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July 29 - September 29, 2023
lo que a mi modo de ver ha intentado la presidencia de Peña Nieto es utilizar el tema del narcotráfico como objeto redituable de una política internacional demarcada por y para los intereses particulares de la clase gobernan...
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El periodismo puede significar el mundo global y las tensiones de representación propias del neoliberalismo, pero no podrá aspirar a una verdadera disidencia política hasta que no se deshaga de la hegemonía del discurso oficial sobre el crimen organizado.
Winslow reproduce una recurrente percepción sobre el narcotráfico como la causa primaria de una crisis permanente de seguridad nacional. Esta percepción, desde luego, es de reciente invención, pero sus ramificaciones tienen profundas implicaciones en la política antidrogas de México y Estados Unidos y ulteriormente en el imaginario trasnacional que informa a la mayoría de las producciones culturales sobre el narco en ambos países.
Las tres narconarrativas son productos culturales protagonizados por agentes estadounidenses que naturalizan el tráfico de drogas como una emergencia de seguridad nacional exterior que amenaza la integridad interior de la sociedad civil norteamericana. Lejos de una simple coincidencia temática, la novela, la película y la serie de televisión deben entenderse como mediaciones de una política de representación del securitarismo en los campos de producción cultural global que reproduce la agenda hegemónica estadounidense en torno al fenómeno del narcotráfico.
la emergencia del discurso securitario en la esfera pública es correlativa a la desarticulación de la soberanía estatal producida por el auge del neoliberalismo desde finales de los ochenta.
el narcotráfico no es un factor causal del discurso securitario sino un objeto de ese discurso.
lo que comúnmente llamamos “narco” es la invención de una política estatal que responde a interes...
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Con la ayuda estadounidense de 1,600 millones de dólares —distribuidos en los tres años de la “Iniciativa Mérida”— el presidente Calderón movilizó a miles de soldados y policías federales por varias zonas del país con su estrategia antidrogas.111 Como discutí anteriormente, esto arrojó un saldo de 12...
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un reciente estudio estadístico hecho en la Universidad de Harvard demostró que la militarización en ciudades como Juárez guarda una correlación direc...
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Como explica Miller, mientras que en El poder del perro los cárteles “eran apenas pandillas de traficantes” en la secuela El Cártel ya se han convertido en “pequeños Estados”.
Ambas formas de imaginar el narco provienen de la misma plataforma epistemológica oficial que configura la percepción —y no la realidad— de la supuesta amenaza securitaria del narco.
el éxito internacional de novelas como La reina del sur (2002) de Arturo Pérez-Reverte, El ruido de las cosas al caer (2011) de Juan Gabriel Vásquez y, desde luego, El Cártel de Don Winslow, no ha hecho sino acentuar el imaginario que supone a las organizaciones de traficantes como una amenaza que rebasa las fronteras geopolíticas y todo intento policial y militar por contenerlo.
Sin embargo, como en el caso mexicano, el imaginario cultural discrepa de las dinámicas de poder reales documentadas por expertos en el tema.
Narcos señala claramente que el auge de la violencia resultó de la abierta confrontación entre el Estado y Escobar, cuando la élite gobernante, atendiendo las recomendaciones de agentes estadounidenses de la DEA, optó por rechazar la incursión de Escobar como congresista y declararlo en cambio enemigo público.
Narcos sugiere que la supuesta crisis de seguridad nacional es el producto autoinducido por una violenta política securitaria impulsada por la hegemonía estadounidense en el gobierno de Colombia que no consideró alternativas políticas a la de un agresivo militarismo.
la serie imagina al propio Escobar celebrando al “cártel de Medellín” cuando en realidad, como discutí en la introducción, la noción de “cártel” fue acuñada por la DEA para atribuir a los traficantes colombianos una mayor capacidad de organización que la históricamente mostrada.
La palabra “cártel”, desde la década de 1980, fue parte de la política antidroga de Estados Unidos en Latinoamérica, pero no fue articulada ni utilizada por los grupos de traficantes.
los traficantes latinoamericanos aparecen no sólo como los únicos responsables de la producción y la distribución de la droga entre Colombia y México, sino del tráfico y el menudeo en numerosas ciudades estadounidenses, borrando la historia doméstica del crimen organizado en ese país.
La autocomplacencia que imagina las fronteras de Estados Unidos frágiles y vulnerables funciona por igual en todos estos productos culturales en consecuencia con el extraordinario poder criminal, imaginado, de los “cárteles”.
