Aniko Villalba's Blog, page 5

November 11, 2015

Viajar es

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


Qué es viajar, para mí. Dedicado a Irene.


La entrada Viajar es aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba



 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on November 11, 2015 09:14

October 14, 2015

En Ushuaia todo se conecta

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


(Este no es un texto para leer en diagonal.)


en-ushuaia-todo-se-conecta-20


No es fácil describir una telaraña, sobre todo cuando tiene tantas uniones, así que voy a ponerme en el centro solo porque todas sus lineas me atraviesan. Soy Aniko, tengo 30 años, viajo, me dedico a escribir y estoy tan perdida como cualquiera. Tengo una vida y más o menos sé cómo quiero usarla, pero las dudas están siempre: sigo, me quedo, abro, cierro, pongo energías en esto o en lo otro, me dedico a mi carrera, a la pareja, a tener hijos, a escribir libros, a qué. Un día me llega una invitación para hacer un viaje de prensa a Ushuaia y digo que sí pero pido que me extiendan la vuelta así puedo quedarme unos días más por mi cuenta. El fin del mundo me parece el lugar ideal para desconectarme y terminar de escribir mi segundo libro, algo que vengo posponiendo desde que llegué a Buenos Aires porque siempre surgen cosas más urgentes. Cuando anuncio en mis redes sociales que voy a andar por Ushuaia, Claudia y Nicolás, viajeros y autores del blog Dale Viajá, me dicen que ellos están viviendo allá y que los contacte para lo que necesite. Les comento que estoy buscando una casa en el bosque donde poder encerrarme a escribir y me dicen que conocen el lugar perfecto. Me ponen en contacto con Mónica y Salvador, dueños de las Cabañas del Martial, que aceptan recibirme durante la parte dos de mi viaje. En la mochila guardo bastante abrigo. Lo que más me pesa son los libros y cuadernos que llevo aparte en una bolsita de tela: dos moleskine, el journal “Start where you are”, “Letters to my future self” y la revista Flow Mindfulness.


Ushuaia,

Ushuaia, “la ciudad del fin del mundo”.


Unos días después me encuentro en Aeroparque con el grupo de blogueros y periodistas con quienes haré el viaje de prensa organizado por Los Cauquenes. Cuando llegamos a Ushuaia me doy cuenta de que en el vuelo me abrieron la mochila que despaché y me robaron el cargador de la cámara. Me pongo mal, sin eso no voy a poder trabajar, no es un cargador que se consiga en cualquier lado. Esta es la señal número dos de una serie de actos fallidos tecnológicos que me empiezan a pasar en simultáneo: me olvidé el aparatito para transferir las fotos de la cámara a la compu, la batería del celular me dura solo tres horas, la pantalla de la compu está llena de rayas, el teléfono se me apaga y no responde. Durante esta parte del viaje la conozco a Dani Dini, una de mis compañeras. Me habían hablado de ella, es periodista de viajes y de lifestyle y enseguida pegamos buena onda. Son pocos los ratos que tenemos para charlar así que mantenemos una conversación fragmentada. Si bien no nos conocemos, siento que puedo contarle cosas importantes. Me dice que los treinta son un momento de cambios por el regreso de Saturno, que muchas cosas se definen y otras se dejan atrás, que es un proceso y ya voy a ver todo con más claridad. Me siento en el limbo total. Cuando dice Saturno pienso en Lily, mi astróloga, y en cómo ella me hablaba de los efectos de Saturno en mi signo.


El rincón que sería mi hogar durante los siguientes días.

El rincón que sería mi hogar durante los siguientes días.


Termina el viaje de prensa, el grupo vuelve a Buenos Aires y yo me voy a la casa de Claudia y Nicolás antes de mudarme a la cabaña en el bosque. Comemos milanesas y les cuento que me robaron el cargador de la mochila. Descubrimos que ellos tienen el mismo y ofrecen prestármelo mientras esté ahí. No es un cargador común así que la coincidencia me sorprende. Llamo a Nikon y me dicen que ese modelo no se importa, que quizá en treinta días. Trato de comprar uno afuera para que me lo traiga mi prima que está en Italia pero no me funciona la tarjeta. Me resigno, por el momento mi cámara tiene energía para sacar fotos, la que empieza a tener menos energía soy yo. Necesito descansar, me cuesta adaptarme a este cambio de ritmo, a la desaceleración. Me despido de los chicos y voy para las cabañas del Martial. La ruta está cubierta de nieve, acá todavía no hubo deshielo, así que camino despacio para no patinarme. Mientras entramos a la casa, Mónica me pregunta si me molesta que haya un gato. Al contrario. Me lo presenta: se llama Milo, tiene seis meses y enseguida se me cuelga de una pierna. Soy la primera huésped del Bed and Breakfast, Mónica y Salvador decidieron abrirlo, además de las tres cabañas que alquilan, porque sus hijos se fueron a estudiar a Buenos Aires y dejaron habitaciones vacías.


La entrada al B&B de Mónica y Salvador

La entrada al B&B de Mónica y Salvador


La cocina-comedor y, al fondo, un gatito que se acerca.

La cocina-comedor y, al fondo, un gatito que se acerca.


Milo.

Milo.


El camino de llegada

El camino de llegada


Esa noche cenamos y charlamos. El comedor está lleno de cuadros, pregunto quién los pintó. “Yo”, dice Mónica, y le comento que mi mamá también pinta. “¿Aniko Szabó? ¡Me encanta!”, me dice. “Cuando vi que te llamabas Aniko enseguida pensé en Aniko Szabó”, e incluso le dijo a su marido, por error, que Aniko Szabó iba a quedarse con ellos. Antes de viajar, mi mamá me habló de una pintora naif que vive en Ushuaia y que es muy conocida por acá. “Sí, Elsa Zaparart”, me dice Mónica, “pero ya no está más acá. Ella hizo el cartel de Ushuaia fin del mundo”. Le digo a Mónica que me avise cuando vaya a Buenos Aires así le regalo unas láminas de mi mamá, le pregunto en qué zona suele estar y resulta que fuimos vecinas toda la vida: su edificio queda enfrente del de mi mamá, tal vez ya nos cruzamos antes. Les cuento de mi viaje a Hungría y Mónica me comenta que conoce a un húngaro que vive en Perú. “Esperá, yo también, no me digas que se llama Viktor”, le digo. Lo buscamos en Facebook y sí. Hace unos años Viktor estaba de viaje por Ushuaia, pasó caminando por las cabañas, golpeó la puerta y se puso a charlar, y ahora les trae grupos de húngaros bastante seguido. Yo lo conocí en un cumpleaños en Lima porque es muy amigo del marido de una de mis mejores amigas peruanas. Cuando le cuento a Mónica que mi novio es francés, ella me habla de Manu, un francés que se quedó a vivir a pocos metros de las cabañas y puso un restaurante. “¿Sabías que en Francia hay un programa de televisión de viajes de aventura que se llama Ushuaia?”. Ya nada me sorprende.


Este es uno de los cuadros de mi mamá que más me gustan. Mucha gente, cuando escucha mi nombre, me relaciona enseguida con ella.

Este es uno de los cuadros de mi mamá que más me gustan. Mucha gente, cuando escucha mi nombre, me relaciona enseguida con ella.


Este es el cartel que pintó Elsa Zaparart, otra artista naif amiga de mi mamá.

Este es el cartel que pintó Elsa Zaparart, otra artista naif amiga de mi mamá.


Esa noche sueño que hay un terremoto y que veo caerse los edificios al lado mío. En el sueño estoy con mi amigo Pepe y él me va guiando para que no me lastime. Más tarde, Caro Chavate me manda un video desde Medellín en el que se ve su escritorio, una ventana, la lluvia y un papelito escrito por ella que dice “una cosa a la vez”. Con Caro estamos conectadas a la distancia sin conocernos. Vine a Ushuaia, más que nada, para volver a aprender a hacer una cosa a la vez, para estar presente en cada tarea y no dejar que mi cerebro se divida en veinte. No sé si alguna vez fui capaz de ir en contra de mis impulsos de multitasker. ¿Sin internet la vida era más simple? ¿O siempre fui dispersa y le echo la culpa a la tecnología? Milo el gato entra a mi cuarto, se sube a mi escritorio, pone las patas sobre el teclado y no sé cómo abre twitter. Apenas lo agarro ronronea y me deja apoyarlo sobre mi hombro mientras me lame el cachete. Es el gato más perro que conozco. Esa tarde viene Noelia, una lectora de Río Grande, a conocerme. Tomamos tés y hablamos de sus viajes y los míos. Le saco una foto a uno de sus tatuajes. Cuando se va me voy a dormir: estoy a punto de enfermarme, mi cuerpo no da más. Me despierto como a las siete de la tarde con fiebre y miro por la ventana cómo las montañas se ponen azules. Abajo, sobre la bahía, Ushuaia empieza a prender las luces. Siento que tengo todo el tiempo del mundo. Me quedo en la cama y empiezo a leer “Wild mind”, un libro de Natalie Goldberg acerca de la vida del escritor. Me quedo con esta idea: “Style in writing means becoming more and more present, settling deeper and deeper inside the layers of ourselves and then speaking, knowing what we write echoes all of us; all of who we are is backing our writing”. Nuestro estilo proviene de todo lo que somos, escribir tiene mucho que ver con vivir. Copio una frase de Hemingway en mi cuaderno violeta: “Write hard and clear about what hurts” (“Escribí fuerte y claro acerca de lo que te duele”).


Uno de los tatuajes de Noelia

Uno de los tatuajes de Noelia


Vista panorámica desde mi ventana.

Vista panorámica desde mi ventana.


en-ushuaia-todo-se-conecta-26

Mi escritorio en Ushuaia


El bosque a pocos pasos

El bosque a pocos pasos


La noción de mindfulness es algo que me persigue hace tiempo y que intento aplicar a mi vida, aunque a veces me olvido: quiero ser consciente de mis pensamientos y de lo que me pasa a cada momento. Salgo a caminar por la montaña. Me pongo toda la ropa que traje pero igual tengo frío: sweater de alpaca, polar, campera, bufanda, gorro, guantes, polainas. No duro más de veinte minutos afuera. Antes de entrar a la casa miro el bosque y se larga a nevar. Vuelvo a mi cuarto y me siento a escribir. Me falta un capítulo, el de Biarritz, para terminar mi libro y recién ahora tengo un poco más de distancia como para empezar a ordenar las ideas. Empiezo el borrador. Más tarde voy a la Casa de té, una cabaña roja en medio del bosque, a pocos metros de lo de Mónica, donde se sirven té y cosas ricas. Voy invitada por María, la dueña, que se enteró de que me estoy quedando en lo de Mónica y quiere conocerme porque es fan de mi mamá. Me pido “Nights in Paris”, un té blanco, con budín de limón y amapola y charlo con María. Es de Buenos Aires pero vive en Ushuaia hace 37 años y tiene la casa de té hace veinte. Recibe a gente de todo el mundo y a veces, cuando no hay espacio, los hace compartir mesa. Me muestra los anotadores, señaladores y pins que hace Cecilia, su diseñadora, y me ofrece de vender algunos de mis productos ahí. Mientras estamos charlando se nos acerca una de las chicas que trabaja ahí y nos muestra una servilleta con un dibujo que dejó un cliente en la mesa. Le saco una foto y la subo a mi Instagram. Lo van a enmarcar y a colgarlo junto con otro que dejó otra persona hace años. Sigo hablando con María, me cuenta que los carteles de la Casa de té los pintó Elsa Zaparart. Después voy a ver la tienda y me termino comprando un cactus tejido. Me acuerdo de mi cactus que murió, la única planta que tuve a mi cargo. Cuando me fui de viaje se lo dejé a cargo a otra persona y se secó. Este no se va a morir nunca.


La entrada a la Casa de té

La entrada a la Casa de té


en-ushuaia-todo-se-conecta-17


El dibujo que dejó un cliente.

El dibujo que dejó un cliente.


El dibujo que dejó otro cliente hace años (por unos segundos leí

El dibujo que dejó otro cliente hace años (por unos segundos leí “Carcelona”…)


Mi cactus nuevo

Mi cactus nuevo


A la mañana siguiente bajo a la ciudad y la camino de una punta a la otra. Tardo más o menos cuarenta minutos. Me paro frente al cuadro de Elsa Zaparart, cerca del puerto, y ahí es cuando pienso que Ushuaia cambió, que ya no está como en mis recuerdos. Llueve y hace frío así que me voy a refugiar a lo de Claudia y Nicolas. Almorzamos y después Claudia y yo nos vamos a conocer a Laura, una arquitecta y encuadernadora fueguina que acaba de volver a Ushuaia después de quince años en Buenos Aires. A Laura la encontré por internet mientras buscaba información para mi post de cuadernos hechos en Argentina. Facebook me sugirió la página de la Tienda de cuadernos, en el muro vi que decía “mudamos el taller a Ushuaia” y me puse en contacto para ver si podía pasar a conocer. Además de ser fan de los cuadernos, la encuadernación es algo que cada vez me atrae más. Hace dos años hice un taller para aprender y me gustaría, algún día, fabricar los míos. Cuando llegamos a la casa, Laura nos recibe con té y me da un regalito: dos cuadernos hechos por ella, uno con el papel de conejitos que dije en mi otro blog que me gustaba y el otro con “escribir.me” recortado en la tapa. Le cuento que estuve en la Casa de té y me dice que su hermana trabaja con María. “¿Se llama Cecilia?”, le pregunto. Sí, es la diseñadora de la que me habló María. Cuando vuelvo a lo de Mónica le cuento que estuve con una chica que hace cuadernos y le comento que va a dar un taller de encuadernación. Quiere ir. Me pregunta cómo se llama la chica y cuando le doy la referencia de Cecilia, la hermana, me dice que conoce a los padres. En Ushuaia todos parecen conocerse. Si bien casi no salí a recorrer, me sorprende la cantidad de cosas que pasaron en estos días, todas las conexiones invisibles que se formaron a mi alrededor. “En Ushuaia todo pasa adentro de una casa”, me dice Mónica.


La ventana en lo de Claudia y Nicolás

La ventana en lo de Claudia y Nicolás


Los dos cuadernos que me regaló Laura

Los dos cuadernos que me regaló Laura


Un detalle de su espacio de trabajo

Un detalle de su espacio de trabajo


Esa noche cenamos y a la mañana siguiente nos despedimos. Quedamos en vernos en Buenos Aires. No terminé de escribir mi libro pero no me importa, no podría haber tenido un hogar mejor en Ushuaia. Vuelo de vuelta a Buenos Aires. En el avión miro el documental “Finding Vivian Maier” y no puedo creer las fotos que sacaba esa mujer. Vivian Maier fue una de las más grandes fotógrafas callejeras de la historia, sacó cientos de miles de fotos y nunca mostró ninguna. Las descubrieron tras su muerte, cuando un chico compró varios negativos en una subasta. También miro la serie de televisión “Brain games” acerca del funcionamiento del cerebro y me siento un poco más normal en mis déficits atencionales. Aterrizo en Buenos Aires y la telaraña se sigue expandiendo. Paso por el Patronato de la Infancia, donde mi mamá trabaja hace más de treinta años en la producción y venta de tarjetas de navidad y calendarios de arte naif a beneficio de la institución. Me quedo un rato y ayudo a perforar calendarios. Como las quince páginas no entran juntas en la perforadora, separo el año en dos y me quedo con julio en la mano. Hago esta separación varias veces hasta que se me ocurre mirar el cuadro de ese mes: un paisaje de montañas que parece en Ushuaia, pintado por Elsa Zaparart.


Este.

Este.


Esa noche le mando un mensaje por Facebook a Marcos para avisarle que ya estoy en Buenos Aires. No nos conocemos, hace unos días pregunté en Facebook si alguien tenía un cargador Nikon en venta y él me dijo que tenía uno de más porque le habían robado la cámara. “Te lo regalo”. No lo puedo creer. Más tarde me llega el mensaje de Magdalena, a quien tampoco conozco, que me cuenta que estuvo en Ushuaia con su novio en la misma fecha que yo. Nos cruzamos en la Casa de té sin saberlo. Esa tarde una amiga le pasó mi blog, Magdalena me buscó en Instagram y vio que yo había posteado la foto de un dibujo en una servilleta. Ese dibujo lo había hecho su novio mientras tomaban el té. Magdalena también es encuadernadora. Dos días después me reúno con Dan, creador del Club de viajeros La Boussole a quien conocí por otras casualidades antes de irme, para planear talleres y proyectos en conjunto. Le comento que estuve en Ushuaia, en el hotel Los Cauquenes, y me pregunta si la conozco a Dani Dini, que siempre suele ir a hacer prensa ahí. Son amigos. Reviso mis mails desde el teléfono y veo que el último post de Orsai habla acerca de esta incapacidad de mantener la atención que, al parecer, estamos sufriendo todos. Y no sigo porque esta telaraña no termina nunca.


en-ushuaia-todo-se-conecta-19


En una cena en lo de Mónica y Salvador, alguien dijo la palabra ecotono. Como nunca la había escuchado pregunté qué significaba. Es la zona de transición entre dos ecosistemas, una zona intermedia donde se mezclan y hacen un cambio gradual de uno a otro. “Desde el punto de vista sistémico, es en el ecotono donde se produce el mayor intercambio de energía”, dice Wikipedia. Por eso, estos limites suelen considerarse zonas de mayor riqueza e interés biológico. La energía fue un concepto muy presente durante mi paso por Ushuaia: las relaciones interpersonales como intercambios de energía. Hay algunas que demandan demasiado de un solo lado, otras que se retroalimentan, otras que se expanden juntas. Estoy aprendiendo a establecer relaciones circulares, a no permitir grandes gastos de energía. Y acá estoy, metida en un ecotono, luchando contra mis propios choques de fuerza, tratando de tenerme paciencia y transitando de a poco hacia un ecosistema distinto.


Si llegaste hasta acá, felicitaciones: tenés premios. Quiero compartir los enlaces a todas esas personas y libros que formaron parte de esta red y que me están acompañando, sin saberlo, en este cambio.



