Stasiland: Historias tras el muro de Berlín
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Read between April 16 - April 25, 2020
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«—¡Que el jurado considere su veredicto! —ordenó el Rey por enésima vez aquel día. —¡No, no! —atajó la Reina—. ¡La sentencia primero!… ¡Ya habrá tiempo para el veredicto después!» Alicia en el País de las Maravillas Lewis Carroll, trad. de Jaime de Ojeda
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Tal vez debería haber empezado a darme cuenta de que los alemanes no leerían Stasiland como una celebración del heroísmo cuando, una vez tras otra, veintitrés editoriales alemanas rechazaron el libro.
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Al final, me di por satisfecha cuando una pequeña editorial de la antigua Alemania Occidental compró los derechos para la traducción del libro.
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los demás les pasaría lo mismo. La presentación oficial de Stasiland tuvo lugar en el salón de baile del antiguo cuartel general de la Stasi en Leipzig, en la Runde Ecke.
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Desvié la vista para ver qué estaba mirando. Las primeras dos filas de asientos estaban llenas de hombres que habían pertenecido a la Stasi (puede que al Partido). Lo sé porque vestían el uniforme de la ex-Stasi (o del ex-Partido): pantalones de poliéster con la raya muy marcada, chaqueta de cinturilla elástica y gomina por un tubo. Allí estaban: sentados en su antiguo salón de baile, con las piernas separadas y los brazos cruzados, fulminándonos con la mirada.
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Los hombres poderosos heredaron de la RDA la costumbre del poder. De la noche a la mañana, parecieron manejar como expertos la ley de la Alemania democrática. En consecuencia, esos tipos, responsables del que quizá sea el régimen que más insidiosamente ha invadido la intimidad de su pueblo, hombres que utilizaban biografías robadas para extorsionar a la nación entera y destruir vidas, ahora pueden valerse de la ley para evitar que las acusaciones contra sus perversas actividades salgan a la luz pública.
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Sin embargo, hasta que conocí a Fred Breinersdorfer tras la proyección en Sídney de su película Sophie Scholl: los últimos días no pude comprender la razón. En el propio vestíbulo del cine, Fred mencionó que, tras la guerra, los padres de Hans y Sophie Scholl fueron condenados al ostracismo por la gente de su pueblo, que los tachaba de «traidores». Recuerdo lo mucho que aquello me impactó. ¿Los padres de unos célebres resistentes habían sido denigrados por sus coetáneos? Aquello me resultaba incomprensible. Asimilarlo cambiaría mi visión de las cosas.
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Fred me explicó que la «rehabilitación» de los Scholl, o su fama (las placas y los premios, los nombres de calles y colegios), no llegó hasta, por lo menos, ¡veinte años después! Por increíble que parezca, hasta finales de la década de 1960 (con el cuestionamiento del movimiento estudiantil alemán del 68), la mayoría de la población no rindió tributo a la resistencia a Hitler.
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«El dinero dignifica lo que es frívolo si no está pagado», apuntó Virginia Woolf.2 Los antiguos funcionarios del SED y de la Stasi lucharon con éxito por conseguir que la República Federal les concediera las pensiones completas que les habrían correspondido por su trabajo para el régimen.
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el SED, el partido en el poder (el Partido Socialista Unificado) tenía miles de millones (nadie sabe exactamente cuántos, pero miles de millones, en moneda occidental) guardados y atesorados para su uso. Ocurría al tiempo que, gracias al milagro de las siglas, se transformaba en el PDS (Partido del Socialismo Democrático) y se presentaba a las elecciones alemanas. Según el historiador Hubertus Knabe, utilizaban «un alto grado de energía criminal»6 para esconder dinero, lingotes de oro y otros objetos de valor. Lo hacían en Alemania y en países como Cuba, Austria y Suiza. (Asimismo, se cuenta ...more
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Y el orden sin justicia tiene un nombre: «tiranía».
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Miriam sigue esperando, en silencio, con prudencia y pocas esperanzas, encontrar en esos expedientes algo sobre cómo murió su joven marido, Charlie, en 1980, cuando la Stasi lo tenía detenido. Espera encontrarlo ahí o en los quince mil sacos de papeles que la Stasi desgarró a mano mientras los manifestantes se concentraban a las puertas de su sede en el otoño de 1989.
