Nieves Hidalgo's Blog: Reseña. Rivales de día, amantes de noche, page 30
May 2, 2017
Destinos cautivos: Una reseña estupenda

Hay otros secundarios de lujo como Juana de Castilla, su hijo Fernando, Germana de Foix (segunda esposa de Fernando, el Católico, y después amante de su nieto Carlos...) a los que se unen otros sacados de la imaginación de Nieves.Y hay una aventura, acción, peleas, tensión sexual y amor.Una lectura que me ha encantado... sigue leyendo.
Published on May 02, 2017 11:11
April 29, 2017
Más buenas críticas para A las ocho, en el Thyssen

Me alegra mucho seguir recibiendo tan buenos comentarios de mi última novela. A las ocho, en el Thyssen está gustando mucho y yo me siento muy feliz por ello.
Aquí os dejo un trocito de una de las últimas críticas que ha recibido. Podéis leerla completa aquí:

Published on April 29, 2017 04:26
April 15, 2017
Preciosa reseña para A las ocho, en el Thyssen

El blog En mi rincón de leer ha realizado una preciosa crítica de mi última novela, A las ocho, en el Thyssen. Os invito a que paséis a leerla y de paso a que os animéis a seguir este blog hecho con muy buen gusto.
Aquí os dejo un trocito para de la crítica:
Solo me queda añadir que ha sido uno de los libros que más me ha gustado últimamente, de los que te fastidia terminar, enamorada sin remedio de Alex y envidiando a Lucía y deseando que Nieves Hidalgo nos deleite con más.Sin duda os lo recomiendo, lo pasaréis genial y sufriréis un poquito. Sigue leyendo pinchando aquí.
Published on April 15, 2017 12:17
April 12, 2017
A las ocho, en el Thyssen. Booktrailer
Ya está a la venta desde el día 11 de abril mi última novela, A la ocho, en el Thyssen. Aquí os dejo el bootrailer que espero os guste y os anime a leerla.A la venta en todas las plataformas digitales, y por supuesto, en Amazon.
Published on April 12, 2017 10:05
April 7, 2017
Lee La Bahía de la Escocesa
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Distrito de Westminster, Mayfair, Londres
Ladislaus Mortimer era un hombre de complexión delgada, aspecto taciturno, rostro severo. Servía en la mansión Braystone desde que le alcanzaba la memoria y siempre se había sentido muy cómodo con la familia. Pero ahora estaba irritado. El antiguo conde había sido un caballero tranquilo, de gustos sencillos; como su esposa, la difunta lady Anabell, Dios los tuviese a ambos en su Gloria. Y él, en consecuencia, había disfrutado de una vida plácida, sin sobresaltos. Hasta que el actual conde se había hecho cargo del título, decidiendo pasar algunos meses al año en Braystone Castle y el resto en Londres. Cuando el joven estaba en la ciudad, Mortimer andaba de cabeza. Aunque, pensándolo bien, era mucho peor cuando lo acompañaban en Braystone Castle los dos hermanos menores, más pendencieros aún que milord.
Descorrió las gruesas cortinas para que la luz inundara la recámara. Se volvió hacia el lecho y aguardó, con las manos en las solapas de la chaqueta. Tosió varias veces, pero quien ocupaba la cama no dio señales de haberlo oído, así que se acercó y le tocó el hombro.
—Señoría —llamó.
La figura contestó con un bufido, pero no se movió. Mortimer aguardó unos segundos e insistió.
—Milord. Las mantas se levantaron de sopetón, y bajo ellas apareció un rostro moreno,de cabello oscuro, revuelto, que abrió sólo un ojo enrojecido e irascible que clavó en él.
—Un día de éstos, te rebanaré el cuello. ¿Me oyes, Ladislaus?
—Sí, milord.
Christopher volvió a cubrirse la cabeza.
—¿Qué hora es?
—La una y media, señor.
Se oyó un juramento de grueso calibre, se produjo un revuelo de ropa y el conde salió de la cama como si se hubiera encontrado una cobra entre las sábanas. Se quedó de pie, parpadeando, desnudo como su madre lo trajo al mundo, desconcertado. Se frotó la cara y enfocó a su ayuda de cámara.
—¿La una y media?
—Eso es, milord.
—¡Demonios! —Mortimer le alcanzó una bata, que se puso de inmediato—. ¿Por qué no se me ha despertado antes? Tenía una cita, ¡maldita sea!
—Lo intentamos, señoría, pero Peter está aún tratando de recuperarse del susto.
—¿Qué?
—Que casi se abre la cabeza, señor.
—¿Qué le ha sucedido?
—Ha venido a llamarlo, milord. Pero ha acabado en el pasillo, junto con un candelabro.
Christopher se quedó boquiabierto.
—¿Que yo...? ¿Cómo puede ser?
—No ha pasado nada, milord, sólo el susto —zanjó el ayuda de cámara—. Su baño está preparado, señor.
Chris se maldijo mentalmente y maldijo a Ruppert y al ministro. Debía de haber llegado como una cuba para proceder de ese modo. Tenía que disculparse con Peter, porque su comportamiento no tenía excusa.
