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Ejercicios de escritura
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Ejercicio de escritura #01 El calcetín rojo

Me ha encantado tu ejercicio, Patricia!!!!

Al velatorio había acudido casi toda la familia. Algunos, como la tía Susana no habían podido contenerse y habían roto a llorar desconsolados frente al cristal que separaba de la estancia el ataúd que contenía el cuerpo de Olvido. Yo sin embargo, no sé si por vergüenza o por respeto me mantuve firme hasta que todo aquél follón hubo terminado.
Una vez despedidos los últimos familiares por fin pude retirarme a casa de mi madre. Sería probablemente la última vez que pisara ese pequeño apartamento antes del inminente embargo por parte del banco, pues yo había decidido renunciar a la herencia familiar para paliar las deudas que en sus últimos meses de vida, mi madre había generado debido a su enfermedad.
Dediqué unos minutos a contemplar mi viejo hogar. Sólo unas velas alumbraban ya el recibidor y la oscuridad del angosto pasillo apenas dejaba entrever la puerta del despacho de mi padre, cerrado desde su fallecimiento hace cinco años. Aquel despacho seguía siendo un misterio para mí. Movido por sabe Dios qué decidí entrar.
Era una estancia polvorienta, como sacada de una película de época. Allí el tiempo parecía haberse detenido. Unas estilográficas sobre la mesa rompían el orden milimétrico de cada uno de los objetos allí colocados. La simetría era perfecta, dos sillas frente a la mesa y una mucho más grande al otro lado de la misma, equidistante a las otras dos. Tras la mesa una biblioteca bien poblada de enciclopedias y literatura técnica. Entre dos tomos del Larousse, sobresalía un papel. Era imposible que estuviera allí colocado al azar.
Con mucha delicadeza y algo de miedo decidí examinarlo. Era una vieja fotografía de mi madre, risueña, medio acostada en el sofá con un gesto sosegado y tierno. Tan sólo llevaba puesto un pijama y un calcetín rojo en un pie, cuyo par sostenía con la mano mostrándolo a la cámara con un gesto entre la picardía y el reproche sin malicia. Parecía que se había pasado una hora buscando el calcetín rojo, puede que con mi padre, seguramente autor de la fotografía.
Disfrutaba imaginándolos riendo, tomando una copa de vino buscando como locos aquél calcetín rojo, despreocupados del resto del mundo.
No puedo decir con certeza si yo estaba ya vivo cuando aquello aconteció… y probablemente nunca sabré nada más acerca de las circunstancias en las que aquella fotografía fue tomada. Sin embargo, gracias a esta pequeña y última visita a la casa de mis padres, y aun recién salido del velatorio y a sabiendas de que no volvería a ver nunca más aquel apartamento, había conseguido borrar de mi cabeza la imagen del cuerpo sin vida de mi madre en el féretro encerrado tras aquél cristal de la pequeña estancia en el tanatorio, para sustituirla para siempre por la vieja foto del calcetín rojo.
FIN.

Llegábamos muy tarde. Aquella avería nos había jodido el viaje y habíamos perdido todos los trenes que salían de Portway antes del anochecer. El asfalto estaba empapado y el temporal no daba tregua en una de las noches más oscuras que recuerdo.
El cadáver estaba al final de la carretera, tras el túnel, a unos 200 metros de la estación.
-Joder Marcus ¿tenías que haber perdido los chubasqueros justamente hoy? Estoy empapado, coño.
-¿Me lo vas a recordar eternamente?
-El que perdona esta muerto, Marcus. Y el que olvida sepultado.
Llegamos por fin. El agente local esperaba en una patrulla junto al lugar del crimen. El asesino había dejado en una bolsa el cuerpo descuartizado de aquella mujer.
-A ésta la van a tener que reconocer por la dentadura – Dice Marcus con cierta ironía
-Los dentistas forenses se están forrando últimamente. – Contesté.
-Caballeros, dejemos las bromas para el burdel del pueblo… luego les haré un mapa. Ahora vamos al grano que llevo mojándome toda la puta tarde. – El agente local era un joven de apariencia fresca y desenfadada, acostumbrado a tratar con macarras de todo pelaje oriundos de Cheetah, el pueblo industrial en el que nos encontrábamos. Nos contó que se había pasado toda la tarde buscando el calcetín rojo, única prenda de la que la pierna de la desafortunada mujer había sido despojada.
-Hemos peinado la zona. Ni rastro del asesino ni del calcetín. – Informó el agente.
-Raro de cojones… el que ha hecho esto debe estar bastante loco. ¿Algún caso parecido en la zona? – Pregunté.
-Nada de nada. Aquí sólo hay peleas de borrachos.
Fuertes campanadas procedentes de la iglesia del pueblo interrumpieron la conversación. Fijé por un momento mi mirada en Marcus, estaba fumando un cigarrillo casi apagado por la lluvia.
Repentinamente, veo como su rostro cambia por completo. Se concentra. Afila la mirada. De un aspaviento suelta el cigarrillo. Abre rápidamente su americana empapada y desenfunda su pistola. Dispara.
-¡¡Pero qué cojones!!
-¡Alto ahí! ¡Suelte el arma! – Gritó Marcus mientras empezaba a correr sin dejar de apuntar al fondo de la carretera. El agente y yo éramos incapaces de ver nada. Sólo pudimos seguir a Marcus en su carrera gracias a la escasa luz procedente de los faros coche patrulla. Ninguno sabíamos muy bien por qué habíamos desenfundado las pistolas y menos aun dónde coño apuntar.
-Uno menos, jefe. – Cuando llegamos Marcus ya había comprobado que el cuerpo de aquel pobre diablo estaba sin vida de un tiro en el pecho. Una escopeta recortada yacía junto a él. La sangre brotaba sin parar mezclándose con el agua de la lluvia. Sólo el rojo de un calcetín que llevaba en la mano mataba el blanco y negro de aquella escena. Última campanada. Es hora de irse.
FIN.

Desconozco si esto incumple alguna norma en este foro ¡¡¡si es así decídmelo y dejaré sólo una!!!.
Cualquier crítica será bienvenida... ¡Un placer!



Se pasó una hora buscando el calcetín rojo; el inspector Lestrad y su fiel escudero el agente Markus Bell habían llegado tarde. El cadáver del joven empresario Dylan Burne yacía ..."
Que buen ejercicio, Marko. Al parecer la escritura policial es lo tuyo :)

Se inclinó para mirar debajo de la cama, tal vez Michi, su gato, se lo había llevado para jugar con él...
-Gato endemoniado-pensó con rabia y algo de miedo a la vez.
no, no había nada allí, ni siquiera un triste mosquito al que culpar.
Se dirigió a su placar y comenzó a echar la ropa al suelo. Miriam se iba a encargar de juntar, primero es lo primero es lo primero-pensó mientras los nervios lo iban poseyendo más y más.
No, tampoco había nada. Y eso que había que había revisado cada prenda sin perder detalle.
Y solo faltaban treinta minutos...
-¡Sos una mierda! ¿Sabes calcetin? Una mierda-gritaba desesperado-confié en ti, confi, con...-no pudo sotenerse con semejante angustia sobre sus hombros y se sentó en su cama, pero no pudo recuperar su tranquilidad. Sólo estaba a un paso de obtener un ascenso por el que había luchado años, y un calcetín venía a complicarlo todo.-No, esto no puede terminar así-dijo en voz baja-tengo que encontrarlo, aunque eso sea lo último que haga.
Se levantó con decisión y se dirigió a la cocina. Estaba más que seguro que el gato tenía que ver con el asunto. Y si era el responsable, no sabía lo que le esperaba...
Revisó hasta el último recoveco, su desesperación comenzaba a aparecer nuevamente, pero el endemoniado calcetín no se atrevía a hacerlo.
Cayó de rodillas en medio del comedor, maldiciendo al Michi, y al calcetín también.
-No es posible, esto no puede estar pasándome-dijo lloriqueando-¡porqué! ¡¿Porqué a mí?! Es evidente que la suerte esta mi contra...sí...-dijo iluminándose su rostro-Luis y Miguel, esos envidiosos, me engualicharon, pagaron a una bruja...¡Hijos de su madre!-gritó con todas sus fuerzas-¡?Me las van a pagar! ¡me las van a pa...!
Pero no terminó su frase, cuando alguien llamaba con los nudillos a su puerta.
-¡Váyase Miriam!-exclamó-Ya no quiero desayunar.
-Le traigo su ropa limpia-dijo una voz sumisa.
-En otro momento.
-Tengo muchas cosas que hacer, debo dejárselas.
-No quiero, váyase.
La puerta comenzó a desllavearse y entró una mujer mayor de edad, algo robusta.
-Aquí le dejo-dijo dejando la pila sobre una silla-¿Pero qué...?
-Nada, váyase.
la mujer se retiró sin decir palabra.
El hombre se puso de pie, derrotado. Se acercó a la pila de ropa y, para su sorpresa, el calcetín rojo se asomaba debajo de un suéter...
-¡El calcetín!-exclamó tomándolo entre sus manos. Y para su sorpresa, el apego que sentía por esa prenda, se desvaneció. Unas imagenes comenzaron a rondar por su cabeza.-Este calcetín no hizo nada-pensó observando su obsesión-Yo hice todo lo que hice, y este calcetín...no es más que un calcetín...-sonrió. Aún faltaban quince minutos para la reunión.

