección esencial. Pero se puede progresar y mejorar. Por eso, es tiempo de unidad nacional en base a grandes principios de convivencia para mirar al futuro. No es la “lucha”, es la colaboración.
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December 23, 2017
La alternancia
El nuevo triunfo de Sebastián Piñera ha venido a confirmar uno de los rasgos del ciclo inaugurado con la derrota de la Concertación en 2010: la alternancia en el poder definitivamente se instaló en nuestra normalidad democrática. Más allá de la significación que cada sector pueda atribuir a sus victorias y sus derrotas, el hecho es que el Chile de la transición, el país donde unos estaban condenados a ganar y otros a perder, se terminó para siempre.
Que el riesgo de la derrota se instale en el horizonte de los actores políticos conlleva consecuencias. En primer lugar, los gobiernos y las oposiciones dejan de sentirse impunes frente a su desempeño, saben desde el inicio que sus acciones pueden llevarlos a la pérdida del poder o a acceder a él. La instalación de este escenario de competencia efectiva contribuye a debilitar las pretensiones de superioridad moral o de legitimidad democrática excluyente. En rigor, el nuevo orden hace insostenible la idea de que los atributos para ser mayoría se encuentran en un solo lado. Ahora esos atributos no pertenecen a ningún sector, sino que deben ganarse en una contienda democrática donde la evaluación del gobierno de turno también está puesta en juego.
La alternancia en el poder tiene otra derivada significativa: todo proyecto político está obligado a definirse asumiendo que tiene al frente otro distinto, que también posee opciones de ser mayoritario. Por tanto, ya no se puede ofrecer cualquier cosa ni hablarle solo a los partidarios, como ocurre cuando la prolongada ausencia de alternancia lleva a pensar que el país “es” mayoritariamente de derecha o de centroizquierda. Cuando las mayorías no están escritas en los astros sino que se ganan o se pierden en la tierra, es más difícil que algún sector tenga la pretensión de imponer agendas fundacionales o lógicas de retroexcavadora. Saber que la posibilidad de convertirse en minoría se encuentra siempre a la vuelta de la esquina contribuye al final a la moderación.
Por último, la normalización de la alternancia posee una virtuosa y a la vez paradójica consecuencia: la amenaza del cambio de gobierno incentiva a asegurar la continuidad. Ningún sector en el poder quiere que su “legado” sea desdibujado por la siguiente administración. Para ello requieren una base de acuerdos lo más amplia y transversal posible, apuntar a construir una agenda de mínimos comunes y no una basada en el disenso y la polarización. Eso fue precisamente lo que el segundo gobierno de Michelle Bachelet nunca entendió: confiados en que la mayoría de centroizquierda era una constante histórica, impulsaron un programa de cambios sin considerar a la otra mitad del país, apostando a la anulación de ese Chile que pensaba distinto y no a su inclusión.
Hoy el Chile negado por las reformas de Bachelet la derrotó política y electoralmente, confirmando que haber visto a la alternancia de 2010 como una “anomalía” fue parte de los muchos errores de diagnóstico cometidos por la centroizquierda tras su primera derrota. Ahora será necesario asumir que la alternancia forma parte de los grandes cambios socioculturales vividos en el país en las últimas décadas; y afortunadamente todos, sin excepción, tendrán que aprender a convivir con ella.
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El primer gabinete
Es difícil negar que el resultado de la elección presidencial dejó a la derecha en una situación histórica. Por un lado, la rearticulación de la centroizquierda será tan larga como dolorosa, y esta vez no habrá figura salvadora que permita volver a esconder los problemas bajo la alfombra. Por otro lado, la contundencia del triunfo de Sebastián Piñera le permite a la derecha asumir el poder con una legitimidad que ni soñaba. Se abre así una oportunidad gigantesca, que constituye también un desafío complejo. En efecto, la elección mirada en su conjunto constituye una dificultad en sí, pues habla de una ciudadanía cuyo mensaje sigue siendo enigmático (por lo mismo circulan tantas tesis alternativas que, no sin cierta precipitación, han querido brindar la lectura definitiva de un país que se está moviendo).