Mónica y Salvador son los dueños de las Cabañas del Martial y están por inaugurar el Bed&Breakfast en su casa. Más allá de que la casa es cómoda, lindísima y acogedora, ellos son excelentes anfitriones. Si van, mándenles saludos de mi parte. :)
Claudia y Nicolás son los creadores del blog Dale Viajá. Hicieron un viaje largo por Sudamérica y ahora están por irse a Asia.
Elsa Zaparart es de Buenos Aires, vivió en Ushuaia y dejó muchas de sus obras de arte naif por allá. La próxima hago la ruta Zaparart. ;)
En La Cabaña Casa de té aproveché para pensar y bocetar algunas de las ilustraciones de mi próximo libro (que las hará Vero Gatti). Gracias María por recibirme y convidarme cosas ricas.
Aniko Szabó es mi mamá y fue un eslabón importante en varios de estos eventos. Algunas de sus obras aparecen en las tarjetas de navidad y calendarios del Patronato de la Infancia, una de las instituciones de bien público más antiguas de Argentina.
Laura de la Tienda de Cuadernos me hizo los cuadernitos tan lindos que aparecen en la foto de este post.
Dani Dini es periodista especializada en viajes, gastronomía y lifestyle. Urban Hunter Project es su blog.
A Caro Chavate la conocí por internet cuando su artículo “Renuncié y no me he muerto de hambre” se hizo viral y alguien me lo pasó. Desde ese día charlamos a la distancia y hasta escribimos una serie juntas: #100ideas (yo en escribir.me, mi blog de escritura, y ella en su blog).
El mindfulness o la conciencia plena es algo que trato de practicar todos los días, aunque a veces me olvido o me cuesta. Una de mis maneras es escribiendo en journals. A Ushuaia me llevé “Start where you are”, “Letters to my future self” y la edición especial de mindfulness de Flow magazine.
Estoy leyendo el libro “Wild mind” de Natalie Goldberg, autora que recomiendo a quienes les guste leer acerca del oficio de escribir.
Vi el documental “Finding Vivian Maier” en el avión y fue el antídoto perfecto contra el miedo a volar porque estuve boquiabierta durante toda la película. Cuenta cómo un chico descubrió que una niñera fue una de las fotógrafas callejeras más prolíficas de la historia pero nunca mostró sus fotos. También miré un capítulo de “Brain games”, una serie que investiga el cerebro y la percepción.
“La rana hervida en la olla” es el texto de Casciari (Orsai) que habla acerca de nuestro déficit de atención generalizado.
Si les interesa la astrología: “Saturno y la crisis de los 30” y esta nota que acabo de encontrar y veo que publicó Pauli Queija, compañera mía de facultad.
Cuando me enteré que en Buenos Aires existía un club de viajeros no lo podía creer. Se llama La Boussole (brújula en francés), está en Palermo, y próximamente estaré haciendo cosas con ellos!
Y por último, los invito a seguirme en Instagram. Es la red social que más me gusta y en la que quiero poner, de a poco, toda mi energía en esta nueva etapa.
PD: pueden leer el primer post de mi viaje a Ushuaia acá: Escape al principio del mundo.

en-ushuaia-todo-se-conecta-1-2


La entrada En Ushuaia todo se conecta aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba




 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 14, 2015 17:51

October 8, 2015

Escape al principio del mundo

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


En el colegio odiaba geografía. Me parecía la materia más aburrida de la historia, no lograba retener las diferencias entre un fiordo, una península, una bahía o un archipiélago. Cuando la maestra me pedía que describiera las características de la cuenca hidrográfica del Congo Belga o las particularidades de los ecosistemas de la cordillera pre andina me ponía roja y la mente me quedaba en blanco. En las pruebas escritas me iba más o menos, la memoria nunca fue mi fuerte. Una vez estábamos dando examen y quedábamos pocos en la clase, eran las doce del mediodía y la maestra se quería ir a almorzar, así que cuando vio que no me salía la capital de Perú, me sopló la respuesta: “Sprite mmmm Limón”. Nunca más me la olvidé. Y supongo que en alguna clase nos preguntó cuál era la ciudad más austral del mundo y todos respondimos a coro, estirando las sílabas en un cantito: U-shua-ia.


Banco para mirar el mundo

Banco para mirar el mundo, en Ushuaia


Vine a Ushuaia por primera vez hace doce años, con mi familia, y quedé impactada. Era verano pero en todas las fotos aparezco con rompevientos, polar y bufanda. Los días eran largos y a las once de la noche el cielo seguía claro. Nunca había visto algo así. Las casas eran bajas, algunas de colores, las calles subían hacia las montañas y bajaban hacia el puerto. Había cruceros gigantescos anclados y un cartel de arte naif que decía “Ushuaia, fin del mundo”. El aire era frío. Visitamos el presidio, navegamos por el canal de Beagle, vimos lobos marinos, pingüinos, cormoranes, un faro rojo y blanco. Tomamos chocolate caliente. Ushuaia me pareció un lugar simple.


Hace unos meses, cuando empecé a pensar en volver a Argentina, supe que una de las ciudades que quería visitar antes que otras era Ushuaia. De golpe muchas señales apuntaban a ella: mails de lectoras desde esa latitud, conocidos que se instalaron acá, invitaciones que quedaron en el aire, artículos que me tocó escribir acerca de Ushuaia, Islandia que me recordaba a ella. Cuando llegué a Buenos Aires me di cuenta de que necesitaría hacer una escapada pronto. Lo que me asusta de la ciudad no es la cantidad de edificios sino la velocidad con que nos movemos entre ellos. Cuando estoy en Buenos Aires camino más rápido y siempre estoy ocupada, hago veinte cosas a la vez, me quejo de los servicios y siento cómo la ciudad trabaja para volver a expulsarme de a poco. Al mes de estar acá supe que necesitaba irme unos días a un lugar donde el tiempo tuviese otra consistencia, donde los días fuesen más anchos, donde pudiese hacer una cosa a la vez y estar presente en cada tarea.


Y terminé en Ushuaia

Y terminé en Ushuaia


ushuaia-fin-del-mundo-1


Como si me hubiesen leído la mente, la invitación formal a Ushuaia me llega por mail unas semanas después de mi regreso: el Hotel Los Cauquenes me invita a festejar su décimo aniversario junto a otros blogueros y periodistas en el fin del mundo. Digo que sí y unos días después me subo al avión que sale de madrugada desde Aeroparque, nuestro aeropuerto de cabotaje. Mi miedo a volar y yo nos estiramos en tres asientos y dormimos durante las cuatro horas de vuelo, menos en el aterrizaje que se mueve bastante por el viento. En el fin del mundo hay turbulencia, me digo, y lo tomo como parte del camino.


Desde el avión, llegando.

Desde el avión, llegando.


Cuando estamos llegando miro las montañas desde arriba y una señora me pide que saque fotos desde mi ventana con su cámara. Aterrizar en un paisaje blanco tiene un efecto terapéutico, aunque uno sepa que la gente que vive ahí también tiene preocupaciones y problemas, como cualquiera, ya de por sí el ritmo de la naturaleza nevada es otro.


Primeras imágenes

Primera imagen desde el avión


Primera imagen desde la combi

Primera imagen desde la combi


Así nos recibe Ushuaia

Así nos recibe Ushuaia


Nos vamos al hotel. La ventana de mi cuarto en Los Cauquenes da al Beagle, un canal interoceánico que separa Argentina y Chile. Nos dan la tarde libre pero no duermo: giro el sillón paralelo a la ventana y me quedo leyendo y escribiendo. No hace falta que me lleven a ninguna parte, con esto ya soy feliz.


Desde la ventana veo esto

Desde la ventana veo esto


Y en la mesita me acompañan ellos (mi minimalismo se está yendo por la borda)

Y en la mesita me acompañan ellos (mi minimalismo se está yendo por la borda)


Al día siguiente empieza octubre y nos vamos al bosque. Miramos los líquenes de los árboles con lupa, una nena hace sapito con una piedra en el lago, veo una cabaña entre los árboles pelados y empiezo a viajar por los recuerdos. La primera vez que estuve frente al cartel de “Acá se termina la ruta 3” no pensaba en Tierra del Fuego como un punto de partida ni de llegada. Era solo una provincia que estaba al borde del mapa. Después conocí gente que viajaba de Alaska a Ushuaia, de Ushuaia a Alaska, de Tierra del Fuego a la Antártida, y pensé que el fin del mundo no tenía tanto de fin.


En el bosque

En el bosque


Árboles quebrados

Árboles quebrados


Líquenes

Líquenes


Usted está aquí

Usted está aquí


Ushuaia es la capital de Tierra del Fuego y fue fundada en 1884 por Augusto Lasserre, un marino argentino de origen uruguayo. Es la única ciudad argentina ubicada en el lado occidental de los Andes. Como no hubo delineación de calles ni manzanas hasta 1894, el pueblo, en un principio de pocos cientos de habitantes, se convirtió en un conjunto de casas de colores. La palabra Ushuaia proviene del idioma yagán —una lengua más rica que el inglés— y significa bahía profunda o bahía al fondo. Los yaganes o yámanas fueron uno de los pueblos aborígenes de estas tierras. Eran nómadas de mar, se desplazaban en canoas y se dedicaban a la caza de mamíferos marinos, recolección de mariscos y pesca. Hoy queda una sola mujer yagán.


“Acá no hay anfibios, reptiles ni insectos —nos dice Flor, una fueguina que nos acompaña durante la excursión por el Parque Nacional Tierra del Fuego—, por eso cuando los nenes van a otras provincias les tienen miedo a los bichos”. Tampoco hay tormentas eléctricas y la descomposición es muy lenta, una hoja tarda dos años en desaparecer. “Tenemos bastantes turbales, que son como esponjas, reservorios de agua. Todo lo que cae ahí adentro se preserva. Los yámanas los usaban como heladeras para guardar carne”.


Frenamos diez minutos y nos sentamos en un banco a tomar un café con muffins frente al lago Acigami.


Frente al lago Acigami

Frente al lago Acigami


“El viento patagónico rige los ciclos de la vida”, nos dice Flor un rato después, mientras nos embarcamos para navegar el Beagle. Está un poco picado y cada vez que salgo de la cabina el aire helado me hace volver a entrar. Pasamos por islotes con cormoranes y nidos con forma de bizcochuelo. Frenamos en un muelle a almorzar y vemos las barandas llenas de mejillones. Le saco fotos a un caballo marrón, de lejos, y uno blanco se acerca para entrar en el cuadro. Me acuerdo de los caballos de pelo largo que se nos acercaron en una ruta de Islandia para que los acariciemos. Pienso mucho en Islandia estando acá. Seguimos navegando, vemos lobos de mar, pingüinos no porque todavía no es época, y pasamos por el faro rojo y blanco que muchos llaman, de manera errónea, el faro del fin del mundo. Se llama Les Eclaireurs (Los iluminadores) y es de origen francés, el del fin del mundo de Julio Verne está en la Isla de los Estados. “Que no haya ruta y vos hagas tu ruta es una sensación de libertad”, escucho que dice el capitán, un apasionado por la navegación.


Navegando el canal de Beagle

Navegando el canal de Beagle


El faro Les Eclaireurs

El faro Les Eclaireurs


De cerca

De cerca


Lobos marinos, cormoranes y gaviotas

Lobos marinos, cormoranes y gaviotas


Los mejillones todos juntos

Los mejillones todos juntos


Y los dos caballos que posan

Y los dos caballos que posan


A la tarde vemos la ciudad de frente, a lo lejos, y siento que algo cambió. La arquitectura es distinta, hay una mezcla de estilos, las casas ya no tienen la misma altura. No es la Ushuaia de mis recuerdos. Días después, muchos habitantes de Ushuaia me repetirían que sí, que la ciudad creció mucho y no se respetó su estilo, que muchas cosas cambiaron. Ahora estamos parados a pocos metros de la pista del Aeroclub de Ushuaia y una avioneta nos pasa por encima para aterrizar. “Esos son cauquenes”, dice Franco, un cordobés que vive en la ciudad hace cuatro años, mientras señala dos pájaros. Uno es blanco y otro es marrón, son pareja: los cauquenes son monógamos y si quedan viudos no vuelven a buscar compañero. A lo lejos veo un barco en tierra, pintado, y de fondo las montañas nevadísimas. Respiro. Estoy acá.


Cauquenes

Cauquenes


El barco pintado

El barco pintado


De fondo, la ciudad

De fondo, la ciudad


Cuando avanzamos por el puerto para ir al Presidio veo un colectivo pintado de rosa, con flores, estacionado cerca del agua. Son viajeros, seguro, y deben haber llegado o estarán por salir. Vuelvo a entrar al Presidio, después de doce años, y me vuelve a dar impresión. La colonización penal de Ushuaia empezó en 1896 cuando las cárceles de Buenos Aires, hacinadas, enviaron hombres y mujeres a cumplir su condena al punto más austral e inhóspito del país. La construcción del presidio —hoy museo— empezó en 1902 por los mismos presos y la cárcel funcionó hasta 1947, cuando fue cerrada por considerarla inhumana. Acá venían delincuentes comunes, presos políticos y criminales peligrosos, como el Petiso Orejudo. Todos se vestían a rayas y estaban obligados a trabajar en carpintería, herrería, imprenta, mecánica, zapatería, tala de árboles, obras públicas. Un tren los llevaba hasta lo que hoy es el Parque Nacional Tierra del Fuego para recolectar madera. En el presidio, que hoy está refaccionado, queda un pabellón original, el número uno, que fue dejado tal cual. Entro y siento un frío que me atraviesa todas las capas de ropa. El aire sigue recargado de energía. El silencio es demasiado fuerte.


Uno de los pabellones del presidio, restaurado.

Uno de los pabellones del presidio, restaurado.


El pabellón histórico, que fue dejado tal cual.

El pabellón histórico, que fue dejado tal cual.


Volvemos al hotel, nos recibe el aire calentito. En Ushuaia el clima rige la vida. En invierno nieva y los días son cortos, en verano oscurece casi a medianoche y la temperatura casi nunca supera los 15 grados. Como en Islandia, las condiciones meteorológicas son impredecibles y cambian a lo largo del día: la lluvia, la nieve y el sol pueden convivir en las mismas 24 horas. La gente de Ushuaia habla de “el norte” para referirse al resto del país y cuando se presenta dice hace cuántos años que vive acá: 37, 25, 4. Algunos me dicen que son más de acá que de allá. Son pocos los nativos, muchos vinieron a buscar trabajo, a cambiar de vida, a viajar y quedarse, a ahorrar e irse. Cada cual me cuenta su historia, su versión de la vida: “En el sur hay mucho trabajo”, “Acá lo que falta es arraigo”, “Ushuaia es como un gran country”, “Acá nos conocemos todos pero mucha gente no saluda”, “Aunque el invierno sea duro, no cambio esta ciudad por nada”. Todas las ventanas tienen paisajes que parecen fondos de pantalla. Miro para afuera y el aire tan puro me adormece, es mi karma por ser de la ciudad. A mí la naturaleza me da ganas de siesta.


Dos días después me despido del grupo y me quedo en Ushuaia por mi cuenta. Tengo muchos motivos para estar acá.


El jardín de invierno, dentro de Los Cauquenes

El jardín de invierno, dentro de Los Cauquenes


Supongo que hace como veinte años en alguna clase de geografía me habrán hablado de todo esto, de los yaganes, de los turbales, de los cauquenes, del canal de Beagle, del penal, de la ciudad más austral del mundo. Tal vez anoté todo en un cuaderno azul forrado con papel araña y unos semanas después me lo olvidé. No me importa. Yo las cosas me las acuerdo cuando las vivo. Me gusta ser capaz de agarrar un mapa y describir el paisaje que vi por la ventana en cada ruta. Me hace más feliz encontrar similitudes entre Islandia y Ushuaia, o entre Tierra del Fuego y Laponia, que saberme sus características de memoria. Cuando volaba para acá pensé que venía al fin del mundo. Ahora me doy cuenta de que no. Acá, si mirás para arriba, empieza todo.


Vine a Ushuaia invitada por el Hotel Los Cauquenes para festejar sus diez años, con el apoyo de LAN Argentina. Les agradezco mucho la amabilidad y calidez con la que nos recibieron. Mi ventana con vista al Beagle debe ser una de las más lindas que me tocó.


Y para quienes tengan pensado venir para acá, les dejo algo de info útil:



Mucha gente me recomendó el libro “El último confín de la tierra”, escrito por Esteban Lucas Bridges y publicado por primera vez en 1948. Lucas Bridges fue hijo de un misionero anglicano y “el tercer nativo blanco de Ushuaia”. Creció entre las tribus indígenas de la isla y fue testigo de su estilo de vida, que dejó por escrito en esta obra. El libro es una mezcla de crónicas de viaje, biografía familiar, historia y relato antropológico. Es uno de los libros más completos acerca de Tierra del Fuego.
El Parque Nacional Tierra del Fuego está a 10 kilómetros de Ushuaia por la Ruta 3. La entrada general cuesta AR$140 y AR$40 para residentes de Argentina (datos de octubre 2015).
La ciudad se puede recorrer a pie. Hay transporte público pero no tiene mucha frecuencia. Para grupos, lo mejor es alquilar un auto e ir a recorrer los alrededores. También es común viajar a dedo.
Ushuaia es un muy buen punto de partida para ir en crucero a la Antártida. 

Hay más fotos de este y otros viajes en mi Instagram.


La entrada Escape al principio del mundo aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba




 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 08, 2015 11:18

September 7, 2015

El miedo a volar (y qué hago para superarlo)

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


miedo-a-volar-avion-viajando-por-ahi-2


Mucha gente se sorprende cuando digo que me da miedo volar. El avión es el medio de transporte que menos me gusta, aunque no nací con este miedo: hasta hace unos años, me encantaba tomar aviones. Orson Welles dijo que solo existen dos emociones en el avión: aburrimiento o terror. Yo no sentía ninguna, a mí volar me parecía divertido y no me generaba inseguridades. Empezó a gustarme menos cuando me di cuenta de que en el avión me perdía lo mejor: el cambio de paisaje. Así valoré la lentitud de ir por tierra y agua y empecé a ver los vuelos como algo poco natural (todos encerrados a miles de metros de altura), pero hasta ahí no tenía miedo. Hace tres años, cuando volvía de España a Argentina, pasé por una turbulencia muy fea. Había tormenta eléctrica en Buenos Aires y tuvimos que sobrevolar Ezeiza durante cuarenta minutos. El avión se sacudió tanto —sumado a los vómitos de la gente y a la visibilidad cero— que pensé que se iba a partir al medio y adiós mundo cruel. Le agarré la mano a mi compañera de asiento, cerré los ojos y, cuando aterrizamos en Buenos Aires, lloré.


