Mikel López Iturriaga's Blog, page 10

February 2, 2015

Trinxat con butifarra negra

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Tortilla parece, trinxat es / EL COMIDISTA

El trinxat es uno de esos platos que consiguen combinar cuatro sencillos ingredientes con un resultado sabrosísimo, contundente y capaz de volarte las papilas gustativas de puro placer. Es un plato de payés y de alta montaña -es típico de la zona de la Cerdanya, en pleno Pirineo– y se elabora con una variedad endémica de col de invierno, así que no hay que ser Aramís Fuster para adivinar que no es el plato más ligero del mundo, pero poniendo más col que patata se equilibra la cosa y tampoco es un drama.



La versión que propongo hoy lleva puerro, un ingrediente que no aparece en la receta original –en teoría se hace solo con ajo– pero que le da un sabor y una melosidad tan interesantes que yo no renunciaría a ponérselo. También lleva butifarra negra, pero podría haber sido blanca o, siendo más ortodoxos, unos trozos de panceta de cerdo fresca previamente salteada.


He optado por servir la butifarra a un lado para preservar el aspecto del trinxat y porque la convivencia veggieomnívora que practicamos en casa tiene estas cosas, pero podéis mezclar parte de la misma con este y dejar unas cuentas rodajas enteras para decorar. Si también tenéis vegetarianos en la familia, ponedle un huevo frito o mollet encima al trinxat y dejaros llevar por la lujuria que os invadirá cuando la yema caiga resbalando despaciiiiito por la mezcla de patata y col. Y paso ya a la receta, que me estoy poniendo.


Ingredientes
Para 4 personas



3 patatas agrias (unos 500 g)
1 col de la Cerdanya o col lisa (unos 750 g sin el tronco)
6-8 dientes de ajo
1 puerro
1 butifarra negra de unos 300 gramos
Aceite de oliva virgen extra
Sal
Pimienta

Preparación


1. Pelar las patatas y cortarlas en 8 trozos. Eliminar la hoja exterior de la col y las partes más duras, y cortarla en trozos medianos. En una olla con agua hirviendo con sal, poner las patatas y cinco minutos después, la col. Dejar cocer 10 minutos las dos cosas juntas.


2. Mientras, lavar el puerro, quitarle la capa externa y cortarlo en rodajas finas. Dorarlo en una sartén a fuego medio con un fondo de aceite, añadiendo los ajos también pelados y laminados cuando empiece a coger color.


3. Escurrir la verdura y volcarla en la misma sartén, dando unas vueltas con un tenedor de madera para ayudar a que la patata se rompa un poco mientras se mezclan los ingredientes. Rectificar de sal y pimienta. Hacer una especie de tortilla con la mezcla, dejar que se dore y darle la vuelta con un plato o tapa para hacer lo mismo con el otro lado.


4. Pasar al plato y, en la misma sartén, hacer la butifarra cortada en rodajas (con un poco de cuidado para que no se desmonte) y ponerla alrededor del trinxat. Puede emplatarse individualmente o hacer una fuente grande. Servir inmediatamente.

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Published on February 02, 2015 22:00

February 1, 2015

Si esto es 'detox', pásame el whisky

  Detox


MATT MATERA

 


Enero era el mes de los Reyes Magos, las rebajas y la cuesta de enero. Ya no: este año ha sido el mes detox, y uno no pudo hacer nada más en él que depurarse. Así lo dictaron no sólo las revistas femeninas más corporalmente neonazis, sino muchas de las publicaciones o secciones de medios dedicadas al “bienestar” -odiosa palabra donde las haya- que se han extendido como la peste bubónica en los últimos tiempos. “Os leo hablar de dietas detox, depurativas y demás en enero, y os imagino en fiestas comiendo uranio enriquecido”, escribía David Valdivia, del blog La Hora del Bagel, en el tuit más sensato que he leído sobre el asunto.



No insistiré en lo ridículas que son esta clase de purgas desintoxicantes: a no ser que unos alienígenas te hayan abducido, robado el hígado y los riñones, y devuelto a la Tierra, no las necesitas para nada ya que dichos órganos te depuran todos los santos días de tu vida. Me gustaría más bien ridiculizar a una de sus defensoras, y por extensión, a toda la gente que esta haciendo negocio con falsas promesas de descarga de contaminantes y pureza interior.


Hace un par de semanas, Kara Rosen, fundadora de la compañía de zumos Plenish y autora del libro Plenish: zumos para estimular, limpiar y curar, fue invitada a aparecer en la sección Mi día en un plato del diario británico Daily Telegraph, en la que personajes diversos cuentan lo que comen hora a hora. Su relato es una catarata de clichés propios de los integristas de la comida limpia. 8.30: Tortilla de claras y té verde. 11.30: Zumo verde. 13.00: Ensalada con semillas de chía. 20.00: Ensalada de kale con aceite de argán. 21:30: Té de jengibre con un chorrito de limón. El clímax cómico llega cuando justifica las dos míseras tortitas de arroz inflado que toma porque le gusta “algo carby [con carbohidratos] en el almuerzo”.


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Si esta dieta, a la que sólo le falta el polvo que la legendaria Marjorie Dawes recomendaba comer a sus FatFighters en Little Britain, es verdadera, parece un milagro que Rosen no se haya desintegrado; si es medio falsa, debería pasar a los anales del postureo saludable. En cualquier caso, el recorte del periódico comenzó pronto a ser objeto de mofa en las redes sociales, que se llenaron de brillantes parodias: “6.00: Media semilla de manzana. 8.00: Una raya de cristal molido. 9.00: A la cama”.


Amo las verduras y las frutas, pienso que no hay que empapuzarse de grasa y azúcar para disfrutar comiendo, y defiendo siempre que puedo una alimentación sana sin histerias. Sin embargo, la rutina de la gurú detox me hizo suspirar por la del periodista Hunter S. Thompson. Empezaba con Chivas y cigarrillos a las 15.00; continuaba con cocaína a las 15:45, 16:15, 16:30, 16:54 y 17:11; pasaba por hamburguesas con queso, patatas fritas, margaritas, porros y LSD para cenar, y terminaba con somníferos a las 8.00 del día siguiente. Es lo que te pide el cuerpo cuando oyes a estos iluminados de la restricción: una buena dieta intox.


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Esta columna se publicó originalmente en el suplemento Revista Sábado de la versión impresa de EL PAÍS.


