Rodolfo Martínez's Blog: Escrito en el agua, page 9
August 14, 2015
Mirando hacia atrás con Yáxtor
¿Cómo nace una historia? ¿De dónde surge? De hecho, es una de las preguntas más frecuentes que nos hacen a los escritores: «¿De dónde sacas las ideas?». Las respuestas a esa pregunta han sido de los más variadas, desde la sencilla y genérica «de todas partes, en realidad» a la irónica «de una fábrica de ideas a la que estoy suscrito y que me suele mandar un par de ellas al mes».
No es una pregunta fácil de responder, ni siquiera cuando es más concreta y en lugar de referirse a de dónde sacamos las cosas en general, se centra en de dónde hemos sacado una historia en concreto.
Mejor dicho, sí que puede ser fácil de responder, pero a menudo la respuesta que das no es enteramente cierta.
Si alguien me preguntase «¿de dónde surgió El adepto de la Reina?», la pregunta saldría de mis labios enseguida: de la posibilidad de crear una historia a lo James Bond encuadrada en un escenario de fantasía.
Ya está. Sencillo. Fácil y directo.
Y falso. O, al menos, no es enteramente cierto: es la verdad, pero no toda. Y, en última instancia, no la parte de la verdad realmente importante.
Sin duda el chispazo inicial surgió de ahí, del intento de mezclar dos géneros, a priori, totalmente distintos. Pero ese chispazo inicial es, simplemente, el empujón que te hace lanzarte a la carrera, que te lleva a emprender el camino. Es importante. Es, desde luego, esencial, pues sin ese empujón no te pones a escribir; sin él, sin la sensación de que has dado con algo interesante que te apetece explorar, el resto no existe.
Pero no es, en realidad, lo que acaba definiendo la historia. No es lo que te mantiene en pie y caminando durante todo el trayecto. Y, cuando terminas, vuelves la vista atrás y examinas lo que has hecho, a menudo te das cuenta de que, durante todo el viaje, la influencia principal que te ha estado guiando tenía poco o nada que ver con ese chispazo inicial y que, si bien en apariencia estás haciendo una novela de espías en un escenario de fantasía, bajo la superficie bullen varias cosas que se apartan de ese propósito.
Hay mucho en El adepto de la Reina de novela de espías. Y sí, mucho de James Bond, sin la menor duda. También hay una amalgama de lugares y épocas distintos que, de algún modo, se las apaña para crear un todo consistente. Y un puñado de personajes con los que empaticé enseguida como autor… y alguno al que me costó matar, por más que fuera una decisión narrativa inevitable. Y ciertas reflexiones sobre la naturaleza del poder, de la religión y de las estructuras y rituales de una sociedad, por qué no. Y una influencia no deliberada pero creo que inevitable de una de mis novelas-fetiche, el Dune de Frank Herbert. Y, por supuesto, buena parte de mis obsesiones personales, tanto narrativas como vitales: desde la tierra de nadie moral en la que se mueven muchos de los personajes a la presencia de personajes femeninos fuertes, complicados y con motivaciones y aspiraciones complejas. Y un claro elemento de ambigüedad en el novum que, en cierta modo, da forma a buena parte del escenario: esos mensajeros que nunca queda claro si son de origen mágico-sobrenatural o tecnológico, haciendo que sea el propio lector quien decida y asigne el género en el que prefiere encuadrar la novela: fantasía o ciencia ficción.
No la escribí con la idea de iniciar una saga. Iba a ser una novela aislada en un escenario que me gustaba, con unos personajes que me parecían interesantes y una trama que me apetecía explorar. Pero incluso antes de terminarla no tardé en ver que una sola novela no sería suficiente. A medida que escribía, a medida que iba encarrilando los acontecimientos hacia la conclusión de la historia, me fui dando cuenta de que había creado unos personajes y un escenario demasiado ricos y complejos para explorarlos en una sola novela. Cuando terminé El adepto de la Reina, ya sabía que solo era la primera de un ciclo y que habría más. ¿Cuántas más? No lo tenía muy claro. Las suficientes, me dije, para explorar todo lo que rodeaba a Yáxtor Brandan y hacer que el ciclo vital del personaje alcanzara su conclusión natural.
Cuál era esa conclusión lo descubrí mientras escribía El jardín de la memoria, la segunda novela. En ese momento, la trayectoria vital de Yáxtor cristalizó de un modo claro y preciso y supe por dónde se encaminaría su vida y cuál sería su destino final. Y, de paso, fui enriqueciendo la serie con nuevos personajes, situaciones y lugares.
No es un proceso que resulte sencillo describir, entre otras cosas porque la mitad de las veces tiene lugar en la parte de atrás de mi mente y porque resulta tan fruto del azar como de la planificación. Tenía claro que en la segunda novela quería llevar a Yáxtor a oriente, al equivalente a Japón en su mundo. Tenía también bastante claros dos personajes femeninos que iban a ser las compañeras del adepto empírico en esta nueva aventura. El resto, fue surgiendo sobre la marcha, a medida que la premisa argumental, el escenario y los propios personajes me iban dando pistas de por dónde iba a ir la cosa y de la interacción de todo ello iban surgiendo nuevos elementos. Como ejemplo, digamos que al final de la novela descubrimos que uno de esos dos personajes femeninos espera un hijo. En su momento, eso fue una simple piedra lanzada hacia el futuro, sin tener muy claro dónde iba a caer.
Todo empezó a encajar mientras iniciaba los preparativos de la que creía que iba a ser la tercera novela del ciclo: La sombra del adepto. Comprendí la importancia de ese dato final y, al hacerlo, tuve claro por fin el plan en el que el villano de la serie (cuya identidad había estado clara desde el principio para mí, aunque espero que no para los lectores) se había embarcado y, sobre todo, por qué, para qué y para quién. De este modo, el escenario y la peripecia vital de Yáxtor Brandan fueron ganando en definición.
Curiosamente, saber todo eso no me ayudó a seguir adelante con La sombra del adepto. Sí, el futuro de Yáxtor estaba claro y su peripecia vital perfectamente encarrilada. Paro algo no me dejaba seguir. Ese algo era su pasado. Sentí que necesitaba terminar de definirlo antes de ponerme a narrar su futuro.