Simón fue sacando lentamente el brazo de la sopa de marisco. Apenas notaba el calor del líquido (no después de casi media hora de intensa búsqueda en un sinnúmero..."
hola rosal. Coincido con Marko sobre el final. Y para mi, eso es lo mas importante, sorprender y divertir al lector :)

—Si no sales a calentar ahora mismo, te quedas en el banquillo —escuchó tras unos golpes impacientes que habían aporreado ..."
hay algo de lo que me he dado cuenta. La intriga no solo esta en los relatos policiales...¡buen escrito!

Lara estaba entrando en pánico, y no podía pensar sin desayunar. Salto sobre su propio eje 180 grados, se paro en seco mirando estupefacta la puerta que daba a su habitación y se le vino una idea a la mente. Fue corriendo a su armario, porque ella era así, todo lo tenía que hacer literalmente corriendo. Abrió el penúltimo cajón y comenzó a vaciarlo como si estuviese buscando una boleta que ella juraba y le re contra juraba a un operador telefónico, que ella misma con sus propias manitos, había pagado. Y ahí estaba, esa maldita remera que tanto odiaba era roja. La detestaba porque su tela podía servir para lijar muebles de madera con toda seguridad. La tomo para si, en un abrazo eterno, se tiro de cola al piso, la corto con sus dientes como un perro hambriento y estirando un poco sus brazos tomo el costurero que casualmente había dejado tirado la noche anterior al costado de la cama.
El reloj marcaba en un tic-tac de tortura, las 7:35, una vez más debía correr. Tomo el abrigo de lana gris que se había comprado en una feria clandestina en Parque Lezama. Era largo, calido, y la hacia sentir en familia, pero dejo de pensar en eso y abrió la puerta, salio al pasillo, tomo las llaves y le dio dos vueltas y media para cerrarla. Respito profundo. Nada podía salir mal ese día.
Bajo los 103 escalones de una escalera de madera antigua, que a cada pisada hacia rechinar. Salio con paso ligero por el hall de entrada y se asomo a la puerta de calle. Nadie. Recorrió Asunción, doblo en Condarco, volvió a doblar, pero esta vez la esquina de Nueva York y dio con ellos. La RSA estaba lista para palparla.
-Buenos días Lara, saliste un poco tarde hoy –La encaro un oficial de tes dura, pero de ojos pasibles,
-Si, el despertador...Usted sabe los días de humedad. –Dijo Lara dando una mirada distante al barrio como si lo que hubiera dicho tuviese la coherencia de unas medialunas a media tarde.
-Muéstremela, hagamos esto rápido hoy, como ve tengo mucho trabajo – mientras señalaba a una hilera de jóvenes contra la pared esperando su turno.
-Si como no – abrió la cartera con sus manos temblorosas, ese calcetín que con tanto esfuerzo se había fabricado hacia unos minutos.
El oficial lo tomo para si, lo levanto a la altura de sus ojos, lo voltio a un lado, al otro, la miro a Lara, volvió a mirar el calcetín. Bajo la mano, la miro a los ojos...
Y comenzó a sudar, lo vio alejarse hacia el montón de gente, dio por finalizada su vida. Como en un llanto apagado sin lágrimas se dejo reposar contra la pared. Fijo la vista al piso y espero lo que tenia que esperar. Y mientras se perdía en su melancolía de todo lo que no había hecho en su vida, vio asomarse a su vista unos zapatos familiares, levanto la mirada y como si el tiempo no hubiera pasado el oficial le estrecho su mano, le metió en la cartera el calcetín y la dejo marchar.
No podía creerlo, había pasado. Camino con cuidado, como si quisiera pasar desapercibida de algo que ya había superado. Y mientras andaba a lo lejos se dejo escuchar un tiro. Las palomas volaban huyendo agitadas como muchas mañanas, esa misma mañana. Por curiosidad metió la mano, una vez más en la cartera. Acaricio el calcetín. Y le pareció que acariciaba un conejo.
Era un 23 de enero, a las 7:57. El tren estaba lleno como de costumbre.

Me encanta el tema de tu escrito, especialmente la ambientación.
Solo que no logré encontrar el porqué de llevar el calcetín a la estación...


De nada :)

Comenzó a buscar explicaciones.
- Sí! - dijo el pequeño. Zeus debe ser el responsable!
Recordó que en infinidad de ocasiones su padre había gritado al gato por robar alimentos de la basura o realizar algún destrozo de esos que tanto gustan a los gatos. Incluso - pensó el pequeño - pudo haberlo robado para utilizarlo como cama, por lo que partió corriendo, a paso torpe, por el pasillo de la caza hacia el dormitorio que se encontraba al final de la casa, donde dormía su hermana Fi que daba la casualidad que también era donde dormía Zeus.
Zeus era un gato blanco, con ojos de distinto color; su ojo izquierdo era de un color rojizo y el derecho era de un verde penetrante. Tenía un evidente sobrepeso, a pesar que Fi decía que le daba comida 2 veces por día y en una cantidad limitada. Sin embargo, Zeus era bastante ingenioso. Cuando tenía ganas de moverse, siempre se las arreglaba para poder robar las sobras del almuerzo y de la cena, ya sea de la basura o de los propios platos cuando nadie lo veía. Dormía alrededor de 18 horas diaras, por lo que para sentirse acompañado siempre buscaba un lugar nuevo donde estuviera presente alguno de los bípedos que vivían junto a él. Por ello no era raro verlo durmiendo en el sofá, encima de una mochila, en las piernas de Fi, encima del televisor o arriba del refrigerador. Todo esto hacía de Zeus el principal sospechoso de la desaparición del calcetín rojo.
Cuando el pequeño llegó a la habitación de Fi dio un grito que despertó de golpe al regordete Zeus, quien en ese momento se vio acusado de un delito que él sabía no había cometido, por lo que no encontró otra forma de afrontar este problema que huir presurosamente hacia el otro extremo de la casa saltando por encima de varios muebles ante lo cual por la torpeza que ese sobrepeso que había acumulado con años de robos de comida pasó a llevar un adorno que se encontraba en la mesa de centro de la sala de estar.
Cuando el padre del pequeño escucho el estallido del cenicero en el suelo nuevamente Zeus se llevó un reto por lo que no le quedó otra que arrancar por la puerta de salida que tenía para ir al baño.
- Por qué perseguías al gato? - Preguntó el padre
- Ha desaparecido mi calcetín rojo y él lo debe haber robado! - Le respondió
- Cual calcetin? - Preguntó el padre - El que estaba colgado en la pared?
- Sí, quería comer dulces pero el calcetín había desaparecido.
- Yo he sacado el calcetín - le dijo el padre - Ya estamos en Enero y hemos sacado los adornos de navidad.
El niño no pudo más que soltar una lágrima y sabía que debía esperar un año más para ver su preciado calcetín rojo.

Amor ahí tienes varios pares nuevos que nunca utilizas responde mama tiernamente.
No mami esos no, los que tiene el escudo; son con los que venido jugando todo el campeonato, los que me regalaste hace como tres anos, al entrar al equipo de futbol;
Pero nene, esos están viejos ya; además solo encontré uno en el saco del uniforme, y así no los puedes utilizar, replico la madre mientras a Federico se le salen un par de lagrimas.
¡pero son mis calcetines de la suerte!, alega Federico; cuando los uso siempre pasan cosas buenas, y hoy es la final.
La madre conmovida por el agobio del pequeño, comienza a indagar. Oye, ¿ cuando fue la ultima vez que los viste juntos?;
-Cuando ganamos el ultimo partido-, exclama Federico. Estabamos tan contentos que el padre de jorge nos invito a comer pizza, y nos cambiamos rápidamente.
Donde te cambiaste?, reclama la madre;
En el carro de papa.
Ah ya veo, espera un momento, la madre se apresura al jardín donde se encuentra pablo, papa de Federico. – Houston, tenemos un problema- , o mas bien, -tenemos un hijo deportista y con cierto grado de aguerismo-, le replica con algo de gracia a pablo, quien no puede contener una sonrisa y esa cierta cara de incertidumbre ante el comentario.
Ok, Houston, de que estas hablando.
De tu hijo Federico, ha perdido uno de sus calcetines mas viejos, y por alguna razón, necesita de ellos para ganar el partido de hoy. Y aunque es muy joven para andar de supersticioso, sospecho que esto es algo muy serio para el.
Ok, mujer déjame pensar un poco, porque lave el carro ayer y francamente no me acuerdo haber visto algo parecido.
Pues tendremos que revolcar el garaje y no tenemos mucho tiempo, el partido es a las 11:00am y ya son las 9:00 am.
Juntos el papa y la mama de Federico se sumergieron en la búsqueda del dichoso calcetin, revolcando el carro por todos lados, salía una moqueta por allí, papeles por alla, caja de herramientas, llanta de repuesto y cuanta cosa se encontraran dentro del coche. La imagen de esta escena de desesperación paternal, causo cierta gracia a Federico, quien soltó una alegre sonrisa al llegar a la puerta del garaje.
-Te parece muy gracioso muchachón-, exclama pablo, ya te he de ver en unos anos cuando seas padre de un futbolista que no se pueda quitar los calzoncillos hasta terminar un campeonato.
-Todo el grupo rie-, pero aun no encuentran el dichoso calcetin y ya son la diez de la mañana. Oye, con que lavaste el carro pablo, pregunta la esposa.
Pues con algo de jabon, balde, cepillo y la balletilla para encerarlo.
Pero si la balletilla esta aquí, y esta limpia pablo.
Oops, dice pablo, entonces que fue lo que utilice, mientras busca dentro del balde, sacando un trapo rojo sucio. – valla, eso lo explica todo- afirma, mientras observa el escudo bordado al lado del calcetin.
-Otra risa en coro se les escapa al grupo busca calcetines-. Yo me encargo dice la madre tomando la prenda; ágilmente Preparo una solución de limpieza de emergencia, algo de jabon aquí, algo de desengrasante alla, mucha acción mecánica, y rapidamente dio vida a la pequeña prenda.
-Pero aun esta mojado maaa-; don’t worry mi fede, La madre utiliza ágilmente el microondas para un secado instantáneo del calcetín.- Bueno la limpieza del horno ya será otro cuento dice la madre entre dientes-.
-Ya tenemos que irnos-, alerta pablo; tenemos el tiempo justo para llegar al evento.
La familia se alista y Federico se viste con el uniforme del equipo, aunque un calcetin esta un poco mas descolorido que el otro, no le presta importancia.
-¿Crees que ahora si ganaras este partido con tus calcetines viejos?- pregunta pablo.
-No lo se – dice Federico. Pero estoy seguro que ya gane algo mas importante con ustedes dos como mis padres.
Las miradas de mama y papa no pueden expresar mas orgullo y admiración, por ese pequeño deportista, con todo y agueros.
Ok, vamos a ver si son tan buenos los de decimo grado. Dice pablo mientras se aleja por el camino.


