Rodolfo Martínez's Blog: Escrito en el agua, page 11

September 10, 2012

La sabiduría de los muertos: ocultismo y detectives

 


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La sabiduría de los muertos
(Los archivos perdidos de Sherlock Holmes /1)


Londres, 1895.


Y Gijón, 1993.


Estoy escribiendo una novela de Sherlock Holmes. ¿Por qué? Básicamente porque me apetece, porque me lo pide el cuerpo, porque me gusta la idea y porque, nos pongamos como nos pongamos, soy básicamente un fan del personaje deseoso de contar nuevas historias del detective y jugar con él y con su entorno. Así pues, estoy escribiendo lo que es, básicamente, fan fiction. Y lo hago, además, sospechando que la cosa no llegara a buen puerto. Al fin y al cabo, ya lo he intentado otras veces y los resultados nunca han sido satisfactorios del todo y, a menudo, ni siquiera he llegado a terminar.


La primera vez que intenté escribir un relato holmesiano fue en mi adolescencia. Un ciclo de relatos, en realidad, protagonizados por un descendiente del detective que, por algún motivo que ya no recuerdo, vivía en la España del siglo XXI y terminaba enfrentándose a su particular Moriarty, cuya guarida estaba, así, tal cual, en el Valle de los Caídos. De hecho, si no recuerdo mal, el primer caso que investigaba este descendiente de Sherlock Holmes tenía que ver con un asesinato en el famoso monumento franquista que se resolvía llegando a la conclusión de que las cuatro estatuas que jalonan la enorme cruz eran en realidad robots gigantes al servicio del villano. Mi Holmes lo deducía porque se daba cuenta que a una de las estatuas le faltaba el habitual nido de golondrinas en una oreja.


Sí, así, tal cual lo habéis oído.


Esos relatos se han perdido. Diría que por suerte.


También se perdió la primera versión de «La aventura del asesino fingido», donde intentaba usar directamente al detective original y trataba de hacerlo, además, en su ambientación original: el Londres decimonónico. Recuerdo que esa versión estaba narrada como si yo hubiera recibido el relato por correo y estuviera comentándolo. En parte por seguir a Borges y su afición por resumir libros inexistente, y en parte, supongo, porque no confiaba en ambientar la historia del modo adecuado. Creo recordar que hacia el final del relato había un par de intentos, seguramente más bien patéticos, de juego metaliterario.


Escribí una nueva versión del mismo relato unos años después y ahora traté de usar la voz del doctor Watson. Creo que lo terminé, aunque no estoy seguro y, en todo caso, no lo encontré muy satisfactorio. También se ha perdido.


Luego, inicié lo que creía que era una novela corta en la que Holmes se unía con Van Helsing para luchar juntos contra un Drácula renacido que pretendía vampirizar a la familia real británica. Estaba narrado a medias por Watson y a medias por el doctor Seward. Y, aún hoy, estoy bastante satisfecho de los dos tercios iniciales de la historia. Por desgracia, el tercio final pecaba de precipitado y rutinario y la conclusión de la historia era más bien previsible. Se quedó en cuento largo, más que en novela corta y, por primera vez, no desapareció en las brumas del tiempo. Se llamaba «Desde la tierra más allá del bosque» (o sea, Transilvania) y acabó siendo publicado un par de veces.


Pero, lo dicho, no estaba del todo contento con los resultados. Y suponía que este nuevo intento de escribir una historia holmesiana tampoco llegaría a buen puerto. Sin embargo, pese a todo, me apetecía: tenía ganas de narrar una historia usando la voz del doctor Watson y, además, me apetecía centrarme en lo que Holmes había hecho en el tiempo (de 1891 a 1894) en que el mundo había creído que estaba muerto.


¿Y qué había hecho en aquellos años? Entre otras cosas, viajó por el Tibet durante un par de años y, en Lhassa, pasó algunos días con el Gran Lama. Desde allí fue a Persia, «se asomó» a la Meca y  realizó una visita «breve pero llena de interés» al Califa de Jartoum.  ¿Qué hacía Holmes, un racionalista escéptico, visitando lugares de interés religioso?, me pregunté.


Hmmm.


Se me ocurrió enfrentarlo a una trama de ocultismo que, además, tendría como detonante el que alguien estaba usando la personalidad de Sigerson, el ficticio explorador noruego que Holmes había usado como falsa identidad en ese periodo, conocido como «el gran hiato». Ocultismo, me dije, pero ¿cómo? Recordé un libro que había leído hace años donde se jugaba con la idea de que el Necronomicon (el grimorio inventado por H. P. Lovecraft y atribuido a Abdul Alharzred) era real y, de hecho, John Dee (astrólogo de Isabel I de Inglaterra) había tenido un ejemplar del mismo. Supongamos, por tanto, que ese ejemplar está ahora en manos de la secta hermética Golden Dawn y partamos de la base de que alguien lo sabe y pretende robarlo, involucrando de paso a Sherlock Holmes en el asunto.


Empecé a escribir con esas premisas. El «alguien» que quería robar el Necronomicon no tardó en convertirse en Winfield Scott Lovecraft, el padre del famoso escritor, con lo cual entroncaba así mi historia ficticia con la real y explicaba cómo H. P. L. había sabido de la existencia del infame libro. De paso se me ocurrió engarzar tres de los casos no resueltos de Holmes más famosos: el de Isadora Persano, célebre periodista y espadachín que fue encontrado loco sujetando una caja de cerillas en la que había un gusano desconocido para la ciencia; el de James Philimore, que volvió un día a su casa a por un paraguas y no volvió a ser visto jamás; y el del balandro Alicia, que desapareció en un banco de niebla en una mañana de primavera. Watson menciona esos tres casos en el párrafo inicial de «El problema del puente de Thor» y la idea de insertarlos en mi trama detectivesca no tardó en hacérseme irresistible.