Desde ese día me pongo muy nerviosa cuando estoy en un avión y trato de subirme lo menos posible. Un año y unos meses después volé de Perú a España, y por suerte me tocó una mujer al lado que me charló todo el viaje, me agarró la mano y me ayudó a distraerme. Unos meses después volé a Islandia, aunque el avión despegó con tormenta y también hubo bastante turbulencia y entré en pánico. Un año después volé a Croacia y la pasé mal todo el vuelo, hace unas semanas volé a Londres y a cada mínimo movimiento pensaba: se cae se cae se cae se cae. Me resulta muy incómodo sentir estas cosas y pasar por tanto estrés, pero a la vez es incontrolable. Los miedos son irracionales y la imaginación negativa no tiene límites. La fobia, además, suele agarrarme cuando ya estoy sentada adentro del avión, con el cinturón puesto, a punto de despegar. En ese momento pienso: “¿Por qué estoy acá otra vez? Me quiero bajar”. Cada movimiento me asusta, los pozos de aire me desesperan y lo único que pienso es en llegar a tierra firme lo más rápido posible para no tener que subirme a un avión nunca más en mi vida. Llegué a tener pensamientos como “vuelvo a Buenos Aires… si el avión no se cae”. Es horrible.


Lo que destaco de viajar en avión son las vistas

Lo que destaco de viajar en avión son las vistas, como esta de Laponia sueca


O esta, por aterrizar en Camboya

O esta, por aterrizar en Camboya


Hace unas semanas, el vuelo que más miedo me daba era el de vuelta de Francia a Buenos Aires: hacía escala en Madrid —en la mente del fóbico: dos despegues y dos aterrizajes— y yo no sabía cómo iba a hacer para soportar tantas horas metida ahí adentro, encerrada con las maquinaciones de mi cabeza. Varios me dijeron que me tomara pastillas para dormir, y lo pensé, pero nunca en mi vida tomé nada de eso y me daba miedo quedar demasiado sedada y no poder levantarme. También me dijeron que tomara una copa de vino, pero tenía miedo de que me generara el efecto contrario y en vez de relajarme me volviera paranoica. Quería subirme al avión, no enterarme de nada y bajarme, pero las opciones para lograr eso no me gustaban. Para que se entienda: lo que me da miedo no es volar, me da miedo caer y ser consciente de que me voy a morir en los próximos minutos. Esa es mi verdadera fobia: saber que me voy a morir y que no puedo hacer nada para evitarlo.


Sin embargo, el vuelo de vuelta a Argentina no fue tan terrible como pensé. Al contrario, hasta podría decir que, después de tres años, mi miedo disminuyó bastante. Imagino que no soy la única con estos temores —más de un cuarto de la población tiene miedo a volar, al parecer—, así que les comparto algunas de las técnicas que usé y seguiré usando para ir superándolo de a poco.


1. Me informé acerca del funcionamiento de los aviones

miedo-a-volar-avion-viajando-por-ahi-7


Unas semanas antes de volar a Londres, con algo de nervios e insomnio, me puse a buscar información acerca del miedo a volar. Tenía tantas ganas de llegar a Londres pero tan pocas de tomar ese avión, que mi cabeza parecía un ring de boxeo: “Ay, quiero estar ya en esas librerías inglesas”, “sí, primero asegurate de que el avión llegue entero”, “no veo la hora de sentarme a leer en Waterstones”, “bueno, igual si perdés el vuelo porque te quedaste dormida tampoco sería tan terrible”, “libros, papelerías, buses rojos”, “turbulencia turbulencia turbulencia”. Quería cortarla con eso de una vez. Google, que a veces debería recibirse de psicólogo, me derivó a una web que me ayudó muchísimo: se llama Volando sin miedo y es un curso online gratuito para superar el miedo a volar.


Lo primero que decía era “este no es un curso para leer de manera apresurada”, creo que me lo leí casi todo entre esa noche y la mañana siguiente. Si tienen miedo a volar o quieren saber más acerca del funcionamiento de los aviones y las etapas de un vuelo, se los recomiendo mucho. Los textos, reflexiones y videos me ayudaron a derribar varios mitos que tenía metidos en la cabeza: por ejemplo, yo pensaba que a un avión se le podían quedar los motores en medio del aire y caer ahí mismo en picada (no pensé en que, en ese caso, las alas le sirven para planear), tampoco era consciente de que los transportes terrestres también tienen turbulencia (sientan los movimientos la próxima vez que vayan en auto o bus), no sabía que los aviones están preparados para soportar muchísima más turbulencia de la que existe de manera natural y que incluso pueden atravesar huracanes.


Viajé a Londres un poco más tranquila, aunque no del todo. Las estadísticas dicen que los aviones son el transporte más seguro del mundo, y es cierto, porque cada año despegan millones y son muy pocos los accidentes. Pero cuando hay un accidente suele ser terrible, y los medios de comunicación solo nos muestran eso. Sin embargo, si bien sé que es muy poco probable que tenga un accidente aéreo, en mi cabeza sigo pensando que es la lotería de la vida y que nada impide que la próxima que esté en una catástrofe sea yo.


 


2. Hago ejercicios de respiración durante el vuelo

miedo-a-volar-avion-viajando-por-ahi-15


Uno puede leerse todos los textos de internet y sentirse más tranquilo, pero el momento de la verdad es cuando estás con el cinturón abrochado y a punto de despegar. Ahí es cuando hago los ejercicios de respiración. Cierro los ojos, me concentro en mis inhalaciones y exhalaciones e intento no pensar en otra cosa mientras el avión sube o se sacude un poco. Esto me ayuda mucho a tranquilizarme y a no pensar tanto, porque no hay nada peor que entrar en pánico en ese espacio cerrado.


 


3. Me distraigo con todo lo que encuentre
Como esta vista de Londres, por ejemplo

Como esta vista de Londres, por ejemplo


En mi experiencia, no hay nada mejor que distraerse durante el vuelo. Como no duermo mucho en los aviones, intento llevarme todos los juguetes para mantenerme entretenida: libros, revistas, películas en la compu, música, cuadernos. Si veo que el avión tiene pantallita en el asiento hago un bailecito de felicidad, aunque ya me haya visto todo. Y en general suelo tener suerte y me tocan compañeras de asiento muy charlatanas que me hacen cambiar mi foco de atención de “nos vamos a morir todos” a “contame más, quiero saber todo acerca de ese tema”.


En el vuelo de Francia a Madrid me levanté para ir al baño y mi compañera de asiento aprovechó para ir también. Cuando salimos justo estaban con los carritos de comida en los pasillos así que tuvimos que esperar un largo rato para poder volver a sentarnos, entonces charlamos de la vida durante cuarenta minutos frente a los baños. Cuando volvimos, el marido había aprovechado nuestra ausencia y se había hecho una cama con los tres asientos, y yo estaba mucho más tranquila que al despegar.


 


4. Trato de recordar cómo era no tener miedo

miedo-a-volar-avion-viajando-por-ahi-16


En un vuelo muy largo, puede que las distracciones no sean suficientes o que necesite un rato de descanso de la pantalla. Además, si hay mucha turbulencia la siento igual, por más que esté mirando una película. Si veo que el miedo está por volver, me pongo a pensar en cómo era no tener miedo a volar. Antes me subía a un avión sin pensar en que se podía caer, y en realidad las chances de que me pasara algo eran las mismas, solo que al no tener miedo no me estresaba antes de tiempo. ¿Cómo hice para volar 33 horas de Asia a Argentina? Me aburrí mucho, pero no tuve miedo, me acuerdo, entonces trato de volver a ese estado mental pre-turbulencia traumática. Si estoy muy asustada, miro al resto de los pasajeros y a las azafatas: si tienen cara de que no pasa nada, me doy cuenta de que estoy exagerando y vuelvo a tranquilizarme.


 


5. Adopto identidades secretas

miedo-a-volar-avion-viajando-por-ahi-1


Aunque suene ridículo, esta fue una de las técnicas que más me sirvió. En el primer tramo de la vuelta de Francia a Buenos Aires, mientras esperábamos que despegara el avión a Madrid, se subió un señor que volvía con atención médica. Creo que se había quebrado la pierna, así que tuvo que ir en los tres asientos de adelante, a dos filas del mío. Lo miré e imaginé que yo era la enfermera, y pensé: “No puedo ir con miedo, mi rol en este avión es cuidar a mi paciente”. Funcionó. Cada vez que me ponía nerviosa, pensaba: “Tranquila, vos estás acá para otra cosa, no para tener miedo”. Eso de sentir que tenía a otra persona (imaginariamente) a mi cargo, me hizo olvidarme de mis ansiedades y enfocar la atención en otras cosas.


En el vuelo siguiente, Madrid – Buenos Aires, lo llevé al extremo: “Soy azafata y hago esto todos los días, no puede darme miedo el trabajo que elegí”. Y volé tranquila, porque soy azafata (de a ratos piloto) y soy valiente.


 


6. Tengo diálogos imaginarios con mi mejor amiga

miedo-a-volar-avion-viajando-por-ahi-10


Acá es cuando empiezan a dudar de la sanidad de quien escribe. Hola.


Mi mejor amiga y yo somos como hermanas y nos conocemos hace más de 27 años, así que ambas somos capaces de hablar con la otra sin que una esté presente. Ella también lo hace. Mientras iba en el avión a Londres decidí pasar el tiempo escribiendo, y me salió un diálogo imaginario con ella. Resulta que cuando tuve aquella turbulencia fea, la que me traumó, también estaba pasando por turbulencias sentimentales. Ambos hechos me marcaron y, como somos humanos y tendemos a recordar lo malo, me costó mucho olvidarme del sufrimiento.


En nuestro diálogo imaginario, mi mejor amiga me dijo, entre otras cosas: “Basta Ani, cada relación es distinta. Esto es como tu miedo a volar me parece… Tuviste una turbulencia una vez, y sí, fue horrible y pensaste que te morías, pero seguís acá, lo superaste, fue feo pero pasó. Ahora no podés subirte a todos los aviones pensando que va a pasar lo mismo, que se va a sacudir o se va a caer. Seguramente vuelvas a tener vuelos feos, pero si las condiciones meteorológicas son buenas entonces no te hagas la cabeza”. Y es cierto. Me tomé muchos aviones en mi vida y hubo uno que fue feo, y yo solo me acuerdo de ese.


miedo-a-volar-avion-viajando-por-ahi-18


Tal vez crecer es volverse más consciente de la muerte y por eso todo da un poco más de miedo, pero también es aceptar que las cosas pasan por algo y que no somos tan importantes como para que justo nuestros aviones estén siempre en peligro. Los miedos están para superarlos. Y confío en que todavía me quedan muchos vuelos por delante.


¿Alguien más por acá con miedo a volar? Cuenten sus técnicas para superarlo, si es que las tienen. Y sepan que no están solos!

La entrada El miedo a volar (y qué hago para superarlo) aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba




 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 07, 2015 19:08

September 1, 2015

Volver a casa

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


“It is very important to go home if you want your work to be whole. Y ou don’t have to move in with your parents again, but you must claim where you come from and look deep into it.

Come to honor and embrace it, or at the least, accept it.”


(Natalie Goldberg, Writing down the bones)


buenos-aires-argentina-ventana


Fue en alguna esquina de Belgrado. Era de noche, pasamos caminando frente a un barcito que daba a una calle empedrada y por unos segundos sentí que estaba en Buenos Aires. O quizá por un momento fui una serbia que caminaba por la capital argentina en una dimensión paralela. Hay ciudades que no se parecen físicamente pero comparten una esencia, tienen algo que no se puede reducir a un edificio del mismo estilo o a platos de comida más o menos similares, es otra cosa, una atmósfera, algo intangible lo que las hermana. Yo a Belgrado la sentí muy Buenos Aires. Son ciudades con historias y realidades distintas, están separadas por miles de kilómetros y, si bien ambas tienen cierto aire antiguo, melancólico y amigable, no es que sean gemelas. Tampoco llegan a mellizas, pero hay algo similar en la relación entre estas dos ciudades y sus habitantes, una identificación muy fuerte entre las personas y el espacio, como esos departamentos en los que a primera vista se nota mucho la personalidad del dueño. Yo entré a Belgrado y la sentí muy habitada, con historias por todos los rincones, como Buenos Aires. También es cierto que uno siempre ve lo que está buscando, y en ese viaje yo ya no pensaba en otra cosa que en volver a casa.


Algunas imágenes de Belgrado

Algunas imágenes de Belgrado


Las esquinas de la capital serbia

Las esquinas de la capital serbia


belgrado-serbia-aniko-villalba-7


Escaleras

Escaleras


De todos mis viajes largos, nunca volví con tantas ganas a Buenos Aires como ahora. Hasta conté los días para que saliera el avión, y eso que volar no me gusta nada. “Vos decías que querías irte diez años y no volver”, me recordó Lau. Sí, alguna vez lo dije, pero la gente cambia y tenemos que adaptarnos a nuestros propios cambios. Ahora me doy cuenta, cada vez más, de que mi límite de tiempo sin volver a Buenos Aires es un año, después de eso me agarra la nostalgia, el extrañamiento, y viajo con menos ganas. La primera vez que me fui, volver me parecía el final indeseado de un estilo de vida que recién empezaba a descubrir. Volver = se termina todo. Volver = el precipicio. Era como saltar al vacío. Ahora lo veo como una necesidad. Volver = reencontrarme con mi gente, con mis espacios, conmigo. Cuando el avión aterrizó en Ezeiza, la gente aplaudió y yo me reí emocionada. Fueron casi dos años lejos de casa, dos años con ganas de volver y a la vez sin saber bien qué haría si volvía, dos años sin un grupo de amigos fijo, sin cenas familiares, sin ver las mismas caras, sin recibir los abrazos de la gente que quiero.


Más detalles de Belgrado

Más detalles de Belgrado


belgrado-serbia-aniko-villalba-14


belgrado-serbia-aniko-villalba-17


Paso de zebra

Paso de zebra


Si a cada viaje le pusiera un título, diría que mi primer viaje por América Latina fue el de descubrimiento, la iniciación en la vida viajera: durante nueve meses aprendí en qué consiste viajar, cómo es eso de tener una rutina distinta todos los días, cómo es conocer gente nueva todo el tiempo. El de Asia fue la exploración: culturas muy distintas a la mía, comidas nuevas, costumbres que no conocía. Y este último —Sudamérica y Europa— fue la búsqueda: me pasé dos años tratando de encontrar el significado de la palabra home para, una vez resuelto el enigma, poder volver a casa. Fue un viaje circular. Todavía no lo tengo muy claro: ¿qué es el hogar? ¿Es el lugar donde nacimos o el que elegimos? ¿Es una persona? ¿Nuestra familia? ¿Es un estado de ánimo? ¿Un trabajo? ¿Mi hogar es la quietud o el movimiento? ¿Mi hogar es Buenos Aires o fue Biarritz? ¿Mi hogar es un lugar que todavía no conozco? ¿Puedo sentirme en casa solo por estar escribiendo? ¿Puedo sentirme en casa cada vez que abrazo a L.? ¿Mi hogar es donde me siento bien o donde está la gente que quiero? Home is where the heart is? Home is wherever I’m with you? No sé si estas preguntas tienen respuesta.


Buzones en Belgrado

Buzones en Belgrado


Reales y pintados

Reales y pintados


Lo que sí siento es que volver a casa es volver a uno mismo, es un reencuentro entre la persona que vino de viaje y la persona que (nunca) se fue. Viajera duplicada a la potencia. Un viaje a las raíces de nuestro ser. Llegué a Buenos Aires y me llevó unos días reconocer mis espacios, acordarme de las tazas que usaba para el té todas las mañanas, del huequito en el sillón donde me gusta leer y dormir la siesta, de esa almohada roja blandita que tengo en la cama, de mi osito de peluche blanco que me espera siempre, de la alfombra de colores donde me gusta estirarme, del tupper donde guardo las galletitas, de las postales que dejé pegadas en la puerta, de los cajones llenos de cosas que no necesité durante dos años, de todo lo que me gusta hacer cuando no viajo. Cierto que a mí me gusta lavar los platos mientras miro por la ventana, que saco la basura descalza, que tengo una guitarra en la que toco la única canción que me acuerdo y que dejé una biblioteca repleta de libros, cajas llenas de cuadernos escritos y un balcón con mucha vista a ciudad. Cierto que también tengo vida cuando no viajo, que soy Aniko y vivo en Buenos Aires y tengo amigos y familia y programas de radio y la verdulería de enfrente y los chinos cerca y el subte a pocas cuadras.


Café en Belgrado

Café en Belgrado


Puertas pintadas

Puertas pintadas


Buenos Aires me recibió a su manera: con cortes de luz, falta de agua, el tráfico cortado, un tiroteo (?), precios sumamente inflados y un calor impensado para ser invierno. Pero tal vez si no hubiese sido así, no sería ella y yo no la hubiese extrañado tanto. También me recibió con cenas familiares, reencuentros, almuerzos al aire libre, mazapán, tés con miel, caipirinhas, empanadas, casamientos con Fernet y carnaval carioca, viajes en bondi, comentarios espontáneos en la calle, bebés recién llegados. Y con dilemas. Si bien sé que los números no importan, haber cumplido treinta marcó un cambio en mi vida. Me encanta haber llegado a esta edad porque siento que durante mis veinte hice todo lo que quise, pero ahora me es imposible no plantearme otro tipo de preguntas.


