Lily G. Rafferty's Blog, page 15
January 13, 2020
"Armagedòn", relato corto del libro "No lo esperas venir"
"Armagedón"
 
La alarma del auto del vecino lo había vuelto a despertar. Era la tercera vez esa noche. Marcos giró y se tapó el oído izquierdo con la almohada.—Maldito coche, desearía que se prendiera fuego.La alarma variaba de tonos en un ciclo fastidioso de distintos sonidos, los cuales sonaban durante varios minutos de forma intermitente. Se levantó con furia dirigiéndose hacia la ventana, la abrió y, pegando un grito, le lanzó una cadena de insultos a su vecino de enfrente para que se levantara y desconectara la alarma. La luz del balcón vecino se encendió y, de muy mal modo, un sujeto calvo salió del interior vistiendo bóxer y una camiseta blanca. Se agachó y tomó una maceta. La lanzó e hizo blanco en la luneta trasera, con lo que la hizo estallar. El dueño del auto seguía sin aparecer.—¡Maldito bastardo, qué sueño pesado debes tener! —dijo.Al menos el episodio de la maceta le había dado algo de justicia. Luego de un rato, la secuencia se detuvo y sintió alivio de poder regresar a la cama. A lo lejos podía escucharse el sonido de una sirena. Un gran destello cruzó el cielo y lo iluminó de repente.—¿Qué carajo pasa hoy? Cada día me doy cuenta de que mi ex tenía razón: lo mejor era irse a vivir al campo.Cerró la ventana y, cuando estaba por correr las cortinas, una bola de fuego cruzó frente a sus ojos e hizo volar por el aire el auto del vecino. De pronto, todo se volvió caos. Se escuchaban gritos y las sirenas se multiplicaban. Empezó a ver que los edificios eran atacados por una lluvia de fuego que caía del cielo con furia. Solo atinó a ponerse su pantalón, que estaba sobre el borde de la cama, y se calzó a toda velocidad las zapatillas. Cuando sintió que el edificio empezaba a moverse de derecha a izquierda, tuvo que sujetarse de la pared para no terminar en el suelo. En su mente empezó a repasar las medidas de seguridad ante unterremoto. Miró a su alrededor y no había nada que le proveyera ese triángulo de vida del que había escuchado tantas veces cuando visitaba Chile. Pero esto era distinto: no era un sismo, era algo peor. Se sentía mareado. Era como estar en un barco en medio de una gran tormenta. Tomó su celular, la campera y su mochila; no había tiempo para nada más. Se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, tomó el retrato de su hijo y giró la llave para abrirla, pero la encontró trabada.—¡Maldita sea, no voy a morir aplastado acá!La pateó con fuerza y su pierna atravesó la madera, por lo que tomó la silla y comenzó a golpearla hasta que logró quebrar parte del enchapado y salir. Las cosas caían al piso. Algunos vecinos corrían y bajaban por las escaleras de manera atropellada. Una señora se resbaló y cayó varios escalones abajo, mientras la horda continuaba corriendo sin detenerse para ayudarla. Marcos se acercó a ella y notó que estaba inconsciente; la cabeza le sangraba: se había llevado un gran golpe.—¡Está muerta, déjala, hay que salir! —le dijo un hombre que se había frenado y le había tomado el pulso—. ¿Te vas a quedar ahí parado, o vas a salir?—Sí, bajo, pero ¿está seguro de que está muerta?—Se rompió el cráneo. Vamos, o el edificio se nos va a caer encima.Los dos bajaron de prisa las escaleras y salieron. La ciudad ardía. Desde lejos podía apreciarse los edificios envueltos en llamas. Del cielo caían cientos de bolas de fuego, como si un gran volcán hubiera hecho erupción. Era todo muy surrealista: los automóviles chocaban entre sí y la gente corría sin saber bien hacia dónde dirigirse.De pronto, la calle comenzó abrirse y de allí empezó a emanar un río de lava que corría quemando todo lo que encontraba a su paso.—Hay que correr. Vamos para la costa: al menos allí no va a llegar el magma.Los dos salieron lo más rápido que pudieron, intentando escapar del río incandescente que los perseguía por detrás. Ahora no solo debían esquivar las bolas de fuego, sino que también de la lava que se iba haciendo camino a medida que el pavimento se abría por el temblor. El móvil en su bolsillo comenzó a sonar. Al atenderlo, pudo escuchar la voz temerosa de un chico que le gritaba:—¡PAPÁ, PAPÁ! ¡Todo se está quemando!—Tranquilo, Tomás, todo va a estar bien. ¿Estás con mamá?—Sí, salimos corriendo de casa porque una bola de fuego rompió el techo. El señor Martín nos ayudó a salir, ahora vamos en su camioneta, ¡pero tengo miedo! Siguen cayendo, papá, el fuego...Luego de decir eso, la comunicación se cortó, lo que provocó que su desesperación aumentara. Intentó volver a retomarla, pero no había servicio para realizar llamadas.—Tranquilo, seguro se cayó la antena, tu familia debe estar bien —le dijo aquel caballero, intentando calmarlo.—¡Tengo que ir por ellos!—Ahora debemos salir de aquí, luego podrás buscarlos.La bocina de un camión que venía a gran velocidad por la avenida los sobresaltó. El conductor frenó a unos metros de ellos y les gritó que subieran. Ellos sin pensarlo corrieron cruzando la calle mientras el pavimento seguía abriéndose—Muchas gracias, señor, por detenerse —le dijo Marcos al ingresar por la puerta del acompañante.—¡Es el Armagedón! —respondió el conductor—. No creo que nos lleguemos a salvar: toda la ciudad está envuelta en fuego, no hay señal de celular ni lugar seguro donde ir.—Nosotros pensamos llegar a la costa para escapar de la lava.—Las olas tienen varios metros de altura: no lo lograrán...—Entonces, ¿a dónde podemos ir? Mi familia, tengo que encontrarlos.—No hay lugar a donde ir, por el momento. Espero que podamos continuar conduciendo hasta que todo se calme.De pronto, advirtieron que delante de ellos una gran bola de fuego bajaba a toda velocidad e iba directamente hacia el camión. El conductor giró el volante bruscamente para evitar recibir el impacto directo. La bola se estrelló en el suelo, generando una gran onda expansiva que hizo volar el camión por el aire.—Listo, es el fin —se dijo Marcos, cerrando los ojos para aguardar lo inevitable.El sonido de la alarma del auto del vecino lo despertó. Estaba empapado en sudor, con la respiración agitada; se sentó de un salto en la cama y miró el reloj.—Dios santo, qué sueño tan horrible.Había sido por lejos la peor pesadilla que había tenido jamás. Se levantó y fue hasta la ventana. Laabrió y le gritó al dueño del auto que apagara la alarma. Acto seguido, la luz del balcón de enfrente se encendió y un señor calvo con bóxer y camiseta blanca salió muy malhumorado, tomó la maceta del piso y se la arrojó al vehículo, atinando de lleno en la luneta trasera. Marcos sintió que un frío le recorría todo el cuerpo. De pronto, el sonido de una sirena se empezó a escuchar a lo lejos. Volteó para mirar y vio que el cielo era cruzado por un gran destello que lo iluminaba de repente.
        Published on January 13, 2020 12:01
    