Empecé a escribir, decía.


Y descubrí que no podía parar.


Una semana de actividad febril más tarde tenía entre manos una novela de poco más de 120 páginas, narrada con la voz del doctor Watson y donde el detective se enfrentaba a un caso de ocultismo cuyas raíces estaban en lo que Holmes había estado investigando durante «el gran hiato».


Al contrario que con intentos anteriores, los resultados en esta ocasión me satisficieron plenamente. La novela, me decía, funcionaba, tenía buen ritmo, la voz de Watson estaba conseguida y el caso investigado tenía interés por sí mismo. La conclusión, por otro lado, podía chocarles a algunos lectores, pero me parecía que estaba a la altura del resto.


Empecé a dejar la novela a algunos amigos. Y todos coincidieron en su valoración de que aquella novelita era, sin duda, el texto más ameno y entretenido que había escrito nunca.


Empecé a moverla por aquí y por allá. Fundamentalmente por algunos concursos literarios. A finales de 1995 supe que había ganado uno de ellos: el Premio Asturias de Novela, convocado por la Fundación Dolores Medio. Hacía unos meses que había publicado mi primera novela, La sonrisa del gato, y la concesión del premio a La sabiduría de los muertos era la culminación perfecta para un año donde, por fin, parecía estar despegando como autor.


La novela se publicó al año siguiente, en una edición de tirada muy limitada y distribución casi inexistente. Luego, varios años después, fue reeditada por Luis G. Prado en Bibliópolis (y, posteriormente, en Alamut) lo cual me llevó (unos diez años después de haberla escrito) a jugar con la idea de una continuación…


Tres, en realidad. Tres novelas holmesianas más que llevaron al personaje por nuevos derroteros y ampliaron el escenario de un modo que, aunque visto en restrospectiva me parece natural, casi inevitable, en aquel momento me sorprendió tanto como a algunos lectores.


Pero eso es, naturalmente, otra historia para otro momento.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on September 10, 2012 02:54

September 5, 2012

Shogun: la erección desaparecida

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Shogun, de James Clavell


Los que me conocen saben que una de mis debilidades es la novela (y posterior serie de televisión) Shogun, del autor británico James Clavell. De hecho, esa novela fue la responsable de despertar mi interés por lo japonés y mi fascinación por algunos aspectos de su cultura y su historia. No es casual que cuando Este incómodo ropaje aún era Los sicarios del Cielo incluyera una subtrama que implicaba a un grupo de japoneses miembros de un Nihon secreto que añoraba los buenos viejos tiempos de shogunado Tokugawa. Como tampoco lo es que, en Fieramente humano, uno de los personajes que acuden al desierto en busca de su destino sea un japonés llamado Taira… Curiosamente, los primeros borradores de esa parte de la novela tienen más de veinte años, así que mi interés por Japón y especialmente por la época justamente anterior a que Tokugawa cerrara el país a los extranjeros viene de lejos.


Estos días he vuelto a ver la serie de televisión donde Richard Ramberlaine encarna con convicción a Blackthorne y John Rhys-Davies nos ofrece un Rodrigues vitalista y casi falstafiano. Por no mencionar un regio Toshiro Mifune que parece haber nacido para encarnar a Toranaga. Y, como una cosa lleva a la otra, decidí volver a leer la novela.


Aprovechando mi recién estrenado Kindle, la busqué en Amazon. No había versión española en ebook (luego, claro, el editor que tenga los derechos para el mercado español se quejara de que la piratean sin ser consciente de que su actitud al no ponerla en el mercado es una buena parte del problema) así que decidí comprarla en inglés.


Inició la lectura. El inglés de Clavell es sencillo, sin florituras y directo, así que avanzo a buen ritmo. A medida que voy leyendo detecto momentos que no recordaba, comentarios de algunos de los personajes que no creía haber leído en la versión española. Bueno, mi memoria dista de ser perfecta, así que me encogí de hombros y seguí leyendo.


De pronto, llego al momento en el que Blackthorne le obligan, sí o sí, a tomar su primer baño civilizado. Y me encuentro con ciertos acontecimientos en esa secuencia que estoy seguro de que no leí en la versión española. Por si acaso, me acerco a mi biblioteca, tomo mi edición en castellano de Shogun y voy pasando las páginas hasta que encuentro lo que busco.


¿Y qué encontré?


Para qué explicarlo. Mejor mostrarlo.


Esto es lo que dice la versión española:


No era que se avergonzase de aparecer desnudo delante de unas mujeres, sino que él se desnudaba siempre en privado, según la costumbre. No le gustaba que lo desnudara nadie, y menos aquellas salvajes indígenas. Pero, que lo hiciesen en público, y que lo lavaran como a un recién nacido, con agua caliente, jabonosa y perfumada, mientras charlaban y sonreían tranquilamente, era demasiado. Pero después lo había tomado a broma y se había echado a reír y los otros se habían sorprendido de momento, pero habían acabado riéndose con él. Después lo habían sumergido delicadamente en un agua perfumada y tan caliente que al principio no pudo aguantarla, y lo habían sacado jadeando y tendido de nuevo en el banco.


