Cesar Silva Marquez's Blog, page 12
July 26, 2014
Hijo de Dios
Cormac McCarthy, 1973
El dueño del vertedero había criado a nueve hijas y les había puesto los nombres a partir de un antiguo diccionario médico extraído de los escombros que recogía, toda esa camada desgarbada, cuyo pelo negro les colgaba por las axilas, estaba ahí sentada en sillas y en cajones, holgazaneando inocentemente día tras día por el pequeño jardín vacío de estos de basura, mientras su agobiada madre las llamaba una por una para que le ayudasen en las tareas de la casa y una por una se encogía de hombros o parpadeaban de forma cansina. Uretra, Cerebelos, Hernie Sue.
Nota: de lectura rápida y violenta, solo como Cormac McCarthy puede, Hijo de Dios es un gran testimonio para reconocer en ella al futuro escritor de No es País para viejos y La carretera. Altamente recomendable, por su gran fluidez y su muy mesurado lenguaje poético.
El dueño del vertedero había criado a nueve hijas y les había puesto los nombres a partir de un antiguo diccionario médico extraído de los escombros que recogía, toda esa camada desgarbada, cuyo pelo negro les colgaba por las axilas, estaba ahí sentada en sillas y en cajones, holgazaneando inocentemente día tras día por el pequeño jardín vacío de estos de basura, mientras su agobiada madre las llamaba una por una para que le ayudasen en las tareas de la casa y una por una se encogía de hombros o parpadeaban de forma cansina. Uretra, Cerebelos, Hernie Sue.
Nota: de lectura rápida y violenta, solo como Cormac McCarthy puede, Hijo de Dios es un gran testimonio para reconocer en ella al futuro escritor de No es País para viejos y La carretera. Altamente recomendable, por su gran fluidez y su muy mesurado lenguaje poético.
Published on July 26, 2014 07:44
Un momento de descanso. Antonio Orejudo.
Antonio Orejudo, 2011
Dos semanas después de recibir la última sesión de tratamiento sucedió algo. Estaba tomándome una hamburguesa en Billie´s, en Port Jefferson, cuando me fijé sin motivo en una pareja que acababa de entrar, un hombre y una mujer. Ni él ni ella tenían nada de particular. Se sentaron en la mesa de al lado, y entonces supe, lo digo así, en cursiva, supe que ella era peluquera.[...] Supe también que era madre soltera y supe que vivía en un apartamento minúsculo al sur de la ciudad, al que solo se podía acceder a través de otro departamento, del que ella no tenía llaves...
Nota: Un momento de descanso, es a mi gusto una novela igual de recomendable que Ventajas de viajar en tren, quizá con la gran ventaja de que Un momento... es en sí una novela uniforme y no ese gran collage de historias sícóticas y desquiciantes de Ventajas. Con gran humor critica ese mundillo de los catedráticos universitarios y los literatos. Aunque quizá sea un poco obvia la primera parte de la novela, la velocidad y el humor con que se cuentan los desmanes de Cifuentes y su vida académica, da contrapeso a este detalle. muy recomendable, of course.
Dos semanas después de recibir la última sesión de tratamiento sucedió algo. Estaba tomándome una hamburguesa en Billie´s, en Port Jefferson, cuando me fijé sin motivo en una pareja que acababa de entrar, un hombre y una mujer. Ni él ni ella tenían nada de particular. Se sentaron en la mesa de al lado, y entonces supe, lo digo así, en cursiva, supe que ella era peluquera.[...] Supe también que era madre soltera y supe que vivía en un apartamento minúsculo al sur de la ciudad, al que solo se podía acceder a través de otro departamento, del que ella no tenía llaves...
Nota: Un momento de descanso, es a mi gusto una novela igual de recomendable que Ventajas de viajar en tren, quizá con la gran ventaja de que Un momento... es en sí una novela uniforme y no ese gran collage de historias sícóticas y desquiciantes de Ventajas. Con gran humor critica ese mundillo de los catedráticos universitarios y los literatos. Aunque quizá sea un poco obvia la primera parte de la novela, la velocidad y el humor con que se cuentan los desmanes de Cifuentes y su vida académica, da contrapeso a este detalle. muy recomendable, of course.
Published on July 26, 2014 07:07
July 15, 2014
Adelanto de La balada de los arcos dorados
En la Revista de la Universidad de México aparece un adelanto de la la novela La balada de los arcos dorados que aparecerá en el mes de agosto en Almadía. El link comienza con los siguiente:
Presentamos un adelanto de la nueva novela del narrador y poeta juarense César Silva Márquez, que saldrá a la luz estos días bajo el sello Almadía. El autor de Juárez Whiskey no olvida la marca de la casa: personajes inusitados metidos en un mundo convulso y violento, en una historia contada con prosa acerada y precisa.
La balada de los arcos dorados Cuando yo entré en su vida su vida ya había acabado,
ha tenido un principio, un desarrollo y un final. Esto
es el final.
Cormac McCarthy, No es país para viejos
Seamos claros en esto: en algún momento o en otro,
la mayoría de nosotros deberá luchar con sus
demonios personales.
Robert Simon, Los hombres malos hacen lo que los
hombres buenos sueñan
¡Tal vez ya prendieron el reflector para pedirte
[auxilio!
[…]
y allí están doblados tu traje de héroe y tus
[sentimientos de héroe,
listos para cuando entres en acción.
José Carlos Becerra, “Batman”
Así comienza la película.
