Pablo Poveda's Blog, page 61

March 26, 2016

Rectificar es de sabios

Puede que algunos me hagan la cruz cuando cuente esto aunque, lo cierto es, que si no funciona, hay que cambiarlo. Tras mucho pensarlo, he decidido cambiar el título de Ella Es Punk Rock por La chica de las canciones.
¿Por qué? Muy sencillo. Esta novela, una de mis favoritas, fue publicada en 2013 cuando me mudé a Varsovia. Me llevó meses de trabajo y puse mucho cariño en ella. Creo que es la novela más personal, con tintes de ficción y realidad pero, a fin de cuentas, una historia entrañable. La cuestión es que en el mundo en el que vivimos, el título cuenta mucho, así como el aspecto del libro. 

Ella es punk rock era un buen título, pero limitaba la historia a ciertos círculos reducidos. Con La chica de las canciones quiero darle una segunda oportunidad, porque las ventas habían sido muy pequeñas si comparamos con las otras novelas y bueno, uno tiene que jugar bien sus cartas. Por entonces, cuando publiqué el libro, no tenía mucha idea de cómo funcionaba todo este mundo. La portada, era arriesgada. Aún así, la novela está intacta, sin cambios en cuanto a su contenido. Sólo el título. ¿Vendido? No escribí el Rocket To Russia, tampoco.

Dejo unos enlaces que en su día hicieron ruido, por si queréis saber un poco más.

Artículo en Gonzo
Reseña en RBCStarbooks Radio (Podcast)La Colina 45 programa nº153 (Podcast)

Amazon todavía está haciendo cambios y la portada es la vieja (dadles tiempo), pero he decidido arrancar una promo a 0.99€ con el lavado de cara. La puedes conseguir aquí si no leíste Ella Es Punk Rock: Amazon ES | Amazon US

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Published on March 26, 2016 03:09

March 24, 2016

Conectando puntos

La primavera me trae un catarrazo de mil demonios, pero saco fuerzas de mis adentros e intento dejarme llevar por los delirios del resfriado para pescar alguna idea. Me encuentro en ese momento en el que uno termina su historia por primera vez, ata cabos, da punto y final, pone el broche de su novela -y también llora un poquito por dentro-. 

Ha costado horrores -ya hablaré de esto otro día-, pero lo he sabido llevar con diligencia. Sin embargo, he visto que algo ha cambiado a lo largo de este libro, que ya no hay pop entre mis frases y que la disciplina es la base de la creatividad. Las historias se mueren como las plantas si no las alimentamos. Por suerte, he estado cuidando a un cacto que necesitaba algo de agua.
Me encuentro en el precipicio, mirando al horizonte, sabiendo que nadie me va a entender y que voy a decepcionar a muchos lectores por no darles un poco de ese aguardiente que huele a best-seller. Esto es un poco lo que piensa la persona que escribe, porque, después de todo, las inseguridades siguen ahí, en el mismo lugar que estaban antes de empezar un camino de 250 páginas. 

El Aprendiz acaba como nadie lo espera, ni como ningún lector desea -o quizá, sí-. Ni incluso yo quería que terminara así, pero al igual que existen las costelaciones y un bar con nombre similar en el centro de Madrid, miro atrás y las páginas polvorientas toman forma y utilidad. Todo se conecta. Me pregunto en qué momento se desconectará todo.

Por cierto, tengo una página en FB donde interactuar y todavía puedes leer una de mis novelas gratis. ¿Lo has hecho ya?

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Published on March 24, 2016 11:26

March 20, 2016

Johnny Ramone

Hace poco leí su biografía, Commando. Aquí algunas cosas que subrayé. Recomiendo a todos leerla, séase fan de Ramones o no. 

Yo supuse que haríamos una actuación conjunta con las demás bandas y tocaríamos en el mismo escenario. Tenía grandes aspiraciones y sabía que para iniciar un movimiento necesitábamos incluir otros grupos y conseguir influir en los jóvenes para que fundaran nuevos grupos, y que para eso no podíamos estar ahí fuera nosotros solos.

A pesar de que nunca he llevado reloj, me gustaba ajustarme a un horario y ser puntual: casi nunca me retraso: procuro llegar cinco minutos antes y me voy cuando me toca, incluso con el dentista. He sido así toda la vida; por ejemplo, no llegué nunca tarde al colegio. Siempre he pensado que si hacía algo, debía tomármelo en serio y hacerlo lo mejor posible, y lo aplicaba también cuando trabajaba en la construcción, aun cuando nunca creí que fuera definitivo. Entretanto, y mientras hacían las mezclas de ese primer álbum y lo preparaban para su lanzamiento, nosotros seguíamos tocando donde podíamos.

Hacíamos nuestro movimiento a imagen de los Beatles y nosotros éramos en él los Beatles, pero nadie más formaba parte.

Cuando empecé, creía que en este negocio, si eras bueno, te iba bien, pero no es cierto. Son las bandas que consiguen este tipo de promoción y empuje, con independencia de que sean buenas o no, las que triunfan de verdad. Y el trabajo duro ayuda, pero no es suficiente.