Además del periodismo, el discurso securitario se retroalimenta de los mismos objetos culturales que configura: novelas, películas y música que han cobrado temporalmente una posición adelantada en el campo de producción cultural en México y Estados Unidos.
Este discurso, finalmente, constituye nuestra percepción actual del narco como amenaza global. Al asumir que la soberanía del Estado se encuentra en crisis permanente, las oleadas de migrantes, los refugiados políticos, los flujos volátiles de capital trasnacional y un derrotado sentido de nacionalismo se destacan como la realidad del siglo XXI.
Pero lo que llamamos “narco” no puede entenderse sin esas estrategias geopolíticas activas en el hemisferio desde la Guerra Fría que no han hecho sino radica...
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Seguiremos fascinados por sus vidas mitológicas hasta que la idea de la seguridad nacional y la narrativa general de nuestro presente neoliberal sea desafiada por una imaginación crítica que relocalice la historia del narcotráfico en el centro del poder del Estado, como uno más de los múltiples y complejos intereses y objetivos de sus estructuras y programas de gobierno, en la intimidad de la más básica lógica política.
Su principal limitación radica en la imposibilidad de determinar el sentido de lo político del narco en México, es decir, siguiendo al politólogo y jurista alemán Carl Schmitt, la distinción entre el amigo y el enemigo en la administración y disciplina del mercado de las drogas.
propongo una digresión histórica para reconsiderar la centralidad del Estado mexicano y su régimen policial como la condición de posibilidad del narcotráfico,
me interesa también subrayar el impasse que neutraliza el potencial crítico de la mayoría de las narconarrativas publicadas recientemente y las agendas que las estudian, debido a una generalizada despolitización que insiste en reflexionar el fenómeno del narcotráfico en términos de una democracia disfuncional o de un Estado en apariencia fallido.
Dicho de otro modo: después de más de 121,000 homicidios y más de 30,000 desapariciones forzadas —acaso el más agresivo programa de biopolítica en la historia moderna mexicana—, lejos de ser fallido, el Estado mexicano ha prevalecido.
el tráfico de drogas en México se desarrolló bajo el control disciplinario absoluto del sistema político y policial del país.
tres importantes momentos históricos de la relación entre el narco y el Estado: 1) el poder soberano del Estado del PRI que disciplinó al narco entre las décadas de 1970 y 1990; 2) el vacío de poder generado por la presidencia de Vicente Fox del Partido Acción Nacional (PAN), de 2000 a 2006, cuando el poder soberano del Estado fue desafiado por ciertas gubernaturas y sus policías estatales y municipales con la consolidación del neoliberalismo; y 3) la estrategia concebida por el gobierno de Calderón entre 2006 y 2012 como una “guerra” contra el narcotráfico que tuvo como objetivo real, en mi
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Subestimar el poder del Estado conlleva un borramiento de las estrategias disciplinarias con las que el PRI mantuvo al narcotráfico bajo su política interna durante décadas de presidencias consecutivas. Como se verá, aún después del radical debilitamiento del Estado que produjo la caída del PRI en el 2000, advierto que los efectos de esa extraordinaria política condicionaron también la supuesta “guerra” contra las drogas ordenada por el presidente Calderón y sin duda operaron en los intentos del presidente Enrique Peña Nieto por recrear parte del Estado policial concebido por el viejo PRI.
La novela de Winslow consigue de ese modo condensar la historia moderna del narcotráfico dentro de la red geopolítica internacional, que lo convierte en una dimensión más del poder oficial.
el tipo de narrativa que predomina en México en torno a este fenómeno opera dentro de parámetros de representación en los cuales el papel central que el Estado tuvo y sigue teniendo en la evolución del narco, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, aparece subestimado en el mejor de los casos o, con mayor frecuencia, ha sido totalmente borrado.
estudian como “narcocultura” emana de un paradigma de representación a priori configurado y diseminado desde el poder del Estado. Este paradigma sobrevalora la relevancia de los incorrectamente llamados “cárteles de la droga” para deslindar a las instituciones oficiales de esa actividad criminal, y a lo largo de décadas ha adquirido densidad histórica por medio de una práctica discursiva que ha cobrado una inercia propia.
La narrativa oficial permea varios campos de conocimiento sobre el narco, como el periodismo, la academia y ciertas producciones culturales.
en 1997, Luis Astorga ya señalaba que los imaginarios culturales sobre el narco son “en su mayor parte el resultado de un proceso de construcción e imposición de sentido c...