Se pasó una hora buscando el calcetín rojo pero nada, no había manera de encontrarlo. Miró de nuevo el reloj preocupado, su mujer estaba a punto de llegar y no tenía duda de que ella lo encontraría. Intentó hacer memoria, María había llegado sobre las dos de la tarde y fueron directamente al dormitorio donde él se abalanzó sobre ella. Fruto de la excitación se despojaron de las ropas al instante dando rienda suelta a su pasión.
Riiiing, el sonido del teléfono le sobresaltó, era su mujer “¡Mierda!” Descolgó y contestó con aparente normalidad.
-¿Diga?
-Ah, hola cariño, no sabía que estabas allí.-Contestó la mujer un poco sofocada.
-Sí, sí claro, llevo aquí todo el día.-Dijo confuso y con disimulo preguntó.- ¿Vas a tardar mucho en venir?
-Eh, no, no. Ya estoy llegando.-Respondió la mujer con voz nerviosa.
-¿Pasa algo cariño?-Preguntó el marido mientras notaba que su corazón bombeaba a toda velocidad.
-No, no, hay mucho lio con los trenes, ahora nos vemos, un beso.-Respondió ella colgando súbitamente.
“¡Ya está! Sospecha algo, por eso sonaba tan rara” pensó agobiado mientras se tumbaba en el suelo del dormitorio para buscar por enésima vez por debajo de los muebles.
“Cariño, últimamente he estado muy solo, estás todo el día trabajando y yo en casa escribiendo. Entonces conocí a María y una cosa llevó a la otra , ¡no!” pensaba agobiado como excusarse mientras yacía de espaldas sobre el suelo del dormitorio. Recorrió nuevamente el camino que llevaba a la entrada de la vivienda pero el dichoso calcetín rojo seguía sin aparecer, finalmente y vencido se sentó en el sillón de la sala de estar.
-Hola cariño.-Saludó la mujer al entrar a la vivienda.
-¿Qué tal ha ido el día?-Preguntó él intentando fingir normalidad mientras salía a su encuentro.
-Ya sabes mucho trabajo todo el día.-Respondió ella que parecía un poco nerviosa y fue directa al dormitorio.
“¡Oh no, lo va a encontrar!” pensó nervioso el hombre que la siguió desesperadamente por el pasillo. Su mujer se encontraba sentada encima de la cama quitándose los zapatos.
-¿Sólo llevas un calcetín?-Preguntó él sorprendido.-¿¡Y rojo!?
-Ya sabes, esta mañana era temprano, debí olvidármelo en algún lado.-Contestó un poco nerviosa mientras se le subían los colores a la cara.
Él se quedó de pie a la entrada de la habitación, confundido y sin saber que decir, cuando escuchó el grito de júbilo de su mujer.
-¡Lo encontré!-Y con una risita añadió.- ¿Cómo habrá llegado hasta la lamparita?

Quizas me perdi con el comentario de "maria" y en las conversaciones no entendia bien quuen hablaba... quizas podras explicarmelo.
beso!


solo una opinion, bienvenido y espero seguir leyendo cosas tuyas!

Intentando recobrar el sentido y intentando parecer una persona normal se ducha con agua fría, insultando a sí mismo y preguntándose porque lo había hecho. Hasta que un nombre le viene a la cabeza, el culpable de todo esto: Kim Jongdae. Su compañero de trabajo y por el cual ha estado enamorado desde hace un par de años pero claro eso nunca lo admitiría. El tenía una reputación que mantener y que la gente supiera que estaba colado por ese pequeño, pues no estaba en sus planes.
Joonmyeon era meticuloso y le gustaba vestir perfecto de arriba a abajo (aunque sus amigos pensaran que tenía un gusto de moda muy raro) y por eso le gustaba combinar pequeñas prendas entre sí, como su corbata y su par de calcetines. Al elegir su corbata roja sin estrenar sin duda pensó en coger esos calcetines que ya tenía desde hace un tiempo pero que aún se miraban impolutos, el problema fue que no lo encontraba. A el le gustaba el orden así que juraría por su libro favorito que estaba ahí. Intentaba rebobinar donde los había dejado pero los síntomas de la borrachera de anoche venían y no lo dejaba de pensar con claridad, hasta que click, se acordó de que anoche los llevaba y por supuesto que no era para impresionar a Jongdae.
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Y zas, todo vino de golpe: el entrar quejándose que tenía que madrugar, la sonrisa de Jongdae, el sabor dulce de que aquella bebida, los ojos de Jongdae, el aire contaminado por el tabaco, la textura de los labios de Jongdae, la blancura de su cuerpo, lo sensible que era a los roces, y como “Jonmyeon Jonmyeon” sonaba por toda la habitación.
En este punto decir que nuestro protagonista estaba rojo y avergonzado no llegaría ni a un porquito cerca de lo que esta en realidad. Así que seguramente el calcetín este en uno de los baños donde se hizo lugar la fiesta.

Rendido, fue a la cocina y terminó de desayunar. De camino al trabajo quiso mandarle un mensaje, pero no pudo: se había quedado en blanco.

Había transcurrido una hora mientras Amelia revisaba el armario de la pieza de su hijo, Elián. El pequeño, sentado en la cama con cara de aburrido, trataba de imaginar que aspecto tendría su hermano. Esa tarde finalmente iba a conocerlo. El chico del que tantas veces habían hablado sus padres, el problemático Federico, quien se había marchado de casa después de una dura discusión con su madre. Cuál había sido el problema, Elián no lo sabía. Desconocía ese mundo anterior a su llegada. Sólo sabía que Federico no era hijo de su papá, eso le habían contado y nada más. Luego mamá le había enseñado un par de fotos en las que su medio hermano, a su edad (diez años), remontaba un barrilete. Era parecido a él, sobre todo en la mirada, aunque el pelo de su hermano era más alborotado... o se vería así a causa del viento. Elián no lo sabía, pero hoy iba a averiguarlo. Federico quería conocerlo, a él, a Elián quien jamás le había hablado. Era raro todo el asunto pero de alguna manera comprendió a su hermano: el también sentía curiosidad por conocer a Federico, aunque nunca hubieran tenido contacto alguno.
-Elián, lo encontré, aquí está el calcetín rojo.
Amelia se lo entregó con cara de exasperación. En ocasiones como estas, Elián nunca se sentía seguro sin su calcetín rojo, era su amuleto. Pero ese día Amelia no tenía ánimos de convencer a su hijo de que lleve otro, así que no tuvo más remedio que buscarlo. Al principio Elián la ayudaba, pero cuando ya había pasado media hora, decidió que ella continuara sola. Sin embargo, a Amelia no le importó: buscar el calcetín retrasaría un poco su inminente destino, reencontrarse con Federico. Hacía ya once años que no veía a su hijo mayor. ¿Cómo iba a suponer ella que de repente su hijo siquiera recordase su existencia? Fue inesperado, se encontraba vunerable cuando antendió el teléfono el sábado anterior.
-Ho...hola.
-Si, ¿quién habla?
-Mamá...
Esa palabra le había dado un vuelco al corazón y fue incapaz de reprimir un gemido, que más tarde sería reemplazado por sollozos incontenibles. Federico le explicó brevemente cuales eran sus intenciones: conocer a su hermano y así tratar de establecer una relación con él. Amelia le advirtió que primero lo consultaría con su marido, pero al instante agregó un "no creo que haya ningún inconveniente". Federico volvió a llamar al día siguiente para fijar el día, lugar y horario del encuentro.
-El sábado en el parque Bynnon a las cuatro en punto. Nos vemos entonces- dijo Amelia y colgó.
En la cena del domingo Eduardo y ella le anunciaron a Elián la propuesta. Éste, sorprendido, sólo emitió un débil: “si, me gustaría”.
Llegaron al parque Bynnon, Amelia estaba tan nerviosa que parecía al borde de entrar a un quirófano. Elián se sentó en un banco, escrutando diversas direcciones, expectante.
-¡Ahí está! - exclamó su mamá, señalando en dirección a un muchacho, mucho más alto que el nene de las fotos, pero... ¡con el pelo alborotado! Cuanto placer le proporcionó a Elián ese descubrimiento. Su hermano lo abrazó y, como si fuera poco, le regaló la pelota de fútbol con la que jugaron durante horas. Amelia no paraba de lagrimear, emocionada por lo bien que sus hijos, ambos, la estaban pasando.
Anochecía e iba siendo hora de despedirse. Federico abrazó a su madre y le agradeció por haber traído a Elián.
-Si queres podes venir a comer el viernes Fede... A tu hermano le encantaría.-propuso Amelia esperanzada.
-Supongo que puedo pasar un rato, ¿que decís Elián?
-Sí, así te muestro mi colección de figuritas.
-Bueno chicos, llegó la hora de decir adiós. Papá nos está esperando con la cena Elián.- comentó Amelia en un tono que el niño dificilmente podía ignorar.
Se despidieron y, cuando al llegar su papá le preguntó a Elián cómo le había ido, él dijo:
-Federico es un genio, ¡me contó su secreto para meter goles!
-¿Y cuál es ese secreto?
-No te lo puedo decir papá- susurró Elián dándose un aire misterioso, pensando alegremente que su hermano también tenía su calcetín rojo.

