Ascanio Cavallo's Blog, page 7
September 7, 2014
El malestar del presentismo
La principal noticia política de las últimas semanas no es el descenso de la popularidad del gobierno en las encuestas, que son veleidades del momento; ni el esfuerzo de la Presidenta Bachelet por afirmar su programa, una necesidad de coyuntura; ni siquiera el cada vez menos soterrado debate sobre la calidad del gabinete, un síntoma algo más serio. No es nada de eso. Es la irrupción del ex Presidente Ricardo Lagos en el debate público.
Fiel a su signo de estilo, Lagos eligió algunos temas laterales para apuntar al centro de la discusión, a lo que va por debajo, o como implícito, de todo lo que otros enfrentan como una simple cuestión de tácticas o de materias técnicas. Lo esencial del reclamo de Lagos es lo que llama “decisiones políticas”. En un momento en que la nueva administración no cumple seis meses y la oposición apenas existe, esa demanda está obviamente dirigida al gobierno y, en medida algo menor, a la Nueva Mayoría. La molestia apenas disimulada con que reaccionó La Moneda es una señal elocuente de que el destinatario recibió el mensaje. Desde Palacio se ha querido describir la diferencia como estilos de liderazgo, lo que puede tener algo de verdad. Pero sólo a medias.
Cuando el ex presidente habla de “decisiones políticas”, también quiere decir que en los gobiernos no existen las “decisiones no políticas”, esto es, que no pueden escudarse en la tecnocracia, ni en el integrismo, ni en el pragmatismo, ni en la obstinación. Tampoco valen -esto ya es una mera inferencia- las culpas ajenas, las circunstancias del mundo, las explicaciones puramente externas. Esto es importante, porque en su gestión Lagos recibió un país demolido por la crisis asiática, con crecimiento negativo y desempleo de dos dígitos, y es posible aventurar que no aceptaría la idea de que en la segunda mitad de su gobierno el país se recuperó sólo porque el mundo mejoró un poco. Fue una cuestión de “decisiones políticas”.
Lagos se refirió con abundancia al problema de la infraestructura como ejemplo de tales decisiones y algún alto funcionario cometió la incuria de atribuirle una pasión por esos temas, como si sólo se tratara de hacer caminos, carreteras y puentes. Tómese su pastillita de obras públicas y repose un poco en Tunquén.
No, no es así. Lo que parece más cierto es que Lagos interpretó la molestia de la generación de la transición con el esfuerzo de una parte de la Nueva Mayoría -aún no se sabe si la mayor o la menor parte-, ya no sólo por jubilarla (lo que sería natural), sino por demonizarla y convertir sus “decisiones políticas” en algo parecido a unos gigantescos errores históricos. Es una idea que puede tener tantas bases factuales como la contraria, esto es, que esa generación tuvo inmensos éxitos históricos. La discusión depende, no tanto de la razón de cada uno, sino de la posición que elija en el continuo de la historia reciente. Lagos viene reclamando por la comprensión del contexto a lo menos desde la publicación del libro El pacto, del cientista político Claudio Fuentes, y no sería raro que vea en el discurso oficialista un cierto paroxismo de esa negación.
Este malestar recorre a todos los segmentos de la Nueva Mayoría. Buena parte del gobierno parece creer que el problema principal es la resistencia de los dirigentes de la DC ante la radicalidad de algunas de las reformas, y La Moneda ha venido extremando sus esfuerzos por mostrar cuidado hacia esa relación, expresión de lo cual fue el voluptuoso homenaje a Eduardo Frei Montalva. Pero puede tratarse de otro error de diagnóstico, porque el malestar contra el presentismo se aloja también entre socialistas, pepedés, radicales e independientes que se sienten constructores del último cuarto de siglo y no sólo rechazan renegar de ello, sino que se sienten orgullosos de la prolijidad con que lo hicieron. La prolijidad es un tema central de la izquierda que protagonizó la transición, porque supuso superar el trauma de la Unidad Popular y del desorden proverbial que terminó por dejar a solas a Salvador Allende en La Moneda.
Como se ha dicho con abundancia, la principal amenaza de la Nueva Mayoría no está (todavía) en la oposición, sino dentro de sí misma. Pero quienes creen que su eventual crisis pasa por la emigración de uno, dos o tres de sus partidos -por el centro o por la izquierda- simplifican la complejidad de esa encrucijada. Tal como ya no hay forma de atribuir la celeridad y la profundidad del trancazo de la economía a puros factores exógenos, muy pronto no será posible endilgar las tensiones internas del oficialismo al lobby, a los empresarios o a la prensa.
