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Este lugar parece haber sido diseñado basándose en el principio arquitectónico de «el mismo tamaño vale para todo» del resto de edificios: como la Runde Ecke en Leipzig y el cuartel general de la Stasi en Normannenstrasse; lo mismo que las prisiones y los hospitales, las escuelas y las construcciones de la administración de todo el país, y probablemente igual que el interior del parduzco Palast der Republik, solo que, en ese caso, al estar tras unas rejas, no he podido comprobarlo. De aquí a Vladivostok, este fue el legado del comunismo al urbanismo: linóleo y cemento gris, amianto, hormigón
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Es el primer programa de Von Schnitzler, de marzo de 1960. Aparecen los títulos de crédito: el dibujo de un águila con mirada aviesa, el símbolo de Alemania Federal, en rojo, blanco y negro fascista, que se posa sobre una antena de televisión. Luego aparecen las palabras: EL CANAL NEGRO. De pronto, un hombre enchaquetado, con gafas negras cuadriculadas ocupa toda la pantalla. Se dirige a mí directamente, como si estuviese sentado en esta misma habitación:
El canal negro, estimados señoras y caballeros, transporta mugre y aguas residuales. Pero en vez de transportarlas hasta una depuradora, como debería, las filtra, día tras día, en cientos de miles de hogares de Berlín Oriental y Occidental. Este canal es el canal que emite los programas de Alemania Federal: el canal negro. Y todos los lunes a esta misma hora vamos a afanarnos, si se me permite la expresión, en una operación de saneamiento.
La siguiente cinta es de 1965, después de que dos personas fueran tiroteadas al inte...
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Hoy todos los jóvenes bailan el paso lipsi, todos bailan lipsi. Todos los jóvenes lo quieren aprender. Es el lipsi, es lo último. Rumba, boogie, chachachá, todos demodé. Ahora de la nada, de la noche a la mañana, este baile ha llegado y ya ha triunfado.
Rebobino la cinta. Quiero fijarme, movimiento a movimiento, lo que hace que el baile resulte tan curioso. «Lipsi» es «Leipzig» en jerga, pero no solo fue un descarado intento del régimen por crear una tendencia de masas, como si hubiese llegado de esa ciudad tan
chic. Observo de cerca a la pareja rígida. Parece que a la mujer le falta un incisivo, una elección bastante extraña para una modelo de baile. Después me concentro en los movimientos, y entonces lo capto: entre esta retahíla de gestos, no hay ninguno en que los bailarines muevan la cadera. Mantienen el torso recto, no se inclinan el uno hacia el otro, ni oscilan de un lado para otro. Los inventores del baile fusionaron toda tradición de danza existente y extrajeron con minuciosidad los movimientos no sexuales. Al igual que El canal negro era el antídoto contra la televisión occidental, el
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Una semana después me llama un hombre anónimo. Herr Winz le ha contado mis intenciones y me llama para verificarlo conmigo antes de hablar con herr Von Schnitzler. En unos minutos me vuelve a llamar y me dice que frau Von Schnitzler atenderá mi llamada. Me da el número. Frau Von Schnitzler responde y me da sus señas.
Karl-Eduard von Schnitzler17 nació en 1918 en una familia berlinesa acomodada. Su padre, Julius Eduard Schnitzler, fue cónsul general del emperador Guillermo en Amberes y teniente del ejército prusiano. En 1913, el emperador elevó a Julius y a sus dos hermanos a la categoría de nobles, concediéndoles así el privilegio de utilizar el prefijo «Von». La familia se mantuvo cerca del poder durante el régimen nazi. Uno de los primos de Von Schnitzler era banquero de Hitler, otro era el director de ventas de la IG-Farben, la empresa que se encargaba de distribuir el gas venenoso ciclón B por los
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Karl-Eduard reaccionó en contra de la desigualdad de la riqueza y del nazismo que le rodeaba. A los catorce años quedó fascinado por el comunismo. Empezó a estudiar medicina para, al poco tiempo, formarse como industrial. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en el ejército de Hitler. En junio de 1944,
los británicos lo apresaron y lo enviaron al campo de prisioneros «antifascista» de Ascot; a los pocos días ya estaba haciendo un programa en alemán para la BBC llamado Prision...