En este contexto, el primer reto del Presidente electo está evidentemente en la conformación de su gabinete. Se trata quizás del nombramiento más importante desde 1990, y Piñera se juega mucho en el modo de enfrentar la ecuación. Es difícil predecir cuáles serán los énfasis porque, en las últimas semanas, el piñerismo ha oscilado entre la euforia exitista que antecedió a la primera vuelta, la desesperación antes de la segunda vuelta y la satisfacción final por un resultado sorpresivo.
El gabinete es fundamental porque reflejará la exégesis que el mismo Piñera realiza de un momento particularmente incierto. ¿Cuántos jóvenes, cuántos políticos, cuántos técnicos? ¿Cuántos provenientes del sector privado, cuántos que tengan un compromiso más definitivo con lo público? ¿Cuántos que respondan a una lealtad puramente personal, cuántos con peso propio? ¿Cómo conformar el equipo político, a quiénes perfilar como eventuales delfines? ¿Qué herramientas conceptuales manejarán los ministros de carteras sensibles?
Cada una de estas preguntas tiene sus dificultades y el Presidente estará obligado a tomar decisiones entre objetivos distintos y difícilmente conciliables entre sí.
Como fuere, estos son los momentos que revelan el auténtico talento. El estadista se caracteriza precisamente por su capacidad de educir un hecho político original desde una situación marcada por la incertidumbre, a partir de un esfuerzo de comprensión política. Para lograr algo así se requiere inteligencia y sentido práctico, además de buenas dosis de audacia. Dicho de otro modo, el gabinete de Piñera no puede ser conservador ni complaciente, ni menos una repetición de caras y de lógicas usadas, precisamente porque la ciudadanía exige categorías distintas a aquellas que la élite ha privilegiado hasta ahora.
El país debe ser comprendido, pero también debe ser liderado: la realidad no es una materia inerte que los políticos deban aceptar sin más. En su gobierno anterior, Sebastián Piñera -más allá de sus éxitos en gestión- mostró poco de esto. La historia le brindó, raro privilegio, una segunda oportunidad, al mismo tiempo que le dobló la apuesta. El primer error sería no tomarse en serio las dimensiones históricas del desafío.
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La rubia tarada
Que la realidad es capaz de superar cualquier fantasía es un hecho innegable. Para comprobarlo, bastó con revisar por estos días algunas cuentas de Twitter. De hecho, confieso que me esforcé durante la semana por escribir algo más hilarante, exótico y provocador que Karol o Huguito, pero mi creatividad tiene límites.
Nunca se me habría pasado por la cabeza acusar una invasión de rubios y rubias en Recoleta, ni menos tratar a los electores de idiotas, aunque en el sentido griego de la palabra, como nos aclaró más tarde Platón Gutiérrez.
Mención especial para los eruditos que han pretendido relativizar el triunfo de Piñera con la tesis de que solo consiguió el 25% del universo potencial de electores. El broche de oro, en esta categoría, se lo llevó el historiador de best sellers con su conclusión de que el 25% terminó determinando el futuro del “restante 100%”. Está bien, no hay que ser matemático para escribir historietas sobre héroes patrios, pero que la torta sume 125% podría, al menos, llamar su atención.
Concedamos un par de líneas también para la actriz que ve en el Club de Polo el sueño aspiracional de todo chileno, para los insolentes que tratan a las personas de “fachos pobres” y para todos los hippies de cuarta categoría que acusan al resto de consumidores desaforados e indolentes.
Para todos ustedes, como dijo el rey de las encuestas, don Chino Ríos, va el siguiente mensaje: súbanse a una tortuga y se van despacito a donde ya saben.
La locomotora que les pasó por encima el pasado domingo no fue otra cosa que el resultado de sus propios errores. Se los recuerdo por si les llegó la amnesia: inventaron un candidato porque algo figuraba en las encuestas, le otorgaron licencia a Elizalde para que jubilara a Lagos, desdeñaron las primarias, le dieron la espalda a Bachelet en primera vuelta, se juraron ganadores con el 22,7% y volvieron a abrazar a Bachelet antes de la segunda vuelta.