Era algo que ya había hecho en un par de relatos («Embrión» y «Amistad») que exploraban distintos momentos anteriores a la primera novela. Los completé con «Detective», donde narré los encuentros de un Yáxtor adolescente con un par de personas que serían fundamentales en su vida. Y Felicidad Martínez tuvo el detalle de completar esa visita al pasado con «Adepta», en la que exploró con gran acierto la personalidad de Ámber, destinada a convertirse en esposa del adepto empírico.
Con ese material como base nació Los rostros del pasado. Y fue inevitable que acabase resultando una novela a cuatro manos: sabía que Felicidad era la persona perfecta para ayudarme a explorar el pasado de Yáxtor, para darle vida y terminar de definir el ambiente y las personas que lo habían rodeado durante su adolescencia. Por suerte, Felicidad es fan de la serie desde la primera novela y no me costó mucho convencerla de escribir la tercera a medias.
Fue un proceso extraño y fascinante. Y tuvo sus momentos difíciles. Es cierto que Felicidad y yo somos bastante compatibles como escritores y a ambos nos gusta narrar las cosas de un modo muy similar. Pero mientras que ella necesita conocer con exactitud ciertos detalles de ambientación, yo estoy satisfecho con tener una idea general de la misma e ir llenando los huecos sobre la marcha, a medida que la historia me lo pide.
Quizá el momento más tenso en la escritura de la novela fue cuando ella necesitó una descripción pormenorizada del funcionamiento interno de la organización de los adeptos empíricos y yo confesé que ni lo sabía ni me importaba demasiado. Tenía claras aquellas cosas de su organización y estructura que me eran útiles narrativamente, pero el resto era una región nebulosa e imprecisa. Eso, que a mí no me incomodaba (cuando necesitase saber más, ya lo sabría) a Felicidad le supuso un escollo importante. Así que una tarde nos sentamos (armada ella con una libreta y un bolígrafo) y empezamos a discutir distintos aspectos, no solo de la organización interna de los adeptos empíricos, sino de cómo se estructuraba la burocracia y el funcionariado de Alboné.
Salvado el escollo, la escritura de la novela prosiguió sin mayores problemas. Teníamos muy clara la estructura: habría una trama en presente (es decir, inmediatamente posterior a la segunda novela) que sacaría a la luz distintos momentos del pasado de Yáxtor. Esos momentos serían los cuatro relatos que mencioné antes. Relatos sobre los que volvimos y que modificamos y ampliamos para que tuvieran mayor relación argumental y no fueran cuatro mojones aislados en el pasado del personaje. Así, añadimos nuevas subtramas, nuevos elementos argumentales e incluso nuevos personajes.
Confieso que me siento bastante satisfecho del resultado. Quizá no era la novela que tenía pensado escribir (esa era, evidentemente, La sombra del adepto) pero desde luego, era la que necesitaba escribir. Sin ella, sin ese recorrido por la historia de Yáxtor antes de convertirse en el personaje que conocimos en El adepto de la Reina, algo le faltaba a la saga. Queríamos que la novela funcionase tanto para aquellos que no habían leído los relatos sueltos como para aquellos que sí. Y, a tenor de los comentarios que hemos recibido de los lectores, parece que hemos cumplido nuestro propósito.
Ahora sí, Yáxtor está listo para embarcarse en La sombra del adepto y enfrentarse a su némesis. Los que hayáis leído Los rostros del pasado, ya sabréis de quién se trata. Los que no… bueno, ¿a qué esperáis?
June 12, 2015
Distopías: la cara «B» del futuro
En 2014 y con destino al periódico oficial del festival, «A quemarropa», la Semana Negra de Gijón me pidió un breve artículo sobre las distopías. Un año después de su publicación original, me ha parecido un buen momento para recuperarlo en este blog.
Como todas las literaturas, la ciencia ficción es hija de su tiempo. Y, por tanto, construye sus ficciones y especulaciones a partir del presente. Es un espejo del mundo en el que ha sido creada, como siempre es el arte. Si la novela negra utiliza un microcosmos de sangre y violencia para reflejar el macrocosmos de la realidad y el terror acude a nuestros miedos más profundos para mostrarnos cómo somos en lo más hondo y la novela histórica usa el pasado como reflejo y reflexión del presente, la ciencia ficción hace lo propio con el futuro; no con intención profética, sino simplemente especulativa, reflexiva o crítica.
Y, a veces, como desahogo, como grito articulado en forma de historia, como catarsis ante un presente que parece un callejón sin salida. Y el futuro que construye entonces es negro, desesperado, un reflejo deformado que amplifica lo peor de nuestro presente y que se pone ante nuestros ojos como advertencia.
Fue Tomás Moro quien inventó el término «utopía» en la obra del mismo nombre. Término que, en principio, significa «lugar inexistente» y que no tardó en derivar hacia la presentación de una sociedad ideal en la que los problemas de la humanidad habían sido solucionados. De hecho, el adjetivo «utópico» ha pasado al lenguaje común como descripción de aquello que es infinitamente bueno y totalmente imposible.
Pero no todas las utopías literarias fueron, por hacer un chiste fácil, utópicas. Algunas no tardaron en presentarnos no una sociedad ideal sino todo lo contrario: un mundo represivo que era, en cierta forma, un callejón sin salida social. A este tipo de historias se las denominó en un principio «anti utopías», pero no tardó en acuñarse en término más ufónico «distopía» para categorizarlas.
* * *
La distopía ha estado presente en la ciencia ficción casi desde sus inicios. H G Wells (el verdadero padre de la ciencia ficción, al menos para para quien esto escribe) usó elementos claramente distópicos en varias de sus novelas.
En La máquina del tiempo (1895) nos muestra una sociedad en un remoto futuro cuya apariencia no puede ser más idílica, pero no tardamos en ver que bajo los pacíficos e indolentes Elois habitan los Morlocks, auténticos dueños del mundo que usan como ganado a los Elois.