Volví a Buenos Aires con ganas de quedarme acá durante varios meses. No quiero viajar por el momento, estoy un poco cansada, necesito un tiempo de vida estática. A la vez tengo ganas de empezar actividades nuevas, de dedicarme a otras cosas, de trabajar por fuera de la computadora, de construir cosas con las manos, de tener un atelier donde crear. No sé crear qué, pero crear. Quiero aprender a dibujar, hacer comics y cuadernos artesanales, quiero aprender a bailar rock, tomar clases de cocina, andar en bicicleta, sacar fotos de lo cotidiano, ir a actividades culturales, hacer vida de ciudad. Los primeros días me angustiaba: si a mi viajar y escribir me encanta, ¿por qué ahora no me sale? ¿Por qué no puedo? ¿Será que no es lo mío? Lo sea o no, si hay algo que aprendí en este tiempo es a serle fiel a mi esencia, a respetar mis impulsos y mis cambios, a hacer lo que me haga sentir bien. Y ahora, lo que necesito es estar acá, en mi casa. Cuando sienta que quiero salir otra vez, lo haré.


Arte callejero en Belgrado

Arte callejero en Belgrado


Hay palabras que no tienen traducción literal y que expresan muy bien un concepto: es el caso de homesickness. Es la enfermedad del hogar, el extrañamiento del país natal, la nostalgia por lo propio. Al parecer está comprobado que casi todos lo que viajamos lo sufrimos alguna vez en la vida. Hay quienes lo sienten al principio de un viaje o mudanza a otro país, a mí me llega después de unos meses. Homesickness: extrañar a la familia, a los amigos, la comida, las rutinas, los detalles cotidianos de nuestro día a día en ese lugar que, por nacimiento o elección, consideramos nuestra casa. Yo agrego: extrañarse a uno mismo en su ciudad. Supongo que cuando caminé por Belgrado estaba en mi punto álgido de extrañamiento. Ahora escribo desde Buenos Aires y estoy contenta, sin depresión post-viaje y muy conectada a mi yo que no viaja. Era lo que necesitaba. Y entiendo a Natalie Goldberg que me dice, desde uno de mis actuales libros de cabecera“But don’t go home so you can stay there. You go home so you can be free; so you are not avoiding anything of who you are.”


*


tetera-buenos-aires


Les regalo un párrafo del libro “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino. Lo leí ayer mientras iba en el subte y casi me paso de estación.



“Los otros embajadores me informan sobre carestías, concusiones, conjuras, o bien me señalan minas de turquesas recién descubiertas, precios ventajosos de las pieles de marta, propuestas de suministros de sables damasquinos. ¿Y tú? —preguntó el Gran Kan a Polo—. Vuelves de comarcas tan lejanas y todo lo que sabes decirme son los pensamientos que se le ocurren al que toma el fresco por la noche sentado en el umbral de su casa. ¿De qué te sirve, entonces, viajar tanto?”



La entrada Volver a casa aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba




 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on September 01, 2015 12:54

August 4, 2015

Cosas que me inspiran (9): otras formas de viajar

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


Este post pertenece a la serie Cosas que me inspiran: una dosis quincenal —ejem mensual, ejem bimensual— de fotos, lugares, enlaces, charlas, ilustraciones, artistas, películas, libros y otras cosas que me gustan.

Desde que abrí mi otro blog, escribir.me, fui volcando todas las cosas que me inspiran ahí: libros, canciones, papelería, journals, frases, y dejé un poco abandonada esta sección en Viajando por ahí. Así que hoy la reactivo con una selección de cosas que me hacen viajar de distintas maneras o que son un viaje en sí mismas. Empecemos.


1. Música: “Back it up” (Caro Emerald) y el disco “Y punto” de Bebe



Tengo mis épocas con la música: la escucho siempre, es una de mis necesidades básicas, pero suelo ir variando de géneros, ritmos y artistas según mi estado de ánimo. En este último tiempo me la pasé escuchando a cantantes mujeres (y leyendo a escritoras y admirando a ilustradoras y muy conectada con la obra de otras mujeres en general). “Y punto”, el disco de Bebe que menciono acá, me lo pasó un amigo catalán y enseguida se convirtió en una de las bandas sonoras de este viaje. Escúchenlo y préstenle atención a la letra: la primera canción empieza con un viaje “en su casita con ruedas” y habla de la libertad de la ruta. Ideal para escuchar en un tren o durante una caminata. Y el otro video que puse acá, “Back it up”, es un tema de Caro Emerald, una cantante de pop y jazz holandesa, que escuché por primera vez hace unos días y me encantó. Ideal para ponerse de buen humor.


2. La librería Waterstones de Londres
libreria-waterstones-londres-1

El edificio de la librería Waterstones de Londres. una de las más grandes de Europa


libreria-waterstones-londres-viajes

Artículos de viajes en la sección de Viajes de la librería


Uno de mis lugares en el mundo es una librería. Tiene seis pisos, uno dedicado por completo a los viajes, dos cafeterías, cientos de estantes y muchos sillones para quedarse horas leyendo: es la Waterstones de Londres. La descubrí de casualidad la primera vez que estuve allá, cuando caminaba sin rumbo por Picadilly y una vidriera me llamó la atención. Entré sin imaginarme que me esperaba un paraíso de libros. Quedé tan enamorada de esa librería que quise volver y un año después encontré un pasaje barato desde Francia y me fui a pasar cinco días a Londres como autorregalo de cumpleaños (hace unos días cumplí treinta). Fui con un solo objetivo: encerrarme en Waterstones a leer libros. Si me hubiesen dejado acampar, me quedaba a dormir ahí. Visité otras librerías en Londres, pero esta sigue estando entre mis preferidas, sobre todo por esos sillones mullidos en los que me senté con pilas de diez libros a leer toda la tarde. Si van a Londres, no se la pierdan.


Acá pueden ver qué libros tiene y dónde quedan las sucursales: Waterstones.com


3. Libro: An age of license, de Lucy Knisley
Foto: lucyknisley.com

Foto: lucyknisley.com


lucy-knisley-comic

Foto: lucyknisley.com


Revolviendo libros en Waterstones me encontré con este cómic: “An age of license – A travelogue”, de Lucy Knisley. Me llamó la atención enseguida y, cuando lo abrí, no pude parar de leer. Lucy es una dibujante estadounidense, y en este libro relata un viaje que hizo por Europa cuando la invitaron a presentar uno de sus libros en Escandinavia. Me sentí muy identificada con sus reflexiones, miedos, historias y descripciones. Pasó a mi lista de artistas preferidas.


Pueden ver su trabajo en su web: lucyknisley.com


4. Pasaportes alternativos

utopia-passport-1


wonderland-passport-inside

Foto: www.philosophersguild.com


Descubrí el pasaporte de Utopía la primera vez que fui a Londres (aunque no me acuerdo en qué librería, si Waterstones u otra) y me encantó la idea: ¡un cuaderno con formato de pasaporte! Me lo llevé y lo usé para escribir listas de cosas que no me quiero olvidar, es algo así como mi pasaporte para la mala memoria. Un día, muchos meses después, se me ocurrió mirar la web de Philosopher’s Guild, los creadores de esta libretita y me encontré con algo… terrible: tienen un montón de pasaportes y quiero todos, como el de Pangea, Marte, Neverland, Nirvana e incluso el del Paraíso y el Infierno. El que más me gustó es el de El País de las Maravillas. Va a mi wishlist.


Pueden ver todos los modelos acá: Philosophersguild.com


5. Revista Flow
revista-flow-1

Esta debe ser, junto con Orsai, una de las mejores revistas que descubrí en estos últimos años, aunque una no tiene nada que ver con la otra. La Flow nació en Holanda y es una revista dedicada a los amantes del papel (hola). Cada número trae regalos como postales, stickers, libretas, mini-agendas, papel de origami y cosas así. Tiene ilustraciones lindísimas y artículos muy interesantes acerca de creatividad, artistas, historias de vida, crafts, psicología positiva, mindfulness. Es pura inspiración. La publican en holandés, alemán, inglés y francés. Se consigue en Europa pero también la envían a casi todo el mundo por correo. Si son amantes de la papelería y de las cosas lindas como yo, les va a encantar.


Más info en la web: Flowmagazine.com


6. Libro: The crossroads of should and must, por Elle Luna
crossroads-should-must-elle-luna-1

“The crossroads of should and must”, de Elle Luna, nació de un artículo del mismo nombre que la autora publicó en Medium en el 2014. Los invito a que lo lean: “The crossroads of should and must”. Habla de cómo en la vida nos encontramos constantemente en esa intersección entre lo que debemos hacer y lo que queremos hacer, y como solemos elegir lo que debemos y dejamos muchos sueños de lado. Muy inspirador. El libro lo consiguen en Book Depository (gran página porque hace envíos de libros a todo el mundo sin costo de envío).


Y para saber más de la autora: Ellaluna.com


7. Película: Wild (2014)
Wild-Movie-2014

Basada en el libro “Wild: From Lost to Found on the Pacific Crest Trail” (2012), de Cheryl Strayed, la película cuenta la historia real de Cheryl, una chica que caminó, sola, 1770 kilómetros por un sendero en la costa del Pacífico de Estados Unidos, desde el límite con México hasta la frontera con Canadá. Durante tres meses, Cheryl caminó con su mochila a cuestas para superar traumas, pérdidas y duelos del pasado y reencontrarse a sí misma. Me gustó mucho la actuación de Reese Witherspoon y creo que la película refleja muy bien, en varios momentos, lo que significa viajar sola e irse lejos de casa para superar tristezas.


8. Wanderlust Journal

wanderlust-journal


Cuando juré que no iba a comprarme más journals (ya llevo demasiados libros a Argentina) apareció este, el Wanderlust Journal, un cuaderno pensado para completar durante uno o más viajes. Tiene tapa dura, está dividido en 11 destinos y para cada uno te propone que escribas listas, reflexiones, aspectos culturales que te llamen la atención, que describas un día en un lugar, que cuentes cómo llegaste y cosas así. Entremedio tiene fotos y frases inspiradores y al final tiene espacio para hacer un bucket list (las cosas que querés hacer antes de morir). Las creadoras son Axel y Ash, dos diseñadoras con base en Australia.


9. Libro: “Los autonautas de la cosmopista”, por Julio Cortázar y Carol Dunlop
Cortazar-Autonautas

En 1982, el escritor argentino Julio Cortázar y Carol Dunlop, su mujer estadounidense, decidieron hacer “un viaje atemporal” por la autopista París-Marsella. El objetivo no era llegar a Marsella, sino vivir un mes dentro de la autopista, visitar dos paraderos al día y escribir acerca de ese mundo que para muchos es solo un lugar de tránsito. Cargaron todo lo que necesitaban en Fafner, su combi roja, y durante más de treinta días fueron de paradero en paradero y escribieron un libro, este, contando lo que iban encontrando en cada lugar y reflexionando acerca de esta manera de viajar. Una joyita.


10. Película: Inside out (Pixar, 2015)


“Inside out” (IntensaMente) debe ser una de las primeras películas de animación que habla de manera tan directa acerca de las emociones. Riley, el personaje principal, es una nena que tiene que mudarse con su familia de Mississippi a San Francisco y que, en consecuencia, pasa por muchos cambios de humor. La película muestra el funcionamiento interno de su cabeza, donde hay cinco personajes al mando: Alegría, Tristeza, Ira, Disgusto y Miedo. Cada emoción va tomando el control según la situación y crea recuerdos distintos que, en conjunto, forman la personalidad de Riley. Me encanta Pixar y esta película pasó a mi lista de preferidas. La animación es espectacular y el tema que trata, muy universal. Recomendadísima.


BIS: 104 things to photograph (journal fotográfico)

104-things-to-photograph


Los journals son mi nueva adicción, y la colección “642 Things to write about” es mi preferida: son libros-cuaderno con disparadores para escribir todo tipo de escenas y situaciones. “104 things to photograph” es la versión fotográfica: cada página está dividida en dos y cada espacio tiene una consigna de algo para fotografiar, por ejemplo “alguien saltando la soga”, “algo hecho a mano”, “un helado derritiéndose” u “otra perspectiva”. Como en los libros de escritura, estas consignas son abiertas y libres a interpretación. Lo lindo es que una vez que hayas sacado todas las fotos, podés pegarlas en este libro y convertirlo en un álbum de imágenes creativas.


Pueden conseguirlo en Amazon: 104 things to photograph

Y si hay otros fans de los journals por acá, les dejo una lista de mis preferidos


La entrada Cosas que me inspiran (9): otras formas de viajar aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba




 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 04, 2015 06:15

July 27, 2015

33 momentos de nuestro viaje por Serbia y Croacia

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


En este fotorrelato, comparto 33 fotos alternativas de nuestro viaje por Serbia y Croacia. Lugares, detalles y momentos que quedaron afuera de los posts de Desafíos y que tenía ganas de mostrarles.

fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-1


1. En caso de rabia, rompa aquí

¿Qué hacer con todos esos objetos y recuerdos que nos quedan de nuestras ex parejas? ¿Tirarlos por la ventana, revolearlos contra la pared, enterrarlos en el placard? En Zagreb, la capital de Croacia, decidieron ponerlos en un museo: el Museo de las Relaciones Rotas. Toda historia de amor, aunque haya terminado mal, sirve de bálsamo para otros, para darnos cuenta de que no somos los únicos que vivimos y sufrimos estas cosas. Y estos lápices para la bronca me parecieron un gran souvenir.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-4


2. Mensajes en botellas

Vi estas botellas después de ir al Museo de las Relaciones Rotas y me pareció que seguían el mismo hilo conductor. “I release and forgive”: “Dejo ir y perdono”. Cuesta pero hay que hacerlo.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-6


3. Así vale la pena

Me gusta mucho visitar cementerios en otras partes del mundo ya que me interesa ver cómo cada cultura trata a sus muertos. En China encontré cementerios con lápidas rojas, en Buenos Aires tenemos uno que parece una ciudad en miniatura, me dijeron que en Guatemala y México son muy coloridos. Los cementerios grises me parecen muy tristes, ¿por qué se le da ese color a la muerte? ¿por qué no ponerle colores al fenómeno más universal que tenemos?¿Por qué recordar a las personas en un solo tono? Si al final todos vamos a terminar ahí, deberíamos hacer ese fin lo más agradable posible. En Zagreb fuimos a visitar el cementerio Mirogoj y, entre tantas tumbas negras, esta me llamó la atención. La bauticé la tumba Van Gogh.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-7


4. De fábricas y conejos

Habíamos ido a ver los monumentos socialistas ubicados a lo largo de la orilla del río, en Zagreb, en una zona alejada del centro, y volvimos caminando por una parte bastante residencial de la ciudad. Nos encontramos con este edificio y enseguida pensé en la fábrica de artistas de Islandia, con todas las paredes repletas de arte. Me gusta mucho conocer los lugares que no salen en los mapas turísticos.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-10


5. Llegamos a Belgrado

Nos subimos al tren nocturno en Zagreb, nos metimos en un compartimento de seis asientos y nos dormimos. A eso de las tres de la mañana, mientras llovía a baldazos, entró el policía de frontera de Croacia a pedirnos los pasaportes. Todo bien. A los diez minutos entró el de Serbia para hacer el mismo trámite. Nunca me voy a olvidar de cómo miró el pasaporte de Lau, leyó su nombre y lo dijo en voz alta: a mí me sonó a “La – Ra”, con una erre muy suave. Puso los sellos correspondientes, nos dijo que esperemos y se llevó nuestros pasaportes a otra parte. Nos pusimos un poco nerviosas. ¿Será porque tengo el sello de Kosovo?, me dijo Lau. ¿Será porque soy húngara?, pregunté yo. ¿Nos harán bajar del tren con esta lluvia? Al rato volvió como si nada, nos sonrió y nos devolvió los pasaportes. Nunca sabremos para qué se los llevó, nosotras decimos que se los fue a mostrar a los amigos. Cuando nos despertamos, a las seis de la mañana, ya estábamos en Belgrado. Habíamos llegado a otro mundo.

fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-13


6. La calle de los paraguas

Cada ciudad tiene sus calles memorables. Hay calles con lámparas, calles con gatos, calles con plantas, calles de bombonerías, calles de tiendas de segunda mano. En Belgrado está la calle de los paraguas. Creo que cuando la vimos no nos dimos cuenta de que era una señal de todo lo que iba a llover.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-14


7. Bombonería

Estábamos en pleno mini desafío, buscando nuestra lista de cosas para fotografiar, cuando vi el frente de este negocio. No leo cirílico, pero mi mente interpretó esas letras como “Bombonería – desde 1936″. Me acerqué para mirar la vidriera, que efectivamente tenía cosas dulces, y esta señora también se puso a espiar y a conversar con la gente de adentro.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-15


8. Tiene un nuevo mensaje

Estábamos en una de nuestras caminatas por Belgrado cuando vimos la puerta de un edificio abierta. No era una puerta que diera a un hall cerrado, sino que se notaba que llevaba a un espacio común compartido, como un jardín central. Entramos. En una de las paredes vimos estos buzones. Me encantaron. Algunos, al parecer, siguen en funcionamiento. Yo los usaría para guardar sorpresas.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-16


8. El del brócoli

Fue difícil encontrar este mural. No me acuerdo quién me dijo o dónde leí que en Savamala, uno de los barrios de Belgrado, había un mural “de un hombre gigante comiendo un brócoli”. Lo buscamos durante un rato mientras caminábamos, hasta que nos cansamos y entramos en un bar a preguntar. Como no sabíamos exactamente qué buscábamos, expliqué que era algo así como un señor muy grande comiendo un árbol. Nadie sabía de qué hablábamos. Seguimos caminando, nos olvidamos del brócoli y de golpe nos dimos vuelta en una esquina para mirar algo y ahí estaba: el hombre-ciudad comiéndose la naturaleza. Era más poderoso de lo que esperaba.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-17


9. Dale, que siga lloviendo, total es gratis

Cuando armé la mochila en Biarritz estuve a punto de llevar el paraguas. Al final lo dejé. No creo que allá llueva como en Francia, ya estamos casi en verano. Error. Nos llovió durante toda la primera semana y tuvimos que andar pidiendo paraguas prestados. Me gusta la lluvia pero no cuando estoy de viaje con tiempo limitado. Lo bueno es que después se forman fotocharcos.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-23


10. Ranking de vidrieras raras

Entiendo que en este negocio venden cosas que cortan, pero no sé cuál será su especialidad, porque hay desde tijeritas para las uñas hasta tijeras-machetes, y esa rosa que no sé bien para qué es. Esta vidriera es en Belgrado, pero tanto las de Serbia como las de Croacia están en mi ránking de vidrieras más retro, raras y originales.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-24


11. ¿Esos son cisnes?