Y esto es lo que dice en inglés (incluyo traducción propia, no muy buena quizá, pero espero que inteligible):


It was not that he was ashamed of being naked in front of a woman, it was just that undressing was always done in private and that was the custom. And he did not like being undressed by anyone, let alone these uncivilized natives. But to be undressed publicly like a helpless baby and to be washed everywhere like a baby with warm, soapy, scented water while they chattered and smiled as he lay on his back was too much. Then he had become erect and as much as he tried to stop it from happening, the worse it became—at least he thought so, but the women did not. Their eyes became bigger and he began to blush. Jesus Lord God the One and Only, I can’t be blushing, but he was and this seemed to increase his size and the old woman clapped her hands in wonder and said something to which they all nodded and she shook her head awed and said something else to which they nodded even more.


Mura had said with enormous gravity, “Captain-san, Mother-san thank you, the best her life, now die happy!” and he and they had all bowed as one and then he, Blackthorne, had seen how funny it was and he had begun to laugh. They were startled, then they were laughing too, and his laughter took his strength away and the crone was a little sad and said so and this made him laugh more and them also. Then they had laid him gently into the vast heat of the deep water and soon he could bear it no longer, and they laid him gasping on the bench once more.


(No es que se avergonzase de estar desnudo frente a una mujer, sino que desvestirse siempre había sido un asunto privado y ésa era la costumbre. No le gustaba que nadie le desnudase, y mucho menos aquellos nativos sin civilizar. Pero, encima, que lo desnudaran en público como un bebé indefenso y lo lavaran por todas partes como una criatura con agua caliente, jabonosa y perfumada mientras charlaban y sonrían viéndolo tendido de espaldas era demasiado. En ese momento tuvo una erección y, cuanto más intentaba detenerla, se ponía peor… o eso pensaba, aunque era evidente que las mujeres no. Sus ojos se agrandaron él empezó a ruborizarse. Dios Santo Todopoderoso, no puedo estar ruborizándome, pero lo estaba y eso tuvo el efecto de aumentar su erección y hacer que la vieja diera palmas maravillada y dijera algo a lo que todos los demás asintieron; luego, asintió y menó la cabeza y volvió a decir algo, a lo que los demás asintieron otra bez.


Mura dijo, totalmente serio:


-Capitán-san, Madre-san te da las gracias por el mejor momento de su vida. ¡Ahora ya puede morir tranquila!


Y tanto él como todos los demás hicieron una reverencia al unísono y entonces, Blacthorne había comprendido lo ridículo de la situación y había empezado a reírse. Los demás se habían sorprendido al principio, pero acabaron riéndose con él. Después lo habían sumergido delicadamente en un agua perfumada y tan caliente que al principio no pudo aguantarla, y lo habían sacado jadeando y tendido de nuevo en el banco.)


La parte en negrita es, evidentemente, la que ha desaparecido de la versión española. La edición en castellano es de 1976 y eso me lleva a sospechar, tal vez, que la responsabilidad de la desaparición de ese pasaje (y esos pequeños comentarios aquí y allá que yo creí detectar como nuevos y que, en efecto, lo eran y tenían relación con los genitales masculinos) es más debida a un editor mojigato que a un traductor puritano. O no, quién puede decirlo. Por si a alguien le interesa, el editor en cuestión fue Plaza & Janés y el traductor (o traductora, que una inicial pocas pistas da) J. Ferrer Aleu.


Repartid las culpas como prefiráis. Pero, en todo caso, ahí está el misterio de esa erección desaparecida de la edición española de Shogun.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on September 05, 2012 09:58

September 4, 2012

Jormungand. La serpiente del mundo

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Jormungand


Era 1991. Estaba escribiendo una novela. Había escrito otras (unas cuentas, de hecho), pero todas habían terminado en un cajón y ni siquiera me había arriesgado a enviarlas a ningún editor para ver si las podía publicar. No me parecía que ninguna de ellas estuviera a la altura.


Presentía que ahora sería distinto.


La novela iba a ser una epopeya planetaria. Y, en cierto modo, lo fue. Iba a ser, también, mi primera novela con protagonista femenino. Y lo acabó siendo… más o menos. Iba a ser la novela definitiva de la ciencia ficción española, el libro con el que iba a demostrar a propios y extraños que estaba allí para quedarme. Bueno, no fue lo primero ni de lejos, no hace falta que lo diga; en cuanto a lo segundo, se le adelantó por un año otra novela llamada La sonrisa del gato.


Todo empezó con la historia de una mujer cuya nave espacial quedaba varada en el planeta Okeechobee; un lugar atrasado, ferozmente tribalizado y muy aislado del resto de la Galaxia. Mi protagonista femenina, mientras buscaba desesperadamente los medios para salir de allí y volver a su planeta, iría recorriendo Okeechobee, conociendo a las distintas tribus y, poco a poco, dejándose ganar por aquella extraña forma de vida. En cierto momento descubriría que todo el ecuador del planeta estaba circundado por un enorme cañón (una especie de Valle Marineris a lo bestia) por el que circulaba un inacabable río de viento.


Ése fue, de hecho, el primer título que tuvo la novela, antes de acabar llamándose Jormungand. Un Jormungand que no era aún, ni de lejos, lo que acabó siendo. Aquellos que ya la hayáis leído en su día notaréis que la sinopsis que acabo de detallar se aparta en unos cuantos detalles de la historia finalmente publicada.


