Literautas discussion
Ejercicios de escritura
>
Ejercicio de escritura #01 El calcetín rojo

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo; el inspector Lestrad y su fiel escudero el agente Markus Bell habían llegado tarde. El cadáver del joven empresario Dylan Burne yacía inerte y desnudo en su propia cama, su pene erecto y un tiro en la frente; entre las ropas desperdigadas por la estancia faltaba el dichoso calcetín.
Digo que llegaron tarde porque oyeron dos disparos cuando se disponían a entrar en la casa, el asesino había tenido poco tiempo para desaparecer de la escena del crimen.
-Fue una mujer, una mujer atractiva-Dijo Lestrad.
-¿Lo dice usted por la desnudez y la erección?
-No, por eso no; desconozco la identidad sexual del señor Burne, que los tiempos están cambiando mucho últimamente…. En realidad lo he deducido por el hecho de que en la mesita de noche hay unos pendientes. Todo hace indicar que lo sedujo con sus encantos y lo convenció para venir hasta aquí. Está toda su ropa pero no encuentro uno de los calcetines, un calcetín rojo, en ese calcetín está la clave, o quizás no….
-¿Yo lo he soñado o cuando llegamos se oyeron dos disparos?, el señor Burne solo tiene uno, esto es muy sospechoso.
-Bien observado Markus, te diré que la pistola está bajo la cama; el segundo disparo sonó cuando echamos la puerta abajo gritando que somos policias, el señor Burne ya estaba muerto y la asesina se asustó, se le cayó el arma al suelo rebotando justo aquí. -en el suelo de madera de la habitación había una marca de un golpe violento-. Al golpearse contra el suelo la pistola se disparó y cayó debajo de la cama.
Para cuando Lestrad había terminado su exposición el agente Bell ya había recuperado un revolver colt 45 de debajo de la cama y comprobado que en el rodapié había alojada una segunda bala, las dos que faltaban en el tambor del arma.
-En cuanto al paradero de la asesina-Dijo Lestrad volviéndose hacia el armario que había a sus espaldas, justo frente a la cama donde reposaba el cadáver y abriendo sus puertas de par en par- Yo diría que se esconde aquí.
Efectivamente, dentro del armario había una bella joven completamente desnuda con un calcetín rojo en la mano.
Hay que decir en honor a la verdad y que me perdone el inspector Lestrad por contar sus intimidades; que su primer pensamiento, (y el de Bell seguramente también), fue de admiración por aquella piel tersa, aquellos pechos firmes y la larga cabellera negra y ondulada, no obstante ambos en muestra de su extraordinaria profesionalidad pronto volvieron a poner los pies en el suelo y continuaron a lo que estaban.
-Eau de cologne Imperial, Fancoise Pascal Gerlain; el aroma a cítricos, bergamota y cedrón sobresale incluso por encima del vulgar olor a sangre, tanto refinamiento te ha delatado. Eso y tu respiración.
Podemos decir que fue bastante embarazoso vestirla con un albornoz del muerto antes de esposarla, una vez ya cubierta y antes de que los guardias Riverside y Tenant la condujeran a la comisaria de Green, Lestrad quiso preguntar arrebatándole el calcetín rojo:
-¿Qué hay tan importante en este calcetín que valga la vida de uno de los hombres más importantes de Inglaterra?
-Ese calcetín vale millones de Libras-Dijo ella- pero descubra usted que es tan listo el porqué.
Allí se quedó Lestrad observando el calcetín y Bell observando a Lestrad.
-¡Oh Dios mío, como no me di cuenta antes!, ¡sígame Markus!
Fueron a la cocina y Lestrad cogió un puchero pidiendo amablemente a Bell que mezclara en el agua con sal e introdujo en la mezcla el dichoso calcetín que en pocos minutos cambió el rojo-color que pasó a teñir el liquido elemento-, por el blanco.
-Vóila! Dijo Lestrad visiblemente contento y pescando el calcetín con un tenedor que había por allí.
Cuando se hubo secado el misterio terminó de resolverse, se dejó ver en el tobillo de la dichosa media impresionada en tinta invisible una compleja formula matemática.
-He aquí la clave del misterio, no sabemos qué significa pero si su valor; un dineral y la vida del señor Dylan Burne.
-Una pregunta-cuestionó Markus Bell-¿Cómo se dio usted cuenta de que el calcetín estaba teñido de escarlata?
-Mi querido y admirado amigo Bell, observé las yemas de los dedos de nuestra asesina manchados del mismo color que el calcetín y supuse que era producto del sudor de esta así que decidí fabricar una solución salina que se asemejase al la transpiración humana y el experimento funcionó. Lo de la tinta invisible fue un golpe de suerte, se le llama serendipia, amigo Bell.

Simón fue sacando lentamente el brazo de la sopa de marisco. Apenas notaba el calor del líquido (no después de casi media hora de intensa búsqueda en un sinnúmero de mastodónticas ollas), pero sí que empezaba a marearle aquel penetrante olor a almejas, gambas y cabezas de rape que flotaban en el burbujeante brebaje.
"¡Estúpido Simón, desordenado, torpe y descerebrado!" se repitió una y otra vez. "¿A quién se le ocurre dejar un calcetín, UN CALCETÍN, viejo y apestoso, tirado en una cocina?". Había escuchado el ¡Chof! claramente, pero entre tanta marmita junta, todas operando a máximo rendimiento, y los ruidosos extractores de humo, no tenía ni idea del lugar exacto dónde había ocurrido la desgracia. Y había tenido que pasar justo hoy, el primer domingo de mayo, el día en el que todo el mundo se reunía en la iglesia para degustar la famosa sopa sureña, una delicatessen cuya importancia ponía el nombre de un pueblo tan pequeño como el suyo en el mapa.
El joven aprendiz miró hacia la puerta, esperando ver aparecer a Ramón "El oso", el monstruoso jefe de cocina o a alguno de sus lugartenientes. Todos se reirían de él si llegaran a enterarse de lo ocurrido, de eso estaba seguro; todos menos Ramón, que lo apuntaría con aquellos gélidos ojos desprovistos de vida y lo expulsaría de allí entre gritos y sartenazos. No eran pocas las leyendas que circulaban por el pueblo sobre aprendices de cocina despistados que se habían visto obligados a abandonar el condado empujados por la ira del oso.
Respiró hondo, preparado para afrontar la última hornada de ollas y se subió al taburete. Justo cuando se disponía a sumergirse en la sopa, una sombra oscureció la estancia como una nube de lluvia en un cielo despejado.
-¿Se puede saber qué haces, Simón? -rugió el oso.
-Es... estaba supervisando la comida- mintió. La voz le bailó en la garganta- Procuraba que todo estuviese a punto para la fiesta.
-Bien. Necesito que me ayudes. He de ultimar algunos detalles del banquete, así que... -mientras el jefe de cocina hablaba, Simón reparó en algo que descansaba sobre una de las estanterías superiores, junto a la puerta. Entre dos grandes cacerolas destacaba un objeto de un rojo que le resultó familiar.
"¡El calcetín!".
- ... y finalmente emplataremos y serviremos la sopa ¿lo has entendido?- continuó Ramón. - Dime ¿qué hora es?
Simón, presa de un entusiasmo que luchaba por salir, se contuvo. Levantó el brazo y miró su reloj. Entonces un escalofrío le subió por la espalda. La muñeca estaba morada por el calor de la sopa. Y allí donde debía de estar su reloj no había nada.

Debo de decir que incumple una de las premisas del ejercicio y que era que contuviese la frase: "Se pasó una hora buscando el calcetín rojo". Un saludo y a seguir escribiendo.
http://amilmillmarkoesta.blogspot.com...

me gustó tu escrito, un buen relato detectivesco. Felicitaciones :)
Marko wrote: "El calcetin rojo
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo; el inspector Lestrad y su fiel escudero el agente Markus Bell habían llegado tarde. El cadáver del joven empresario Dylan Burne yacía ..."