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El romance es por ese sueño de un mundo mejor que los comunistas alemanes quisieron construir sobre las cenizas del pasado nazi: de uno que se adecuase a sus capacidades a uno que se adecuase a sus necesidades. El horror es por lo que hicieron en su nombre. Alemania del Este habrá desaparecido, pero sus rescoldos siguen a la vista.
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Leipzig fue el núcleo de lo que ahora todo el mundo llama die Wende, «el Giro». El Wende fue la revolución pacífica contra la dictadura comunista de Alemania Oriental, la única revolución que ha triunfado en toda la historia alemana. Leipzig fue el punto de partida y el corazón. Ahora, dos años después, vuelvo una vez más.
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La Stasi era el ejército interno mediante el cual ejercía el control el gobierno. Su función era saberlo todo sobre todo el mundo, valiéndose para ello de cualquier medio. Sabía quién venía a visitarte, sabía a quién llamabas por teléfono y sabía si tu esposa se acostaba con alguien. Era la metástasis de la burocracia en la sociedad de la RDA: abierta o veladamente, siempre había alguien informando a la Stasi sobre sus colegas y amigos, en cada escuela, en cada fábrica, en cada bloque de pisos, en cada bar.
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En sus cuarenta años, «la Compañía» generó el equivalente a todos los archivos históricos de Alemania desde la Edad Media. Si los pusiésemos en vertical, uno detrás de otro, los expedientes que la Stasi recopiló sobre sus conciudadanos y conciudadanas formarían una línea recta de 180 kilómetros de largo.1
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A medida que fueron saliendo a la luz los archivos se fueron revelando grandes y pequeños misterios. Entre ellos destacaban los tics del hombre de a pie en plena calle. El siguiente documento se podía ver en la exposición: Señales que han de observarse:
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1. ¡Cuidado! El sujeto se aproxima. (tocar nariz con mano o pañuelo) 2. El sujeto está caminando, se aleja o se adelanta. (acariciar pelo con mano o saludar con sombrero un instante) 3. El sujeto está quieto. (llevarse una mano a la espalda o al vientre) 4. El observador desea terminar la observación porque corre peligro de ser descubierto. (agacharse y atarse los cordones) 5. El sujeto vuelve. (ambas manos tras la espalda o al vientre) 6. El observador desea hablar con el líder del equipo o con otros observadores. (sacar el maletín o equivalente y examinar su contenido)
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Una de las vitrinas no contenía más que botes vacíos. Estaba mirándolos extrañada cuando se me acercó una mujer.
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Frau Hollitzer me explicó que los botes que teníamos frente a nosotras eran «muestras de olor». La Stasi había desarrollado un método seudocientífico, el «muestreo de olor», para encontrar a delincuentes. La teoría se basaba en que todos tenemos un olor que nos distingue y que vamos dejando allá por donde tocamos. Este olor se puede aislar y, con la ayuda de perros entrenados, comparar para encontrar coincidencias. La Stasi llevaba sus perros y sus botes a una localización en la que sospechaban que había habido una reunión ilegal y probaban a ver si los perros podían captar olores de gente ...more
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sentado. Las prendas robadas o el paño se guardaban entonces en un bote sellado. Los envases parecían botes de mermelada. En una etiqueta pude leer: «Nombre: Herr (Apellido). Tiempo: 1 hora. Objeto: Calzoncillos del sujeto».
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pasos. Los botes seguían teniendo sus meticulosas etiquetas, por lo que se pudo demostrar que la Stasi de Leipzig había requisado muestras de olor de toda la oposición política a este lado de la Sajonia.
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Más tarde, frau Hollitzer me hablaría de Miriam, una mujer cuyo marido murió en una celda de los calabozos de la Stasi.
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—Hemos recibido una carta de un alemán que vive en Argentina en respuesta al asunto de las mujeres puzle. —¿Las mujeres puzle? ¿Mujeres puzle? —vaciló Uwe intentando recordar la historia. —Las de Núremberg, las que se dedican a unir como si fueran puzles los expedientes hechos trizas que la Stasi no llegó a quemar ni a convertir en pasta de papel.
