Rodolfo Martínez's Blog: Escrito en el agua, page 6
May 5, 2017
Laberinto
Hace mucho que no escribo poesía. Fue un hábito casi compulsivo durante mi adolescencia que fui abandonando poco a poco a medida que llegaba a la edad adulta. A lo largo de los años volvía esporádicamente al viejo vicio y escribía uno o dos poemas. Hace ya mucho del último. Los que consideré lo bastante meritorios para sobrevivir se agruparon en Laberintos y tigres, el único poemario que he publicado hasta la fecha y, seguramente, el único que publicaré.
Hace poco, repasando papeles viejos, me encontré con un par de cosas que no recordaba. Un par de experimentos, en realidad: cuando escribo poesía basculo entre dos extremos, verso libre puro y duro, sin metro ni rima de ningún tipo (aunque procuro prestar atención al ritmo interno del verso) o, directamente, sonetos, catorce versos de arte mayor con una rima muy clara y precisa. Lo que encontré en mi disco duro estos días no era nada de eso. Se trataba de un par de poemas uno de ellos escrito en tercetos encadenados (fórmula que Miguel Hernández usó magistralmente en la Elegía a Ramón Sijé) y el otro en cuartetos encadenados.
Me han parecido dos experimentos un tanto curiosos y el resultado final, especialmente del poema en cuartetos, lo bastante satisfactorio para compartirlo con vosotros. Helo aquí:
Traicionado por miradas que no han sido,
me descuelgo por el borde de tu sueño
y cosecho cuentos, ambición y empeño
que se apilan en enjambres sin sentido.
Confundido entre treguas que desdeño,
busco pistas en fronteras no trazadas
y especulo con mentiras enlazadas
en el filo de tu boca. No soy dueño
del recóndito estupor de mis miradas
y mi cuerpo se declara en rebeldía
contra aquella perturbada algarabía
que en mis noches atraviesan sus espadas.
Imposible de aceptar tu lejanía
si es el rastro de mi piel quien se refleja
en tus ojos que entrelazan la madeja
que tu cuerpo a mi deseo lleva y guía.
Escondidos para siempre en la perpleja
indiferencia de tu voz a mis afanes
hay destellos de curiosos talismanes
en tu cuerpo. Tu mirada irá pareja
al bullicio alborotado de alacranes
que en mi cuerpo clavarán sus aguijones
y en mi sangre afilarán sus espolones
cuando el norte de tu cuerpo aturda imanes
como aturde hoy mi rumbo e intenciones.
Extraviado entre tus gestos, confundido,
derrotado por tu cuerpo, y presentido,
soy esclavo de remotas sensaciones
y en tu pálida tormenta voy perdido.
Cada gesto indescifrable en tu semblante
es la pieza que, en un puzzle extravagante,
a un misterio que no existe da sentido;
mas tus ojos acuchillan el instante
y, veloces como besos sin destino,
marcan un espacio repentino
que me lleva hasta tu boca. No es bastante,
no mientras el resto del camino
con palabras encarames barricadas
y me tejas placenteras alambradas
que me envuelven en tu denso remolino.
Pese a todo son mis manos arrastradas
a tu cuerpo diminuto y evasivo
y, aceptando mi carácter de furtivo,
a tu boca yo encadeno mis miradas.
April 28, 2017
Revisitando “La sonrisa del gato”
Allá por 2011, Fernando Ángel Moreno me pidió un artículo sobre La sonrisa del gato para incluir en la revista Hélice, donde fue publicado junto a uno del propio Fernando Ángel. En el artículo repasaba en buena medida la génesis de la novela y es un buen momento para incluirlo aquí:
Decía Umberto Eco que el escritor debería morirse tras terminar su obra, para allanarle el camino al texto. Y, por otra parte, no cabe duda de que a menudo es el autor el menos capacitado para analizar su propia obra. Al fin y al cabo, hablamos de alguien que sabe lo que quería poner en el texto y eso, a menudo, puede cegarlo y no permitirle ver lo que realmente puso.
Por no mencionar todo aquello de lo que el autor no es consciente que está poniendo en el texto que escribe. ¿Sabía yo, al embarcarme en La sonrisa del gato, que estaba siguiendo en cierta medida el modelo narrativo de El jinete en la onda del shock de John Brunner? No, ni idea, y no fui capaz de verlo hasta que una lectora me lo apuntó durante la presentación de la novela en Cádiz en 1995. ¿Me di cuenta de que la Peonza, el lugar donde se desarrolla la acción, se parecía sospechosamente a Bespin, la ciudad de Lando Calrissian en El imperio contraataca, o de que el cilindro axial por donde Memo navega con su alatraje era en realidad el lugar donde Darth Vader le había cortado la mano a su hijo? Ni por asomo. Y pasaron años antes de que cayera en algo tan evidente como eso.
Así, pues, ¿cómo puedo saber todo lo que puse en la novela y que no era consciente de estar poniendo? Es más, ¿cómo voy a saber todo lo que no puse pero permitía interpretaciones —tan legítimas como las mías— totalmente inesperadas?
Imposible, por supuesto.
Una vez reconocida la imposibilidad de la tarea, ya podemos descansar más tranquilos y seguir adelante.
¿Qué puedo contar de La sonrisa del gato? Algunas cosas. ¿Tienen algún interés? Quizá. Espero que sí, en todo caso.
Puedo hablar de lo que había en mi mente consciente durante su génesis y desarrollo y explicar mi visón actual de cómo todo aquello pasó al papel. Puedo describir el grado de satisfacción que hoy, a casi quince años vista desde su concepción, siento cuando me acerco de nuevo al texto. De hasta qué punto me sigo reconociendo en él, de los fallos y aciertos que le encuentro.
¿Es eso útil? Bueno, no soy yo quien lo tiene que decidir, afortunadamente.
El chispazo inicial de La sonrisa del gato fue la lectura de un relato cyberpunk de Orson Scott Card titulado «Paseaperros», incluido en su antología Mapas en un espejo. Me gustó el ambiente que describía Card en ese cuento, y me gustó su narrador, un (oh, sorpresa) niño.
Y descubrí que, pese a lo que llevaba años diciendo, me apetecía hacer algo que fuera cyberpunk. Me había pasado un tiempo despotricando sobre esa corriente de la ciencia ficción, calificando sus innovaciones de puramente cosméticas y diciendo que ya no tenía nada que ofrecer, que estaba muerta.
Hablad de justicia poética, si queréis. Allí estaba yo, totalmente anti-cyberpunk, empezando lo que podía ser una novela (aunque en aquel momento no tenía muy clara su longitud) encuadrada precisamente en ese subgénero.
Bueno, nunca me he distinguido por mi coherencia personal. A estas alturas de mi vida no me preocupa gran cosa. Creo recordar que en aquella época, al borde de los treinta años, tal vez me importara un poco.