—Si no sales a calentar ahora mismo, te quedas en el banquillo —escuchó tras unos golpes impacientes que habían aporreado la puerta.
—Míster, necesito mi calcetín, ¿cómo voy a jugar sin medias?
—Ponte los de Pedro, o los de Sanchís, ¡o los de la madre que te parió! —gruñó la voz—. Y a la cancha, ¡ya!
—Pero jefe, jamás he marcado un gol sin mi calcetín rojo...
—¡Y nunca lo marcarás si no sales ahora mismo!
Se apresuró. Sentía que el entrenador estaba llegando al límite y cumpliría con su amenaza, aunque ello significara prescindir de él, intocable hasta el momento. Cogió el primer calcetín que encontró, lo ajustó a su pie izquierdo, el bueno, y salió a la cancha.
El campo parecía un hormiguero. Los aficionados se movían entre las sillas hasta detenerse en su lugar. Desde la tercera gradería se escuchaban cantos ofensivos hacia su equipo. Los hinchas de eterno rival eran siempre los primeros de entrar y los últimos de salir, cuestiones de la seguridad.
Estaba nervioso. Mientras estiraba los músculos de la pierna, percibía la inquietud de los aficionados. Si ganaban, pasarían a la final, tan ansiada desde hacía más de diez años. Eso sí, solo servía la victoria.
Volvió junto a sus compañeros al vestuario. Escuchó la táctica con atención. Saltó al terreno de juego dando tres saltos sobre su pie izquierdo. Sintió vibrar el campo, cantando al unísono. Y empezó a rodar el balón. Ambos equipos pateaban sin orden el balón, los nervios traicionaban la precisión y erraban el pase.
Con paciencia esperó su oportunidad. Y la tuvo. Una triangulación, un pase en profundidad y solo delante el portero. Pensaba si regatear o chutar, cuando se acordó que no llevaba su calcetín rojo. Su seguridad se desvaneció, dudó y el portero desvió el balón.
Sin confianza en si mismo, no volvió a tocar bien un balón. Lo cambiaron, entre una tormenta de gritos y pitidos. Concluyó el partido, sin goles, y la final, otro año, se desvaneció.
Días más tarde, ubicó su calcetín. Lucía en televisión, cubriendo una de las asas de la copa que levantaba, en ese momento, el capitán del eterno rival.
--
martaaa

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo, podría haber usado unos rosados que estaban nuevos, pero en el mail ella había escrito claramente: estaré vestida totalmente de rojo.
Bueno sería, que después de tanto tiempo buscando una cita, se vaya todo a perder por semejante distracción, de ninguna manera, si dijo toda de rojo, iría toda de rojo. Y dónde diablos se había metido ese bendito calcetín? Se reía de que pensara en el diablo buscando algo rojo, pero serían esas casualidades que suelen pasar, en esta oportunidad el diablo no metería la cola, ó al menos eso pensaba hasta ese momento, y por otro lado, el calcetín no se había metido solo en un escondite, ella era la que no se acordaba donde lo había puesto, porque los calcetines no caminan solos. Pero si en vez de estar pensando en todas estas tonteras, buscara con más atención, y no volviera a buscar siempre en los mismos lugares, seguramente lo encontraría, tenía que concentrarse en lo que hacía, eso le decía siempre su madre, que ya iban para tres años que había muerto y ella todavía la seguía sintiendo como susurrando en su oído: Cecilia, que te tienes que concentrar en lo que haces... Cecilia, que si caminas siempre mirando el suelo no conseguirás novio... Cecilia, que arréglate el cabello niña que pareces una mojigata... Cecilia, que eres tan distraída que un día perderás la cabeza... Y bueno, tan equivocada no estaba su madre, no perdió todavía la cabeza, pero sí perdió un calcetín, y en el momento menos oportuno.
Conclusión, que se le hizo tardísimo buscando el bendito calcetín, y lo había dejado junto a la pañoleta que tenía preparada para salir, que como también era de color rojo no se distinguía una prenda de la otra. Sería el color rojo que atraía al diablo con sus maldades? No, no tenía que pensar así. De nuevo aparecía su madre susurrándole: Cecilia, que si eres buena te pasarán cosas buenas...
Al fin, ya preparada para su ansiado encuentro, salió en camino a los fuertes brazos del amor. Porque seguramente ese caballero que le decía tan dulces cosas por mail, sería su amor para toda la vida, ella lo presentía, ya lo podía ver regresar del trabajo con un ramo de jazmines y ella esperándolo con una sonrisa y con la mesa servida, lo veía jugando con los niños que seguramente iban a tener, lo veía sentado a su lado mirando televisión, lo veía todo como una película, ó mejor, como en esas novelas que miraba junto a su madre.
Quizás, de no haberse demorado buscando ese calcetín ó quizás si no hubiera elegido el color rojo, quién lo podrá saber, lo cierto es que al pasar por entre las vallas, que no debería haberlas atravesado, que para eso estaban las vallas, para que la gente no las atraviese..., justo en ese momento, doblan por la esquina los dos primeros corredores y tras ellos el embravecido toro que venían provocando y esquivando. Claro, la pobre Cecilia, que como venía escuchando los susurros de su madre, y soñando con su nueva vida, no escuchó los gritos de alerta.
No se puede acusar al animal que tan cebado estaba, ni a la pobre Cecilia que caminaba flotando en un futuro de rosas. Lo cierto y triste es que, por culpa del destino, ó vaya a saber usted... de tan inesperado final fue.
Jorge E. Broner

Los calcetines rojos eran sus favoritos, luego de la ducha siempre pedía a mamá que se los pusiera, eran de algodón y tenían patitas de goma en la parte de abajo. Al ponérselos salía disparado a buscarlo. - No corran dentro de casa- decía mamá, pero no la escuchaban. Ese momento era mágico para los dos. Corrían alrededor de la mesa, iban detrás la pelota, se metían debajo de los muebles y de las camas… cualquier rincón de casa era bueno para una nueva aventura. Para un perro tener un compañero de juegos que anda en dos patas es un poco extraño, pero no se lo cuestionaba demasiado, sólo esperaba ansioso a que mamá sacara de la cómoda el par de calcetines rojos para que comenzara la diversión.
Pero el tiempo pasa y aquella época parecía cada día mas lejana, su niño ya no robaba galletas ni lo buscaba para correr alrededor de la mesa… Él tampoco era el mismo, de aquel amigo alegre y activo siempre listo para corretear, poco quedaba. El pequeñín, un poco mas alto, iba todas las mañanas a su cama a saludarlo y a darle un brevísimo paseo alrededor de la casa, ya no corrían juntos pero se acompañaban con la seguridad que la complicidad que compartían permanecía intacta.
Un día el de la bata blanca, se acerco a él sin medicinas ni inyecciones, acaricio su cabeza y mirando al pequeñín les dijo: - Es hora de no volver-, no se sabe a ciencia cierta cuantas palabras pueden entender los perros, pero él al escuchar estas palabras se sintió feliz. Al llegar a casa sólo quería conseguir ese calcetín y recordar aquellos tiempos donde sólo jugaba a perseguir la pelota y el pequeñín corría detrás de él…
Aquella mañana su niño, fue a despertarlo para su brevísimo paseo matutino, pero él ya no despertó… Cuando le sacaron de su cama encontraron entre sus patas un par de calcetines rojos con patitas de goma en la parte de abajo.