Son ideas demasiado pobres para entender lo que está pasando. Lo que ha hecho Lagos es interpelar esas simplificaciones. Uf.
August 24, 2014
Diagnósticos
En la doctrina médica, un diagnóstico es una hipótesis. No es una verdad que se pueda considerar asentada, ni siquiera cuando existen algunas certezas. Tampoco es una verdad única; todo diagnóstico acepta la posibilidad de otros diagnósticos, diferenciales o de co-morbilidades. A los médicos les está vedado enamorarse de sus diagnósticos o enfrentarlos como verdades cerradas, entre otras cosas porque hay una larga historia de diagnósticos erróneos en todas las ciencias médicas. Para después quedan los remedios, que operan sobre la base del ensayo y el error, y los mejores médicos están continuamente estudiando sus efectos y sus contraindicaciones. No existe una correspondencia lineal entre diagnósticos y remedios, y puede ocurrir que si el diagnóstico es correcto, no lo sean los remedios. ¿No resulta esto familiar a toda experiencia humana?
La política, por supuesto, no es medicina. Los diagnósticos sobre las necesidades de la sociedad suelen estar supeditados a la ideología, o al menos, a unas convicciones generales acerca del mundo. Es decir, tienen una importante carga subjetiva, incluso cuando se los trata de arropar con los estudios de las más volubles ciencias sociales. Aun así, los diagnósticos políticos son, igual que los otros, meras hipótesis y con mayor razón son inciertos los remedios para superar los males sociales.
Estos matices se han vuelto relevantes ahora que la discusión pública local ha girado hacia lo que la sociedad realmente desea y considera prioritario. El hito más reciente de ese debate es la encuesta del CEP -un indicio de que retiene su vigor referencial-, que esta vez ha sido acusada por los sesgos de sus preguntas sobre educación. Pero esto sólo es importante para quienes desean usarla como refutación de sus contradictores o como respaldo de sus propias certezas.
Lo que en verdad resulta relevante son las tendencias de largo plazo que detecta la muestra del CEP, que por lo demás coinciden con otras encuestas prestigiosas. La serie principal es la que registra lo que los chilenos consideran como sus preocupaciones principales en los últimos 14 años, donde se entrelazan, en los primeros lugares, la salud, la educación y la delincuencia.
En la primera mitad del gobierno de Ricardo Lagos tendió a prevalecer el problema de la salud. Desde su segunda mitad y hasta los comienzos de la administración de Sebastián Piñera, la inquietud dominante fue la delincuencia, y la educación -seguramente encendida por las marchas del 2011- llegó a empatarla muy pronto. Sin embargo, en el último año de ese gobierno y durante lo que lleva el segundo de Miche-lle Bachelet, la prioridad uno ha sido la salud.
La persistencia de la alta demanda por la salud desde el 2000 es un buen ejemplo de la volatilidad de los remedios. Es difícil sostener que la salud pública es peor hoy que el 2000. El Presidente Lagos introdujo un mecanismo de protección inédito, el Plan Auge, y todos sus sucesores se han dedicado a consolidarlo y ampliarlo, desde 56 hasta 80 patologías garantizadas. La infraestructura clínica ha crecido en forma casi exponencial y las carencias de hoy ya son de segunda generación (obesidad versus desnutrición, falta de especialistas, remedios para la alta complejidad).
El problema de la educación empezó a competir con esa preeminencia sólo durante el primer gobierno de Bachelet, cuando estallaron las primeras movilizaciones estudiantiles.
Parece comprensible que una Presidenta que fue dolorosamente sorprendida por esa irrupción intempestiva haya retenido una percepción de urgencia dramática en este campo.
Esa impresión vino a tomar soporte intelectual (“marco teórico”) en los informes sobre desarrollo humano del PNUD, que en lo esencial son agregaciones de datos estructurados en torno a una hipótesis que los números tienden a confirmar. Esto no es un pecado; es lo que hacen todos los centros de estudio, cualquiera sea su orientación. Pero tampoco es una virtud cardinal. Un trabajo bien hecho produce un conjunto de luces, no verdades específicas (por ejemplo, la idea de que la educación es clave para reducir la desigualdad tiene el peso de una obviedad general, nada que necesite ser descubierto) ni mucho menos remedios precisos.
El caso es que el gobierno eligió una de las tres prioridades y sobre las otras dos parece tener muy poco que decir. Para esa dedicación principal -la reforma de la educación- ha tenido que agregar una reforma funcional -la tributaria- y aspira a otra estructural, la de la Constitución. Pero esta última es harina de otro costal; para emprender su análisis es bueno recordar que no ha existido ningún gobierno en Chile, a lo menos desde el siglo XX, que no haya querido generar su propia Carta Fundamental.