—Bajaré en un momento. —Se dirigió al cuarto contiguo—. Y dile a Peter que quiero verlo, por favor.
—Sí, señor. Por cierto, lady Agatha y lady Eleonor han llegado hace horas. Poco después de que su señoría se acos... Quiero decir, después de que lord Amsterdill acostara a milord.
Se fue sin hacer ruido. Gresham se quedó mirándolo alelado. La noticia acababa de despejarlo del todo. Cerró la puerta del baño con demasiada fuerza, encogiéndose cuando el ruido retumbó en su cabeza. ¡Condenado Tommy! Lo había hecho emborracharse como un necio. Pero ya ajustarían cuentas. Se quitó la bata y se metió en la bañera con un suspiro. Se recostó, cerró los ojos y recordó la noche anterior. Habían visitado varios garitos. Jugando. Y, no cabía duda, bebiendo más de lo prudente, lo que en él era ilógico.
Peor aún, no había conseguido ningún dato relevante en relación con el asunto que lo ocupaba.
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Ladislaus Mortimer era un hombre de complexión delgada, aspecto taciturno, rostro severo. Servía en la mansión Braystone desde que le alcanzaba la memoria y siempre se había sentido muy cómodo con la familia. Pero ahora estaba irritado. El antiguo conde había sido un caballero tranquilo, de gustos sencillos; como su esposa, la difunta lady Anabell, Dios los tuviese a ambos en su Gloria. Y él, en consecuencia, había disfrutado de una vida plácida, sin sobresaltos. Hasta que el actual conde se había hecho cargo del título, decidiendo pasar algunos meses al año en Braystone Castle y el resto en Londres. Cuando el joven estaba en la ciudad, Mortimer andaba de cabeza. Aunque, pensándolo bien, era mucho peor cuando lo acompañaban en Braystone Castle los dos hermanos menores, más pendencieros aún que milord.
Descorrió las gruesas cortinas para que la luz inundara la recámara. Se volvió hacia el lecho y aguardó, con las manos en las solapas de la chaqueta. Tosió varias veces, pero quien ocupaba la cama no dio señales de haberlo oído, así que se acercó y le tocó el hombro.
—Señoría —llamó.
La figura contestó con un bufido, pero no se movió. Mortimer aguardó unos segundos e insistió.
—Milord. Las mantas se levantaron de sopetón, y bajo ellas apareció un rostro moreno,de cabello oscuro, revuelto, que abrió sólo un ojo enrojecido e irascible que clavó en él.
—Un día de éstos, te rebanaré el cuello. ¿Me oyes, Ladislaus?
—Sí, milord.
Christopher volvió a cubrirse la cabeza.
—¿Qué hora es?
—La una y media, señor.
Se oyó un juramento de grueso calibre, se produjo un revuelo de ropa y el conde salió de la cama como si se hubiera encontrado una cobra entre las sábanas. Se quedó de pie, parpadeando, desnudo como su madre lo trajo al mundo, desconcertado. Se frotó la cara y enfocó a su ayuda de cámara.
—¿La una y media?
—Eso es, milord.
—¡Demonios! —Mortimer le alcanzó una bata, que se puso de inmediato—. ¿Por qué no se me ha despertado antes? Tenía una cita, ¡maldita sea!
—Lo intentamos, señoría, pero Peter está aún tratando de recuperarse del susto.
—¿Qué?
—Que casi se abre la cabeza, señor.
—¿Qué le ha sucedido?
—Ha venido a llamarlo, milord. Pero ha acabado en el pasillo, junto con un candelabro.
Christopher se quedó boquiabierto.
—¿Que yo...? ¿Cómo puede ser?
—No ha pasado nada, milord, sólo el susto —zanjó el ayuda de cámara—. Su baño está preparado, señor.
Chris se maldijo mentalmente y maldijo a Ruppert y al ministro. Debía de haber llegado como una cuba para proceder de ese modo. Tenía que disculparse con Peter, porque su comportamiento no tenía excusa.
—Bajaré en un momento. —Se dirigió al cuarto contiguo—. Y dile a Peter que quiero verlo, por favor.
—Sí, señor. Por cierto, lady Agatha y lady Eleonor han llegado hace horas. Poco después de que su señoría se acos... Quiero decir, después de que lord Amsterdill acostara a milord.
Se fue sin hacer ruido. Gresham se quedó mirándolo alelado. La noticia acababa de despejarlo del todo. Cerró la puerta del baño con demasiada fuerza, encogiéndose cuando el ruido retumbó en su cabeza. ¡Condenado Tommy! Lo había hecho emborracharse como un necio. Pero ya ajustarían cuentas. Se quitó la bata y se metió en la bañera con un suspiro. Se recostó, cerró los ojos y recordó la noche anterior. Habían visitado varios garitos. Jugando. Y, no cabía duda, bebiendo más de lo prudente, lo que en él era ilógico.
Peor aún, no había conseguido ningún dato relevante en relación con el asunto que lo ocupaba.
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Published on April 07, 2017 10:39
April 4, 2017
Sorteo preventa A las ocho, en el Thyssen