Lucía se pasó una hora buscando el calcetín rojo, buscó en todos los cajones, bajo la cama e incluso detrás del televisor y no lo hizo una vez, desbarató y rearmó toda la habitación probablemente cuatro o cinco veces. La verdad ya había perdido la cuenta, lo único que importaba era que pudiera encontrar lo que buscaba.
¿Qué se supone que iba a hacer si no lo hacía? Esa era el complemento del par de calcetines que su hijo adoraba y probablemente haría un completo escándalo si ella no se lo daba. Habían sido el último regalo que su padre le había dado un año atrás, antes de irse al ejército, del cual ella sabía él no regresaría. Tal vez de cierto modo Enrique lo sabía y quería aferrarse al recuerdo que tenía de su padre.
Por suerte se había levantado temprano y no tendría que despertarlo hasta dentro de dos horas para llevarlo a la guardería y de ahí salir a trabajar. Se dijo que tal vez pudo haberse quedado en la secadora. ¡Cómo no la había pensado!
Salió de la habitación y cruzó el pasillo para encontrarse con una señora vestida de blanco con el nombre de María en un carnet colgando de su bolsillo, Lucía gritó asustada sorprendida de verla ya que nunca la había visto y estaba segura de que la noche anterior había cerrado con seguro la puerta principal.
— ¿Qué estás haciendo fuera de tu habitación? —dijo María.
— La pregunta sería qué está haciendo usted en mi casa.
— ¡Ay no! Pero si me habían dicho que con la nueva medicina esto no volvería a pasar.
— ¿De qué está hablando? ¡Me hace el favor y sale de mi casa ya! No voy a permitir que se acerque a mi hijo—gritó Lucía buscando con la mirada algo que le sirviera de arma.
— Vamos, Lucía—dijo María con voz tranquilizadora—Tú y yo sabemos que Enrique no está aquí.
— ¿No está aquí? ¿¡Qué hizo usted con mi hijo!?—sollozó Lucía.
Alguien en el pasillo había escuchado los gritos, por lo que no pasó mucho para que llegara un doctor con dos miembros de seguridad para retenerla entre gritos pidiendo por ayuda y gritándoles que la dejaran seguir buscando el calcetín. El doctor logró inyectarle un sedante y Lucía cayó profundamente dormida y fue llevada de nuevo a su habitación.
Varios curiosos se habían asomado a mirar la causa de tanto escándalo, así que tuvieron que despejar el área. María se sentó en una de las sillas de la sala de espera y tomó un calmante para el dolor de cabeza.
— Qué pena molestarla—dijo una joven enfermera que se sentó a su lado— Pero quería saber lo que sucedió hace rato con esa señora.
Normalmente María no hablaba de esas cosas con nadie, pero ya que era otra enfermera, supuso que estaba bien y que por una vez podía hablarle a alguien de su hermana Lucía, quien llevaba varios años así. Todo empezó cuando su cuñado murió al estar en servicio, fueron momentos difíciles pero ella seguía adelante por su hijo. Pero desafortunadamente un día él murió cuando un conductor borracho los atropelló cuando cruzaban la calle, él le hacía berrinche porque no le había dado lo último que su padre le había regalado y ella se distrajo lo suficiente para no darse cuenta de lo que venía. Ella había sobrevivido, pero tuvo una gran contusión y sumado a la culpa que sentía ella solía repetir en su cabeza ese mismo día y había veces que buscaba por todas partes hasta el cansancio e incluso se desmayaba. Tuvieron que internarla y había estado mejorando hasta ese día cuando de nuevo empezó a buscar el calcetín rojo.

Para sentir que todo estaba como lo había pensado sólo le faltaba un detalle. Los detalles dan cuenta del todo, se repetía mentalmente. El primer día que Margarita Goicochea debía presentarse en la empresa que la había empleado como secretaria, había seleccionado perfectamente el atuendo que llevaría. Pantalón de gamusa negro, blusa colorada con vivos oscuros y zapatos negros. Ya vestida y peinada, sólo faltaba el detalle. Entró a su habitación y abrió el cajón de la cómoda con dificultad, tirando primero de un costado y luego del otro. Prometió que el fin de semana lo enviará a arreglar. De su interior sometidos a una presión ahora liberada, brotaron un crisol de colores y texturas. Blancas y oscuras, con rayas coloridas, a lunares bicolores, con corazones, rombos, puntilla o alguna inscripción ya ilegible. Alguna tenía sólo una minúscula raya en el borde. Gastadas y rotas en las puntas, probablemente del incansable uso que le había dado. De algodón, toalla, lana, microfibra y red. De aspecto acanalado, liso y con entramados. De diversos largos, algunas alcanzaban las rodillas; otras muy cortas que sólo llegaban al talón. La gran mayoría se encontraban de a pares, doblado el puño para mantenerlas juntas. Otras no, se ubicaban libres en el cajón en busca de su compañera. Parada frente al cajón, Margarita dio a primera vista con el primero. Un calcetín rojo de delicado entramado a lunares, lo separó dejándolo arriba de la cómoda. Intuyó que el segundo sería sencillo de encontrar siendo que se trataba de un color que se destacaba. En primer lugar, sólo hurgó con una de sus manos metida el cajón, moviendo para un lado al otro su contenido. Nada a simple vista. La desesperación hace que no se vean las cosas con claridad, se dijo intentando tranquilizarse. Se arrodilló y con sus dos manos comenzó a sacar todo el contenido del cajón. Los minutos pasaban y no quería llegar tarde en su primer día. Juró haberlos puesto en su lugar, sin embargo buscó indiscriminadamente en distintos lugares de la casa. Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Aquel par que combinaría perfectamente con su blusa. Aquel detalle que sólo se observaría cuando delicadamente cruce sus piernas sentada ante el escritorio. Completamente desilusionada, se sentó en la cama y meditó unos segundos. Tomó un par de calcetines de algodón blanco con puntilla, y se los puso estirándolos hasta superar la media pierna. Se puso los zapatos y se escrutó largamente en el espejo. Luego, sacó del armario una camisa de raso blanca.

- Madre - empezó, valientemente.
- Sabes qué es lo que más extrano de Daniel, Sofía? - ella no respondió, así que continuó. - Que él nunca tomaba en serio los problemas. Cuando se encontraba con uno, lo ignoraba o se reía y al instante desaparecía. La vida le ponía tope tras tope y él sólo vadeaba los problemas, como si no existieran.
Sofía no sabia qué decir, era la primera vez que hablaban de Daniel en meses, de hecho era la primera vez que su madre decía tanto en meses. Su madre la miró, con una sonrisa triste que no le llegó nunca a los ojos. La sonrisa fingida de Sofía había desaparecido desde la primera palabra de su madre y ahora apretaba los labios para no ponerse a llorar. Su madre seguía mirándola y ella supo que estaba esperando que le explicara la razón por la que había entrado a su habitacion. Inspiró valientemente y dijo:
- Madre, metí mi calcetín rojo junto con los blancos de la casa, ahora todo esta manchado. Lo siento mucho, de verdad.
Un pequeno nudo le había ido creciendo en la garganta hasta que las últimas palabras salieran medio ahogadas por la pena. Las lágrimas que había estado conteniendo a lo largo de estos meses empezaron a correr por sus mejillas como cascadas interminables y su madre se levantó de un salto y corrió a abrazarla.
- Oh, Sofi - murmuró. - ¿Qué he hecho?

Él aún dormía. Echado boca abajo, abrazado a la almohada, la boca ligeramente abierta, estrategicamente tapado con la sábana.
¡Malditos fuesen él y sus calcetines rojos!
Hacía tiempo que estaba sola, perdida en su propia ciudad, vacía de emociones. Necesitaba sentir, aunque solo fuese la vergüenza que le producía el acudir sola a cualquier lugar.
Se sentía realmente atractiva. Vacía de él, vacía de sus miserias, de su pasado,... Era solo ella y era hermosa, nunca había sido tan hermosa. Esa noche se atrevió a usar su carmín rojo y sonrió.
Entrar en el bar no fue tan difícil, si alguien la miró... que mas da... Fue directa a la barra, una cerveza y un guiño verdoso del camarero. Mejor bailar sin dudar, sin mirar si alguien más bailaba, sin pensar en que tema sonaba. Bailar, solo bailar.
"Me encantan tus calcetines. Son sexis. Tienen personalidad. Hacen juego con mis labios..."
Y se besaron, y él la abrazó.
"Que te parece si yo me llevo tu carmín y tu mis calcetines."
Y salieron a la calle cogidos de la mano, ella ondeando entre risas su prenda ganada.
Realmente eran sexis esos calcetines... Los emparejó y los guardó en el primer cajón de su mesilla, donde acostumbraba a guardar sus sueños.
Se echó en la cama. Se acurrucó a su lado. Olía a cerveza y carmín. Le besó la espalda. Él susurró algo en sueños. Sonrió ya adormecida. Sonrió.