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Lo que quiero decir es que tras la Segunda Guerra Mundial la gente buscó como loca el menor indicio de resistencia a Hitler, como si se pudiese salvaguardar una diminuta muestra de orgullo nacional y asociarla a un par de estudiantes pacifistas y a un puñado de viejos aristócratas prusianos. Y aquí, ¿qué? Debió de existir algún tipo de resistencia a la dictadura, ¿no?
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—Me convertí en enemiga oficial del Estado a los dieciséis años. ¡A los dieciséis!
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En 1968 demolieron la vieja iglesia de la Universidad de Leipzig, sin previo aviso, sin consulta pública. A 250 kilómetros la Primavera de Praga estaba en pleno apogeo, antes de que los rusos sacasen sus tanques a la calle para aplastar a los que se manifestaban por la democracia. La demolición de la iglesia de Leipzig proporcionó una excusa para dar rienda suelta a la extendida enfermedad de la que sus habitantes se vieron contagiados a través de sus vecinos checoslovacos. Veintitrés años después del final de la Segunda Guerra Mundial, la generación que tomaba el testigo se hacía preguntas ...more
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En Alemania Oriental la información discurría por un círculo cerrado entre el gobierno y sus emisarios de la prensa. Como el gobierno era quien controlaba los periódicos, las revistas y la televisión, hacer carrera como periodista era hacer carrera como portavoz del gobierno. El acceso a los libros estaba restringido. La censura era una presión constante sobre los escritores, y otro tanto sobre los lectores, que tuvieron que aprender a leer entre líneas. El único medio de masas que escapó al control del gobierno fue la señal de las cadenas occidentales, aunque bien es verdad que lo intentaron: ...more
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La Stasi encontró algunas de las pequeñas letras de goma por la alfombra. Los padres de Miriam les dijeron a los agentes que no podían entender cómo había pasado algo así en su propia casa. Metieron a las niñas en prisión preventiva durante un mes, cada una en una celda. No recibieron visitas ni de sus padres ni de sus abogados, no les dejaron ni libros, ni periódicos, ni llamar por teléfono.
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Soltaron a las niñas a la espera del juicio. Cuando llegó a su casa, Miriam pensó: «Allí no me vuelven a meter en la vida». A la mañana siguiente subió a un tren dirección Berlín. Era la Nochevieja de 1968: iba a saltar el Muro.
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En el puente de Bornholmer la frontera pasaba, en teoría, por el espacio entre vías. En otros puntos de Berlín la frontera, y con esta el Muro, abría una extraña herida a través de la ciudad. El Muro atravesaba casas, calles, canales, y partía en pedazos la línea del metro. Aquí, en vez de fragmentar la vía del tren, los alemanes del Este habían construido la mayor parte de las fortificaciones del
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Muro frente a la línea del tren del lado oriental, lo que permitía que los trenes orientales discurriesen muy pegados al último muro antes de la Franja de la Muerte.
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—Todavía tengo las cicatrices en las manos de trepar por el alambre de espino,
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Subió por la última alambrada de espino para llegar hasta la cima del Muro que daba a la vía del tren. Podía ver el Oeste: los coches relucientes, las calles iluminadas y el edificio del consorcio Springer.
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Pero aquí —pinta una X, una y otra vez, sobre el mapa que me ha dibujado—, aquí había un cable trampa. —Ahora habla con un hilo de voz. Pinta y repasa la X una y otra vez y me da la sensación de que se va a romper el papel—. No vi el cable.
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Las sirenas saltaron, aullando. En las casetas de los centinelas occidentales encendieron los focos para buscarla y para evitar que los orientales le disparasen. Los guardias orientales se la llevaron de allí rápidamente. «Tú, basura», le dijo un joven. La llevaron al cuartel general de la Stasi en Berlín. La ataron de manos y piernas, solo entonces sintió por vez primera la sangre y el dolor; tenía sangre por la cara y por el pelo.