SORTEO PARA ESPAÑA.
A LAS OCHO, EN EL THYSSEN.
FECHAS DEL SORTEO: 3 de abril a 10 de abril.
Para celebrar la publicación de mi nueva novela, voy a hacer un sorteo a través de mi cuenta de autora en Facebook que espero os guste: Taza para que podáis desayunar junto a Alex, marcapáginas de la novela y un ejemplar en papel de Brezo Blanco que dedicaré a la ganadora. ¿Os animáis a participar? Es muy fácil.
Compartir este post en vuestro muro de facebook
Comprar la novela en PREVENTA
Indicar en el post del cocurso (en mi página de Facebook) que participas y poner la foto del justificante de la compra en mi muro o el vuestro.
Conviene que guardéis el justificante de la compra porque, más adelante, realizaré otro sorteo. Si no tenéis suerte en este, podéis tener otra oportunidad en el siguiente, que será Internacional.
Según os vayáis apuntando os facilitaré un número de participante.
El sorteo se llevará a cabo a través de RAMDOM.ORG.
Os deseo mucha suerte a tod@s y os doy las gracias por acompañarme siempre y por vuestro cariño, que es recíproco.
Published on April 04, 2017 08:46
April 3, 2017
Lee Reinar en tu corazón

—En cuanto se celebre la boda —oyó que decía su padre—, quiero que partáis hacia Francia. La muchacha se incorporó, clavando en él su mirada.
—No me iré hasta que mejore, padre.
La risa cascada de Iván Smirnov provocó ecos en el salón. Hundió los dedos entre los mechones del cabello de su hija, acariciándoselo.
—Siempre preocupada por mí. Aún me quedan fuerzas y quiero que tú tengas un viaje de novios que puedas recordar siempre.
—Está enfermo. Ni Sergei ni yo disfrutaríamos sabiéndole así. Ya habrá tiempo para viajes. Además... —se encogió graciosamente de hombros—, ningún lugar es tan bonito como Orlovenia.
—En eso te confundes, hija. Nuestro pequeño país es sólo un diminuto territorio. Próspero, es verdad, porque nunca hemos entrado en guerra con nuestros vecinos, pues siempre hemos sabido sacar el mejor provecho de las alianzas. Pero pequeño. Más allá de nuestras fronteras, existe todo un mundo por descubrir. Y yo quiero que lo descubras completamente. Es mi deseo soberano que tu futuro esposo y tú emprendáis viaje tan pronto como finalicen los festejos.
Tatiana no se iba a dar tan pronto por vencida. Se levantó. El monarca la observó con detenimiento. Era de mediana estatura, muy bonita y bien formada.
—Ya no soy una niña, padre, le ruego que no me trate como tal. Sé lo que está sucediendo, los problemas en que estamos inmersos. No le va a servir una simple orden para alejarme del peligro. No esta vez.
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Published on April 03, 2017 11:02
March 30, 2017
Lee Tierra salvaje

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Published on March 30, 2017 10:53
March 26, 2017
Lee La página rasgada