La pregunta sobre el diagnóstico no había sido tan apremiante en el último cuarto de siglo. Se la disputan, desde la oposición, el ex Presidente Piñera; desde la izquierda, Melissa Sepúlveda y Naschla Aburman. Y por lo tanto la sigue otra más importante: ¿marcará esa interrogación el segundo gobierno de Bachelet?
August 18, 2014
Buenas noches, don Emilio
En el mundo de Emilio Filippi Muratto, sin importar la edad que se tuviese, uno era siempre “don” y, por lo tanto, él también era siempre “don”. Costaba establecer si esto era una mera antigualla, una forma de poner distancia o una invitación al respeto mutuo. Reservaba el “tú” para una escasa franja de personas, quizás de su generación, y aun así en su boca resultaba un poco malsonante.
En parte por eso, y por otros de sus rasgos, sus subalternos -él dejó de serlo a los 28 años, cuando marchó a Concepción a transformar los diarios Crónica y El Sur- nos reíamos de su solemnidad, su formalismo, su suficiencia, y alguno de los más maledicentes lo designó en algún cabreo como “el pavo real”. Creo que no fui yo, aunque pude serlo.
Pero sin esa arrogancia, sin esa fuerza interior, sin esas convicciones de acero, Chile no habría tenido la primera revista crítica del régimen de Pinochet en un año tan temprano como 1976, cuando las cosas eran realmente difíciles. La revista Hoy fue clausurada durante dos meses en 1979 por publicar una entrevista al ex canciller y futuro embajador Clodomiro Almeyda.
Los que nacieron ayer y creen que ese régimen era una especie de payasada no tienen ni una remota idea del coraje que era necesario para sacar a los quioscos un medio que no podría subsistir sin un grado de oblicuidad, un medio amenazado, vigilado, asediado. No recuerdo haber visto, en todos esos años, un solo momento de temor en el director. Y sospecho que los jacobinos de hoy no habrían tenido un ápice de la entereza del girondino que era el jefe de Hoy, porque para eso se necesitaban suficiencia y cojones.
Filippi perteneció a una época en que los periodistas eran respetados y los directores, temidos, todos un poco “pavos reales”. En su caso, había tenido como redactores a Luis Hernández Parker, Pablo Neruda, Eduardo Frei, Hernán Millas, Andrés Sabella, el “Gato” Gamboa, Guillermo Blanco, Enrique Lihn, las juveniles Sol Serrano y Sofía Correa y un largo vademécum de estrellas de la palabra.
Quizás por eso tenía una manera extraña de transmitir su idea de la fuerza de la prensa. Cuando me designó editor político de Hoy -yo tenía 27 años- me dijo: “Usted tiene que entrar al gobierno militar y a las Fuerzas Armadas. Si no sabemos de ellos, no sabemos nada”. “¿Y cómo se hace eso?”, pregunté, intimidado. “Ah, ese es problema suyo. Usted está aquí porque es periodista, ¿no?”. El solemne Filippi era un ironista, pero de estas cosas siempre hablaba en serio.
Habiendo apoyado el Golpe de Estado, se convirtió rápidamente en el mayor acorazado de la libertad de prensa. Será recordado como un gran luchador por la democracia. Será recordado como uno de los tótems del periodismo chileno del siglo XX. Merece todo eso. Pero yo me quedo con otro de sus atrevimientos: su inclinación a abrir camino a los jóvenes. Es una elección interesada, porque fui uno de los más favorecidos.
Cuando cumplió su sueño más acariciado, la creación del diario La Epoca, entregó su conducción a un grupo de jóvenes sedientos de innovación a los que apenas conocía. Junto conmigo, muchos periodistas que en esos días rondaban los 30 se hicieron cargo del primer nuevo diario chileno en medio siglo, subfinanciado y sin cultura de mercado, que a pesar de todo sobrevivió por 11 años y ha sido un objeto de culto en los posteriores. El anticuado Filippi había vuelto a dar un golpe de vanguardia. El día que los periodistas seamos perfectos se habrá acabado el periodismo. Si los defectos de Filippi pudiesen ocupar algunas páginas, ni una sola de ellas tendría más peso moral, más coraje público y más densidad profesional que las que registrarán su paso por la inteligencia pública de Chile. Ahora que ha caído la hora de cierre, ahora que la luz se ha apagado y los recuerdos empiezan a titilar, sólo cabe oír el silencio. Duerma tranquilo, don Emilio.