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Éste, atado a la cuerda de su bolso, tendría que ser el símbolo de identificación que la señalaría como la "chica de la cita a ciegas". Él tendría que llevar un calcetín de color verde, que sobresaldría del bolsillo de su pantalón. Habían quedado en hacerlo así, en parte para reconocerse, en parte porque les encantaba hacer el ridículo de una forma sutil. Al verlos la gente se preguntaría ¿qué es eso que le cuelga? ¿y aquello que lleva atado al bolso? Les hacía gracia que después de plantearse esas preguntas lo adivinasen y los tomasen por frikis.
Estaba ya preparada, dispuesta a acudir al bar en el cual habían quedado, pero le faltaba el dichoso calcetín. No lo encontraba. De hecho no encontraba tampoco a su pareja. Lo buscó por todos los lados, en el cajón, debajo de la cama, en la lavadora, en el tendedero, hasta en la nevera, porqué según ella "nunca se sabe", pero nada, no había manera de encontrarlo. Pensó en ponerse cualquier otra cosa de ese mismo color, pero entonces ya no tendría la misma gracia. También pensó en ir sin ninguna señal, él la llevaría y ella podría acercarse a él, presentarse y explicarle entre risas tímidas y frustradas la desaparición de su calcetín rojo. Incluso tenía ya pensada la frase con la que zanjar la historia: "¡él muy desvergonzado ha decidido jugar al escondite sin avisarme!" Le sacaría una sonrisa y dejarían el tema para pedirse unas cervezas y dar paso a su cita. Pero su instinto perfeccionista no le permitía acudir a la cita sin el calcetín. No aguantaba la idea de que la cita no saliese como lo había planeado y todo por culpa de un calcetín. Se negaba. Por eso siguió buscándolo. Y el reloj de la pared avanzaba lentamente, haciendo tic tac a un ritmo constante anunciando el paso del tiempo. Pasaron quince minutos, media hora, tres cuartos de hora y finalmente una hora entera: ya estaba llegando tarde a la cita. Frustrada y cabreada fue a coger el bolso para acudir a la cita así, sin su señal de identificación. Ya se había hecho a la idea de que la cita no saldría como había planeado, y cierto malestar y pesimismo la invadió: ¡la cita será horrible! Mil fantasías cada cual más negativa hicieron aparición en su cabeza.
Al final, justamente cuando iba a abrir la puerta para salir, vio el calcetín, encima del pomo de la puerta, esperándola con una sonrisa sarcástica. El muy sinvergüenza estaba allí, tranquilo, recordándole su pésima memoria y que ella misma lo había dejado allí para no olvidarse de él. Una risa nerviosa se apoderó de ella y la acompañó hasta que se subió en un taxi y le dio la dirección del bar al taxista.

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Nacho sabía que ese hallazgo sería imprescindible para cambiar la historia de su vida.
Era un día gris y Nacho había amanecido con la misma sensación que los días anteriores. No habría nada interesante sobre lo que escribir en la redacción. Su jefe lo tenía acorralado como a un ratón, su único espacio digno en aquella madriguera era una pequeña mesa en un rincón poco luminoso en la sección de "Vanidades". Tantos años de estudio y preparación para acabar en el departamento más mediocre y superficial de todo el periódico. Sus compañeros, la mayoría mujeres, se paseaban por la oficina pavoneándose de lo interesante que era estar en contacto con la alta sociedad y asistir a eventos sociales para enterarse de las miserias de hombres y mujeres que vivían en una burbuja de lujo y cirugía plástica.
Ese lunes por la mañana mascaba con desgana chicle de nicotina en su coche. El calor era asfixiante. Abrió su ventana y el ruido de la calle lo distrajo un segundo. La fila de coches delante de él parecía interminable, sacó la cabeza y el semáforo estaba verde pero nadie avanzaba. Consultó la hora.
El sonido de los cláxones era cada vez más intenso. La gente empezaba a salir de sus coches desesperada.
-" ¡Bah! como si eso fuera a acelerar la circulación."- dijo fastidiado.
De repente escuchó el grito cercano de una mujer. Nacho miró a su derecha y vio a un tipo apuntando a una joven con una pistola.
- ¡Que salgas del coche te digo!- gritó golpeando la puerta.
Nacho escupió el chicle, notó que las manos le temblaban y se le secó la garganta. Se escondió bajo el volante y con su mano derecha trató de bajar un poco más la ventanilla del asiento de al lado.
- ¡Sal o te vuelo la cabeza!- amenazó el asaltante que ocultaba su rostro con un calcetín rojo.
Nacho supo que tenía ante él una oportunidad para hacer algo importante en su vida.
Levantó un poco la cabeza y observó que la gente empezaba a huir de sus coches atemorizada.
La chica salió de su auto con la cabeza gacha pidiendo que por favor no la matara. El tipo la agarró del cabello y la empujó contra el coche. Le puso la pistola en la cara:
- Dame todo lo que lleves encima y me acompañarás a un cajero ¿entiendes?-.
Nacho logró salir de su coche despacio, respiraba agitado pero sentía que una fuerza ajena a él lo empujaba sin freno a ayudar a aquella pobre muchacha.
El delincuente apretó el cuello de la chica que gritaba de terror.
Nacho se puso de cuclillas delante de su coche, se arrastró como una serpiente por debajo del motor y logró salir de nuevo por el otro lado hasta ver los pies del atracador que seguía hostigando a la chica. Ésta empezó a sacar las cosas de su bolso y el delincuente miraba de un lado al otro pendiente de la llegada de la policía.
- ¡¡Date prisa te digo!!-.
Las cosas del bolso cayeron al suelo y la chica se agachó tratando de recogerlo, vio a Nacho y abrió los ojos como platos. Él selló sus labios con los dedos. La chica entendió y siguió recogiendo con prisa.
- ¡¡Inútil!!- gritó el asaltante. Pateó a la chica que cayó sentada.
En ese instante el tipo puso la pistola en el bolsillo trasero de su pantalón y se agachó a recoger. Nacho alcanzó a quitarle la pistola desde el suelo y salió rápidamente de su guarida. Sorprendió al atracador que se levantaba de nuevo y Nacho lo apuntó con la pistola sin titubeos.
- Quítate el calcetín y deja la billetera sobre el coche, ¡ahora!- gritó Nacho.
A lo lejos se escucharon las sirenas. Nacho se adelantó un paso sin dejar de apuntar con la pistola y el tipo aprovechó la puerta abierta del coche de la chica para desaparecer por el otro lado.
Escapó sin el calcetín rojo en su cabeza. El calcetín era la prueba y ni rastro de él.
Nacho entregó el arma a la policía y explicó lo ocurrido junto a la chica y algunos testigos.
- Soy Gemma, no sé cómo agradecerte.- Él le acercó un pañuelo.
- Lo importante es que estás bien. Te llevaré a casa-.
Gemma asintió y metió la mano en su bolso.
- Encontré esto en mi coche.- dijo la chica mostrando el calcetín rojo.

me gustó la forma como escribes, la redacción es agradable y fluida, se hace fácil seguir el relato.
Sin embargo, no entendí el final del relato, me quedé con una sensación de incompletitud, como que el relato no termina de concluirse, ni en el relato mismo ni en mi cabeza.
De todas formas, felicitaciones y a seguir escribiendo!
Nuria wrote: "El calcetín rojo (Nuria Caparrós Mallart)
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Nacho sabía que ese hallazgo sería imprescindible para cambiar la historia de su vida.
Era un día gris y Nacho..."

EL PAYASO ALMODOVAR
Era su última función. Estaba viejo y sus chistes ya no causaban el efecto de antes. Por eso, el manager le comunicó amablemente que esta sería su última gira con el circo, y que lo iban a remplazar por un dúo de payasos más jóvenes que él. Su tiempo había pasado.
Mientras se estaba vistiendo para salir a escena recordó sus buenos momentos. Cuarenta años haciendo reír a las personas era mucho para un hombre. Cuarenta años recorriendo el país, alegrando cada rincón de la república con su gracia, con su humor lo marcaban a fuego. Por un rato pensó que el manager tenía razón. Era momento de retirarse. Pero. ¿Qué haría ahora con su vida? Los payasos de circo no tienen jubilación, y el poco dinero que tenía ahorrado no le alcanzaba ni para vivir una semana.
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo de la buena suerte. Ese que le había regalado el primer dueño del circo años atrás, cuando la historia era otra. En ese tiempo, ir a ver un espectáculo circense era algo sublime. Colas de cuadras para sacar una entrada. Ciudades y pueblos enteros expectantes por la llegada del circo a su territorio. En esa época él supo ser la atracción principal durante muchos años.
¡Atención damas y caballeros!
¡Atención niñas y niños!
¡El numero que tanto estaban esperando!
¡Con ustedes el genial, el magnifico, el único, el PAYASO ALMODOVAR!
Y miles y miles de personas rompían en una ovación interminable. Y miles y miles de caras felices disfrutaban de su rutina. La risa de los niños y los adultos, la alegría que destellaban de sus rostros no se lo olvidaría jamás. Y cuando terminaba la función, el público invadía el escenario para abrazarlo y pedirle autógrafos. Y el mundo se detenía por un instante. Y todos disfrutaban de un momento único en familia. Cuanta muestra de afecto y cariño. Pero ahora todo concluía. A la nueva generación no le interesan los circos. Definitivamente había llegado el tan temido ocaso. Con suerte vendían las primeras cinco filas, eso si era una ciudad grande, y eso si no pasaban nada interesante en televisión ese día.
Ahí estaba Almodóvar. En su pequeño tráiler buscando desesperadamente su calcetín rojo de la suerte porque se acercaba el horario de salir al domo. Aunque su participación era minúscula, quería estar esplendido para su último desafío y contar con su media de la suerte.
— ¡Cinco minutos y te toca, che! —dijo un asistente golpeando la puerta del remolque.
Y el condenado calcetín que no aparecía. Al final optó por ponerse otro, resignado, porque no le quedaba más tiempo, y quería estar puntual en su despedida.
<<¿No sé porque no lo anunciaron así al espectáculo de esta tarde? “ÚLTIMA FUNCIÓN DEL PAYASO ALMODOVAR” >> pensó.
Quizás algún memorioso o nostálgico lo recordara y la platea estuviera con un poco más de gente.
— ¡A bambalinas Almodóvar, dale que salís!
Con paso cansino y la mirada perdida se preparó para su último show. Duraría tres minutos y cuarenta segundos, pero serían sus últimos instantes en el circo. Su última rutina. Las últimas risas. Los últimos aplausos, y el telón de su vida se bajaría para siempre.
Una vos aguda gritó desde el escenario anunciando el próximo número, que era nada más ni nada menos que su final.
— ¡Y ahora sí, con ustedes… el payaso Almodóvar!
Saltó al medio del escenario con su clásico “¡A DIVERTINOS CHICOS!”. Y se detuvo de golpe, ya que una tremenda ovación de gritos y aplausos apabullantes lo recibió. Levanto la vista, con lágrimas de verdad en sus ojos y los vio. Su público de siempre. Padres con sus hijos a los hombros. Abuelos de la mano de sus nietos y una platea colmada, con banderas de diferentes partes del país, que se habían enterado que esta era la última función del genial, del magnifico, del único. ¡EL PAYASO ALMODÓVAR!