Soy un estudiante de Derecho que quiere pulir su redacción, espero aprender de sus críticas plasmadas.
Gracias de antemano.
El vive con su mamá, una maniática de la limpieza. Absolutamente todo está prolijamente limpio, sala, cocina, lavandero y los dormitorios, excepto uno: el de Kennedy.
Anna, su madre, le pidió que bajara todos los calcetines al lavandero para así comenzar las rondas de limpieza que hace todos los sábados. Kennedy los ordenó por colores, azules, verdes, amarillos y naranjas, sin embargo, faltaba un calcetín rojo.
Buscó en la mesa de noche, debajo de las camas, en la parte de abajo del closet, cerca de sus juguetes; Kennedy se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Su “par de calcetines de la suerte” estaba incompleto, el juego de futbol era mañana y lo invadía el miedo a no llevar su amuleto de la suerte.
Luego de haber peinado toda la zona de la casa en busca del calcetín, se sentó solo a llorar en la silla del escritorio de la computadora, pensaba lo que pasaría al no tener sus calcetines de la suerte mañana, la rabia de sus amigos al no anotar goles en el partido y la burla de los espectadores al verlo hacer todo mal porque sencillamente – para el – todos sus trucos y habilidades se reducían a tener puestos esos calcetines, no uno, sino los dos.
Su madre respondió: “Yo no los he visto, y créeme que limpio hasta el último rincón de esta casa, a excepción de tu cuarto, que está tan desordenado que ni ganas me dan de entrar, es por eso que pierdes siempre las cosas”.
Secándose las lágrimas, Kennedy se disponía a tirar a la basura el calcetín remanente, la magia ya se había ido, la pareja mágica se había disuelto.
Solo bastó con voltearse y ver que el calcetín siempre estuvo debajo de él, puesto en la silla del escritorio de la computadora.

LA HORA DEL CALCETÍN
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Una hora del día. Una hora de su vida. Sesenta minutos que transcurrieron en agónica apatía, deslizándose en una cascada de tiempos regulados y confusos. Tres mil seiscientos segundos que marcaron el compás de su pulso incoherente; constantes en su desfile de tiempos marciales, a pesar de la impaciencia de cada movimiento. Un momento sin momentos. Una época sin hechos. Transcurrió entre recónditos rincones de su vestíbulo de suciedades e insólitos lugares según antiguas formalidades. Transcurrió entre un lento crescendo que explotó en nada, un fugaz momento de desesperación inadecuada, de falsos retratos de interioridades artificiales, de impaciencia por la vida que se escapa en vano. Movimientos frenéticos y nerviosos que cavaban agujeros tapados y destapados en sucesión infinita. Palabras al aire que se perdían en un charco de autocomplacencia, de regocijo y orgullo ante la silueta que proyectaba en su propio pensamiento. Neuronas interconectadas en una conclusión sin causa, en una llegada sin partida, en sexo mecánico, obsceno, pornográfico, en una explosión de penes alargados y pechos colgando al humo. Pupilas dilatadas por la emoción de la incuestionable incoherencia. Latidos que excitados ante la inexorable presencia del vacío y lo vacío, decidieron improvisar algunos compases de su armonía biológica: doble fusa, fusa, semicorchea, saltillo, negra, blanca, silencio… Pensamientos que se espesan y adormecen, despidiéndose definitivamente del margen estrecho impuesto por décadas de condicionamiento, y dedicándose a vagar entre los ritmos primitivos que celebran la libertad de su encarcelamiento. Manos vacilantes que buscan su último reposo, mientras que la llamada razón intenta poner orden al motín del cuerpo pero falla y cae en el olvido de su última hora. Ajenas a tales eventos, miles de fibras de ovina ascendencia cubiertas por la artificial tintura de la sangre, el crepúsculo y la rosa descansan en irremediable espera en la obviedad de la cómoda.


Una terrible sensación se apoderó de Andrea: la posibilidad de que se descubriera su secreto la llenó de una mezcla de terror y vergüenza que no pudo soportar.
Se detuvo a medio camino de su casa y volvió corriendo a la de Felipe, donde había pasado la tarde junto a su amigo, a quién le profesaba un profundo y secreto amor.
Al llegar a la casa, se paró frente a la puerta y tocó el timbre, mientras pensaba en alguna excusa que explicara su inesperado regreso. nadie respondió a su llamado, por lo que dedujo que todos debieron haber salido. ¿qué podía hacer entonces? Por un momento pensó que tendría que volver a su casa y esperar hasta el día siguiente para recuperar su libro, pero la posibilidad de que Felipe lo encontrara y leyera aquella nota en la que, sin saber muy bien el por qué, le declaraba su amor, le devolvió el miedo que su inmensa timidez no podía soportar.
Ante esta perspectiva, no dudó en entrar por una de las ventanas, sin pensar en las posibles consecuencias de su intrusión, ni en lo que diría si fuese descubierta: su objetivo era más poderoso que cualquier otro razonamiento. una ve adentro, se dispuso a buscar "El calcetín rojo", título del libro que estaba leyendo junto a Felipe para cumplir una de sus tareas del colegio, y que, absorta en el sentimiento que le provocaba su amigo, había llenado de pequeñas anotaciones sobre su amor, con la certeza de que éstas nunca serían leídas.
Tras más de una hora de búsqueda infructuosa, pudo encontrar el mencionado libro en una de las sillas del cuarto de Felipe, bajo algunas de sus prendas de vestir. Tomó presurosa el libro y, aliviada, se dispuso a salir de aquel lugar antes de ser descubierta.pero justo en el momento en el que se dirigía a la puerta del frente, escuchó como intentaban abrirla.
Sus sentidos estaban alerta y le tomó una fracción de segundo encontrar un escondite en la bodega bajo las escalas. Se salvó por poco de ser descubierta, pero tras un breve instante de tranquilidad, se descubrió a sí misma atrapada, encerrada con el peligro que en cualquier momento alguien abriera la puerta y la encontrase allí agazapada, con el libro bajo sus brazos.
Tras cerrar la puerta de la casa se fue corriendo a la suya. Al llegar, se desembarazó de sus pertenencias y se tendió agotada en su cama. En ese momento, notó que tenía un nuevo mensaje en su celular. Era de Felipe y, lacónicamente, decía: "Yo también te amo, Andrea"

Una terrible sensación se apoderó de Andrea: la posibilidad de que se descubriera su secreto la llenó de una mezcla de terror y vergüenza que no pudo soportar.
Se detuv..."
Lo que destaco de tu escrito es el final, en los últimos párrafos me causaste intriga, esperaba otro final, y como que me sorprendiste. Después para mi, le daría un poco más de suspenso al comienzo, como que no este todo dicho de entrada. Una opinión humilde de mi parte! Un abrazo.

LA HORA DEL CALCETÍN
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Una hora del día. Una hora de su vida. Sesenta min..."
Me encanta el vocabulario que usas!

