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July 29 - September 29, 2023
Entre 2007 y 2011, según el estudio, el 86.1% de los civiles asesinados que presuntamente confrontaron a las fuerzas federales fueron abatidos con “letalidad perfecta”, es decir, en ataques donde sólo se registraron muertos, pero ningún herido.
Todo esto sin investigaciones ministeriales que demuestren que los civiles asesinados tenían algún vínculo con el “crimen organizado”.
Y todavía más grave: de los 3,327 enfrentamientos documentados, un 84% fueron provocados por agentes del Estado. Sólo el 7% fueron agresiones directas contra las fuerzas armadas federales.
“Los altos niveles de letalidad y letalidad perfecta son un indicio muy fuerte de que estamos ante ejecuciones extrajudiciales o ante el uso desmedido de la fuerza pública”.
Contrario a un Estado fallido, lo que revela esta información es tal vez el programa de biopolítica más ordenado e impactante en la historia reciente de México y que se puso en marcha en el contexto ...
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La recurrente tipología de las víctimas y sus supuestos victimarios sugiere que el objetivo de esta “guerra” se enfocó principalmente en la parte operativa del narcomenudeo en los barrios pobres de las ciudades sitiadas, y no en los sectores financieros y empresariales que hacen posible la circulación transnacional de las ganancias del narco.
en estados como Chihuahua, donde se resuelve menos del 2% de los crímenes,151 hayan tenido la capacidad para determinar correctamente la culpabilidad de los más de 15,000 presuntos narcos asesinados cuando la mayoría de los cadáveres ni siquiera fueron identificados y terminaron desechados en fosas comunes.
La despolitización que impide distinguir al amigo del enemigo en la “guerra contra el narco” es producto de una política discursiva que articula una mitología del narcotráfico como un agente ubicuo y adaptable que puede materializarse en todos los ámbitos de la sociedad,
a pesar de los alcances globales que se atribuyen a los supuestos “cárteles” de la droga, el narco en México ha sido y sigue siendo un fenómeno esencialmente doméstico.
el narco operó durante esos gobiernos bajo las motivaciones políticas de la clase política y empresarial, junto con las corporaciones policiacas, con el objetivo en común de construir fueros semiautónomos e independientes del poder federal central.
La estrategia militar de Calderón intentó después imponer la misma dinámica de subordinación que articuló la hegemonía del PRI, ahora contra los nuevos enemigos del Estado: los poderes estatales que desafiaron al reducido Estado panista legado por Vicente Fox.
Pasar por alto esta profunda politización doméstica del tráfico de drogas en las últimas dos décadas es simplemente no comprender la esencia actual del fenómeno en México.
el éxito comercial de numerosas novelas que independientemente de su nivel de realismo promueven la narrativa oficial de la lucha de cárteles y la celebridad global de capos como Joaquín “El Chapo” Guzmán se debe en gran medida a la imposibilidad de pensar políticamente el fenómeno.
Pero si la supuesta realidad del narco termina pareciéndose a la ficción, se debe a que se trata de un constructo narrativo articulado principalmente desde el Estado.
en el hecho de que la información sobre la supuesta entrada de los Zetas a Sinaloa había sido divulgada exclusivamente por la Procuraduría General de la República (PGR) y que la práctica de colgar cadáveres de un puente es casi un lugar común desde que se inició la “guerra” contra el narco.
están atravesadas por esa misma lógica discursiva por medio de la cual el Estado se distancia de los cárteles de la droga, posicionándolos por fuera de sus estructuras de poder y reduciéndolos a la función de un enemi...
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las narconovelas más recientes renuncian a su potencial crítico al reproducir el discurso oficial que se deslinda de su responsabilidad, atribuyendo la violencia sin precedentes a imaginarios cárteles de la droga que aun en las ciudades más militarizadas consiguen siempre superar a las fuerzas del Estado.
advierto que las ficciones del narco en la literatura contemporánea están dominadas por un imaginario oficial que permanece cómodamente invisible y a salvo de cualquier proyecto crítico.