En aquel momento lo que tenía era el personaje de Memo y la idea de contar toda la historia a través de un flashback, alternando el presente del relato (un interrogatorio a ese personaje) con el pasado (una narración omnisciente en tercera persona).
Y tenía claro que había que desarrollar una jerga para toda la parafernalia tecnológica y virtual de la novela. Pero, ¿cuál? Como hago a menudo, improvisé sobre la marcha. El resultado era fácil de prever. Llevaba un tiempo estudiando informática y orientado al COBOL (que no tardaría en convertirse en mi profesión) así que era inevitable que casi toda la jerga que desarrollé para la novela tuviera su origen en palabras reservadas de COBOL, o en el tipo de mensajes que daba un compilador tras analizar un programa y obtener errores. Pan comido.
Y luego vino la historia. Que no sabía muy bien cuál iba a ser.
Porque, como me sucede a menudo, cuando empecé a escribir no tenía historia alguna. Tenía un personaje, un escenario (una estación espacial con forma de peonza) y una situación de arranque, pero nada más.
Hice lo que suelo hacer: escribir a ver qué pasaba. Tras eso, me detuve y volví sobre mis pasos. O, en otras palabras, releí lo que había escrito. No mucho. Por lo que recuerdo ahora, poco más de veinte páginas, tal vez dos o tres capítulos.
Viendo lo que había improvisado fui… descubriendo, en cierto modo, lo que iba a pasar. La pequeña historia que había pergeñado me daba las pistas sobre por dónde podría seguir el asunto. Así, en un par de días, la trama básica, el esqueleto argumental estaba bastante claro. Ahora era cuestión de ir llenándolo de carne y músculos y cubrirlo de piel.
Ambienté la historia en Drímar por pura inercia. Era el universo referencial que había inventado a mediados de los ochenta y casi toda la ciencia ficción que escribía acababa encontrando alojamiento en él. Así que aquella novela (de la que aún no tenía el título) también podía encajar en Drímar, ¿por qué no?
Eso me venía de perlas. Unos años atrás había escrito una novela corta con la que había quedado finalista del UPC y que aún estaba inédita que se llamaba «Los celos de Dios». Y alguno de sus conceptos y parte del trasfondo me encajaban bastante bien en la trama de intriga y espionaje que estaba desarrollando ahora. Así que fue inevitable que los aprovechara y que, en cierto modo, continuase en parte la historia que había empezado a contar en «Los celos de Dios».
Entretanto, llegó el momento en que uno de los personajes de la novela se conectó al ciberespacio (al que llamé «esfera de datos», siguiendo la terminología que Dan Simmons había inventado en Hyperion, si no recuerdo mal) y, mientras escribía esa parte fui, una vez más, improvisando sobre la marcha cómo iba a ser aquel paisaje digital. De pronto, vi claro que la Inteligencia Artificial con la que contactaba el personaje iba a verse como una enorme sonrisa erizada de dientes. De ahí a pensar en el gato de Cheshire, sólo había un paso. Y a partir de ese momento, el título fue inevitable.
Entretanto, la novela seguía. Tenía bastante claro el esqueleto argumental, como he dicho. O, por usar una metáfora distinta, sabía el destino en que desembocaba la historia, cuál iba a ser el final del viaje.
Sin embargo, soy un escritor de brújula, no de mapa. Eso significa que sé de dónde parto y hacia dónde quiero ir y tengo una idea bastante clara de la dirección que voy a seguir. Pero no sé qué me voy a encontrar exactamente a lo largo del camino.
Memo y Chandler, los dos personajes principales, están escapando. Necesitan ayuda y quien les ayude debe ser, por pura necesidad argumental, un hacker. Improviso rápidamente el personaje, lo llamo Vaquero en un homenaje muy evidente a William Gibson y lo hago aparecer como un tipo que habla de un modo más bien pedante, tocado con un sombrero Stetson y con el cuerpo cubierto por un guardapolvo. Nada del otro mundo, un personaje secundario: entra en escena, hace lo que tiene que hacer y se va sin más.
Sólo que no fue así.
Descubrí que Vaquero me caía bien. Me caía muy bien, de hecho. Así que no pude por menos que hacerlo aparecer de nuevo más adelante y hacer que ayudara otra vez a los dos protagonistas. Eso no fue todo. Unos meses después de terminar La sonrisa del gato empecé a escribir una novela corta titulada «Un jinete solitario». Era la historia de Vaquero antes de los acontecimientos ocurridos en la novela.
Así, un personaje diseñado como un mero comparsa, casi un extra, acabó ganándose un puesto importante en mi narrativa. Todo eso sin que yo lo decidiera. Bueno, claro que lo decidí. Pero no hubo ningún elemento consciente en todo el proceso: simplemente, a medida que lo creaba fue ganando consistencia y fue volviéndose más atractivo, hasta el extremo de que no me quedó más remedio que usarlo de nuevo.
Escribir La sonrisa del gato no me llevó mucho tiempo. Si consulto mis notas veo que fue escrita entre septiembre y noviembre de 1994. Tres meses. Menos, en realidad. La historia casi se escribía sola: una vez encarrilada la situación y definidos los personajes principales, era cuestión de dejarse llevar y, de vez en cuando, empujarlos en la dirección correcta.
Desde entonces, han pasado quince años. Quiero creer (pero quién sabe, quizá me equivoco) que algo he aprendido desde entonces y que he escrito alguna que otra novela mejor en este tiempo. Aunque hay quien dice que no.
Si la hubiera escrito hoy, seguramente sería una novela más larga. Y quizá eso sería un error. La sonrisa del gato funciona, entre otras cosas, por su ritmo, su cadencia de respiración, que lleva al lector sin dificultad de un lado a otro de la historia. Hacer una novela más larga y no perder ese ritmo en el proceso creo que me resultaría difícil.
Claro, ahora le veo las costuras. Los lugares en los que conté demasiado o demasiado poco. Las cosas que no supe dejar claras. Los momentos que parecían fruto del autor sacándose un oportuno conejo de una no menos oportuna chistera. Pero, pese a todo, me sigue funcionando. La releo y me reconozco en ella, reconozco mis obsesiones narrativas y vitales, mi forma de contar, las cosas que me preocupan y me interesan. La historia me lleva sin problemas y, mientras la estoy leyendo, me la creo. Y, sobre todo, me sigue gustando el final. Ese momento en el que Memo vuelve a la Peonza, hace lo que tiene que hacer y se sienta a esperar qué pasa, sin saber realmente qué le deparará el futuro.
Tampoco yo lo sabía entonces. Y, en realidad, no importaba: el final natural de la historia era ése. Lo que importaba no era si Memo conseguía vengarse de Cheshire o fracasaba, sino el hecho en sí de que volvía para vengarse. Lo que pasase a partir de ahí, no me interesaba como escritor.