El calcetín rojo.
En la noche de viernes a principios de Diciembre, la joven Mari Lee, se había pasado una hora buscando el calcetín rojo. No era la primera vez que cuidaba de su pequeño hermano, su madre viajaba en tren una vez al mes, para comprar telas y los víveres para alimentar a sus hijos.
En esta ocasión viajaba un poco antes e iba acompañada por el médico que había revisado al pequeño y lo había encontrado grave, se dirigían por una medicina que era imposible adquirir en ese pequeño pueblo. Las consultas no eran muchas aunque lo conocían en el pueblo por buen médico, le gustaban los juegos de azar y no usaba trajes caros, su sombrero estaba viejo y algo roto; pero compro champagne y cigarrillos caros.
La joven no daba con el calcetín, ya se acababa la segunda vela, sin embargo, se sentía satisfecha aún sin haber comido; eligió dar al pequeño los pocos alimentos que encontró y lo tapo con una manta que abrigaba bien.
— Ya viene mamá y todo estará bien, seguiré buscándote el calcetín. — Dijo la joven paralizada, mirando al pequeño fijamente.
Caminó a la cocina, tomó los cerillos y encendió la otra vela mientras pensaba la suerte que había tenido, las velas eran lo único que no estaba en escases. Al volver a la habitación toco de nuevo los pies del pequeño para asegurarse si continuaban fríos, la joven se veía lívida y aturdida a diferencia de antes, pero sus impulsos la llevaron a continuar con la búsqueda. Dio a la humilde mesa donde todos los días servían los platos y hacían oraciones a dios aunque fuera poca comida. Sus ojos miraron alrededor, para comprobar si faltaba un lugar en el cual buscar, así que se dirigió a la máquina de coser y se acercó para registrarla, detrás de la base de madera encontró el calcetín con unos caramelos y un soldadito de plomo adentro, empezó a sollozar amargamente y sus ojos estaban tristes.
Volvió a la habitación, se sentó en el suelo mirando al pequeño, analizando su faz de arriba abajo, quería saber si se movía, que tan fuerte respiraba pero no había ninguna señal.
— ¡Despierta ya pequeño, te voy a poner los calcetines y te daré algo caliente! — Exclamó con un grito desgarrador.
El pequeño no respondió, ella trataba de ponerse en píe al tiempo que decía cosas inteligibles y caía en un letargo, recostada contra la pared de ladrillos. Cuando se incorporó, no podía creer lo que decían sus pensamientos caóticos y miraba al niño para comprobarlo, la frente de la joven estaba llena con gotas de un sudor frío, sentía el corazón a punto de salirse y sus manos temblaban, tomó el calcetín que no estaba extraviado junto con el que contenía los caramelos que quedaron en el suelo y con dilación decidió ponérselos al pequeño, pero acepto por fin que el pequeño estaba muerto.

El calcetín rojo.
En la noche de viernes a principios de Diciembre, la joven Mari Lee, se había pasado una hora buscando el calcetín rojo. No er..."
Hola Juan. Me gusto el tema que elegiste, bastante triste, y no sé porque me imagine la habitación, o el lugar donde están los hermanitos, con la misma pobreza de la casa que habita Chaplin, en la pelicula The Kid. :)Y amo esa peli.
Por otro lado, el primer párrafo se me hizo algo confuso de entender, pero al seguir la lectura en los siguientes enganche el hilo al toque.
Y es todo lo que tengo para decir. Te mando un abrazo!

Desde el momento en que su madre la llamó por primera vez una "loca, descausada y sin remedio" ella se encontró absorta en un mundo de comodidades sin necesidad de la existencia de un sacrificio previo; se esforzó en encontrar argumentos para convencerse de que esa no era la mejor forma de vivir... no los encontró, era así como ella se veía con ojos de triunfo, nadie la haría cambiar de parecer.
Saliendo de su chapuzón mental, se fueron con la toalla el resto de cordura que le quedaba.
Que le creyeran fue un mérito, tuvo que probarle con acciones a su madre que en efecto, era una loca, pero... ¿darle la razón a tus padres? eso sí era para ponerle la abrazadora solución de una chamarra blanca.
Lo logró, respaldó sin argumentos la creencia de su madre, no le quedó remedio más que llenarla de promesas vacías y de consentirla como siempre.
Pero ahí no acaba la historia, apenas comienza con un extraño acontecimiento; que implica un calcetín rojo, un chico y un puente, todo apunta a ser el inicio de una tragedia.
Jackie esperaba ver a un hombre alto y apuesto al caer el sol de esa tarde, ya la veías sentada en una banca de madera, afuera del puestecillo del señor que no es relevante mencionar. Había acordado verse en esa banca con Fido a las 4:30, acordaron hasta la vestimenta que portarían para así reconocerse de entre la multitud; en efecto, es lo que piensas, se conocieron en línea, discutiendo la reseña de un libro pésimo, pero, a diferencia de los demás, sus críticas no eran tomadas muy en serio, eran más bien sarcasmo del bueno. Fido leyó en ella lo que no había leído en las demás bloggers, su intuición le susurraba lenta y tentadoramente que ella era una en un millón, capaz no sólo de responder lo que fuera si no de alimentar sus dudas. Ella llevaría un vestido color caqui, medias moradas con lunares amarillos, a sus fieles compañeras de aventura: un par de botas negras, y como información no relevante pero si algo picante... sujetador anaranjado. El llevaría un par de vaqueros y de pantalones unos de mezclilla, una playera de los Deftones (se la heredó su primo mayor, en realidad a el le gustaban más los Pixies) y unos converse negros... -A tus pies no les va a gustar eso- dijo Jackie. -¿A qué te refieres, Jacks?- escribió confuso Fido. -Bien, pues... te contaré algo privado, siento afección por mis dedos pulgares, en especial con los que están en mis pies, y en ciertas ocasiones en las que decidí usar tennis sin calcetas, tuve roces con ellos, tanto que lloraron dentro de mi piel dañada. Fido lo comprendió todo - ¡Ah! Es por eso... No te preocupes, en mis planes siempre estuvieron un par de calcetines, rojos, para ser precisos.
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo del pie derecho, no lo encontró. Fido no soportó la ausencia al llegar a la banca de roble, miró el reloj, para su sorpresa el tiempo no se había detenido, miró bajo el puente, ahí estaba su calcetín, al que tanto había buscado, lo vió tendido, rojo y con vestido caqui.

Una terrible sensación se apoderó de Andrea: la posibilidad de que se descubriera su secreto la llenó de una mezcla de terror y vergüenza que no pudo soportar.
Se detuv..."
Es un buen relato corto, con una historia inocente y adorable. Sólo tengo un par de cosas que decir: al final, cuando la chica se esconde, se queda agazapada, asustada por si la descubren, y de pronto se ve que cierra la puerta de la casa y se va. No me queda muy clara la transición entre una cosa y otra, ni cómo escapa de su escondite. La otra es un error tipográfico, supongo. Pone: "una ve adentro, se dispuso a buscar "El calcetín rojo"...", donde imagino debería poner "una vez". Y no sé si la palabra "adentro" es correcta ahí. ¿No debería ser "dentro"?
Pero, como ya he dicho, en general me ha gustado mucho.

LA HORA DEL CALCETÍN
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Una hora del día. Una hora de su vida. Sesenta min..."
Este es uno de mis favoritos hasta ahora. Me ha encantado eso de enrevesar una escena tan cotidiana, desnaturalizar algo tan asumido como el latido del corazón y darle ese dramatismo a la descripción, hasta el punto en que la búsqueda del calcetín parece poner al personaje entre la vida y la muerte. Lo mejor: el final sin duda, me ha hecho reír.

Michel llevaba una hora buscando el calcetín rojo. No podía creer que lo hubiese perdido. Lo había colocado estratégicamente junto con el resto de la ropa sucia, de forma que no llamase la atención pero tampoco corriese el riesgo de acabar en la lavadora. Pero justo en aquel momento, cuando más lo necesitaba, el calcetín permanecía obstinadamente oculto. Se reprendió a sí mismo por su torpeza mientras miraba el reloj. El tiempo se acababa. Si no lo encontraba en media hora, no llegaría a tiempo.
O quizás era que el calcetín ya no estaba allí, pensó, deteniéndose de pronto, víctima de una repentina sensación de pánico. ¿Y si hubiesen puesto cámaras en su casa? ¿Y si alguien sabía dónde había ocultado la memoria USB con la información que le haría famoso mundialmente o le llevaría a una muerte prematura según las manos en las que cayese? Se le escapó un gimoteo nervioso mientras se llevaba las manos a la cabeza y repasaba mentalmente sus vivencias de los últimos días.
Entonces todo encajó. El atractivo desconocido, con el que había vuelto a casa después de varias copas de más la noche anterior. Era la única persona que había tenido acceso a su habitación, y en circunstancias cuanto menos sospechosas. Ivanov le había invitado a cenar con la panda de desaprensivos con los que Michel llevaba meses fingiendo colaborar, y lo había hecho con un tono que hacía imposible negarse. La noche había sido una prueba de fuego para sus nervios. Las miradas de soslayo, los susurros y los comentarios insidiosos y sarcásticos de Saunders acerca de un infiltrado entre sus filas le habían obligado a beber como no lo había hecho nunca para ocultar sus palmas sudorosas y pulso inestable. Después de la cena, los recuerdos se volvían borrosos hasta el momento en que un hombre joven le echaba agua en la cara y le ayudaba a incorporarse. Después recordaba un beso, un trayecto en coche hasta su casa y el cuerpo de aquel hombre desnudo en su cama. Había despertado al día siguiente con un rayo de luz atravesándole los ojos como una lanza, unas nauseas terribles y una tos de octogenario, pero no había notado nada raro, más que la ausencia del misterioso joven.
Pero ahora todo encajaba, el seductor no había sido más que un cebo, y él había picado de lleno. Se sentó en la cama con la cara entre las manos y pensó detenidamente en cómo iba a salir de aquella. Era extraño que no hubiesen volado su apartamento por los aires ya. Seguramente Ivanov tenía algo más cruel preparado para él.
Cinco minutos después, Michel salía del apartamento para no volver. Procuró fingir despreocupación mientras entraba en su coche y arrancaba, pero contuvo el aliento hasta que el coche hubo avanzado unos metros sin explotar. Condujo con toda la calma que le fue posible hacia su punto de extracción. Si no era interceptado, llegaría a tiempo.
Tras varias manzanas, se percató de que un coche gris llevaba demasiado tiempo detrás de él. Se detuvo y comprobó aliviado cómo el coche le adelantaba y pasaba de largo. Se puso en marcha de nuevo, y entonces comenzaron los disparos.
Michel clavó el pie en el acelerador mientras una lluvia de balas le hacía trizas la luna y ventanillas traseras. Atravesó la distancia hasta su destino como una exhalación y, cuando llegó al viejo almacén abandonado, buscó su revólver en la guantera.
Otra ráfaga de disparos dio cuenta de los cristales restantes de su coche. Michel se arriesgó a asomarse para intentar disparar, pero no logró hacerlo antes de ser alcanzado en el hombro. Boqueando de dolor, se dejó caer sobre el asiento del copiloto. Y entonces vio, enrollado cuidadosamente en la guantera, el dichoso calcetín. Lo palpó con esperanza y no pudo menos que sonreír al notar la forma del USB en su interior. Tras devolverlo a su sitio, abrió la puerta del copiloto y se dejó caer fuera del coche. Asomándose por encima del capó, logró disparar varias veces sobre uno de sus perseguidores, que cayó al suelo con un grito ahogado. Volvió a agacharse, pero sus piernas cedieron y quedó tendido en el suelo. Se apretó la herida del brazo, notando cómo el frío empezaba a extenderse por su cuerpo y obligándose a resistir... ya faltaba poco.
Por debajo del coche pudo ver un par de botas acercándose. Creía recordar haber visto a Saunders lucir un par como aquel. Se despidió mentalmente y sonrió al oír el sonido de las sirenas de la policía acercándose rápidamente.