En primer plano aparece una fotografía donde mi padre mira hacia la cámara, luego es la foto de mi madre en el jardín de nuestra primera casa, en Infonavit, un jardín como un pequeño parche verde y polvoso con un manzano torcido al centro, pronto le sigue mi hermana de dos años huyendo de la lluvia, tratando de alcanzar el zaguán. Al norte están los amplios cielos de Texas. Para mí, el sur es un sueño diluido en bostezos cuyo nombre sólo aparecía en la televisión los domingos por la mañana cuando veía el programa de Chabelo. Lentamente surge mi mejor amigo en pantalones cortos jugando a ser Supermán, con los brazos extendidos y los puños cerrados, cortando el aire. Así llega el título de la película en letras grandes y un fondo negro que por segundos oculta lo que sucede, como si el espectador entrara en un túnel porque, a final de cuentas, para ver una película hay que llegar al otro lado de lo que sea que tengas que llegar, de la vida misma si se quiere. Y cuando el título se desvanece, cuando llegamos al final del túnel, está el sonido crudo de los autos, el rugido de los motores, el claxon histérico de una camioneta en la distancia, una sirena abriéndose paso. Comienza la toma aérea de la ciudad en medio del desierto oscuro, donde sus luces son como miles de ojos de liebres cargados de luz. Alguien me ha puesto una pistola en la nuca, alguien me dice que voy a morir, que así tiene que ser, que me lo merezco, que si no sabía que en El Diario, donde trabajo, tienen oídos, así lo dijo, pendejo, qué no sabes que en El Diario tenemos oídos. En ese momento mi vida es una película, y los héroes no aparecen. Solo hay gente que camina por las calles destruidas del centro, evadiendo los rincones más oscuros, mujeres que hablan por teléfono sin percatarse de lo que pasa, gatos dormidos en terrazas y perros a punto de ladrar. Cuando siento el cañón de la pistola en la piel, pienso en todo lo que no he hecho en la vida, en cómo nunca he estado en Zihuatanejo, por ejemplo, o cómo nunca me he lanzado en paracaídas. Pienso en Rebeca. En las uñas de Rebeca, sus muñecas y torso, en Rossana y su voz y piernas. Por un momento, en un solo parpadeo largo, del cual creo que no volveré a abrir los ojos, pienso en mi abuelo. Deseo un pase. Cuidándome de la coca tanto tiempo, para morir aquí arrodillado. Sin duda, por más que hagas cambios en tu vida, de una manera u otra, todo lo que has hecho se paga. Como si una gitana te hubiera echado una maldición. Mi abuelo murió dos años antes de que yo naciera, en San Luis Potosí. Lo único que tengo de él es el recuerdo de una fotografía sobre el umbral de la puerta de la sala de mi abuela. Luego ella murió y vendieron la casa. Y mientras siento la muerte, por tercera vez en mi vida, pienso en el bigote mal recortado de mi abuelo. La cocaína es mi kriptonita, pero se tiene que ser un hombre de acero para no tener miedo a una bala que te partirá en dos la cabeza. Lo había visto ya tantas veces en estos últimos días.
En una de mis primeras entrevistas cuando comencé a trabajar en El Diario, le pregunté a un joven de veinticinco años porque había asesinado a sus padres y hermana pequeña. Me dijo que ya no lo tomaban en cuenta y que ahora por las noches veía a la niña muerta en la esquina del catre. Después miró al suelo y me preguntó si yo veía a los muertos. Le dije que no. Él se encogió de hombros y me pidió un cigarro que de inmediato le negué. Tenía la nariz rota y un bigote de sangre seca porque los custodios lo golpearon durante la noche, como una forma de bienvenida.
Ahora estoy aquí y un tipo me dice que me creo mejor de lo que soy y vuelvo a sentir el cañón una, dos veces y la gente pasa y los autos rugen.
Me llamo Luis, y un tipo presiona su pistola contra mi nuca.
Presentamos un adelanto de la nueva novela del narrador y poeta juarense César Silva Márquez, que saldrá a la luz estos días bajo el sello Almadía. El autor de Juárez Whiskey no olvida la marca de la casa: personajes inusitados metidos en un mundo convulso y violento, en una historia contada con prosa acerada y precisa.
La balada de los arcos dorados Cuando yo entré en su vida su vida ya había acabado,
ha tenido un principio, un desarrollo y un final. Esto
es el final.
Cormac McCarthy, No es país para viejos
Seamos claros en esto: en algún momento o en otro,
la mayoría de nosotros deberá luchar con sus
demonios personales.
Robert Simon, Los hombres malos hacen lo que los
hombres buenos sueñan
¡Tal vez ya prendieron el reflector para pedirte
[auxilio!
[…]
y allí están doblados tu traje de héroe y tus
[sentimientos de héroe,
listos para cuando entres en acción.
José Carlos Becerra, “Batman”
Así comienza la película.
En primer plano aparece una fotografía donde mi padre mira hacia la cámara, luego es la foto de mi madre en el jardín de nuestra primera casa, en Infonavit, un jardín como un pequeño parche verde y polvoso con un manzano torcido al centro, pronto le sigue mi hermana de dos años huyendo de la lluvia, tratando de alcanzar el zaguán. Al norte están los amplios cielos de Texas. Para mí, el sur es un sueño diluido en bostezos cuyo nombre sólo aparecía en la televisión los domingos por la mañana cuando veía el programa de Chabelo. Lentamente surge mi mejor amigo en pantalones cortos jugando a ser Supermán, con los brazos extendidos y los puños cerrados, cortando el aire. Así llega el título de la película en letras grandes y un fondo negro que por segundos oculta lo que sucede, como si el espectador entrara en un túnel porque, a final de cuentas, para ver una película hay que llegar al otro lado de lo que sea que tengas que llegar, de la vida misma si se quiere. Y cuando el título se desvanece, cuando llegamos al final del túnel, está el sonido crudo de los autos, el rugido de los motores, el claxon histérico de una camioneta en la distancia, una sirena abriéndose paso. Comienza la toma aérea de la ciudad en medio del desierto oscuro, donde sus luces son como miles de ojos de liebres cargados de luz. Alguien me ha puesto una pistola en la nuca, alguien me dice que voy a morir, que así tiene que ser, que me lo merezco, que si no sabía que en El Diario, donde trabajo, tienen oídos, así lo dijo, pendejo, qué no sabes que en El Diario tenemos oídos. En ese momento mi vida es una película, y los héroes no aparecen. Solo hay gente que camina por las calles destruidas del centro, evadiendo los rincones más oscuros, mujeres que hablan por teléfono sin percatarse de lo que pasa, gatos dormidos en terrazas y perros a punto de ladrar. Cuando siento el cañón de la pistola en la piel, pienso en todo lo que no he hecho en la vida, en cómo nunca he estado en Zihuatanejo, por ejemplo, o cómo nunca me he lanzado en paracaídas. Pienso en Rebeca. En las uñas de Rebeca, sus muñecas y torso, en Rossana y su voz y piernas. Por un momento, en un solo parpadeo largo, del cual creo que no volveré a abrir los ojos, pienso en mi abuelo. Deseo un pase. Cuidándome de la coca tanto tiempo, para morir aquí arrodillado. Sin duda, por más que hagas cambios en tu vida, de una manera u otra, todo lo que has hecho se paga. Como si una gitana te hubiera echado una maldición. Mi abuelo murió dos años antes de que yo naciera, en San Luis Potosí. Lo único que tengo de él es el recuerdo de una fotografía sobre el umbral de la puerta de la sala de mi abuela. Luego ella murió y vendieron la casa. Y mientras siento la muerte, por tercera vez en mi vida, pienso en el bigote mal recortado de mi abuelo. La cocaína es mi kriptonita, pero se tiene que ser un hombre de acero para no tener miedo a una bala que te partirá en dos la cabeza. Lo había visto ya tantas veces en estos últimos días.