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Published on March 20, 2016 11:03

February 28, 2016

Simplifica

Desde
hace tiempo, me he dado cuenta de que la vida tiende a complicarse
más y más: internet, televisión, consumir, trabajo, familia,
poseer cosas, compromisos, comer bien… La lista no tiene fin.
Vivimos en busca de una vida fácil, sin complicaciones, aunque no
evitamos hacerla más tediosa.

Sobre
algunas cosas, no podemos hacer demasiado. Necesitamos un teléfono
móvil para trabajar, estar pendiente de cuenta de correo. Hemos
creado dependencias, necesidades absurdas. No obstante, podemos
aprender a simplificar, a quitarle importancia, a reducir el estrés.
Suena sencillo, bien, pero no lo es. La única forma de simplificar
es reduciendo algo a su esencia o hacerlo desaparecer.

Vivir en Varsovia no es fácil si te dejas llevar por el ritmo de una ciudad grande. Frente a eso, tengo algunas sugerencias que funcionan en esta vida 2.0:

Desconecta
internet
:
así de fácil. Internet es algo maravilloso, pero estando siempre
conectados nos mantiene distraídos. Si tienes que trabajar en el
ordenador, trabaja, pero apaga el router o tu tarjeta Wifi. Ponte
un espacio de tiempo diario en el que vivas desconectado y cíñete a
él. Date cuenta de que no es necesario.

Elimina
obligaciones y compromisos
:
haz
una lista de cosas que tienes que hacer, de citas a las que ir o
llamadas a las que atender y di no a una. Así de fácil. Di que no
puedes, que no estás disponible. Aprende a quitarte obligaciones.
Cada semana, elimina una.

Lee un libro: lee un capítulo diario fuera de tu pantalla. Papel o lector digital. Regálatelo, toma notas, piensa en soledad. 

No veas la tele: deshazte de ella. 

Deshazte
de algunas pertenencias:

somos lo que poseemos. Si no, prueba a deshacerte de algo, una vez
por semana. No es tan sencillo, ¿verdad? Tu mente busca siempre una
excusa, un uso nuevo. Tíralo o regálalo, no lo necesitas. Vas a darte cuenta de cómo te posee.

Pasea
15 minutos:

he escuchado a gente que dice que pasear es una pérdida de tiempo.
No seas una de esas personas. Sal a la calle, toma aire, respira, que
para eso vives. Deja tu música en casa, deja de ser autista y
diferente y da un paseo por el parque. Mueve las piernas, oxigena tu
cuerpo, aprecia la arquitectura y vive un poco. Nadie te echará en
falta y te lo agradecerás después de hacerlo.

Toma
té verde:

activa tu creatividad una vez al día, hazlo en silencio y disfruta
del momento. No pienses en nada, observa, desconecta. He reducido mi
dosis de café desde que bebo té verde, así como algunos problemas
de estómago y estrés.

Cambia de móvil: si eres radical como yo, usa un teléfono sin internet durante la semana. Verás lo poco que necesitabas usar WhatsApp en tu vida.

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Published on February 28, 2016 06:43

February 25, 2016

Conectados a un vórtice

Sale el sol, tras una nevada inesperada, una tregua y varios días de furia. No es novedad, pero uno nunca se acostumbra del todo. Me apeo del autobús, protegido por mi bufanda de cuadros como la de aquel político griego, aunque la mía es verde y me acompaña más de diez inviernos. Con la luz en la cara, el frío me azota los carrillos. Tomo el metro, dos paradas, y decido dar un paseo, ver la escarcha sobre los coches, el agua cristalizada en los charcos, el humo de las cafeteras. Desde hace tiempo, me aterra un poco lo que veo. No afecta a los jóvenes, sino a todos, nos afecta a todos: al taxista, a la panadera, al universitario. Tropiezo con una chica en las escaleras, y digo tropiezo por cortesía, porque es ella la que ha generado todo este embrollo al pararse a escribir en su teléfono. Están por todas partes, como los ultracuerpos.

En el pasado, tenían el poder aquellos que poseían la información, el conocimiento. Hoy, creo que la información no sirve de mucho, o sí, está por todas partes, está en la red, es más alcanzable que en ningún otro período, pero también es confusa, sesgada, subjetiva. Quien tiene una conexión a internet, tiene la posibilidad de aprender algo nuevo y desarrollarse sin excusas. Pero también, hoy, quien tiene el poder es aquel o aquella que vive consciente de su presente, quien es capaz de controlar sus pensamientos, tomando distancia de ellos, tomando distancia de proyecciones virtuales. En mi opinión, el desarrollo tecnológico no es criticable, de hecho, es increíble cómo han avanzado las cosas en los últimos años. Yo hago uso de ello. Por ejemplo, ahorro mucho papel, espacio y tiempo. Leo en mi lector digital y hago llegar mis libros a otras personas por todo el mundo. Pero la red es un agujero negro incontrolable para la mente, infinito, un generador de ansiedad, es un todo y nada, al mismo tiempo, real pero intangible, por tanto, imaginable. Nos hemos condicionado a una serie de hábitos innecesarios y se han convertido en un lastre invisible. No hay vuelta atrás, como no ha habido vuelta al Discman, ni al DVD ni a muchas otras cosas, ni falta que hace. No necesitamos una dictadura de medios televisivos, ni una imposición sobre qué o no ver, leer y escuchar, pero allá quien decida dedicar su tiempo con según qué tipo de vídeos. 