 


 

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Published on February 01, 2015 22:00

January 29, 2015

Arroz con leche de coco, piña y papaya

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   Arroz con/sin leche / MIREIA RODRIGUEZ

 


El descubrimiento de este postre/merienda/desayuno significará un antes y un después para los intolerantes a la lactosa o alérgicos a la proteina de vaca que se han pasado la vida mirando con cara de corderín degollado como el resto de la familia se ponía ciega a ese arroz con leche que preparan el 95% de las abuelas del país. La cremosidad de este dulce de inspiración tailandesa no le va a la zaga a la versión española, de sabor también va sobrado, y a nivel de calorías y satisfacción guarripé también deben estar ahí-ahí, así que podemos decir que es una versión vegana (con leche de coco) y más fresca, porque lleva algo de fruta, del mismo.


 


 



Se prepara con arroz glutinoso, muy usado en la cocina asiática para preparar postres servidos al plato o en forma de bolas o pastelillos endulzados y aromatizados con frutas como el mango, la banana o el coco. También es la materia prima con la que se elabora el mochi, el dulce japonés tradicional por excelencia, que se sirve en las celebraciones de Año Nuevo y con el que parece ser que cada año doblan la servilleta definitivamente unos cuantos nipones.


Esta versión lleva un poco menos de arroz y azúcar que la original, porque lo prefiero menos empapuzante y un poco más jugosito. La receta tailandesa es casi una pastuflis pegajosa que produce en el paladar occidental un efecto parecido al de los postres chinos: el de ser cualquier cosa menos un postre. Si no tenéis arroz glutinoso al alcance –aunque lo venden en tiendas de alimentación oriental y en muchos supermercados–, podéis usar arroz bomba previamente remojado en un vaso de agua, diluir la leche de coco con más agua (diría que para esta cantidad necesitaréis unos 750 ml de líquido, así que 550 ml) y prepararlo como si fuera un arroz con leche tradicional.


Si os apetece, podéis rematarlo con algún fruto seco picado, sésamo tostado o garrapiñado, un poco de menta picada o un toquecito de piel de lima rallada justo en el momento de llevarlo a la mesa.


Dificultad


 


Es fácil, pero un pelín laborioso.


 


Ingredientes


Para 4 personas



150 g de arroz glutinoso
200 ml de leche de coco para postres
75 g de azúcar moreno o panela (o blanco, o miel)
200 g de piña (sin piel ni tronco)
200 g de papaya sin piel ni semillas
Nueces, ralladura de lima, menta o sésamo para servir

Preparación


 


1. Remojar el arroz en abundante agua fría durante 12 horas, escurrir y lavar con la ayuda de un colador fino para eliminar el almidón sobrante. Cocinar al vapor sobre un colador metálico durante unos 45 minutos, dejándolo reposar tapado después durante 15 minutos para que termine la cocción.


 


2. En un cazo cocer a fuego lento la leche de coco con el azúcar moreno, la panela, el azúcar o la miel y un pellizco de sal, removiendo a menudo para que no se pegue. Mezclar la crema aún caliente con el arroz, remover bien y dejar entibiar.


 


3. Añadir la fruta cortada –no muy grande, para que se pueda coger con la cuchara– y servir templado o frío (a mí me gusta bien frío, a poder ser que haya dormido en la nevera). Se puede rematar con alguno de los toppings que hemos propuesto antes.

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Published on January 29, 2015 22:00

January 28, 2015

Hummus de calabaza

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Colorines a go-gó. / EL COMIDISTA

 


Modificar un plato emblemático siempre entraña sus riesgos: si añades un ingrediente nuevo como protagonista, es bastante fácil destruir la esencia del mismo o directamente rozar la guarrindongada. Por eso tenía yo ciertas reticencias a introducir la calabaza en una variante del hummus, maravilla de Oriente Próximo por la que profeso un respeto casi reverencial.



Sin embargo, tras ver que expertos como Claudia Roden describen platos parecidos como propios de la tradición judía del norte de África, me lancé a experimentar. Al fin y al cabo, tampoco es que le estuviera echando piña o ketchup: la calabaza es una hortaliza muy presente en las cocinas de las que proviene el hummus; suele acompañar a los garbanzos en algunos guisos, y su sabor dulce bien podía darle un giro interesante al aperitivo más internacional del mundo árabe.


En la receta veréis que mezclo garbanzos y judías blancas: me encanta el hummus hecho con esta última legumbre, y creo que la combinación funciona, pero si no os queréis complicar la vida, tirad con uno de los dos ingredientes. La calabaza también se puede cocinar de dos maneras: o bien al horno, o bien cociéndola y después salteándola en la sartén para que pierda su líquido. A mí me gusta más la primera, pero añado también la segunda porque tampoco queda mal. Los que vigilan su contador eléctrico como si fuera el reloj del fin del mundo lo agradecerán.


Dificultad


Hay que saber enchufar un electrodoméstico.


Ingredientes


Para 4 personas



400 g de calabaza
150 g de garbanzos cocidos (pueden ser 300 si no se usan alubias)
150 g de alubias blancas cocidas (ídem si no se usan garbanzos)
2 dientes de ajo sin pelar
3 cucharadas de tahina
4 cucharadas de zumo de limón
100 ml de agua muy fría
Sal
1/2 granada (opcional)
Aceite de oliva virgen extra
Pimentón picante (opcional)

Preparación


1. Si usas horno, precalentarlo a 200 grados. Cortar la calabaza en dados gruesos y ponerla sobre una bandeja de horno cubierta con papel de horno. Sazonarla y añadirle los ajos sin pelar. Asar unos 45 minutos o hasta que la calabaza esté muy tierna. Dejar que se enfríe.


2. Si usas los fogones, hervir la calabaza cortada en dados gruesos y los ajos sin pelar hasta que la primera esté tierna (unos 5-10 minutos). Después ponerlos en la sartén con un poco de aceite a fuego medio hasta que la calabaza pierda casi todo su líquido. Dejar que se enfríe.


3. Juntar la calabaza con los garbanzos y/o las judías blancas. Triturar.


4. Con la batidora en marcha, añadir la tahina, el zumo de limón, los ajos pelados y una cucharadita de sal.


5. Finalmente, añadir agua helada sin dejar de batir hasta obtener una textura cremosa (puede que no haga falta todo el agua).


6. Poner el hummus en un bol, taparlo con plástico transparente y dejarlo reposar un mínimo de media hora.


7. Para servirlo, extender el hummus en un plato, poner unos granos de granada si se quiere en el centro, y rematar con un chorrito de aceite de oliva y pimentón picante si se quiere.

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Published on January 28, 2015 22:00

January 27, 2015

La tragicomedia de las cafeterías de hospital

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Tranquilo, los médicos están cerca. / HOSPEATAL

 


No es noticia que la comida que se les echa a los pacientes en muchos centros sanitarios españoles está más cerca del rancho carcelario que de la cocina digna, y más ahora gracias a los malditos recortes. Sin embargo, pocas veces se habla de la maravillosa oferta gourmet de las cafeterías de dichos centros. La razón dicta que estos locales deberían dar ejemplo con platos frescos y sanos, y que los pobres parientes de los enfermos tendrían que hallar en ellos un pequeño consuelo a sus desdichas. La realidad es otra. En demasiadas ocasiones, justo la contraria.