En una de mis primeras entrevistas cuando comencé a trabajar en El Diario, le pregunté a un joven de veinticinco años porque había asesinado a sus padres y hermana pequeña. Me dijo que ya no lo tomaban en cuenta y que ahora por las noches veía a la niña muerta en la esquina del catre. Después miró al suelo y me preguntó si yo veía a los muertos. Le dije que no. Él se encogió de hombros y me pidió un cigarro que de inmediato le negué. Tenía la nariz rota y un bigote de sangre seca porque los custodios lo golpearon durante la noche, como una forma de bienvenida.
Ahora estoy aquí y un tipo me dice que me creo mejor de lo que soy y vuelvo a sentir el cañón una, dos veces y la gente pasa y los autos rugen.
Me llamo Luis, y un tipo presiona su pistola contra mi nuca.
Published on July 15, 2014 09:18
July 5, 2014
Mario Lugo habla sobre Una isla sin mar
Me gusta lo que dice Mario Lugo sobre Una isla sin mar
ARMARIO
Una isla sin mar de César Silva Márquez
No hay un momento preciso para que un lugar, en este caso una ciudad como Juárez, tenga su novela. Dentro del costal de ilusiones de algunos literatos, principalmente los críticos literarios, está el encontrar o descubrir de una vez por todas la novela de la Ciudad de México, la novela de Nueva York, de Londres o de París, por mencionar sólo algunas muestras. A pesar de la dificultad para determinar el surgimiento de esa novela de Ciudad Juárez o de Chihuahua si podemos decir que los eventos que ocurren, la población, la concurrencia de personas o personajes memorables, incluso los fenómenos naturales hacen que una ciudad, un país o un lugar en particular parezcan necesitar su novela. Lo ideal es que fuera una novela de un autor (y muchos autores lo han ambicionado o parecen haberlo ambicionado). Mi opinión es que es más frecuente que la novela en este caso de ciudad Juárez la están escribiendo desde el cierre del siglo pasado un puñado de escritores. En mucho se debe al torbellino de hechos que han avasallado a la ciudad y sus habitantes. No ha habido la capacidad para trabajar esa obra que a estas alturas sería monumental. Por tanto sostengo que la novela de Ciudad Juárez es (porque ya se han publicado sus primeros textos, sus primeras novelas, parte de esa gran novela) y será un esfuerzo colectivo. La novela de César Silva Márquez es claramente una de ellas. Juárez Whiskey del mismo autor, de la que me ocuparé más delante es otra.
En la novela que me ocupa la dirección, el destino del texto parece postulatorio desde el título: Una isla sin mar. Ya de por sí desamparada respecto al mar si no remoto, muy distante. El nudo, o uno de los nudos parece ser el estarse yendo y la permanencia de un sentimiento de estar al borde, en la orilla. Quizá por esto la novela se divide en dos partes: La orilla y los que se van. El discurrir y el ocurrir en los personajes ratifica una y otra vez esas condiciones: vivir en la orilla, en el bordo, en la frontera y el estarse yendo, el estar abandonando y el ser abandonados.
Hay dos protagonistas principales que narran y son narrados entre sí: Martín Rodriguez Miranda, personaje principal, quien narra la mayor parte y Fabián Jimenez García, personaje secundario que en un par de momentos toma el control del relato. Lo que ocurre a los personajes puede ser sobrepuesto en cualquier región del mundo. Esto y la nitidez narrativa que es manejada con mano firme por el autor le dan un carácter universal a las experiencias de los personajes. Sin embargo, el hecho de que el narrador tiene los pies bien puestos en un espacio fronterizo específico y que su guía por las calles y lugares juarenses es tan descriptiva hace imposible pensar en otra ciudad para quien la conoce o la ha visitado. El siguiente momento de la novela lo deja muy claro: “Acelero y tomo por el Boulevard Cuatro Siglos hacia el este, pensando en los diez años que me he levantado a las 5:30 de la mañana para ir a mi trabajo, recordando los sueños que en estos días me han asaltado. El Cuatro Siglos es un malecón que corre al lado del seco río Bravo. (…) De todo este mar que fue el norte, queda sólo esta hendidura. Más allá El Paso, Texas, ordenado y fluido, me saluda.” (p. 25). Antes y después de ese momento y hasta el final el avance topográfico es sutil, como si fuera inexistente va llenando el mapa de una parte de la ciudad, la que ha creado su avance inexplicable y terrible hacia el este. Se abandonó a un Juárez sin que jamás se hubiera completado y se creó el otro, el nuevo, donde la mayor parte de la vida del personaje se mueve. Donde está su trabajo en la maquiladora, a la que se refiere como si no existiera. Detalla pasillos y cubículos. Momentos de su actividad administrativa que no calan en su vida emocional, en su verdadera vida. Se reconcilia con Juárez a través de sus amores perdidos y el impulso de abandonarla sin lograrlo. Como en una narración fantástica. Como en Hotel California. Puedes llegar cuando quieras pero nunca te podrás ir. Una Isla sin mar es una larga crónica de adioses y abandonos posibles para todos menos para el personaje principal, para Martin. Sueña con advertencias graves para que abandone la ciudad, su gran amor Eme lo abandona, su amigo Fabián logra marcharse, sus ex compañeras de prepa y la universidad también logran marcharse. Los personajes de una de sus películas favoritas que se convierten en personajes de la novela también logran escapar y vivir y morir en un lugar paradisíaco. Sólo el con boletos en su mano que misteriosamente son rotos se queda para siempre en Juárez. Las grandes tragedias de la ciudad están ausentes en la novela, sin embargo es una ciudad llena de vitalidad. César Silva la constituye como el lugar de la nostalgia, de los adioses y abandonos: “Esta es una isla sin gaviotas ni leones marinos ni turista. Un mar castrado.” (p.137) Para el personaje principal y para más de un millón de juarenses es también el lugar, la orilla, el lugar de los sueños y la permanencia obligada.