También lo he publicado en Literautas... Estoy aún aprendiendo cómo funciona...Gracias por sus consejos...
El calcetín rojo
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. En todos los cajones, gabinetes, y rincones de su pieza. Joaquín daba vueltas desesperado en la habitación, buscó debajo de la cama, en el buró, levantó la alfombra que cubría el pie de su cama, hasta detrás de la puerta donde colgaba su pizarra de anotar tareas. Siempre había sido muy organizado, pero ahora no encontraba el calcetín rojo…Salió corriendo bajando las escaleras con destino al cuarto de lavar junto a la cocina. Su madre Estela quien preparaba los guisos Navideños alcanzó a oír el golpe del abrir y cerrar de puertas que Joaquín dejaba a su paso durante su búsqueda. ¿Qué pasa? _pregunta Estela__ Busco el calcetín rojo bordado con hilo dorado, no lo encuentro ma’ __respondió Joaquín_ ¿El par que te dio tu amigo Esteban en tu cumpleaños? Replicó su madre __exactamente esos_ dijo Joaquín._ ¡Nunca los has usado! No veo razón de que se te haya perdido, por lo mismo, en la lavandería no debe estar si jamás han sido lavados. Y ¿Cuál es la prisa de encontrarlo? Pensé que los habías tirado si nunca te gustaron __ Pregunta Estela__ ¡Madre! ¡No entiende nada! Mañana es el cumpleaños de Esteban y pienso darle de regalo el mismo par de calcetines rojos bordados __Contestó Joaquín__ ¡Ah! ¿En venganza? _dijo su madre_ No ma’, le quiero jugar esa broma, la misma que hace un año él me hizo __ Bueno, pues parece que no será posible. Será mejor que pienses en otra broma ya que no te queda mucho tiempo Joaquín _Replicó su madre_. Desalentado subió de nuevo a su habitación. Ahí permaneció, esta vez ideando una buena broma para su amigo Esteban. De pronto el “bip” de un mensaje de texto lo sacó de concentración. Al ver el mensaje su corazón se estremeció de emoción, se le dibujó una gran sonrisa en su rostro y sus ojos brillaron como un par de faros. Era Lucy, su amor platónico. Apresuradamente leyó el texto “¿Qué tal Juaco? ¿Listo para el cumple de Esteban? Voy rumbo a la tienda departamental a buscar su regalo, ¿ya tienes uno para él?”… Casi temblando sus dedos y sus manos húmedas por la emoción le responde: “No, justo salía a comprarle algo, vamos juntos ¿te parece?” A Lucy le parece una buena idea y lo cita para verse en una hora en la tienda departamental... Joaquín brinca de alegría, toma su mejor camisa del armario y se viste, se mira en el espejo, se acomoda su cabello, toma un poco de colonia y se pone sobre su rostro, sale corriendo y dice a su madre Estela, “vuelvo en seguida voy a comprarle un regalo a Esteban.” Su madre asiente con la cabeza y con una sonrisa lo despide. Al llegar al centro comercial se dirige al departamento de caballeros y de lejos ve a Lucy. Le parece angelical, hermosa, radiante, con una sonrisa blanca y una mirada dulce. Ella extiende su brazo en señal de saludo y para ubicarlo. Los ojos de Joaquín son como un par de estrellas resplandecientes, su corazón se sale del pecho y casi corre a su encuentro. Sin embargo disimula su paso entre la gente, mete sus manos a los bolsillos de su pantalón, mientras se abre paso entre la multitud. Finalmente llega a donde Lucy y no deja de verla, siente como toda clase de emociones le suben a la cabeza, sus ojos color miel lo embrujan y casi como un eco silencioso ve sus labios rojos que le sonríen al tiempo que le hablan. Pero Joaquín no alcanza a oír, y saliendo de su embelecamiento lentamente recupera la compostura y le extiende la mano para saludarle acercando sus labios para besarle la mejía. Lucy dice ¿ya pensaste cuál será tu regalo?__ No, había pensado unos calcetines rojos pero no encontré el par __dice Joaquín__ ¿Cómo? ¿Unos calcetines rojos? ¡Qué idea más rara dice Lucy!… Joaquín se ruboriza, y trata de excusarse “es que es Navidad y pensé que le gustaría vestirlos.” Una melodiosa carcajada sale de los labios de Lucy que a Joaquín le parece una melodía de amor. ¡Vamos, busquemos unos calcetines rojos para Esteban! ¡Me parece una excelente broma, me puedo imaginar su cara al abrir el regalo! Dice Lucy… ¿ Hablas en serio? _responde Joaquín sorprendido __ ¡Claro! ¡Qué idea tan genial, no se me habría ocurrido!, a lo mejor una corbata amarilla le combinaría bien a los calcetines rojos _sugiere Lucy en tono de broma__ Una gran sonrisa cubrió el rostro de Joaquín y ramilletes de amor brotaron en sus ojos, y mientras caminaba al lado de Lucy en busca de unos calcetines rojos, pensaba en la misteriosa buena fortuna de haber perdido el otro par…

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. La función de Aitor empezaba en treinta minutos y no podía salir con sólo un calcetín. Necesitaba encontrarlo.
- Mamá, ..."
Aina,
¡Me encantó tu historia! Un tema común, mamás solteras… ¡Una escena de la vida real con un hijo de la vida real! Ilustra muy bien la vida cotidiana que estas mujeres valientes enfrentan…
La narración me parece fácil de seguir, los diálogos facilitan diferenciar las voces…

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¿Cuánto más tenía que buscar?
Estaba harto. Toda la casa estaba tapas arriba.
Era sólo un calcetín rojo.
No, no era sólo un calcetín.
Se sentó. Le dio igual donde.
¡Dios!
Era tan frustrante que tenía ganas de llorar. Pero no pudo.
Revisó todo una vez más. Esta vez, sin moverse.
Sillas, alfombras, fotos, libros, cortinas, platos, el gato. No, no estaba ahí. Papeles, mesa, pantalón, tazas, plantas, el reloj.
Tiró la cabeza hacia atrás para contener la risa que pujaba por salir.
Se sentía un loco.
Techo, telarañas, lámpara.
No pudo evitarlo.
No era por el calcetín.
Nunca lo era.
Todo se había revuelto.
Su casa. Su vida.
Quería poder echarle la culpa a alguien, pero no podía. La culpa era sólo suya.
Había querido hacer las cosas de forma distintas pero no había sido capaz. Tan sólo se quedo viendo como venia el tren y se iba sin haber intentado hacer nada.
No es que fuera una persona indecisa, o poco luchadora. Incluso ahora se preguntaba cómo había pasado aquello.
Se paró y avanzó entre las sillas y las alfombras enredadas con las cortinas. Llegó a la ventana.
Afuera nada parecía haber cambiando.
¿Por qué tendría?
Los paraguas subían y bajaban la calle. Negros, grises, verdes, amarillos, con estampados.
Apoyó la frente contra el cristal. El frío le asaltó, pero no se separó, lo necesitaba.
Respiró profundamente e intentó despejar su mente de todas las preocupaciones que tenía.
Era inútil.
Miró de reojo al desastre que era su casa. Tenía que arreglarlo.
Tenía que hacerlo.
Observó como una gota se deslizaba por la ventana.
Tenía que seguir su camino.
Soltó todo el aire que tenía y agarró la primera foto que encontró.
Ella estaba ahí. Recordaba que tenía un hermoso vestido rojo.
Faltaban colores.
Miró nuevamente su mano. El calcetín ya no era rojo.

