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December 25 - December 30, 2024
Siempre por el pueblo de Roma y sus intereses, antes que por los de los senadores o los míos propios.
—Y lo siento mucho, muchísimo
—Ser tu tío
Yo estoy muy orgulloso de ser tu sobrino.
—No entiendes la auténtica dimensión del problema al que te enfrentas, muchacho. Tus enemigos, que son los míos, te perdonarán cualquier cosa menos una: Sila no te perdonará nunca que seas mi sobrino, y Dolabela, su mano derecha, su perro de presa, aún menos. Lo siento, muchacho, tendrás que vivir con ello. Tendrás que intentar sobrevivir a ello.
Aunque hoy has conseguido una pequeña gran victoria. —¿Una victoria? ¿Yo? —Hoy has hecho un amigo. Tú has conocido hoy a quien quizá sea lo que Cayo Lelio fue para Escipión. Me precio de conocer bien el carácter de las personas.
No, este amigo tuyo no te traicionará nunca. Ahora he de irme. Recuerda: cuídate de Sila y, si puedes, nunca te enfrentes a Dolabela. Crece rápido. Hazte fuerte rápi...
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sino porque simplemente quieren dar tiempo a Metelo, a su líder, a que retorne de Hispania y que él sea el presidente de este tribunal. Seguro que es una petición de Dolabela a los optimates. No quiere dejar ningún cabo suelto. Metelo anda en la guerra contra Sertorio, ¿recuerdas?, el brazo derecho de mi tío Mario, que se ha atrincherado en Hispania y sigue en rebelión militar contra esta República controlada por los optimates.
pero seguimos siendo acusadores en ese enfoque. Hay que ser defensores, defensores de algo o alguien. Yo, Cayo Julio César, me presentaré en la basílica como el defensor de los macedonios, de personas rectas que acatan la autoridad de Roma, que, pese a tener un gobernador injusto, no se han rebelado contra Roma, aun teniendo motivaciones razonables para haber promovido un levantamiento.
No todo podemos ni debemos resolverlo por la fuerza de las armas; por eso la justicia, por eso los juicios, como el que nos llevamos entre manos.
—Aquí también impartía clases Aristóteles. Aquí, en esta ciudad por la que paseamos, nació Alejandro Magno.
Y si para ello he de enfrentarme a senadores corruptos como Dolabela, ni me tiembla el pulso ni me amilano por la dificultad de la empresa.
Los lupercos eran jóvenes que durante la festividad de las Lupercalia sacrificaban unas cabras y con sus pieles hacían tiras a modo de látigos —unas correas que llamaban februa—, con los que luego iban por toda la ciudad de Roma fustigando a las doncellas que ya pudieran tener hijos, para promover, según creían, su fertilidad. Esta festividad tenía lugar el segundo mes del año y, por eso, por el nombre de estos látigos, se denominaba «febrero».
seis legiones.
Mario no tuvo que pensarlo demasiado: un consulado y una pretura le parecían un precio razonable por el mando de seis legiones, de un ejército que era la clave para controlar Roma.
Temo no estar a la altura de lo que se espera de mí. Mi tío ha sido seis veces cónsul y todos en esta casa esperan que yo sea como él. No lo dicen, pero lo leo en los ojos de mi padre y de mi madre.
—Es la Asinaria de Plauto. Su primera obra. Es divertida. —Es tu favorita —comentó Aurelia, extrañada al ver que su hijo se la entregaba a aquella muchacha a quien acababa de conocer.
Aurelia asistía perpleja a aquella conversación. Allí había pasado algo. Entre ellos. Ambos compartían algo, no tenía claro qué, pero una cosa era evidente: se caían bien. Y eso la relajó porque que se cayeran bien facilitaba todo.
—Cierto, muchacho, pero esa inteligencia tendrás que usarla, como yo ahora, para conseguir el mando de un ejército. Tener el mando de un ejército: ésa es y será la clave siempre.
flamen Dialis,
Aquello no era de extrañar: era el sacerdocio de más prestigio en Roma, pero sujeto a una serie de limitaciones para quien lo ostentaba que resultaban francamente incómodas, por no decir casi imposibles de cumplir: el flamen Dialis no podía pernoctar fuera de Roma más de una noche seguida; de hecho, debía dormir en su propia cama con frecuencia, sin ausentarse de su lecho más de tres días consecutivos; no podía desnudarse en público, lo que le impedía el uso de termas públicas, tan deseadas por los romanos de toda condición; no podía llevar anillos que rodearan un dedo por completo ni tocar
...more
me gustaría que se nombrase a mi sobrino, Cayo Julio César hijo, flamen Dialis.
Las conocidas limitaciones y privaciones del flamen Dialis lo abrumaban, pero guardó el silencio que se esperaba de él.
—Pero Delfos... Hasta Tucídides o Platón han respetado al oráculo... Delfos es el centro del mundo.
Hasta el águila más fuerte, hasta aquella que vuela más alto, un día se queda sin fuerza en las alas.
Los cónsules del nuevo año fueron Cinna, por segunda vez, y Cayo Mario por séptima.
El caso del tío de César era lo nunca visto antes y algo que jamás ocurriría ...