Sus hermanos se habían convertido en unos hombres, tenían trabajo y ayudaban también en casa, así que las cosas parecían irse arreglando poco a poco. A Emilia no parecía importarle vivir en aquel ambiente sórdido de paredes desnudas y camastros de lana apelmazada, mantas picadas por la polilla y sábanas recosidas una vez y otra, que ni para trapos servían ya, de pobreza incrustada bajo las uñas y la piel, de chinches, de patios comunitarios donde eran frecuentes las trifulcas o un vecino le sobaba la cara a otro hasta el punto que, en alguna ocasión, debió personarse la Guardia Civil para poner orden. Donde los retretes, también comunales y mugrientos, eran nidos de piojos, cucarachas y garrapatas.
No había conocido otra cosa y ése era su mundo.
Emilia era una mocita alegre, presta a expresar su humor cantando, a la que gustaba divertirse cuando sus deberes se lo permitían, recogido el cabello en la nuca, tirante y lustroso de brillantina, muy negro en aquel entonces, que llevaba ya zapatos de medio tacón y una sonrisa descarada en la boca con la que incitaba a los hombres, a los que miraba como si les perdonase la vida. La típica chulapona de barrio madrileño vestida de crespón y presumiendo de pericón de brillante colorido. Una muchacha a la que le encantaba subir a los tranvías casi en marcha, reír con los conductores, los aguadores, los serenos y tenía una palabra amable para con los barquilleros que, alguna vez, se lo agradecían obsequiándole con una golosina. Tardes enteras pasaba desbrozando sonrisas por la pradera en la que se montaba la verbena de San Isidro, flirteando con cualquier joven, gastando bromas, para acabar en El Retiro cortando lilas, tomando chocolate en Casa de Vacas o montando en barca, si la invitaban. Cuando había algunos céntimos de más, acudía a tomarse un refresco en el Café Gijón donde, con suerte, alguien la dejaba leer El Heraldo de Madrid, de ideología liberal, cuyos artículos relataba luego a su madre. Cuando no había dinero, la mayoría de las veces, se conformaba con hacer silbatos con huesos de albaricoque o acericos con papel de periódico para clavar en él sus escasos alfileres de colores. O, simplemente, colgarse en las orejas cerezas de doble rabo a modo de pendientes. Se ilusionaba deambulando por una ciudad viva y bullente, mirando los coches de caballos. Por un Madrid de pintores clásicos, escritores de barba y bigote, arrabales, tascas con olor a rancio, urinarios públicos donde se daba rienda suelta a vicios reprobables que la policía reprimía cebándose en los homosexuales —maricones sin más por aquel entonces—, y cafés atestados con el humo de los puros confeccionados por las cigarreras —mujeres de armas tomar que hacían frente al primero que se les ponía por delante—. Por un Madrid que crecía de día en día, donde las transformaciones urbanas iban dejando de lado los viejos barrios y las rancias edificaciones para dar paso a las primeras moles de piedra de entidades financieras.
—Emilia, trae agua.
—Voy, madre.
Esa frase se repetía con demasiada frecuencia. Emilia no entendía para qué necesitaba su madre tantos cubos de agua, pero callaba y salía al patio, a la fuente, cargada con el cubo a la cadera y tarareando alguna cancioncilla.
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Published on March 26, 2017 10:50
March 22, 2017
Lee Magnolia