El triunfalismo del que hicieron gala previo a la segunda vuelta se convirtió en vuestro peor enemigo, porque terminó movilizando a esos miles de “rubios” e “idiotas” que no querían ver al exrostro con la banda presidencial. Y por eso, lamento comunicarles, ese domingo en la noche, el aire capitalino olió a alivio.
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El proyecto de ley “Machuca”
El senador electo Felipe Kast anunció esta semana que impulsará una ley que él bautizó como “Machuca”. El proyecto obligaría a que los colegios privados incluyeran en su matrícula alumnos “socioeconómicamente desfavorecidos”, es decir, niños y niñas pobres que tendrían la posibilidad de recibir una mejor educación en establecimientos privados. La cuota sería de un 10% por colegio, explicó el también líder de Evópoli.
Felipe Kast usa para su proyecto el nombre de la película de Andrés Wood, una cinta sobre la frustrada amistad de dos niños en un mundo fracturado. Porque Machuca no es una reflexión sobre las políticas de enseñanza, sino la recreación de un proyecto privado, impulsado por un sacerdote católico en un momento de crisis en la historia nacional. Un período que acabó con el Golpe de Estado.
Wood usó sus recuerdos como alumno del Colegio Saint George para reconstruir en una película algo de lo que él mismo fue testigo, un programa de beneficencia que se transformó con los años en una especie de leyenda entre la clase alta santiaguina. El cura a cargo de la dirección del colegio quiso matricular como alumnos a un grupo de hijos de pobladores que vivían en un campamento cercano. El sacerdote buscaba hacer algo de justicia por la vía de la caridad y la culpa. Logró su objetivo, pese a la resistencia de buena parte de los apoderados. Machuca recrea ese proceso con guiños que sólo los chilenos entenderíamos, como por ejemplo el juego de apellidos entre los personajes protagonistas: de un lado está Infante y del otro el chico que le da el título a la cinta. Para un español o un argentino son sólo dos apellidos, más allá de nuestras fronteras a nadie se le ocurriría que uno de los apellidos es “mejor” que el otro, en cambio aquí sabemos que sí hay diferencias, que ambos encierran un mundo de distancia y que el encuentro entre ambos será dificultoso y hasta violento.
¿Llamaríamos actualmente “inclusión” al proyecto recreado en Machuca? ¿Pensaríamos que un experimento así provocaría un cambio social?
¿Cuánta cuota de crueldad y voluntarismo puede desatar un plan como ese?
La historia de Machuca está contada desde el punto de vista del niño Infante, por lo tanto, nunca vemos los liceos ni las escuelas desde donde llega el puñado de alumnos pobres a encontrar un espacio en el colegio privado. Naturalmente, ante los ojos del niño protagonista esos datos se acercan a la irrelevancia; basta tener la certeza de que se trata de un universo en el que todo marcha mal y que no tiene remedio. Las señales que Infante recibe son esas y se resumen en una dificultosa operación de salvataje que tiene como momento crítico la reunión de apoderados, cuando las heridas de la historia se abren.
La idea de la escuela pública como un territorio oscuro del que hay que escapar es justamente la arista en la que coinciden el proyecto de Felipe Kast y la película: no hay en absoluto una valoración de esa institución, porque ésta pertenece al ámbito de lo ominoso y desconocido, algo que ni siquiera alcanza a ser retratado, un mundo oscuro, sin memoria ni destino. La lógica de la Ley Machuca combina este supuesto con el de la beneficencia o caridad de raíz religiosa y la hegemonía de la competencia como única perspectiva de la enseñanza. Quienes quieran salvarse deben demostrar que se lo merecen. Un razonamiento que se transformó en parte del sentido común y que funciona de manera automática, por algo el gran tema en educación durante los últimos años no fue la enseñanza pública, sino la gratuidad universitaria, que vista descarnadamente no es otra cosa que un voucher que se les otorga a individuos que cumplen ciertos requisitos. Lo mismo que el concepto del “liceo emblemático”, islotes a los que sólo unos pocos pueden acceder.