A veces, pienso que nos hartaremos de todo esto; otras, que la gente es así, y no hay más, y que, realmente, quien decide pasar sus horas mirando la vida virtual de otros, angustiándose por no recibir un mensaje, o anclado al e-mail del trabajo, es porque quiere.

En ocasiones, no pienso, respiro, como hoy, aire gélido, y me doy cuenta de que estoy vivo. La portera del edificio me dice que esto no es España y que está cansada del invierno, pero no importa, le digo, hace sol, hace un bonito día, y eso también me gusta, el resto, es secundario.

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Published on February 25, 2016 01:38

February 21, 2016

Herramientas para publicar tu ebook en pocos pasos

Se tiende a pensar que los escritores no somos más que personas ancladas en un pasado de papel, máquinas de escribir y cuadernos de anilla — nada más lejos de la realidad — . En el mundo actual, existe una gran comunidad de escritores que se preocupan por sus necesidades digitales. La llegada de los libros digitales ha supuesto una transformación en el modo de escribir, así como en el de concentrarse. Aunque la mayoría no pasan de abrir su documento de MS Word, muchos otros, han buscado alternativas para liberarse de los bugs, los elementos superfluos y las distracciones innecesarias.

En mi caso, como otros, siempre me ha obsesionado la evolución de los procesadores de texto. Hace mucho tiempo que en mi ordenador portátil no existe Microsoft y ninguno de sus programas. Hoy más que nunca, los autores tienen todas las posibilidades en su mano para publicar un libro en formato digital (y en papel, si lo desea) usando software libre desde la creación hasta el acabado final. Internet y las licencias abiertas lo han hecho posible, o lo que es igual: los usuarios y programadores. Publicar y tener éxito no depende nunca más de maquinaria o intermediarios (pero este tema iría en otro artículo). Hoy quiero compartir algunas herramientas para toda aquella persona que lleve dentro (o fuera) un escritor en ciernes.

La creación

Existen muchos programas para redactar. Unos más y otros menos conocidos. Destacaré aquellos que considero más útiles porque resultaría imposible enumerarlos todos.

En primer lugar, cuando desarrollo la trama y las escenas de mi libro, me limito a usar LibreOffice. La suite libre es de sobra conocida para los usuarios de Linux, Windows y OS X. Durante mucho tiempo usé OpenOffice pero me cansé por una cuestión de fluidez y estética. Uso Calc para enumerar los capítulos y Writer para desarrollar la primera sinopsis.

Cuando llega el momento de escribir, es importante tener un programa libre de distracciones. En el futuro (y como la industria indica), el tamaño de la novela importará a los editores si deseamos escoger el camino tradicional. La extensión siempre se cuenta por el total de palabras que escribimos y no por el número de páginas que ocupa el documento. Por tanto, resulta imprescindible usar un programa que cuente el número de palabras.

Uso Focus Writer para escribir en pantalla completa, sin distracciones y limitado por las líneas que redacto. Este software es libre y es multiplataforma. Ofrece la posibilidad de guardar nuestro documento en RTF, ODT o TXT. Normalmente me limito a copiar lo que escribo en una sesión y pegarlo en un documento final de LibreOffice en el que tengo el manuscrito. Existen otros como JDarkRoom y también de pago. Focus Writer ofrece la posibilidad de cambiar de tema y personalizarlo como si escribieras en el viejo WordPerfect.

He leído en internet que algunos autores escriben sus novelas en emacs. Siempre he sentido curiosidad en usar este programa, pero su dificultad me echa hacia atrás (escribo, no programo). Aún así, los más curiosos pueden ver un manual aquí.

La edición

Una vez terminado nuestro manuscrito con formato en LibreOffice, existen varias opciones. Normalmente y debido a mi conocimiento limitado, utilizo una extensión de LibreOffice llamada Writer to ePub (Writer2ePub) que convierte mi documento ODT en ePub con un pequeño asistente. Es un método rápido y efectivo para los que, como yo, no sepan demasiado. Otros prefieren convertir su documento TXT con otras aplicaciones como Calibre o usar páginas de conversión. Recomiendo Writer2ePub. Una vez listo nuestro documento digital, sólo nos quedará darle el último retoque.
Para ello, la artillería pesada. Mi programa por excelencia para editar ePub en este caso se llama Sigil y es libre y multiplataforma (como todo el software mencionado aquí). Sigil hará las delicias de los que dominen código html y de los que no. Con él, podremos crear un TOC (tabla de contenidos), añadir hiperenlaces, modificar los metadatos, eliminar basura residual (si la hay) y añadir la portada de nuestro libro. Una vez limpio, tendremos preparado nuestro ePub para su distribución.

El diseño visual

Existen alternativas libres para diseñadores, aunque este es el campo que más desconozco de todo el proceso. El caso más conocido es GIMP. Sin embargo, no es del todo intuitivo y para algunas tareas, el resultado no es el esperado. Esto no quiere decir que debamos regresar al impuesto Photoshop. No.