El miércoles 9 de octubre Julia pasó una hora buscando el calcetín rojo, pareja del calcetín azul aguamarina que hacían servir de marionetas para tratar cuestiones incómodas. Julia solía usar el calcetín rojo para comunicarle a Bruno cosas sobre sexo o dinero, sobre todo cuando se había gastado mucho en algo fuera del presupuesto. Mientras lo hacía, ponía una voz de niña que encajaba muy bien con los ojo-botones del calcetín, que acababa teniendo un aspecto tan cándido como el de un cachorro de gato. Bruno utilizaba el azul con la misma técnica pero, en su caso, para pedirle permiso para irse con sus amigos al fútbol o de copas.
Ahora Julia necesitaba urgentemente el calcetín rojo, era cuestión de vida o muerte encontrarlo. Si no lo hacía nunca podría contarle a su marido que también había perdido el calcetín azul, lo que les condenaba a tener que manejar por sí mismos los temas embarazosos.

me encantó tu relato y la forma como está escrito. Felicitaciones!"
Gracias Marta!! Estoy usando los ejercicios de escritura para construir una misma historia, así que este del calcetín rojo, que ha sido mi primer ejercicio, sigue con el ejercicio de la caja misteriosa aquí: https://www.goodreads.com/topic/show/...
Ahora lo estoy continuando con el ejercicio de "¿Quién tiene miedo?" Luego lo cuelgo :)

Muchas gracias por tomarte el tiempo para leerme :-) me animan tus comentarios y bueno cerré el relato así porque no podíamos extendernos más y porque en definitiva el calcetín era la prueba para pillar al delincuente, lo único que necesitaba Nacho para escribir sobre algo importante como periodista.
Un beso!!!

¡¡Felicidades!! a seguir!

¡¡Felicidades!! a seguir!"
Muchas gracias Nuria! Me alegra un montón! :)

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Así es Mirella, mientras busca algo jamás se pregunta cuando fue la última vez que lo vio o donde pudo haberlo guardado. Ella usa la imaginación e inventa historias en donde seres fantásticos cambian de lugar los objetos para divertirse. Entonces se propone ahorrar tiempo y busca donde espera hallarlos aunque no tenga ni el menor de los sentidos.
Cuando notó que le faltaba su calcetín fue directo a la heladera y se fijo en todos los estantes. Repetía en voz alta que Joaquín Mandarín se llevó el calcetín. Pero claro, a quien se le iba a ocurrir guardar una media en la heladera? Lo buscó en todas las alacenas de la cocina, adentro de las cacerolas, hasta en el horno y nada.
Como suele ocurrirle cada vez que emprende una búsqueda, fue encontrando a destiempo aquellas cosas que buscó en otras ocasiones. Buscando el calcetín, Mirella encontró la pantufla con pompones amarillos que había perdido la semana anterior, la bikini verde de su abuela que no encontraba desde el verano pasado, el muñeco de la torta de su amiga Macarena y el limón que no había podido localizar antes para aderezar su ensalada. Cada uno de esos hallazgos se transformaron en alegría para Mirella pero del calcetín, ni noticias.
Estaba a punto de ponerse una media verde en el otro pié cuando recordó que hacía unas semanas atrás vivió una situación muy parecida. Se acordó que había estado buscando su calcetín rojo también en esa oportunidad. Pero notó que aquella vez tenía en su poder el otro calcetín, y no este. Como lo supo? Porque el anterior tenía un agujero justo donde roza el dedo gordo del pié. Y la media que tenía ahora estaba sanita, sanita.
Entonces? Este es el que buscaba el otro día. Donde puse el otro? Y ahí recordó todo! Lo había dejado arriba de su velador en la mesita de luz. Si, por eso la habitación se iluminaba de rojo cuando lo encendía.
Rápidamente fue a buscarlo y al fin pudo ponerse el par de medias completo. Le quedó un dedo afuera, es cierto. Pero que lindas medias!

Una vez todos abandonaron la casa tras el velatorio, me retiré al desván. Allí entre las polvorientas pertenencias de la Vieja,trastos inútiles que una vez ella amó, sentí por primera vez el sentimiento de pérdida.
La Vieja. Esa mujer a veces malhumorada a veces tierna que apestaba a colonia de bebé y fumaba como un cosaco.
Recuerdo que cuidaba de mí en las largas tardes de invierno al salir de la escuela. Sentada frente al hornillo envuelta en un gran jersey me contaba sus historietas. Historias increíbles llenas de aventura, acción y comedia, todas ellas protagonizadas por Rojo, personaje intrépido y gentil, personificado en un calcetín carmesí con ojos de fieltro negro.
¡Cómo me gustaban! Con Rojo las palabras cobraban vida, las paredes de la pequeña sala se disolvían y me transportaba a lugares maravilloso nunca jamás explorados.
De repente sentí la necesidad de recuperar la felicidad inconsciente de esos días. Rebusqué entre cajas mohosas y maletas descoloridas .Me pasé una hora aspirando polvo y suciedad en busca de ese maldito calcetín, símbolo de mi infancia pérdida. Y aunque puse todo mi empeño nunca lo encontré. Como tal se perdió para siempre entre una maraña de recuerdos.
Tal vez fuera mejor así. Ahora a mis ojos, Rojo sólo sería un cacho de tela sin vida, nunca volvería a ser lo mismo. La memoria suele crear falsas expectativas, como la Vieja solía decirme:”los hechos nunca son tan brillantes como cuando los recordamos”.
Rojo siempre estará ligado al recuerdo de mi abuela, y siempre que piense en él un sentimiento cálido con olor a tabaco y colonia me transportará a esos días de invierno de mi infancia. Revivirá una y otra vez sin que el tiempo lo lastime, como el héroe inmortal de las historias que protagonizaba.

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Así es Mirella, mientras busca algo jamás se pregunta cuando fue la últ..."
Me ha gustado mucho tu relato, cuenta mucho en poco espacio, es ágil y entretenido, además de muy agradable de leer. Sigue así.

Saludos
i>Rakel wrote: "Pipapispireta wrote: "Soy nueva... veamos si está bien la manera en que publico el ejercicio. Gracias!
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Así es Mirella, mientras busca algo jamás se preg..."