Una mañana nos fuimos a pasear a Zemun, una ciudad histórica que ahora forma parte de Belgrado pero que fue parte del Imperio Austro-Húngaro. Después de comer fuimos a caminar por el Danubio y a lo lejos vimos algo que parecía ser un cisne. Nos acercamos y vimos que no había uno sino decenas, todos en grupo yendo de un lado a otro. Después apareció esta familia, que les dio de comer, así que estuvieron un largo rato muy cerca de la costa.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-27


12. Un Plazma Shake con Jelena

Cuando Jelena me escribió un mail diciéndome que quería invitarme a tomar un café en Belgrado me puse re contenta: nunca me imaginé que tenía una lectora serbia —y que hablaba muy bien español, además—. Le dije que sí y nos encontramos allá, debajo de la estatua del caballo en la Plaza de la República. Yo propuse café, pero ella quiso que probara algo nuevo, así que nos tomamos dos Plazma Shake como el de la foto: un licuado de galletitas con leche, chocolate, crema batida y caramelo. Mientras charlábamos con vista al río, me preguntó: “¿Qué palabra se te viene a la mente cuando piensas en Serbia?”. En aquel momento, no muchas: Kusturica, Balcanes, guerra. Ahora tampoco es que haya formado un diccionario de términos, pero al menos pude ponerle cuerpo al país y recordarlo por otras cosas: el rakija (la bebida alcohólica predilecta), Momo Kapor (uno de sus escritores), Belgrado (que ya no es una ciudad abstracta), Mokra Gora y plazma shake.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-28


13. Dos genios

Hace poco un chico me escribió para contarme que estaba por poner un alojamiento chiquito y para preguntarme qué era lo que para mí hacía la diferencia en un lugar así. Le dije que la limpieza me parece fundamental. Está bien que seamos jóvenes pero eso no quiere decir que todo tenga que estar sucio. El espacio común también me parece importante, tiene que haber aunque sea un living o un lugar cómodo donde poder relajarse y charlar con otros viajeros. Pero creo que la mayor diferencia la hace la buena onda de quienes trabajan ahí. Cuando el staff es simpático, amable y bien predispuesto, el lugar se transforma. Lo sé porque lo experimenté muchas veces, para bien y para mal. Me quedé en hostels muy lindos pero con gente tan antipática que no volvería, y me quedé en lugares muy rústicos donde la calidez de las personas me hizo sentirme como en casa. De este viaje —y creo que Lau estará de acuerdo— me quedo con el mejor recuerdo de los chicos del Hedonist Hostel: fue como tener un hogar en Belgrado.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-77


14. Nos bajamos todos para la foto

El día que nos subimos al tren a vapor repleto de griegos no sabíamos en lo que nos estábamos metiendo. Resulta que formaban parte del club de amigos del ferrocarril de Atenas y habían viajado a Serbia y a Rumania solo para tomar trenes a vapor, así que los conocimos en su punto álgido de excitación. Todos sabemos que cuando un grupo de gente con la misma pasión se junta para irse de viaje, la emoción del evento compartido hace que todo sea un quilombo. Los griegos estaban como locos: iban, venían, hablaban, gritaban, se reían, se sacaban fotos, cambiaban de lugar, sacaban los brazos por la ventana. Ya nos habían avisado desde el principio que el tren haría varias paradas para sacar fotos y que nosotras no podíamos salir en las tomas —lo entendimos, éramos intrusas—, así que cada vez que se bajaban en masa para hacer una foto, nosotras teníamos que ir detrás y asegurarnos de no estar siendo apuntadas por ninguna cámara. Para esta foto, el tren nos dejó en el bosque, hizo marcha atrás y volvió a entrar por el túnel mientras todos disparábamos como locos.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-31


15. La manzana de regalo

Me gustó la imagen del señor con sus verduras en la calle y la balanza colgando del baúl. Me acerqué para preguntarle cuánto costaban las manzanas pero no me entendió —o yo no lo entendí a él, que es lo más probable—, así que agarré una y le señas de how much. Me hizo un gesto de nada, es un regalo, y le sonreí. Después le pregunté si podía sacar una foto, y así quedó. Esta es una de mis preferidas.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-33


16. Yo también quiero andar en unicornio

Después del viajecito en tren por Mokra Gora tuvimos que hacer tiempo hasta la noche, que salía el otro tren. No queríamos alejarnos mucho pero teníamos ganas de conocer los pueblos cercanos, así que nos pusimos a hacer dedo con el lema vamos a donde nos lleven —mientras no sea muy lejos—. Le dije a Lau que había una ciudad que se llamaba Zlatibor y que al parecer era linda. El primer auto que frenó venía con tres amigos serbios, y lo primero que nos dijo el conductor fue: “Solo vamos a Zlatibor, no podemos llevarlas a otra parte”. Perfecto. Zlatibor resultó ser… rara, digamos. Es un lugar de esquí, así que durante el verano no hay mucha actividad. Lo que hay son unicornios, como los que estas nenas estaban montando en una de las plazas.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-34


17. Recepción con música balcánica

El tren volvió a dejarnos en Belgrado, ¿cuántas veces habremos bajado en esa estación?, y nos encontramos con esta banda de mariachis serbios a las seis de la mañana. Cómo me gustan los instrumentos de viento y la percusión, me ponen de buen humor en cualquier momento del día, incluso cuando solo dormí cuatro horas la noche anterior.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-38


18. Mirá ese señor

Fue en el último tren serbio que nos tomamos. Lau y yo estábamos sentadas en nuestros asientos cuando vi pasar a este señor. Me llamó la atención su ropa. “Mirá ese señor, Lau. Vos querías gente para fotografiar…”. Al rato, Lau se acercó a su vagón y charló con una señora que estaba sentada cerca para ver si podía pedirle permiso para fotografiarlo. El señor aceptó encantado. Cuando escuché la música me acerqué. Había sacado un instrumento de su funda y estaba recitando un poema. Todo el tren lo escuchaba en silencio. Recitaba en serbio, así que no entendimos, pero la señora nos dijo que hablaba acerca de la unión entre yugoslavos. Cuando terminó, mucha gente lo aplaudió. Él nos sonrió y nos hizo un high five a cada una.



fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-40
fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-41

19. Subase nomás

Eran menos de las seis de la mañana en Zagreb y estábamos esperando el tranvía para ir a tomar el tren hacia la costa de Croacia. Tengo la teoría de que los personajes que esconden las ciudades salen a esa hora, muchos recién se están yendo a dormir, otros quieren dar una vuelta antes de que la gente empiece con sus rutinas cotidianas. Este señor salió así, vestido de policía y con una guirnalda de globos —con dos colores de la bandera de Croacia—, entró al tranvía y se sentó como si nada. Tal vez le habían encargado que lleve los globos de un evento a la fiesta infantil de su hijo. O quizá iba a soltar globos en medio de una plaza. Quién sabe.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-42


20. ¿Y si hacemos dedo?

Al principio no lo pusimos como opción. El viaje por Serbia y Croacia iba a ser en tren. Pero una tarde en la que descubrimos que teníamos que esperar tres horas para tomar el próximo bus o siete horas para el próximo tren a Belgrado, tiré la idea al aire. “Lau, ¿y si hacemos dedo?”. Y claro. Nos paramos al costado de la ruta, ya era casi de noche y no sabíamos si el autostop funcionaría en Serbia. A los pocos minutos estábamos en un auto a Belgrado sin escalas. Siempre es cuestión de probar antes de decir que no se puede.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-43


21. Linda la pileta

Esta foto la sacó Lau en el Haludovo Hotel, uno de los lugares abandonados que exploramos en la costa de Croacia. No sé si es que la silla quedó ahí desde que el hotel cerró, o si algún otro explorador urbano la trasladó hasta el borde de la pileta para, como yo, sentarse e imaginar cómo habrá sido ese resort cuando todavía había huéspedes y la pileta se llenaba con champagne —eso dicen—.



fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-44
fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-45

22. Luka el fotógrafo

En una de nuestras casas de Couchsurfing lo conocimos a Luka, el menor de la familia que nos recibió. Al principio no se animaba a hablarnos mucho, pero siempre nos seguía de cerca y nos preguntaba Hungry?Thirsty? y se apuraba a traernos algo aunque le dijéramos que no se preocupara, que estábamos bien. Con las horas se fue soltando y empezó a sacarnos fotos. Primero de lejos, con el zoom, retratos cándidos, momentos espontáneos. Después entró en confianza y nos hizo posar, nos acomodó para la foto, se sacó autofotos con nosotras. Al final, además de hablarnos en croata, nos habló un poquito en inglés. Luka, el niño fotógrafo, nuestro amiguito croata.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-46


23. Cielo circular

Por fin llegamos a la costa croata. Nos quedamos dos días en Split, la segunda ciudad más grande de Croacia, y caminamos por el Palacio de Diocleciano, construido entre los siglos III y IV d.C. por encargo del emperador romano Diocleciano como lugar para su retiro. Hoy el palacio forma parte del centro de la ciudad de Split y es Patrimonio de la Humanidad. Está muy bien conservado y, al recorrerlo, uno se puede imaginar las cosas que sucedían en cada espacio. Cuando entramos a uno de sus anfiteatros nos encontramos con un grupo cantando a capella. Miré hacia arriba y me encontré con el cielo así, recortado con forma de círculo.



fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-47
fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-48

24. Arrancó el verano en Split

Yo sabía que la costa croata estaba de moda, pero no me imaginé que veríamos tanta gente. El verano empezó con todo. Zona por la que caminábamos, zona por la que nos cruzábamos con grupos turísticos sacando fotos, posando con los guardias, comiendo, tomando café en las escaleras, comprando pasajes, saliendo de los hoteles. Estos lugares con turismo tan masivo y concentrado me generan una sensación rara y al final me agobian un poco.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-50


25. ¿Vamos a la playa?

En los lugares con playa suele pasar lo mismo: en algunas los turistas son mayoría, y otras son más populares entre la gente local. A veces las turísticas son las más lindas y cristalinas, y las locales son menos de folleto; a veces es al revés: los locales conocen las playas más secretas y van ahí sin que se corra la voz. En el caso de Split, decidimos ir a una de las playas locales, ubicada muy cerca del centro de la ciudad. El agua nos llegaba por las rodillas, había nenes jugando a la pelota, la arena era un poco barrosa, estaba lleno de familias haciendo picnic y casi no había espacio en el agua. Pero con el calor que hacía, nosotras estábamos felices.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-51


26. Cuidado con los erizos

Una de las frases más repetidas de este viaje fue: “No quiero pisar los erizos”. En mi caso: “Lau, ¿hay erizos ahí? No veo sin anteojos…”. Las playas croatas con piedras están repletas de erizos, así que hay que tener cuidado porque debe ser bastante doloroso que te atraviesen un pie. Lau me contó que en las playas de Italia casi no hay porque se los comen. En Croacia siguen intactos, así que antes de entrar al agua miren bien.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-53


27. Hicimos couchsurfing en un barco sobre tierra

Las dos teníamos ganas de navegar por Croacia, de ir de isla en isla en velero, de nadar en esas playas turquesas de las fotos. Una tarde, Lau me dijo: “Conseguí couch en un velero”. Enseguida nos pusimos a saltar de alegría. Yo ya me veía como cuando crucé de Colombia a Panamá, feliz con el vaivén del agua, con esas gotitas de mar que me salpicaban en cada ola. “Ah, pero dice que su velero está en reparación, así que está sobre tierra”, me dijo Lau cuando terminó de leer el mensaje. Igual estuvo buenísimo. Compartimos el espacio del velero con tres francesas, y compartimos el espacio de la Marina con unos treinta barcos llenos de estudiantes de fiesta, así que tuvimos música, gritos y wooo-hooo hasta que salió el sol. Lau tenía tapones de oído. Yo no.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-54


28. Yo a Dubrovnik voy en barco

Dubrovnik fue la última parada de nuestro viaje. Desde ahí salía el avión que nos llevaría de vuelta a Barcelona (luego tomaríamos un tren hasta Francia). Si pudiera elegir un medio de transporte, iría por la vida en barco. Cuando vimos que podíamos llegar a Dubrovnik por tierra o por mar, ambas elegimos ir por agua. Así que nos subimos a un catamarán en Brac, isla cercana a Split, y unas cuatro horas después vimos las primeras imágenes de la costa de Dubrovnik. Hacía mucho calor y era domingo, así que el bus que iba del puerto al centro tardó bastante en pasar. Dejamos las cosas, salimos a caminar por el centro histórico y descubrí algo que me encanta: a pocos pasos del centro, pegada a la muralla, había una playa de piedras casi en medio de la ciudad. El mar era transparente y había gente saltando, así que hice lo mismo que ellos y me bañé con vista a Dubrovnik.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-55


29. Si la ropa está colgada, la ciudad está viva

“Me gusta ver la ropa colgada, ya que eso quiere decir que mi ciudad está viva”, nos dijo Marina, quien fue nuestra guía durante una mañana en Dubrovnik. Pienso lo mismo, me encantan las ciudades con la ropa tendida hacia afuera.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-57


30. El que madruga ve el mercado

Lau me dijo que quería levantarse bien temprano para ver el casco antiguo de Dubrovnik antes de que saliera demasiado el sol y se llenara de turistas. Si Split es una ciudad concurrida, Dubrovnik le gana con ventaja. Hace mucho que no caminaba por un lugar tan repleto de gente. Puse el reloj a las 6 y me levanté, Lau siguió durmiendo y como yo estaba medio desvelada, salí a dar una vuelta. Si van a Dubrovnik en verano, les recomiendo que salgan a dar una vuelta a esa hora. Van a ver otra ciudad: sin ruido, con muy poca gente, con un sol suave. Así pude ver cómo preparaban el mercado de frutas y flores y cómo preparaban a la ciudad, en general, para el resto del día.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-58


31. Me encontré este libro en la calle

Ese mismo día, mientras caminaba por Dubrovnik a las seis de la mañana, vi algo tirado contra una pared. Entró en mi radar enseguida: era un libro, y uno muy grande. Lo levanté y miré a mi alrededor, quizá a alguien se le había caído. Pero no, estaba rodeado de cajas de cartón, revistas y otras cosas que habrán considerado basura. ¿Cómo alguien puede tirar un libro a la basura? ¿Cómo pueden dejar un libro así? Me fijé a ver si había más pero no encontré nada. En la foto parece un libro finito, pero pesa más de un kilo. Me lo llevé, obvio.


fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-59


32. Cómo posan las chinas

Me percaté de que a los asiáticos les gusta mucho la fotografía cuando estuve en Asia. Posan, se sacan fotos en grupo, le sacan fotos a los turistas y suelen tener muy buenas cámaras. Cuando viajan son un show. Una vez viajé con tres chinas por China y se disfrazaron de mujeres de una etnia tradicional y hicieron una sesión de fotos frente a un lago. Lo juro. En Dubrovnik vimos bastantes turistas chinos y japoneses, y nuestra guía nos explicó que los chinos eran bastante difíciles de controlar. En este monasterio vimos por qué. Mientras las mujeres posaban, por turnos, los hombres oficiaban de fotógrafos de moda, les gritaban las indicaciones y les sacaban veinte fotos a la vez.



fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-61
fotorrelato-momentos-serbia-croacia-aniko-villalba-62

33. Las escaleras de Dubrovnik

Dubrovnik es una ciudad de escaleras: el centro está abajo y todas las calles suben desde ahí. Lo bueno es que cuanto más arriba vas, menos gente hay y más escenas como estas se ven. El señor sentado en la puerta de su casa, al sol, fumando un cigarrillo. La nena barriendo cada escalón de su cuadra.


en-francia


+1 en Francia

Esta foto es en Saint Jean de Luz, uno de los pueblos del país vasco francés, muy cerca de Biarritz, donde viví por nueve meses. Después del viaje por Serbia y Croacia, le dije a Lau que se viniera unos días a conocer mi casa y la región. El viaje de vuelta desde Dubrovnik fue una odisea: tomamos el avión a las 10 de la mañana, llegamos al mediodía a Barcelona y nos subimos al tren que iba hasta Irún, en la frontera entre el País Vasco español y francés. Llegamos a Irún a las 10 de la noche, y como era verano todavía había luz. El problema era que teníamos que ir de ahí a Biarritz, a 32 kilómetros, y a esa hora ya no pasaban buses ni trenes. No quedaba otra que hacer autostop. Era muy jugado: quedaban pocos minutos de luz y había empezado a lloviznar, además no había un buen lugar donde pararse en la ruta.


Nos pusimos en una salida, muy pero muy mal posicionadas, y a los cinco minutos frenó un señor que ofreció llevarnos a un lugar mejor. Nos dejó en otra ruta y nos quedamos ahí, casi a oscuras y sin gente. Se largó a llover. A los cinco minutos frenó una pareja francesa de unos 60 años. Nos dijeron que iban a Saint Jean de Luz, a 15 kilómetros de ahí. Nos subimos. Estábamos en una situación bastante límite así que cualquier trayecto, por más corto que fuera, nos venía bien. El señor hablaba algo de español y yo me defendí como pude con el francés. A mitad del viaje nos dijeron: “Chicas, las vamos a llevar hasta Biarritz, no podemos dejarlas en el medio de la nada, de noche y con lluvia”, y nos dejaron en la puerta de mi casa. Fue un gesto que me emocionó. A veces no sé cómo agradecer estas cosas, porque ellos no tenían obligación de llevarnos, pero confío en que la vida les devolverá la buena acción. Y sepan que estos gestos son mucho más reales y frecuentes que todas esas noticias horribles que nos muestran los diarios para generarnos miedo de vivir. Cambio y fuera.


Este post forma parte de la serie Desafío Serbia Croacia, un viaje en conjunto con Lau de Los Viajes de Nena.