En Cuando el dormido despierte (1899) asistimos a una aparente utopía en la que el hambre y la enfermedad han sido erradicados… a costa de ser esclavos de las grandes multinacionales y de que solo cuente la economía; otros planteamientos, como la ética, han quedado obsoletos. Tema, por otro lado, que es uno de los clichés habituales del cyberpunk. No es extraño que Wells lo anticipase, dado que anticipó buena parte de los temas principales de lo que sería la posterior ciencia ficción: el viaje en el tiempo, la invasión extraterrestre, la manipulación genética, las mutaciones…
Yevgueni Zamiatin crea en Nosotros (1922) una distopía en la que el Estado controla los aspectos más personales del ciudadano, llegando a gobernar incluso su pensamiento. De este modo, el individuo desaparece para convertirse en un simple número.
La obra de Zamiatin influiría notablemente en posteriores autores, especialmente en Aldous Huxley, cuyo Un mundo feliz (1932) le debe mucho al ruso. Huxley nos presenta un futuro donde los individuos son alterados científicamente desde el nacimiento para condicionar su futuro profesional y crear «humanos especializados», dejando de lado sus propias capacidades intrínsecas e incluso su libre albedrío. Estas criaturas son mantenidas en un estado de permanente satisfacción a base de drogas, sexo y diversiones. El viejo «pan y circo» romano pasado por el tamiz de la ciencia ficción.
Por supuesto, la distopía más famosa es 1984 (1949) de George Orwell, que nos presenta un mundo en una guerra continua —y falsa— donde los ciudadanos tienen el deber y la obligación de ser felices mientras sirven a un todopoderoso estado representado por la figura del Hermano Mayor (sí, «Gran Hermano», como otras tantas expresiones que se han hecho comunes, es un caso de mala traducción) y en el que el pasado y el presente son continuamente cambiados y reescritos para acomodarse a la mitología estatal. Vista en principio como una simple crítica al estalinismo, la obra de Orwell va mucho más allá de eso y representa, sin duda, uno de los mayores y más desesperados gritos de rebeldía ante el totalitarismo que jamás se han escrito.
Recalco lo de «desesperado», porque si hay una constante en el género distópico es la idea de que no hay salida. Salvo contadas excepciones, el sistema vence y el callejón sin salida social que nos muestra la distopía se convierte en eterno. Winston Smith termina amando al Hermano Mayor, la revolución siempre pierde, la guerra es eterna y el odio es amor. Peor: la revolución es secretamente creada y alimentada por el sistema y utilizada por éste como válvula de escape.
La película Metrópolis (1927), de Fritz Lang, que es casi una distopía de manual en buena parte de su metraje, es una de las excepciones a esa regla. La falsa utopía que nos presenta (construida sobre el trabajo y la miseria de la clase trabajadora) acaba reconociendo sus errores y es capaz, pacíficamente, de poner coto a sus excesos. Ese final en el que «el corazón es el intermediario entre el cerebro y la mano» no es muy habitual en el género distópico. Y con razón: si algo nos muestra la historia es que no es precisamente a base de diálogo y buena voluntad como se sale de las situaciones de opresión.
A lo largo del tiempo, los elementos distópicos han ido variando en importancia en la ciencia ficción. Son escasos durante la Edad de Oro del género (los años Cuarenta del siglo XX), pero asoman con claridad en la década siguiente y no es casual que ésta esté presidida por el McCarthismo y su caza de brujas. Novelas como El síndico (1953) de Cyril Kornbluth o Mercaderes del espacio (1953) de Kornbluth y Frederick Pohl tienen claros elementos distópicos en las sociedades que presentan: la primera, dominada por la mafia; la segunda por el capitalismo desatado y sin frenos.
Podríamos decir que, en general, los elementos distópicos han estado siempre presentes en el género. No siempre han sido dominantes, pero nunca han desaparecido del todo. Y, a menudo, han dado algunas de las mejores obras de ciencia ficción, como las mencionadas previamente. O como La bomba increíble (1951) de Pedro Salinas, Farenheit 451 (1953) de Ray Bradbury, La naranja mecánica (1962) de Anthony Burgess, Los desposeídos (1974) de Ursula K. LeGuin, El jinete en la onda del shock (1975) de John Brunner, Salud mortal (1993) de Gabriel Bermúdez Castillo, Leyes de mercado (2004) de Richard Morgan…
* * *
En los últimos tiempos, las obras con elementos distópicos empiezan a abundar. Lo demuestran recientes antologías como Mañana todavía (2014), en la que doce autores nos asomamos, desde el presente, a una docena de posibles futuros en los que no querríamos vivir. Incluso en campos ideológicamente neutros (al menos en apariencia: lo ideológicamente neutro no existe en ámbito humano alguno) como la literatura juvenil, lo distópico está pegando con fuerza y ahí está, sin ir más lejos, el éxito de Los juegos del hambre (2008), de Suzanne Collins.
¿Y por qué no? ¿Acaso no es lógico que la distopía tenga una presencia más fuerte en aquellas épocas en las que la amenaza del totalitarismo (ya sea desde los poderes políticos, los militares o los económicos) se hace mayor? ¿Es de extrañar, por tanto, que en esta convulsa segunda década del siglo XXI llena de ecos de algunos de los momentos más negros del XX, la distopía vuelva a estar de moda y goce de buena salud? ¿A alguien le puede sorprender que ante las perspectivas oscuras y desgarradoras del presente se nos muestren posibles futuros no menos terribles?
La ciencia ficción es hija de su tiempo, decía al principio. Y los oscuros futuros que muestran las distopías, el tenebroso reflejo del presente que nos ofrecen, son la mejor prueba de ello.
May 30, 2015
Beatlemanía recurrente
Los que me conocen saben de mi obsesión por los Beatles, que empezó allá en mi adolescencia, cuando el mundo y yo éramos más jóvenes, y que me ha acompañado todos estos años. No es algo continuo o constante, suele venirme por rachas, aparece y desaparece como un guadiana cualquiera, pero en realidad sospecho que no se va nunca: a veces simplemente se adormece y luego despierta de pronto y se adueña de mi cabeza.
Durante años jugué con la idea de escribir una novela que ficcionase la historia de los Beatles y, de paso, pegase un repaso a los años sesenta del pasado siglo. Nunca lo he hecho y sospecho que nunca lo haré, pero ahí esta y, de vez en cuando, la idea asoma de nuevo a mi mente.