August 17, 2014
El gabinete y el domingo
A cinco meses del 11 de marzo, los problemas de instalación del gabinete de la segunda administración de Michelle Bachelet parecen superados. Ahora empiezan los problemas de evaluación y proyección.
Se sabía desde el primer momento que el diseño del gobierno incluía para la primera fase dos ministros protagónicos, los de Hacienda y Educación, que debían sacar adelante las reformas basales del programa. El tercero sería, por tradición e institucionalidad, el titular de Interior. En una posición algo más oblicua, aunque relevante por la materia y el elegido, se perfiló Energía, con una misión casi tan dramática como la reforma tributaria, pero de mucho menor visibilidad.
¿Y qué ha pasado con ellos? Alberto Arenas debía sacar la reforma tributaria y también vigilar el estado de la economía. Esta segunda obligación lo condujo a buscar un acuerdo más amplio que el de la Nueva Mayoría, pero entonces se encontró con la ortodoxia de un amplio sector interno que cree que este gobierno consiste en rechazar los acuerdos, porque es la manera de negar los anteriores. Matices más o menos, Arenas quedó solo en ese esfuerzo y hasta ahora no se sabe cuánto le resta de su fortaleza inicial.
Nicolás Eyzaguirre está en el avispero más agitado. Todavía es difícil establecer si habló más de la cuenta, si se ha dejado llevar por el clima interno o si sus proposiciones han sido muy prematuras. El caso es que viene viviendo bajo una amenaza: si negocia mucho, si produce muchos acuerdos, si hace viables ideas que hoy se ven difíciles, corre riesgos peores que Arenas, entre otras cosas porque educación es, desde Pinochet, la cartera más inestable del gabinete. La frase que preside la puerta de su infierno es: “En la interna, esto no pasa”.
La clase política le reconoce a Rodrigo Peñailillo un desempeño mejor que el que se esperaba. Pero, como todos los titulares de Interior, enfrenta muchos flancos. Mientras avanza con la eliminación del sistema binominal -antesala de la reforma constitucional, tercer eje del programa de Bachelet-, comienzan a atenazarlo los problemas de seguridad pública, desde La Araucanía hasta las anarcobombas y el delito puro y duro. En el gobierno de Sebastián Piñera, la excesiva concentración en esto último y el descuido de la política le costaron el cargo a Rodrigo Hinzpeter, que era un hombre tan de confianza de Piñera como Peñailillo de Bachelet. Tratándose de poder, la confianza es un bien volátil.
De Máximo Pacheco hay poco que decir. Su atractiva agenda energética contrasta con el hecho de que los proyectos vigentes continúan paralizados y los nuevos siguen enfrentando dificultades sin salida. Si su gestión se mide en megawatts, aún no hay nada significativo.
La Presidenta ha insistido en los últimos días en que hay un cuarto eje, que es el laboral. Pero en esto, la titular del Trabajo, Javiera Blanco, y la complementaria del Sernam, Claudia Pascual, estarán inevitablemente supeditadas a lo que Hacienda recomiende con vistas al clima económico de corto plazo.
¿Y el resto de los ministros? Los partidos más grandes de la Nueva Mayoría vienen expresando su inquietud por la falta de robustez del gabinete como conjunto y de la escasa visibilidad de algunos de sus miembros. Ciertos dirigentes culpan a La Moneda, otros a los gabinetes de comunicación, algunos a la falta de acción y unos cuantos a los medios de prensa. El ruido de ese río se ha ido incrementando.
El caso es que el gabinete es de reparto: todos los fragmentos de la Nueva Mayoría recibieron su pedazo por obvias necesidades de cohesión. La manera oficial de calificar el desempeño y la adhesión es la fidelidad al programa, incluso en los casos en que el programa no dice mucho sobre sus sectores.
Parece ser que el clivaje más importante no pasa por los fragmentos, sino por la manera en que se entiende esa fidelidad. En un cierto grupo están los que consideran que, ante la magnitud de los desafíos principales que se ha impuesto el gobierno, lo prudente es no hacer ruido en los cuartos traseros. En el otro están los ministros que piensan que el principio de las “reformas estructurales” debe ser extendido más allá de los tres o cuatro ejes declarados, de modo que el cuatrienio de Bachelet transforme todo el tejido social.
¿Quién arbitra entre estas posiciones? La única fuerza capaz de hacerlo es la de la Presidenta. Y, como es visible, quienes influyen en sus decisiones no están en el gabinete, sino en el pequeño grupo de confianza que opera los domingos. Los ministros tienen ahora cierta solidez, porque una crisis de gabinete sería una catástrofe en medio de los actuales debates legislativos. Pero el domingo menos pensado…
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