Gracias a las plataformas que ofrecen fotografías bajo licencia cero (como el caso de All The Free Stock), podemos obtener fotos profesionales gratuitas o bajo una mera mención. Para realizar portadas, hace tiempo que trabajo con Canva, una web que ofrece gratuitamente un editor simple pero con resultados profesionales. Sólo necesitamos el navegador para después exportar nuestro resultado.

Con esto, una persona puede escribir y editar su libro electrónico de principio a fin y ponerlo a disposición de otros. Recomiendo usar una licencia Creative Commons (yo lo hago en mis libros) así como evitar los DRM.

En cuanto al mercado digital, es un tema que nos llevaría horas. Quizá otro día, ¿no?

No olvidéis dejar vuestros comentarios y recomendaciones.

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Published on February 21, 2016 13:28

February 13, 2016

Cómo crear un personaje de ficción desde el minimalismo

En muchas
ocasiones, cuando hablamos de escribir, se tiende a confundir “encontrar
una historia” con “contar bien una historia”. Para lo primero, hace
falta inspiración, teclear mucho y un par de agallas para dejar la
procrastinación a un lado. Para lo segundo, además de lo primero,
necesitamos tener talento y una voz propia.

Como
escritor independiente que vive fuera de su país (y se autoedita), me
encuentro con gente que me habla de sus problemas sin saber a lo que me
dedico, si escribo o no, o si, simplemente, puedo aportar algo. Sin
duda, el problema más grande de una historia, reside en sus personajes.
No obstante, Algunas de las frases más pronunciadas son estas:
“Quiero escribir una novela, pero todavía no tengo tema…”
“Tengo una historia, pero no termina de convencerme.”
“Estoy
bloqueado, me falta la inspiración y no puedo escribir (y prefiero
hacer cualquier otra cosa antes de sentarme frente a la pantalla)”.
A los dos primeros, les doy una respuesta. Al último, una palmadita en el hombro.

Si
buscamos en internet, hay miles de manuales sobre cómo escribir una
novela. Teoría y más teoría que no sirve de nada si no practica.
Honestamente, no perdería demasiado el tiempo en leer demasiados libros
de este tipo. Sin embargo, no está de más leerse alguno, aunque si no
estamos por la labor, mejor echarle un vistazo a los consejos que muchos
escritores famosos dejaron de legado.

image

Como
escritores (se dice de aquel que cobra por sus escritos, ¿no? Entonces
creo que puedo denominarme como uno), no hay mayor inspiración que la
vida propia. Tendemos a irnos por las ramas -hablando firme y claro-
cuando se trata de nuestra historia, olvidando que no hay mejor ficción
que la propia realidad. Como minimalista respecto a la praxis, he
entendido que toda (y digo TODA) historia tiene un reflejo directo,
fácil y sencillo, en la vida de otras personas.

Si
eres juntaletras como yo, y estás atascado o atascada, llevas días sin
dormir y tienes a un puñado de personajes desinflados y sin vida, prueba
a hacer este simple ejercicio minimalista que impulsará tu creatividad.

A
lo largo del tiempo, he conseguido analizar a mi “YO ESCRITOR” y
desglosarlo en una serie de problemas situacionales que llevaban a
callejones sin salida. Estos problemas, siempre se excusaban en el
famoso bloqueo del escritor o en una historia que cojeaba. No es una
ciencia exacta, sino lo que me ha funcionado, más allá de ser incapaz de
poner en práctica lo que dictaban los manuales.

PROBLEMA 1: Quieres contar una historia. No sabes por dónde empezar.

¿Realmente
quieres escribir una novela porque tienes algo que decir? ¿Quieres
escribir la novela para vacilar con tus amigos? ¿Porque está de moda?
Piénsalo, porque requerirá tiempo, esfuerzo y pocas recompensas. Si tu
novela es un bodrio, te lloverán palos por todas partes.

Hay
que partir de la necesidad de querer contar algo. No importa si es
vital o no para el resto del planeta Tierra si sí que lo es para ti.

¿Qué debe saber el mundo que hasta el momento desconoce?

¿Quieres compartir alguna enseñanza?

Punto 2.

Antes de escribir, debes tener algo en cuenta. Escribir para que otros nos lean, es un ejercicio de CONEXIÓN.

¿Recuerdas
a ese profesor de [insertar aquí nombre de asignatura] que daba unas
clases infumables? ¿Y cuando no escuchabas a tus padres? ¿Y las
discusiones con esa pareja que parecían interminables?

Todas esas personas buscaban conectar con ellas mismas.

Si buscas lo mismo, así será tu novela, un coñazo.

Antes de seguir, dedica varios segundos a pensar qué quieres con la novela.

¿Dinero? ¿Fama? ¿Lectores bailándote el agua? Error.

No se trata de eso, de verdad.

Piensa si realmente quieres conectar con alguien y si estás dispuesto a esforzarte.

PROBLEMA
2: Tienes historia, genial. No tienes personaje (admítelo, tienes
demasiadas ideas y un montón de páginas infumables que no llegan a
puerto).