Podría contar mucho más; seguramente. Podría escarbar en la memoria y arañar alguna que otra anécdota sobre su creación, o la acogida que tuvo. Que aún hoy siga siendo una novela recordada con cariño por un importante sector de los aficionados españoles a la ciencia ficción creo que dice bastante.
Fue mi primera novela publicada. Mi primer hijo adulto, podríamos decir. Escrita por un tipo que no soy exactamente yo mismo, pero lo fue en cierta época. Lo bastante cercano a mí, en todo caso, para reconocerme en ella y sentirme moderadamente orgulloso de haberla escrito.
April 13, 2017
Dados cargados
A finales de este mes estará en la calle mi nuevo libro. Se trata de Dados cargados, una recopilación de relatos en la que repaso lo que ha sido mi actividad hasta ahora en el terreno de la narrativa breve. Publicada por Cazador de Ratas Editorial, pretende ser un muestrario de mi evolución como escritor de cuentos. A tal fin, las historias han sido ordenados cronológicamente, pero no atendiendo a la fecha de publicación, sino al momento en que fueron escritas.
De este modo se repasan veinticuatro años, los que van de 1989 («La carretera») a 2013 («En el ático»). La idea es ir viendo con cada sucesivo relato cómo se van refinando mis obsesiones narrativas, cómo basculo de un género a otro y los voy mezclando y, en general, cómo me he ido convirtiendo con el tiempo en el escritor que soy ahora, ya sea para bien o para mal.
El libro tiene una particularidad, y es que cada uno de los relatos ha sido prologado por un colega escritor. Once autores (seis hombres y cinco mujeres) presentan los distintos cuentos, hablan de ellos y de mí y, por decirlo de algún modo, hacen de maestros de ceremonias para esta recopilación. Elia Barceló, Juan Ramón Biedma, Luis Alberto de Cuenca, Cristina Jurado, César Mallorquí, Felicidad Martínez, Ismael Martínez Biurrun, Sofía Rhei, José Carlos Somoza, Eduardo Vaquerizo y María Zaragoza dan su visión de los diferentes relatos y reflexionan sobre ellos, en tonos muy distintos y siempre desde una óptica sumamente personal.
Confieso que cuando Carmen Moreno, la editora de Cazador de Ratas, me planteó la idea de prologar cada cuento con un texto de otro escritor, la encontré descabellada, por no mencionar que me pareció un tanto arrogante, ¿A cuento de qué otro autor iba a perder parte de su tiempo en hablar de mí?, fue lo primero que pensé. Pese a todo, seguí adelante con la idea, creé una lista de posibles interesados y contacté con ellos, esperando, lo confieso, que la mayoría me diera largas o me respondiera con una negativa directa. Sin embargo, la respuesta fue casi inmediata y entusiasta; no hubo ni un momento de vacilación y prácticamente todos me respondieron que estarían encantados de escribir unas líneas hablando del relato que les enviase.
Desde que empecé a publicar, allá por 1989, las recompensas me ha dado mi actividad como escritor han sido numerosas y muy variadas, pero creo que ninguna de ellas se compara con ver cómo otros escritores se entregan con tal entusiasmo a la lectura y análisis de lo que has escrito. Ir recibiendo cada prólogo a medida que me lo enviaban, leyéndolo y sonrojándome ante las cosas que leía sobre mí escritas por mis colegas ha sido una experiencia que, sinceramente, dudo que pueda describir como se merece. Baste decir que ha sido uno de los momentos más gratificantes de mi vida y que me siento profundamente en deuda con todos y cada uno de ellos. Como escritores que son ya lo estaba antes («al cabo, nada os debo, me debéis cuanto escribo», que decía Machado) pero ahora lo estoy a un nivel mucho más personal. Elia, Juan Ramón, Luis Alberto, Cristina, César, Felicidad, Ismael, Sofía, José Carlos, Eduardo, María, gracias a todos.
En cualquier caso, falta ya poco para que el libro esté en la calle con una estupenda portada de Iván Ruso. Otro libro más. Otro hijo, otra muesca en la culata del revólver. Si todo va bien, no será el único que salga este año y, allá por diciembre, espero poder darles a mis lectores una sorpresa muy especial. Pero, como dijo no sé quién no sé cuándo no sé dónde, «esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión».
December 5, 2016
Los archivos perdidos de Sherlock Holmes. Las distintas versiones
Hagamos, por qué no, un poco de historia bibliográfica.
Publiqué La sabiduría de los muertos en 1996. Sería reeditada en 2004 por Bibliópolis, en 2008 por Alamut, en 2012 por Sportula y, finalmente y como parte del omnibus que recoge toda mi obra holmesiana, en 2016, de nuevo por Sportula.
La historia de mis otras tres novelas es un poco menos ajetreada. La segunda sería publicada por Bibliópolis en 2005, y reeditada por Sportula en 2013 y 2016. La tercera la publicaría Bibliópolis en 2007 y la reeditaría Sportula en 2014 y 2016. Finalmente, la cuarta apareció en 2008 de la mano de Alamut y fue reeditada en 2015 y 2016 en Sportula.
¿Para qué me molesto en detallar todo eso? Bueno, aparte de mi querencia por las minucias, lo hago como introducción para hablar de las diferencias que hay entre las distintas versiones del texto en las diferentes ediciones. No son muchas; el texto de la versión más reciente es, en su mayor parte, el mismo que el de la primera versión. Pero sí que es cierto que los libros, aparte de las diversas correcciones de pequeños detalles que se hayan podido ir haciendo con el tiempo, han sufrido algunas modificaciones más importantes, ya sea en su estructura, en el desarrollo de ciertos acontecimientos o en la participación en ellos de diversos personajes.
Me gustaría detallar esos cambios, novela a novela. Espero que los encontréis interesantes y que a los fans más completistas y amantes de las minucias, como yo mismo, les aporten algunos datos de interés.
Vamos allá, pues.
1) LA SABIDURÍA DE LOS MUERTOS



Como decía, la primera edición se realizó en 1996 por parte de la Fundación Dolores Medio. Tuvo muy poca difusión, especialmente fuera de Asturias, así que son pocos los lectores que la a han leído o la conocen. Aquellos que lo hicieron y se acercaron después a la versión de Bibliópolis seguro que fueron conscientes de algunos pequeños cambios.
En la versión original de la novela, cuando Holmes se enfrenta al mensaje en runas, Watson no detalla pormenorizadamente su descriframiento: se limita a decir algo así como «Holmes usó la misma técnica que en el caso de los bailarines» para luego darnos el mensaje ya descifrado. Aproveché la reedición de Bibliópolis para mostrar pormenorizadamente cómo el detective va, paso a paso, decidiendo qué runa corresponde a qué letra del alfabeto latino y cómo descifra poco a poco el enigmático mensaje. Como lector, siempre he encontrado fascinantes esos procesos de desciframiento y me pareció adecuado enfrentarme también a uno de ellos como escritor.