January 10, 2020
Reseña del libro de cuentos "En un mundo muy lejano donde los cuentos se dan la mano"
      Gracias Julieta del canal de Youtube  "Cultura Kids Perú" No solo por haber leìdo mi libro de cuentos, sino tambièn por reseñarlo y compartirlo.Para quienes no conocen a esta bella niña Booktuber de 8 años, se las presento: ama la lectura y sueña con algún día ser escritora. Desde que la conocí quedé encantada con su soltura al comentar los libros, además realiza entrevistas cuando va a los eventos de lectura como ferias del libro en su país Perú. Les dejo el link de su reseña pero les recomiendo vean todos sus videos en especial el de la reseña de "Alicia en el país de las maravillas"· que es al igual del título del cuento "UNA MARAVILLA".https://www.youtube.com/watch?v=S2MQsYpju0E
   
   
  
    
    
     
 
        Published on January 10, 2020 03:28
    
January 9, 2020
El reencuentro, relato perteneciente al libro No lo esperas venir.
      "El reencuentro"
   
 
«Buenas noches, me presento: soy Ana y esta es mi historia. Me gustaría contarte cómo fue que conocí al hombre que cambiaría mi vida para siempre. No te alejes de esta página: no es una historia ni un relato como tantos que seguro has conocido».Así empezaba la página del libro que Ana estaba leyendo. El sonido de la campana de la puerta la trajo de vuelta. Levantó la mirada y pudo ver que un caballero de aspecto elegante estaba parado en la puerta del bar. Cuando habló, notó por su acento que no era de allí; no podía precisar si era ruso o de algún país de Europa oriental. Estuvo tentada de preguntarle, pero se sintió intimidada por la forma en la que la miraba. Sus ojos eran negros como la noche; la piel, tan blanca, casi traslúcida, que parecía posible ver a través de él; un mechón de su pelo castaño caía sobre su ojo izquierdo, sobre el cual había una pequeña cicatriz que cortaba en dos su ceja.—Buenas noches. Pase, por favor. ¿Qué le sirvo? —preguntó Ana mientas el caballero se acomodaba en uno de los asientos dobles pegados a la ventana.—Aún nada, ¿le molesta si espero aquí?—No, está bien; cuando esté listo para ordenar, me avisa.Eso le daba tiempo para continuar con su lectura, ya que el dueño del libro, aquel personaje extraño dueño del bazar que había frente a la estación del tren, seguramente aparecería en cualquier momento tras advertir que lo había dejado olvidado sobre la barra.«Lo vi entrar al bar una noche de invierno. El sonido de la campana rompió la monotonía que llevaba en mi turno. Salvo un par de clientes ocasionales, nadie venía desde hacía horas hasta que él entró. Lo vi parado en la puerta. Me saludó cortésmente y pasó en cuanto lo invité a hacerlo. Se dirigió a una de las mesas que estaban pegadas a la ventana. Cuando me acerqué para ofrecerle la carta, la tomó pero no eligió nada; solo la apoyo sobre la mesa y me dio las gracias. Supuse que tal vez estaba esperando a alguien. Me alejé y seguí con mis tareas allí en el bar».Ana experimentaba una extraña sensación mientras leía todo aquello. Por un instante, pensó en dejar el libro, pero la curiosidad pudo más, por lo que continuó con la lectura.«Aquel hombre continuaba sentado sin decir nada. Cada tanto tomaba el menú de la mesa, lo ojeaba y luego lo volvía a cerrar. Pude notar que por momentos me miraba. Al principio eso me intimidó, pero luego algo en sus ojos me hizo salir de atrás de la barra e ir a su encuentro. No sé bien por qué lo hice, pero algo había en él que me llamaba y atraía como un imán. Me miró y me dijo:»—Me preguntaba cuándo te acercarías. Siéntate, por favor.»Nuevamente, sin saber por qué razón, me senté frente a él. Su mirada era hipnótica. Había algo en sus ojos que me impedía alejarme. Hizo a un lado el menú y tomó mis manos, que había apoyado sobre la mesa. Noté que llevaba un anillo de oro en su mano izquierda, con una gran piedra roja en el centro y un importante engarce galería. Se notaba que era costoso. Pensé en retirar mis manos, pero algo dentro de mí me lo impidió.»—No tengas miedo, soy Nicolai, ¿no me recuerdas?»Intenté hacer memoria, pero no conseguía recordarlo, aunque algo en su rostro me era muy familiar.»—Disculpe, pero creo que me confunde con otra persona —atiné a decir.»—No, Ana, no estoy confundido; es que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos en Francia, durante la celebración de Año Nuevo, ¿no recuerdas? Versalles, la música; bailamos varias piezas juntos. Esa noche pensábamos escapar, pero nos descubrieron y él te alejó de mi lado...»Su rostro cambió. Pude notar una gran tristeza en él. Por mi parte, no entendía nada, estaba muy confundida, pero de a poco algunas imágenes empezaron a llegar a mi cabeza. Era como si estuviera viendo una película. En ese momento, volvió a hablar:»—Ahora sí, lo recuerdas, ¿verdad?»Cerré mis ojos y volví a ese día. Unos hombres tiraban de mis brazos y me jalaban alejándome de él. Yo gritaba, pero no me soltaban. Otros hombres iban hacia él, y vi entonces cómo uno que tenía una espada se la clavaba en el abdomen. Luego arrojaban su cuerpo al río. La desesperación se apoderaba de mí. No sé cómo, lograba zafar uno de mis brazos del hombre que seguía intentando hacerme entrar al carruaje. Le arrebataba entonces la daga que llevaba en su cinturón y la enterraba en mi propio corazón. Luego todo se volvió negro. Comencé a llorar. El caballero apretó fuertemente mis manos y me dijo:»—Ana, llevo siglos buscándote, desde aquella noche. Ahora, si lo deseas, podemos seguir juntos.»Volví a abrir los ojos, lo miré y dije: 
  
    
    