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Von Schnitzler fue liberado y volvió a Alemania en 1945, donde continuó con su programa desde la zona ocupada por los británicos de Colonia; sin embargo, no tuvo que pasar mucho tiempo para que sus férreas ideas comunistas le procuraran conflictos con los gerentes británicos, que lo despidieron. En 1947 se mudó a la zona soviética. Cuando llegó le dijo a su futuro líder, Walter Ulbricht, que quería quitarse el «Von» de delante de su apellido. Ul...
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Así fue como aquel hombre con el ridículo apellido de noble se convirtió en la cara mediática del régimen. El canal negro se estuvo emitiendo has...
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—¿Cómo surgió? ¿Fue idea suya o fue un encargo? —Fue idea mía —asegura—. Una vez vi a unos políticos occidentales en el telediario soltando una sarta de mentiras asquerosas sobre la RDA y antes de que el programa acabase ya había preparado un guion para la emisión. Les demostré quién era yo. Y luego la pregunta fue: ¿con qué frecuencia? Insistí en que fuese una vez por semana. Hoy —se inclina hacia mí, enfurecido—, hoy podría hacer uno ¡todos los días! —Se trata de una rabieta pensada para asustarme—. Así de asquerosa se ha vuelto esta… esta caja subnormal. —Señala con su bastón el televisor
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Orwell estaba prohibido en la RDA; me pregunto si a Von Schnitzler le ha ofendido el programa por sus reminiscencias orwellianas o por su estupidez general.
—Porque impidió que el imperialismo contaminara el Este. Lo amuralló.
—Es más, ¡el pueblo de la RDA no estaba «amurallado»! Podían ir a Hungría, a Polonia. Los únicos sitios donde no podían ir eran a los países de la OTAN. Porque, como es normal, uno no va por ahí de viaje a territorio enemigo.
—Me di cuenta relativamente pronto —me explica— de que nuestra economía no iba a poder subsistir. Y cuando empezamos a enfangarnos en esa ridícula propaganda de victoria, exagerando los resultados de las cosechas y los niveles de producción y muchas cosas más, no me lo pensé y me retiré de todo eso, me dediqué a mi especialidad: el trabajo contra el imperialismo en exclusiva.
En mi programa me centraba exclusiva y deliberadamente en el antiimperialismo, no en la propaganda de la RDA.
—Nos distanció del pueblo porque había un contraste demasiado marcado con la realidad.
Demasiadas normas.
—Esta —me explica— era la «villa de codificación». —Herr Christian trabajaba aquí, codificando transcripciones de conversaciones telefónicas interceptadas en teléfonos de coches y walkie-talkies
talkies de la policía occidental—. Las conversaciones llegaban por télex y luego las codificábamos y las mandábamos a Berlín. —Se ríe entre dientes—. Codificábamos hasta lo más mínimo de lo que se decía, hasta los Ja, los Gutten Tag y lo que tomaban para comer. En Berlín tenían que saberlo todo. Y ojo, que también interceptábamos muchas conversaciones entre políticos occidentales.
Cuando herr Christian tenía diecinueve años y estaba haciendo el servicio militar, le citaron en una sala especial para una entrevista.
—Esto era el búnker para la plana mayor de la Stasi de Potsdam en caso de catástrofe nuclear —me explica—. Estuve aquí un tiempo de guarda. La entrada estaba en uno de esos edificios. —Señala un cobertizo gris de fibrocemento—. Si bajabas unas escaleras, llegabas a un enorme complejo de hormigón bajo tierra. Cuando lo construyeron tuvieron que retirar toneladas y toneladas de tierra en camiones disfrazados de transporte de animales y tirarla lejos de aquí. El búnker tenía todo lo que pueda imaginarse: comida, medicinas, cuartos para dormir, equipamiento de comunicación, mesas de pimpón, de
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En la RDA había muchos búnkeres para que se salvasen los agentes de la Stasi y pudiesen luego repoblar la Tierra, si es que se acordaban de meter a alguna mujer entre ellos.