En esa versión, por otro lado, no hay el menor rastro de Samuel Mathers o los otros líderes de Amanecer Dorado. Tampoco hay mención alguna a Aleister Crowley. ¿Por qué? Muy sencillo: mis conocimientos de aquella época sobre la sociedad hermética eran pocos y fragmentarios y no supe más detalles de ella hasta años después. Crowley, por otro lado, era por aquel entonces para mí un personaje desconocido. Ocho años después, en 2004, la cosa había cambiado y podía permitirme el lujo de retocar un poco la historia e incorporar a ella esos personajes.
Aparte de esos dos cambios, hubo pequeños retoques en el texto, especialmente varios fragmentos en los que Watson reflexionaba sobre su amigo detective y su amistad con él.
Y, por supuesto, un cambio que en principio fue menor pero que luego afectaría enormemente a la trama de las siguientes novelas: la inclusión del incidente narrado por Rafael Marín en Elemental, querido Chaplin, donde cuenta cómo un malvado oriental le traza dos cicatrices gemelas en el rostro a Wiggins. En La sabiduría de los muertos no pasa de ser una mención rápida del asunto, pero tanto en Las huellas del poeta como en La boca del infierno, veríamos en detalle las consecuencias de aquel incidente.
Por otro lado, la edición original, además de «La sabiduría de los muertos» per se incluía un relato titulado «La aventura del asesino fingido». Cuando se reeditó en Bibliópolis decidimos añadirle otra historia holmesiana que había sido publicada en 1996 en la antología Visiones, «Desde la tierra más allá del bosque». La idea era que la edición de Bibliópolis recogiera toda mi obra holmesiana… por aquel entonces aún no sabíamos que había tres novelas más en el futuro.
La siguiente versión a la de Bibliópolis, la de Alamut, apenas incorpora cambios dignos de mención, solo una somera revisión de erratas en el texto.
Sí que hubo varios cambios en la cuarta versión, la de Sportula.
El primero surgió a raíz de la lectura de Conan Doyle, detective, de Peter Costello. La lectura de ese libro me llevó a cambiar el motivo por el que Arthur Conan Doyle no simpatiza con Holmes en exceso y a veces hasta parece atemorizado ante él. En las versiones anteriores no se detalla por qué se comporta de ese modo, pero tras descubrir que Conan Doyle fue por derecho propio un excelente detective amateur, me pareció buena idea incorporar la idea de unos ciertos celos profesionales por parte del escritor hacia el detective y de una cierta actitud despectiva por parte del detective hacia los logros del escritor en su propio campo.
El segundo fue la decisión de publicar exclusivamente La sabiduría de los muertos tal cual, sin el añadido de los otros dos relatos.
La última versión, la recogida en Los archivos perdidos de Sherlock Holmes, recupera los dos relatos que habían desaparecido de la versión anterior.
2) LAS HUELLAS DEL POETA


No hay diferencias sustanciales entre la primera versión publicada de esta novela y la primera edición en Sportula. Sí que las hay, sin embargo, entre esa y la que el lector puede encontrar en Los archivos perdidos de Sherlock Holmes.
Son principalmente dos.
La primera es que lo que en el libro era la cuarta parte de la novela, ahora se desliga de ella y se ensambla con lo que originalmente era la tercera parte de La boca del infierno para construir una nueva narración, un nuevo «archivo», bajo el título de «El que acecha en la memoria». Fue fácil hacerlo, ya que el narrador en ambos casos era Willian Hudson y bastó una pequeña revisión para que el ensamblaje quedara como un todo coherente.
La otra se refiere al prólogo y epílogo de la novela. Estos fueron fusionados en un único fragmento en Los archivos perdidos de Sherlock Holmes bajo el título de «Archivo final: ¿El que sueña en la eternidad?».
Pero, además, en la versión original, Hudson se encontraba en el Madrid de 1982 con Ramón Serrano Súñer, quien se ofrecía a conseguir que sus memorias sobre Holmes vieran la luz pública. En la versión que puede leerse ahora, con quien se encuentra Hudson es con Shamael Adamson y es este quien le hace tal propuesta. Tenía sentido: Adamson está presente en mis historias holmesianas casi desde el principio y su importancia y relevancia fue aumentando a medida que evolucionaba la saga. Cuando escribí Las huellas del poeta, no tenía claro cómo encajaba el personaje en la trama, pero cuando acabé El heredero de Nadie no me quedaba duda alguna. Así, hacer que él fuera el destinatario último de los manuscritos holmesianos y, por tanto, encargado de conseguir que se publicaran, tenía todo el sentido del mundo y, en cierto modo, cerraba un círculo.
3) LA BOCA DEL INFIERNO


Como antes, no hay diferencias sustanciales entre las versiones de Bibliópolis y la primera en Sportula y sí que la hay entre esta última y la incorporada a Los archivos perdidos de Sherlock Holmes.
La más relevante es la eliminación del prólogo, el epílogo y los interludios de la primera versión. Aunque no fue una eliminación definitiva (pues aparecerían en los extras del omnibus como «escena eliminada»), sí que me pareció importante apartarlos de la secuencia principal narrativa, no solo porque eran difíciles de encajar cronológicamente sino porque en buena medida todo lo que se decía allí, que tenía sentido y aportaba información relevante en una novela aislada, resultaba redundante en una edición unitaria de la saga completa.
El otro cambio fue la partición, por otro lado evidente, de lo que era una única novela en tres archivos distintos, bajo el nombre de «La boca del infierno», «La batalla interminable» y «El que acecha en la memoria». Al fin y al cabo, la novela original se componía de tres historias en cierto modo independientes aunque relacionadas. Separarlas en tres archivos distintos era casi inevitable. Y, como he apuntado antes, al último de ellos, «El que acecha en la memoria», le incorporé la cuarta parte de «Las huellas del poeta».
4) EL HEREDERO DE NADIE


Y una vez más, apenas hay diferencias entre la edición original de Alamut y la edición unitaria en Sportula, pero hay un par de ellas entre esta y la edición omnibus.
La primera fue la decisión de separar de El heredero de Nadie lo que en origen era la segunda parte de la historia. En realidad, esta parte era una novela completa por sí misma que narraba las andanzas de un joven Holmes en el oeste americano y que se acabó convirtiendo en el primer archivo bajo el nombre de «El aprendiz de detective».