     
«Buenas noches, me presento: soy Ana y esta es mi historia. Me gustaría contarte cómo fue que conocí al hombre que cambiaría mi vida para siempre. No te alejes de esta página: no es una historia ni un relato como tantos que seguro has conocido».Así empezaba la página del libro que Ana estaba leyendo. El sonido de la campana de la puerta la trajo de vuelta. Levantó la mirada y pudo ver que un caballero de aspecto elegante estaba parado en la puerta del bar. Cuando habló, notó por su acento que no era de allí; no podía precisar si era ruso o de algún país de Europa oriental. Estuvo tentada de preguntarle, pero se sintió intimidada por la forma en la que la miraba. Sus ojos eran negros como la noche; la piel, tan blanca, casi traslúcida, que parecía posible ver a través de él; un mechón de su pelo castaño caía sobre su ojo izquierdo, sobre el cual había una pequeña cicatriz que cortaba en dos su ceja.—Buenas noches. Pase, por favor. ¿Qué le sirvo? —preguntó Ana mientas el caballero se acomodaba en uno de los asientos dobles pegados a la ventana.—Aún nada, ¿le molesta si espero aquí?—No, está bien; cuando esté listo para ordenar, me avisa.Eso le daba tiempo para continuar con su lectura, ya que el dueño del libro, aquel personaje extraño dueño del bazar que había frente a la estación del tren, seguramente aparecería en cualquier momento tras advertir que lo había dejado olvidado sobre la barra.«Lo vi entrar al bar una noche de invierno. El sonido de la campana rompió la monotonía que llevaba en mi turno. Salvo un par de clientes ocasionales, nadie venía desde hacía horas hasta que él entró. Lo vi parado en la puerta. Me saludó cortésmente y pasó en cuanto lo invité a hacerlo. Se dirigió a una de las mesas que estaban pegadas a la ventana. Cuando me acerqué para ofrecerle la carta, la tomó pero no eligió nada; solo la apoyo sobre la mesa y me dio las gracias. Supuse que tal vez estaba esperando a alguien. Me alejé y seguí con mis tareas allí en el bar».Ana experimentaba una extraña sensación mientras leía todo aquello. Por un instante, pensó en dejar el libro, pero la curiosidad pudo más, por lo que continuó con la lectura.«Aquel hombre continuaba sentado sin decir nada. Cada tanto tomaba el menú de la mesa, lo ojeaba y luego lo volvía a cerrar. Pude notar que por momentos me miraba. Al principio eso me intimidó, pero luego algo en sus ojos me hizo salir de atrás de la barra e ir a su encuentro. No sé bien por qué lo hice, pero algo había en él que me llamaba y atraía como un imán. Me miró y me dijo:»—Me preguntaba cuándo te acercarías. Siéntate, por favor.»Nuevamente, sin saber por qué razón, me senté frente a él. Su mirada era hipnótica. Había algo en sus ojos que me impedía alejarme. Hizo a un lado el menú y tomó mis manos, que había apoyado sobre la mesa. Noté que llevaba un anillo de oro en su mano izquierda, con una gran piedra roja en el centro y un importante engarce galería. Se notaba que era costoso. Pensé en retirar mis manos, pero algo dentro de mí me lo impidió.»—No tengas miedo, soy Nicolai, ¿no me recuerdas?»Intenté hacer memoria, pero no conseguía recordarlo, aunque algo en su rostro me era muy familiar.»—Disculpe, pero creo que me confunde con otra persona —atiné a decir.»—No, Ana, no estoy confundido; es que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos en Francia, durante la celebración de Año Nuevo, ¿no recuerdas? Versalles, la música; bailamos varias piezas juntos. Esa noche pensábamos escapar, pero nos descubrieron y él te alejó de mi lado...»Su rostro cambió. Pude notar una gran tristeza en él. Por mi parte, no entendía nada, estaba muy confundida, pero de a poco algunas imágenes empezaron a llegar a mi cabeza. Era como si estuviera viendo una película. En ese momento, volvió a hablar:»—Ahora sí, lo recuerdas, ¿verdad?»Cerré mis ojos y volví a ese día. Unos hombres tiraban de mis brazos y me jalaban alejándome de él. Yo gritaba, pero no me soltaban. Otros hombres iban hacia él, y vi entonces cómo uno que tenía una espada se la clavaba en el abdomen. Luego arrojaban su cuerpo al río. La desesperación se apoderaba de mí. No sé cómo, lograba zafar uno de mis brazos del hombre que seguía intentando hacerme entrar al carruaje. Le arrebataba entonces la daga que llevaba en su cinturón y la enterraba en mi propio corazón. Luego todo se volvió negro. Comencé a llorar. El caballero apretó fuertemente mis manos y me dijo:»—Ana, llevo siglos buscándote, desde aquella noche. Ahora, si lo deseas, podemos seguir juntos.»Volví a abrir los ojos, lo miré y dije:
 
        Published on January 09, 2020 03:28
    
January 7, 2020
"La niña de la galería 22", relato corto del libro No lo esperas venir
      "La niña de la galería 22"
   
Octavio recibió ese llamado que nunca queremos recibir, pero que indefectiblemente llega.—Disculpe, doctor, me avisan que en recepción tiene una llamada. Es de su madre, la noto algo alterada, ¿quiere que se la pase aquí a la guardia?La enfermera se quedó atenta a su decisión.—Sí, por favor, Paula, pásame la llamada, prefiero atender aquí.Acomodó algunos de los expedientes, que ocupaban gran parte del escritorio, y a los pocos segundos el timbre del teléfono sonó. Levantó el auricular y pudo oír del otro lado la voz de su madre muy angustiada que le relataba que su padre había ido al pueblo, pero que, desde que había salido ya hacía un día, no tenía noticias de él. No estaban tan lejos como para demorar tanto, por lo que temía que algo le hubiera pasado en la ruta.—Mamá, ¿hablaste con la policía?—Sí, hijo, fue lo primero que hice, pero dicen que no se han reportado accidentes. Por favor, si llegas a tener alguna novedad, avísame, hijo, estoy muy preocupada, siento que algo malo le pasó.—Sí, mamá, en cuanto termine mi guardia saldré a recorrer. Pero no te preocupes, todo va a estar bien. Seguramente fue hasta donde yo estoy parando y se durmió, ya lo conoces.Intentaba mostrarse calmo, pero él también se vio invadido por una extraña sensación que se terminó de confirmar, pocos segundos después, cuando la misma enfermera le avisó que había ingresado un paciente con un politraumatismo grave, producto de un choque en la ruta. Allí, frente a él, estaba el cuerpo de su padre con múltiples heridas. Lo intentó todo, pero ya nada podía hacerse por él, y tuvo que ver cómo fallecía en su camilla.Luego de concluir todo el papeleo de la policía, el seguro y el juez de turno, liberaron el cuerpo para que pudiera ser sepultado. Al parecer, un caballo había salido galopando asustado de un campo y había impactado contra el auto, lo cual había provocado que el conductor perdiera el control del vehículo y se desbarrancara fuera del camino, resultando la única víctima.Esa mañana llegaron al cementerio con su madre, sus hermanos y varios compañeros del hospital y vecinos. Todos los acompañaron junto al féretro, que era conducido hacia una galería que se encontraba en la zona cercana a la iglesia. Cuando estaban por entrar en la galería, notó que se estaba realizando otro cortejo, ya que había más automóviles estacionados. De pronto, su mirada se detuvo en uno de aquellos, junto al cual vio una niña parada. Se la veía sucia, con sus ropas gastadas. Lo primero que pensó fue que se trataba de una niña que vivía en la calle. Apenas ingresar a la galería, la niña empezó a caminar y pronto se les adelantó. Al pasar a su lado le sonrió, tras lo cual comenzó a descender las escaleras que conducían al subsuelo. Pudo ver que entre sus manos llevaba un ramo de flores secas. Sus hermanos comentaron lo extraña que era la niña que caminaba delante de ellos, pero al bajar ya no pudieron verla. Los tres quedaron atónitos y le mencionaron el extraño hecho a Rubén, un compañero del hospital que venía justo detrás.—Rubén, ¿viste a la nena?—¿Qué nena?—La que bajaba delante de nosotros, ¿no la viste? Parecía una pordiosera. Iba delante, pero ahora desapareció.—No, no vi nada. Sé que están pasando una situación delicada, y es comprensible que vean cosas, pero yo venía caminando justo detrás de ustedes tres y les aseguro que no vi a ninguna nena.No le dieron mayor importancia. Sin embargo, al retirarse de la galería una vez terminado el funeral, ninguno de los tres pudo evitar mirar hacia todos lados intentando ver a la niña en algún lugar. No lograron ver nada.Los días fueron pasando y, más allá de la tristeza por lo ocurrido, ya no pensaba en la niña aquella. Salió de la casona y se dirigió, como todos los días, al hospital. En el camino se cruzó con Rubén, que iba en su bicicleta. Lo saludó justo antes de entrar al bar a comprar un café. No había ni terminado de cruzar el umbral cuando un gran estruendo lo sobresaltó. En unos segundos, todo era ruido, bocinazos y gente gritando. Un camión había atropellado a alguien. Salió corriendo del bar, mientras gritaba que llamaran al 911, y cruzó la calle abriéndose paso entre la gente:—¡Permiso, por favor, soy médico!Cuando logró correr a unos cuantos curiosos, pudo ver una bicicleta tirada a unos pocos metros del camión, que transportaba el correo. El chofer había descendido y, con sus manos sobre su cabeza, repetía una y otro vez:—No pude frenar, no sé que pasó: cuando lo vi ya estaba encima de él.Sintió que todo transcurría como en cámara lenta. Las voces empezaron alejarse. No podía creer lo que estaba ocurriendo: allí debajo del camión estaba Rubén. La rueda le había pasado por encima del abdomen; había muerto instantáneamente.A las cuarenta y ocho horas de haber entregado el cuerpo, se encontraba nuevamente entrando en aquel cementerio y rumbo a la misma galería 22. Bajaron del automóvil con algunos compañeros y se dirigieron hacia las escaleras, caminando detrás de la esposa de Rubén y su hijo de 10 años. Empezaron a bajar los escalones que conducían al subsuelo y, cuando estaban por llegar al último escalón, notó que Clara y Lucas, la esposa y el hijo de su amigo, murmuraban sorprendidos. Entonces, el niño se dio vuelta y le dijo:—La niña, ¿viste a la niña?—¿Qué niña? No vi ninguna niña.—La niña, Octavio —le dijo Clara—, la que estaba parada frente a las escaleras, esa que parecía una niña de la calle y que tenía un ramo de flores secas en sus manos, ¿no la viste? Bajó justo delante de nosotros y, al llegar aquí abajo, desapareció.Al escuchar esas palabras, un viento gélido lo atravesó.
    