Luego otro.
Un tercero.
La palpitante luz de la llama apenas dejaba ver los peldaños, difuminando más que alumbrando el contorno de los muebles del sótano.
Magnolia tenía la boca seca y un dolor punzante en la boca del estómago.
No era miedo. ¿O sí? Se resistía a pensar que pudiera serlo; a fin de cuentas, había estado allí muchas veces, había pasado muchas horas en aquel lugar. Pero siempre había sido de día, cuando la mortecina luz del sol se filtraba por los ventanucos situados a nivel del techo. Aun así, no se tenía por una persona temerosa, más bien al contrario.
Nunca entendió por qué su difunto esposo había elegido el sótano del caserón para trabajar, cuando hubiera sido perfecto cualquiera de los cuartos de la casa, amplios y luminosos. Sus creaciones de orfebrería demandaban luz; sin embargo, el hombre con quien se casó, acuciada por la hambruna de su familia y un acoso despiadado, prefería restaurar y crear en aquella otra estancia que a ella siempre le provocaba escalofríos.
Por eso no había vuelto a bajar allí, a aquella catacumba húmeda y lúgubre, desde que…
Al pisar el último peldaño, las suelas de sus escarpines resbalaron en una pequeña mancha de aceite y a punto estuvo de caerse. Se le escapó una exclamación y afianzó la mano derecha en la carcomida barandilla, evitando el accidente en última instancia, pero sin poder sujetar la palmatoria, que cayó con un golpe seco al que siguieron ecos al rodar por el suelo.
Magnolia se quedó allí varada, casi sin respiración. La imagen de su difunto esposo ocupó una vez más su pensamiento. Fue ella quien lo encontró, hacía ya dos meses, cuando bajó a reunirse con él llevando bajo el brazo su caja de costura. A las cinco en punto de la tarde. Indefectiblemente, siempre a la misma hora y siguiendo idéntico ritual cada día. No podía saltarse la norma establecida por Roger. En cuanto terminaba de comer, su marido bajaba al sótano para trabajar y ella debía unírsele a la hora del té. Minutos después, exactamente cuando el reloj de la sala daba la hora y cuarto, la señora Merritt aparecía con la infusión y pastelillos de limón.
Ella había llegado a odiar esos dulces con toda su alma, pero eran los preferidos de Roger y en su casa nadie podía variar ni una sola de sus maniáticas costumbres.
La tarde en que lo encontró muerto al pie de la escalera había sido una de tantas, una más en su apática vida de casada. Cuando pudo reaccionar y mandar que llamasen a Lionel Arkinson, el médico de la familia Hunt desde que Roger nació, el anciano doctor sólo pudo confirmar lo que todos temían: al parecer, su marido había resbalado y se había golpeado la cabeza con uno de los brazos de una cruz que se encontró ensangrentada a su lado. A Magnolia le resultó obsceno que Roger hubiera perecido a causa de un objeto que significaba algo en lo que él que nunca creyó.
Notando que le temblaban las piernas, se dejó resbalar hasta quedar sentada en uno de los peldaños, con la oscuridad rodeándola como un manto frío. Sin vela, con la única claridad de la luna que atravesaba los ventanales esparciendo una pátina lechosa justo sobre el lugar donde encontró el cuerpo de su esposo, el sótano resultaba aún más tétrico. Incluso le pareció oír la risa chirriante y desagradable de Roger cuando se burlaba de ella y el corazón le comenzó a latir de forma errática. Se le humedecieron las manos y un hilillo de sudor le bajó de la sien a la barbilla, perdiéndose en el valle de sus senos.
Se obligó a relajarse.
–¡Por Dios, no eres una niña que tema la oscuridad! –se recriminó en voz alta, aunque a ella misma le sonó destemplada y medrosa.
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Published on March 22, 2017 11:48
Reseña. Rivales de día, amantes de noche
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.
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