-Espera un momento, mi problema es diferente, está en los personajes, ¿sabes? Como que les falta vida…

PROBLEMA
2 y MEDIO: Tienes personajes que no sirven demasiado = no tienes nada.
Busca a un protagonista y a su peor enemigo (un buen cabronazo).
Después, encuéntrales un par de amigos.

-Sí, sí, todo eso lo tengo. Pero son las necesidades de los personajes… la gasolina, que no prende…

SOLUCIÓN AL PROBLEMA

ESPACIOS MUNDANOS

Uno
de mis escenarios favoritos es el supermercado. Todos tenemos uno al
que vamos normalmente (si compras online siempre, analízate a ti mismo).
Prueba a ir un sábado, que es el día en que muchos hacen las compras
semanales y llenan los carritos. Cuando nos damos una vuelta por el
supermercado, tendemos a encontrar personajes de todo tipo
(excluyéndonos a nosotros mismos, que somos la omnipresencia). Si somos
un poco agudos, no hay más que echar un vistazo a lo que tienen en sus
cestas, para empezar a crear la historia. Hay de todo. Personas tacañas,
con problemas de alcohol, de sobrepeso, de higiene… ¿No me crees?
Vuelve a mirar. Observa lo que hay, lo que comen, lo que beben y ata
cabos. Mientras lees estas líneas, puede que mires con cierto
escepticismo a mi teoría, pero los personajes de ficción tienen las
mismas debilidades que los de carne y hueso. Si te das una vuelta y
echas un vistazo a ese chico (o chica) que deambula con la cesta de
pizzas congeladas, cerveza barata y un paquete de pasta, puede que no te
resulte adivinar cuál es su estilo de vida, si estudia o trabaja o si
va al gimnasio o no (eso sin hablar de su apariencia). A partir de ahí,
tendrás las respuestas a tus por qués, y pronto te darás cuenta de que,
probablemente, hay una historia detrás: un camino del héroe que no se
decide a empezar, una caída monumental de la que está a punto de
renacer.

Cabe mencionar que duele bastante cuando nos analizamos a nosotros mismos.

Este es un simple y minúsculo ejemplo de lo que unos pocos detalles son capaces de hacer, de decir, de transmitir.

Si
a tu personaje le falta un poco de vida, ponle la salsa que le sobra a
tu vecino, y más tarde, si te decides a escribir fantasía, sólo tienes
que añadirle unos cuernos, una cola de lagarto y un pendiente en la
nariz.

Esta
teoría no descubre la penicilina, aunque puede que te ayude a abrir los
párpados un poco más. Cualquier escenario en el que haya dos o más
personas (tú y alguien más, claro está), te servirá. Al escribir mis
historias, siempre me he basado en cosas que a) he vivido y que b) he
visto. Nuestra mente tiene la agresiva necesidad de cerrar lo que abre
(de ahí que funcionen tan bien el Cliffhanger, ¿verdad?). Recuerda la
serie “Lost” y la famosa teoría de las capas de cebolla.

Vete
a respirar el aire y vive un poco, tómate un café en alguna cafetería y
escucha una conversación ajena. En mi última novela, decidí abordar la
moda “new-age” y el florecimiento de las nuevas sectas budistas en la
Costa Blanca, gracias al reflejo (y vivencias) de otras personas, de
gente cercana a la que no tuve más que ver, visitar sus casas y escuchar
un poco sus historias. Eso fue hace más de seis años, pero la
información estaba ahí, latente en mi memoria (y un poco de Google, más
tarde): una persona que había perdido su rumbo tras una ruptura y
necesitaba aferrarse a algo. Después, el ejemplo se multiplicaba en
diferentes escenarios (por ejemplo, en lugar de Buda, una botella de
vodka).
¿Acaso Darth Vader no se aferró al lado oscuro, buscando una
solución fácil y rápida (en lugar de luchar y dejarlo marchar, como buen
caballero Jedi) para salvar a su mujer e hijos? Esta persona hizo lo
mismo, pero para salvarse a sí misma.
-Pero no es lo mismo
-Lo mismo es, Padawan.

image

Cada
vez que voy a Tesco, encuentro a posibles estrellas del rock que no
llegaron a nada, adolescentes con desórdenes alimenticios, jóvenes
desinhibidos, rebeldes con ganas de romper las cadenas de sus padres y
otros que ya se han cargado por completo su presente, futuro y pasado.
Nos entusiasmamos con Kerouac o con Tolkien, pero lo mismo da un hobbit
agarrado que cuatro balas perdidas. En un borracho marchitado que espera
su turno, puedo ver a un Vader, a un Ciudadano Kane, al Joker de Batman
o cualquier persona capaz de convertirse en el héroe o villano de tu
historia. Todo depende de tu prisma, de tu forma de distorsionar la
realidad.

Como
escritores, nuestra función es contar todas esas historias de las que
nadie hará eco ni publicará en enciclopedias, a la vez que logramos
retener más atención que un estado de Facebook. A veces, nos
obsesionamos con hablar de nosotros mismos todo el tiempo, como si
fuéramos el ombligo del mundo, cuando, desde mi punto de vista, es más
sencillo e interesante observar y transmitir lo que viven otros (y que,
por suerte o desgracia, no podemos experimentar por nuestra cuenta).