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo y nadie le habría llevado la contraria a pesar de que el reloj apoyado en uno de los estantes del salón se empeñaba en contradecirle. No fue una hora compuesta de sesenta minutos perfectamente sucedidos, uno tras otro y a su vez divididos en sus minuciosos e inevitables sesenta segundos. No. Fue una hora de infinitos e interminables momentos de angustia. Instantes desorganizados e insoportablemente largos.
Y podría pensarse que la tensión se acumulaba de forma aislada en el interior de la mujer, que con la respiración entrecortada y un sudor frío empapando su piel, buscaba desesperada aquel maldito calcetín rojo, pero no era así. La tensión era perceptible en el ambiente de aquel piso. Pegajosa y densa adhiriéndose a cada uno de los objetos tirados por el suelo en aquel salón que hasta una hora antes, había permanecido perfectamente ordenado. La tensión era inherente a los golpes de los cajones al cerrarse de forma brusca, audibles desde cada rincón. Cada movimiento de la mujer, cada respiración. Cada desesperado golpe contra la pared.
Aquel ambiente enrarecido se había empezado a acumular poco a poco cuando el reloj marcaba una hora antes. Ella apenas recordaba los detalles, solo que había discutido con él acerca de un chubasquero. Él pretendía salir a andar en bicicleta. Había tenido un frustrante día de trabajo y le apetecía desafiar a la intensa tormenta que azotaba las ventanas. Ella le pidió que no saliera y sin saber muy bien cómo, habían acabado a gritos, sacándose trapos sucios mutuamente.
Ese fue el primer pico de tensión. Lo siguió un tenue llanto femenino, cuando él salió de casa precipitadamente dejándose atrás las llaves de casa, su móvil, su documentación y una mujer dolida.
Minuto tras minuto, la tensión se fue despegando de las paredes, del aire y de ella misma, que acurrucada en una esquina del sofá, se arrebujaba en una manta. Descendió hasta tal punto, que ella cerró los ojos y el sueño la invadió mientras la televisión seguía hablando sola.
No fue un sueño largo ni reparador. Ella se despertó cuando la imagen de la televisión emitió unos destellos al oscurecido salón. Se trataba de las noticias de un canal local.
«...desenlace fatal para el ciclista. Se desconoce la identidad de la víctima, ya que carecía de documentación. Las fuerzas de la policía ya han iniciado la identificación del cuerpo y esperan tener resultados en las próximas horas.»
Las imágenes mostraban a la reportera hablando de espaldas a una ambulancia y a varios coches de policía. Tras decir aquello, la periodista guardó silencio y dio entrada a un video que mostraba un tramo recto de carretera.
«Los vecinos de la zona de Espiñales llevan varios años advirtiendo del peligro de esta zona para el tránsito de ciclistas. Se trata de una zona de poca visibilidad donde los vehículos exceden habitualmente los límites de velocidad establecidos. La víctima, de unos treinta y un años, circulaba por esta carretera sin el debido chaleco reflectante y según los médicos que la atendieron, murió en el acto.»
Las imágenes de la carretera dieron paso al momento en que las autoridades transportaban el cuerpo de la víctima tapado sobre una camilla. En uno de los extremos de esta, un pie asomaba bajo la manta. Un pie vestido con un llamativo calcetín rojo.
La mujer que observaba la televisión encogida sobre el sofá se llevó las manos a la boca, y la tensión alcanzó un nuevo pico. Inmediatamente se levantó para comprobar como él había dejado atrás su cartera y el teléfono móvil. No podría llamarlo. Angustiada, corrió hacia la habitación buscando en el armario y entre los montones de ropa sucia, sus únicos y llamativos calcetines rojos, mientras se repetía en voz alta: «No puedes ser tú. No puedes ser tú».
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo, y aunque el reloj del salón se empeñaba en llevarle la contraria, ella sabía que no era una hora de minutos y segundos, si no de interminables momentos de sufrimiento.
Esa hora finalizó con el sonido del timbre de la puerta que hizo que se le helara la sangre. Él nunca llamaba. Él habría entrado, más calmado, como después de cada discusión. Le habría dado un beso y habría estado algo callado hasta el día siguiente. Así era él. Él nunca hubiera llamado a la puerta. Entonces, recordó que él se había dejado las llaves en casa.
Corrió atravesando la casa hasta allí, y se apresuró a abrir. Ante ella, un hombre en pie y un par de calcetines rojos.

Me ha gustado el relato porque te deja en suspense y me gustan las historias en las que el lector decide el final sin que nada se dé ya por hecho.

¿Tú quien crees que es? Eso es lo que importa. Si te dijera en qué pensaba al escribir el final estropearía lo mejor que tiene el relato.
Un saludete

Gracias de nuevo por la historia.
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. La noche no habría merecido la pena si no conseguía recogerlo todo antes de que su esposa volviera a casa. La rubia del bar seguía en la ducha y más le valía darse prisa o la tendría que echar a la calle a patadas.
No pensaba dejar pistas, no podía volver a meter la pata, estaba seguro de que Lola no se lo perdonaría una tercera vez. "A la tercera va la vencida", le había recordado antes de ir a visitar a su madre ese fin de semana. No, estaba claro que no se lo perdonaría.
La verdad es que se había propuesto que no volvería a ocurrir, se le daba demasiado mal eso de mentir, sudaba demasiado y la voz se le aniñaba delatándole desde el primer momento. Pero pasar la noche de un sábado en casa sin más compañía que el porno y escuchando a tus vecinos de cincuenta años dale que te pego contra el mobiliario... era una prueba demasiado dura, y él no era de piedra, ni siquiera de papel o tijera. Así que decidió salir por la ciudad, sin más intención que tomar el fresco, pero con el calentón que llevaba no pudo sino terminar en el primer antro con un par de rubias que rozaban sus primeros treinta. Pensó que tomarse una copa le vendría bien, después de todo, llevaba toda la semana trabajando como un burro y se merecía al menos relajarse un rato. Además que una copa no le haría daño. Ni dos tampoco. Y como suele pasar con estas cosas, al final perdió la cuenta.
Las lagunas no le dejaban recordar mucho más de lo sucedido, y el dolor de cabeza se intensificaba mientras seguía buscando desesperadamente ese calcetín, o media, o lo que fuera. Qué manía tenían las mujeres con llevar cien prendas combinadas y cuánto tiempo tenían para perder en esas chorradas. Qué mal distribuido estaba el mundo, ya le gustaría a él ser como una de esas rubias que no tienen más que guiñar un ojo para que se les aparezcan veinte genios de la lámpara. "Para lo que usted desee, mi reina." Sí, algo así le había dicho a la muchacha la noche anterior. Si es que estaba hecho un caballero de los de antes, de los que ya no quedaban. Y pronto se extinguirían, en cuanto su mujer llegara a casa y lo matara.
"¿Dónde cojones estará el maldito calcetín?" y eso fue lo último que pensó antes de oír como se abría la puerta del recibidor. Pues nada, ya podía ir llamando a un buen abogado.
No pensaba dejar pistas, no podía volver a meter la pata, estaba seguro de que Lola no se lo perdonaría una tercera vez. "A la tercera va la vencida", le había recordado antes de ir a visitar a su madre ese fin de semana. No, estaba claro que no se lo perdonaría.
La verdad es que se había propuesto que no volvería a ocurrir, se le daba demasiado mal eso de mentir, sudaba demasiado y la voz se le aniñaba delatándole desde el primer momento. Pero pasar la noche de un sábado en casa sin más compañía que el porno y escuchando a tus vecinos de cincuenta años dale que te pego contra el mobiliario... era una prueba demasiado dura, y él no era de piedra, ni siquiera de papel o tijera. Así que decidió salir por la ciudad, sin más intención que tomar el fresco, pero con el calentón que llevaba no pudo sino terminar en el primer antro con un par de rubias que rozaban sus primeros treinta. Pensó que tomarse una copa le vendría bien, después de todo, llevaba toda la semana trabajando como un burro y se merecía al menos relajarse un rato. Además que una copa no le haría daño. Ni dos tampoco. Y como suele pasar con estas cosas, al final perdió la cuenta.
Las lagunas no le dejaban recordar mucho más de lo sucedido, y el dolor de cabeza se intensificaba mientras seguía buscando desesperadamente ese calcetín, o media, o lo que fuera. Qué manía tenían las mujeres con llevar cien prendas combinadas y cuánto tiempo tenían para perder en esas chorradas. Qué mal distribuido estaba el mundo, ya le gustaría a él ser como una de esas rubias que no tienen más que guiñar un ojo para que se les aparezcan veinte genios de la lámpara. "Para lo que usted desee, mi reina." Sí, algo así le había dicho a la muchacha la noche anterior. Si es que estaba hecho un caballero de los de antes, de los que ya no quedaban. Y pronto se extinguirían, en cuanto su mujer llegara a casa y lo matara.
"¿Dónde cojones estará el maldito calcetín?" y eso fue lo último que pensó antes de oír como se abría la puerta del recibidor. Pues nada, ya podía ir llamando a un buen abogado.


Patricia wrote: "Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. La noche no habría merecido la pena si no conseguía recogerlo todo antes de que su esposa volviera a casa. La rubia del bar seguía en la ducha y más le v..."