Y es que aquel primer Río de Viento murió sin llegar a puerto. En cierto momento la historia se desinfló, perdió fuerza y garra y no fue capaz de llegar a ninguna parte. O, dicho de un modo más sencillo, dejó de interesarme, no me apetecía seguir contándola.


Por allí se quedó, en mi viejo disco duro de 20 Megas (eran los gloriosos tiempos del MS-DOS, en los que 20 Megas de disco duro daban para todo y aún sobraba espacio) mientras me dedicaba a otras cosas que… sí, lo habéis adivinado, tampoco llegaron a buen puerto. Un día, me descubrí pensando de nuevo en el Río de Viento: el planeta seguía interesándome, tanto la idea de que estuviera poblado por tribus de aspecto primitivo como el cañón ecuatorial. Pero estaba claro que necesitaba otra historia, porque la había intentado contar no parecía lo bastante buena.


Así, poco a poco, fue naciendo Jormungand. Enseguida tuve claro que el planeta anteriormente conocido como Okeechobee (y ahora rebautizado como Tierra de Nadie) era un planeta prisión que había permanecido totalmente aislado del resto de la galaxia durante casi mil años. Y no tardé en decidir que, una vez terminado ese aislamiento, el gobierno de Drímar enviaría una expedición diplomática (y algo más) para restablecer el contacto. Página a página fui creando el pasado de Tierra de Nadie, la historia de los Jefes, la de las ratas inteligentes y, por supuesto, la de Iskenderum. También, página a página los miembros de la expedición fueron adquiriendo rostro y se fueron relacionando unos con otros: Katia (quizá el único personaje que sobrevivió, aunque no sin cambios, de aquel primer Río de Viento), Isak, Marcia, Pfernan y Cástor… y los multis, los alienígenas multiformes que convivían con la humanidad y que habían venido de la Nube de Magallanes.  Y, cómo no, los habitantes actuales del planeta: Viento de Estrellas, Piloto, el Buhonero… Y Bailarín Lujurioso, no olvidemos a Bailarín Lujurioso, el delfín telépata que, lo reconozco, acabó en la novela por influencia de la obra de Aguilera y Redal. Tal cual.


Los multis fueron mi primer intento logrado (y, en realidad, casi el único) de crear una especie extraterreste inteligente. Katia fue, seguramente, mi primer personaje femenino con una cierta profundidad. En cuanto al resto, en mayor o menor grado, creo que me las apañé para hacerlos creíbles y proporcionarles unas motivaciones plausibles y una forma de pensar coherente con sus personalidades.


La trama avanzaba en dos frentes, narrando el presente de la acción y el pasado del planeta en capítulos alternos. Cada capítulo iba encabezado por una falsa cita de un falso libro llamado Curiosidades de la ciencia obra de un no menos falso Isaac R. Martinson. Aún hoy no recuerdo por qué, pero en cierto momento decidí que aquella estructura no era la adecuada, que el ritmo narrativo no funcionaba si contaba la historia de esa manera.


Así que eliminé las citas de Martinson. Sobrevivieron un par de ellas, que me pareció que venían a cuento y aportaban información relevante, pero ahora dentro del cuerpo de la historia.


Y decidí que, en lugar de alternar simplemente un capítulo con otro, los iría presentando por bloques. Así, la novela acaba arrancando con los dos capítulos dedicados a Iskenderum, de los que se pasa a otros dos capítulos donde se narra cómo se forma la expedición a Tierra de Nadie, quién la compone y cómo llegan al planeta. En dos nuevos capítulos asistimos a la historia de los  Jefes de las Tribus de Tierra de Nadie y luego, en tres más, vemos lo que hacen los miembros de la expedición en su exploración del planeta. Un nuevo capítulo narra la historia de Explorador para, finalmente, llegar en los dos capítulos finales a la conclusión de la historia y la aparición del personaje que le da título a la novela… y que ha estado narrándola.


Tardé algo más de año y medio en escribirla, cosa que para mí es insólita. Claro que hay que contar el paréntesis de nueve meses de la Mili, durante el cual apenas escribí nada. Y es, quizá, la novela a la que, una vez terminada la primera versión, más vueltas le ha dado, especialmente en lo que se refiere a su estructura narrativa y su montaje cronológico.


Iba a ser, estaba convencido, mi primera novela publicada, después de haber tirado a la papelera casi una docena de ellas en los últimos quince años. Tenía claro adónde enviarla: Ediciones B, cuya colección Nova, dirigida por Miquel Barceló, había empezado a publicar españoles… no muchos, todo hay que decirlo. Sólo un libro al año, de hecho, pero era claramente el sitio al que aspirar.


Miquel recibió la novela a finales de 1993: aprovechando que había quedado finalista del Premio UPC, fui a Barcelona a la ceremonia de entrega y le di entonces el manuscrito. Y sus primeras impresiones eran buenas. Así que confiaba en que, tal vez en 1995, Jormungand aparecería en Nova. Era una espera larga, pero estaba seguro de que iba a merecer la pena.


Y sí, es cierto que publiqué mi primera novela en 1995. Pero no fue Jormungand, sino La sonrisa del gato. Y no fue con Ediciones B, sino con Miraguano.


¿Qué pasó?


Una vez la novela estuvo en manos de Miquel podríamos decir que me olvidé de ella. No del todo, pero digamos que tenía claro que había hecho todo lo que podía y que ahora se trataba, simplemente, de esperar. Así que me dediqué a otras cosas. Algún relato corto… y una nueva novela de ciencia ficción que tuve terminada para finales de 1994. No podía enviársela a Miquel, evidentemente, no hasta que no decidiera qué hacer con Jormungand. Así que la envié a la otra editorial que publicaba autores españoles: Miraguano.