Harto de ver los infames bodrios que circulaban por la cafetería del hospital en el que estaba ingresado un familiar, el bloguero y tuitero salmantino David Monaguillo abrió hace dos semanas la cuenta de Twitter @hospEATal, en la que describe la oferta gastronómica de estos establecimientos. "La idea surgió mientras me servían un paella con claros síntomas de haber sido perpetrada con las sobras de la cena del día anterior", recuerda. "Levanté la cabeza del plato y pude observar como casi todo el mundo allí tenía la misma cara de asco y los niveles de vergüenza ajena disparados. Bocadillos pringosos, pescados y carnes resecos, y unas natillas para pegar rodapiés. Nadie pide florituras, pero por esos precios al menos se debería servir una comida digna. Así que lo vi claro, alguien tenía que retransmitirlo porque son miles de personas las que lo sufren a diario".



Nuestras empanadillas de la casa: las llamamos así porque llevan ahi desde que abrimos. JAJAJA pic.twitter.com/2DrFt302rE


— HospEATal (@hospEATal) enero 22, 2015




En la cuenta se denuncian las bazofias hospitalarias con un sentido del humor que yo calificaría de agudo, sangrante y más negro que el carbón. "No hace falta tener un doctorado en Nutrición para darse cuenta de que un hospital es el último lugar donde se deberían servir este tipo de comidas. Pero la experiencia me ha demostrado que la mejor forma de tratar los asuntos delicados es con un poco de humor; así las cosas además de llevarse mejor, consiguen más visibilidad. La idea es que la gente se sume a este 'movimiento”.


Entre los greatest hits de la comida de cafetería de hospital, Monaguillo destaca los arroces o la pasta con las sobras del día anterior y las patatas fritas "grasientas y morcillonas hasta en el postre". "Es terrible que haciendo cientos de kilos semanales, no sean capaces de obtener un resultado medianamente decente". Recuerda con cariño el filete empanado sin carne: "Más de la mitad de su superficie era solo rebozado. Pura magia". Y tiene especial simpatía por los cruasanes crudos, "que se sirven así para que el comensal los termine de hacer a su gusto con el calor del café, en lo que vendría a ser un desayuno en versión Shabu Shabu". Pero lo más brillante que se ha encontrado ha sido un San Jacobo requemado por fuera y aún congelado por dentro. "Imagino que lo harían por eso que ahora llaman 'el contraste de temperaturas. Lo bauticé como el Superchoc”.



Aburre el debate sobre la cebolla en la tortilla. Os proponemos otro:¿con o sin patata/huevo? Nosotros ninguno JAJAJA pic.twitter.com/U8XGoo6EWV


— HospEATal (@hospEATal) enero 19, 2015





Feliz viernes! Para vosotros no existe el finde pero podéis celebrarlo con nuestra bollería industrial.#aPorelTrombo pic.twitter.com/aWQEYK7HAv


— HospEATal (@hospEATal) enero 16, 2015




Monaguillo sabe de lo que habla porque ha tenido que pasar temporadas en distintos hospitales, y en todos se ha repetido el mismo bochorno. "Da la sensación de que las cafeterías también siguen un protocolo al milímetro. En este caso, buscando dilapidar la salud de la persona que está cuidando al enfermo, para asegurarse futuros clientes. Sembrar para recoger".


Resulta difícil explicarse por qué en lugares situados en hospitales, teóricamente consagrados a la salud, no se cuenta con ninguna sensibilidad ya no gastronómica, sino nutricional. ¿Falta de presupuesto? ¿Pura desidia? "A día de hoy no he llegado a una conclusión", confiesa Monaguillo. "Si un establecimiento en cualquier parte sirviera este tipo de comidas, estaría condenado a cerrar por falta de clientes. Precios altos, mala calidad de los ingredientes y elaboraciones garrafales. No sé muy bien cómo van este tipo de concesiones, pero de lo que sí estoy seguro es que el sistema no funciona y alguien debería poner cartas en el asunto, asumir la culpa y arreglar este desaguisado. Así que aceptemos desidia como animal de compañía, aunque la sombra del dinero siempre parece sobrevolar".



Hoy en la cafetería:El churro-frigopie. Bien guarredao por fuera y con el interior aun congelado. #nivelgordopilo 4/5 pic.twitter.com/BJrwDtXq4d


— HospEATal (@hospEATal) enero 15, 2015





Lomo a la naranja Do It Yourself.Tomad una rodaja,exprimidla y voilá,salsa lista. Nos gusta jugar en la cocina JAJAJA pic.twitter.com/WKaJ5B25Xd


— HospEATal (@hospEATal) enero 17, 2015




Puede que las cafeterías de hospital sean tan malas por el mismo motivo que las de aeropuertos, áreas de servicio o comedores universitarios: cuentan con un cliente cautivo que está obligado a tragar porque las circunstancias no le dejan otra opción. "Pero éste es sin duda el caso más flagrante", apunta Monaguillo, "por el componente humano intrínseco. Se puede decir abiertamente que se lucran traficando con miserias de la gente". 


HospEATal se centra por ahora en las cafeterías, pero David no descarta ampliar el foco a los comistrajos que se dan a los pacientes. "Escuchando a la gente que me escribe y se presta para enviarme sus propios documentos gráficos, posiblemente tenga que abordarlo también. En los hospitales no solo curan enfermos, sino que forjan auténticos espartanos. Es una paradoja, pero al salir de allí, tienes que recuperarte de la comida del hospital".



Vamos a hacer un crowdfunding para comprar aceite limpio.


— HospEATal (@hospEATal) enero 21, 2015




No sé si esta cuenta de Twitter servirá para que las cosas mejoren en los centros sanitarios, pero al menos nos queda el consuelo de reírnos con ella mientras soñamos con unas cafeterías con comida limpia. Para Monaguillo, no serían necesarios grandes alardes en la cocina, ni en el servicio, ni en el ambiente del local, sino simplemente lugares "que cumplieran aquello de 'las penas con pan son menos penas". "Comida completamente normal, casera, con ingredientes frescos y a ser posible con sabores reconocibles. Algo como ese local en la autovía en el que siempre hay muchos camiones parados porque la comida es muy buena. La del plato".