Esta modificación me llevó, lógicamente a convertir el primer interludio y el segundo de El heredero de Nadie en uno solo. En la versión original, George llega a Sussex y se pone a leer el manuscrito que Hudson le ha indicado. A continuación viene ese mismo manuscrito, la historia del salvaje oeste antes mencionada, para finalmente volver al presente narrativo y ver a George terminando la lectura y volviendo a Londres. En la versión actual, no hay interrupción alguna: vemos a George iniciando la lectura, terminándola y volviendo a Londres sin que nada interrumpa esa escena.
* * *
Y eso es todo. Como he dicho, hay pequeños cambios en las distintas versiones: correcciones de erratas o simples revisiones del texto donde juzgué que era mejor decir las cosas de un modo distinto. Son diferencias menores, casi insignificantes.
A todos los efectos, para mí la versión final de mi obra holmesiana es la que el lector puede encontrar en Los archivos perdidos de Sherlock Holmes. Con eso no pretendo hacer desaparecer las versiones anteriores, por supuesto: siempre he pensado que una vez que publicas algo, ya no te pertenece por completo y, por tanto, no tienes derecho a retirarlo del alcance del público. Y, desde luego, si alguien prefiere seguir leyendo las novelas individuales, ya sean todas o solo alguna, adelante.
Pero es en Los archivos perdidos de Sherlock Holmes donde está la versión, a mi entender, definitiva, perfectamente ensamblada y que muestra de la forma más coherente posible la historia de mi Sherlock Holmes.
December 2, 2016
Los archivos perdidos de Sherlock Holmes, 20 años después
En realidad, siendo exactos, veintitrés años, porque fue en 1993 cuando escribí una novelita holmesiana de poco más de cien páginas titulada La sabiduría de los muertos, que ganaría el Premio Asturias de Novela en 1995 y sería publicada al año siguiente por la Fundación Dolores Medio. Ahí empezó todo.
Claro que, si nos ponemos estrictos, habría que volver la vista atrás, mucho más atrás, a mi primer contacto con el personaje de Arthur Conan Doyle y su mundo. Pero, de momento, dejémoslo en 1996 para así poder usar el redondo número de veinte años. Por aquel entonces tenía treinta y uno y, confesémoslo, no tenía ni pajolera idea de lo que iban a ser las dos siguientes décadas. Hacía cábalas sobre mi futuro, supongo que como todo el mundo, pero también como todo el mundo, nunca acerté en nada de lo que me pasó en los años siguientes, ni en lo bueno ni en lo malo.
O, como dicen que dijo John Lennon: «La vida es aquello que te pasa mientras te empeñas en hacer otros planes».
Veinte años, decía, 1996. Ocho más tarde, La sabiduría de los muertos encontraba nuevo editor en Luis García Prado y su sello Bibliópolis bajo el título de Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos. No solo eso, descubrí que me seguía apeteciendo escribir sobre Sherlock Holmes, que aún tenia cosas que contar sobre él. De ahí salieron tres novelas más: Sherlock Holmes y las huellas del poeta, Sherlock Holmes y la boca de infierno y Sherlock Holmes y el heredero de Nadie.
Creo que fue allá por 2008, cuando se publicaba la cuarta y última novela, que le comenté a Luis García Prado, medio en serio medio en broma, que si la cosa iba bien y algún día alguien recogía todo mi material holmesiano en un un solo volumen, en una de esas «ediciones omnibus» tan frecuentes en el mundo anglosajón como escasas en nuestro país, hasta tenía un título.
—¿Cuál? —preguntó Luis.
—El archivo perdido de Sherlock Holmes —respondí yo. Me parecía un buen título que hasta tenía resonancias canónicas, ya que el último libro de relatos holmesianos que publicó Conan Doyle fue, precisamente, El archivo de Sherlock Holmes.
—¿Y por qué «el archivo» —me dijo Luis—. ¿Por qué no, mejor, «los archivos»?
Tenía razón y me di cuenta enseguida. Así que almacené la información en mi mente y allí quedó, dando vueltas mientras los años pasaban, seguía escribiendo y publicando y hasta abría mi propia editorial, Sportula, en la que acabé reeditando yo mismo mis cuatro novelas holmesianas. El círculo se había cerrado, podríamos decir.
¿O no?
La idea del compendio, del omnibus, seguía en mi cabeza y no renunciaba a ella. Decidí probar primero con otra parte de mi obra, con la ciencia ficción que había escrito en los noventa y que se ambientaba toda en el mismo escenario. De hecho, la última novela de ese ciclo, escrita en 2001, llevaba inédita desde entonces. Así que me decidí y publiqué en Sportula Drímar, el ciclo completo. Decidí incluir en él todo lo que había escrito de Drímar, tanto publicado como inédito… o al menos, todo lo que conservaba, ya que algunas cosas se habían perdido con el correr de los años. Fue una edición exclusivamente en ebook que incorporaba abundante material extra sobre Drímar que no se podía encontrar en ningún otro lugar: cuentos primerizos que nunca fueron publicados, reflexiones sobre la evolución del escenario, algún mapa…
El experimento funcionó bien y la reacción del público fue positiva. Pero en cierto modo, había hecho trampa. Era una edición en ebook, lo que implicaba que podía hacer un libro tan largo como quisiera sin correr demasiados riesgos, ya que los costes no iban a aumentar con el número de páginas. ¿Podría hacer lo mismo en papel? ¿Me atrevería?
Mientras le daba vueltas a la idea, llegó 2015 y se cumplieron veinte años desde la publicación de La sonrisa del gato, mi primera novela. Decidí reeditarla, añadiéndole además las historias relacionadas con ella: el cuento «Mensajero de Dios» y la novela corta «Un jinete solitario». No contento con eso, preparé una versión en inglés: Steve Redwood la tradujo a la lengua de Shakespeare y fue publicada como Cat’s Whirld. Para rematar el cumpleaños, John Serrano compuso una banda sonora para la novela.
Pero ahí estaba 2016. Otro aniversario, otros veinte años, ahora desde la publicación original de La sabiduría de los muertos.
¿Qué hacer?
No tuve que pensármelo mucho, en realidad. La idea del omnibus holmesiano nunca me había abandonado. Y, si no lo preparaba para el veinte aniversario de la primera novela, no lo haría nunca. Así que me puse manos a la obra. Por suerte, la tecnología de impresión bajo demanda permite un control de costes y de tiradas que el offset tradicional no, así que podía ajustar bien las cosas para no pillarme los dedos y, pese a todo, sacar adelante ese volumen unitario con todo mi Holmes. Eso, unido al interés que despertó la nueva edición y a que fueron muchos los que quisieron adquirir el libro por adelantado, hizo que los riesgos de editar algo así fueran mucho menores.