Todos
nos hemos visto alguna vez en el Neo de Matrix, buscando la píldora y
dándonos cuenta de que, tras un tiempo, salimos de la matriz (ciudad,
pueblo, estudios, amigos y un largo etcétera) cuando empezamos a tomar
nuestro rumbo, ¿verdad?

Recuerda
que, en estos tiempos que corren, la atención vale oro. Cuando alguien
nos lee, tenemos que cautivar a esa persona, tocar con el corazón, darle
una razón y un puñado de emociones para que continúe leyendo y aprenda
la lección, y la mejor forma es haciéndola conectar con nuestra historia
(aunque sea un puzzle de piezas ajenas). Una vez más, repito, piensa en
aquel profesor y en aquellos días en los que no había dios que
conectara contigo. Entonces, no había alternativa, tenías que aguantar
hasta el final, pero hoy, es diferente, tu libro es reemplazable y el
tiempo es un lujo escaso.

Por
tanto: simplifica. Si no sabes sobre quién escribir, si no eres capaz
de dar vida a tus personajes de ficción, vete a lo básico, que no es más
que la vida misma.

Abre la puerta, sal a la calle, toma prestado un presente de alguien, escribe tu historia.

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Published on February 13, 2016 12:05

February 10, 2016

Podría ser la portada de La Isla del Silencio.



Podría ser la portada de La Isla del Silencio.

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Published on February 10, 2016 04:54

February 7, 2016

En esta vida, no vale rendirse.



En esta vida, no vale rendirse.

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Published on February 07, 2016 01:04

February 3, 2016

Pirañas de plástico

En agosto de 2012 escribí esta historia. Recuerdo que fue después de mi periplo por el Báltico. Fue parte de el germen que dio lugar a Motel Malibu. Estaba en un momento muy crítico conmigo, con todo, con todos.

No conocí a ninguna Irina, no como la que describo. Sin embargo, recuerdo que me pidieron un texto sobre relaciones personales y prejuicios, y la llevé al terreno literario, cogiendo un poco de aquí, de allí, sobre todo, de historias ajenas que había escuchado en barras de bar. El amor muchas veces no es lo que esperamos cuando no encaja en nuestro molde de ideas y prejuicios. Esta es una historia de amor, prejuicios y personas. Nada que no haya ahí fuera. Que cada uno lo tome como quiera, y que nadie lo entienda como que lo que no es.


ORGULLO Y PREJUICIOS

Bajo la luz matinal
que entraba por la ventana, Arturo escribía códigos de programación
en el terminal de su escritorio. Una subcontrata de Microsoft le
había financiado un proyecto de dos años, un videojuego para X-BOX.
Sin terminar Ingeniería Informática, Arturo trabajaba como
programador independiente a tiempo completo. Había arriesgado toda
su vida en ello, futuro, estudios y familia. Todo tenía que salir
como estaba planeado. No existía muestra de error que pusiera a él
y a su familia en un apuro económico. Arturo tenía claro que había
que prescindir de ciertas cosas en la vida para acceder a otras mucho
mejores. En su caso, había dejado a un lado las relaciones sociales.

No sé lo que es una
cita, no tengo dinero, ni amigos. Ni siquiera podría recoger a la
chica en mi coche, ni pagarle la comida. En todo caso, podría
pagarme mi comida y compartirla, pensaba mientras escribía líneas
de códigos interminables que una persona de a pie sería capaz de
entender.

Caminó hasta la
ventana, agarró una lata de Pepsi calentorra y observó durante unos
minutos a la camarera rusa del único bar de la calle. La chica
moscovita fumaba y fumaba, terminaba uno y se encendía otro. El bar
estaba vacío. También hablaba con algunos vecinos. Una pareja de
hermanos que llevaban el negocio familiar de fontanería en el
barrio, disparaban piropos a la pobre Karenina, que a pesar de estar
lejos de ser la mujercita del libro, se conformaba con vestir un
delantal negro y un moño en la cabeza.

—¿Cómo se
llamará? —se preguntó Arturo desde su habitación —. Algún día
lo sabrás, Arturo, algún día…

Decidido, cogió su
chaqueta y se plantó delante del espejo del aseo.

—Hola ¿Conoces a
alguien que dé clases de ruso? —dijo —. No. Es demasiado
artificial. Hola ¿Te gustaría cenar algún día conmigo? Oh,
mierda. Das pena —se lamentó y salió del apartamento. Al entrar
al ascensor, Marcus se encontraba dentro. Un treintañero sueco
acomodado con la mirada lasciva.

—Qué tal —dijo
Arturo.

—¿Bajas?
—preguntó Marcus.

—Sí.

—Al trabajo,
¿verdad?

—No. A tomar un
poco de aire —contestó Arturo y miró al suelo. Arturo odiaba los
ascensores. Para él, los ascensores eran el invento del mal, la
creación de un torturador. Un espacio asimétrico que parecía lo
contrario. No existen puntos de apoyo donde uno descanse su vista sin
sentirse amenazado por la invasión física del que tiene al lado. No
existe un punto ciego donde el ojo humano pierda la percepción de
que el otro le está mirando, porque por mucho que uno gire su cabeza
hacia otra dirección, siempre estará lo suficientemente cerca para
sentir la presencia del prójimo.