Estos días estoy repasando, una vez más, toda su discografía, buscando información sobre ellos, documentándome, tal vez, sin pretenderlo, para esa novela que nunca escribiré. Y recordando las veces que los Beatles o su obra han asomado a lo que escribo.
Han sido unas cuantas, pero quizá la más evidente sea este pequeño fragmento de mi novela corta Un agujero por el que se cuela la lluvia (sí, el mismo título remite a una de las canciones de Sgt. Pepper’s) que es, en realidad, una ampliación de «Eleanor Rigby», una de las mejores composiciones de McCartney:
El padre Kuetzalcoal Makensie, de la Séptima Iglesia Cristiana Reunificada, escribe las palabras de un sermón que nadie escuchará jamás. No muy lejos de allí, Elinor, su asistenta, barre del suelo de la iglesia el arroz de una boda.
El padre Makensie sueña con un día en que pueda leerle a alguien sus Sermones Impronunciables. Sabe que ese sueño no se cumplirá jamás y que, de hacerlo, se convertiría en una pesadilla, así que graba lo que ha escrito y lo llena de marcas de acceso restringido. No muy lejos de allí, Elinor extrae de un jarro la fotografía de un hombre joven y la mira con algo parecido a la ternura en su rostro arrugado de momia severa.
El padre Makensie se incorpora en su silla y piensa en Alex, en lo raro que ha estado últimamente, desde la tormenta, en su actitud para con Sara, a la que rehúye sin causa alguna. Suspira largamente y considera la idea de decirle algo, pero al final la misma cobardía que le llevó hace veinte años al seminario toma la decisión por él y opta por guardar silencio. No muy lejos de allí, Elinor, devolviendo la fotografía al jarro piensa en si debe comentarle a alguien lo de la nueva casa en el pueblo y la mujer que hay en ella y que no es humana.
El padre Makensie termina de arreglar su jardín y se limpia las manos de tierra, fingiendo una satisfacción que no siente ahora, que no siente nunca salvo cuando sus dedos delgados y nerviosos teclean uno de sus Sermones Impronunciables que, si alguna vez llegan a otros ojos, supondrán su excomunión. No muy lejos de allí, Elinor se desvanece para siempre y es enterrada en el olvido junto a su nombre.
El padre Makensie cruza el umbral de la iglesia, ignorante de que tres minutos atrás había allí una mujer arrugada y reseca, que guardaba su ternura secreta para un hombre muerto treinta años atrás. No muy lejos de allí, en el jarro, una foto sin nombre yace olvidada para siempre.
Ese día no habrá bendiciones para nadie.
April 9, 2015
Un poco de autobombo
Este 30 de abril, justo el día de mi cumpleaños, mira tú, se cierra el plazo para la selección de candidatos en los Premios Ignotus 2015, los galardones con los que la Asociación Española de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror (AEFCFT) premia el material aparecido durante el año anterior al de su concesión.
Así que aprovechando que no sé qué río pasa por no sé dónde (el Rubicón por Washington, creo recordar que era), os listo a continuación lo que publiqué el año pasado y que podría ser candidato a los premios.
Novela: Las astillas de Yavé (Fantascy)
Novela corta: El cadáver que soñaba (Sportula)
Relato: «En el ático» (Fantascy, en la antología Mañana Todavía)
Si estáis inscritos para votar y queréis regalarme algo por mi cumpleaños, lo tenéis fácil: podéis elegir entre un Han Solo en carbonita a tamaño natural o votar por algo de lo que publiqué el año anterior. Vosotros elegís. Sin presión, que quede claro.
March 8, 2015
Los mapas… ah, los mapas
La frase, contundente como buena parte de su persona, se la oí por primera vez a Javier Cuevas: «Los mapas son importantes». No, no nos íbamos a embarcar ningún viaje de exploración ni nos preparábamos para descubrir tierras nuevas para nuestro país. Hablábamos de literatura, de reinos fantásticos, países imposibles y lugares irreales. Y precisamente por eso, decía Javier, los mapas son importantes: son una capa más que se añade al conjunto y hace que la textura final sea más real y creíble. Y eso es fundamental cuando escribes literatura fantástica (o histórica, que en el fondo no es más que otra forma de literatura fantástica, ya que estás reconstruyendo un pasado que no estás seguro del todo de cómo fue y que está lleno de huecos y lugares imprecisos). Además, qué narices, si durante mil quinientas páginas me vas a tener a los personajes yendo de un lado a otro en un sitio que no conozco, trázame un mapa para que sepa por dónde andan, carajo.
Sí, los mapas son importantes. Y aunque nunca lo había pensado de forma explícita hasta oír esa frase de Javier, en el fondo siempre lo he creído. Llevo haciendo mapas casi tanto tiempo como llevo escribiendo. No tendría más de quince años cuando hice el primero (y sí, era de un trasunto de la Tierra Media, como aquellos que hayáis leído mi reciente entrevista en Lektu habréis sagazmente adivinado) y he seguido haciéndolos hasta hoy de manera intermitente. Casi siempre de lugares irreales y casi siempre de mis propias creaciones. Aunque hay excepciones a ambos casos: Eduardo Vaquerizo fue lo bastante amable para dejar que hiciera un mapa de la América de su historia alternativa en Memoria de Tinieblas y Pablo Bueno me dejó darle un aspecto más claro al escenario en que se desarrolla La piedad del Primero a partir de sus bocetos. Recientemente, además, me he dado el gustazo de preparar un mapa de la Era Hibórea con destino a la próxima edición del Conan completo de Robert E. Howard que preparo para Sportula.
Pero sin duda el mapa que más tiempo me ha ocupado en los últimos años ha sido el de Érvinder, el escenario en que se desarrollan El adepto de la Reina, El jardín de la memoria y la próxima Los rostros del pasado, el mundo en el que Yáxtor Brandan, implacable adepto empírico al servicio de la Reina de Alboné corre sus aventuras… y desventuras. En cuanto empecé a escribir la primera novela supe que iba a necesitar un mapa del universo que estaba creando y, de hecho, paré de escribir para dibujarlo y no volví a retomar la historia hasta que no lo tuve relativamente completo. Curiosamente, dibujarlo e ir improvisando accidentes geográficos y lugares me sirvió para la propia novela, pues elementos que fui situando en el mapa un poco por azar y otro poco por pura estética acabaron teniendo bastante importancia en la trama.