Respondieron enseguida y positivamente. Firmamos el contrato, la maquinaria editorial se puso en marcha la novela estuvo lista para ser presentada en Cádiz, durante la HispaCon en otoño de 1995.


Mientras tanto, Jormungand


Tierra de Nadie: Jormungand

Tierra de Nadie: Jormungand, en su primera edición en Nova


Acabó siendo publicada y, en efecto, lo fue en Nova, pero en 1996. ¿Por qué ese año y no el anterior? Hubo varios motivos y sospecho que uno de ellos tuvo mucho que ver con las dudas de Miquel sobre publicar una novela de un autor que, hasta aquel momento, era conocido sólo por los fans más recalcitrantes y cuya obra se limitaba a algo más de una veintena de relatos en distintos fanzines de escasa circulación. Así que supongo que la publicación de La sonrisa del gato por parte de Miraguano fue el empujón final que Miquel necesitaba. O quizá no, y simplemente fue una cuestión de logística: al fin y al cabo,  Miquel sólo tenía espacio para un libro español al año en su colección.


Se publicó, decía, pero no simplemente como Jormungand, sino como Tierra de Nadie: Jormungand. Miquel pensaba que darle como título una palabra extranjera desconocida y de pronunciación incierta desorientaría al lector. Sugirió que la titulase Tierra de Nadie, usando el nombre el planeta donde transcurría la acción. Acabamos llegando a un término medio que reflejaba, digamos, las preferencias de cada uno de los dos.


Empecé diciendo que iba a ser la novela definitiva de la ciencia ficción española, el libro con el que iba a demostrar a propios y extraños que estaba allí para quedarme. Está claro que no fue lo primero.  Era, sin duda, mi novela más ambiciosa hasta aquel momento y fue bien acogida por los lectores del género, pero es evidente que distaba mucho de ser la novela definitiva de nada. Y, para cuando se publicó, ya no hacía falta demostrar que estaba allí para quedarme: La sonrisa del gato lo había demostrado un año antes.


Ahora, dieciséis años después de su publicación original, la recupero en formato ebook con Sportula, mi editorial. Releerla y revisarla para esta edición ha sido un proceso lleno de sensaciones agridulces. La novela aún me gusta y aún me funciona y me parece válida. Pero ya no soy el chaval de veintiséis años que la inició ni el tipo de treinta y uno que la vio publicada. Me reconozco aún en muchas de las ideas y en parte del estilo y la forma narrar. En otros momentos me ha resultado difícil contener los deseos de corregirme a mí mismo, de demostrarle a mi yo más joven que las cosas no se hacen como él las hizo, sino como yo las hago ahora. No lo he hecho, no he querido traicionar a esa encarnación más joven (y quizá más hambrienta y ambiciosa) de mí mismo y, más allá de revisiones menores para limar errores o pequeñas incoherencias, he dejado la novela tal cual: es la que empecé a escribir hace más de veinte años, no la que habría escrito ahora, para bien o para mal.


Jormungand fue la primera novela en la que conseguí crear unos personajes creíbles, una trama elaborada y una peripecia compleja. Podríamos decir que, tras el largo proceso de aprendizaje que habían supuesto todas las novelas anteriores (ahora perdidas) Jormungand fue, en cierto modo, el inicio de mi madurez como autor de ciencia ficción, aunque no el final del aprendizaje (éste no sé termina nunca). Por lógica, tendría que haber sido mi primera novela publicada, pero los azares editoriales hicieron que fuera la tercera (La sabiduría de los muertos se publicó el mismo año, unos meses antes). En cualquier caso, ahí la tenéis de nuevo, casi veintiún años después de que empezara a escribirla (hay qué ver cómo pasa el tiempo) e, igual que entonces, ansiosa por encontrar su público. Espero que la disfrutéis.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on September 04, 2012 02:10

August 28, 2012

Este incómodo ropaje: una vida accidentada

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Este incómodo ropaje (Los sicarios del Cielo)


Corría el año 1999.


Estaba trabajando en una novela a la que había decidido titular Este incómodo ropaje. Las cosas avanzaban bien, o eso parecía. Llevaba lo que creía que sería un tercio del total y estaba en racha: la historia avanzaba a buen ritmo y todo parecía indicar que en un par de meses, a lo sumo, remataría la novela, o al menos su primera versión. Luego vendría el momento de repasar, revisar y corregir (seguramente no tan a fondo como debiera, pero no lo puedo evitar: llega un momento en que las correcciones acaban convirtiéndose, como dijo Asimov, en «mascar un chicle usado»), pero en lo básico el libro estaría completo en dos o tres meses más.


Y sin embargo no fue así. Algo pasó. No recuerdo muy bien qué, pero por algún motivo que desconozco, la historia dejó de interesarme, ya no me motivaba trabajar en ella. Lo intenté, pese a todo, pero no conseguía pasar del capítulo donde Judith recordaba su pasado.


Así que la abandoné. Iba a decir que me dediqué a otras cosas pero, en realidad, y aunque yo no lo sabía, estaba dando inicio mi bache creativo más largo… al menos hasta el momento. Y, de hecho, espero que realmente sea el más largo.