    
     
Octavio recibió ese llamado que nunca queremos recibir, pero que indefectiblemente llega.—Disculpe, doctor, me avisan que en recepción tiene una llamada. Es de su madre, la noto algo alterada, ¿quiere que se la pase aquí a la guardia?La enfermera se quedó atenta a su decisión.—Sí, por favor, Paula, pásame la llamada, prefiero atender aquí.Acomodó algunos de los expedientes, que ocupaban gran parte del escritorio, y a los pocos segundos el timbre del teléfono sonó. Levantó el auricular y pudo oír del otro lado la voz de su madre muy angustiada que le relataba que su padre había ido al pueblo, pero que, desde que había salido ya hacía un día, no tenía noticias de él. No estaban tan lejos como para demorar tanto, por lo que temía que algo le hubiera pasado en la ruta.—Mamá, ¿hablaste con la policía?—Sí, hijo, fue lo primero que hice, pero dicen que no se han reportado accidentes. Por favor, si llegas a tener alguna novedad, avísame, hijo, estoy muy preocupada, siento que algo malo le pasó.—Sí, mamá, en cuanto termine mi guardia saldré a recorrer. Pero no te preocupes, todo va a estar bien. Seguramente fue hasta donde yo estoy parando y se durmió, ya lo conoces.Intentaba mostrarse calmo, pero él también se vio invadido por una extraña sensación que se terminó de confirmar, pocos segundos después, cuando la misma enfermera le avisó que había ingresado un paciente con un politraumatismo grave, producto de un choque en la ruta. Allí, frente a él, estaba el cuerpo de su padre con múltiples heridas. Lo intentó todo, pero ya nada podía hacerse por él, y tuvo que ver cómo fallecía en su camilla.Luego de concluir todo el papeleo de la policía, el seguro y el juez de turno, liberaron el cuerpo para que pudiera ser sepultado. Al parecer, un caballo había salido galopando asustado de un campo y había impactado contra el auto, lo cual había provocado que el conductor perdiera el control del vehículo y se desbarrancara fuera del camino, resultando la única víctima.Esa mañana llegaron al cementerio con su madre, sus hermanos y varios compañeros del hospital y vecinos. Todos los acompañaron junto al féretro, que era conducido hacia una galería que se encontraba en la zona cercana a la iglesia. Cuando estaban por entrar en la galería, notó que se estaba realizando otro cortejo, ya que había más automóviles estacionados. De pronto, su mirada se detuvo en uno de aquellos, junto al cual vio una niña parada. Se la veía sucia, con sus ropas gastadas. Lo primero que pensó fue que se trataba de una niña que vivía en la calle. Apenas ingresar a la galería, la niña empezó a caminar y pronto se les adelantó. Al pasar a su lado le sonrió, tras lo cual comenzó a descender las escaleras que conducían al subsuelo. Pudo ver que entre sus manos llevaba un ramo de flores secas. Sus hermanos comentaron lo extraña que era la niña que caminaba delante de ellos, pero al bajar ya no pudieron verla. Los tres quedaron atónitos y le mencionaron el extraño hecho a Rubén, un compañero del hospital que venía justo detrás.—Rubén, ¿viste a la nena?—¿Qué nena?—La que bajaba delante de nosotros, ¿no la viste? Parecía una pordiosera. Iba delante, pero ahora desapareció.—No, no vi nada. Sé que están pasando una situación delicada, y es comprensible que vean cosas, pero yo venía caminando justo detrás de ustedes tres y les aseguro que no vi a ninguna nena.No le dieron mayor importancia. Sin embargo, al retirarse de la galería una vez terminado el funeral, ninguno de los tres pudo evitar mirar hacia todos lados intentando ver a la niña en algún lugar. No lograron ver nada.Los días fueron pasando y, más allá de la tristeza por lo ocurrido, ya no pensaba en la niña aquella. Salió de la casona y se dirigió, como todos los días, al hospital. En el camino se cruzó con Rubén, que iba en su bicicleta. Lo saludó justo antes de entrar al bar a comprar un café. No había ni terminado de cruzar el umbral cuando un gran estruendo lo sobresaltó. En unos segundos, todo era ruido, bocinazos y gente gritando. Un camión había atropellado a alguien. Salió corriendo del bar, mientras gritaba que llamaran al 911, y cruzó la calle abriéndose paso entre la gente:—¡Permiso, por favor, soy médico!Cuando logró correr a unos cuantos curiosos, pudo ver una bicicleta tirada a unos pocos metros del camión, que transportaba el correo. El chofer había descendido y, con sus manos sobre su cabeza, repetía una y otro vez:—No pude frenar, no sé que pasó: cuando lo vi ya estaba encima de él.Sintió que todo transcurría como en cámara lenta. Las voces empezaron alejarse. No podía creer lo que estaba ocurriendo: allí debajo del camión estaba Rubén. La rueda le había pasado por encima del abdomen; había muerto instantáneamente.A las cuarenta y ocho horas de haber entregado el cuerpo, se encontraba nuevamente entrando en aquel cementerio y rumbo a la misma galería 22. Bajaron del automóvil con algunos compañeros y se dirigieron hacia las escaleras, caminando detrás de la esposa de Rubén y su hijo de 10 años. Empezaron a bajar los escalones que conducían al subsuelo y, cuando estaban por llegar al último escalón, notó que Clara y Lucas, la esposa y el hijo de su amigo, murmuraban sorprendidos. Entonces, el niño se dio vuelta y le dijo:—La niña, ¿viste a la niña?—¿Qué niña? No vi ninguna niña.—La niña, Octavio —le dijo Clara—, la que estaba parada frente a las escaleras, esa que parecía una niña de la calle y que tenía un ramo de flores secas en sus manos, ¿no la viste? Bajó justo delante de nosotros y, al llegar aquí abajo, desapareció.Al escuchar esas palabras, un viento gélido lo atravesó.
        Published on January 07, 2020 05:18
    
January 5, 2020
La tormenta, Relato corto del libro "No lo esperas venir"
La tormenta
 