Al principio el mapa reflejaba solo la parte del mundo que se veía en la primera novela, pero no tardé en querer saber cómo era el escenario completo, así que lo amplié. En esta entrada, sin embargo, os mostraré solo esa primera parte, la que corresponde al norte del continente oriental y donde se desarrolla prácticamente toda la acción de las diferentes novelas, al menos de momento.
A medida que iba trabajando en él, que iba haciendo sucesivas versiones fui aprendiendo. Igual que me pasa cuando escribo: en cierto modo cada novela es un proceso de aprendizaje que me sirve para la siguiente. Así es como he funcionado siempre y no creo que vaya a cambiar mucho a estas alturas de mi vida.
Con los mapas me ocurrió igual. Siempre los había hecho a mano. Pero esta vez decidí usar una herramienta informática. No la más apropiada, estoy seguro. No me cabe duda de que en cuanto diga que he ido haciendo los sucesivos mapas con Fotochó, unos cuantos se llevarán las manos a la cabeza ante tamaña burrada y pensarán que cómo se me ha ocurrido eso, existiendo este programa, el otro y el de más allá que te ponen absurdamente fáciles cosas que con el Fotochó tienes que dar mil vueltas. Seguro que sí. Ante eso, solo puedo decir en mi defensa lo mismo que dijo el tipo aquel que se lanzó de cabeza contra una valla electrificada: «En aquel momento, parecía una buena idea.»
En cualquier caso, a medida que iba aprendiendo todas las posibilidades de la herramienta informática, fui haciendo los mapas más complejos, más elaborados y, eso espero, más atractivos e interesantes. Lo que sigue es una muestra de ese proceso. No de todas las etapas, pero sí de las más relevantes. Podéis pinchar en todas las imágenes para verlas a mayor tamaño.
Primer mapa de Érvinder, que muestra los Pueblos del Pacto y el Martillo de Dios.
Este fue el primer mapa que realicé. Tremendamente tosco, pero que en aquel momento me parecía un prodigio de sofisticación. Veréis que junto a algunas zonas muy detalladas, como Alboné, en otras hay espacios en blanco por doquier.
Segundo mapa. Este, solo de Alboné, la isla natal de Yáxtor Brandan.
En realidad, este segundo mapa no es menos tosco que el primero. La diferencia es que en este caso, los distintos elementos como los bosques y los montes están hechos enteramente a mano.
De nuevo los Pueblos del Pacto y El Martillo de Dios, ahora en glorioso technicolor…. o algo.
Este no fue, ni de lejos, el tercer mapa. De hecho, me he saltado unos cuantos pasos, básicamente porque se fueron perdiendo: consistían, si no recuerdo mal, en diferentes intentos de dar color y texturas a la imagen y, sobre todo, buscar una forma en que mar y tierra se diferenciasen con claridad al primer golpe de vista; a menudo me ha pasado que me encuentro con mapas donde tienes que esforzarte para saber qué parte son masas de tierra y qué parte es mar, y no quería que eso me pasase. Al final, esta fue la versión que más me convenció.
Como veis, hay bastante diferencia respecto al primero que he mostrado. No solo porque este está a color, sino porque los montes tienen sus texturas e incluso hay zonas del terreno también texturizadas. Hay otra diferencia: la península de Ythylia ha perdido su forma de bota, entre otras cosas, para que no se pareciera tanto a la Italia de nuestro mundo. Lo que antes era el pie ahora se ha convertido en una isla. ¿Un cataclismo marino que transcurre entre la primera novela y la segunda? Es una explicación tan buena como otra cualquiera.
Además, se añade un efecto “oleaje” a las costas que, sí, quedaba muy bonito en pantalla pero al pasar a a escala de grises e imprimir, resultaba confuso, especialmente en el Mar de Honoi, como pudieron comprobar los lectores de El jardín de la memoria.
Eso me llevó a:
Mapa más limpio y con efecto “relieve”.
Básicamente, y pensando en la página impresa, eliminé tanto el efecto oleaje como el propio color de fondo del mar y le añadí una sombra a las tierras para que se distinguieran mejor de este. Muestro aquí la versión más minimalista, con los mares en blanco, pero os puedo asegurar que probé al menos veinte combinaciones distintas de color y textura antes de decidirme por “menos es más”, que siempre ha sido uno de mis lemas cuando diseño una web. El de James Bond, al parecer, era “el mundo no es suficiente”, pero eso se explica con facilidad: era escocés.
El mapa más reciente, con un efecto de “envejecimiento” en las texturas.
Y llegamos al… iba a decir que es el mapa definitivo, pero visto lo que ha ido pasando a lo largo de estos seis o siete años, «definitivo» es una palabra que me cuidaré mucho de emplear (aunque acabo de usarla dos veces en esta frase, ya se sabe, soy hombre de contradicciones). En cualquier caso es el mapa más reciente y sin duda es el que aparecerá en Los rostros del pasado, la tercera novela de la saga, que está, lo juro de verdad de la buena, a puntito de salir.
En fin, espero que hayáis disfrutado con esta pequeña muestra de lo que ha sido la evolución gráfica de Érvinder, el escenario de El adepto de la Reina. Y si ya, de paso, queréis disfrutar con las novelas de la serie, no seré yo quien os lo impida.
Termino con una pequeña nota nostálgica. Han pasado más de treinta y cinco años, pero en mi mente el estándar de todos los mapas, el modelo a seguir, el mapa definitivo sigue siendo el que Christopher Tolkien hizo para cierta novelita de su padre: ya sabéis, esa de un anillo y unos hobbits. Sí, seguro que no es el mejor mapa del mundo Y ambos Tolkien, padre e hijo reconocían que tenía multitud de defectos), pero fue el que despertó mi pasión por los mapas de territorios fantásticos. Siempre lo tenía desplegado ante mí mientras leía El señor de los anillos, para ir viendo por dónde pasaban los personajes. Cuando releo hoy la novela no necesito hacer eso, porque casi me lo sé de memoria, pero lo hago de vez en cuando por puro placer.