—Casos matrimoniales —contesta, volviendo los ojos al sendero—. Esos no los cojo; cuando uno de los cónyuges sospecha de que el otro tiene una aventura y quieren que le sigan. —Saca y enciende un cigarro de un paquete blando de Stuyvesants y le da una buena calada—. Cuando todavía era un novato en la Stasi estaba casado, pero no éramos felices y me enamoré de una profesora de mi hijo. Tuvimos una aventura. Se lo confesé a mi mejor amigo y resultó que tenía lo que llamaríamos un sentido de la lealtad demasiado desarrollado: lo contó en el trabajo. Me confinaron en solitario durante tres días.
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La Stasi no podía soportar que hubiese algo en la vida de uno de los suyos que ellos no supiesen.
trabajo —me dice—, el área de servicio Michendorf. Salimos del ordenado y triste bosque para viajar por la autopista hasta un área de camiones que no parece tener nada de particular. El edificio principal tiene dos plantas de hormigón gris, con una cafetería abajo. Era la última parada de la autopista antes de que los coches del Oeste entrasen en Berlín Occidental. Sigue funcionando: en la explanada delantera hay unos viejos surtidores en curva y, junto a ellos, dos nuevas cabinas rosas de la Deutsche Telekom. Salimos y damos una vuelta por la gravilla. Herr Christian se pone las gafas en la
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»Siempre teníamos al menos dos hombres vestidos de paisano observando sobre el terreno. Ese era mi trabajo. Llevaba un aparato para grabar en el bolsillo o, si estaba en un coche, cámaras en los faros delanteros. Teníamos equipos de sonido que podían captar las conversaciones de dentro de los vehículos. Había una cámara en aquel surtidor —señala la bomba de gasolina— que podía dirigir por control remoto para tomar un primer plano de alguien si me encontraba en la parte trasera. Lo teníamos bastante bien cubierto.
La función de herr Christian era cazar a los coches que podían contener polizones orientales ...
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—El paso clandestino de personas al Oeste era un negocio que manejaban auténticos criminales: una vez que les habían colado por la frontera, les sacaban un buen pellizco a los pobres desdichados, como unos 20.000 marcos federales. O hacían que les pagasen antes, con reliquias familiares o colecciones de sellos. Los coches occidentales paraban en algún punto de la carretera y los del Este se encontraban allí con ellos; luego les pagaban y se metían dentro. Vi algunas cosas horribles. Había gente que drogaba a sus hijos y los metían en el maletero. Una vez abrí un portaequipajes y me encontré a
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rostros durante el instante en el que creyeron ser libres.
—Los llevábamos a Potsdam, a prisión preventiva. Luego solían condenarlos, de un año y medio a dos años. Así era la ley.
En agosto de 1961, un recluta novato de la Stasi llamado Hagen Koch recorrió las calles de Berlín con una lata de pintura y una brocha y pintó la línea por donde habría de pasar el Muro. Tenía veintiún años y era el cartógrafo personal del secretario general Honecker. Al contrario que la mayoría de líderes de Estado, Honecker necesitaba un cartógrafo: tenía que redibujar los límites del mundo libre.
Le pregunto cómo se le ocurrió presentarse para trabajar en la Stasi. —No, no, no, no. No funcionaba así. Tenían que elegirte. Al parecer este era uno de los pilares del sistema: «No nos llames, nosotros te llamamos a ti».
—Tiene que comprender —me explica— que en el contexto de mi padre, y de la propaganda de la Guerra Fría, la RDA era como una religión. Era algo en lo que me educaron para creer…
El comunismo, al menos en su variante de la RDA, era un sistema de creencias cerrado; un universo en un vacío, finito, con sus propios cielos e infiernos prefabricados, con sus castigos y sus redenciones impuestos aquí mismo en la Tierra.