“Nos hemos dado cuenta de que [El Chapo] no usaba el sistema financiero, porque no hemos encontrado activos; ni ellos han podido encontrar un dólar”. Luego afirma: “No hay cárteles dominando territorios”.161 ¿Cómo explicar la insalvable aporía entre el discurso oficial que aseguraba la inmensidad del poder económico y político de Guzmán y la realidad de su pobreza e insignificancia una vez preso?
El gobierno de Peña Nieto no sólo admitió haber monitoreado el viaje clandestino de los actores, sino que, según información confiable a la que tuve acceso en esos días, el gobierno federal también habría sabido con antelación la fecha precisa de la publicación de “El Chapo habla”, el artículo escrito por Penn para Rolling Stone.
durante décadas el PRI mantuvo al crimen organizado marginado del poder político utilizando un violento sistema policial represor,
Penn le pregunta si considera que su organización es “un cártel”: “No señor, para nada. Porque la gente que dedica sus vidas a esta actividad no depende de mí”.
Cuesta trabajo ver al Chapo como responsable de tramas de lavado de dinero que pasan por la banca de Londres, van a los paraísos off shore en el Caribe y regresan a México gracias a empresas aparentemente legales. Si controlara esta red, sería el narco más poderoso de todos los tiempos. Más bien parece estar al servicio de esa red.
Esa red, resulta innegable a estas alturas, remite una y otra vez al Estado. Asumir que hombres como El Chapo ocupan posiciones de verdadero poder es subestimar la capacidad del estado de excepción en México y la capacidad de nuestro actual gobierno de ejercer en la ilegalidad buena parte de los negocios públicos y privados de la clase política.
conquista mediática del Estado que limita el entendimiento de periodistas, novelistas y académicos sobre el narco y que establece las coordenadas epistemológicas que condicionan la manera en la que incluso imaginamos el narco.
la Cuenca de Burgos —que atraviesa los estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila— se ha convertido en una de las principales zonas del mundo para la exploración, extracción y refinamiento de hidrocarburos.
México de hecho ocupa el cuarto lugar mundial en reservas naturales de gas shale.
Los académicos notan en este punto una enorme incoherencia: aunque según las autoridades mexicanas Los Zetas —el grupo exmilitar que formó su propio “cártel”— controla el territorio donde se encuentran estos importantes recursos naturales, el gobierno de México sigue financiando proyectos de inversión y de hecho ha incrementado el gasto público en infraestructura de transporte. ¿Cómo es posible que el Estado financie proyectos en territorios controlados por “narcos”?
Esa política llevó a la entrada en vigor, en julio de 2014, del Acuerdo sobre Yacimientos Transfronterizos de Hidrocarburos entre México y Estados Unidos, que canceló el legado de la expropiación petrolera cardenista para permitir la explotación del petróleo y el gas natural a empresas transnacionales como ExxonMobil, BP y Chevron, entre otras.
Como han reportado los periodistas Ignacio Alvarado, Dawn Paley y Federico Mastrogiovanni, el mapa de la violencia atribuida a los “cárteles” coincide con el de los yacimientos de recursos naturales.
Donde el gobierno denuncia una “guerra” entre traficantes se está gestando un saqueo descomunal de las tierras ricas en energéticos. No hay guerra de “cárteles”, dicen los periodistas, sino el asedio de empresas trasnacionales y la cooperación interesada de la clase política mexicana.
La única marca de distinción entre la presidencia de Obama y la de Trump es que esta última ya no continuará la contradicción entre la agresiva política extractivista y los supuestos esfuerzos por aliviar la crisis global del cambio climático.
la política securitaria de Trump con respecto a México y Latinoamérica palidece si se la compara con la historia reciente del intervencionismo estadounidense.
La familia Simental funciona como metáfora de las genealogías de traficantes cuyo ascenso y caída pueblan la mitología del “narco”. Ellos se saben arrinconados por unas cuantas opciones de supervivencia y finalmente son destruidos por la tragedia y la violencia de Estado pero, sobre todo, por la propia precariedad de su existencia.