La entrada 33 momentos de nuestro viaje por Serbia y Croacia aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba




 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 27, 2015 06:51

July 13, 2015

Carta de despedida a Biarritz

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


Me cuesta escribir esto sin ponerme triste. Llegué a Biarritz por primera vez hace poco más de un año, el verano pasado, sin saber que me quedaría a vivir por nueve meses, que caminaría tanto por estas calles, que vería el faro cubierto de niebla y cubierto de sol, que odiaría su lluvia y amaría su mar. Vine porque dos personas no conectadas entre sí me dijeron, casi con las mismas palabras, que si quería aprender surf tenía que ir a Biarritz, y a mí esa palabra se me quedó pegada. No sabía nada de Biarritz ni de surf y sin embargo vine, llegué un día en el que estaba a la deriva, en una época en la que me sentía sin rumbo y en la que todo me daba un poco igual. Y a primera vista la ciudad me pareció de las más lindas que vi, pero no me sentí cómoda y quise irme. Unas horas después conocí a alguien y las cosas cambiaron. Y me quedé. Nos quedamos. Nueve meses viviendo juntos acá.


Desde mi cuarto.

Desde mi cuarto.


La vista desde mi ventana

La vista desde mi ventana


Las postales frente a mi escritorio.

Las postales frente a mi escritorio.


Mis grullas.

Mis grullas.


Escribo esto todavía en Biarritz, sentada en mi escritorio de vidrio al lado de la ventana, con vista a un jardín que todavía es mi jardín, mirando la pared llena de postales que aún no despegué. Frené acá porque necesitaba esto: un espacio de trabajo, un hogar y un amor. Me sentía muy huésped y muy sola, y estaba cansada de moverme de un lado a otro sin parar. Mi límite de viaje en continuado es un año, después de eso ya me canso, pierdo la capacidad de asombro, no tengo ganas de ver lugares nuevos y me surge la necesidad de detenerme. Acá volví a tener la rutina que tanto necesitaba: empecé natación, fui al cine, llené las alacenas, jugué al Super Mario, miré películas, me abrí otro blog, recibí postales y escribí mucho, un montón. Escribí otro libro, aunque el capítulo de Biarritz todavía ni lo empecé, dicen que hay que escribir acerca de un lugar cuando uno ya se fue.


Además me compré libros.

Además me compré libros.


y zorritos.

y zorritos.


Amo mi jardín.

Amo mi jardín.


Recibí cartas.

Recibí cartas.


Y ahora me toca despedirme de prepo, porque no sé si nos iríamos si la situación fuese distinta. Acaba de empezar el verano, la mejor época del País Vasco, ya no llueve, el mar está calentito, la gente está contenta, hay luz hasta las diez de la noche y uno casi se olvida de que acá existió el invierno. Pasamos seis meses bajo lluvia, con caracoles trepando por las paredes, hongos expandiéndose por el techo, olor a humedad en el baño, las toallas siempre mojadas, sabañones en los pies, y ahora tenemos que irnos porque la dueña de la casa-cueva cuadruplica sus precios durante los meses de verano y si Biarritz ya era cara en invierno ahora es imposible. Mi casa-cueva ya no esta, será otra, será muchas. Se nos terminó el contrato, el primero que firmé con un chico, sin pensarlo, cuando me dijo quedate a vivir conmigo acá, estemos juntos, quiero estar con vos.


La playa

La playa


Una rotonda

Una rotonda


Cerca de casa

Cerca de casa


Durante estos meses en Biarritz me di cuenta de que el clima afecta mucho mi estado de ánimo. Tuve tristeza de invierno —autodiagnosticada—, lloré cada vez que llovía, me enojé cuando no salió el sol durante dos semanas, me dio rabia ver que el servicio meteorológico anunciaba lluvia con cien por ciento de probabilidades para los próximos diez días, dije un montón de veces que me iba para Argentina, que chau, que empaco todo y ya fue, que no quiero estar más acá, que estoy pasada por agua, que no me banco más el viento y esa garúa fina que me corroe. Me consolé con macarrons, con chocolate, con cafés con leche, con películas y series, con los abrazos de L. Me sentí mejor —y peor, por improductiva— quedándome en la cama hasta tarde, leyendo mis libros con dos frazadas encima. Aprendí que a veces eso también está bien, que no puedo estar todo el tiempo forzándome a hacer cosas, que los descansos son tan importantes como el trabajo.


Vidrieras

Vidrieras


Peluquería

Peluquería


biarritz-francia-pais-vasco-21


Cosas que veo en mis caminatas de todos los días

Cosas que veo en mis caminatas de todos los días


Aprendí a medir el paso del tiempo de otras maneras. En esta casa los relojes nunca estuvieron en hora y tampoco tuve calendarios, hasta hace poco, pero supe que los meses pasaban porque vi mi pared llenarse de postales, porque vi el ciclo de las mareas, porque a L. le crecían los rulos, porque el sol fue saliendo cada vez más temprano y escondiéndose más tarde. Supe que había empezado la primavera cuando escuché a dos pájaros cantar al lado de mi ventana a las tres de la mañana y recordé que ese sonido existía. Y ahí me di cuenta de que esta fue la primera vez que pasé un invierno, mejor dicho: que hiberné en una cueva. También me volví más friolenta, supongo que de tanto invierno, y un poco más miedosa, quizá por tanta lluvia.



biarritz-francia-pais-vasco-47
biarritz-francia-pais-vasco-46
Detalles cotidianos
biarritz-francia-pais-vasco-44

Junto con la primavera llegó una inquilina nueva a la casa, y ahí empecé a practicar el arte de la paciencia y a decirme ya está, es hora de empacar, con nuestras cosas a otro lado, esta casa ya no es nuestro espacio. Así que me despido sin despedirme, porque todavía sigo acá, aunque en cuenta regresiva, tres, dos, uno. Caeré cuando estemos en la próxima ciudad, en algún lugar sin humedad y sin mar. Nunca, jamás, hubiese pensado que iba a quedarme a vivir en Francia. Ni aunque me lo hubiese dicho mi astróloga, que, si mal no recuerdo, alguna vez me lo mencionó. Tampoco pensé que iba a encontrar mi hogar en un chico francés, siempre dije que los franceses eran lindos pero que no los terminaba de entender, y mirá. Ahora nos toca ir a los dos a mi país, a construir otro hogar transitorio en Buenos Aires y después veremos dónde más. Y por primera vez lloro mientras escribo un post, no sé si de tristeza por la partida, de alegría por irme acompañada, de emoción por volver a Buenos Aires, de felicidad por todo lo que nos espera, de ansiedad por las ganas que tengo de hacer un viaje largo por Argentina, o de hipersensible porque me está por venir (debe ser eso). Pero nunca viví tanto tiempo en otro lugar que no fuese Buenos Aires y todo eso me genera una procesión. Además hace casi dos años que no vuelvo a Argentina, y me parece demasiado.


Arco iris de hortensias

Arco iris de hortensias


La Grande Plage

La Grande Plage


Balcones

Balcones


Chau Biarritz, siempre me despido de personas, ahora me toca despedirme de un lugar. Ni sé cómo hacer: ¿salgo a caminar? ¿Saco la basura por última vez? ¿Me meto al mar? ¿Cómo se le dice chau a un hogar? Te deseo que sigas con buen clima, que los turistas no te maltraten mucho, que alguien se enamore de vos, que cuiden tus hortensias, que sigas recibiendo surfers y que le des un buen susto al hombre que escupe. No sé si volveremos, tampoco sé si será lo mismo si volvemos, pero yo me llevo mi mapa subjetivo de tus calles y toda la inspiración que me diste, y eso para mí es lo más valioso. No te lo quería decir, pero si bien te nombré un montón de veces, hay mucha gente que sigue pensando que viví estos nueve meses en París, y qué tendré que ver yo con París, te estarás preguntando. Nada, estás mucho más cerca de España que de París, sos parte del País Vasco, tenés mar. Solo quiero que sepas que L. y yo siempre tendremos Biarritz. Gracias por eso.


À bientôt ! ¡Hasta pronto!


A.


biarritz-francia-pais-vasco-27


Publicado desde Estrasburgo, en la otra punta de Francia, con calor y nostalgia.


La entrada Carta de despedida a Biarritz aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba




 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 13, 2015 01:00

July 7, 2015

Desafío Serbia Croacia: final del juego

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


aniko-laura-croacia

Con Lau en las escaleras de Dubrovnik, Croacia


DSC_2415

Después de nuestro primer Escape Room en Belgrado (no logramos salir a tiempo, pero estuvo buenísimo)


Si bien volvimos hace ya casi un mes —el tiempo pasa demasiado rápido— recién ahora le estamos dando un cierre mental y formal al viaje por Serbia y Croacia. Por si se perdieron de algo, así quedó la lista final de desafíos:


Desafío Serbia Croacia (y acá la intro de Lau)


Desafío #1: buscar tesoros en Zagreb


Desafío #2: encontrar el corazón de Zagreb (Lau)


Desafío #3: dejar que nos lleve el azar


Desafío #4: escapar en Belgrado (Lau)


Desafío #5: encontrar a Kusturica


Desafío #6: no dejar pasar el tren (Lau)


Desafío #7: explorar lugares abandonados


Desafío #8: hacer barcoestop (Lau)


Desafío #9: no comer pizza


Desafío #10: poder gritar a los cuatro vientos “This is Croacia!” (Lau)


Desafíos cumplidos y no cumplidos (y otros más o menos):
Luz del atardecer en Milna, isla de Brac, Croacia

Luz del atardecer en Milna, isla de Brac, Croacia


Estos son los desafíos que nos planteamos antes de hacer el viaje. Algunos los cumplimos y otros no, y en el medio surgieron cosas nuevas.


 Hacer una búsqueda del tesoro. Soy muy fan de estas cosas (por algo casi muero cuando conocí Geocaching), así que usamos Zagreb como escenario de juego y encontramos de todo.


 Fotografiar lugares abandonados. ¡Con éxito! Este era uno de los que más quería hacer.


Hacer barcoestop. Ponele que sí: nos subimos a un kayak, a un barco a motor y a un jetski gracias al poder de la palabra. Nos faltó hacer un tramo más largo, pero para ser la primera vez nos conformamos (la que lo cuenta mejor es Lau).


Acá estoy, contentísima, en una lanchita (amo navegar)

Acá estoy, feliz, en una lanchita (amo navegar)


Hacer un tour gastronómico. Digamos que comimos todo lo que pudimos.


Aprender el alfabeto cirílico. Esteeeemmm… Intenté aprenderlo antes de salir, incluso lo llevé escrito, pero la verdad que no puedo leer todo.


La prueba de mi esfuerzo

La prueba de mi esfuerzo


Aprender un baile típico de los Balcanes. Esta te la debo. Soy de madera y creo que si me ponía a bailar, una de dos: me empezaban a dar monedas o me deportaban por tener poco ritmo.


Hacer el “fotógrafo programado” en el tren. Este es un juego del libro “Turista lo serás tú” que consiste en ponerse una alarma y sacar una foto a intervalos regulares de tiempo. Lo hicimos y los resultados están en el post de Subotica.


Aprender a preparar un plato típico de los Balcanes. ¿Lau? ¿Vos aprendiste? Queda para la próxima, estábamos muy concentradas en comer más que en cocinar…


La parte de comer me la tomé muy enserio. Por si se preguntan, estábamos haciendo picnic adentro de un velero.

La parte de comer me la tomé muy enserio. Por si se preguntan, estábamos haciendo picnic adentro de un velero.


Usar todas las formas de desplazamiento posibles. Fuimos en: avión, tren, bus, a pie, kayak, moto de agua, ferry, lancha. Nos faltó la bicicleta y el burro!


desafio-serbia-croacia-48

También nos faltó este carrito (Split, Croacia)


desafio-serbia-croacia-5

y este! (en Belgrado, Serbia)


Los lectores nos propusieron, entre otras cosas:

* Dormir en un castillo. No vimos ningún castillo en este viaje, pero dormimos en una estación de tren que era lo opuesto del castillo y parecía más bien un escape room.


ani-durmiendo-estacion

Por suerte tengo la capacidad de dormir sobre cualquier superficie.


* Documentar la tumba más antigua de un cementerio. Yo juré que sí, que la habíamos encontrado y que era la de la foto. Después me di cuenta de que no.


Leí mal el mapa del cementerio y pensé que la tumba más antigua era esta. Resulta que no (creo que esta ni es una tumba), estaba cerca, cubierta de hojas.

Leí mal el mapa del cementerio y pensé que la tumba más antigua era esta. Resulta que no (creo que esta ni es una tumba), que la más antigua estaba ahí cerca, cubierta de vegetación.


* Tomarse fotos con la persona más extraña. Hubo muchas personas extrañas, en esta foto salimos con un croata que nos levantó haciendo autostop y que se reía de absolutamente todo lo que le decíamos (Lau y él hablaban en alemán, yo solo asentía). No fue el más extraño pero sí el más cómico.


El conductor risueño

El conductor risueño


* Que una pareja serbia o croata nos cuente su historia de amor. A medias, porque faltó él. En Croacia conocimos a J., una mujer que está casada hace más de dieciséis años pero que hace diez años solo ve a su marido durante diez días cada mes y medio, ya que él trabaja en otras partes de Europa. Nos contó de los viajes que hacen juntos cada vez que él vuelve, de cómo ella se tiene que quedar en casa con los hijos, de cómo se dedica a cuidar el jardín. Nos mostró fotos de la construcción de su casa y nos contó que entre ella y su marido levantaron las paredes y techos del hogar en el que nos estábamos quedando. Si eso no es amor…


jardin-amor-croacia-1

Un detalle de su jardín


* Encontrar el Sistema Solar de Zagreb. Nos faltaron algunos planetas, pero fue una búsqueda divertida. (Cuento de qué se trata en el post de Zagreb).


Uno de los planetas del Sistema Solar de Zagreb

Uno de los planetas del Sistema Solar de Zagreb


* Y un lector me pidió lo siguiente: “Mi desafío sería que logres parar 3 minutos en la calle, en una de esas calles tan hostigadas por los conflictos y nos dejes una reflexión de lo que te genera”. Un lugar donde la historia reciente se ve es en esta esquina de Belgrado, donde está el Ministerio de Defensa que fue bombardeado en 1999 por la OTAN:


belgrado-serbia-aniko-villalba-2


Me da escalofríos y tristeza ver estas cosas. En general solemos ver fotos así en los diarios, y casi siempre corresponden a países que creemos lejanos y que parecen formar parte de otra realidad, y eso hace que naturalicemos estos eventos horribles. Eso pasa allá, en un país que no conozco y que no es el mío, yo no puedo hacer nada. Pero no debería ser así. Más allá de que viajar esté buenísimo, creo que una de las cosas más positivas es que genera una empatía que no se logra de otra forma. A mí, en lo personal, nunca dejará de afectarme lo que pasó y pasará en los lugares en los que estuve: tiemblo cuando hay terremotos o erupciones volcánicas en Indonesia porque allá tengo gente que quiero, los desastres naturales de Filipinas me duelen porque recuerdo a toda esa gente que me recibió tan bien, sufro cuando se cae un avión con malayos porque pasé mucho tiempo en su país y los siento muy cercanos, y así me pasa con todos los lugares que voy conociendo. Uno suma países en la lista y a la vez va sintiendo propios los conflictos, las tristezas y las alegrías de cada uno de esos lugares y esas personas.


Antes, quizá, ver una foto de Belgrado en llamas no me hubiese causado tanto impacto y tristeza como ahora —recién buscaba información de los bombardeos y vi imágenes de los edificios prendidos fuego—, porque caminé por Belgrado, recibí una enorme hospitalidad de parte de la gente, conocí a mi lectora serbia, me encariñé con la gente, le puse una cara a la ciudad y a sus habitantes, y me di cuenta de que sí, los serbios también son parecidos a nosotros, porque todos en todas partes somos parecidos. Y así como el bombardeo fue en Belgrado, podría haber sido en Buenos Aires. Y no es justo que estas cosas pasen, que se crea que los conflictos se resuelven con violencia, que tirando bombas se logra la paz. No creo que los viajes sean la respuesta a todo, pero sí creo que cuanto más conozcamos a los que viven en otras partes del mundo, cuanto más veamos que somos iguales y que lo único que cambia es lo cultural, más empatía sentiremos hacia el otro, hacia ese otro que antes solo veíamos en los diarios y considerábamos muy lejano, y menos prejuicios habrá.


Una gran opción para aprender acerca de la historia de la región es hacer el

Una gran opción para aprender acerca de la historia de la región es hacer el “Communist Walking Tour” en Belgrado. Más que de comunismo, habla de Yugoslavia. Dura unas cuatro horas, cuesta €10 y es muy interesante. Ya lo recomendaré en la guía práctica, pero para que lo tengan en mente.


Él fue nuestro guía, en esta foto vestido de yugoslavo, frente a la tumba de Tito.

Él fue nuestro guía, en esta foto vestido de yugoslavo, frente a la tumba de Tito.


Un mini desafío de yapa:

Antes de viajar, cuando vi la arquitectura de Belgrado en fotos, soñé con convertir la ciudad en un set de fotografía, en usar a Lau de modelo (o a quien se ofreciera) y hacer que tanto ella como las paredes de la capital serbia fuesen las protagonistas de las imágenes. Pero en Belgrado se empeñó en llover, llover y llover. Así que, como el clima ni el humor estaban para fotografía callejera, Lau y yo nos propusimos un mini desafío (creo que también salido de Turista lo serás tú): escribimos seis elementos en papelitos, sacamos tres cada una y durante todo el día nos dedicamos a buscar y fotografiar solo esas cosas. A mí me tocó: “cirílico”, “mapas” y “Tito” (el presidente de la ex Yugoslavia). Háganlo, es un muy buen ejercicio de atención. Acá algunos de mis resultados:


Cirílico:



desafio-serbia-croacia-6
desafio-serbia-croacia-15
desafio-serbia-croacia-16
desafio-serbia-croacia-17
desafio-serbia-croacia-18
desafio-serbia-croacia-19
desafio-serbia-croacia-20
desafio-serbia-croacia-21
desafio-serbia-croacia-23
desafio-serbia-croacia-26
desafio-serbia-croacia-27
desafio-serbia-croacia-29
desafio-serbia-croacia-30
desafio-serbia-croacia-39
desafio-serbia-croacia-38

Mapas:



desafio-serbia-croacia-9
desafio-serbia-croacia-36
desafio-serbia-croacia-13
desafio-serbia-croacia-10

Tito:



desafio-serbia-croacia-33
desafio-serbia-croacia-7
desafio-serbia-croacia-37
desafio-serbia-croacia-28
desafio-serbia-croacia-12
desafio-serbia-croacia-11
desafio-serbia-croacia-8
desafio-serbia-croacia-35

Y algunos pensamientos y conclusiones personales:

* Nos fuimos de viaje por Serbia y Croacia pensando que sería parecido al viaje por Islandia —en ambos usamos el formato de los desafíos— y nos dimos cuenta de que no: cada lugar invita a viajar de manera distinta y propone otras interacciones.