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Published on January 27, 2015 22:00

January 26, 2015

Los diez mandamientos para ahorrar en la cocina

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  Vuestro futuro después de aplicar estos consejos / GIPHY

Ya sabéis que los periodistas somos uno de los colectivos mejor valorados y pagados de este país, que nadamos en la ambulancia y mojamos tostadas con 100 gramos de beluga en la leche de unicornio del desayuno –que tomamos en la cama a las 13:00, claro– día sí, día también. A pesar de eso, por alguna extraña razón hemos decidido solidarizarnos con los que sufren la cuesta de enero, la de febrero y la de julio. Nos hemos puesto a pensar –lo justo, a partir de las 15:30 y con un coctelazo en la mano, no os vayáis a creer– en 10 maneras muy simples de aligerar los gastos de la cesta de la compra sin mermar, e incluso mejorando, la calidad de lo que coméis. Como además tenemos una naturaleza la mar de humilde, los hemos convertido en diez mandamientos, para que no se os pase por la cabeza no hacernos caso.




1. NO IRÁS A COMPRAR CON HAMBRE

Esto es de primero de ahorro, pero no está de más recordarlo. Si vais a comprar en pleno munchie, todo os parecerá necesario, tenderéis a comprar alimentos con más calorías y listas para comer y volveréis a casa con una cesta llena de cosas sin sentido y habiendo gastado bastante más de lo presupuestado. Un estómago vacío y rugiente no mandará señales de deseo al cerebro delante del hinojo, la manzana y la rúcula que –junto con un poco de gorgonzola y un puré de verduras, por ejemplo– pueden ofrecer una saludable opción para la cena, sino que tirará más hacia esos libritos guarripés ya preparados que dicen “fríeme y hazme tuyo, aquí y ahora”. Que tampoco son malos de vez en cuando, pero mola que sea por decisión propia.


 


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   Malos momentos para comprar kale / GIPHY


2. HARÁS LISTAS

Otro básico al que acogerse. No seré yo quien os diga que hay que seguirlas a rajatabla –soy extremadamente vulnerable al impacto visual de las frutas rojas en general, y me cuesta horrores decirles que no aunque cuesten un congo y vengan de las Quimbambas–, pero sí ponerle puertas al campo del descontrol. Por ejemplo, podemos darnos la posibilidad de coger una o dos cosas que no hayamos programado, pero no más.

3. NO TE ACOGERÁS A LAS OFERTAS QUE NO NECESITES

Un 3x2 de pasta seca, aceite o salsa Perrins es una buena idea, siempre que tengas sitio donde guardarlo, claro. Tres kilos de mandarinas por dos, por muy bien de precio que estén –a no ser que seáis los Bradford o estéis dispuestos a no comer ningún otro alimento–  es tener casi la seguridad absoluta de que parte del botín acabará (ouch) en la basura. Antes de pensar alegremente “pues ya haré una mermelada”, calculad el tiempo real del que disponéis en los siguientes días: la mitad de veces ese tipo de buenas intenciones acaban en el mismo sitio que el excedente de mandarinas.

4. COMPRARÁS PRODUCTOS DE TEMPORADA

Y una más de puro sentido común. Si ahora mismo vas con tu bufanda y tus guantes al mercado, ves unas sugerentes cerezas y te encaprichas de ellas, que sepas que no solo tendrás que pedir una segunda hipoteca para pagarlas, sino que además seguro que vienen de Chile y tienen la textura y el sabor del corcho. En cambio las mandarinas, las naranjas, los caquis y saroni y las chirimoyas estarán baratas y rebosantes de sabor.


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   Verduras de temporada y legumbres: sano, rico y barato / EL COMIDISTA

5. CULTIVARÁS LA RELACIÓN CON TUS PROVEEDORES

Si siempre compras en la misma pescadería, frutería o carnicería, conseguirás no solo que te informen de las mejores ofertas en relación calidad /precio, sino también que te preparen las cosas tal y como las quieres –ese misterio llamado “lomo abierto en mariposa”, por ejemplo, que si intentas hacerlo en casa consigues un clon del traje del psicópata de El silencio de los corderos– con una sonrisa. También puedes pedirles que te guarden huesos y espinas para hacer caldos de pescado o fondos tostados, y muchas otras cosas a las que seguro puedes sacar partido.

6. PRACTICARÁS LA COCINA DE APROVECHAMIENTO

Y además gozarás bastante durante el proceso. No solo haciendo canelones, croquetas o patatas rellenas sexys con los restos de un caldo, cocido o pollo asado –que también– sino haciendo recuento de lo que tienes en la nevera para asegurarte de que no tiras nada a la basura. Cuando estés en pleno proceso de revisión, mira también en el congelador: aquellos dos muslos de pollo que lanzaste allí el mes pasado, y que corren peligro de desaparecer como en el Abismo de Helm si no se les da salida, pueden ser el complemento perfecto para la pedazo de sanfaina que te ofrece el cajón de las verduras.

7. AHORRARÁS TAMBIÉN EN ENERGÍA

Y no me refiero tanto a la energía eléctrica o al gas como a la que empleamos en el momento de cocinar. Si se te ocurre cualquier cosa que puedas cocinar de más, congelar y tener lista para comer más adelante –lunes y domingos son días en los que se agradece especialmente tener este tipo de reservas–, hazlo. Por ejemplo, caldo, albóndigas, estofado, curry, croquetas (en este caso, congélalas sin cocinar) y cualquier cosa de la que cueste el mismo esfuerzo hacer 2 raciones que 6 y no pierda textura con las bajas temperaturas.

8. COMERÁS MENOS PROTEÍNAS DE ORIGEN ANIMAL

Noticias descombacantes: comer sano y equilibrado es más barato. Los cereales, las legumbres y la verdura son más económicos que la carne y el pescado, que –tampoco es la primera vez que decimos esto– habitualmente deberían funcionar más como acompañamiento que como plato principal. ¿Quiere decir esto que nunca jamás en la vida hay que clavarse un chuletón? No, evidentemente, un ataque de lujuria carnaca o pescatil de vez en cuando es no solo inevitable sino perdonable. Pero para el día a día, mejor unos garbanzos con espinacas y huevo duro, una pasta con mejillones o una ensalada de col con pollo.


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   El perrete lo ha pillado / GIPHY

9. PRACTICARÁS LA COMPRA DE PROXIMIDAD

Es posible que los payeses que venden fruta y verdura de cultivo propio alrededor de los mercados –en la ciudades grandes– o en los mercados que se celebran una vez por semana en los núcleos más pequeños no tengan el certificado de producto ecológico (que cuesta dinero, tiempo y trámites que los pequeños productores no siempre pueden asumir). Pero si lo que venden es de su huerto, posiblemente será más barato que lo que venden en la sección eco del supermercado, habrá sido recogido ese mismo día o el anterior, habrá madurado en la planta y tendrá muchísimo mejor sabor, y mucho menos impacto sobre el medio ambiente.