Eran las 7 am. La actividad en el pueblo había comenzado como todos los días. Don Cosme abrió la despensa y se quedó esperando a que Raimundo le llevara los cereales y los lácteos que le había pedido. Siempre discutían por algo, era su rutina: si no era por un precio, era la leche o un equipo de fútbol El sacristán de la iglesia hacía sonar las campanas para avisar que pronto daría inicio al servicio matinal. El cielo estaba cubierto por una gran cantidad de nubes de color gris, lo que, sumado a la humedad y las bajas temperaturas, daba a entender que una fuerte nevada caería pronto.Layes estaba ubicado en la montaña, bastante aislado de los restantes poblados vecinos. Todos los inviernos sufría anegamientos de los caminos, por lo cual de a poco muchos de sus habitantes empezaban a abandonarlo. Actualmente vivían allí de forma permanente no más de cincuenta personas, entre las que estaban Froilán, su esposa María y su pequeño de dos meses Joaquín, quienes habían vivido allí toda la vida. La casa en la cual habitaban había sido construida por el abuelo de Froilán: él amaba su tierra, pero también tenía que pensar en su familia. Ahora que el invierno empezaba no podía arriesgarse a que quedaran atrapados allí con un niño pequeño; era muy peligroso. Hacía semanas que la idea le rondaba la cabeza. Se la había comentado a su mujer, y ella estaba de acuerdo con marcharse antes de que las nevadas comenzaran. Juntaron todas sus cosas y de a una las fueron llevando al rastrojero rojo del año 55 que había sido de su padre, y que aún utilizaba para trabajar al transportar las cosechas. Era un vehículo noble que nunca le había dado un dolor de cabeza; su mantenimiento era muy bajo, lo cual permitía que siguiera funcionando después de tanto tiempo. Cuando estuvieron listos, se subieron y partieron de allí. Antes de salir del pueblo, pararon en la iglesia para despedirse del cura y de algunos habitantes que se habían agolpado en la puerta. Froilán detuvo el motor y descendió junto a María.—Buenos días, padre Agustín, hemos venido a despedirnos.—Froilán, María, ¿a dónde van?. Se avecina una tormenta, ¿no les parece peligroso irse?—No, padre: por ese motivo nos vamos. Si la nevada es intensa, usted sabe que nos quedaremos atrapados aquí y no podremos bajar hasta la primavera. Si Joaquín llega a enfermar, ¿a dónde recurriríamos por ayuda?—Sí, eso es verdad. Bueno, hijos míos, les doy mi bendición, vayan con Dios.El sacerdote puso sus manos sobre sus cabezas e hizo la señal de la cruz. La pareja se despidió de sus vecinos y luego regresó al vehículo y se marchó.—Padre Agustín, ¿cree que podrán salir antes de que llegue la nieve?—Eso pido al Señor, hijo mío. Tengamos fe en que así será....
A las pocas horas, un fuerte viento se levantó y las temperaturas bajaron bruscamente. Del cielo comenzaron a caer pequeños copos de nieve que se iban acumulando en el suelo. Los pocos pobladores que quedaban estaban de reunión en la iglesia, por lo que no llegaron a enterarse del inicio de la nevada. Estaban discutiendo qué medidas tomarían para pasar ese invierno. El padre Agustín pensaba que lo mejor sería hacer una reserva común y compartirla: si sabían administrarse bien, podrían pasar los meses en forma tranquila y sin sobresaltos. Pero Don Cosme no estaba de acuerdo. Su negocio era todo lo que tenía: si todos sacaban algo de aquel, cuando llegara la primavera no tendría forma de mantenerlo abierto. Ese fue el inicio de una acalorada discusión entre los habitantes de Layes. Nadie se ponía de acuerdo. Mientras, en el exterior de la iglesia, la tormenta comenzaba a arreciar con mayor fuerza y la nieve se acumulaba rápidamente fuera del edificio, anegando las puertas de salida. Cuando la luz se fue, advirtieron por fin que algo estaba ocurriendo. Raimundo fue hasta la puerta y pudo notar que estaba bloqueada; algo de nieve se había escurrido por debajo y las bisagras se veían congeladas.—Pero, malditos idiotas —explotó Raimundo—, ¿no se dan cuenta de que, por estar discutiendo, nos agarró desprevenidos la tormenta y ahora estamos aquí encerrados en la iglesia? La única salida que teníamos está inutilizada. ¿Qué vamos a hacer ahora, padre? ¡Por qué no reza a su Dios para que nos saque de aquí!—Tranquilo, Raimundo, no debemos perder la calma, es necesario pensar qué hacer.La gente estaba muy asustada y se gritaban unos a otros. El padre Agustín ingresó a la sacristía para verificar si podía abrir esa puerta, pero estaba en las mismas condiciones que la frontal. Al volver hacia el altar, se detuvo para hablar con Carmen, la señora que se ocupaba de la cocina en la parroquia. Tenían que ver cuánta mercadería tenían y administrarla para así calmar un poco lo ánimos y ganar tiempo hasta encontrar una solución. La señora volvió a los pocos minutos y le informó cuánto stock quedaba: alimentando a tanta gente, solo serviría para una semana, nada más. El edificio comenzaba a ponerse cada vez más frío, por lo que decidieron ir a la sacristía para estar todos juntos y tratar de mantener el calor tanto como fuera posible. Pasaron la noche acostados en el suelo junto a la única fuente de calefacción que tenían, que era el fogón de la cocina que la señora Carmen mantenía encendida con leña....
Era de día. Aprovechando que la puerta estaba abierta, un grupo de turistas entraron a la iglesia. Recorrieron todo el lugar, pero no encontraron a nadie. Vieron entonces que el fogón de la cocina estaba encendido, lo que les llamó mucho la atención.—Seguramente el cura debe haber salido; ya estará por volver.—Pero ¿de qué cura hablas? El pueblo está deshabitado desde hace muchos años. Mis padres huyeron de aquí cuando yo era pequeño, unas horas antes de que la tormenta llegara y matara a todos los habitantes, que quedaron encerrados en esta iglesia. Los encontraron en la primavera: se habían congelado mientras dormían en el piso de la cocina de la sacristía. No sé quién pudo encender este fogón, pero aquí no habita ningún cura. Vengan, vamos que les muestro dónde estaba mi casa. Mi papá me hizo un plano con las indicaciones para llegar, es aquí cerca.Joaquín y sus amigos se subieron al rastrojero rojo y se alejaron de la iglesia, mientras, en su interior, don Cosme continuaba discutiendo con Raimundo cómo salir de allí.
 
        Published on January 05, 2020 05:16
    
January 3, 2020
Video saludo de fin de año a mis lectores
      Buen día mis querido lectores, les comparto este video que he realizado para todos ustedes.
https://youtu.be/lfRXi5ACQo4
   
  
    
    
    https://youtu.be/lfRXi5ACQo4
 
        Published on January 03, 2020 06:55
    
January 1, 2020
El abandono, relato corto de ficción fantasìa y suspenso
      Buen dìa a todos! les quiero compartir este cuento que forma parte de mi libro "No lo esperas venir, relatos cortos de ficciòn suspenso y fantasìa"disponible en Kindle Amazon y tapa blanda, gratis con kindle Unlimited.https://www.amazon.com/dp/B081RZSLV8
"El abandono"
   