Al final de la novela logramos conocer íntimamente a Martín a través de su memoria y los momentos que lograron acompañarle en su vida de manera amena y clara. Sobre todo nos hace re descubrirnos como pobladores de la orilla, de la frontera. Espectadores de las bienvenidas y los adioses de tantos, como si estuviéramos en una fantástica estación de tren. Nos descubrimos de alguna manera, como Martín con sus boletos en la mano, imposibilitados para dejar a Juárez a pesar de todo. Aunque llegué tarde a leer Una isla sin mar, integrante de la gran novela de ciudad Juárez que se está construyendo mientras los hechos nos arrastran no sabemos hasta dónde, puedo decir que está escrita con un estilo limpio y sobrio: sin juegos de luces de bengala. Mantiene un ritmo equilibrado que nos dosifica la fantasía y la pasión de los personajes.
Una isla sin mar. César Silva Márquez. Editorial Mondadori. Literatura Mondadori 392. 164 pp. Barcelona 2009.
ARMARIO
Una isla sin mar de César Silva Márquez
No hay un momento preciso para que un lugar, en este caso una ciudad como Juárez, tenga su novela. Dentro del costal de ilusiones de algunos literatos, principalmente los críticos literarios, está el encontrar o descubrir de una vez por todas la novela de la Ciudad de México, la novela de Nueva York, de Londres o de París, por mencionar sólo algunas muestras. A pesar de la dificultad para determinar el surgimiento de esa novela de Ciudad Juárez o de Chihuahua si podemos decir que los eventos que ocurren, la población, la concurrencia de personas o personajes memorables, incluso los fenómenos naturales hacen que una ciudad, un país o un lugar en particular parezcan necesitar su novela. Lo ideal es que fuera una novela de un autor (y muchos autores lo han ambicionado o parecen haberlo ambicionado). Mi opinión es que es más frecuente que la novela en este caso de ciudad Juárez la están escribiendo desde el cierre del siglo pasado un puñado de escritores. En mucho se debe al torbellino de hechos que han avasallado a la ciudad y sus habitantes. No ha habido la capacidad para trabajar esa obra que a estas alturas sería monumental. Por tanto sostengo que la novela de Ciudad Juárez es (porque ya se han publicado sus primeros textos, sus primeras novelas, parte de esa gran novela) y será un esfuerzo colectivo. La novela de César Silva Márquez es claramente una de ellas. Juárez Whiskey del mismo autor, de la que me ocuparé más delante es otra.
En la novela que me ocupa la dirección, el destino del texto parece postulatorio desde el título: Una isla sin mar. Ya de por sí desamparada respecto al mar si no remoto, muy distante. El nudo, o uno de los nudos parece ser el estarse yendo y la permanencia de un sentimiento de estar al borde, en la orilla. Quizá por esto la novela se divide en dos partes: La orilla y los que se van. El discurrir y el ocurrir en los personajes ratifica una y otra vez esas condiciones: vivir en la orilla, en el bordo, en la frontera y el estarse yendo, el estar abandonando y el ser abandonados.
Hay dos protagonistas principales que narran y son narrados entre sí: Martín Rodriguez Miranda, personaje principal, quien narra la mayor parte y Fabián Jimenez García, personaje secundario que en un par de momentos toma el control del relato. Lo que ocurre a los personajes puede ser sobrepuesto en cualquier región del mundo. Esto y la nitidez narrativa que es manejada con mano firme por el autor le dan un carácter universal a las experiencias de los personajes. Sin embargo, el hecho de que el narrador tiene los pies bien puestos en un espacio fronterizo específico y que su guía por las calles y lugares juarenses es tan descriptiva hace imposible pensar en otra ciudad para quien la conoce o la ha visitado. El siguiente momento de la novela lo deja muy claro: “Acelero y tomo por el Boulevard Cuatro Siglos hacia el este, pensando en los diez años que me he levantado a las 5:30 de la mañana para ir a mi trabajo, recordando los sueños que en estos días me han asaltado. El Cuatro Siglos es un malecón que corre al lado del seco río Bravo. (…) De todo este mar que fue el norte, queda sólo esta hendidura. Más allá El Paso, Texas, ordenado y fluido, me saluda.” (p. 25). Antes y después de ese momento y hasta el final el avance topográfico es sutil, como si fuera inexistente va llenando el mapa de una parte de la ciudad, la que ha creado su avance inexplicable y terrible hacia el este. Se abandonó a un Juárez sin que jamás se hubiera completado y se creó el otro, el nuevo, donde la mayor parte de la vida del personaje se mueve. Donde está su trabajo en la maquiladora, a la que se refiere como si no existiera. Detalla pasillos y cubículos. Momentos de su actividad administrativa que no calan en su vida emocional, en su verdadera vida. Se reconcilia con Juárez a través de sus amores perdidos y el impulso de abandonarla sin lograrlo. Como en una narración fantástica. Como en Hotel California. Puedes llegar cuando quieras pero nunca te podrás ir. Una Isla sin mar es una larga crónica de adioses y abandonos posibles para todos menos para el personaje principal, para Martin. Sueña con advertencias graves para que abandone la ciudad, su gran amor Eme lo abandona, su amigo Fabián logra marcharse, sus ex compañeras de prepa y la universidad también logran marcharse. Los personajes de una de sus películas favoritas que se convierten en personajes de la novela también logran escapar y vivir y morir en un lugar paradisíaco. Sólo el con boletos en su mano que misteriosamente son rotos se queda para siempre en Juárez. Las grandes tragedias de la ciudad están ausentes en la novela, sin embargo es una ciudad llena de vitalidad. César Silva la constituye como el lugar de la nostalgia, de los adioses y abandonos: “Esta es una isla sin gaviotas ni leones marinos ni turista. Un mar castrado.” (p.137) Para el personaje principal y para más de un millón de juarenses es también el lugar, la orilla, el lugar de los sueños y la permanencia obligada.