“Por que a mi” Pensó Guillermo
- Mama!!! – Grito alterando al gato que se encontraba a sus pies.
- De nuevo me has puesto a lavar la ropa blanca con la ropa de color – Mientras observaba los efectos de la alquimia materna en su blanca camisa.
- Perdón hijo – Contesto la madre – Me estaba faltando un calcetín rojo, una hora buscandolo!!! lastima haberlo encontrado así!!!
***********2********************
“Que estúpido esto de la moda” Pensó Lady Gaga
En su memoria solo guardaba una similitud, un único guante blanco usado por un recientemente fallecido cantante afroamericano.
La moda de usar solo un calcetín rojo se esparció como una epidemia basto solo una foto y las unidades pasaron a valer mas que los pares.
“Por Dios!!, solo fue una mala noche!!”
Le dedico una hora a buscar el rojo calcetín faltante, nunca apareció como tampoco sus bragas, pero ya sabemos, andar sin bragas no es negocio para la industria en cambio, vender un solo calcetín rojo al precio de cinco……….
***************3********************
Invocación Demoníaca de la Tierra Crepuscular (Autor anónimo)
“Si el demonio quieres encontrar ponte un único calcetín rojo, no antes de hacer como que lo buscais durante una hora”.
***************4*******************
La tela nanofabricada del calcetín era biosintiente, el tiempo transcurrido entre la detección del animo del usuario y la exhibición del color que representaba dicho animo era de una fracción de segundo, salvo que su par transmitivo no se hallara en rango de recepción, en tal caso la latencia de espera antes del cambio era de una hora, definitivamente ROJO era lo que mas representaba el humor del usuario.
******************5**************
Miguel era consciente que su madre había invertido, en total, mas de una hora intentando encontrar el calcetín rojo faltante, aun hoy la vergüenza lo invade al recordarlo, su primera masturbación con final a lo adulto!!!!
Las pruebas fueron debidamente eliminadas.
Guillermo, ¡muy originales tus ideas! mis favoritas la 2 y la 4 :)
Rakel y Marta, ¡gracias por los comentarios!
Rakel y Marta, ¡gracias por los comentarios!

“Por que a mi” Pensó Guillermo
- Mama!!! – Grito alterando al gato que se encontraba a sus pies.
- De nuevo me has puesto a lavar la ropa blanca con la ropa de color – Mient..."
Muchas gracias

Cuando llego al parque vio a muchos chicos guapos, ¿cuál sería el suyo?
Cada vez que veía a uno sentado se acercaba a comprobar si a su lado tenía un calcetín, pero cuando estaba cerca ninguno lo tenía. ¿Dónde estaba su calcetín?
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo, hasta que se cansó y decidió volverse a casa.
Cuando estaba llegando un chico paso corriendo por su lado y casi la tira al suelo, Helena se giró para mirarle y, entonces, se dio cuenta de que en la mano llevaba un calcetín, y era rojo. ¡Era él!
- ¡Calcetín!
- ¿Qué? – El chico se paró de golpe y volvió hasta donde estaba ella. - ¿Qué has dicho?
- Calcetín.
- ¿Eres Helena?
- Si.
- Siento llegar tarde. ¿Te ibas ya a casa?
- Si, pero no pasa nada.
- Vaya, menos mal que venía por el mismo camino. – Se empieza a reír. Tiene una sonrisa preciosa.
- Pues si. – Helena se une a su risa.
- ¿Quieres ir a tomar algo? – Dice el chico señalando un bar cercano.
- Claro, pero antes ¿me vas a decir tu nombre?
- Jajaja, claro, perdona. Me llamo Fernando. – Se acerca a ella y le da un par de besos. – Encantado.
- Lo mismo digo.

Ps: No es OBLIGATORIO pero si muy recomendable que se use la frase "se pasó una hora buscando el calcetín rojo" textualmente.

Se preguntarán ¿porque tanto barullo por un calcetín rojo?. Mariana tenía que rendir la última materia que le quedaba de su carrera, licenciatura en economía. Y en cada examen que había rendido había ido con su par de calcetines rojos. Eran su amuleto, su salvavidas, su manera de calmar los nervios y mantener la calma... y ahora uno se había escondido, estaba desaparecido en acción, y Mariana daba vuelta la casa, porque hasta que no lo encontrara no iba a poder ir a rendir.
Según el reloj de la cocina eran las 3 de la tarde, el exámen empezaba a las 4, y tenía media hora de viaje por lo menos. Sino lo encontraba en los próximos 15 minutos, no iba a poder ir, no iba a poder dar el examen, con lo cual no iba a poder recibirse.
Mariana se sentó en el borde de la cama, y puso la cara entre las manos. El pelo le caía sobre la frente, un pelo que hace un par de horas estaba limpio y presentable para un examen, y ahora, luego de esta búsqueda intempestiva por el calcetín rojo, estaba grasoso y pegoteado. Tenía que calcular ahora otros 10 minutos para volver a bañarse antes de salir.
Se apretó con fuerzas los ojos, y tuvo ganas de llorar. No lo hizo porque hubiera sido perder un tiempo que no tenía. Recordó las palabras de su abuela, “Cuando no encuentres algo, respira profundo tres veces, juntando el aire en la panza y soltándolo de golpe. Después piensa un segundo en eso, cierra los ojos e imagínate la última vez que lo viste. Cuando abras los ojos, lo vas a tener ahí enfrente tuyo”.
Le pareció gracioso acordarse de eso justo ahora, después de estar una hora buscándolo. Pero lo intentó. Respiró profundo tres veces, cerró los ojos y recordó la última vez que había usado los calcetines. Recordó que se los había puesto hace apenas una semana, cuando había ido a comprar ropa con Camila, su mejor amiga. Imágenes de ese día fueron pasando por su cabeza, hasta llegar al punto en el cual se fue a acostar, y se sacó los calcetines. Uno fue a parar abajo de la cama, como siempre hacía, pero el otro... el otro había quedado dentro de la zapatilla.
No podía creer que fuera tan simple, así que con más escepticismo que esperanza, fue a buscar al armario las zapatillas que había usado ese día. Revisó una... y no había nada. Una sonrisa amarga se le había formado en la cara, pero cuando revisó la otra, su mano tocó algo.
Cerró los ojos y rezó porque fuera el calcetín rojo, levantó la cabeza y miró el reloj de la pared, y el cual marcaba exactamente las 3.10, si no era el calcetín, ya no tenía ninguna esperanza. Saco la mano de a poco de adentro del zapato con los ojos cerrados. Y cuando los abrió...
El calcetín rojo estaba en su mano.