El automóvil se detuvo frente a la vieja estación del tren. El pasto y la hierba habían crecido y tapaban los rieles y durmientes. El lugar se veía solitario; se notaba que ya hacía mucho tiempo que ningún tren pasaba por allí. El pueblo estaba abandonado por alguna razón que le era desconocida. Tomó su bolso de cuero negro, que estaba en el asiento del acompañante, luego de retirar aquel libro que siempre la acompañaba; acto seguido, se colgó la cámara del cuello y se colocó los lentes Ray Ban, que estaban sobre su cabeza a modo de vincha. En cuanto abrió la puerta, el calor abrasador la sacudió. El viento soplaba caliente y no ayudaba en lo más mínimo. Algunos remolinos de tierra se levantaban y cruzaban las vías en dirección al andén. Mariana era una fotógrafa aficionada a los lugares abandonados; le gustaba recorrerlos y tratar de descubrir los misterios que encerraban sus deterioradas paredes: todas tenían una historia que contar. Se detuvo frente a la ventanilla para hacer algunas tomas del lugar. Era la típica estación de tren con sus vigas de madera ya algo podridas que sujetaban un techo de chapas rojas a causa del óxido, perforadas por años de granizo y por el paso del tiempo y que se habían empezado a caer en algunos tramos, a través de los cuales se podía apreciar el cielo. Las paredes blancas estaban cubiertas por algunos graffitis y papeles pegados ya amarillos con publicidades antiguas. Un viejo cartel de chapa, aún fijado a la pared, anunciaba el horario de los trenes. Se detuvo allí y lo fotografió. «FERROCARRIL CENTRAL ARGENTINO. CONFORT, CONVENIENCIA, RAPIDEZ Y SEGURIDAD», decía el eslogan que enmarcaba los horarios de los trenes rápidos: «Rosario 4.50, Córdoba 13.00, A. Gracia 14.00, Santa Fe 9.25, Tucumán 23.15, Buenos Aires (Retiro), etc.». Las puertas y ventanas de color verde descascaradas, que sumaban varias capas de pintura, en algún momento parecían haber sido blancas, y en otro, azules. La antigua boletería tenía una pequeña ventana cubierta con una serie de barrotes ya muy deteriorados. El extremo inferior de la reja dejaba un espacio por el cual el encargado podía entregar el pasaje al viajante. Sobre la pared trasera podía observarse un cartel que indicaba el precio del boleto, a 10 centavos. Sacó allí un par de fotos mientras pensaba en cuántas vidas e historias habría visto pasar aquel empleado del ferrocarril mientras el tren aún recorría aquellas vías. Se enjugó la transpiración del rostro con el pañuelo que colgaba del bolsillo delantero de su pantalón y luego lo ató en su cabeza a modo de bandana. Empujó la puerta y esta se abrió lentamente, con un crujido quejoso. —Al menos aquí está fresco —dijo para sí. Mientras ingresaba, el piso de madera se hundió levemente bajo sus pies. Enfocó su Nikon hacia el fondo del salón y disparó una serie de tomas. La luz ingresaba a través de los vidrios, y el polvo que volaba producía un efecto de cortina. Una voz la tomó por sorpresa cuando entró al hall de la estación: —Disculpe, bella dama, espero no incomodarla. Aguarde aquí, ¿usted también espera el tren a El Remanso? Al voltear, pudo ver un caballero peinado a la gomina y que llevaba un pequeño bigote. Vestía traje azul a rayas blancas y llevaba en sus manos un sombrero negro y una pequeña maleta de cuero color marrón. Lo primero que se le vino a la mente es que le estaba haciendo una broma, por lo cual sonrió y de forma irónica le contestó: —Creo, señor, que ha perdido usted el tren hace mucho. El extraño caballero tomó un reloj que llevaba colgando de una cadena de oro atada al segundo botón de su chaleco y, tras mirarlo, le contestó: —Qué raro lo que usted me comenta, porque, según mi reloj, aún no son las 10 de la mañana, y el señor de la boletería me informó que pasaba por aquí antes de las 11. De pronto, el lugar se tornó bullicioso; parecía que la actividad aumentaba en el andén. Mariana miró con gesto extrañado: no podía entender qué era lo estaba ocurriendo. «Seguramente estoy deshidratada o sufro los efectos de un golpe de calor: será mejor que me siente y tome algo agua», pensó mientras buscaba en el interior de su bolso la botella. Quitó la tapa y bebió casi hasta la mitad del envase. «En un rato me sentiré mejor y todo pasará», pensó. No podía dar crédito a lo que estaba sucediendo, era todo demasiado irreal: varias personas caminaban por el andén, todas vestidas con ropas de otra época. Un par de niños jugaban con un trompo de madera que giraba y se desvanecía por momentos. El sonido de un tren que se acercaba podía escucharse en la distancia. —Parece que saldremos en horario —le dijo el caballero, mientras se colocaba su sombrero—. Espero llegar a mi casa antes del atardecer: mi esposa dio a luz ayer y estoy ansioso por conocer a mi hijo. A lo lejos, la figura de una locomotora parecía abrirse camino entre la hierba. Se veía ondulante y difusa, cubierta por una densa bruma. A medida que se acercaba, el sonido podía escucharse con más intensidad. Los pasajeros se agolparon en el andén mientras el silbato de la formación sonaba anunciando su arribo. Mariana tomó la cámara y comenzó a fotografiar la máquina de vapor, que frenaba pegada al andén. El caballero de azul la saludó antes de subir al vagón quitándose su sombrero. —¡Todos a bordo! —se escuchó de repente. La bruma y el humo se hicieron más intensos y el viento comenzó a soplar con más fuerza, levantando una gran nube de tierra que provocó que Mariana se tapara la cara con las manos. A los pocos segundos, todo se calmó, y, cuando volvió a mirar, todo se encontraba ya tranquilo. Estaba sola parada en el andén. No había rastro alguno del tren, pero era imposible que hubiera desaparecido. Miró su cámara y revisó las fotografías de la tarjeta de memoria, pero en
ninguna pudo encontrar la locomotora: solo se veían las vías abandonadas con un pequeño destello de luz en el centro flotando como si fuera una chispa.
    
    
    "El abandono"
 