La Ley Machuca es la expresión de que ese sentido común continuará imperando; que la escuela pública como un espacio de encuentro al que cualquiera puede acceder, un ámbito cultural en sí mismo y no sólo como un hervidero de resignación para niños pobres, es una idea ajena, exótica, algo que sólo funciona en el resto de Occidente desarrollado. Ese universo ajeno en donde no hay apellidos mejores que otros y en donde la educación es algo más que un mero gesto de caridad que salva a unos pocos y condena a la mayoría al fracaso.
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Progresistas del mundo, uníos…
La debacle de la NM podría haber sido y quizás debió ser peor. Guillier bien pudo recibir muchos menos votos, pero para su fortuna o menor infortunio contó con la inyección de adrenalina que infiltró en las varicosas arterias de la coalición que capitaneaba -“capitanear” es solo un modo de hablar- el contingente de votantes a su favor salido de los “millennials” y el suero de embalsamador de los senescentes políticos que se arriman a esa cohorte etaria en afanosa búsqueda de la Fuente de la Juventud; a ellos se sumó, como siempre se suma, el batallón de los oportunistas y el regimiento de los rabiosos profesionales, viejos militantes y simpatizantes a veces transmutados en ancianos alternativos, valetudinarios que con un vago aire de artistas o artesanos deambulan por la vida con cintillo, cola de caballo, barba cana y aire taciturno. Sumando todo eso fue como Alejandro obtuvo su 45%.
Los pecados capitales cometidos por dicha coalición son suficientes para condenarla a una larga estancia en el noveno círculo del infierno, pero aun así, pese a lo colosal de sus errores, no habrá un acto de contrición; todo señala que sus falencias doctrinarias, reliquias del pensamiento marxista decimonónico, seguirán sin ser devueltas al lugar desde donde nunca debieron ser extraídas, un Museo de la Memoria basado en el perpetuo olvido. Dicho cuerpo teórico está tan muerto como el de Lenin, pero como este puede ser periódicamente reciclado, para lo cual el sector dispone de una técnica tanatológica llamada “autocrítica” ideada y usada en las asambleas del Partido Comunista de la Unión Soviética. En ese entonces se hablaba de “culto a la personalidad” y hoy se habla de “falta de unidad”, “mala comunicación”, “campaña amateur”, “mal liderazgo” y hasta se reprocha al gobierno su gestión, el mismo gobierno al cual hasta hace unos días consideraban testador de un gran “legado”. Incluso es posible, como hizo el diputado Gutiérrez, calificar al pueblo como “idiota” y/o “fascistas pobres”.
La postura de los jóvenes del FA tiene explicación más respetable o siquiera esperable. Es simplemente normal que cada nueva generación sea protestataria, contestataria, progresista o revolucionaria con un tono y contenido muy dependientes de quién haya sido el primer profeta que les predicó y los capturó ya desde los 15 a 17 años o su equivalente en edad mental. Siendo así, era natural que se volcaran en gran número a esa agrupación y finalmente una parte importante de ellos -pero menos de los necesarios- marcara aunque a regañadientes el número 4.
Peso muerto…
Guillier también contó con un artificio prostético, el vasto contingente del clientelismo estatal creado por la actual gobernante. En este caso votar por Guillier era un tema de supervivencia. Hablamos de miles de ciudadanos incorporados al Estado -más sus familias- y a quienes podemos ahora imaginar haciendo gestiones para atornillarse a sus cargos con toda clase de inamovilidades y/o sembrando currículum para alivianar la Transformación Profunda desde los sueldos de varios palos a cambio de nada a la condición de salarios de mierda a cambio de trabajo. Finalmente, a ellos se sumaron contingentes de políticos profesionales o semiprofesionales de la izquierda y también sus respectivas familias, altos y medianos funcionarios de gobierno y esa ciudadanía, entre porfiada y masoquista, que ha adherido a la llamada causa popular desde su juventud y lo siguen haciendo con la misma persistencia con que las beatas acuden diariamente a misa.
Sumándolos a todos no es poca gente, pero su gravitación “pesa” sólo en el pasivo sentido con que se marcan kilos en una balanza acumulando sobre ella un objeto inerte sobre el otro. Quienes hagan cuentas alegres a base de ese cuerpo exánime serán muy pronto decepcionados. Desde el punto de vista de la dinámica de la historia, ese 45% es solo tara, un bulto voluminoso pero obsoleto, masa electoral similar a la de los votantes que aún le quedan a la Democracia Cristiana -y a los radicales- pese a no representar doctrinariamente nada y a que hoy, peor aun, ni siquiera representa la posibilidad de pitutos. Dicho sea de paso, este hecho tal vez la incentive, como a veces lo hace la pobreza, a un redescubrimiento espiritual de sus raíces.