Al final de la novela logramos conocer íntimamente a Martín a través de su memoria y los momentos que lograron acompañarle en su vida de manera amena y clara. Sobre todo nos hace re descubrirnos como pobladores de la orilla, de la frontera. Espectadores de las bienvenidas y los adioses de tantos, como si estuviéramos en una fantástica estación de tren. Nos descubrimos de alguna manera, como Martín con sus boletos en la mano, imposibilitados para dejar a Juárez a pesar de todo. Aunque llegué tarde a leer Una isla sin mar, integrante de la gran novela de ciudad Juárez que se está construyendo mientras los hechos nos arrastran no sabemos hasta dónde, puedo decir que está escrita con un estilo limpio y sobrio: sin juegos de luces de bengala. Mantiene un ritmo equilibrado que nos dosifica la fantasía y la pasión de los personajes.
Una isla sin mar. César Silva Márquez. Editorial Mondadori. Literatura Mondadori 392. 164 pp. Barcelona 2009.
Published on July 05, 2014 07:31
Mario Lugo habla sobre Juárez Whiskey
Mario Lugo escribió lo siguiente sobre Juáerz Whiskey, como siempre, gracias por el espacio
ARMARIO
Juárez Whiskey de César Silva Márquez
En esta novela César Silva Márquez narra de manera nítida y desapasionada la vida de Carlos, un ingeniero de maquila, transcurre casi de manera anodina en Juárez. Sus amores, como su participación en la rutina de trabajo parecen ser irrelevantes. Sus amores, sus desprendimientos y adioses ocurren sin pena ni gloria. La presencia de la ciudad, por otra parte, mantiene una relevancia constante, aunque sin estrépito o melodrama, a pesar de lo que ocurre en ella. La geografía fronteriza, sus calles, y lugares son atendidos con serenidad y cierta maestría; pero sin emoción en la mayoría de los casos. O quizá para dejarlo con claridad, se nos hace ver la vida en ella de manera nostálgica. Sabemos de la tragedia que se vive en ella sin el carácter trágico que realmente tiene.
El hecho de ver con cierta distancia el día a día a pesar de tratar en detalle lo ocurrido y describir con detenimiento el paisaje tiene sus ventajas. La lectura es un ejercicio apacible. No hay lamentación por la miseria diaria en el área de trabajo. Tampoco hay drama o dolor por la pérdida sistemática en los intentos amatorios o la fragilidad de las relaciones. No es que se ignore lo que se expresa en momentos de una manera bella: “(…) pensé en la arena acumulada de la calle, en esta ciudad sitiada que tal vez nunca debió serlo, en su arena de espadas molidas recorriendo las avenidas.” (pp. 24 y 25). La nostalgia se enfrenta un tanto como ejercicio antropológico: “(…) la zapatería Canadá, con su peculiar letrero en azul y blanco en vertical. Antes era la gran zapatería nacional y ahora ya ni existe. Al menos no tan magistral (sic) como yo la recuerdo” (p. 32). Se pueden encontrar capítulos magistrales (pp. 41 a la 46). O la rápida reflexión sobre los personajes en los libros y la vida que cierra con: ‘Sólo existen las cosas que se despiertan tocadas por la mano del tiempo, como si fuera el respiro de un personaje en una novela. Un personaje que respira, come y bebe. ‘ (p. 62).
Es decir, no hay sacudimientos o solidaridades en lo que se narra. Queda todo en la elementalidad de un perro que se asolea por las mañanas y deja que el día, los días, avancen como deben avanzar, con la excepción de la presencia constante de la nostalgia y la narración de lo que está ahí. Sin oportunidad de solución. Es la presencia fría de la fatalidad de la vida. Como un gato domestico que observa el transcurrir de la violencia, con azoro pero sin plantear soluciones o actuar.
Es mi rutina y yo como espectador que sabe que cualquier acción sería inútil, me duelo pero sin desbordamiento: “Yo y mi ciudad y mis edificios derrumbados en forma de muela dolida. Mi propia zona cero. Mi vida ante la computadora en un constante ir y venir” Para luego establecer un enlace entre uno de los temas más poderosos de la novela, los dolores de muelas y dientes: Yo y mi ciudad nos dolemos de nuestras bocas. Nos han sitiado. Mis dientes dolidos significan humo, balazos y derrumbes; cuadros surrealistas, leones rugiendo, langostas enormes comiéndose el horizonte y mujeres transformándose en piedra; todas mis rocas en medio del desierto como un juego de canicas inalcanzable, pintado por Salvador Dalí” Para arrancar otro párrafo más abajo bon una frase demoledora: “Alguien debería escribir una novela con todo esto” (p. 69).
Aunque en mucho Juárez Wiskey es una historia de amor, de muchos amores, no se logra el apasionamiento en el lector. Es decir, no se logra la fascinación típica en este género. Así, aunque las heroínas o protagonistas de la novela parecen ser encantadoras no logran calar hondo en el lector. Quizá es lo que se esperaba. E ese sentido perdimos mucho ante la impasibilidad de Carlos, el protagonista principal.