La RDA, en sus cuarenta años de existencia, intentó tenazmente tanto crear al socialista alemán como hacer que la gente creyera en él. El socialista alemán tenía que ser diferente del nazi alemán, y diferente del alemán occidental (capitalista imperialista). Se enseñaba la historia como una serie de inevitables saltos hacia el comunismo: partiendo del estado feudal, pasando por el capitalismo, para acabar finalmente —en el salto más grande hasta la fecha— en el socialismo. El nirvana comunista era el mundo que estaba por venir. Una instantánea de un diagrama darwiniano se enciende en mi cabeza
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Apenas acabó la guerra, los aliados se repartieron al enemigo conquistado. Los ingleses, los estadounidenses, y más tarde los franceses, se quedaron con las partes occidentales de Alemania, mientras que los rusos se quedaron con los estados de Turingia, Sajonia, Sajonia-Anhalt, Mecklenburgo-Pomenaria Occidental
y Brandenburgo. Otro tanto hicieron con Berlín, que se dividieron del mismo modo: los barrios occidentales para los ingleses, los estadounidenses y los franceses, y los orientales, para la URSS. Como la ciudad estaba en plena zona oriental, los barrios occidentales se convirtieron en una peculiar isla de administración democrática y de economía de mercado dentro de un paisaje comunista.
En sus zonas, las potencias occidentales se dedicaron a dar caza a los nazis más renombrados y a establecer sistemas democráticos de gobierno: estados federados, división entre el poder político, administrativo y judicial y garantías para la propiedad privada. En 1948 transfirieron estas instituciones a la recién creada República Federal de ...
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Los rusos administraron directamente las partes orientales de Alemania hasta que en 1949 se estableció la República Democrática de Ale...
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Se nacionalizaron la producción y las fábricas, las propiedades pasaron a manos del Estado y se subvencionaron la sanidad, el alquiler y la comida. Se instauró una norma de monoparti-dismo con un servicio secreto todopoderoso para defenderla. Los rusos, que habían rechazado el capital estadounidense, saquearon la producción de Alemania del Este en beneficio propio. Destriparon las fábricas para llevarse maquinaria y equipamiento que luego mandaron a la URSS. Al mismo tiempo, desplegaron una retórica de «hermanamiento comunista» con los alemanes orientales, a los que habían «liberado» del
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Buena descripción de la transición de la postguerra al comunismo. Ver diferencia entre la transición occidental por US...
Y la Oriental por Rusia
Y casi de la noche a la mañana los alemanes de los estados orientales se declararon, o fueron declarados, inocentes del nazismo. Parecía como si ahora creyesen que los nazis habían venido y habían vuelto de las regiones occidentales de Alemania, que eran gente ajena a ellos, lo que de ningún modo era cierto. Se rehízo la Historia con tanta rapidez, y con tal éxito, que se puede afirmar sin faltar a la verdad que los orientales no se sentían, y siguen sin sentirse, como los alemanes responsables del régimen de Hitler. Este truco de magia histórica debería figurar entre las maniobras más
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Una vez vi en Dresde, en un puente azul sobre el río Elba, una placa que conmemoraba la liberación de los alemanes orientales de los opresores nazis por parte de sus hermanos rusos. Me quedé mirándola un buen rato; era un pequeño objeto que había perdido el brillo por la suciedad del aire. Me pregunté si la habrían puesto justo después de que los rusos entraran en ...
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Para crear un nuevo país de la nada, con nuevos valores y ciudadanos socialistas de nuevo cuño, es necesario empezar por el principio: por los niños. No tardaron en despedir a los maestros de escuela de las regiones orientales, pues hasta la fecha su labor había consistido en educar a los niños en los valores del régimen nazi. Había que crear maestros socialistas. Las autoridades establecieron un sistema de formación de seis meses para «maestros del Pueblo», que más tarde se repartirían por las escuelas. Hacia febrero de 1946 Heinz Koch, que ni siquiera había terminado el colegio, ya era
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En octubre de ese mismo año se celebraron las primeras «elecciones democráticas libres» de Alemania Oriental. De hecho, a lo largo de toda su existencia, la RDA celebró elecciones con regularidad. En las papeletas aparecían los nombres de los representantes de los partidos mayoritarios: réplicas exactas de los partidos que existían en Alemania Federal. Había demócratas cristianos de centro derecha (la CDU), demócratas libres (más tarde el FDP) y comunistas (el SED). Durante cuarenta años, una elección tras otra, los resultados se hicieron públicos por televisión: siempre ganaban, por mayoría
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Sin embargo, nada de esto resultaba evidente en 1946. Por esa época, en cierto modo era posible, solo posible, que surgiese un estado socialista que hiciese honor a lo «democrático» de su nombre. Todos habían sufrido el infierno en la Tierra, así que, ¿por qué no iban a merecerse el cielo? Los sueños de las gen...
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