El fondo del asunto
El trasfondo del descalabro del progresismo -que en su porfía por negar la realidad quiere creerse estratégicamente triunfante porque Piñera tomó, por razones electorales, un par de sus banderas- no son ni el poco trabajo en su territorio favorito, la calle, como tampoco deriva de una mala campaña y/o de la mala gestión del gobierno, el cual súbitamente pasó de la condición de testador de un Gran Legado a la de deudor impenitente. Tampoco es por la “falta de unidad”. Esos factores son derivativos, menos causa que efecto. Es verdad que hubo poco ánimo y mala campaña porque hubo desunión, pero hubo desunión porque carecieron de un referente sólido y convincente alrededor del cual unirse; por la misma carencia doña Michelle administró una sistemática mala gestión porque la buena requiere anclaje sólido para diagnosticar y recetar y mano hábil para ejecutar.
Esas fatales carencias derivan, a su vez, del mismo factor fundamental: el colapso del sistema ideológico que sostenía a la izquierda, hoy rebautizada “progresismo”. Brutal fue la desintegración del sistema doctrinario de dicho sector, aunque sólo gradualmente se notan sus efectos. Se ha desplomado la visión apocalíptica anunciando inminentes explosiones sociales y/o el fin del capitalismo, ha fracasado por doquier su agenda económica obsesivamente centrada en la repartija y el saqueo de “los ricos”, no ha resuelto nada su mórbido malestar ante las desigualdades y siempre lo ha perjudicado todo su desconfianza visceral ante el lucro; tampoco ha tenido éxito su inclinación apasionada por los colectivismos y otras fantasías comunitarias originadas posiblemente en la “Ciudad del Sol”, experimento social de una secta protestante del siglo XVI que terminó en degollina, como no han contribuido sus experimentos de ingeniería social llevando inevitablemente al universo del Gulag, al comité de vigilancia de barrio, a una total e intolerable arrogancia ideológica y a un envidioso y resentido desprecio del mundo “burgués”; de esto último tenemos muestras al por menor en los dichos de Gutiérrez o de Francisco Vidal, este último en versión aun más “popu”.
Ante tan notorio derrumbe, los progresistas criollos han ido sustituyendo algunos ítems o denominaciones del viejo y tradicional producto; de profesarse de izquierda pasaron a proclamarse progresistas, de tener doctrina hoy enarbolan una “narrativa” y de proponer planes quinquenales o programas de verdad ofrecen listas de lavandería e incisos de quita-y-pon; ya no se trata, en suma, de un pensamiento articulado sino de balbuceos indignos del pasado que tuvo la izquierda en este y otros países. Incluso, un burdo monumento en el estilo del realismo soviético tiene alguna dignidad si reposa en sí mismo, pero los pigmeos de academia y pasillo de hoy no han sabido sino ofrecernos souvenirs de plástico.
Cosmogonía en reversa
Por milenios se creyó que el sol orbitaba alrededor de la Tierra y se sostuvo dicha creencia con argumentos cada vez más especiosos, pero hasta la Iglesia ya ha reconocido -con un pequeño atraso de cuatro siglos- que Galileo estaba en lo cierto. ¿Sucederá lo mismo con las doctrinas progres que han acaparado la atención desde la Primera Internacional en adelante, salvo el paréntesis del nazismo? Muy dudoso. La postura progresista no depende de tal o cual proposición sino de estados anímicos y apetencias jamás satisfechas y frustraciones a fuego lento. De ahí que cíclicamente levante cabeza. Podrá haber curas pedófilos, pero se sigue deseando oír a quien promete la vida eterna; podrá haber administraciones izquierdistas desastrosas, pero intermitentemente vuelven a nacer y desarrollarse los resentimientos y rabias que son el alimento de que viven. Progresistas del mundo, podéis estar tranquilos.
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