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Y la fidelidad en la paz y en la guerra, en medio del eterno conflicto entre optimates y populares, era un bien muy escaso, tan valioso o más que la más lujosa de las joyas que uno pudiera imaginar.
Te desposarás con su hija..., pero que él cumpla el acuerdo de que te nombren flamen Dialis... Sé que es un engorro, muchacho, pero, créeme..., lo pedí para tu protección: nadie ha ordenado nunca la ejecución de un flamen Dialis. Ese nombramiento... te protegerá... Al menos te dará tiempo... para pensar... si todo sale mal...
Pero yo pienso de otra forma: creo que has visto a muchos acercarse al poder y morir. Creo que eres más inteligente de lo que das a entender. Cayo Mario siempre estaba en tu casa. Eso me dio la pista. Por eso valoro tu consejo, César: ¿crees buena idea que envíe ese segundo ejército?
Tarea nada fácil, pues los romanos dividían los días en dies fasti, aptos para celebrar una boda o emprender un gran proyecto, y dies nefasti, en los que ni se debían celebrar matrimonios ni emprender empresas importantes. Los romanos eran muy supersticiosos, y los tiempos, convulsos, de modo que encontrar un día adecuado, pese al interés de ambas partes, fue costoso.
Era sólo una representación que rememoraba los legendarios raptos de vírgenes y que se esperaba que la novia, ahora ya esposa, interpretara con vehemencia.
El joven César, sobrino de Mario, encarnaba las esperanzas de muchos de los desfavorecidos de Roma que veían o, mejor dicho, querían ver en aquel muchacho a alguien que quizá, alguna vez, hiciera realidad sus sueños de enfrentarse a los senadores más poderosos y llevar a cabo los repartos de tierras y trigo y otras riquezas, reformas que, si bien Cinna les había prometido, aún no habían visto realizadas en modo alguno.
—Porque la boca es sagrada. Es por donde hablamos, y con las palabras participamos en debates, nos comunicamos, la usamos en juicios y discursos. La boca es sagrada. La
Hay oro, como en Hispania? —preguntó Cornelia. —No. Hay trigo.
—Roma crece mucho y rápido —le aclaró él— y la gente necesita comer. Nos hace falta cada vez más trigo. Egipto es muy importante —insistió—. Es clave para alimentarnos y estratégico para controlar Oriente, si es que Roma alguna vez quiere realmente controlar esa parte del mundo.
Se derrumbó como se derrumban las dictaduras: de golpe y con cara de sorpresa en la faz del dictador, como si no terminara de creer lo que estaba ocurriendo.
—Pues me corrijo —comentó entonces su hijo—. Eres la persona, hombre o mujer, más inteligente que conozco. De hecho, no me gustaría tenerte nunca como enemiga.
La admiración de su madre era por su excelente discurso; la sorpresa, por el enorme cambio en la forma de desenvolverse de César en aquel momento en comparación con su pobre oratoria de la divinatio; el miedo, porque su hijo se estaba mostrando demasiado hábil, demasiado inteligente, demasiado peligroso para los ojos de los optimates.
El juicio se equilibra: asesinaron a mis testigos, pero ahora, en la reiectio, yo he acabado con su presidente del tribunal: he devuelto el golpe. La cuestión es...
La intuición que tuvo al final de la divinatio se confirmaba por completo en su mente. Dolabela lo veía muy claro: César era tan peligroso como anticipó Sila.
Tu enemigo no va a ser ya tanto el presidente del tribunal. Tu único enemigo real era y sigue siendo el propio Dolabela.
Dolabela es el único que entiende lo que estoy haciendo.
—Estoy abriendo un segundo frente de guerra.
Derrotaron a mi tío Mario y a Cinna, mi suegro, y al hijo de Mario, pero yo sigo aquí. Hay un frente de guerra real en Hispania, con Sertorio al mando, pero yo estoy abriendo aquí otro frente, distinto, sin armas, con palabras. ¿Acaso no has visto hoy a la plebe inflamada? Ahora los optimates me temen. Y deberían saber que hay otro frente de guerra, aquí, en Roma, pero eso, por ahora, sólo lo ve él: Dolabela.
Leo mi muerte en el odio con el que me mira.
—Myrtale es el segundo de los cuatro nombres que la madre de Alejandro Magno usó a lo largo de su vida; primero se llamó Polixena; luego Myrtale, al desposarse con Filipo II, el padre de Alejandro; luego Olimpia y, por fin, Estratonice.
Hay que acudir a la propia justicia romana y a ella reclamarle un resarcimiento justo: que se nos devuelva todo lo sustraído en el templo y el dinero que no se ha usado ni para traer trigo de Egipto ni mucho menos para reparar la Vía Egnatia.
Tendría que ser alguien muy valiente... o muy loco. O seguramente ambas cosas a un tiempo.
Al morir Alejandro, pasaron varias cosas: sus generales, como es de todos sabido, dividieron su imperio entre ellos. Casandro se hizo con Macedonia, arrasó Pidna y fundó una nueva ciudad junto al mar. Dio muerte a Olimpia Myrtale, la madre de Alejandro, y tomó como esposa a su medio hermana Tesalónica y le puso su nombre a la nueva ciudad, a la nueva capital de Macedonia.