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también opera en el campo literario, sobre todo en los últimos diez años, con una proliferación de narconovelas que reproduce la lógica discursiva por medio de la cual se han borrado las relaciones de poder que subordinan al narco ante el poder oficial.
Astorga anota que a los contrabandistas sinaloenses de mediados del siglo XX, por ejemplo, se les concedía el dudoso mérito de haber transformado Culiacán en “un nuevo Chicago con gángsteres de huarache”.
con frecuencia se reduce la política mexicana antidrogas de dos maneras: o es entendida como una mera relación de subordinación ante la hegemonía de Estados Unidos, o bien es interpretada como el resultado de una ineficaz contingencia política ante la amenaza del crimen organizado.
hasta mediados de la década de 1990, el PRI administró con eficacia una red de soberanía que le permitió articular un juego geopolítico en el cual el narcotráfico fue objeto de la más rigurosa disciplina de los mecanismos policiales de Estado y su soberanía.
la administración Nixon concibió su guerra antidrogas principalmente como una estrategia doméstica para intimidar y desarticular los movimientos de derechos civiles y la izquierda estudiantil jipi en las universidades de la costa oeste,
el gobierno mexicano, paralelamente, pero por decisión propia, utilizó la Operación Cóndor para atacar a los grupos de izquierda radical durante la llamada “guerra sucia” que quedaron al alcance del ejército, por ejemplo, en las sierras de Sinaloa y Chihuahua.
El periodista Ed Vulliamy explica que la Operación Cóndor y la subsecuente “guerra contra las drogas” son en gran medida los factores que “sentaron las bases para los cárteles modernos” de la droga, permitiendo al Estado la administración y disciplina del narco en todo el país por medio del ejército y la policía federal.
resulta crucial comprender este hito histórico como el proceso por medio del cual el Estado mexicano inmunizó a su sociedad del fenómeno del narco, subordinándolo al poder político.
La principal función de esta matriz es naturalizar la idea de que el narco se constituye por fuera del Estado, lo que de facto convierte a las organizaciones de traficantes en entidades enemigas simbólicamente localizadas en las fronteras externas de la sociedad civil.
El lenguaje que hemos aprendido todos para hablar del tráfico de drogas es de una claridad engañosa. Todos hablamos del cártel, la plaza, la ruta, el lugarteniente, los sicarios, y nos hacemos la ilusión de que entendemos. Y es un relato tan simple, tan atractivo desde un punto de vista narrativo, que termina por ser irresistible: ¿mataron a un alcalde? Fue el crimen organizado, que se pelea por la plaza. ¿Mataron a un candidato a gobernador? Fue el crimen organizado, que se pelea por la plaza. ¿Un atentado contra el ejército, contra la policía federal? El crimen organizado, peleando por la
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La resonancia de este imaginario oficial reproducido por la mayoría de los medios de comunicación nacionales e internacionales es también la plataforma de significado de la mayoría de las producciones culturales sobre el narcotráfico, y en particular de lo que ahora se conoce como “narcoliteratura”,
Desarticulando la matriz discursiva oficial, la novela Contrabando de Víctor Hugo Rascón Banda propone visualizar el poder del narco en el interior del poder del Estado.
La violencia de Estado, de hecho, se reproduce durante todo el viaje de Rascón Banda. Pero no se trata de “cárteles” que asedian la sierra sino de agentes federales y soldados del ejército que mantienen controles para toda actividad vinculada al narco.
Tras la adopción del neoliberalismo como guía de las nuevas estructuras de gobierno en las presidencias de Miguel de la Madrid (1982-1988) y Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), el proceso de gradual desmantelamiento del Estado policial llegó a su punto máximo con la derrota del PRI en la elección presidencial de 2000. Con ello se produjo la fragmentación del poder político, que en la presidencia de Vicente Fox (2000-2006) tuvo como resultado “la inexistencia de una política de seguridad de Estado” que, según Astorga, permitió “un mayor grado de autonomía de policías, militares y traficantes
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Como hemos visto, la sutil diferencia entre Contrabando y 2666 radica en la ausencia del Estado federal en las dinámicas regionales del narco, donde los soldados y los agentes federales son reemplazados por policías estatales y municipales con nuevos pactos políticos que producen a su vez nuevas formas de biopolítica.