Y hasta aquí hemos llegado, niños y niñas.
March 2, 2015
A la búsqueda de una imagen
Ilustración de cubierta de La sonrisa del gato, de Maciej Garbacz
Cuando me planteé realizar la edición 20 aniversario de La sonrisa del gato, tenía muy claro lo que quería ver en la portada. Pero no tanto, ni de lejos, quién podía encargarse de hacer realidad aquella visión.

La sonrisa del gato. Cubierta de la edición de Miraguano de 1995.
En realidad, lo que quería no era muy distinto, en cuanto al concepto, de lo que pudieron ver los lectores hace veinte años en la edición de Miraguano: una estación espacial en forma de peonza contra el fondo de una nebulosa estelar. Pero, claro, habían pasado veinte años desde aquellos primeros intentos de ilustración digital y quería eso se reflejara en la imagen de cubierta.
Había una opción evidente: Juan Miguel Aguilera, a quien ese tipo de ilustración se le daría de perlas y, además, estaba razonablemente seguro de que estaría por la labor. Sin embargo, ya le había pedido a Juanmi algo muy parecido con la portada que realizó para el ómnibus que recogía todo el Ciclo de Drímar. No era exactamente la misma idea, pero sí contenía elementos similares. Y, francamente, quería una mirada nueva sobre el tema. La versión que hizo Juanmi era excelente, sin la menor duda, pero pedirle que ilustrara La sonrisa del gato habría sido como decirle que hiciera variaciones sobre un tema que ya había tratado. Como mascar chicle usado, que diría Asimov.

Cubierta de Juan Miguel Aguilera para “Drímar, el ciclo completo”
Así que seguí buscando.
Y un día recordé al artista polaco Maciej Garbacz, cuyo trabajo ya había podido ver en algunas portadas de Bibliópolis/Alamut y que me había gustado. Desde luego, el tipo de ilustración que hacía encajaba perfectamente en lo que quería.
Me puse en contacto con él, le expliqué mi idea y no tardamos en llegar a un acuerdo. Lo cierto es que la disponibilidad y la capacidad de trabajo de Maciej han sido asombrosas: no solo se puso a la tarea enseguida, sino que fue enseñándome las distintas fases del proyecto (desde el primer modelado 3D de la Peonza a la imagen final, pasando por diversos bocetos y pruebas) hasta que quedó totalmente a mi gusto.
Ahí está, la habéis podido ver sirviendo de cabecera a esta entrada. La imagen (a cubierta completa) realizada por Maciej Garbacz para la edición 20 aniversario de La sonrisa del gato. Podéis pinchar en ella y verla algo más ampliada. Espero que os guste.
Y que os guste también la novela, por supuesto, si no la habéis leído aún. Y que volváis a disfrutar de ella aquellos que ya la hayáis leído.
February 24, 2015
Yáxtor volverá, pero no en «La sombra del adepto»

“Los rostros del pasado”, de Rodolfo Martínez y Felicidad Martínez
Ya lo dice el refrán: «el hombre propone y Dios dispone». Cuando terminé El Jardín de la Memoria, la segunda novela de mi implacable adepto empírico Yáxtor Brandan, siempre al servicio de la Reina de Alboné, tuve la osadía de anunciar cuál iba a ser la siguiente novela del ciclo. En un evidente y nada disimulado homenaje a las películas de James Bond decía algo como
«Aquí termina El Jardín de la Memoria, pero Yáxtor Brandan volverá en La sombra del adepto.»
Cuando escribí esas palabras no sólo tenía un título, sino una idea bastante clara de por dónde iba a discurrir esa tercera novela de Yáxtor. Durante el pasado año y medio he intentado escribirla varias veces. Los distintos y sucesivos borradores que se acumulan en mi disco duro (y que, en cierta forma, se solapan, porque cada uno de ellos reaprovecha y reutiliza partes de los anteriores) son buena prueba de ello.
Sin embargo, por algún motivo, la historia no conseguía llegar a buen puerto, no era capaz de dirigirla hacia donde quería.
No sabía por qué. Y no lo he sabido hasta hace poco.
Veréis, tengo bastante claro el periplo vital de mi personaje. Sé lo que le va a pasar, con razonable precisión, entre el final de El Jardín de la Memoria y la última de las novelas. También sé quién es el villano de la serie, cómo saldrá a la luz y qué pretende. Y tengo una idea aproximada de qué nuevas partes del escenario, de Érvinder, iré explorando en sucesivas entregas.
Así pues, parecería que todo estaba listo para seguir adelante.
Y sin embargo, no era así. No podía avanzar en la historia de Yáxtor. Y seguía sin saber por qué.
Durante este tiempo he escrito varios relatos contando el pasado del personaje. Otras personas, como Chema Mansilla y Felicidad Martínez también han aportado su granito de arena en la mejor definición del entorno y la peripecia de Yáxtor. Todos esos relatos transcurren antes que la primera novela, son una especie de presentación de lo que Yáxtor era antes de ser Yáxtor.
Y fueron ellos, un poco por casualidad, los que me dieron la clave.
No podía seguir adelante con el futuro de Yáxtor porque aún no había terminado con su pasado.
Con esa idia nació Los rostros del pasado, una historia en la que el presente y el recuerdo de lo que ha sucedido avanzan en paralelo para llevarnos, al final, al punto exacto del futuro en el que arrancará La sombra del adepto. Usando como material de partida los tres relatos que escribí («Amistad», «Embrión» y «Detective») más el que escribió Felicidad («Adepta»), Los rostros del pasado narra, por una parte, acontecimientos inmediatamente posteriores a El Jardín de la Memoria y prepara el terreno para La sombra del adepto; al mismo tiempo, explora el pasado de Yáxtor, se adentra en los misterios de su memoria y enhebra presente, pasado y futuro en una sola historia.
Estará lista muy pronto y será el primer libro de Yáxtor escrito en colaboración con otra persona, un proceso extraño y sorprendente, al menos para mí, pero con resultados enormemente satisfactorios. Y, si nadie lo remedia, se publicará este mismo 2014.