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En la década de 1950, durante la guerra de Corea, empezaron a circular rumores sobre los espantosos métodos de tortura que empleaban con los prisioneros de guerra estadounidenses. Una vez capturados, los llevaban a un campo, y volvían a aparecer como muy tarde una semana después sobre una plataforma articulando de forma mecánica ante las cámaras su conversión al comunismo. Después de la guerra se supo que, en contra de lo que sugerían los rumores, el secreto del ejército coreano no fue nada tradicional ni de una tecnología puntera: fue la privación del sueño. Un hombre hambriento puede seguir ...more
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Más tarde lo consulté. La privación del sueño puede reproducir los síntomas de la inanición, sobre todo en niños: las víctimas se desorientan y sienten frío; pierden el sentido del tiempo, se ven atrapadas en un presente interminable.
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Bienvenida. Fue la única vez que pensó que iba a morir. La bañera estaba llena de agua helada. Una de las guardias la cogió por los pies y la otra por el pelo. Le metieron la cabeza bajo el agua durante un buen rato para luego sacarla de los pelos y gritarle. La volvieron a sumergir. No podía hacer nada, no podía respirar. Y arriba: «Basura inmunda. Niñata presuntuosa. Traidora estúpida, zorra». Y abajo. Cuando la sacaban era insultos lo que respiraba. Pensó que la iban a matar.
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Me cuenta que entre las presas existía esa misma brutalidad, que las presas comunes recibían privilegios por maltratar a las políticas.
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Cuando Miriam fue puesta en libertad en 1970, tenía diecisiete años y medio.
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Miriam y Charlie se fueron a vivir juntos. Charlie se había formado como profesor de gimnasia, había estudiado educación física y biología. En la RDA, el deporte estaba estrechamente ligado a la política. El gobierno mantenía un seguimiento de los jóvenes con potencial y los mandaba a centros de entrenamiento para la gloria de la nación.
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—¿Él sabía lo del dopaje? —A los niños de las instalaciones deportivas les daban hormonas enmascaradas como vitaminas. Fue un escándalo que solo salió a la luz cuando cayó el Muro: las pastillas aceleraban el crecimiento y la fuerza, pero medio convertían a las niñas en niños.
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Las autoridades los detuvieron como sospechosos de querer abandonar el país. Ahí fue cuando la Stasi empezó la caza y captura de Charlie Weber.
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—Cuando empezamos a vivir juntos (yo, una ex convicta, y él, bajo vigilancia), venían de vez en cuando a inspeccionar la casa —me cuenta—.
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»Me prohibieron estudiar. Y me era imposible conseguir trabajo —continúa Miriam—. Siempre que aspiraba a un puesto, ahí estaba la Stasi para asegurarse de que me rechazaran. Los empresarios tenían que comprobar mi expediente y las indicaciones siempre eran las mismas: «Ella no».
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Pese a todo, las autoridades de la RDA ya se habían encargado de los preparativos para la visita: habían hecho redadas y encerrado a todo aquel susceptible de protestar o de poner en algún tipo de aprieto al gobierno.
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La «solicitud para abandonar el país» era legal, pero las autoridades podían, si les venía en gana, tomársela como una declaración de «por qué no te gustaba la RDA». En ese caso se convertía en Hetzschrift (calumnia) o en Schmähschrift (difamación) y por lo tanto, en infracción. El 26 de agosto de 1980, Charlie Weber fue arrestado y encarcelado.
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El miércoles 15 de octubre, un agente de policía vestido con su uniforme verde llamó a la puerta del piso. —¿Es esta la casa de herr Weber? —Sí. —¿Y es usted frau Weber? —Sí. —Bien, en ese caso, tiene que personarse en las oficinas de la fiscalía del distrito para recoger las cosas de su marido, porque ha muerto.
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la Stasi, en connivencia con los directores de los institutos, reclutaba a sumisos estudiantes con la apropiada actitud de lealtad para que estudiasen Derecho. Una vez vi una lista con los temas de algunas tesis de la Escuela de Derecho de la Stasi en Potsdam que suponían grandes aportaciones para el conocimiento humano, como «Sobre las probables causas de la patología psicológica del deseo
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