Durante los siguientes cuatro años apenas escribí nada. Algún relato corto, normalmente a petición, y una novela corta (que, con el tiempo acabaría convirtiéndose en mi novela El sueño de Rey Rojo, pero ésa es otra historia) y varios inicios fallidos de media docena de novelas que no llegaron a ninguna parte y que acabaron desapareciendo por el camino. De hecho, llegó un momento en que dejé de escribir, dejé hasta de pensar en hacerlo e incluso llegué a preguntarme si la cosa se habría acabado, si había llegado a un punto muerto definitivo y mi breve carrera literaria (breve como autor publicado, escribiendo llevaba desde los doce años, al fin y al cabo) habría llegado a su fin.


No fue así.


Hubo indicios de recuperación por el camino. Antonio Rivas me sugirió en 2001 la posibilidad de unir La sonrisa del gato, «Un jinete solitario» y «Los celos de dios» en un solo volumen. Tenía sentido: eran tres narraciones de mediana extensión que compartían el escenario, buena parte del trasfondo y alguno de los personajes, y hacía tiempo que no estaban al alcance del público. De aquella sugerencia nació Bifrost, la última narración del ciclo de Drímar. Pero eso también es otra historia.


Y Julián Díez me comentó que por qué no probaba a convertir mi novela corta «El sueño del Rey Rojo» en una novela. Tal vez incluso Alejo Cuervo podría estar interesado en publicarla en Gigamesh.


Así que pasé un buen periodo de tiempo con aquello: no era como crear algo de cero, pero tampoco era limitarme a revisar material viejo. Para Bifrost construí una historia-puente que englobaba los tres relatos originales y le daba una perspectiva nueva a todo el conjunto. Y convertir una novela corta de poco más de sesenta páginas en una novela de doscientas fue un proceso largo y complicado, que exigió de mí como autor más de lo que esperaba, pero que también compensó sobradamente el esfuerzo.


Y finalmente, a finales de 2003 retomé Este incómodo ropaje. Releí lo que tenía escrito y, de algún modo, conseguí seguir adelante. Me costó al principio, pero no tardé mucho en pillarle el ritmo a la historia y volver a encarrilarla. Curiosamente, cuando ya estaba cerca del final me di cuenta de que me faltaba algo, de que algo se me había quedado por el camino. Así que volví sobre mis pasos y, en medio de la acción inserté una nueva subtrama, pulí lo que ya tenía escrito para que ésta encajara y seguí adelante.


La terminé, pero no a tiempo para presentarme al Premio Minotauro de Novela que, en el año 2004, daba sus primeros pasos. Fue por los pelos y no sé lo que habría pasado de haberme presentado: seguramente habría ganado de todas formas León Arsenal con Máscaras de matar, pero tal vez mi novela habría quedado finalista y habría sido publicada como lo fueron otras. O tal vez no. Quién sabe.


Pero al año siguiente, sí que pude presentarme y Este incómodo ropaje fue la ganadora. Hubo un cambio de de por medio, sugerido por la editorial en busca de un título con un gancho más comercial. Me sugirieron Los sicarios de Dios, pero no tardamos en descubrir que ya existía una novela con ese nombre, obra de Ángel Torres. Así que acabó llamándose Los sicarios del cielo. Y así fue publicada.


¿Ayudó o entorpeció su carrera el cambio de título y una portada con reminiscencias evidentes de El código da Vinci, el thriller esotérico de moda por aquella época? Lo desconozco, aunque siempre he sospechado que fue más bien lo segundo y que ese aire de thriller esotérico no ayudó a que una novela de fantasía oscura y ambientación urbana encontrase su público natural.


En cualquier caso, es difícil saberlo. Y, como sea, accedí al cambio de título, así que si eso perjudicó las ventas, soy tan responsable como el que más.


Han pasado siete años desde entonces. En ese tiempo, me las he apañado para recuperar la novela, restituirle su título original y, de paso, corregir algunas cosas que en la primera versión no acababan de cuadrar muy bien. Así que ahí está Este incómodo ropaje, en su versión electrónica, con una nueva (y magnífica) portada de Pablo Uría y, eso creo, un contenido a su altura.


Ahí está la historia de Remiel, ese ángel indeciso que durante la rebelión de Lucifer no apoyó a bando alguno y que, un día, decidió recorrer el mundo y vestir la humanidad como si fuera un ropaje. Un ropaje un tanto incómodo que, al final, acabó convirtiéndose en una parte de sí mismo de la que ya no podía prescindir.


Aquéllos que la leísteis en su día, espero que la disfrutéis de nuevo y que encontréis adecuados los cambios introducidos en ella. A los que se acerquen a la novela por primera vez, sólo me queda desearles una fructífera lectura.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on August 28, 2012 12:34

May 30, 2012

Un experimento

Es un argumento que he oído muchas veces y que, en apariencia, parece irrebatible: luchar contra la piratería con una política de precios razonable (o incluso agresiva) es imposible, porque, no importa lo mucho que bajes el precio, nunca podrás competir con algo que es gratis.


Siempre me pareció que el argumento estaba viciado de partida. Matemáticamente es correcto: cero siempre será mejor precio que cualquier otro, por bajo que sea y, por tanto, en un mundo lógico y desapasionado, regido solamente por las frías ecuaciones, sería irrebatible.


Pero no vivimos en un mundo así, en ocasiones por suerte y en muchas otras por desgracia. Tengo la impresión de que, en general, la mayoría de la gente prefiere hacer las cosas por lo «legal» que por lo «ilegal» (sí, el entrecomillado es deliberado, faltaría más) si se lo pones un poco fácil. No sé si es genética, educación o una combinación de ambas, pero creo que es así. Tenemos una cierta tendencia (congénita o adquirida) a respetar la leyes y seguir las costumbres establecidas y sólo cuando nos lo ponen difícil acudimos a otros métodos y nos salimos del estándar.


