Zoé Valdés's Blog, page 3152
January 28, 2011
Fallece la madre de Ileana Ros-Lehtinen.
En paz descanse, mis condolencias para su familia. En El Nuevo Herald.
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Mubarak saca los tanques.
Cada vez me da más ganas de hacer de cuerpo el cine cubano.
No se pierdan esto, ¿y no eran ellos los que decían aquello de El cine es un arte…? No se pierdan la entrevista con el director, un auténtico zombi ñángara. En El País.
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Muertos y heridos en un motín en una cárcel de Santa Clara, según la oposición. Escuche la entrevista a Martha Beatriz Roque por Heriberto Leyva.
Escuche el audio en Cuba, Democracia y vida.
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Iranium. La película.
Last week, Canada's Free Thinking Film Society — love that name — was scheduled to screen Iranium, a new documentary about the regime that has ruled Iran since 1979, its drive to acquire nuclear weapons, and the dangers that poses to the West. But then the Iranian embassy complained and — coincidently — threats and "suspicious letters" were received at the National Archives in Ottawa, where the event was to take place. The Archives cancelled the screening and shut the building. Archives spokeswoman Pauline Portelance explained: "We deemed the risk associated with the event was a little too high."
Apparently, however, officials above her pay grade recognized that allowing Iranian theocrats to set the limits of free speech in Canada's capital would run an even higher risk. It was given to Minister of Heritage James Moore to deliver a Churchillian response."This movie will be shown, the agreement will be kept," he said. "We will not be moving it to a different facility, we're not bending to any pressure. People need to be kept safe, but we don't back down to people who try to censor people by threats of violence. Canada does not accept attempts from the Iranian Embassy to dictate what films will and will not be shown in Canada."
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La justicia chilena investigará por primera vez la muerte de Salvador Allende.
Martí: bautismo de "el Pollo", estrategias mambisas, y otros documentos…
En Hojas de prensa para la historia de Cuba, suplemento de Memorandum vitae. de Javier de Castromori.
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Firmado en La Habana. Por Iván García.
January 27, 2011
La pluma de José Martí.
En el retrato, en el que él aparece absorto en la escritura de sus versos dedicados a la Eva desnuda que deshoja una violeta en el té, da la sensación de que la pluma se mueve ligeramente. Lucía recuerda un paseo por el museo, de mediodía, y el sol endiablado embrujaba a los vitrales con la luz que entraba tamizada por el polvo. A ella le fascinaba contemplar tres retratos: el de Ignacio Agramonte, el de Carlos Manuel de Céspedes, el de José Martí.
El 5 de abril de 1870, a Martí (cumplidos los diecisiete años) se lo llevaron preso a las canteras de San Lázaro, que en la época se hallaban situadas al final del Paseo del Prado, cerca del actual túnel de la Bahía de La Habana. Allí ha quedado la celda, como monumento histórico.
Hay días en que Lucía despierta y de súbito piensa muy hondo en ese José Martí tan joven, casi un niño, arrancado de su familia, acusado de conspiración, que es de lo que siempre acusan a los soñadores de la libertad. La causa que dio origen al encarcelamiento fue un intercambio de cartas con su condiscípulo Fermín Valdés Domínguez; fue por no traicionar la amistad. José María de Mendive, en el mestizaje de su familia, su madre criolla, su padre español, y en los años del presidio se asienta la clave de la obra y la misteriosa personalidad del más grande poeta, pensador, político y revolucionario de Cuba.
Una madrugada cuando todavía Lucía vivía en Mercaderes 2, no podía dormir debido a la bulla de una música demasiado estridente, baterías, guitarras eléctricas, tambores que atravesaban las paredes, provenientes del Seminario de San Carlos y San Ambrosio. ¿Qué festejaban los monjes y los seminaristas a esas horas? Se vistió y salió a caminar sin rumbo fijo por el borde del Parque de los Enamorados; sin reparar apenas en el trayecto recorrido, de repente, se halló frente al monumento que recuerda la celda circular de Martí. Lucía se estremeció y fue a sentarse en el césped húmedo, su cuerpo resbaló hacia un hueco y allí descansó, arrebujada.
Entonces apareció él, semejante a como estaba en la antigua foto, pelado al rape, vestido con ropas claras, del color de cal de la piedra, muy delgado, y la cara borrosa aunque nacarada. Ella pudo percibir la delicadeza de los pies, ahora llagados, y el grillete que empezaba en su tobillo y terminaba en una pesada bola de hierro. La joven se levantó y avanzó hacia la presencia opalada. Pero él la detuvo con un gesto firme de su mano larga y huesuda. No estaba triste, ni sentía dolor, era una figura irreal plena de amor.
Al rato se acercó un policía a pedir a la joven el carnet de identidad, la despertó con una patada en los riñones. Ella se desperezó, hurgó en su bolsillo y extrajo el documento. El policía advirtió:
-Deberá acompañarme a la Unidad. Es raro, me parece conocer ese nombre de Lucía Jerez, tal vez alguna delincuente a quien tenemos fichada.
Ella contestó airada que no iría a ninguna estación, que no había hecho nada malo; mintió con el argumento de que se había quedado dormida, que sólo esperaba a unos amigos con quienes se había dado cita. El policía vaciló, pero se acordó de que había quedado con un colega para cobrar un dinero por un decomiso de cocaína que el otro había revendido y la dejó partir.