El resultado estará en las librerías el 12 de diciembre y ya ha llegado a aquellos que decidieron reservar su ejemplar por adelantado. Más de 1200 páginas en papel que incluyen mis cuatro novelas holmesianas, ahora ordenadas de acuerdo a la cronología interna del personaje, más abundante material extra. Cuando en 2008 comenté el asunto, era un sueño lejano, algo que deseaba que pasase pero en lo que prefería no pensar demasiado en serio.
El sueño se ha cumplido. Los archivos perdidos de Sherlock Holmes es una realidad palpable. Y tan palpable, un buen ladrillo de libro que contiene unos cuantos años de mi vida como escritor. No sé cómo será su carrera comercial, aunque las vibraciones son buenas, pero eso es ahora lo de menos. El libro está ahí, existe, es una realidad y está al alcance de los lectores, sean estos muchos o pocos.
Ahora sí lo puedo decir. El círculo se ha cerrado. Sherlock Holmes, mi Sherlock Holmes, ha llegado definitivamente a casa para quedarse tras un largo y accidentado viaje. Y espero que siga conmigo muchos años.
Y con vosotros.
November 26, 2016
El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu
Seamos claros desde el principio. El problema de los tres cuerpos comparte todas las virtudes de la ciencia ficción hard clásica… y, por desgracia, casi todos sus defectos.
Estamos ante una novela ambiciosa, llena de momentos construidos a una escala grandiosa y con grandes dosis de sentido de la maravilla. Sus partes buenas están, sin duda, entre lo mejor de lo que he leído de la ciencia ficción en los últimos años. El resto de la novela va de lo meramente correcto a lo directamente malo.
Sin duda, la trama que se desarrolla en el juego de realidad virtual «Tres cuerpos» es uno de los grandes aciertos de la novela, tanto en en el aspecto literario (e incluso filosófico) como en cuanto a su capacidad de asombro y evocación. Creo que fue Jordi Balcells en Goodreads quien describió esas partes diciendo que parecían escritas por un Salvador Dalí volcado en crear ciencia ficción dura. No es una mala definición y, son, sin duda, lo mejor de la novela con diferencia. Funcionan a distintos niveles (como narración detectivesca, como especulación filosófica e incluso como creación secundaria de un mundo con sus propias leyes físicas y biológicas) y cada vez que la novela se adentra en ese terreno, alza el vuelo con firmeza y decisión y consigue volar muy alto.
Casi a su nivel está el momento en el que los extraterrestres deciden desplegar un protón en tres dimensiones y usarlo para construir un superordenador cuántico. Por desgracia, ese momento que debería apabullar por lo grandioso de todas sus implicaciones, no llega a hacerlo por la pobreza literaria de todo lo que lo rodea. Tenemos una civilización extraterrestre con una biología enloquecedora y unas condiciones planetarias totalmente alienígenas que, sin embargo, piensan, sienten, hablan y se comportan como si fueran seres humanos.
No, no me sirve la excusa que da el autor:
Ninguno de los datos sobre Trisolaris mencionaba el aspecto físico de sus habitantes y (…) Yen Wnejie no supo imaginárselo más que con apariencia humana.
A eso, en mi pueblo, lo llaman pereza.
Incluso comparten sistemas políticos con nosotros, como la democracia representativa, o se quejan amargamente de cómo el bien común ha ahogado la libertad individual (de hecho, hay momentos en que esos lamentos parecen una velada crítica al sistema político chino, más que la protesta de un extraterrestre). Me he pasado buena parte de la novela esperando encontrar lo que, a priori, deberían haber sido los extraterrestres más extraños y singulares de la historia de la ciencia ficción y, cuando aparecen, resulta que hablan como tertulianos de TeleCinco o políticos de medio pelo.
Y, para rematar, como si estuviéramos en los años cincuenta, de pronto se nos lanza a la cara el viejo cliché de que el ser humano avanza tecnológicamente mucho más rápido que cualquier otra especie inteligente conocida.
No es el único defecto de la novela. De hecho, está plagada de ellos. Personajes planos, acartonados, carentes casi de motivaciones dignas de ese nombre y que, encima, cuando hablan entre ellos se limitan a intercambiarse trozos de monólogos o discursean como si estuvieran un mitin político. Al respecto «recomiendo» los capítulos 21 y 24, en los que se muestra un intercambio verbal especialmente penoso. O la secuencia que va de la página 313 a 315, que debería estar cargada de una intensidad emocional brutal (ahí resuelve, en cierto modo, el pasado de uno de los principales personajes de la novela) y que acaba convertida en un mero intercambio de información sin carga emocional alguna, transformando lo que debería ser un clímax narrativo en varias páginas insulsas.
Por otro lado, la novela abunda en los infodumps, está llena de personajes que discursean, cuentan y explican cosas única y exclusivamente para que el lector reciba información, sin ningún otro propósito narrativo.
A estas alturas, supongo que queda clara la decepción enorme que ha supuesto para mí la lectura de El problema de los tres cuerpos, especialmente tras venir avalada por el entusiasmo de muchos lectores y los premios que ha recibido. Si de verdad esta era la mejor novela de ciencia ficción en 2015, es que el género no ha aprendido nada desde los años treinta, al menos literariamente. No creo que sea el caso (al contrario, sé que la ciencia ficción está llena de buenos narradores y excelentes escritores), de ahí mi incomprensión hacia el entusiasmo que ha despertado. Sospecho que lo apabullante de algunas de las ideas y de sus buenos momentos ha hecho a muchos lectores obviar la increíble cantidad de defectos que tiene este libro como objeto literario.
Pese a todo, no me atrevo a no recomendar su lectura. Si uno tiene suficiente paciencia para pasar un buen montón de páginas escritas con torpeza llenas de personajes planos y cargados de clichés incapaces de expresarse como personas reales, puede acabar encontrando entre toda esa paja, grano de calidad suficiente para que le compense. Confieso que yo mismo, pese a lo expresado en los párrafos anteriores, no puedo evitar seguir saboreando los buenos momentos de la novela, rememorarlos y darles vueltas en mi cabeza.
La sensación final es, por tanto, agridulce. Diría que más agria que dulce, en líneas generales. Aunque, tal vez, por seguir con la metáfora, la salvaje riqueza de sabores de esos pocos momentos dulces consigue que casi haya compensado dedicarle tiempo de lectura a El problema de los tres cuerpos.
Casi.
November 7, 2016
Nos mienten, de Eduardo Vaquerizo
Nora es una privilegiada. Su trabajo como guardaespaldas («polizo») de una de las principales familias empresariales de Madrid (y del mundo) le ha permitido escapar de su destino de clase baja y disfrutar de diversos lujos que de otro modo no estarían a su alcance. Con una relación estable y un prometedor futuro en su profesión, todo parece ir como la seda. Hasta que un día le retiran el suelo bajo los pies y su mundo da un vuelco total. En ese momento empieza a ver el mundo tal como es, comprende la mentira en la que está basada la sociedad y se abre camino con uñas y dientes para sobrevivir en un universo que de pronto le es hostil y ansía su muerte.