10. COCINARÁS MÁS

¿La misma turra que hace dos semanas? Pues sí, amiguitos, primero porque cuando eres madre repites las cosas 300 veces de manera natural y sin despeinarte, y segundo porque realmente es una manera muy efectiva de ahorrar. Cuanto menos procesado y manufacturado esté lo que compráis, menor será su precio. Esos libritos de los que hablábamos en el punto uno suelen ser bastante más caros que si compraras el lomo y lo rellenaras en casa, y la diferencia de tiempo no son mucho más que 10 minutos (de la diferencia de relleno ya hablamos otro día, que el Tranchete está a la orden del día en ese tipo de preparados). Si no estáis muy convencidos, haced la prueba y nos contáis.

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Published on January 26, 2015 22:00

January 25, 2015

La comida es el opio del pueblo

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MATT MATERA


 


Llámenme ingenuo, bobo o incluso facha, pero me cuesta comprar ese discurso progre de que las actividades que proporcionan placer y diversión a las masas son una distracción de preocupaciones más importantes, promovida desde la sombra por oscuros poderes fácticos a los que les interesa mantenernos embobados. Primero, porque soy alérgico a las teorías conspiranoicas. Segundo, porque creo que lo progresista de verdad es reprimir nuestra natural tendencia a considerar imbéciles, ergo fácilmente manipulables, a los demás. Y tercero, porque si el fútbol, los festejos, la tele, los vídeos virales o cualquier otro entretenimiento light gustan es porque son divertidos, sin que tengamos que buscarle tres pies al gatito de YouTube.


Tales planteamientos no impiden que me ponga en guardia cuando el espacio y la relevancia otorgados a las informaciones intrascendentes sube sospechosamente en un medio generalista, comiendo terreno o directamente eclipsando temas más serios. Ahí sí veo la mano negra del que prefiere un lector/oyente/espectador aborregado que uno consciente de los marrones que ocurren en el mundo, y por ello más levantisco en potencia. En España, esta táctica es especialmente sangrante en los medios públicos, donde se suele usar para ignorar temas que no interesan al gobernante de turno.


Cualquiera que tenga la desgracia de ver los actuales telediarios de TVE habrá podido comprobar la galopante banalización que sufren. El Consejo de Informativos denunciaba el otro día los tres minutos y medio dedicados a la monumental chorrada del Día Internacional de la Croqueta, con conexiones en directo incluidas, que contrastaron con el nulo espacio concedido a temas del día mucho más relevantes, como las críticas de la Comisión Europea a las devoluciones en caliente de inmigrantes. Según relata InfoLibre, desde entonces muchos redactores indignados están firmando sus correos internos con la maravillosa etiqueta #jesuiscroquette.


La cocina está de moda y es facilísimo tratarla con frivolidad, por lo que posee un tremendo potencial como fuente de noticias televisivas tontas y más ligeras de cascos que una burbuja Freixenet. Ojalá su presencia en los descafeinados telediarios de la era Rajoy no nos esté avisando de algo más profundo y aterrador: que la fiebre de la gastronomía constituya un elemento más de distracción. Que la comida se haya vuelto el nuevo opio del pueblo. Que el pan sea circo.

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Published on January 25, 2015 22:00

January 22, 2015

La pizza y ocho motivos más para viajar a Nápoles

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El altar de Pintauro. / EL COMIDISTA

 


¿Cómo es posible que Nápoles no sea un destino turístico de primera magnitud? Impresionado por sus muchos atractivos, me estuve haciendo esta pregunta los cinco días que pasé en la capital del sur de Italia a principios de este mes. Supongo que su fama de caótica -que lo es-, sucia -que no lo es tanto, aunque un poco más de civismo y una introducción masiva de botes de spray en rectos de grafiteros no le vendría mal- y peligrosa -no más que otras capitales europeas si tienes un poco de sentido común- le precede, y por eso no atrae como Roma, Florencia o Venecia. Lo que no deja de ser una suerte para el viajero: puedes disfrutar de una ciudad fantástica con un montón de cosas para ver sin enfrentarte a las hordas que inundan sus primas del norte.



Nápoles mola por sus palacios, sus tropecientas iglesias, su apabullante patrimonio artístico, sus fantásticos barrios y su bulliciosa vida callejera. Pero para un tragaldabas como yo, mola sobre todo porque es uno de los lugares donde mejor se come de Italia, o lo que viene a ser lo mismo, del mundo. Sólo por haber inventado la pizza ya merecería una peregrinación en masa de todos aquellos a los que les interesa la comida, pero los encantos gastronómicos de Nápoles no se reducen a su creación más universal. Aquí tenéis unos cuantos motivos sólidos para visitarla, con recomendaciones probadas de lugares donde disfrutar de sus delicias.


La margarita y la marinara


Los ortodoxos sentencian que las únicas variedades verdaderas de la pizza napolitana son la margarita (tomate, mozzarella, albahaca) y la marinera (que NO lleva pescado ni marisco, sino tomate, orégano y ajo). De hecho, en algunas pizzerías son las únicas que se sirven, y cuando las pruebas te das cuenta de que quizá no hagan falta muchos más ingredientes: la sagrada combinación de esa maravillosa masa tostada pero blanda (la pizza napolitana no cruje) con el tomate triturado local y el aceite de oliva ya te da toda la felicidad que mereces.


Las pizzerías que producen la vera pizza napolitana tienen un distintivo bastante feo con la figura de un arlequín, y se supone que cumplen un loquísimo batallón de normas que regulan desde el tamaño de los paquetes de levadura hasta el ph de la masa, pasando por el grosor máximo de la torta (4 milímetros) o el origen del tomate, el aceite y el queso, que siempre deben ser de la región. Por suerte, para saber si estamos ante una pizza al estilo Nápoles no tenemos que llevar encima la regla y el laboratorio portátil de Quimicefa: basta con admirar sus gruesos bordes, la irregularidad causada por las burbujas que forma en la masa la altísima temperatura de los hornos de leña (más de 400 grados) y el centro levemente acuoso.


Pizza napolitana


Lo simple es bueno. / EL COMIDISTA

 


La mala noticia es que las pizzerías más míticas de Nápoles, como Da Michele o Gino Sorbillo, están siempre hasta arriba de gente y hay que hacer cola para comer en ellas. La buena es que, como nos dijo el muy napolitano dueño del bed and breakfast en el que nos alojamos, la pizza es fantástica en la mayoría de las pizzerías de la ciudad, así que tampoco hay que volverse loco a la caza de la mejor del mundo mundial. Para acertar basta con tener un poco de ojo, alejarse de turistadas, centrarse en los sitios dedicados por completo a la especialidad y tener en cuenta que si sólo hacen margaritas y marinaras, la probabilidad de excelencia sube. Yo probé las de Napoli in Bocca y Starita, y ambas se salían.