El automóvil se detuvo frente a la vieja estación del tren. El pasto y la hierba habían crecido y tapaban los rieles y durmientes. El lugar se veía solitario; se notaba que ya hacía mucho tiempo que ningún tren pasaba por allí. El pueblo estaba abandonado por alguna razón que le era desconocida. Tomó su bolso de cuero negro, que estaba en el asiento del acompañante, luego de retirar aquel libro que siempre la acompañaba; acto seguido, se colgó la cámara del cuello y se colocó los lentes Ray Ban, que estaban sobre su cabeza a modo de vincha. En cuanto abrió la puerta, el calor abrasador la sacudió. El viento soplaba caliente y no ayudaba en lo más mínimo. Algunos remolinos de tierra se levantaban y cruzaban las vías en dirección al andén. Mariana era una fotógrafa aficionada a los lugares abandonados; le gustaba recorrerlos y tratar de descubrir los misterios que encerraban sus deterioradas paredes: todas tenían una historia que contar. Se detuvo frente a la ventanilla para hacer algunas tomas del lugar. Era la típica estación de tren con sus vigas de madera ya algo podridas que sujetaban un techo de chapas rojas a causa del óxido, perforadas por años de granizo y por el paso del tiempo y que se habían empezado a caer en algunos tramos, a través de los cuales se podía apreciar el cielo. Las paredes blancas estaban cubiertas por algunos graffitis y papeles pegados ya amarillos con publicidades antiguas. Un viejo cartel de chapa, aún fijado a la pared, anunciaba el horario de los trenes. Se detuvo allí y lo fotografió. «FERROCARRIL CENTRAL ARGENTINO. CONFORT, CONVENIENCIA, RAPIDEZ Y SEGURIDAD», decía el eslogan que enmarcaba los horarios de los trenes rápidos: «Rosario 4.50, Córdoba 13.00, A. Gracia 14.00, Santa Fe 9.25, Tucumán 23.15, Buenos Aires (Retiro), etc.». Las puertas y ventanas de color verde descascaradas, que sumaban varias capas de pintura, en algún momento parecían haber sido blancas, y en otro, azules. La antigua boletería tenía una pequeña ventana cubierta con una serie de barrotes ya muy deteriorados. El extremo inferior de la reja dejaba un espacio por el cual el encargado podía entregar el pasaje al viajante. Sobre la pared trasera podía observarse un cartel que indicaba el precio del boleto, a 10 centavos. Sacó allí un par de fotos mientras pensaba en cuántas vidas e historias habría visto pasar aquel empleado del ferrocarril mientras el tren aún recorría aquellas vías. Se enjugó la transpiración del rostro con el pañuelo que colgaba del bolsillo delantero de su pantalón y luego lo ató en su cabeza a modo de bandana. Empujó la puerta y esta se abrió lentamente, con un crujido quejoso. —Al menos aquí está fresco —dijo para sí. Mientras ingresaba, el piso de madera se hundió levemente bajo sus pies. Enfocó su Nikon hacia el fondo del salón y disparó una serie de tomas. La luz ingresaba a través de los vidrios, y el polvo que volaba producía un efecto de cortina. Una voz la tomó por sorpresa cuando entró al hall de la estación: —Disculpe, bella dama, espero no incomodarla. Aguarde aquí, ¿usted también espera el tren a El Remanso? Al voltear, pudo ver un caballero peinado a la gomina y que llevaba un pequeño bigote. Vestía traje azul a rayas blancas y llevaba en sus manos un sombrero negro y una pequeña maleta de cuero color marrón. Lo primero que se le vino a la mente es que le estaba haciendo una broma, por lo cual sonrió y de forma irónica le contestó: —Creo, señor, que ha perdido usted el tren hace mucho. El extraño caballero tomó un reloj que llevaba colgando de una cadena de oro atada al segundo botón de su chaleco y, tras mirarlo, le contestó: —Qué raro lo que usted me comenta, porque, según mi reloj, aún no son las 10 de la mañana, y el señor de la boletería me informó que pasaba por aquí antes de las 11. De pronto, el lugar se tornó bullicioso; parecía que la actividad aumentaba en el andén. Mariana miró con gesto extrañado: no podía entender qué era lo estaba ocurriendo. «Seguramente estoy deshidratada o sufro los efectos de un golpe de calor: será mejor que me siente y tome algo agua», pensó mientras buscaba en el interior de su bolso la botella. Quitó la tapa y bebió casi hasta la mitad del envase. «En un rato me sentiré mejor y todo pasará», pensó. No podía dar crédito a lo que estaba sucediendo, era todo demasiado irreal: varias personas caminaban por el andén, todas vestidas con ropas de otra época. Un par de niños jugaban con un trompo de madera que giraba y se desvanecía por momentos. El sonido de un tren que se acercaba podía escucharse en la distancia. —Parece que saldremos en horario —le dijo el caballero, mientras se colocaba su sombrero—. Espero llegar a mi casa antes del atardecer: mi esposa dio a luz ayer y estoy ansioso por conocer a mi hijo. A lo lejos, la figura de una locomotora parecía abrirse camino entre la hierba. Se veía ondulante y difusa, cubierta por una densa bruma. A medida que se acercaba, el sonido podía escucharse con más intensidad. Los pasajeros se agolparon en el andén mientras el silbato de la formación sonaba anunciando su arribo. Mariana tomó la cámara y comenzó a fotografiar la máquina de vapor, que frenaba pegada al andén. El caballero de azul la saludó antes de subir al vagón quitándose su sombrero. —¡Todos a bordo! —se escuchó de repente. La bruma y el humo se hicieron más intensos y el viento comenzó a soplar con más fuerza, levantando una gran nube de tierra que provocó que Mariana se tapara la cara con las manos. A los pocos segundos, todo se calmó, y, cuando volvió a mirar, todo se encontraba ya tranquilo. Estaba sola parada en el andén. No había rastro alguno del tren, pero era imposible que hubiera desaparecido. Miró su cámara y revisó las fotografías de la tarjeta de memoria, pero en
ninguna pudo encontrar la locomotora: solo se veían las vías abandonadas con un pequeño destello de luz en el centro flotando como si fuera una chispa.
        Published on January 01, 2020 04:55
    
Feliz año nuevo
¡Queridos amigos lectores les deseo un maravilloso inicio de año, y que el 2020 los llene de bendiciones! Muchas gracias por haber formado parte de mi año y espero continúen recorriendo mi mundo de fantasía junto a mis amados personajes.
 
 
        Published on January 01, 2020 04:50
    
December 29, 2019
No lo esperas venir. Relatos cortos de ficción, fantasìa y suspenso
"El tocador antiguo"
 