Los pocos párrafos dedicados por necesidad de la narración a la rutina maquilera de los empleados administrativos y al momento culminante de un despido son formidables. (En la página 130 puede encontrarse uno de esos momentos.) Muchos juarenses se podrán ver en ese espejo. La atención al tema es breve porque la estructura de la novela, creo yo, así lo requería: pero es muy bueno.
Concluyo: La novela es excelente en tanto el personaje principal somos o podemos ser todos y su manera de aproximarse a la realidad es en mucho la que asumimos la mayoría: Testigos únicamente y protagonistas pasivos. Victimas en muchísimos casos. Insensibles también. Expresión intimista narrada con un estilo lucido y limpio. Es un documento que se instala en la memoria literaria de nuestro tiempo.
Juárez Whiskey. César Silva Márquez. Editorial Almadía. México. 2013. 156 pp.
ARMARIO
Juárez Whiskey de César Silva Márquez
En esta novela César Silva Márquez narra de manera nítida y desapasionada la vida de Carlos, un ingeniero de maquila, transcurre casi de manera anodina en Juárez. Sus amores, como su participación en la rutina de trabajo parecen ser irrelevantes. Sus amores, sus desprendimientos y adioses ocurren sin pena ni gloria. La presencia de la ciudad, por otra parte, mantiene una relevancia constante, aunque sin estrépito o melodrama, a pesar de lo que ocurre en ella. La geografía fronteriza, sus calles, y lugares son atendidos con serenidad y cierta maestría; pero sin emoción en la mayoría de los casos. O quizá para dejarlo con claridad, se nos hace ver la vida en ella de manera nostálgica. Sabemos de la tragedia que se vive en ella sin el carácter trágico que realmente tiene.
El hecho de ver con cierta distancia el día a día a pesar de tratar en detalle lo ocurrido y describir con detenimiento el paisaje tiene sus ventajas. La lectura es un ejercicio apacible. No hay lamentación por la miseria diaria en el área de trabajo. Tampoco hay drama o dolor por la pérdida sistemática en los intentos amatorios o la fragilidad de las relaciones. No es que se ignore lo que se expresa en momentos de una manera bella: “(…) pensé en la arena acumulada de la calle, en esta ciudad sitiada que tal vez nunca debió serlo, en su arena de espadas molidas recorriendo las avenidas.” (pp. 24 y 25). La nostalgia se enfrenta un tanto como ejercicio antropológico: “(…) la zapatería Canadá, con su peculiar letrero en azul y blanco en vertical. Antes era la gran zapatería nacional y ahora ya ni existe. Al menos no tan magistral (sic) como yo la recuerdo” (p. 32). Se pueden encontrar capítulos magistrales (pp. 41 a la 46). O la rápida reflexión sobre los personajes en los libros y la vida que cierra con: ‘Sólo existen las cosas que se despiertan tocadas por la mano del tiempo, como si fuera el respiro de un personaje en una novela. Un personaje que respira, come y bebe. ‘ (p. 62).
Es decir, no hay sacudimientos o solidaridades en lo que se narra. Queda todo en la elementalidad de un perro que se asolea por las mañanas y deja que el día, los días, avancen como deben avanzar, con la excepción de la presencia constante de la nostalgia y la narración de lo que está ahí. Sin oportunidad de solución. Es la presencia fría de la fatalidad de la vida. Como un gato domestico que observa el transcurrir de la violencia, con azoro pero sin plantear soluciones o actuar.
Es mi rutina y yo como espectador que sabe que cualquier acción sería inútil, me duelo pero sin desbordamiento: “Yo y mi ciudad y mis edificios derrumbados en forma de muela dolida. Mi propia zona cero. Mi vida ante la computadora en un constante ir y venir” Para luego establecer un enlace entre uno de los temas más poderosos de la novela, los dolores de muelas y dientes: Yo y mi ciudad nos dolemos de nuestras bocas. Nos han sitiado. Mis dientes dolidos significan humo, balazos y derrumbes; cuadros surrealistas, leones rugiendo, langostas enormes comiéndose el horizonte y mujeres transformándose en piedra; todas mis rocas en medio del desierto como un juego de canicas inalcanzable, pintado por Salvador Dalí” Para arrancar otro párrafo más abajo bon una frase demoledora: “Alguien debería escribir una novela con todo esto” (p. 69).
Aunque en mucho Juárez Wiskey es una historia de amor, de muchos amores, no se logra el apasionamiento en el lector. Es decir, no se logra la fascinación típica en este género. Así, aunque las heroínas o protagonistas de la novela parecen ser encantadoras no logran calar hondo en el lector. Quizá es lo que se esperaba. E ese sentido perdimos mucho ante la impasibilidad de Carlos, el protagonista principal.
Los pocos párrafos dedicados por necesidad de la narración a la rutina maquilera de los empleados administrativos y al momento culminante de un despido son formidables. (En la página 130 puede encontrarse uno de esos momentos.) Muchos juarenses se podrán ver en ese espejo. La atención al tema es breve porque la estructura de la novela, creo yo, así lo requería: pero es muy bueno.
Concluyo: La novela es excelente en tanto el personaje principal somos o podemos ser todos y su manera de aproximarse a la realidad es en mucho la que asumimos la mayoría: Testigos únicamente y protagonistas pasivos. Victimas en muchísimos casos. Insensibles también. Expresión intimista narrada con un estilo lucido y limpio. Es un documento que se instala en la memoria literaria de nuestro tiempo.
Juárez Whiskey. César Silva Márquez. Editorial Almadía. México. 2013. 156 pp.
Published on July 05, 2014 07:11
June 11, 2014
La balada de los arcos dorados, este verano
Como no tengo mucho que hacer, va:
De los productores de Juárez Whiskeyya vieneLa balada de los arcos doradosSummer 2014
El agente Pastrana se acerca
Jeje
Nota: título de la fotografía "Mcdonalds graffitti", arte callejero en Atenas, tomada de Syrup Kids (origen: http://syrupkids.com/shoutouts/?tag=m...)