Y ahora, una vez despejado el camino, sí, a por La sombra del adepto, que ya va siendo hora.
February 17, 2015
Orbitando alrededor del púlsar
Algunos ya lo sabéis. Otros, no. A otros, seguro que ni os interesa.
Este año 2015 se cumplen veinte desde la publicación de mi primera novela, La sonrisa del gato. Qué menos que una edición especial para conmemorar la ocasión. Y, dado que tengo una editorial, qué mejor que matar dos pájaros de un tiro.
Así que Sportula publicará una edición especial de mi primera novela (que también fue la primera novela española cyberpunk, detalle que me gusta recalcar con —reconozcámoslo— cierta vanidad). ¿De qué constará esa edición especial? De la propia novela, por supuesto, con algún que otro comentario del autor sobre la misma. De una estupenda ilustración que nos está preparando el artista polaco Maciej Garbacz, que no solo servirá de imagen de cubierta, sino que hará un espléndido póster.
Y de algo más. La edición 20 aniversario de La sonrisa del gato tendrá banda sonora. No es algo muy frecuente que una novela venga acompañada de algo así, pero no es ni de lejos la primera vez que se hace.
El compositor de esta banda sonora es John Serrano, un joven autor que tuve el placer de descubrir para Sportula (si no habéis leído ninguna de sus Cicatrices horribles, ya estáis tardando) y que, no contento con su talento narrativo también se dedica a la música electrónica. Por si fuera poco con escribir excelentes relatos truculentos con esa carita de no haber roto nunca un plato, John ha decidido que no va a circunscribir su talento a una sola actividad. Y no parece que se le de mal ninguna.
Encima es joven, insufrible e insolentemente joven. Bueno, ya se le pasará.
Pero mientras se le pasa y no, ahí está, componiendo los distintos temas de lo que será la banda sonora de La sonrisa del gato, totalmente involucrado en el proyecto y hasta diría que entusiasmado. Con detalles así resulta inevitable perdonarle su juventud y su talento.
Como aperitivo, os presento el tema introductorio, “Orbitando alrededor del púlsar”. Pinchad en él y, eso espero, preparaos para disfrutar.
http://sportula.es/sonidos/orbitando.mp3
December 15, 2014
«Detective», Premio Ignotus 2014
Durante la pasada HispaCon (Convención Española de Ciencia Ficción y Fantasía), celebrada en Montcada i Reixac los días seis, siete y ocho de diciembre, se hicieron públicos los resultados de los Premios Ignotus 2014, los galardones con los que los aficionados premian el material de ciencia ficción, fantasía y terror publicado el año anterior a la concesión del premio.
Fui el ganador en la categoría de Mejor Novela Corta con «Detective», un relato sobre la adolescencia de Yáxtor Brandan, personaje central de la saga iniciada con El adepto de la Reina y El Jardín de la Memoria. En esa historia, Yáxtor es un joven de diecisiete años que aún está buscando su lugar en el mundo y que acabará ayudando en sus pesquisas al Jefe de Archivos de los Adeptos Empíricos, un personaje de evidentes reminiscencias holmesianas llamado Shércroft (empezando por el mismo nombre, formado por la primera sílaba de «Sherlock» y la última de «Mycroft») que ejercerá de mentor del joven.
La culpa de la existencia de ese personaje es de Santiago L. Moreno quien, durante una presentación hace ya unos años, preguntó medio en broma medio en serio si habría algún cruce entre el universo de Yáxtor Brandan y el de mis novelas de Sherlock Holmes. Aunque en aquel momento no me tomé la pregunta del todo en serio, lo cierto es que la idea no se fue de mi cabeza y, con el tiempo, acabé perpetrando esta suerte de homenaje holmesiano que es «Detective».
Si los datos no me fallan, este es el primer año en que la votación de los Premios Ignotus se abre a todo el mundo, tanto en la etapa de selección de candidatos como en la votación final. Hasta ahora, era el cuerpo de votantes se componía los socios de la AEFCFT (Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror), los inscritos en la HispaCon y los socios de asociaciones afines con las que la AEFCFT hubiera suscrito el correspondiente convenio. Abrir las votaciones a todo aquel que lo desee ha sido una estupenda iniciativa y conseguir un Ignotus en estas circunstancias resulta incluso más gratificante de lo normal.
Aprovecho, por tanto, para agradecer a aquellos a los que mi novela corta les gustó lo suficiente para elegirla sobre el resto de las candidatas y demostrarlo con su voto. La mejor recompensa que puede obtener un escritor es esa, en última instancia: saber que has llegado a los lectores y que lo que has hecho les ha gustado.
Entretanto, puedo anunciar que Los rostros del pasado, tercera novela del ciclo y escrita a cuatro manos con Felicidad Martínez, ya está acabada y en fase de revisión y que, si nadie lo remedia, aparecerá publicada en el 2015. Aquellos que disfrutasteis de la idiosincrasia y las manías del viejo Shércroft, lo encontraréis en este nuevo libro de la saga, donde juega un importante papel. Como lo hará también en La sombra del adepto, cuarta novela del ciclo y que está ahora mismo en proceso de escritura.
Si todavía no conocéis a Shércroft, ahora es un buen momento para hacerlo. Por poco más de dos euros y medio podéis haceros con la novela corta y disfrutar de una lectura, espero, entretenida y emocionante y asomaros un poco más a lo que es y lo que fue ese letal adepto empírico al servicio de su Majestad: Brandan, Yáxtor Brandan.
October 20, 2014
El cadáver que soñaba. ¿Una de romanos?
El chispazo inicial que hace arrancar la mayoría de lo que escribo suele ser bastante accidental. Fue la idea de hacer una novela a lo Bond en un escenario de fantasía lo que dio origen a El adepto de la Reina. Esa idea fue germinando y, antes de que me diese cuenta, tenía entre manos no solo un personaje y su peripecia, sino un mundo entero por el que me apetecía pasear, que quería explorar y cuyas claves deseaba desentrañar.
No era la primera vez que me pasaba algo así y sabía que no sería la última.