— ¿En dónde se metió ese horrible calcetín?— exclamo Marina con enojo.
— ¡Horrible! ¡Hace tan solo un momento era lo mejor que te pudo ocurrir!— respondió una calmada Sabrina mientras observaba como su hermana gemela revolvía todos los objetos de su habitación.
— ¡Porque hace un momento! ¡Estaba aquí!
— Pero ¡Estas segura! ¡Ya lo buscaste en todos los lugares de la casa! Mira que pudiste haberlo dejado en cualquier sitio. Ya ves lo que paso la última vez con tu disfraz de Cleopatra
— ¡Te digo que ya lo busque por todo el lugar! ¡Incluso fui a la casa del perro!
¡Bueno! Aunque la situación pudiera considerarse algo "extraña", no lo es tanto.
Les contare, mi hermana Marina y yo participaremos en un concurso de baile que ha organizado nuestra escuela. En el vestuario que usaremos predomina el color rojo, aunque también lleva algo de blanco.
Nuestra madre nos sugirió que ambas usemos calcetines rojos y nos pareció una gran idea... Al menos hasta hace una hora. Se preguntaran ¿Por qué? no es así. Pues bueno, verán, llevamos una hora buscando uno de los calcetines de Marina ya que no lo encontramos por ningún lado, y por lo que veo no va a aparecer a tiempo para la competencia.
Me pregunto ¿qué ira a hacer Marina? Sino aparece su "horrible" calcetín, como ella dice.
— ¡Sabes que! ¡Me rindo! ¡Así jamás lo voy a encontrar! Lo mejor será que use mis calcetines blancos ¡Ellos nunca me han fallado! ¿Verdad?— decía una muy embelesada Marina acariciando como una loca a sus calcetines de color blanco.
¡Vaya! Al parecer mi hermana si pudo encontrar una solución sin tener que destruir el mundo. No como otras veces que casi causa el "Apocalipsis".
Lo mejor será que nos demos prisa ¡No queremos llegar tarde a la competencia¡ ¿O si?

El vestido negro bailaba con su cintura (y qué cintura), mientras ella cegaba la luna con su sonrisa de
cuento. Contaba las estrellas como si fueran lunares en la espalda de cualquier afortunado que hubiese
conseguido llegar al paraíso de sus sábanas y cantaba como si el miedo no existiera.
Ella tendía a enamorarse con prisas de cualquier hombre que le recitase un poco de poesía en los
amaneceres de cada noche pasada en vela, y con la misma rapidez se olvidaba cuando éste le cortaba las
alas. Tendía a escapar de las ataduras de cualquier idiota que creía que podía tenerla, cuando ella se
limitaba a amar con locura para después olvidar como si no doliera. Ningún hombre que haya visto su
manera de despertar al mundo con sus bostezos ha conseguido olvidar sus piernas largas, sus labios
rojos y sus ojos añil. Y de hecho no los culpo, yo tampoco he conseguido olvidar cómo bailaba conmigo
para hacerme olvidar el mundo, cómo subía las escaleras contoneándose para avisarme que tenía ganas
de amarme, y cómo fumaba y recitaba poemas las noches de verano en el balcón acompasada por el
silencio de la noche. Yo aún no he podido olvidar cómo volaba entre mundos y su olor indescriptible e
imposible de enfrascar.
Ella se había ido hacía tiempo de mi vida, me había dejado los cajones vacíos a conjunto con mi alma, un
café frío encima de la mesa y un corazón hecho trizas. Me había dejado tantas noches tristes como tiene
la luna, y tantos sueños rotos como alguien que sufría desamor puede imaginar.
El whisky barato se había convertido en mi único acompañante de noches rotas, y un calcetín rojo de
Navidad se había convertido en el peluche al que abrazar todas las noches como si fuera a protegerme
de todas mis pesadillas.
Era invierno. De esos inviernos fríos que rasgan las ganas de sentir, y en los que llueve desde el
amanecer hasta el atardecer. Era uno de esos inviernos que se sienten más con los huesos que con las
manos. De esos inviernos que ninguna compañía de alquiler podía mitigar. Yo entraba por la puerta de
una casa tan fría como la nieve, olía a alcohol y tabaco, y a amor comprado. La casa yacía patas arriba, a
conjunto con mi vida, pero esa noche más de lo normal.
Empecé a buscar aún ebrio como un idiota un estúpido calcetín rojo de esos que se cuelgan de las
chimeneas de Navidad, se lo regalé a Ella prometiéndole que algún día tendríamos una chimenea, sin
embargo lo dejó encima de la mesa al lado del café frío el día que decidió marcharse.
Y aquí sigo, buscando como un idiota un estúpido calcetín rojo, mientras el mundo no sé si me da vueltas
o ha dejado de dármelas.
......................................................
Más en: http://refugioenlatormenta.blogspot.c...

Al terminar el ciclo de lavado intentó abrirse paso entre varias franelas algodón que se apretaban unas contra otras como si se tratase de un acto contorsionista; no tuvo mucho éxito, así que rodeó a un par de calzoncillos, paso por encima de un grupo de calcetines que se aferraban con fuerza a su pareja y finalmente dió con una desgastada pero muy orgullosa pijama cuyos años de experiencia le merecían el respeto de toda la ropa de la casa. La pijama vio al angustiado calcetín y antes que este dijera una palabra la pijama dijo -Has perdido a tu compañera, ya veo- manteniendo su tono solemne y sin embargo dulce, prosiguió, -recuerdo el pasado domingo cuando ustedes dos tuvieron una fuerte discusión con el pretencioso vestido que se negaba a combinarse con un par de vulgares y escandalosos calcetines rojos. Recuerdo a tu amiga jurarle venganza, la misma amiga que antes de entrar aquí saltó al montón de la ropa blanca-. Toda la ropa que escuchaba lo sucedido, incluyendo al calcetín rojo, quedó perpleja ante el relato de la Vieja Pijama. Inmediatamente todos se agolparon en la puerta de vidrio de la lavadora para comprobar que efectivamente el calcetín rojo se había escabullido en la cesta de la ropa blanca y se escondía esperando el momento de entrar a la lavadora con aquel hermoso pero muy creído vestido blanco. Entre aplausos y vítores el calcetín rojo despertó de su asombro y se unió a la celebración de todas las piezas de ropa de colores que aplaudían la valentía del otro calcetín rojo cuyo gesto reiteraba la enemistad milenaría entra la ropa de color y la ropa blanca.�

Se agradecen los comentarios y opiniones :) Alejandro
HORA Y MEDIA
La abuela se pasó una hora entera y más buscando el calcetín rojo que era de la tía. Sin ese calcetín no podría ir a jugar a la lotería y todo le saldría mal: los sándwiches de miga y las pastafloras, los mandados, las charlas de las cuatro con doña tita y hasta las puesta del sol que nada tienen que ver con ella.
La lotería era el lei motiv de su vida social, privada y cultural. Eran 8 números relacionados con el cumpleaños de la tía, el año de su casamiento y otros datos astrológicos. Algún día le tendría que salir porque aquella vez no fue una cuestión de azar sino de perseverancia.
Nunca se la sacó. Casi 80 años que la recuerda roja y hasta la rodilla, suave por el apresto y el algodón. El perfume era de la tía porque la llevaba puesta, intenso como el agua de lluvia después de llover. Se la sacó cuando llegamos al local donde compró el billete. Como si estuviera entrando a un lugar santísimo la revoleó y la media se posó en la frente, hasta la boca de la abuela que en ese momento tuvo una epifanía: es roja sangre como la sangre que se desprendió de la tía por tanto sufrimiento.
Estuvo una hora buscando la media roja y media hora más pensando qué haría sin ella. Lo más loco es que pudo verse el pié después de tanto tiempo, lo tenía terso y brillante, blanco y desnudo. Entonces se lo tocó... y se estremeció en un éxtasis de placer extremo que no pudo creer y que nada tenía que ver con la razón. Se lo acarició de vuelta y los pelos se le pusieron de punta, creyó ver a dios, y la tía le dijo "cómo andas querida".
De ahí en más tiró todas las medias y vestimentas y se paseó desnuda por las calles de la ciudad.