Bajo el sonido de la
polea que gira, Arturo escuchaba los pulmones de Marcus
hiperventilando. Aquel día estaba de resaca. Aunque no salió, su
barriga era una ciénaga tras beberse la noche anterior seis botes de
la cerveza más barata del LIDL. Siempre que estaba de resaca se
acordaba de Bukowksi, porque a Bukowski se le ponía dura cuando se
encontraba hangover. Y es que en el fondo, Arturo sentía algo
parecido, un estado difícil de controlar. Encerrado en aquel
ascensor mirando fijamente cómo los números cambiaban, sintió una
erección involuntario. Resultaba embarazosa la situación teniendo a
Marcus delante. No quiero que me malinterprete, pensó. No tiene por
qué mirarme la entrepierna, tampoco.

No seas paranoico,
joder, se dijo finalmente.

Arturo dio un
barrido con la mirada. Marcus sonrió. Aquel escaso minuto se estaba
convirtiendo en horas.

Después dedujo que
posiblemente Marcus le había mirado la polla y el culo antes de
sufrir la erección. A fin de cuentas, era un pureta salido que metía
jovencitos en el apartamento para follárselos, y por eso mismo,
mirar el paquete de un veinteañero resultaba tan usual como comprar
una barra de pan.

Sin embargo, Arturo
sería acongojado, deseando que la puerta se abriera. Cuando esto
sucedió, esperó un par de segundos esperando a que Marcus
abandonara el elevador antes que él.

—Hasta luego, majo
—dijo.

Joder, pensó.

Maldita sea, debería
relacionarme más a menudo, se dijo.

Arturo salió y a la
calle y vio a la chica moscovita fumando otro cigarrillo, sujetándolo
entre sus dientes amarillentos, matando las horas como una vaca que
sacude moscas con el rabo. Indeciso y un tanto nervioso, se adentró
en un 24 horas, compró unas latas de Pepsi y un perrito caliente
precocinado y dio un rodeo por delante del bar. Desde la calle apenas
podía ver demasiado. No se trataba del típico bar de barrio. Arturo
no tenía mucha idea sobre bares pero había visto las suficientes
películas como para saber que aquello se parecía a un bar de
alterne: cristales opacos, oscuridad, una máquina tragaperras y
varias chicas de aspecto también caucásico que le reían las
gracias a los currelas del barrio. Una barra de madera, luces de
colores, putas y viciosos. Jamás había entrado en uno. Entonces su
querida camarera pasaba a ser una pobre desdichada, una putilla que
por cuatro duros se la metería en la boca. En un momento se esfumó
toda la magia que alumbraba a la joven de ojos azules. Putas que
vienen a mover droga, putas que tras el desengaño, siguen con su
trabajo, porque les gusta, les gusta aprovecharse de los pobres
desgraciados, pensó con odio.

Al otro lado de la
calle, la chica moscovita le alcanzó con la mirada.

—¿Una copa,
guapo? —dijo.

—No, gracias
—contestó Arturo haciendo un gesto con la mano y mirando al suelo.

Ella sonrió con el
cigarro en la mano.

—Ven cuando
quieras. A la primera, invita la casa —dijo y se perdió tras la
entrada del local.

Arturo regresó a su
apartamento, se asomó hasta la ventana y encendió un cigarro
mientras esperaba que volviera a aparecer su, ahora, particular
princesa.

El móvil sonó.

—Hombre, Ramiro.
¿Qué tal? Has vuelto ya de Lituania, ¿verdad? —dijo apático con
la atención al otro lado de la ventana.

—De puta madre
—dijo la voz al otro lado —. Tenemos que vernos. Ha estado de
cojones. Te enseñaré las fotos.

—Guay.

—Sí.

—Están buenas por
allí, ¿verdad? —preguntó Arturo.

—No te puedes
hacer una idea.

—Puedo —contestó
Arturo —. He visto mucho porno.

Ambos ríen.

—Sí… —ríe de
nuevo Ramiro—. Tenemos que irnos a vivir allí, tío. De verdad.

—Ya dijiste eso en
el e-mail ¿Algo más que contar? —preguntó Arturo con ánimo de
terminar un diálogo cíclico.

—Te vas a reír.

—Por qué.

—Me tiré a una
puta.

Arturo respiró
profundamente y observó cómo la chica moscovita aparecía de nuevo
encendiéndose en el fuego y atrayendo nuevos clientes con la mirada.

Hasta este cabrón
folla, pensó.

—Ajá. ¿Y qué
tal? —dijo restando asombro.

—No sé. No era mi
intención, ya sabes. Pregunté a unos tipos, parecían unos
pardillos, me dijeron que entrara y mira, era un puticlub. Joder, me
sentí fatal al principio, me sentí sucio. Yo no soy de esa clase de
tíos, tú lo sabes.

—Y qué tal con la
fulana, digo —atajó Arturo.