Islandia fue el contacto total con la naturaleza y el delirio permanente, allá no paramos de reírnos, quizá a causa del sol de medianoche, y nos tomamos casi todo para la chacota —esta expresión debe tener más años…—. Además, en Islandia nos sentimos demasiado seguras y eso hizo que nada nos diera miedo: hicimos dedo a las dos de la mañana —con la luz del sol—, golpeamos puertas para pedir frazadas, abrazamos islandeses, revolvimos la basura —que no nos recuerden solo por eso, por favor—, rescatamos patos, adoptamos chinos.


Si bien Croacia y Serbia no tienen esa naturaleza despampanante de Islandia (¿hay algún otro país que la tenga?), están repletos de paisajes rurales y urbanos lindísimos.

Si bien Croacia y Serbia no tienen esa naturaleza despampanante de Islandia (¿hay algún otro país que la tenga?), están repletos de paisajes rurales y urbanos lindísimos.


Serbia y Croacia fue un viaje distinto, no tan propenso al delirio —si bien nos reímos como de costumbre— sino más orientado a lo cultural e histórico, y eso hizo que los desafíos tomaran otra forma. En ambos países nos sentimos muy seguras y muy bien recibidas por la gente —los serbios deben ser las personas más hospitalarias y simpáticas que conocí hasta ahora—, pero los desafíos no fueron tan fáciles: en Islandia las cosas aparecían solas, en Serbia y Croacia tuvimos que buscarlas un poco más. Me gusta que no hayamos repetido los mismos desafíos que en Islandia, aunque, quien sabe, quizá en un viaje futuro también vayamos con la misión de abrazar ¿palestinos? y de dar la vuelta a ¿Australia? a dedo. Y ya iremos en busca de Murakami cuando hagamos el DesafíoHawaii…


En Croacia hicimos autostop con esta vista...

En Croacia hicimos autostop con esta vista…


* El viaje por Serbia y Croacia tuvo fecha de inicio y de fin (del 20 de mayo al 10 de junio) y eso nos obligó a aprovechar mejor el tiempo y a movernos más, pero a la vez nos permitió improvisar menos. Nos hubiese encantado pasar más días viajando en tren, quedarnos más tiempo en las casas de nuestros couch, poder estar un poco más a la deriva, ir a buscar a Kusturica a Bosnia y probar muchas más comidas, pero al tener los días contados no es tan fácil entregarse al azar porque aunque uno no quiera, hay un itinerario por cumplir y un avión que se va. Creo que está bueno viajar de ambas maneras, pero para mi próximo viaje por los Balcanes pienso ir sin fecha de vencimiento y pasar ahí varias semanas o meses. Esto fue un muy buen trailer, pero me quedé con ganas de más.


La lavandera de

La lavandera de “la máquina del tiempo de Zagreb”


* Destaco mucho la hospitalidad y buena onda de la gente local. Nunca vi tanta buena voluntad para comunicarse, sobre todo en Serbia donde se habla menos inglés. Todas las personas que conocimos, toda la gente a la que le pedimos indicaciones, todos los que nos levantaron cuando hacíamos dedo tenían una simpatía y amabilidad desbordante. Nos sentimos acompañadas y seguras durante todo el viaje y eso, para mí, hace la diferencia. Cuanto más cálida es la gente, más ganas me dan de volver.


Con una familia de Couch en Croacia :)

Con una familia de Couch en Croacia :)


* Belgrado es una ciudad que me gustó mucho y que me generó ciertas procesiones internas, sobre todo en lo referido al homesickness que vengo sintiendo hace un tiempo. Al caminarla me acordé mucho de Buenos Aires, aunque no se parezcan tanto, y me hice una pregunta que aún intento responder: ¿Cuál es la esencia de Belgrado? ¿Qué la hace ser como es? ¿Los edificios antiguos, la fiesta, las panaderías, la simpatía de la gente, la historia? ¿O la esencia es algo distinto para cada persona que la habita? Y después traspasé eso a otras ciudades, a mí misma y a la vida, en general. Le debo un post a Belgrado, ya lo dije y lo haré pronto, cuando todos los pensamientos que tengo terminen de macerar.


desafio-serbia-croacia-41

Esquinas así, a mí, me recuerdan a Buenos Aires (sacale el cirílico…)


belgrado-serbia-aniko-villalba-1

Belgrado bajo lluvia


* Me gustó mucho el tren como medio de transporte en esta parte de Europa. Creo que en los Balcanes el tren sigue conservando esa atmósfera propensa a los encuentros y conversaciones espontáneas, cosa que en los trenes de, por ejemplo, Francia, no siento tanto. Además, son ideales para hacer trayectos nocturnos porque los asientos se estiran y se convierten en camas. La gente local no suele recomendar viajar en tren porque dice que es un transporte lento, lo cual es cierto, y ahí está su encanto. Los paisajes que se ven por la ventana son lindísimos y además es más barato y más cómodo que ir en bus.


Esta foto me la sacó Lau, se ve que estaba concentradísima porque ni me enteré.

Esta foto me la sacó Lau, se ve que estaba concentradísima porque ni me enteré.


* En cuanto al relato del viaje, me gustó mucho ir contando todo de manera fotográfica a través de Instagram. Todas las noches, cuando el sueño no me ganaba de mano, subía cuatro o cinco fotos de cosas que habíamos hecho o visto durante el día. Me siento cómoda en ese formato y es algo que intentaré hacer cada vez más durante mis viajes. También me di cuenta de que cuando viajo con fechas delimitadas me cuesta mucho sentarme a trabajar en la compu porque siento que estoy perdiendo el poco tiempo que tengo para ver el lugar. En Serbia y Croacia tuvimos un ritmo bastante más acelerado al que estoy acostumbrada, nos movimos mucho e intentamos aprovechar cada minuto, así que me resultó difícil publicar con más frecuencia acá en el blog.


instagram-aniko


Acá con mi segunda cámara: el teléfono. Juro que no me estaba sacando una selfie.

Acá con mi segunda cámara: el teléfono. Juro que no me estaba sacando una selfie.


Sé que me queda mucho por contar, que todo esto que les muestro es solo la punta del iceberg. Serbia y Croacia son países con una historia muy compleja y es difícil para mí escribir al respecto conociéndola tan por encima. Si van a viajar para allá, es bueno saber lo que pasó porque hay muchos elementos de la historia que siguen presentes, sobre todo en lo referido a la ex Yugoslavia, la influencia austro-húngara y turca, Tito, las guerras. Este fue un viaje para procesar de a poco. Puede que incluya un capítulo en mi próximo libro, cuando tenga las ideas más ordenadas, y también iré subiendo más cosas al blog. Pero todo a su ritmo.


¡Gracias por acompañarnos en estos desafíos!


Este post forma parte de la serie Desafío Serbia Croacia, un viaje en conjunto con Lau de Los Viajes de Nena. Nos fuimos tres semanas a Serbia y Croacia con diez desafíos por cumplir y los relatamos en nuestros blogs, yo los impares y ella los pares. Pueden leer el post de cierre en el blog de Lau. Esta semana publicaré un relato fotográfico (me quedó mucho por mostrar) y dentro de un tiempito la guía práctica. Agradecemos el apoyo de Eurail, Visit Zagreb, Experience Dubrovnik y Turismo de Serbia en este viaje de desafíos.


La entrada Desafío Serbia Croacia: final del juego aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba




 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 07, 2015 10:18

July 1, 2015

Desafío Serbia Croacia #9: no comer pizza

Viajando por ahí - textos de una escritora itinerante


La pizza me parece un alimento glorioso. Me encanta en todos sus formatos: la pizza a la piedra, la de molde, amasada en casa, a la parrilla, la de ayer, la recién hecha y la de Güerrín (una pizzería muy famosa de Buenos Aires), que chorrea muzzarella por los costados. Y si no hay otra cosa, también acepto pizza congelada o de cadenas de fast-food, esas que vienen con los bordes todos blandos y rellenos de queso gomoso. La pizza es infalible: sirve de cena o de snack, se puede comer al paso o en reuniones, con la mano o con cubiertos (aunque no lo recomiendo, la pizza se come con la mano).


gastronomia-serbia-croacia-46


Mis preferidas son la de muzzarella y fugazzeta, pero acepto la que venga —excepto la pizza con pedazos de albóndiga o con sardinas, eso ya me parece mucho—. Lo que sí, soy fan de una pizza tan polémica como el mazapán: la hawaiana, pizza con jamón, muzzarella y ananá (y si tiene palmitos y salsa golf mejor). Todavía no conozco el paraíso de la pizza (léase: Italia) pero creo que en Argentina estamos bastante bien.


gastronomia-serbia-croacia-43


¿Por qué no comer pizza en este viaje, entonces? Porque sabíamos que tanto en Serbia como en Croacia la pizza estaría por todos lados y sería la salida fácil y económica al hambre, y no es que quisiémos gastar mucho en comida, sino que estábamos dispuestas a probar otras cosas. Qué curioso: cuando estaba viajando por Asia y quería darme un gusto occidental, pedía pizza. Allá no había mucho queso ni pan así que la pizza era un lujo caro —en comparación con los precios de los platos locales—. Esta vez, el objetivo no sería encontrarla sino evitarla.


Antes de viajar me armé una lista de todos los platos que quería probar. Decía algo así:


Serbia:


Plescavika: varios tipos de carne (al menos dos de los siguientes: cerdo, vaca, cordero) hechos hamburguesa, a la parrilla y con acompañamientos. Uno de los platos típicos de Serbia.


Cevapi: otro plato nacional que llegó a los Balcanes durante el período otomano. Es similar al kofte kebab turco, a base de carne picada (de vaca, cordero o cerdo), servido con cebolla, crema, queso cottage, kajmak (producto lácteo hecho de leche de búfalo, vaca, oveja o cabra), ajvar (pasta de pimientos rojos) y sal.


Burek: empanada o pastel elaborado con yufka (masa filo) y relleno con queso, carne picada o verduras.


Gibanica: pastel tradicional hecho con queso blanco y huevos. Se sirve de desayuno con yogur natural, también se come durante eventos tradicionales o celebraciones.


Punjena paprika (tradicional de Serbia y de Croacia): pimientos rellenos con carne, arroz y salsa de tomate.


Corbast pasulj: sopa o guiso de habas, cocinado lento, con cebolla y paprika.


Proja: un tipo de pan de maíz con queso blanco.


Riblja corba o fiš paprikaš (plato típico de Serbia y Croacia, aunque originario de Hungría): sopa picante de pescado de río.


Café turco: leer esta frase ya me emocionó: “In Serbia, for some, drinking coffee is a full-time job”. Para mí también debería serlo.


Croacia:


En esta lista fui más general, porque Croacia tiene todas las comidas que me gustan:


Comida de mar (lo que sea, algunas ideas: pulpo, calamar, camarones, atún, salmón)


Comida mediterránea: aceitunas, quesos, verduras frescas, fruta, platos fríos


Pastas. Muchas.


Helado.


Café.


Pero antes de que empiecen a salivar tengo que advertirles varias cosas: uno, así como soy barrilete y termino yendo a todos los lugares que no planeaba ir —y no voy a los que sí quería— soy igual con la comida. Me sería imposible hacerme un cronograma gastronómico y probar todo ya que casi siempre terminan decidiendo mi estómago, el azar y los precios. Dos, no me gusta tanto la carne, prefiero todo lo que provenga del mar, así que si tengo opción elijo eso, por eso no suelo comer muchos platos con carne. Tres, en los viajes donde la hospitalidad de la gente está presente, la comida lo elige a uno, más que al revés.


Esta fue nuestra ruta y así nos alimentamos en este #DesafíoSerbiaCroacia:



* Zagreb: café, dulce de leche, ñoquis y empanadas argentinas

Fue casualidad. En general no ando buscando comida argentina en otras partes del mundo ya que prefiero probar lo local y tengo la convicción de que nada se prepara tan bien como en su lugar de origen, pero si la comida argentina me encuentra, tampoco voy a decirle que no. Además, Croacia tiene mucha influencia italiana, al igual que Argentina, así que era lógico que estas cosas pasaran. En Zagreb solo faltaron las milanesas.


gastronomia-serbia-croacia-7

Les voy a dar ideas de precios, por si vienen por estos lados. Un café como este, alrededor de €1,50 (con decoración y todo)


Los croatas son grandes bebedores de café. Yo también. De esa combinación solo podían salir cosas buenas.


En Croacia se consumen cinco kilos de café por persona por año. Allá las cafeterías no son lugares de paso sino puntos de encuentro, lugares de reunión donde se socializa frente a un café que se enfría tras tanta conversación. Esto es herencia del Imperio Austro-Húngaro y del Imperio Otomano, dos culturas muy tomadoras de café que tuvieron mucha influencia en Croacia. Yo feliz, porque una de mis actividades preferidas cuando estoy de viaje es hacer una pausa en un café y, si estoy sola, sentarme a escribir en mi cuaderno. En Europa, en general, una taza de café cuesta alrededor de un euro (depende del lugar).


Un croata me preguntó cuánto tiempo tardaba en tomarme un café:


—No sé, un rato… Me gusta tomarlo despacio.


—Yo puedo estar tres horas con una misma taza. Hace poco fui a tomar café con unos huéspedes de Estados Unidos y se lo tomaron enseguida.


gastronomia-serbia-croacia-8

Si andan con nostalgia, el dulce de leche lo consiguen en el restaurante Mundoaka Street Food, en Zagreb. Como catadora de dulce de leche que soy (lo amo), me di cuenta de que la versión europea es un poco menos dulce y menos espesa que la argentina (allá somos muy exagerados con el azúcar). Este pote fue cortesía de Tom, el dueño del restaurante, y nos lo comimos a cucharadas, así que si pasan por ahí denle saludos de nuestra parte!


gastronomia-serbia-croacia-42

Las empanadas son caseras y fueron cortesía de Dalma, nuestra guía en Zagreb, una croata nacida y criada en Argentina. Nos hizo de pollo y de carne y estaban buenísimas.


gastronomia-serbia-croacia-11

Estos ñoquis estaban tan buenos como parecen. Este plato costó 44 kunas (€5,80) en un restaurante bastante turístico, así que seguro se consigue por menos.


gastronomia-serbia-croacia-12

También pedimos estos ravioles con muzzarella gratinada al horno. No estaban tan buenos como en la foto. El precio fue el mismo que el plato de ñoquis.


gastronomia-serbia-croacia-6


gastronomia-serbia-croacia-5

Dimos una vuelta por el mercado. La señora de la foto nos ofreció un pedacito de kukuruzni kruh (pan de maíz) para probar. Los mercados siempre son buenos lugares para comprar productos bien frescos y típicos de la región.


gastronomia-serbia-croacia-4

Y otra de las vendedores nos ofreció unas fetas de fiambre picante.


gastronomia-serbia-croacia-3

Este fue uno de nuestros desayunos en Zagreb, la capital de Croacia, en el Swanky Mint Hostel.


* Belgrado: ¿alguien dijo panaderías?

Belgrado me hizo acordar mucho a Buenos Aires —ya escribiré un post de la capital serbia y de todos los sentimientos de homesickness que me generó—. Ya sabía que en Serbia también hay mucha cultura del café, pero no esperaba encontrar tantas panaderías con tantas cosas ricas.


gastronomia-serbia-croacia-18

Esta es la sección salada de la panadería


gastronomia-serbia-croacia-25

Los pancitos de arriba son dulces, están rellenos de mermelada de durazno (Lau se hizo adicta)


gastronomia-serbia-croacia-28


gastronomia-serbia-croacia-27

Si no me equivoco, esto es “beigli”, una torta húngara rellena de semillas de amapola


gastronomia-serbia-croacia-17

Comida al paso: sandwiches por €1,50 o menos. La comida en Serbia es muy barata.


gastronomia-serbia-croacia-21

Pancito relleno de queso fresco.


El pan es una de las bases de la comida serbia: al igual que en Argentina (donde comemos todo con pan), los platos que contienen arroz, pasta y papas también se acompañan con pan. Debe haber una panadería por cuadra, y la verdad que todo lo que probamos fue delicioso y muy barato.


gastronomia-serbia-croacia-19


Un tipo de burek

Un tipo de burek


La comida serbia tiene raíces comunes con la gastronomía griega y turca, también tiene influencias Austro-Húngaras —sobre todo en los postres— y mantiene elementos de la antigua Yugoslavia. Uno de los platos más conocidos —y presente en toda la ex Yugoslavia— proviene del antiguo Imperio otomano: el burek o börek. Es una empanada o pastel hecha con masa filo y rellena con queso blanco, carne picada o verduras. Hay de varias formas, tamaños y presentaciones: en Serbia, por ejemplo, suele hornearse en una cacerola redonda y quedar con esa forma, mientras que en Bosnia la masa se enrolla. Hay bureks alargados, rectangulares, triangulares. cuadrados. Algunas panaderías modernas lo ofrecen relleno de papa, manzana o setas.


gastronomia-serbia-croacia-14


kavana-belgrade-serbia-1


Las kavanas (coffee houses, cafeterías) están por todo Belgrado. En realidad, esta costumbre está presente en toda la antigua Yugoslavia. Como dije, me encanta el café y me encanta el ritual del café, sola o acompañada. Pasamos varias horas en kavanas de Belgrado, descansando y escribiendo, y vimos cómo las mesas se iban llenando de grupos de amigos y conversaciones. Lo más común es tomar café turcopropio de Turquía y declarado Patrimonio de la Humanidad. Se prepara con café arábigo y tiene una consistencia mucho más espesa, casi como harina.


gastronomia-serbia-croacia-15

Me quedó un corazón en la borra del café (este no es café turco, era un café con leche)


Esta fue una de las pocas veces que comí carne durante el viaje. Estábamos apuradas —creo que íbamos a algún walking tour— y teníamos hambre, así que buscamos algo rápido. Pedimos estas hamburguesas y nos gustaron tanto que volvimos al día siguiente por más.


gastronomia-serbia-croacia-20

Precio: menos de 3 euros


Cuando me enteré de que en Belgrado había un bar de hummus me emocioné. En Budapest me la pasé comiendo falafel y nunca volví a encontrar uno tan rico, hasta Belgrado. Me encanta la comida de Medio Oriente, amo el hummus (pasta de garbanzos), el falafel (albóndigas de garbanzo), el pan pita y todo lo que se pueda combinar con esos ingredientes. En Belgrado comimos este pita relleno por solo 200 dinares (menos de 2 euros).


gastronomia-serbia-croacia-26


Los chicos del Hedonist Hostel Belgrado nos regalaron dos de estas Krem Banana, la versión serbia de la Bananita Dolca.


gastronomia-serbia-croacia-13


Y antes de irme de Belgrado recibí una sorpresa: ¡tengo una lectora serbia! Jelena me mandó un mail y me invitó a tomar algo con ella. Yo propuse café, pero ella sugirió algo más original y muy local: un Plazma Shake. Las Plazma son unas galletitas similares a las Okebon de leche, y para este trago/postre se las licúa junto con leche, helado, chips de chocolate, siropo de caramelo o chocolate y crema batida.


gastronomia-serbia-croacia-23


* Subotica: nunca me voy a cansar de estas ensaladas

Otra cosa que amo son las ensaladas, ideales para los días de calor.