Podía jurar que Martí se le había aparecido antes de la estúpida interrupción del policía. Ella no apreciaba mucho al Martí político que obligaban a estudiar en la escuela; consiguieron empachar a los estudiantes con las consignas patrióticas martianas traídas por los pelos y fuera del contexto en que habían sido expresadas en su momento. Lucía prefería al Martí de los Versos Libres o los poemas eróticos; también apreciaba sus textos de viajes, el epistolario. El descubrir su pensamiento sin recetas dirigidas inoculó en ella inquietudes jamás resueltas. En la sencillez de Martí radicaba su misterio, y su espíritu generoso lo condujo a idealizar un país.
Lucía regresó cabizbaja al cuarto de Mercaderes. Estaba enamorada de un hombre que siempre justificaba su perenne ausencia con pretextos banales; pasaba la mayor parte del tiempo sola, escribía en un diario, leía libros prohibidos. Subió la escalera de puntillas sin querer hacer ruido. En el fregadero colectivo la pila goteaba eternamente. El cuarto del pintor Julián Marea se hallaba iluminado. Al pasar junto a su puerta, ésta se abrió, y el pintor sonrió frente a ella, con el torso descubierto, desnudo de la cintura para arriba a causa del intenso calor.
-No puedo dormir por culpa de este maldito verano que no se acaba nunca -se lamentó con voz cansina- Pasa, te invito a tomar un té, o un café. No tengo agua fría. Agua bomba es lo que puedo ofrecerte.
Ella se decidió por el café, bien azucarado y más prieto que la noche. Hablaron de cualquier tontería. Luego Marea le confesó que veía espíritus, y que en el cuarto del abogado había presentido a Juan Gualberto Gómez mientras preparaba la Guerra del 95, acompañado de José Martí. Era un dato cierto, ellos se habían reunido en ese mismo edificio, antes un convento, y precisamente en el cuarto habitado ahora por Lucía, para una nueva y definitiva conspiración.
-Dicen que fue en mi cuarto donde conspiraron -añadió ella.
-Sí, sí, pero también estuvieron desplegando mapas ahí, donde ahora vive el abogado.
Julián Marea y Lucía Jerez se despidieron con naturalidad, convencidos de que los fantasmas los espiaban. Aunque ella no le había dicho nada al pintor de la aparición que había tenido en sueños. Llegó a su cuarto, la fiesta del Seminario había cesado. Era casi el amanecer.
En el cuarto no había ventanas, apenas un ojo de buey que ella había aprendido a tapar con un cojín para que, cuando durmiera durante el día, la luz no rompiera la deseada oscuridad. Lucía se tiró deshecha encima de las sábanas perfumadas con jazmín. Su madre viajaba al Cerro a buscar jazmines y a falta de jabón restregan la ropa con flores.
El padre curaba sus llagas. La madre había ido a verlo también y lloró amargamente, aún apretaba sus manos, rogaba a dios que le diera fuerzas para contener su ira delante del hijo. Las manos del padre colocaron almohadillas que doña Leonor había cosido con la intención de separar los hierros de las heridas purulentas.
Comió un poco, no pudo más, porque el sufrimiento de sus padres le cortaba el apetito. Ellos se marcharon entristecidos, y él apreovechó que le quedaba una hora de descanso. Fue a tirarse en un hueco de la tierra, hacia donde resbaló su enjuto cuerpo. Los párpados se cerraron y engulleron su alma y toda esa pesada realidad en un sueño muy hondo.
Entonces reapareció en una ciudad cuya arquitectura distaba mucho de la de su época. Era un joven inteligente y enseguida se dio cuenta de que había viajado al futuro. Estudió sus piernas, aún andaba adolorido, y arrastraba grillete. Se avergonzó de lo empercudido que se veía y sacudió su cuerpo como pudo del polvo de las canteras. Sin embargo, el dolor de las heridas se fue atenuando y advirtió que se hallaba en el mismo sitio donde lo habían metido preso. Sólo que alrededor de su celda se erguían extraños edificios; en una esplanada se alzaba una estatua ecuestre, y a sus pies descansaba una muchacha unos pocos años mayor que él, dormida en posición fetal, que es la posición de los perseguidos. Ella abrió los ojos, seguramente asustada ante su presencia. "No -se dijo-, no tiene miedo. Pero me conoce, aunque yo no a ella."
La joven se levantó, extendió la mano, hizo un gesto como para aproximarse a él, pero él se lo impidió con otro gesto de la mano demasiado imperativo. Los focos de luces potentes de una guagua hirieron sus pupilas, nada acostumbradas a este tipo de extraña maquinaria. Cayó fulminado. El militar español lo despertó de una patada en los riñones, debía apurarse y regresar al trabajo forzado de las canteras.
Las campanadas de la Catedral tocaron las tres de la tarde. El cuarto estaba invadido por el humillo azul de un tabaco. Alguien observaba su desnudez mientras fumaba a corta distancia de ella. El desconocido había quitado el cojín del ojo de buey, pero Lucía no consiguió identificarlo, el halo bañaba la silueta a contraluz. Garabateaba sobre un papel y la pluma de oca temblaba en su mano.
Zoé Valdés.
De mi libro Los misterios de La Habana. Editorial Planeta, 2004.
Pueden leer también Mujer de Martí.
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Sobre Disidencias y Totalitarismos. Por Camilo López-Darias.
En Gaceta de Cuba, El Diario del Exilio.
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