Luego de vivir 35 años en España, con toda la añoranza y los años que se me venían encima, decidí que era hora de volver a mí país. Lo extrañaba y necesitaba algo de paz. Tras un divorcio conflictivo, y ya sin nada que me atara a la bulliciosa Madrid, era una mujer sola sin hijos. Hoy lamento no haberme dado el tiempo para tenerlos; mi carrera había acaparado todo mi tiempo. Pero entonces, al dar vuelta la página, sentía que estaba lista para hacer nuevamente las maletas. Abrí mi laptop y comencé a buscar en internet avisos de propiedades. Vi algunos muy tentadores en un pueblo de la provincia de Buenos Aires llamado El Remanso. Parecía tranquilo, con mucho verde. La vieja estación del tren y esas callecitas tranquilas rodeadas de árboles frondosos que se elevaban al cielo eran justo lo que necesitaba. Aquella casa se veía de ensueño: una casita estilo cottage ingles de dos plantas color rosa, con un precioso porche y rodeada de verde. Me contacté con el vendedor y acordé una cita para ver la propiedad en cuanto llegara al país. Alquilé un automóvil y programé el GPS para que me guiara. Me sentía emocionada por arrancar esta nueva etapa en mi vida. Me había propuesto disfrutar mi retiro ya sin las preocupaciones de la vertiginosa vida laboral de mi trabajo como gerente de una multinacional. Llegué temprano en la mañana, ya que quería recorrer el lugar; la gente se veía amable, lo cual me dio una grata sensación. Entré a un pequeño bar justo frente a la estación del tren, mientras miraba mi reloj para no demorarme más de lo previsto. Abrí mi laptop mientras esperaba mi café y volví a mirar las fotos de aquella casa, que el vendedor me había enviado por correo. Entonces, la voz de un caballero me tomó por sorpresa: —Bella casa. Veo que está interesada en comprar la Rosadita. Me volví para mirar a quien me hablaba. Se trataba de un caballero elegante que estaba sentado en una mesa a mi izquierda. —Disculpe, no quise molestarla. —No, está bien. ¿Usted conoce la propiedad? —Claro, ¿quién no conoce la Rosadita? Es uno de los lugares emblemáticos que tiene este pueblo. Ha estado deshabitada por largo tiempo, pero aún conserva ese encanto original. En mi tienda, justo pegada aquí al lado, tengo algunas fotografías de la casa en su estado original, así como mobiliario y pertenencias de los antiguos dueños. Si en algún momento desea pasar a mirar, la espero. Tras decir aquello, el caballero se levantó de la mesa, tomó el periódico que estaba junto a su taza de té y se retiró del bar, despidiéndose con su sombrero antes de colocárselo sobre la cabeza. Terminé mi café y salí de allí para ir al encuentro del agente inmobiliario, que me esperaba en la puerta de la casa. Estacioné el automóvil y bajé. Un joven con una carpeta en su mano me saludó. Sé que me dijo algo, pero no le presté mucha atención ya que mi mirada se había ido directo hacia la casa. Fue amor a segunda vista. Si bien no se veía como en las fotos, porque estaba algo más deteriorada, tenía un encanto especial. El escalón de mármol estaba inclinado y la baranda ladeada por la raíz de un árbol que los había empezado a mover. Entramos a un pequeño hall y desde allí recorrimos toda la planta. —La casa necesita bastante trabajo y amor, pero, como no tengo nada más que hacer, creo que puede ser un buen desafío. El muchacho de la inmobiliaria sonrió. Sus ojos brillaban, ya que entendía que la casa estaba casi vendida. Recorrimos la planta superior y luego salimos al jardín. Todo el lugar era perfecto, por lo que quedé con él para firmar al día siguiente. Pasé por el pueblo y, antes de irme, decidí visitar la tienda de aquel señor del bar. Sentía curiosidad de ver qué encontraba. —Buenas tardes —dije al entrar, ya que la tienda parecía estar sin gente. Una voz me contestó desde el interior: —Buenas Tardes, mire tranquila, ya estoy con usted. Recorrí la tienda y me detuve frente a unos retratos en los que justo podía verse uno de la casa, una imagen blanco y negro en la que una familia estaba parada frente a la fachada, un matrimonio con una niña pequeña; pensé que seguramente sería una foto de los primeros dueños. —Parece que encontró la fotografía. —Sí. ¿Quiénes son ellos? —La familia Williams. Fueron los dueños originales de la casa. Ellos la construyeron cuando el señor vino de Inglaterra a trabajar en el ferrocarril. Tengo varios muebles aquí que son originales; si desea, puedo mostrárselos. —Desde luego, me encantaría —contesté y lo seguí al interior de la tienda. Llegamos junto a un tocador antiguo muy bello, con tres espejos sobre él, un par de perfumeros y un cepillo de cerda ya gastada hecho en plata. Su taburete estaba tapizado en terciopelo rojo con un cordón con flecos que lo bordeaba. Quedé enamorada de inmediato, de modo que se lo compré y le pedí que lo guardara hasta que pudiera llevarlo a la casa. El caballero sonrió: —No hay ningún apuro, el tocador no se irá de aquí con nadie más. Cuando la casa estuvo restaurada, me mudé y llevé aquel hermoso tocador a mi dormitorio en el piso superior, justo al lado de la ventana que daba al jardín. Todo transcurría en calma hasta que una noche, a los dos o tres días de estar allí, desperté y la vi. Era una niña de no más de cinco años y estaba sentada en el taburete mientras cepillaba su cabello. Me senté en la cama de un salto. No sabía si estaba soñando o si aquello era real. La niña se volvió, me miró por unos instantes y luego se desvaneció. Ese fue el inicio de todo. Desde entonces, se volvió habitual para mí sentirme observada. Comencé a escuchar pasos y risas de niños en el ático, a descubrir sobras que aparecían de repente en los corredores y a encontrar cosas movidas de lugar. Algo allí jugaba conmigo. No sabía si pensar que me estaba volviendo loca o que estaba sugestionándome con aquel sueño, porque quería creer que todo era producto de aquella impresión. Cierta noche, la voz de una niña me despertó diciendo: —Mamá, tengo miedo. Pude escuchar aquello claramente y, al abrir mis ojos, vi a la pequeña parada a mi lado. Me observaba con sus ojos húmedos por las lágrimas, mientras sujetaba un oso de trapo. Cuando encendí la luz, ya no estaba. La cortina se movía por el viento que entraba por la ventana, que se había abierto. Me levanté para ir a cerrarla y, al mirar hacia abajo, vi que una sombra cruzaba rápidamente el jardín. Cerré las cortinas y tomé el teléfono para llamar a la policía, pero ¿qué les diría? No sabía qué hacer; solo atiné a encerrarme en la habitación. De pronto, golpes en la puerta del dormitorio me volvieron a aterrar, y del otro lado pude escuchar la voz de la misma niña, que decía: —Mamá, abre. ¿Por qué cierras la puerta? Tengo miedo. Abre, por favor. El pomo giraba en distintas direcciones. Paralizada de terror, lo único que pude hacer fue gritar: —¡Vete! ¡No soy tu madre, vete ya! A los pocos segundos, la calma volvió, pero yo no logré volver a dormir y me quedé despierta toda la noche. De pronto, el recuerdo de esa fotografía vino a mi cabeza. En cuanto llegó la mañana, salí de la casa y me dirigí al local del anticuario. Necesitaba saber más sobre esa casa. Entré al local y el señor me recibió como si hubiese sabido que yo volvería por ahí. Fui hasta la foto, la tomé y se la mostré: —Necesito que me hable de la gente que vivía en la casa, por favor. Parecerá loco lo que voy a decirle, pero desde hace algunas noches esta niña se me aparece en mi cuarto. —La familia vivió en esa casa hasta que ocurrió la tragedia. —¿Qué tragedia? —Fue hace muchos años, ya casi nadie habla de ello, pero en su momento fue de lo único que se hablaba en el pueblo. La señora estaba embarazada y el señor estaba trabajando en un pueblo vecino, ya que era empleado ferroviario. El parto de Ana se adelantó varias semanas. Por ese motivo, en cuanto se desencadenó el nacimiento le avisaron al señor Williams que volviera, ya que la señora estaba delicada y el bebé era prematuro. Abordó el tren en la antigua estación de El Zorzal a las 11 de la mañana, pero nunca logro arribar porque, a los pocos kilómetros, el tren sufrió un gran accidente. Al desmoronarse el antiguo puente que cruzaba el río, la locomotora cayó a las aguas y todos los pasajeros fallecieron. Esa misma noche, la esposa y el pequeño también fallecieron, de modo que la niña quedó sola. Fue adoptada por unos tíos, que la llevaron a vivir con ellos, y la casa quedo deshabitada, pero la niña se escapaba todos los días para volver a su antiguo hogar, ya que decía que sus padres volverían por ella. Cierta tarde, como era habitual, se escapó a la casa, pero, cuando la fueron a buscar, la encontraron muerta. Aparentemente, había caído por la escalera desde el primer piso y el golpe había resultado mortal. Pobrecita, terminar así. Por lo que usted me cuenta, señora, su espíritu aún debe rondar la casa, pero no creo que sea de temer: tan solo es una pequeña asustada y sola; es posible que no busque más que un poco de compañía y consuelo. Me quedé helada al escuchar el relato de aquel hombre. No pude evitar llorar: la historia de esa niña me había llenado de una enorme tristeza. —¿Qué quiere usted decir?, ¿que haga como si nada e ignore lo que allí ocurre? Invertí mucho en esa casa, no voy a irme, pero ya no sé si me gusta la idea de quedarme. —Solo le digo que tal vez usted esté en esa casa por algo. Nada es casual en esta vida, y menos en este pueblo. A veces debemos aceptar las cosas como son. Salí del negocio con mi mente dando vueltas. No sabía si volver a la casa o abandonarla sin más. Di varias vueltas y, al caer la noche, me encontré abriendo la puerta de entrada sin pensarlo. Cuanto crucé el umbral, pude escuchar desde el primer piso una voz que decía: —Mamá, ¿eres tú? A lo que respondí: —Sí, soy yo.
        Published on December 29, 2019 12:17
    
December 18, 2019
Promoción de descarga gratuita por Kindle
 
Hola, buen miércoles a todos, recuerden que hoy es el último día de la promoción de descarga gratuita de mis libros por Kindle pueden descargar uno o todos, ya sea para ustedes o si lo desean lo envían como regalo a otra persona. Les dejo el enlace para que puedan acceder fácilmente.
https://www.amazon.com/Lily-G-Rafferty/e/B07V5BQVV5/ref=dp_byline_cont_book_1
Los libros disponibles son:
 
 
 
Por favor no se olviden de dejar su comentario en la app de Kindle ya que cada reseña ayuda para que otras persona puedan conocer los libros.
 
        Published on December 18, 2019 01:46
    