Con estos mimbres narrativos (no muy distintos en su planteamiento de los que usaron Pohl y Kornbluth en Mercaderes del espacio, por poner un ejemplo clásico) Eduardo Vaquerizo construye una novela de ritmo trepidante, en la que resulta casi imposible dejar de leer y donde la peripecia avanza como un tren a toda máquina. Con la estructura, el ritmo y la ambientación de un thriller tecnológico de acción, la novela no da descanso al lector y se va deslizando hacia su inevitable final con una precisión y una fluidez nada frecuentes. En todo momento, Eduardo mantiene sujetas las riendas de la trama y no permite que esta se desboque, llevándola exactamente por donde le interesa, sin perder fuelle ni errar el rumbo. La información que el lector necesita para comprender el escenario le es suministrada poco a poco, sobre la marcha, sin interrumpir nunca el ritmo de la novela, de modo que el lector puede sumergirse en la historia desde la primera página e ir asimilando a medida que lee las diversas pinceladas que le dibujan el escenario, tanto en lo social como en lo tecnológico.
En este último aspecto, la tecnología es tan creíble y plausible que no me sorprendería encontrármela pasado mañana en cualquier tienda de informática o, por qué no, en unos grandes almacenes. Por otro lado, el uso de todos esos elementos tecnológicos está perfectamente dosificado en la novela, viene siempre a cuento y ayuda a dibujar con contundencia un futuro muy posible. Mención especial merece la llamada «consola», un gadget de realidad aumentada (entre otras cosas) que se convertirá en un elemento central de la trama en ciertos momentos.
El panorama social que se nos dibuja, por otro lado, no es menos creíble y plausible. En realidad, podríamos decir que la diferencia con nuestro presente es mínima. Se han llevado a su extremo diversas tendencias actuales que el lector reconocerá sin problemas: la diferencia cada vez mayor entre ricos y pobres, la desaparición gradual de la clase media, el poder de los lobbies empresariales para decidir las políticas gubernamentales, la desaparición cuidadosamente planeada de la conciencia de clase entre las clases bajas… Añadamos a todo esto unas pinceladas de conspiración global y un planeta cuyos recursos están cercanos al agotamiento y tenemos el escenario que Eduardo nos plantea en Nos mienten.
Como ya he dicho, se va dibujando poco a poco, sin prisas, sin detener nunca el ritmo de la historia y dejando que el lector se vaya empapando paulatinamente de lo que le rodea. Al respecto no puedo por menos que destacar el minimalismo expresivo y la economía de medios narrativos de que hace gala el autor (no está nada mal para alguien que fue llamado «Eduardo Adjetivizo» al principio de su carrera) que ayudan en gran medida a que la historia fluya como debe y a que los acontecimientos queden fijados con contundencia en la mente del lector. Con esa tercera persona en presente que narra lo ocurrido en tono casi aséptico, Eduardo demuestra que a menudo menos es más y que no son necesarios barrocos alardes descriptivos para poner al lector en situación y en antecedentes. De hecho, la sencillez y frialdad con la que se narran los acontecimientos hacen que el impacto emocional en el lector sea mucho mayor.
No estamos ante una novela de denuncia. Eduardo es un escritor demasiado inteligente para caer en esa trampa panfletaria. Aunque sí estamos, sin duda, ante una novela que denuncia, cosa bien distinta. Una novela que nunca olvida su naturaleza de tal, de ficción, de creación narrativa, y que tiene en mente presente en todo momento el que debería ser el primer mandamiento de cualquier creador: «no aburrirás».
Quizá es eso lo que no se le ha perdonado, a tenor de ciertas críticas sobre la novela que he leído. Pues parece que a algunos les ha molestado el hecho de que, sin renunciar a la disección social, a la especulación política y a las cargas de profundidad ideológicas, la novela es, por encima de todo, sumamente entretenida y fácil de leer.
Y está condenadamente bien escrita. De hecho, después de asistir a la torpeza narrativa y estilística de algunas visiones cenitales del mundo por venir, incomprensiblemente aupadas por cierto sector de la crítica a un podio que no merecen y cuyo valor como novela es más coyuntural que literario, Nos mienten es todo un soplo de aire fresco y toda una lección de cómo usar de forma inteligente la narrativa de género para plantear ciertas preguntas.
October 19, 2016
La gracia de los Reyes, de Ken Liu
¿Eres de esos lectores de fantasía que necesitan que el escenario sea presentado con maniático detalle, que requieren que todos y cada uno de los acontecimientos le sean narrados pormenorizadamente, que exigen saber hasta el más nimio y oscuro de los pensamientos que le pasan por la cabeza, no solo a los protagonistas, sino hasta al más insignificante de los secundarios?
Si la respuesta es que sí, entonces deberías mantenerte alejado de esta novela. No es para ti.
Por el contrario, si estás dispuesto a disfrutar de una excelente aventura fantástica, llena de exotismo, acción, reflexiones interesantes, giros inesperados pero consecuentes y una mirada amplia que lo abarca todo sin caer en la minucia descriptiva, bienvenido, te lo vas a pasar de maravilla con La gracia de los Reyes.
La novela es, desde luego, un soplo de aire fresco, no solo por el desparpajo con el que aborda la historia (o quizá debería decir «las historias», porque a menudo la trama central no es más que un armazón del que van colgando pequeños relatos individuales) sino por su empeño decidido y voluntario de nadar a contracorriente de lo que se estila en el panorama actual de la fantasía épica.
Ya su ambientación, netamente oriental, nos da un toque de atención. Mientras el tronco central de género sigue empeñado en revisitar una y otra vez un entorno seudomedieval de inspiración europea, Liu se acerca a las tradiciones chinas (y me atrevería a decir que no solo chinas, a la vista de ciertos detalles) para crear su escenario y su trama. Al mismo tiempo, transforma y reelabora el modelo del que parte, lo contamina de otras culturas y leyendas, lo descontextualiza y recontextualiza para convertirlo en algo enteramente propio que tiene la virtud de parecerle al lector, independientemente de la cultura a la que pertenezca, exótico y familiar al mismo tiempo.
No diré gran cosa del argumento de la novela. El armazón estructural sobre el que cuelga es sumamente sencillo: la narración de la rebelión contra un naciente imperio por parte de los estados previamente conquistados. Eso le permite al autor incorporar multitud de personajes y anécdotas que va enhebrando a ritmo endiablado, basculando el peso narrativo de un lugar a otro según convenga. Nada nuevo bajo el sol, me diréis. No seré yo quien os contradiga.