En algún momento de principios de este año me descubrí deseando escribir un policiaco tradicional. Quería, además, que tuviera ciertos elementos costumbristas. El culpable de ese deseo fue el revisionado de la serie Cadfael, protagonizada por Derek Jakobi y basada en las novelas de Ellis Peters. La serie ya tiene sus añitos y la había visto en parte hace casi veinte en un canal que ya no existe y que, si no recuerdo mal, se llamaba «Palomitas» (ahí fue donde tuve mi primer contacto con El enano rojo, por cierto, pero eso ya sería otra historia).
Volví a verla a principios de este 2014 y, como me sucede a menudo cuando visito ficciones ajenas, me apeteció escribir algo de ese estilo. Sí, a mí me influye todo, como dijo una vez McCartney cuando lo acusaron de estar influido por el sonido Tamla-Motown en “Got to Get You into My Life”. Normalmente ese deseo se desvanece a los pocos días, a medida que nuevos focos de interés van captando mi atención.
Normalmente, pero no siempre.
El tiempo seguía pasando y quería hacer algo de ese estilo: un policiaco con métodos deductivos en una sociedad preindustrial. Y, de paso, aprovechar para ir creando un microcosmos de pequeña ciudad en zona rural y explorarlo a ver qué iba surgiendo.
Bueno, me dije, por qué no. Quizá salga algo que merezca la pena de todo esto. Mi primer impulso fue, por supuesto, situarme en la Edad Media, incluso, por qué no, en la Edad Media española. Luego, pasó lo que pasa siempre: la sola idea de dedicar horas y horas a documentarme sobre el lugar y la época me echó para atrás. Curiosa, esta forma mía de ser: podría pasarme meses enteros leyendo, por puro placer, tratados de historia sobre, no sé, la Edad Media en la cornisa cantábrica. Pero en el momento en que sé que debo leerlos como trabajo de documentación, la sola idea de acercarme a ellos me llena de pavor. Hace tiempo que comprendí que hay cierto tipo de trabajo que solo soy capaz de hacer si estoy convenido de que no es trabajo.
Muy mal por mi parte, sin duda. Pero a estas alturas de mi vida no voy a cambiar de forma de ser.
Dado que la verdadera Edad Media estaba fuera de lugar, el paso siguiente y obvio era inventarme una Edad Media ficticia y construirla a mi medida, sin preocuparme de anacronismos o encajes de bolillos con la realidad.
Y luego pensé: ¿por qué la Edad Media?
Recordé otra de mis épocas favoritas (para saber sobre ella, se entiende, no para vivir): la Roma del principado de Augusto, la de los últimos días de la República y el inicio del Imperio. Hmmm, me dije, ¿por qué no? ¿Por qué en vez de irme al sempiterno paisaje medieval no le doy un giro al asunto y utilizo una ambientación que parezca romana?
Cuanto más pensaba en ello, más me gustaba la idea. Así que creé una Roma a mi gusto a la que llamé, sin más, Urbe. Situé el presente narrativo en los últimos años de la República (aunque eso, por supuesto, no lo sabe ningún personaje y todos creen que esta tiene cuerda para rato) en una pequeña población costera alejada de los grandes acontecimientos de la historia. Aunque con una peculiaridad: al estar cerca de un importante cruce de caminos, el pueblo había sufrido (por suerte para sus habitantes) poca historia, pero había visto pasar mucha.
Con esa premisa no me quedó más remedio que llamar Encrucijada al pueblo, por supuesto.
Y una vez establecido el escenario, busquemos los personajes. No tardaron en aparecer los principales: el tranquilo, agudo y perceptivo magistrado Árgida Intrubio Polio y el sensato, sagaz y desconfiado sargento de guarnición Órdube Demáquero Virato. Iban a ser mi Holmes y Watson particulares, me dije, y de hecho decidí escribir el primer relato sin abandonar nunca la perspectiva del sargento Virato, por más que estuviera escrito en tercera persona. Pero si bien Polio encajaba bastante bien con el molde holmesiano, Virato no tardó en revelarse contra su destino de Watson y aparecieron en él pliegues insospechados que lo convirtieron, sin que yo lo hubiera planeado, en un personaje mucho más interesante.
Polio y Virato están concebidos para ser el hilo conductor de la serie (porque a estas alturas a todo el mundo le habrá quedado claro que es una serie, ¿no?) y a su alrededor han ido surgiendo varios personajes más que han ido dando forma al microcosmos de Encrucijada. Estoy seguro de que aparecerán más y de que los ya existentes cobrarán más importancia con el tiempo.
Pero dos detectives no son nada sin un misterio que resolver. ¿Y cuál podía ser ese misterio? La solución a esa pregunta se llamó «El cadáver que soñaba», primer relato de Encrucijada, pero no el último. Una novela corta que cuenta la historia de un asesinato y de su resolución. Pero también, creo, de unas cuantas cosas interesantes más.
Mientras escribo esto, hay un segundo relato en marcha de Encrucijada. Se titula «El muerto estaba de paso» y espero poder ir añadiendo en él nuevos elementos del escenario y nuevas pinceladas a los distintos personajes.
No, no he dejado de lado a Yáxtor Brandan, por si alguno se lo preguntaba. Los rostros del pasado, la tercera novela de la serie tras El adepto de la Reina y El Jardín de la Memoria, está en marcha y Felicidad y yo esperamos tenerla acabada antes de fin de año. Tras ella, vendrá La sombra del adepto. Y luego…
Pero volvamos a Encrucijada. Ya podéis disfrutar de «El cadáver que soñaba» en Sportula desde hace unas semanas, en formato ebook y a un precio bastante asequible. Si todo va bien, el siguiente relato aparecerá el próximo año.
Me gusta internarme por las calles de Encrucijada y explorarlas acompañado de Polio y Virato, así que sospecho que lo seguiré haciendo durante una buena temporada. Lo curioso (y no me di cuenta hasta no terminar el primer relato) es que, de momento, son historias totalmente realistas. Sí, el escenario podría ser el de cualquier fantasía épica, pero no hay en las historias en sí ningún elemento sobrenatural, es un puro policiaco con elementos costumbristas. Resulta un poco irónico que haya tenido que crear un universo ficticio para escribir una historia realista.
Y me gusta. Sospecho que seguiré haciéndolo.