—Joder, está
bien. No sé. Una puta es una puta. Es su trabajo, engañarte, digo.
Hacen creer que te quieren y toda esa mierda, y tú caes, tú caes
como un tonto, y luego echas un polvo y a lo mejor te besa y a lo
mejor no. Qué más da, no importa, tú quieres follar, pagas y la
tratas bien y todo eso. Algunos tíos les pegan, eso va en el precio.
Ella no hablaba casi inglés y yo menos y era mi primera vez y
tampoco hizo falta demasiado para entender lo justo. Joder, yo no
quería ir a un puticlub pero estaba allí y lo vi tan fácil y ya
sabes, esas cosas pasan una vez en la vida.

—Entonces qué,
¿valió la pena?

—Supongo.

—¿Supones? No me
jodas.

—¿Sinceramente?

—Dispara.

—Sí. Pero en
serio, eso no es lo más importante, lo mejor fue que…—dijo como
últimas palabras antes de que Arturo colgara el teléfono y lo
echara a un lado. Agarró el paquete, encendió otro cigarro y
continuó observando a la chica moscovita.

**

Una habitación que
olía a cerrado y humedad, unas cortinas que no encajaban con lo que
había al otro lado. Arturo se estaba poniendo los pantalones cuando
la chica decidió hablar.

—Si no me pagas,
tendré que matarte —sonrió ella mascando chicle, desnuda en la
cama y cubierta con una sábana.

—¿Alguna vez has
matado a alguien? —preguntó Arturo dándole la espalda, sentado en
el colchón.

—No. Jamás
mataría por dinero. Quién sabe si por amor. Si no me pagases, ellos
te darían una paliza, o me la darían a mí si no les doy su parte.
El negocio es así.

Arturo abrió su
cartera y le dio más de la cuenta.

—Y tú, ¿has
matado a alguien alguna vez? —preguntó ella mientras agarraba los
billetes.

—No. No mataría
por dinero, jamás he tenido suficiente dinero como para que alguien
me lo deba.

—¿Y por amor?

—Amor —dijo
Arturo. Qué pregunta es esa, pensó.

—Sí —dijo la
chica.

—No sé lo que es
eso. Para mí no significa nada y dudo que exista, de verdad. El amor
es un puto ideal que nos meten desde pequeños.

—Yo creo en el
amor —dijo Iryna.

—No me jodas —dijo
Arturo —. ¿Cómo puedes creer en el amor cuando te acuestas con
hombres casados? ¿Tipos con mujer e hijos? No es que colabores
precisamente con el amor. No tú. Y no te juzgo, ya sabes. Es tu
trabajo, no sé. Al menos las engañan con profesionales. No
necesitan romper otros matrimonios, otras familias.

—Estás siendo un
poco duro, ¿no crees?

—Perdona, no era
mi intención —dijo él disculpándose.

Irina sacó dos
cigarrillos y le ofreció uno a Arturo.

—Nunca has amado a
alguien, ¿verdad? —preguntó la chica —. Pareces tan triste.

—Pues no.

—Entonces no
puedes entenderlo. Cuando amas a alguien eres capaz de matar por esa
persona. Cuando esa persona te falla, te conviertes en un monstruo.
Esa persona con la que compartías cada momento, cada pensamiento, se
ha esfumado. Pasas página, y sigue ahí, en la siguiente. Piensas
que te ha reemplazado por otro, puede ser, normalmente no es así, no
importa. Odio, depresión, quieres salir y no sabes cómo. Un
sentimiento pútrido y pesado que te carga en la boca del estómago.
Estás más sensible que nunca. Basta que la veas acompañada para
hacer una locura y derrumbarte después. Es absurdo.  El primer golpe
y con el tiempo aprendes las reglas del juego. Es un proceso natural.
Nadie te asegura que dure demasiado. Tampoco que en unos años
conserves el poco pelo que te queda en la cabeza. Las cosas son así.

—La gente es
idiota, no aprende —contestó Arturo.

—El amor no tiende
a razón.

Arturo guardó
silencio, movió la cortina con los dedos a un lado y observó desde
la ventana de la habitación de Irina. Pudo ver el reflejo de su
ventana, se imaginó a sí mismo mirando tras el cristal, horas
antes, viéndose como resultado de una decisión previa.

—Te sobran diez,
chico —dijo ella devolviéndoselos tras contarlos.

—Quédatelo.
Tómalo como una propina, cómprate ropa nueva, sal a comer fuera o
algo.

—No acepto
propinas.

—Venga ya —dijo
él —. ¿A quién pretendes engañar?

—Está bien, pero
hay una condición.

—¿Qué?

—Invítame a cenar
—dijo la chica.

—No hablas en
serio —contestó confuso.

—Sí —dijo ella
—. De lo contrario, no te molestes en volver o haré que te dejen
en una silla de ruedas.

Arturo cogió su
abrigo y salió sin decir adiós.

Esa mujer estaba
loca. Era bella e inteligente, y tenía un sentido del humor muy aguado. Había sido la primera chica directa y sincera con él. Todo
perfecto, la chica ideal, excepto por una cosa: él no salía con fulanas.

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Published on February 03, 2016 00:52