De los productores de Juárez Whiskeyya vieneLa balada de los arcos doradosSummer 2014
El agente Pastrana se acerca
Jeje
Nota: título de la fotografía "Mcdonalds graffitti", arte callejero en Atenas, tomada de Syrup Kids (origen: http://syrupkids.com/shoutouts/?tag=m...)
Published on June 11, 2014 07:10
June 5, 2014
Noticias de la noche. Kostas Jaritos
Petros Márkaris, 1995
[...]
-En esta sociedad capitalista, el conocimiento se paga o se roba. No hay más caminos.
[...]
Estoy sentado delante del televisor con una bolsa de plástico en el regazo. La bolsa contiene suvlaki con pita y todos los condimentos posibles, una hamburguesa con guarnición completa, un pincho variado -variadísimo- y papas fritas que entraron humeando en la bolsa y salen apelmazadas. Las despego con los dientes y me las como. No he traído plato, porque me gusta comer los suvlakis como un indigente. Así disfruto más. Si me viera Adrianí, me castigaría con una semana de interrupción de relaciones conyugales.
Nota: Márkaris a logrado un personaje entrañable, el detective Kostas Jaritos. Con una dosis suficiente de humor, Jaritos se mueve por Atenas tratando de aclarar dos asesinatos de mujeres. Si bien de pronto parece ser demasiado el enredo de la trama, hasta tocar los bordes del absurdo, uno no se cansa de saber qué más sucederá a continuación en esta entretenida novela. 100% recomendable.
[...]
-En esta sociedad capitalista, el conocimiento se paga o se roba. No hay más caminos.
[...]
Estoy sentado delante del televisor con una bolsa de plástico en el regazo. La bolsa contiene suvlaki con pita y todos los condimentos posibles, una hamburguesa con guarnición completa, un pincho variado -variadísimo- y papas fritas que entraron humeando en la bolsa y salen apelmazadas. Las despego con los dientes y me las como. No he traído plato, porque me gusta comer los suvlakis como un indigente. Así disfruto más. Si me viera Adrianí, me castigaría con una semana de interrupción de relaciones conyugales.
Nota: Márkaris a logrado un personaje entrañable, el detective Kostas Jaritos. Con una dosis suficiente de humor, Jaritos se mueve por Atenas tratando de aclarar dos asesinatos de mujeres. Si bien de pronto parece ser demasiado el enredo de la trama, hasta tocar los bordes del absurdo, uno no se cansa de saber qué más sucederá a continuación en esta entretenida novela. 100% recomendable.
Published on June 05, 2014 07:37
May 25, 2014
Joyland
Stephen King, 2013
Cogí el carrete, sintiendo el tirón de la cometa que, ahora viva, se elevaba sobre nosotros, cabeceando de un lado a otro en el azul del cielo. Annie recogió la urna y descendió con ella la pendiente arenosa. Supongo que la vació al borde del océano, pero yo observaba la cometa, y en el momento en que vi una fina serpentina gris de ceniza que escapaba de ella, transportada por la brisa, dejé ir la cuerda. Observé cómo la cometa liberada subía, y subía. Mike habría querido ver qué altura alcanzaría antes de desaparecer, y yo también.Yo también quería verlo.
Nota: Joyland al igual que otros libros de King, como Colorado Kid y Corazones en la Atlántida, está lejos de ser una novela de terror, aunque esta tiene algunas salpicaduras de fantasma y clarividentes. Devin Jones nos relata el 1973 que vivió en Carolina del Norte, mientras trabajaba en una feria. Casi una novela de detectives, Joyland la considero más drama que otra cosa. La vida de este muchacho de 21 años que ese años específico hizo y pasó de todo. Recomendable, of course.
Cogí el carrete, sintiendo el tirón de la cometa que, ahora viva, se elevaba sobre nosotros, cabeceando de un lado a otro en el azul del cielo. Annie recogió la urna y descendió con ella la pendiente arenosa. Supongo que la vació al borde del océano, pero yo observaba la cometa, y en el momento en que vi una fina serpentina gris de ceniza que escapaba de ella, transportada por la brisa, dejé ir la cuerda. Observé cómo la cometa liberada subía, y subía. Mike habría querido ver qué altura alcanzaría antes de desaparecer, y yo también.Yo también quería verlo.
Nota: Joyland al igual que otros libros de King, como Colorado Kid y Corazones en la Atlántida, está lejos de ser una novela de terror, aunque esta tiene algunas salpicaduras de fantasma y clarividentes. Devin Jones nos relata el 1973 que vivió en Carolina del Norte, mientras trabajaba en una feria. Casi una novela de detectives, Joyland la considero más drama que otra cosa. La vida de este muchacho de 21 años que ese años específico hizo y pasó de todo. Recomendable, of course.
Published on May 25, 2014 19:01
Colorado Kid
Stephen King, 2005
Lo que más le gustaba a Stephanie del Weekly Islander, lo que la embelesaba aun después de pasar tres meses dedicada de forma casi exclusiva a redactar anuncios, era que en las tardes despejadas, bastaba con alejarse seis pasos de la mesa para disfrutar de una panorámica espectacular de la costa de Maine. Bastaba con salir al porche sombreado que daba al canal y ocupaba toda la longitud del edificio con aspecto de granero que albergaba la redacción del Islander.
Nota: una novela extraña, donde indagar más significa tan solo descubrir más misterios del pobre Colorado Kid. Recomendable, tan solo por el mismo hecho de leer al King lejano del terror, fantasmas y poseídos.
Lo que más le gustaba a Stephanie del Weekly Islander, lo que la embelesaba aun después de pasar tres meses dedicada de forma casi exclusiva a redactar anuncios, era que en las tardes despejadas, bastaba con alejarse seis pasos de la mesa para disfrutar de una panorámica espectacular de la costa de Maine. Bastaba con salir al porche sombreado que daba al canal y ocupaba toda la longitud del edificio con aspecto de granero que albergaba la redacción del Islander.
Nota: una novela extraña, donde indagar más significa tan solo descubrir más misterios del pobre Colorado Kid. Recomendable, tan solo por el mismo hecho de leer al King lejano del terror, fantasmas y poseídos.
