Roma soy yo: La verdadera historia de Julio César (Julio César, #1)
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—En un juicio en Roma no hay límites, muchacho, no los hay. Te dije una y mil veces que no te metieras en algo que te venía grande, por todos los dioses.
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Estás seguro, tío, de que realmente he perdido este juicio? —se atrevió a decir con osadía el joven abogado—. La sentencia ha sido en mi contra, pero parece que el pueblo lo ve diferente, ¿no crees?
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posible —admitió Aurelia—, pero tal vez, para cuando lo hagan, si es que lo consiguen, él ya lo habrá cambiado todo. Como bien ha dicho mi hijo: esto es sólo el principio. Él va a cambiar el mundo. Y ni tú ni todos los senadores de Roma llegaréis a tiempo de detenerlo.
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La derrota y la victoria es, en ocasiones, una cuestión de perspectiva.
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Conocemos asimismo el desenlace del juicio y que la sentencia fue de inocente para el acusado, de modo que Dolabela terminó siendo exonerado. Pero el juicio en sí, con sus diferentes discursos, está perdido. Lo cual tiene sentido desde el punto de vista de la época. Los patricios romanos que ejercían de abogados, como Cicerón o el propio César, sólo publicaban el contenido de aquellos juicios que ganaban.
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Sólo el tiempo haría ver a César y al resto de sus coetáneos que este juicio contra Dolabela, aunque lo perdiera, sirvió para que el pueblo de Roma viera en César a un nuevo líder popular, con arrojo, inteligencia y audacia, un perfecto sustituto de su tío Mario. Y eso es lo que se muestra en la novela.
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Los acontecimientos posteriores mostraron que tal derrota, como se dice en la novela, no fue una derrota real, sino un punto de inflexión en la vida de César y en la historia de Roma.
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Lo que no es cuestionable es que Aurelia, la madre de César, fue tremendamente importante en la vida de su hijo, que Mario fue uno de los mayores líderes romanos de todos los tiempos y que influyó de manera notable en su sobrino César.
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