Hasta ahora, esto era simplemente una creencia personal. Digamos que avalada por ciertos indicios y por mi observación de ciertos comportamientos, pero sin ninguna prueba sólida.


Y, bueno, la prueba que he adquirido estos meses quizá no sea del todo sólida y tal vez se trate simplemente de un caso de evidencia anecdótica: real pero irrelevante.


Aunque sospecho que no.


¿De qué estoy hablando?


Me explico.


En febrero de este año puse a la venta, a través de Sportula, la versión en ebook de La sabiduría de los muertos, mi primera novela holmesiana. Lo hice consciente y deliberadamente, sabiendo que era un experimento y que, por más que la intuición me decía que obtendría el resultado deseado, no tenía garantía alguna de ello.


Porque, veréis, no sólo La sabiduría de los muertos, sino mis cuatro novelas holmesianas pueden encontrarse gratuitamente para su descarga en la red. No, no os diré dónde (tampoco es plan de ponerlo más fácil de lo necesario) pero una búsqueda en Google os hará dar con ellas en poco tiempo, si tenéis interés. No sé quién las ha subido, ni me he molestado jamás en averiguarlo. En cualquier caso, las cuatro novelas están disponibles para quien quiera descargárselas sin pagar ni un céntimo.


La edición oficial en ebook, por tanto, debería haber sido un fracaso estrepitoso. ¿Quién va a querer comprar una novela que puede encontrar gratis con facilidad?


Bueno, más gente de la que parece, por lo visto. En febrero, marzo y abril, La sabiduría de los muertos ha ocupado el número uno en la lista de los ebooks más vendidos de Sportula. En el mes de mayo ha estado en dura competición por el primer puesto con The Queen’s Adept, la versión en inglés de El adepto de la Reina y, mientras escribo estas líneas, es Holmes y no Brandan quien lo ocupa, aunque la diferencia es tan pequeña que aún puede bascular antes de que acabe el mes. Y, si vamos al ranking general, La sabiduría de los muertos es mi segundo ebook mejor vendido, tras El adepto de la Reina.


O sea, un puñado de gente ha decidido pagar por conseguir algo que podría haber encontrado gratis sin demasiada dificultad. ¿Por qué? ¿Es que son tontos? ¿O tal vez es que, cuando alguien percibe que el precio es bueno o adecuado ni siquiera se toma la molestia de buscarlo gratis?


Un grano no hace granero, dicen. Y esto, en efecto, puede ser pura coincidencia, evidencia anecdótica, como comentaba más arriba. Sin embargo, sospecho que no y me reafirma en mi idea de que la forma adecuada de luchar contra las descargas no autorizadas no es rasgarse las vestiduras, subirse a un ridículo pedestal de superioridad moral y poner todas las trabas posibles a los posibles lectores de tu obra, sino justo el camino contrario: ponérselo fácil, poner la obra a su disposición a un precio que encuentren adecuado y que les haga no tener que tomarse la molestia de ir a buscar gratis lo que quieren porque lo pueden encontrar con más facilidad por un desembolso asequible y razonable.


En cualquier caso, el experimento no ha acabado. Tengo la intención de editar en ebook en Sportula todo mi material holmesiano. Y no voy a hacer el menor esfuerzo (esfuerzo ridículo y condenado al fracaso, por otra parte) para que sean retiradas las versiones gratuitas no autorizadas.


Ya veremos qué pasa.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on May 30, 2012 08:20

May 29, 2012

Akasa-Puspa, de Aguilera y Redal

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Akasa-Puspa, de Aguilera y Redal


Esta es la portada del nuevo libro editado por Sportula: Akasa-Puspa, de Aguilera y Redal, una antología que recoger relatos, artículos e ilustraciones a color siempre girando alrededor del escenario creado por Juan Miguel Aguilera y Javier Redal en sus novelas Mundos en el abismo e Hijos de la Eternidad.


En el libro podéis encontrar «Maleficio» y «Ari el tonto», dos relatos de Aguilera y Redal que llevaban mucho tiempo sin reeditarse, junto a historias totalmente nuevas escritas por Rafael Marín, José Carlos Somoza, José Antonio Cotrina, Yoss, Alfonso Mateo-Sagasta, Felicidad Martínez, José Miguel Vilar-Bou y Daniel Pérez Navarro. El libro se complementa con artículos de Domingo Santos, José Manuel Uría y Sergio Mars. Y, por si eso no fuera suficiente, podéis disfrutar de dieciséis ilustraciones a color a cargo de Juan Miguel Aguilera, Paco Roca, Rafa Fontériz, Toni Garcés y Jesús Yugo.


508 páginas, el libro más largo hasta el momento que he editado mediante Sportula. Y, sin la menor duda, uno de los que más orgulloso estoy de haber publicado. Trabajar con todas esas personas durante este tiempo, ir viendo cómo el libro cobraba forma y tenerlo por fin en mis manos ha sido, por tópico que suene, un sueño hecho realidad.


¿Qué más puedo decir? Pinchad en la imagen, compradlo y disfrutadlo. No os vais a arrepentir.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on May 29, 2012 12:28

April 25, 2012

La isla de Bowen, de César Mallorquí

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La isla de Bowen


Como siempre me pasa con una novela de César, devoré ésta casi de un solo bocado, sin poder dejar de leer hasta el final y disfrutando cada momento, literalmente, como un niño.