Lo que hace especial esta novela, entre otras muchas cosas, es el tono y el aliento narrativo, que se aleja totalmente de lo que el lector contemporáneo está acostumbrado. Y es que La gracia de los Reyes está escrita, no como una novela actual, sino como una crónica, y utilizo la palabra en el sentido narrativo y medieval, no en el periodístico y contemporáneo.
De hecho, pese a la evidente inspiración china de buena parte del escenario y la peripecia, el modo de encarar la historia recuerda en más de una ocasión el Heike Monogatari japonés e incluso en algunos momentos se pueden percibir ecos de crónicas medievales europeas… o quizá de su reelaboración para la literatura popular del siglo XX de la mano de Tolkien en El Silmarillion.
Es posible que eso dificulte la entrada en la novela. Acostumbrados a una narrativa más pausada, más centrada en el personaje y su psicología, puede parecer chocante al principio, hasta que a las pocas páginas uno se acostumbra sin problemas a esa forma de narrar y se deja llevar por la peripecia.
Pese a lo mencionado en el párrafo anterior, Liu no descuida la construcción de sus personajes. Al contrario, han sido creados con detalle y coherencia y se comportan como seres vivos reales y complejos. La diferencia es que pocas veces entramos en su cabeza (y, desde luego, nunca hacemos una gira turística en la que asistimos a la menor de las nimiedades que puedan pensar) y son construidos más por su comportamiento y su interacción con otros personajes que por sus procesos mentales.
Tengo que confesar que es muy probable que hubiera tardado más en acercarme a esta novela (aunque habría acabado llegando a ella, los relatos cortos de Liu leídos hasta ahora me parecen magníficos) de no haber asistido a la charla que el autor dio en Salamanca sobre la misma. Tras oír sus opiniones, que comparto en buena medida, sobre algunos de los principales defectos de la hipertrofiada fantasía épica actual, decidí que tenía que darle una oportunidad a esta novela.
No me he arrepentido.
October 15, 2016
Barcelona Tales
El próximo mes de noviembre estará a la venta Barcelona Tales, una antología de relatos compuesta especialmente para la EuroCon (Convención Europea de Ciencia Ficción) de 2016 y editada por la editorial inglesa NewCon Press, de Ian Whates.
Traduzco la sinopsis editorial:
Toda ciudad tiene su propio ritmo, su pulso y su personalidad, pero ninguna tanto como Barcelona. Para conmemorar que la Convención Europa de Ciencia Ficción de 2016 tendrá lugar en esa histórica ciudad, NewCon Press ha invitado a algunos de los principales autores españoles de ciencia ficción y fantasía a escribir nuevos relatos ambientados en Barcelona. Junto a sus cuentos, el lector encontrará los de otros autores más familiares para el lector de habla inglesa.
Abre el libro y descubre un nuevo mundo lleno de maravillas, belleza y terror. Descubre una Barcelona totalmente distinta a la que conocías.
Entre los relatos de esta antología se incluye mi cuento «A Tale of No City».
Se trata de un relato bastante intimista que usa como ambientación una Barcelona post apocalíptica y en el que exploro diversas cuestiones como el amor, la responsabilidad, ciertas dinámicas sociales o qué nos define como seres vivos individuales.
Estar en este libro es un placer por diversos motivos. En primer lugar por la compañía. Ver mi nombre junto al de autores internacionales y españoles de ciencia ficción y fantasía de ese nivel es una gozada o, si me permitís el uso del vernáculo, «mola que te cagas».
En segundo lugar porque mi nombre esté entre los autores que aparecen en la portada, una selección de los trece escritores que participan en el libro. Orgullo tonto, bien lo sé, pero qué sería de nosotros si fuéramos criaturas siempre mesuradas, racionales y exquisitamente equilibradas. Un aburrimiento, estoy seguro.
Y en tercer lugar porque este es un relato importante para mí. Ya he sido traducido al inglés antes e incluso yo mismo me he traducido a ese idioma. Pero es la primera vez que escribo un relato directamente en inglés. La experiencia ha sido fascinante en muchos sentidos y más sencilla de lo que creía al principio. De algún modo las palabras fluían por sí solas y encontraba sin dificultad el modo de expresar lo que quería en esa lengua. Evidentemente, estaba inseguro acerca del resultado y, aunque Ian Whates, el editor, nunca lo supo, era un amasijo de nervios cuando le dí a «enviar» el correo electrónico con el relato adjunto al mismo.
Su reacción me confirmó que, de algún misterioso modo, me las había apañado para hacerlo bien. No solo el relato le había gustado («a fabulous story which I have great pleasure in accepting for Barcelona Tales» fueron sus palabras) sino que me pedía que felicitase al traductor por el excelente trabajo. Ian no sabía, evidentemente, que había escrito el relato en inglés, con lo cual el placer fue doble.
Lo gracioso es que si algún día quiero publicar el relato en castellano tendré que traducirme a mí mismo a mi lengua materna, lo cual me parece deliciosamente irónico.
* * *
En fin, ahí está, o lo estará en unas semanas, a disposición de quien tenga interés. El libro se pondrá a la venta en rústica, en una edición limitada y firmada en tapa dura y, por supuesto, en ebook. Podéis encontrar toda la información necesaria en este enlace:
Barcelona Tales en NewCon Press.
Y, a continuación, detallo los diferentes autores y relatos que participan en el mismo:
1. The Translator – Lisa Tuttle
2. Secret Stories of Doors – Sofia Rhei
3. Catacomb Saints – Dave Hutchinson
4. A Tale of No City – Rodolfo Martínez
5. The Ravisher, The Thief – Marian Womack
6. Himmler in the Barcelona Hallucination Cell – Ian Watson
7. Dark Pages – Ian Whates
8. Children of the Black Lady – Virginia Pérez de La Puente
9. Equi Maledicti – Sarah Singleton
10. The Dance of the Hippacotara – Claude Lalumière
11. There Will Be Demons – Alberto M. Caliani
12. What Hungers in the Dark – Aliette de Bodard
13. Barcelona/My Love – Elia Barceló
August 17, 2016
Las huellas del poeta
En plena Guerra Civil Española, Sherlock Holmes sale de su retiro para ponerse al frente de la búsqueda de un increíble artefacto de poder por cuya posesión luchan diversas facciones: el Necronomicon, grimorio infernal escrito por el poeta loco Abdul Alhazred. El detective y sus ayudantes deberán encontrar los ejemplares perdidos del libro maldito antes de que una siniestra conspiración aproveche las fuerzas desatadas por el conflicto español para poner en peligro la existencia de toda la humanidad.
Rodolfo Martínez lo ha vuelto a hacer. Un Sherlock Holmes cada vez más anciano, cada vez más cercano, investiga en la Guerra Civil española un caso que enlaza a los dioses más antiguos con los dioses de nuestro tiempo
Rafael Marín