No sé cómo descubrimos la Šopska salata (quizá fue el azar del día S) pero pasó a liderar el ranking de platos que más veces comimos en este viaje. La shopska es originaria de Bulgaria (también se llama Ensalada Búlgara), pero se sirve en todos los Balcanes y Europa Central. Se prepara con tomate, pepino, cebolla, pimientos y queso blanco (llamado sirene). Se acompaña con sal y un poco de aceite de oliva o de girasol.


La shopska se inventó en 1960 como parte de una acción de promoción turística. Durante la época del socialismo en Bulgaria, varios chefs de Balkanturist —el operador turístico más antiguo de Bulgaria, al principio al mando del estado— crearon ensaladas asociadas a diferentes regiones: la Macedonian, Dobrujan y Thracian Salad, entre otras, pero solo la Shopska Salada —originaria de la región de Shopluk— sobrevivió. De Bulgaria se extendió a otros países y hoy es el plato más reconocido del país.


gastronomia-serbia-croacia-34

La shopska salad. En Serbia la comimos por menos de €2, en Croacia costaba de €2,50 para arriba.


La ensalada griega es otro clásico de esta región. Tiene tomate, pepino, pimiento, cebolla roja, aceitunas negras, sal, pimienta negra, orégano, aceite de oliva y queso feta. Muy refrescante.


gastronomia-serbia-croacia-31

Esta ensalada costó 230 dinares (menos de €2)


Podría vivir a base de entradas: la sopa es otra de mis comidas preferidas. En este caso, sopa crema de champignones, aunque un poco líquida para mi gusto (la sopa crema me gusta más espesa).


gastronomia-serbia-croacia-30

Precio: 180 dinares (€1,50)


Habíamos ido a Subotica —la ciudad más húngara de Serbia— con idea de probar platos húngaros, pero terminamos comiendo ensaladas.


* Mokra Gora: larga vida a los buffets baratos

Los buffets son un buen invento para quienes comen mucho. Si bien soy de buen comer, en general no me rinde ir a estos tenedores libres porque: a) como tanto que después no me puedo mover y me siento mal, b) gasto de más y al tercer plato ya me llené.


gastronomia-serbia-croacia-33


El día que visitamos Drvengrad —el pueblo construido por Kusturica— se nos hizo tarde y cuando quisimos ir a cenar nos dimos cuenta de que estábamos en un pueblo donde todo cerraba temprano. Un poco resignadas, dimos una vuelta por los restaurantes de Drvengrad creyendo que todo iba a ser muy caro, pero tuvimos una sorpresa: buffet por 600 dinares (€4). Así que entramos a llenar los platos: ensalada, guiso, carne, pescado, pasta de pimiento, aceitunas, queso fresco. Esa noche dormimos como bebés.


gastronomia-serbia-croacia-32


* Zlatibor: debería haber puestos callejeros de panqueques en todo el mundo

Hay comidas que se venden solas. Si voy caminando por la calle y siento olor a panqueques con dulce de leche, yo freno. En varios países de Europa encontré puestos de crepes y de palacsinta (panqueques húngaros) en la calle, y la verdad que me parece un gran invento vender esto en las veredas, sobre todo los domingos (los domingos son días de panqueques).


gastronomia-serbia-croacia-37

Este panqueque doble con Nutella nos costo 260 dinares (€2,10)


zlatibor-serbia-panqueques-1

Gentilmente preparados por esta señora que tenía una máquina fantabulosa para estirar la masa sin esfuerzo y hacer el panqueque. Otra que la trenmetrocicleta (o no sé cómo es que se llama eso, pero para mí tiene nombre de máquina para hacer panqueques).


Caímos en Zlatibor haciendo autostop desde Mokra Gora. No sé si es porque era domingo, pero nos pareció una ciudad rara. Zlatibor está a 1000 metros de altura y es un resort de invierno. En primavera, que es cuando fuimos, había nenas montando unos unicornios con ruedas —lo juro, va en un próximo post de fotos—, souvenirs que no sabemos quién compra —pelucas violetas y guantes (?) para partes del cuerpo que no ven el sol—, castillos inflables y puestos de pochoclos. Todo muy de feria.


gastronomia-serbia-croacia-39


gastronomia-serbia-croacia-35


Le pregunté a este señor si podía sacarle una foto y quise comprarle una manzana, pero cuando se la iba a pagar me dijo que no y me la regaló.


gastronomia-serbia-croacia-60

Otra cosa que vimos por todas partes durante este viaje: los puestos callejeros de frutas. Acá es época de cerezas y están buenísimas.


* En el tren: pedimos algo para comer y nos trajeron esto

gastronomia-serbia-croacia-40
gastronomia-serbia-croacia-41

Fue en el último tren que tomamos en Serbia. Llegamos con el tiempo justo y no desayunamos pensando que en el tren habría un vagón comedor, pero no. Tampoco nos daba el tiempo para bajarnos y comprar comida porque el tren ya se iba. A mitad de camino, Lau habló con el señor que pasaba vendiendo café y lo convenció de contrabandear comida para nosotras. Le dimos los últimos dinares que nos quedaban y le pedimos algo que nos comprara algo para poder hacernos sandwiches. Recibimos un pedazo de pan, tres yogures y una bandeja de salame. La intención es lo que vale, así que igual lo comimos contentas, pero nos quedamos con un poco de hambre.


* Kastav: la comida de mamá

Creo que todos estamos de acuerdo en que no hay mejor comida que la que prepara una madre —que no tiene por qué ser la propia, con que sea madre alcanza—. Podés ir al mejor restaurante de la zona, pero la comida hecha en casa tiene otro sabor. Sin miedo de caer en cursilerías —aunque voy a caer— me animo a decir que la comida materna es tan rica porque está hecha con amor.


gastronomia-serbia-croacia-44


En Kastav, un pueblo croata muy cerca de la costa, decidimos hacer Couchsurfing. La que nos recibió en su casa fue G., madre de dos chicos. El perfil estaba a nombre de uno de sus hijos, de 16 años, pero la verdadera couchsurfer era ella, la mamá. “Me encanta viajar y sueño hacerlo así como ustedes, pero ahora con mis hijos no puedo, por eso quiero recibir gente en casa, porque es un poco como viajar. Le pedí a mi hijo que se abriera el perfil porque yo no hablo bien inglés y, además, ¿quién va a querer quedarse con una mujer de 40?”. ¡Nosotras! Estar unos días con ella fue como estar en casa.


gastronomia-serbia-croacia-45


Pasamos largas horas sentadas en la mesa de su jardín, rodeadas de flores, comiendo y charlando. Nos contó que la casa en la que vive la construyó con su marido, e incluso nos mostró el álbum de fotos en el que se veía cómo el terreno pasó de ser un bosque a ser un hogar.


gastronomia-serbia-croacia-50


Todos los días nos cocinó algo distinto y, si bien le pedimos que por favor no trabajara para nosotras y le dijimos que podíamos cocinar, ella insistió: “Ustedes son mis huéspedes y a mí me hace feliz prepararles comida”. La hospitalidad es bidireccional: también hace feliz a quien la da.


gastronomia-serbia-croacia-49


gastronomia-serbia-croacia-51


Fue difícil irse de su casa. Más allá de la comida, fue lindo tener los cuidados de una madre por unos días.


* Autostop y chipirones

Durante este viaje nos movimos mucho en tren pero también hicimos bastante autostop, sobre todo para tramos más cortos. Hubo un día que fue bastante agotador: esperamos horas bajo el sol a que nos levantaran, todos los conductores del día se pusieron de acuerdo en decirnos que lo que estábamos haciendo era muy peligroso y que que cada tantos años había noticias de chicas asesinadas en la ruta, después nos levantó un camionero que me puso muy incómoda porque me miraba las piernas así que le pedimos que nos dejara antes, tuvimos que esperar el tren como cinco horas en una estación vacía de madrugada, y así.


Y como soy de las que usan la comida de consuelo, esa noche sentí que me debía algo rico y me pedí un plato de algo que me enloquece: chipirones (calamares) a la plancha.


gastronomia-serbia-croacia-52

Precio de este plato: 47 kunas (€6). Mucho más barato y abundante que en Francia, que es mi parámetro en este momento (en Biarritz y todo el País Vasco se sirven mucho los chipirones, pero un plato cuesta arriba de €10)


* Split: un tour gastronómico fallido que terminó mejor de lo que esperábamos

gastronomia-serbia-croacia-53


Cuando llegamos a Split hacía 38 grados a la sombra. Lo bueno es que estábamos al lado del mar, lo malo es que la costa mediterránea de Croacia es muy turística y bastante cara. Una de las primeras cosas que hicimos fue tomarnos un batido de frutas. Después, mientras buscábamos alojamiento, hicimos una pausa para tomar un café y usar el wifi.


gastronomia-serbia-croacia-55


El café era orgánico y delicioso, y como a las chicas del local les caímos bien nos regalaron dos vasitos con helado artesanal.


gastronomia-serbia-croacia-54


Conseguimos un USE-it map de Split (me encantan porque están hechos por gente local, con recomendaciones y lugares por fuera del circuito turístico tradicional) e hice una lista de los lugares por los que quería pasar. Entre ellos anoté una cantina que al parecer preparaba la mejor ensalada de pulpo y un local de degustación de aceitunas. Así que la primera noche salimos en busca de ambos en plan tour gastronómico. El lugar del pulpo estaba cerrado y el de aceitunas en realidad no era de aceitunas sino de aceites de oliva (en mi emoción solo leí olive y no leí la parte de oil, y enseguida le dije a Lau ¡hayunlugardeaceitunastenemosqueir!).


gastronomia-serbia-croacia-59

Yo me esperaba algo así pero con cincuenta tipos de aceitunas.


Me desilusioné un poco y me agarró una pereza que suele aparecer cuando como afuera muy seguido: me cuesta elegir dónde sentarme a comer porque un lugar me parece caro, el otro no me tienta, acá no hay lugar, allá está muy vacío, este no tiene el plato que quiero, este no me gusta y un largo etcétera. Cuando estoy cansada, sobre todo, me pongo quisquillosa.


gastronomia-serbia-croacia-61

Este plato costó 50 kunas (€6.60).


Pero al final el falso tour gastronómico terminó bien. Encontramos un lugar que parecía bastante local —Split es muy turístico— y comimos estos riquísimos pimientos rellenos con puré de papas y una ensalada de pulpo. Viva el puré de papas, cómo me gusta.


gastronomia-serbia-croacia-62

Ensalada de pulpo: 60 kunas (casi €8). Compartimos ambos platos.


Gracias al mapa también encontramos un lugar de comida vegana así que al día siguiente almorzamos ahí.


gastronomia-serbia-croacia-57


* Milna: los sandwiches de jamón y queso también son gastronomía viajera

Creo que no hay comida más viajera que los sandwiches preparados en la vereda o en el pasto. A veces suelen ser la opción más barata y la verdad es que siempre te salvan, pero después de vivir cinco días a base de sandwich me termino cansando. En este viaje no apelamos tanto al sandwich salvador porque la comida en general era barata, pero hubo un día que nos la pasamos de picnic.


gastronomia-serbia-croacia-63


Fue en la isla de Brac, en Croacia, donde hicimos Couchsurfing en un velero estacionado sobre tierra. Nos dijeron que a media hora de caminata había una playa de agua turquesa así que ni lo dudamos: salió picnic a orillas del mar. Fue un picnic medio caro, eso sí, porque el único mercado que había cerca era el de la Marina y la verdad que se emocionaron un poco con el monopolio (más tarde, cuando fuimos a otro super, nos dimos cuenta de que habíamos pagado casi el doble por todo). Compramos lo mínimo indispensable: pan, jamón, queso y un pepino. Armamos sandwichitos, nadamos en el mar turquesa y dormimos una siesta épica sobre las rocas.


gastronomia-serbia-croacia-64


A la noche encontramos el otro super, agregamos un par de cosas más e hicimos el picnic de cena: pan, jamón, queso, tomate, mozzarella, pickles, tomate, pepino, choclo, queso untable, banana, yogur. Entre las dos compras, gastamos unos €12 entre las dos. Caro, comparado con los precios anteriores. Pero hay que tener en cuenta que estábamos en una isla, donde las cosas siempre son un poco más caras, y que cuanto más te acercás a Split y Dubrovnik, más se empieza a encarecer todo.


* Dubrovnik: listo, me terminé el atún, apagame la música

Dubrovnik fue nuestra última parada, así que decidimos pasar tres noches ahí para relajarnos un poco y poder conocer la ciudad, las playas y los alrededores con más tranquilidad. Nunca nos imaginamos la horda de turistas que nos encontraríamos dentro de la ciudad amurallada. Ya sé, es uno de los lugares más lindos de Croacia, es el escenario de Game of Thrones, tiene buena comida y playas turquesas, pero ohdiosmío, cuánta gente. Hace mucho que no estaba en una ciudad tan visitada.


Una foto-adelanto de Dubrovnik (se viene un post fotográfico del viaje, pero no ahora porque este ya está demasiado repleto)

Una foto-adelanto de Dubrovnik (se viene un post fotográfico del viaje, pero no ahora porque este ya está demasiado repleto)


gastronomia-serbia-croacia-66

En una de las tantas panaderías compramos burek relleno de papa.


gastronomia-serbia-croacia-67

Una mañana salí a caminar temprano (antes de las 7 am) y pude ver los preparativos del mercado de frutas, verduras y flores.


gastronomia-serbia-croacia-69

La comida mediterránea estaba por todas partes. Y la pizza también.


El último día tuvimos una invitación muy especial: ExperienceDubrovnik, la oficina de turismo de la ciudad, nos dio la bienvenida con una visita guiada por el centro histórico y un almuerzo de cortesía. Dejamos que nuestra anfitriona eligiera los platos, así que probamos varias cosas típicas de la región.


gastronomia-serbia-croacia-70

Este jamón que estaba espectacular.


gastronomia-serbia-croacia-71

Una tabla con varios tipos de quesos. Delicioso. Ya dije que me encanta el queso.


gastronomia-serbia-croacia-72

Carpaccio de pulpo


gastronomia-serbia-croacia-73

Ensalada capresse


Esta ensalada que me encantó: manzana verde, nueces,

Esta ensalada que me encantó: manzana verde, nueces, lechuga y pasas de frutos rojos.


gastronomia-serbia-croacia-74

Y filet de atún con semillas de sésamo.


Listo, era lo que me faltaba para dar por terminado el tour gastronómico. Me fui con la panza llena.


* Para todo lo demás, existe el rakija

gastronomia-serbia-croacia-24


“El rakija sirve para todo: si te duele la cabeza, si estás mal de la panza, incluso si tenés fiebre te ponés un pañuelo con rakija en la frente…”, nos dijo un croata.


El rakia es un brandy de frutas que suele tener 40 por ciento de graduación alcohólica, pero que hecho en casa tiene de 50 a 90 por ciento. Es la bebida nacional de Albania, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria, Croacia, Macedonia, Montenegro y Serbia, aunque cada país tiene sus variantes y costumbres para tomarlo. En general se produce a base de ciruela, damasco o uvas. En Croacia es la bebida espirituosa más popular, y cada región tiene su variedad: con mrtina, con nueces, con miel. Serbia es la nación que más rakia produce y consume en el mundo.


Se toma en vasos pequeños y también se puede servir caliente, con miel o azúcar y especias, sobre todo en invierno. Es la bebida más popular de la región y les aseguro que no se van a ir sin probarlo. El problema es que es muy rico… Al principio me recordó al palinka, el brandy húngaro, no tanto por su sabor sino por eso de que cura todo. Una vez estaba en Budapest, en lo de mi familia, y les dije que me dolía la panza. Me dieron un vaso de palinka y se me pasó. El rakia tiene el mismo efecto.


* Posdata: sí, comí pizza y no me arrepiento

gastronomia-serbia-croacia-2


Eso. Comí pizza. Varias veces. Enteras y en porciones. Con jamón, con ananá, hasta con pedazos de maíz. Y lo volvería a hacer.


Este post forma parte de la serie Desafío Serbia Croacia, un viaje en conjunto con Lau de Los Viajes de Nena. Nos fuimos tres semanas a Serbia y Croacia con diez desafíos por cumplir, y los relatamos en nuestros blogs, yo los impares y ella los pares. Pueden leer el Desafío #10: Poder gritar a los cuatro vientos “This is Croacia” en el blog de Lau. Con estos posts terminamos la serie, aunque aún quedan cosas por compartir. Estamos preparando una guía práctica por si quieren hacer un viaje por la región, así como fotoposts y mini-desafíos. Agradecemos el apoyo de Eurail en este viaje de desafíos.

La entrada Desafío Serbia Croacia #9: no comer pizza aparece primero en Viajando por ahí.

Aniko Villalba




 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 01, 2015 16:53

Aniko Villalba's Blog

Aniko Villalba
Aniko Villalba isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
Follow Aniko Villalba's blog with rss.