Un día, Don Pepe se disponía a guardar un secreto que le contó Isabel sobre su diente de leche, el Ratoncito Pérez y sus padres. Y se dispuso a colocar la hoja de papel en el calcetín rojo. Pero su sorpresa fue enorme cuando vio que no estaba en su sitio. ¿Qué había pasado con su calcetín?
Después de una hora buscando el calcetín rojo, salió de su cuadro de luces para averiguar qué había pasado. Encontró trozos de sus relatos en el camino. Recogiendo y siguiendo los mismos llegó a la colina más alta de Villa Cuadro de Luces, dónde vivía el interruptor más desagradable del mundo, Don Paco. Don Pepe rodeó la cajita hasta que encontró la ventana de la habitación dónde estaba Don Paco con su calcetín rojo. Veía como sacaba las hojas y las leía, rompiendo algunas y dejando otras dentro del calcetín. Cuando Don Paco se levantó, vio a Don Pepe mirando por la ventana. Salió fuera y le gritó, diciéndole que se fuera de su propiedad. Discutieron y Don Paco le acabó confesando que se sentía solo y que nadie se paraba nunca a hablar con él cuándo bajaba a dar un paseo a Villa Cuadro de Luces y que por este motivo, había robado el calcetín rojo con todas las historias, para poder leerlas y no sentirse tan solo. Ese era el gran secreto de Don Paco. Pero a partir de ese momento, ambos se hicieron amigos y Don Pepe le dijo que podía hablar con él siempre que quisiese, que su historia jamás sería olvidada porque la escribiría de su puño y letra y la guardaría en el calcetín rojo, lugar dónde las personas quedan recordadas para siempre.

EL CALCETÍN ROJO.
Él mismo reconocería que en ese preciso instante desearía que las palabras dejaran de existir, que esa fuente de conocimiento que supone un diccionario jamás hubiera visto la luz. Que el tiempo, constante vehículo de la historia, no corriera preciso hacia un nuevo segundo. Para él, ese momento representaba el triunfo de la quietud frente al movimiento, de la pausa frente a la vorágine, de Apeles contra Miguel Ángel.
La tenía entre sus brazos, y ahora, nada ni nadie podía alejarle de la claridad, toda una vida buscándola y era esto, resultó ser tan simple y primario que se le pasó por alto, ¿o tal vez no quiso verlo? Evitó reconocer que todo lo que buscaba se hallaba en un instante en el que dos cuerpos se funden para dar paso a la quieta calma, al momento en el que todo cobra sentido, la bruma que es la vida se despeja y una luz muestra el camino con una perfección cartográfica. Es tan perfecto el momento, que a punto está de creerse Dios por la obra que ha creado.
Pero como todo en la vida, el instante termina, y el movimiento vuelve a recuperar terreno, la modernidad supera a la Antigüedad, la bruma vuelve para obligarle a reencontrarse con la luz en algún punto. Y lo que antes era la perfección de una joven entre sus brazos, se convierte en la odiosa imagen de un cuerpo muerto, de un cadáver que se desploma en el suelo junto al canon de belleza que había establecido. Para él, la escena era un signo de crueldad inevitable, pero necesario. No hay nada más perfecto que ese instante en el que el cuchillo entra y la sangre aún no ha empezado a salir, cuando el cuerpo de la joven se detuvo e hizo que la quietud se extendiera por toda la habitación, y quizá, con suerte por todo el mundo.
Una gota de sangre cae de la hoja del cuchillo terminando de hacerle volver a la realidad, se dice a sí mismo que es ese instante y no otro el que debe perseguir, el que debe plasmar para que el mundo entero comprenda su arte, debe crear el momento en el que la vida, la muerte y el alma confluyen, porque este ensayo así lo ha revelado: la vida que termina, la muerte que la sigue y el alma que queda en el limbo esperando a que una de las otras dos tire de ella.
Pero...¿Cómo lograr reproducir tal insignificante momento? ¿Cómo retenerlo lo suficiente como para que otros lo aprecien? Perdido en estos pensamientos, comienza a observar la habitación que se extendía a su alrededor, el desorden y el caos que se habían instalado por todos los rincones y le mostraban el horror del movimiento que precedió a su pírrico triunfo, la persecución por la casa, el forcejeo, la carrera por la vida que puso patas arriba la vivienda donde se encontraba... Fijarse en los detalles ahora le resultaba extraño y sorprendente, incluso habría jurado que la estancia estaba iluminada, y sin embargo, nada más lejos de la realidad. Tras regañarse a sí mismo por su poca capacidad de observación, totalmente impropia de un artista, algo llama su atención poderosamente. La sangre, en su constante movimiento fluido, ha formado un charco que rodea el cuerpo de la mujer de belleza clásica, la hemorragia avanza inexorable aumentando su tamaño, y él, curioso e interesado, se fija en un calcetín que debido a la pelea ha caído al suelo de un montón de ropa doblada. Tan pronto como la sangre alcanza la prenda, esta pasa de un blanco puro e impoluto, a teñirse del rojo escarlata más llamativo que él puede recordar, entonces, como un fogonazo, la claridad vuelve a su lado, la muerte que arranca el alma y pasa a través de la vida, circula por ella para acabar creando otra nueva a su paso. Y el calcetín blanco es ahora rojo, y él, su creador.

¡Comentad!
Don Pepe era un interruptor que vivía en un cuadro de luces junto con su madre y sus dos hermanas. La gente se sentía cómoda hablando con Don Pepe, contándole sus historias. Él siempre escribía lo que le contaban, porque así podía leerlas las veces que quisiese. Y las guardaba en el calcetín rojo que su hermana le regaló en su cumpleaños.
Un día, Don Pepe se disponía a guardar un secreto que le contó Isabel sobre su diente de leche, el Ratoncito Pérez y sus padres. Y se dispuso a colocar la hoja de papel en el calcetín rojo. Pero su sorpresa fue enorme cuando vio que no estaba en su sitio. ¿Qué había pasado con su calcetín?
Después de una hora buscando el calcetín rojo, salió de su cuadro de luces para averiguar qué había pasado. Encontró trozos de sus relatos en el camino. Recogiendo y siguiendo los mismos llegó a la colina más alta de Villa Cuadro de Luces, dónde vivía el interruptor más desagradable del mundo, Don Paco. Don Pepe rodeó la cajita hasta que encontró la ventana de la habitación dónde estaba Don Paco con su calcetín rojo. Veía como sacaba las hojas y las leía, rompiendo algunas y dejando otras dentro del calcetín. Cuando Don Paco se levantó, vio a Don Pepe mirando por la ventana. Salió fuera y le gritó, diciéndole que se fuera de su propiedad. Discutieron y Don Paco le acabó confesando que se sentía solo y que nadie se paraba nunca a hablar con él cuándo bajaba a dar un paseo a Villa Cuadro de Luces y que por este motivo, había robado el calcetín rojo con todas las historias, para poder leerlas y no sentirse tan solo. Ese era el gran secreto de Don Paco. Pero a partir de ese momento, ambos se hicieron amigos y Don Pepe le dijo que podía hablar con él siempre que quisiese, que su historia jamás sería olvidada porque la escribiría de su puño y letra y la guardaría en el calcetín rojo, lugar dónde las personas quedan recordadas para siempre.
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En la ducha había estado pensando qué ponerse. Todavía mojado y con una toalla atada a la cintura, había colocado una por una todas las prendas, perfectamente limpias y planchadas encima del sofá: una camisa blanca, unos pantalones vaqueros negros, zapatillas deportivas, calzoncilos y un par de calcetines rojos plegados uno dentro de otro. Es difícil definir con precisión el momento en que se sorprendió a sí mismo dando vueltas alrededor de la habitación en busca de la pareja del calcetín que llevaba puesto. Sí. Le había vuelto a suceder.
Llegaba muy tarde, y aún así se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Daba vueltas alrededor de sí mismo. Abría y cerraba los mismos cajones, armarios y puertas una y otra vez. Era incapaz de encontrarlo.
Su habitación estaba muy desordenada. Prendas usadas de todo tipo salpicaban el suelo y los muebles. Unas cortinas raídas y desgastadas atenuaban la escasa luz que entraba por la ventana orientada al patio de luces. Una bombilla ligeramente parpadeante colgaba del techo e iluminaba a la vez que amarilleaba aquella estancia neutra, cruda, como despojada de objetos que debieran estar ahí decorándola. Huellas de agua en el suelo hacían brillar el parquet de madera gastada. Aún salía vapor por la puerta entreabierta del baño, lo que enrarecía todavía más el ambiente, ya de por sí cargado, de la casa. Y eso desesperaba aún más a Juan.
Aun habiendo comprobado varias veces dónde no estaba, insistía en volver a mirar en los mismos sitios constantemente, no tanto por la duda como por mantener viva su búsqueda, ya obsesiva.
Por supuesto era consciente de que podía coger otro par del cajón para evitar llegar aún más tarde, pero eso no entraba en sus planes. No estaba dispuesto a ceder ante lo que tenía claro era obra de su propio subconsciente, que le había llevado a olvidar el calcetín en algún lugar probablemente muy visible de la habitación.
Juan se encontraba cada vez más nervioso. Consciente de que su demora era ya completamente inexcusable, había decidido olvidar la idea de inventar un motivo o una razón que dar. Simplemente aparecería más de dos horas tarde y zanjaría el tema sin dar explicación alguna al grupo de amigos con el que había quedado.
Allí teníamos a Juan, a solas con su obsesión, tan cerca y a la vez tan lejos de su calcetín. En un tercer piso de una lluviosa calle de una ciudad cualquiera. Justo en ese momento en el portal del edificio una mujer desconocida era secuestrada y posteriormente asesinada de manera atroz.
Puede que Juan tardara más o menos tiempo en encontrar su calcetín rojo. Puede que aquella noche disfrutara en compañía de sus amigos. Puede que nunca se enterara de lo sucedido en el portal de su propia casa. Puede que aquel escurridizo calcetín rojo perdido le salvara la vida… o tal vez no.
FIN.