El ragú


Después de la pizza, el segundo en la lista de platos míticos napolitanos es el ragú. Esta salsa-cuasi-guiso de carne, tomate y vino tinto, que normalmente se toma con pasta, posee un sabor tan intenso como reconfortante, y quedarse sin probarlo es la mayor estupidez que puedes cometer cuando visitas esta ciudad. El de Tandem, acompañado con paccheri o con la pasta fresca que tengan del día, es orgiástico.


Ragu napolitano


'Paccheri' con ragú. / EL COMIDISTA

 


Las 'sfogliatelle'


Suenan a producto para las espinillas, pero las sfogliatelle riccie son la máxima expresión de la delicadeza a la que puede llegar la repostería italiana. Cuando muerdes esta especie de conchas de hojaldre, primero crujen y luego te regalan su delicioso relleno de ricotta con distintos sabores. Conviene tomarlas calientes, y un buen sitio donde probarlas es Pintauro. Otros dulces locales imprescindibles, capaces de vacaburrizar al más atlético, son la pastiera (tarta rellena de ricota), el babá (un bizcocho muy fino borracho de ron) y la torta caprese (tarta de chocolate y almendras).


Sfogliatelle napoles 2


Sfoglia sfogliame sflo, sfogila sfoglia mi corazón. / EL COMIDISTA

 


Los 'taralli'


Aunque no exclusivos de Nápoles -hace algún tiempo publiqué una receta de los de Puglia-, esta especie de rosquillas saladas cuentan con una variedad local absolutamente adictiva, hecha con manteca, almendras enteras y pimienta a discreción. Vale la pena subir hasta el barrio de La Sanità, que no es precisamente Beverly Hills sino más bien Gomorra, para comprar los del Tarallificio Esposito: de lo mejor que he probado esta década en panadería.


Taralli napoles


Droja napolitana. / EL COMIDISTA

 


La Trattoria Reginella


Cosas que ocurren en Nápoles: sales de ver la catacumba de San Genaro, bajas por la desolada y un tanto cutre calle San Vicenzo y te encuentras con una mezcla de bodega y tienda de comida preparada donde disponen de unas mesitas para que comas como un Borbón. Tú mismo te puedes hacer tu propia combinación de antipasti de verduras -calabacines en vinagre, pimientos asados, zanahorias picantes, berenjenas a la brasa- y fastuosos platos más contundentes como la parmiggiana, las salchichas o las polpette (albóndigas gigantes). Todo está sensacional y cuesta unos 12 euros por cabeza. El milagro se llama Trattoria Reginella.


Antipasti


El antipasto del año. / EL COMIDISTA

 


Los fritos


No hace falta ser Sherlock Holmes para darse cuenta de que a los napolitanos les encantan los fritos: los lugares donde se practica la inmersión en aceite caliente abundan en la ciudad y van desde la freiduría tradicional hasta la cadena de fast food guarrindongo. La dignidad de este difícil arte se conserva en La Masardona, templo de la pizza frita; en Di Matteo, donde deberás probar las crocché de patata y los arancini de arroz, o en algunos puestos / agujeros en la pared de los mercados de La Pignasecca y Porta Nolana, cutrecillos pero interesantes.


Fritos napoles


Di Matteo, hogar de la italocroqueta. / EL COMIDISTA

 


El restaurante del siglo I


Está a media hora en tren de Nápoles y lleva siglos cerrada, pero vale la pena visitarla: uno no pone el pie en una taberna de hace casi 2.000 años todos los días. El Thermopolium de Vetutius Placidus era uno de los lugares a los que los habitantes de Pompeya iban a comer antes de que la erupción del Vesubio enterrara la ciudad en el año 79. Ver la barra y los huecos donde se exponía la comida caliente impresiona de verdad.


Pompeya


Un prandium completo y dos vinos, por favor. / EL COMIDISTA
 

Belenes de otra dimensión


Los belenes españoles son una triste y austera sopa de pan duro comparados con el lujurioso festín de 20 platos de los napolitanos. En ellos, el nacimiento de Jesús viene a ser lo de menos, eclipsado por toda clase de escenas y personajes populares a cual más pintoresco. No faltan en ellos representantes de oficios relacionados con la comida: panaderos, fruteros, pescaderos o carniceros recreados con un detalle que deja nuestras figuritas a la altura del betún. Con los belenes del Museo de San Martino o del Palacio Real te quedas con el culo torcido; si quieres comprarte alguna figurilla -yo me hice con un bodeguero- no tienes más que deambular por la calle San Gregorio Armeno: el belenismo es tan intenso aquí que algunas tiendas consagradas al mismo abren todo el año.


Bodeguero belen


Belén alcohólico. / EL COMIDISTA

 


Ristorantino dell'Avvocato


De vuelta al siglo XXI, no es ninguna mala idea probar algo de la moderna comida napolitana. Uno de sus valedores es el chef Raffaele Cardillo, quien desde su Ristorantino dell'Avvocato defiende una versión depurada pero sin bobadas -ni clavadas en la cuenta- de la cocina local. La ensalada de calamar, pulpo y gambas; la corvina con costra de aceitunas negras o el cerdo con higos y nueces son impecables, y la cassata napolitana, para morir tranquilo con ella.


Ristorantino dell avvocato Casatta ristorantino dell avvocato


Muerte por cassata. / EL COMIDISTA

 


El limoncello


El noble origen de ese licor baratuji que te regalan en muchos restaurantes españoles está en la Campania, región de la que es capital Nápoles. No hace falta decir que el limoncello artesanal auténtico poco tiene que ver con el susodicho brebaje: huele a limón, no a Fairy Limón, y no es empalagosamente dulce. Un sitio ultrarecomendable para comprarlo es Limoné, en el Centro Histórico: en esta tienda/fábrica elaboran no sólo limoncello, sino también deliciosos licores de crema de limón, de melón, de rúcola o de regaliz. Más toda clase de productos con limón: pasta, aceite, taralli, galletas o babás en conserva.


Limoncello


Así se queda las peladuras tras darlo todo en el limoncello. / EL COMIDISTA

 

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Published on January 22, 2015 22:00

January 21, 2015

Bocadillo de porchetta rellena de frutos secos y hierbas

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   Cerdito bueno, panaco brutal, queso y verduritas / EL COMIDISTA

Supongo que no os pilla de nuevo si os decimos que en El Comidista somos bastante fans de los bocatas. Cualquier mezcla de cosas bien equilibrada –tanto a nivel de sabor como nutricional– que se ponga entre dos panes es, además de una invitación a la lujuria, una buena manera de conseguir una comida completa portátil y fácil de montar. Pero claro, hay bocatas y BOCATAS. Un buen bocadillo de jamón ibérico con pan –pan, PAN, no hace falta decirlo– tostado es para caerse de culo, pero eso no tiene demasiado mérito para el cocinero (y sí para el señor que ha hecho el pan, el que ha curado el jamón y el cerdito que ha dado la vida por la causa).