Published on May 25, 2014 18:50
May 19, 2014
parte de mi vida musical :(
Roberto Romero me invitó a participar en la sección llamada "La música que soy" (p. 62) de la revista Acidconga. Número 25, mayo 2014. Esto fue lo que dije
Canciones para un soundtrack interminable Alguna vez me preguntaron si podría vivir sin música y mi respuesta fue un lacónico no. La música es parte de mi vida. Un ejemplo: por Rodrigo, mi hijo, aún escucho las canciones de Cri crí y, como hace tantos años, me conmueve “La muñeca fea”. Y sólo menciono un ejemplo porque, para empezar, antes de ser escritor, me veía como músico.De niño pensaba formar un grupo estilo Parchis con algunos vecinos. Ellos fueron mis ídolos de infancia y por algún tiempo coleccioné sus cómics (aún tengo uno de los primeros números guardado por ahí) y estuve enamorado de Yolanda, que tantos años después me enteré de que vive en México. Recuerdo muy bien una mañana de sexto de primaria en la cual, en medio de un concurso y con el director de la escuela como jurado, canté “Pedro Navaja” con un compañero. Aunque mi pareja se rajó a los pocos minutos, al director le gustó mi interpretación y pasé a la siguiente ronda. El concurso, según nos dijeron después los maestros, era para participar en el programa Juguemos a cantar. De la primera fase no pasé; mi voz nunca ha sido afinada. En mi adolescencia conocí a Soda Stereo y Caifanes y The Doors y la vida entonces no fue la misma; siguieron Pink Floyd y Led Zepellin, y junto con ellos las estaciones de radio de El Paso, Texas, como la KLAQ, 95.5, y The Fox, 92.3, y NPR, estación pública que por las mañanas toca jazz. Luego fueron las cantinas y Los Panchos seguidos de Pérez Prado y María Victoria y Simon and Garfunkel.A los 16 años, en el taller de literatura del INBA de Ciudad Juárez ¾al cual ingresé con la convicción de escribir canciones de rock estilo Soda Stereo y Caifanes¾conocí a Edgar Rincón Luna y meses después, junto con un amigo llamado Jorge Chávez Ramírez, formamos un grupo llamado, entre otros nombres, 50% de descuento. Desafortunadamente nunca despegó nuestra carrera musical.Mi primer poemario, Abcdario (Tierra Adentro, 2000 y 2006), se publicó cuando cumplí los 26 años. En el 2005 publiqué Si fueras en mi sangre un baile de botellas (ESN-Nod, 2005) y ese fue otro intento de retomar de alguna manera la música. A mi gusto, el poemario es un doble LP, y hasta un poema de Jazz está incluido.Entonces vino la narrativa y la obsesión de la música se hizo más clara en mi trabajo. Pasé mi infancia escuchando a Javier Solís y Cuco Sánchez entre otros. Recuerdo los viajes que hacía junto con mis padres y hermana desde Ciudad Juárez a San Luis Potosí cada verano, la música que nos acompañaba mientras dormitaba en medio de esa nada inmensa que era la Panamericana. En cierto momento del recorrido, cuando Marco Antonio Muñiz cantaba “Adelante”, la carretera y sus páramos oscuros de un lado y otro se hacían menos tediosos. Janis Joplin y Astrud Gilberto aparecen en Una isla sin mar(Mondadori 2009); en Juárez Whiskey(Almadía, 2013) hablo de Javier Solis y retomo a Janis.Ahora, por un amigo obsesionado con la música que se hace en el mundo conozco grupos y cantantes muy diversos. Pero a mí me gusta el rock más que otro género. Tuve mi tiempo para escuchar a Beethoven y Mozart y Chopin, me encantan Revueltas y Stravinsky, lo que me llena es la música oscura y extraña, algunos discos que tiene Kronos Quartet como Black Angelspor mencionar alguno, pero la versatilidad del rock es lo mío. Digamos que escucho algunas canciones de grupos nuevos como Bon Iver o Fleet Foxes o Swan o Apparat, y regreso de pronto a Procol Harum y Porcupine Tree. A veces escucho a Bohren and der Club of Gore y su disco Sunset Mission. Y todos estos grupos me han ayudado a escribir cuentos y capítulos de novelas y algún que otro poema.Cuando viajo cargo mi celular con 100 canciones que son alrededor de siete horas de música y de alguna manera es parte del Soundtrack de mi vida y me pregunto quién no tiene al menos parte del Soundtrack de su vida resuelto, quizá la última canción o canciones que corran junto con los créditos de la película cuando se dé el último suspiro y la pantalla se vuelva negra y los nombres de todos los que nos acompañaron avancen desde los nombres de los padres y los primeros amigos, las novias y las amantes y los maestros y el vecino de la esquina y el doctor que te operó las anginas y los que en alguna riña te rompieron la nariz y te mandaron al hospital y el crew de sonido y el de catering y la unidad de primeros auxilios, todos sus nombres en una interminable hilera con la música que los acompaña hasta dar con el símbolo de Copyright, el año y la palabra Technicolor encerrada en un cuadrado blanco.Si me preguntaran las canciones, álbumes y obras musicales que hasta el día de hoy considero imprescindibles en mi vida, aparte de los ya mencionados, agrego El Requiem de Mozart y los Nocturnos de Chopin, y esto me recuerda una plática que tuve con un gran amigo muy borracho y filósofo. En una fiesta, alrededor de la medianoche, comenzamos a platicar sobre el compositor polaco y, en un vaivén sobre cuáles de sus piezas nos gustaban, le dije que si pudiéramos comparar cortes de carne con los compositores Chopin sería un Rib Eye mientras que Beethoven un New York. Mi amigo sonrió y coincidió conmigo. Quizá también Chopin sería un perfume para mujer y Beethoven una loción para hombre, agregué y mi amigo bebió de su vodka, miró al cielo nublado y dijo “tienes razón, tienes razón”. Y entonces brindamos. Sólo faltaba saber qué corte de carne sería Mozart.
Published on May 19, 2014 20:15