Cuatro muertos por capítulo recrea con maestría un mundo independiente del imaginario oficial que insiste en un país controlado por traficantes, pero que en realidad sigue gobernado por el poder oficial y su implacable monopolio de la violencia legítima. Así, Pancho aconseja a la estadounidense: “Desconfíe de los que hablan en nombre de la ley”.
“que los periódicos llaman ‘narcotráfico’, pero quienes hemos habitado en sus tripas, engullidos, regurgitados y vueltos a tragar, si es que no arrojados por el culo, le llamamos ‘el negocio’ a secas”.
1) “ya no es posible distinguir entre buenos y malos” pues narcos y policías trabajan en “franca asociación”;
2) los supuestos “cárteles” no tienen el poder internacional que se les atribuye y ninguno “ejerce, ni en espacios reducidos, un control absoluto del mercado”;
3) “todos los traficantes pierden, desde los más pequeños hasta los más grandes, sea porque caen en prisión, los maten o los desplacen de...
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Contrabando (2008) de Víctor Hugo Rascón Banda, El lenguaje del juego (2012) de Daniel Sada, Septiembre y los otros días (1980) de Jesús Gardea o incluso 2666 (2004) de Roberto Bolaño.
En los circuitos literarios mexicanos, tan acostumbrados a las balas y la sordidez, las novelas que no recurren a los lugares comunes tan redituables de la narcoviolencia, la marginación y la pobreza, pierden su lugar de enunciación y dejan de ser “literatura del norte”,
como si el norte fuera únicamente comprensible a través de cuernos de chivo operados por sicarios estrafalarios y capos que se deleitan con sangre mientras acarician un tigre de bengala en la sala de su casa.
Cuadras siempre nos quedará una cerveza para combatir el calor y ayudarnos a investigar un crimen en el que convergen los poderes oficiales y los fácticos, en el que el narco es apenas una tímida razón más para justificar el orden de las redes criminales de Sinaloa.
Una historia de amor y traición, inserta en una historia de poder y corrupción, hace del asesinato de Bernardino Casablanca el eje simbólico de un modo de vida que va más allá de la eterna guerra de cárteles por la plaza y se asoma a una comunidad viva, azarosa, subyugada por inercias del poder que sobrepasan la idea de que todo en México es reducible al narco y no a la rapiña de las clases políticas, la avaricia desfondada de los empresarios y la buena puntería de policías y soldados sin remordimientos a la hora de dormir.
el narco es un negocio entre políticos, empresarios, policías y algún traficante propenso a la tragedia,
una de las posibilidades de la literatura reciente es —o debería ser— abordar críticamente el proceso histórico que enmarca nuestro presente.
Me interesa ante todo señalar cómo, al proponerse objetivos políticos específicos, la narrativa de ficción puede generar oportunidades productivas de disenso intelectual. Ese disenso se articula en formas de resistencia explícita que desde lo simbólico desestabilizan la perniciosa hegemonía de los discursos oficiales. En medio de un panorama literario dominado por obras comerciales despolitizadas, frívolas e irrelevantes, volver a pensar políticamente por medio de la escritura literaria puede resultar una operación crucial para hacer visible la violencia de Estado y desafiar, como en el caso
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Ante la supuesta “guerra” contra las drogas, la narrativa mexicana no ha estado a la altura de la catástrofe política que se esconde en aquello que...
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no han hecho sino reproducir el discurso oficial que atribuye la violencia a una constante lucha de cárteles de la droga que simultáneamente desafían e incluso rebasan el poder del Estado.
Apenas unas cuantas semanas después del crimen de Ayotzinapa ocurrido el 26 de septiembre, el repudio nacional e internacional consiguió lo que no fue posible articular durante todo el sexenio de Calderón: un corto circuito en la dominante hegemonía que responsabiliza a un abstracto “narco” de la violencia de Estado.