La base del bocadillo que hoy nos ocupa es la porchetta, uno de esos platos que, como la cochinita pibil, te puede salvar la vida cuando tienes como invitados a una docena de Carpantas y no quieres dejarte el presupuesto y la energía en la cocina. Se trata de una panceta de cerdo rellena de cosas ricas y enrollada que se hace al horno a una temperatura moderada, dándole al final un toque de calor fuerte para conseguir una piel crujiente. Los tiempos de cocción propuestos son para una pieza de 3 kilos, pero si trabajáis con otro peso y queréis estar seguros, conseguid un termómetro para asados y sacad el cerdete cuando su temperatura interna sea de 72 grados. Tiene que quedar rosadito y jugoso, pero nunca crudo.

El resto de ingredientes están pensados para jugar y potenciar la textura melosa y crujiente de la panceta. La gremolata de manzana e hinojo hace las veces de miniensalada, rompe la sensación grasa y refresca, la rúcula aporta un punto amargo –y más frescura– y el queso… ¿hace falta dar explicaciones sobre el queso? No creo. Siendo la porchetta una idea brillante (más) de los italianos, la idea original era hacerlo con un queso muy sabroso y fundente de allí que se llama fontina, pero después de preguntar a un experto en la materia que me aseguró que la raclette debería funcionar igual de bien, la propongo como una alternativa más barata y fácil de localizar.

Me hace especial ilusión la receta de hoy porque ha sido diseñada con la ayuda en I+D –vamos, que les he tenido casi una noche entera comiendo panceta con diferentes combinaciones hasta dar con la que nos pareció perfecta, mientras ellos trabajaban– del equipo de Panic Madrid. De hecho estaré hoy allí, mano a mano con Javier Marca al frente de una nueva edición de su Cofradía del Santo Bocata. Prepararemos esta bestia parda y otro de pollo pibil, y además habrá una opción vegetariana de hamburguesa de quinoa y remolacha, hoy mismo de 2 a 4 y de 6 a 8. También tendremos cerveza, buena música –he preparado una playlist en Spotify para la ocasión– y, casi seguro, risas. Si queréis pasar a saludar, estaremos encantados de recibiros.


Dificultad:


Es largo, pero casi todo el trabajo lo hace el horno.

Ingredientes

Para la porchetta



Una pieza de panceta de cerdo suficientemente grande para enrollarse sobre si misma (unos 3 kg)
100 gr de pasas sultanas
150 gr de orejones de melocotón o albaricoque
50 gr de pistachos pelados
2 cebollas
600 ml de moscatel
3 cucharadas de albahaca picada
3 cucharadas de perejil picado
1 cucharadita de pimienta molida
1 cucharadita de sal

Para la gremolata de hinojo y manzana



1 manzana Granny Smith
1 bulbo de hinojo
La ralladura de la piel de dos limones
3 cucharadas de perejil picado
2 cucharadas de zumo de limón
1 diente de ajo
Sal
Pimienta
1 cucharada de aceite de oliva

Para montar cada bocadillo



Rúcula
1 loncha de queso raclette o fontina
Un buen pan que se pueda planchar (mollete, cubano, llonguet o una hogaza rebanada fina).

Preparación

1. Remojar durante 24 horas los orejones y las pasas en el moscatel. Escurrir y reservar el vino sobrante.

2. Si se quiere, hacer unos cortes finos en forma de rombo en la piel de la panceta (nosotros no lo hicimos y la piel quedó igual de crujiente). Ponerla en la superficie de trabajo con la piel hacia abajo. Picar un poco los orejones –no tienen que quedar muy pequeños– y mezclarlos con las pasas, los pistachos, la albahaca y el perejil.

3. Salpimentar el cerdo por dentro y por fuera, y ponerle encima la mezcla de hierbas y frutos secos. Enrollarlo y, con hilo de bridar, darle forma redonda y apretadita, para que no se salga el relleno. Precalentar el horno a 180 grados.

4. Poner la porchetta –con la piel hacia arriba– en el horno sobre una rejilla, con una bandeja debajo en la que pondremos el moscatel y las cebollas cortadas, que recogerá el jugo de la cocción del cerdo. Poner la carne en el horno unos 20 minutos a 180 grados. Pasado este tiempo, sacar la pieza y envolverla en papel de aluminio, bajar el horno a 140 y volver a hornearla durante 3 horas.

5. Pasadas estas tres horas, sacar el papel y volver a subir la temperatura hasta 180/200 grados. Dejarlo unos 10 minutos más o hasta que la piel se ponga dorada y crujiente como un torrezno. Sacar del horno y dejar reposar al menos 15 minutos antes de cortarla no demasiado fina (un cuchillo de filetear o jamonero bien afilado ayudará bastante).

6. Triturar el vino, el jugo y la cebolla de la bandeja. Si no han espesado lo suficiente, llevar a fuego medio en un cazo y reducir un poco más. Para la gremolata, picar la manzana y el hinojo muy finos con un cuchillo o robot de cocina. Rallar el diente de ajo y mezclarlo todo con el zumo de limón, el aceite, el perejil y un poco de sal y pimienta.

7. Montar cada bocadillo poniendo –en este orden– una base de pan, un poco de salsa, la porchetta, una porción generosa de gremolata, rúcula y queso. Planchar hasta que esté dorado y crujiente, comer inmediatamente.

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Published on January 21, 2015 22:35

January 20, 2015

No te creas el vídeo de la manzana

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La manzana de la ignorancia. / FACEBOOK

 


Internet tiene incontables cosas buenas, y también algunas malas. Entre estas últimas, una de las más perniciosas es facilitar la propagación de bulos, afirmaciones ridículas y magufadas de todo pelaje, que viajan de muro en muro por webs y redes sociales a caballo de la ignorancia. La comida suele protagonizar de muchas de estas leyendas, alimentadas por el miedo irracional a "la química" (como si hubiera algo que no lo fuera), las "toxinas" o los supuestos venenos con los que la industria y las multinacionales quieren eliminarnos ante la pasividad de los gobiernos.



El último episodio de esta enfermedad contemporánea es un vídeo que, en un mundo razonable, no debería merecer media línea ni en este blog ni en ningún medio de comunicación mínimamente serio. Sin embargo, la brutal difusión que ha obtenido en Facebook (ha sido visto 13 millones de veces y compartido por 500.000 personas) me empuja a cuestionarlo públicamente, para que la gente que lo han propagado y la que se lo vaya a encontrar por ahí en el futuro se lo piense dos veces antes de aceptar lo que se dice en él.