Leer La isla de Bowen ha sido como volver a la infancia, como recuperar aquellas viejas novelas de aventuras, aquellas tardes de cine de acción y fantasía de los sábados, aquellos cómics de fantasía, ciencia ficción y superhéroes. He vuelto a ser, otra vez, el niño de diez, once años que devoraba por igual un Verne que un Conan Doyle, un Wells o un Stevenson, que lo mismo se leía un comic de los Vengadores que veía una película de Simbad.


La isla de Bowen es una aventura trepidante con ribetes vernescos, pero es también mucho más. Es una declaración de amor a un cierto tipo de novela de aventuras y, también, una revisitación (no usemos la palabra «homenaje», que sé que al autor le disgusta tanto como a mí) de lo que, sin duda, fueron los referentes narrativos e imaginativos de la infancia de César Mallorquí. Referentes que comparto en un buena medida y que, sin duda, tienen mucho que ver con el alto grado de disfrute que me ha proporcionado la novela.


¿Funcionará, entonces, para un público que no comparta esos referentes? Creo que sí: la novela está bien escrita, los personajes bien delineados y la trama aventurera está narrada con mano firme, buen ritmo e inteligencia. Más allá de su clasificación como novela juvenil (y flamante ganadora del Premio Edebé), La isla de Bowen es apta para cualquier aficionado a la literatura de género y la novela de aventuras, independientemente de su edad.


Los ingredientes de este excelente cóctel son un científico excéntrico (alrededor del que se aglutinan media docena de personajes), las reliquias de un misterioso santo, los restos de una enigmática tecnología, un viaje que los llevará a todos a una misteriosa isla en el ártico y un ambicioso empresario como villano a derrotar. Todo ello ambientado en la Europa de 1920, con el fantasma de las secuelas de la Primera Guerra Mundial como telón de fondo, en un salto, a mi entender inteligente y eficaz, al abandonar la más habitual (y, por tanto, ya un tanto manida) ambientación decimonónica de muchas novelas de género actuales por la época de entreguerras, dejando así atrás el steam-punk e inaugurando lo que podríamos definir (así lo hace el propio autor) como diesel-punk.


En fin, una lectura más que recomendable para cualquier lector al que no le cieguen los prejuicios de la etiqueta “literatura juvenil”. Y especialmente recomendable para aquellos que compartan los referentes narrativos del autor y en los que, sin duda, el factor nostalgia aumentará más aún el placer que proporciona la lectura de La isla de Bowen.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on April 25, 2012 00:18

April 16, 2012

Feria del Libro de Gijón

Después de un largo paréntesis de once años, vuelve a celebrarse la Feria del Libro de Gijón. Tendrá lugar en los Jardines de Begoña, durante los días 20 al 23 de abril.


Allí estaré el viernes 20 a las 18:30 para hablar de nuevas formas de edición y, en general autopromocionarme un poco, a mí mismo y a Sportula.


Repito el domingo 22 a las 20:00, en esta ocasiones acompañado de Javier Cosnava y Federico Fernández Giordano. Los tres presentaremos la antología Vintage ’62: Marilyn y otros monstruos, recientemente publicada por Sportula.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on April 16, 2012 05:13

April 9, 2012

Vintage ’62: Marilyn y otros monstruos

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Vintage '62: Marilyn y otros monstruos, una antología de Alejandro Castroguer


Ya está lista desde hoy mismo, 2,68 € en formato ebook sólo en Amazon (y así seguirá durante los próximos tres meses) y 10 € en papel en varias librerías especializada y, por supuesto, en la web de Sportula.


Una antología extraña, sorprendente y un tanto delirante, un repaso a los mitos, a los iconos populares que murieron hace cincuenta años.


El primer libro de Sportula en el que me he limitado a ejercer de editor. Y ha sido un verdadero placer. Con una magnífica cubierta de Felicidad Martínez y relatos de Antonio Calzado, Antonio Castro-Guerrero, Alejandro Castroguer, Javier Cosnava, Mario Escobar, Rafael Fernández, Federico Fernández Giordano, Fernando J. López del Oso, Jorge Magano, Rafael Marín, Antonio Montes y yo mismo, seleccionados por Alejandro Castroguer, verdadero padre del proyecto. Y sospecho que no será el último de ese estilo en el que se embarque.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on April 09, 2012 11:52

Vintage '62: Marilyn y otros monstruos

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Vintage '62: Marilyn y otros monstruos, una antología de Alejandro Castroguer


Ya está lista desde hoy mismo, 2,68 € en formato ebook sólo en Amazon (y así seguirá durante los próximos tres meses) y 10 € en papel en varias librerías especializada y, por supuesto, en la web de Sportula.


Una antología extraña, sorprendente y un tanto delirante, un repaso a los mitos, a los iconos populares que murieron hace cincuenta años.


El primer libro de Sportula en el que me he limitado a ejercer de editor. Y ha sido un verdadero placer. Con una magnífica cubierta de Felicidad Martínez y relatos de Antonio Calzado, Antonio Castro-Guerrero, Alejandro Castroguer, Javier Cosnava, Mario Escobar, Rafael Fernández, Federico Fernández Giordano, Fernando J. López del Oso, Jorge Magano, Rafael Marín, Antonio Montes y yo mismo, seleccionados por Alejandro Castroguer, verdadero padre del proyecto. Y sospecho que no será el último de ese estilo en el que se embarque.


© 2012, Rodolfo Martínez
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Published on April 09, 2012 11:52

Escrito en el agua

Rodolfo Martínez
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