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. La función de Aitor empezaba en treinta minutos y no podía salir con sólo un calcetín. Necesitaba encontrarlo.
- Mamá, ¿lo has encontrado?
- Aun no, Aitor. En lugar de gritar, ¿por qué no vienes y me ayudas a buscarlo?
- Porque estoy viendo la tele. Tú eres mi madre, tienes que buscarlo tú.
Nuria suspiró, pero no dijo nada. “Porque estoy viendo la tele, tú eres mi madre, tienes que buscarlo tú. Pero ¿qué clase de respuesta es esa? Si le hubiera contestado yo así a mi madre me hubiera cruzado la cara de un manotazo.” Ese carácter era de su padre, seguro. Ella no era así, nunca faltaría al respeto a sus padres. Iván era un gilipollas, un drogadicto y un perdido de la vida. Y el niño había salido a él. Había echado al padre de su casa, pero con el niño era diferente. Era su hijo, y aun siendo una copia perfecta de su padre, lo quería y siempre sería su pequeño. Siempre. Así que, a aguantar y respirar hondo. Ya le cambiaría, con el tiempo, ya le mostraría el camino de la educación y la amabilidad.
Siguió buscando por todos los rincones de la casa, su habitación, bajo la cama, en el arcón, en su armario, en la lavadora, en la secadora, bajo el tendedero, en el cubo de la ropa sucia, en la jaula del conejo, en el baño, en la cocina, la despensa, la nevera, el congelador.
Desesperó. No había tiempo de buscar más. Saltó de bajo la mesa, y dándose un sonoro coscorrón, se dirigió al salón para coger a su hijo y salir hacia la escuela.
- Aitor, nos vamos.
- Pero, ¿y mi calcetín?
- Llevarás calcetines negros.
- ¡Pero quedaran feos con el disfraz! Si no tengo mis calcetines rojos, los dos, no quiero ir a la función.
- Aitor, coge tu mochila y baja al garaje. Ahora mismo.
- ¡No!
En esos momentos odiaba estar sola. Odiaba haber vivido tantos años con ese desgraciado. Odiaba que su hijo se pareciera tanto a su padre.
Contó hasta diez “uno, dos, tres, cuatro, cinco…. ¡diez!” y se puso delante del televisor, tapándolo por completo
- ¡Eh! – gritó el crío
- Tienes 30 segundos para coger tu mochila y bajar al coche.
- ¡No quiero! Sin mis calcetines rojos no voy al cole.
- Te quedan 25 segundos. Juro por tu abuela, que en paz descanse, que no volverás a ver la tele mientras vivas en esta casa.
- Pues me iré – paró y levantó una ceja - con papá.
A Nuria se le encogió el corazón, se le llenó de rabia y a punto estuvo de estallar y dejarle la mejilla como un tomate. Pero volvió a contar hasta diez.
- No vas a irte con tu padre y vas a hacer lo que yo te diga. Y te diré por qué. Tu padre no tiene trabajo, vive de alquiler en una casa compartida con otros tres miserables, sin televisión, ni calefacción, ni aire acondicionado, ni internet, ni sofá propio donde echarse una siesta. Tu padre se metió en grandes líos y por eso no tiene nada. Lo perdió todo: tú, yo, su dignidad y su vida. - Paró un segundo. Necesitaba coger aire. - No quieras ser cómo él, te lo ruego.
Aun intentando estar calmada, la ira de su estómago había asomado poco a poco durante su discurso hasta ser un torrente de lava ardiendo. Aitor la miraba desde el sofá, con la frente arrugada de tan alto que habían subido sus cejas.
- Ahora, vas a coger tu mochila, vas a buscar unos calcetines negros y vas a ir al coche.
Aitor se levantó sin decir palabra, se fue a su habitación, cogió los calcetines negros y bajó las escaleras. Mientras, Nuria cogió el bolso, metió en él el calcetín rojo desparejado. Puede que pudiera hacerle un apaño cortándolo y cosiéndolo a los calcetines negros. Ya vería.
Al llegar al coche, Aitor estaba en su silla, con el cinturón abrochado y las manos juntas entrelazadas. Sus ojos estaban inundados e irritados.
- Lo siento – dijo mientras ella le daba al contacto.
- No, hijo, yo lo siento – se giró hacia él y sonrió. – No es culpa tuya.
Acarició la rodilla del niño y vio algo entre sus manos.
- ¿Qué tienes ahí?
- Es… - miraba a todas partes sin ver ninguna – es el calcetín rojo, mamá. Estaba en mi silla, en el coche. Lo siento.
Los ojos de Nuria se abrieron como lunas en el cielo. Entonces arrugó las cejas, la nariz, las mejillas y las orejas. Y se puso a reír. A carcajada limpia, sin tapujos, desde el fondo de su ser. Sólo risas y más risas, con lagrimones como guisantes.
- Gracias, cariño. – Se calmó, pero aún le faltaba el aire. Seguía a media risa. El niño también sonrió. – Vámonos, tienes que ser un dragón rojo.

Jaime y Carlos pertenecen a un grupo de teatro juvenil. Este año por Navidad Jaime será Pin, un simpático payaso que despierta sólo con su presencia la sonrisa del público infantil. Carlos será Pon, el clown que se burla de las peripecias de Pin, ambos forman un dúo cómico ejemplar y la aportación económica que reciben por cada actuación es simbólica en comparación con lo mucho que disfrutan en cada representación. Muchas tardes de ensayo les dan la confianza y seguridad suficientes como para estar tranquilos unas horas antes de su aparición en escena mientras preparan su atuendo.
Luisa, su madre tiene dispuesta en cada habitación la vestimenta completa de cada uno. Peluca roja rizada, pantalón y chaqueta de cuadros escoceses, camisa blanca con botones rojo y verde alternos, zapatones negros, un par de calcetines de cada color, la rechoncha nariz roja y su kit de maquillaje, es todo lo que necesita Jaime para ser Pin. Pantalón bombacho, camisa abullonada con cuello rizado y calcetines blancos, zapatos, botones y sombrero cónico negros es la indumentaria del clown.
Mientras sus hijos colorean su rostro para la ocasión, Antonio su padre, cambia su traje de profe de mates por el de orondo Papá Noel para sorprender a sus alumnos la tarde previa al inicio de las vacaciones navideñas. En pleno cambio de persona a personaje Papa Noel observa que sus calcetines negros no son los más apropiados. Entra en el cuarto de Jaime y ahí están -calcetines rojos, que se ponga los verdes- piensa mientras completa su vestuario y ensaya su Jo, Jo, Jooo por el salón ajeno al bullicio del resto de la casa.
Rostro blanco, amplias cejas negras, sonrisa y nariz sonrosadas es el aspecto que tiene Carlos cuando escucha a su hermano alarmado.
− Mamá, mamaaaaaa, no puedo salir así, grita Jaime.
− Pero que te pasa?-contesta Luisa desde la cocina.
− No encuentro mis calcetines rojos, dónde están?
− Al lado de los verdes. Se te habrán caído debajo de la cama, o en el baño, que se yo?
− No, no están. Ya los he buscado por todos los rincones.
− Jaime, todavía estás así, que te ocurre, que es tanto alboroto?-replica Carlos.
− Tengo que llevar un calcetín de cada color, y me falta el rojo, mira en tus cajones, una media de fútbol me podría servir.
− Jaime, las mías son azules, pregúntale a papá.
− El solo usa calcetines negros.
Ajeno a este lío aparece jovial Papá Noel por el pasillo, Jo, jo, joooo.
− Luisa que le ocurre a los chicos? tanto jaleo -dice Antonio.
− Jaime que se pasó una hora buscando el calcetín rojo y no aparece, andan locos buscando otro, se los deje encima de su cama, este chico un día pierde la cabeza!
− Es que sólo necesita uno?
− Si, tiene que llevar uno rojo y otro verde, como los cuadros del traje de Pin.
Por suerte para Antonio la barba blanca oculta su rubor al darse cuenta del lío que ha organizado, debe resolverlo sin que nadie se entere. Cauteloso entra en la habitación de Carlos, coge un calcetín blanco y oculto en el baño lo sustituye por uno rojo mientras piensa, uf menos mal que nadie se ha fijado en mis pies.
− Jaime, es esto lo que estabas buscando?
− Papá, dónde lo has encontrado?
− En el baño, al lado del cesto de la ropa, se te habrá caído.
− Sólo uno? Y el otro?
− Lo llevo puesto, jo jo jooooo.
− Y el blanco también estaba en el baño?
− No, es de Pon, pero no le digas nada Pin jo, jo, joooo.

Jaime y Carlos pertenecen a un grupo de teatro juvenil. Este año por Navidad Jaime será Pin, un simpático payaso que despierta sólo con su presencia la sonrisa del público infanti..."
Hola Gaidesa. Antes de decirte nada quiero expresarte mi deseo de ayudar, y no de "malcriticar", por decirlo así, tu relato, por lo que espero sinceramente no veas un ataque en mi respuesta.
En primer lugar decirte que el primer párrafo no tiene tirón. Explicas una situación muy poco interesante (a mi punto de ver, ojo), y por lo tanto no cautiva para seguir leyendo el relato. Lo he leído entero para poder aportarte lo que yo veo, pero si hubiera sido un cuento corto o un texto algo más largo no hubiera pasado de ahí.
Por otro lado, tengo que decirte también que tengas en cuenta los signos de puntuación, no sólo los acentos, sino uno que me parece especialmente grave, y es el hecho de que no abres tus frases interrogativas. Actualmente es muy frecuente no hacerlo en mensajes de móvil, correos electrónicos (yo mismo lo hago a veces), etc, pero esto es un texto literario, y creo a pies juntillas en la obligatoriedad (salvo excepciones literarias) de utilizar los signos de puntuación correctamente.
Creo que necesitas leer un poco más, y escribir también. No dejes de hacerlo, y estoy seguro de que con tesón y esfuerzo serás capaz de crear textos únicos, y bien escritos.
Un saludo y fuerza.
David
Authors mentioned in this topic
Papan (other topics)Papan (other topics)
Papan (other topics)
Ejercicio de escritura 1: el caltecín rojo
Para publicarlo solamente tienes que colocar tu texto en el recuadro que aparece un poco más abajo y pulsar el botón "post" o "publicar".
¡Gracias por compartir!