El vídeo muestra a un señor llamado Manuel Nava Rro raspando la piel de una manzana con una navaja. "Vamos a ver la mierda que nos están dando por comida", asegura mientras saca un polvillo blanco de la corteza de la fruta. "¿Qué carajo es esto que nos están dando? ¿Es normal que una manzana tenga esto? ¿Este es el veneno que nos están metiendo en el cuerpo?". Cuando acaba de raspar dos manzanas, trata de quemar sin éxito las raspaduras. "Si fuera cera se derretiría. Y esto huele a plástico. Tóxico. No puedo ni olerlo. Esto es la porquería que estamos comiendo, y asín [sic] todo".


 


YOUTUBE

 


Si Manuel Nava Rro se hubiera informado mínimamente antes de hacer este vídeo (un par de búsquedas en Google y una visita a la Wikipedia), se habría enterado que esa sustancia maligna que recubre sus manzanas no es más que cera, tan comestible como inofensiva. Las propias manzanas producen un tipo de esta sustancia de manera natural para mantener su humedad interior y protegerse de agresiones externas. Los productores de fruta imitan ese proceso con otras ceras añadidas cuyo objetivo, además de la protección, es el de proporcionar un aspecto brillante y apetitoso.


"Son ceras naturales como la carnaúba, una grasa comestible que se extrae de las hojas de la palma", explica Pedro Terrón, responsable de la página Bulos y Leyendas y defensor del pensamiento crítico y del método científico. "Se usa para el encerado de frutas (manzanas, cítricos, pepinos, plátanos y otras) en los tratamientos de pos-cosecha para alargar su vida y conservar su lozanía. Disminuye la transpiración y por ello inhibe en ciertos grados la deshidratación, al mismo tiempo que ayuda a preservarlas de fungosis y bacteriosis y mantiene el brillo natural de las frutas. Es totalmente inocua".


La prueba supuestamente irrefutable del experimento de Nava Rro es que la cobertura de la manzana no arde y huele mal al quemarla, de lo cual deduce que es un producto tóxico maligno. "No le hace falta análisis de composición ni comprobar la veracidad de la premisa. La verdad es que hay muchos tipos de cera, no sólo la de las velas, y el punto de fusión de ésta puede ser de hasta 85 ºC, el más alto entre las ceras naturales", expone Terrón. ¿Y el olor? "Después de realizar un análisis químico con un cuchillo y un mechero, expone cómo se detecta si una sustancia es tóxica o no: por cómo le huele a él".


El vídeo contiene otras perlas dignas de comentario: asegura que "aquí no se mete Sanidad ni el Gobierno ni nadie", cuando en realidad pocos ámbitos están tan regulados como la alimentación. Mauricio Schwarz, escritor y periodista especializado en ciencia y autor de un fantástico contravídeo titulado La ignorancia es veneno, no las manzanas, cree que la principal falacia es "que no hay control y que los productores y comerciantes de alimentos pueden hacer básicamente lo que les venga en gana". "Esto en parte se refuerza con la desconfianza hacia las autoridades y con todo un discurso presuntamente 'naturalista' que pretende condenar todo lo que no es 'natural' pero definido de manera sumamente caprichosa y apoyado en la quimiofobia, que no es sino ignorancia, miedo y falta de motivación para investigar. Y es muy fácil de desmontar: vivimos más y con más salud que nunca antes en la historia".


Manzana


Malvado productor de manzanas que te quiere envenenar. / GIPHY

 


 


Nava Rro también insinúa una posible relación de su descubrimiento con enfermedades como el ébola y el sida (aquí le doy la razón: todos sabemos que ambos males se contraen por comer manzanas, que la Tierra es plana y que los Reyes Magos vienen a traernos regalos desde Oriente cada Navidad). Pero quizá lo más heavy no sea esta monumental burrada, sino la cantidad de comentarios positivos que dan por bueno el vídeo.


¿Cómo es posible que tantas personas se lo crean? "El protagonista es un señor mayor y campechano que podría ser un tío o un vecino nuestro", reflexiona Terrón. "Una fuente cercana y libre de sospecha, a diferencia de los científicos de bata blanca, tan distantes y que usan un lenguaje incomprensible. Sus argumentos son populares y sus demostraciones, sencillas y accesibles (acercar un mechero a ver qué pasa, nada de mostrar gráficos de un estudio o hacerte mirar por un microscopio en el que no sabes lo que estás viendo). Además, no afirma, sino que pregunta. Esta ignorancia le da un aura de humildad que hace que su mensaje llegue mejor que el de los experimentos hechos por científicos 'arrogantes".


El vídeo también utiliza una técnica muy habitual en la propagación de bulos: el lanzamiento de preguntas que crean alarma. Existen pocos terrenos tan fértiles para el miedo como la alimentación, lo que podría explicar también el exitazo de don Manuel. "[La comida] es lo esencial y lo más cercano", supone Schwarz. "Culturalmente tenemos una historia de envenenamientos alimentarios impresionante, desde el plomo del vino de los romanos hasta el cornezuelo del trigo que hoy se cree fue responsable de problemas de percepción en la Edad Media. Comer ha sido una apuesta no del todo certera hasta hace poco". "Cada vez consumimos más productos elaborados", añade Terrón, "y esta falta de control o ignorancia sobre 'qué llevará lo que me como' produce cierta inquietud que viene a satisfacer la información falaz, pero bien presentada, que proporcionan los bulos".


Terapia del limon congelado


El timo del limón congelado. / TODOMUJER

 


¿Qué hacer ante tanta mentira internetera? Terrón propone aplicar tres precauciones básicas: "Primero, cuestionarse si es una historia razonable o no (que a la margarina le falta una molécula para ser plástico desafía los principios de la química). Segundo, desconfiar (sin llegar a la suspicacia) de los mensajes que vienen en mayúscula, te alertan de que algo malo va a pasar y piden ser reenviados a todos tus contactos; y tercero, verificar la información antes de creer. Saber distinguir las fuentes fiables en internet es primordial: la página de la OCU, de la FAO o de organismos oficiales suelen ofrecer información veraz, mientras que webs sensacionalistas como Russia Today o de salud alternativa suelen ser fuente de bulos".


Ya sabes. No te creas la terapia del limón congelado. Ni que comer gorgojos cura el cáncer. Ni que la sal, el azúcar y la harina refinados, el arroz blanco y la leche pasterizada (los famosos "cinco venenos blancos") son nocivos. "Gominolas de Petróleo hizo un brillante trabajo sobre ellos", apunta Schwarz. "La mejor forma de combatir los bulos es tratar de informar a la gente. Creo que el humor, la información directa y la denuncia sirven para que al menos algunas personas se replanteen su credulidad". En ello estamos.

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Published on January 20, 2015 22:00

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Mikel López Iturriaga
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