El cónclave Edith Piaf
¿Tuvo algún resultado preciso el cónclave del gobierno y la Nueva Mayoría? No; preciso, no. ¿Quién ganó la disputa interna? Nadie. ¿Se impuso el gradualismo o el reformismo maximalista? No, ninguno. ¿Habrá prioridades o se tratará de cumplir todo el programa? Ni una ni otra cosa. Pero ¿mejoró la unidad en la coalición? Nada. ¿La lealtad? Menos. ¿Y el ánimo? Tampoco.
Y entonces, ¿de qué diablos sirvió el cónclave?
Sirvió, al final, como una ayudamemoria sobre lo básico: que el que se mueve no sale en la foto. Es todo lo que puede decir una coalición que perdió la mayoría, y que sólo retiene de ella los rastrojos que dejó un momento electoral de fines del 2013, un instante epifánico que no sería el mismo si se intentase repetir hoy. El emblema de esta mayoría desvestida es una Presidenta que se mueve en torno al 25% de popularidad, pero su carne es una coalición que va peor, por el 20%. La diferencia entre un cuarto y un quinto sigue teniendo su importancia.
¿Qué significa esto? Un jefe de Estado con un 25% no está en posición de dar muchas órdenes ni de imponer una línea muy tajante; pero sobre todo, no está en situación de arriesgarse a perder ni un solo trozo del temblequeante conglomerado que la apoya, ni siquiera el 5% o menos que tienen los grupos más chicos. En contrapartida, un grupo político que participe hoy en el gobierno no tomará la chance de irse cuando éste parece estar en su piso (aunque siempre hay un piso más abajo) y cuando no existe una oposición vertebrada en la cual cobijarse, ni por la alicaída derecha ni por la inoperante ultraizquierda.
Más allá de su estilo y de sus competencias, esta vez para la Presidenta era indispensable la ambigüedad, dejar a unos y otros con un leve gusto a dulce y otro leve toque de amargor, sin que nadie esté muy seguro de cuál era el sabor buscado. Ambigua fue su disposición a corregir la reforma tributaria, atenuar la reforma laboral y estirar el plazo de la reforma constitucional. Pero parece probable que haga algo de todo eso, no porque lo desee, sino porque la realidad es rabiosamente porfiada.
Unicamente trató de no ser ambigua con la gratuidad universitaria. Y esa fue la parte desastrosa de su discurso; por ejemplo, parece que en sus equipos no hubo nadie dispuesto a explicarle cuál es la diferencia entre una acreditación de cuatro años y una de cinco; ni esa ni muchas otras implicancias del cambio de criterios desde la gratuidad para el 60% de los estudiantes más vulnerables hasta el 50%, pero con más instituciones que las del Consejo de Rectores.
La otra cosa nítida es que el gabinete anterior está sepultado y hasta ya parece que nunca hubiese existido. En este limitado sentido, la gestión de Jorge Burgos en Interior y Rodrigo Valdés en Hacienda parece más un borrón con cuenta nueva que el inicio de un segundo tiempo.
A pesar de esto, no hubo en el cónclave ni mucha autocrítica ni menos arrepentimiento ante nada. Fue el cónclave Edith Piaf*.
Nadie se hace responsable de los casi 30 puntos de aprobación que ha perdido el gobierno en 17 meses, un tercio del cuatrienio. Los partidarios del gradualismo dicen que esto se debe a la prisa y la desprolijidad con que se emprendieron las reformas; los partidarios del maximalismo sostienen que la caída debe atribuirse a la lentitud y la poca profundidad de las mismas reformas.
El caso es que a la Presidenta se le prometió que la popularidad del gobierno comenzaría a subir a partir del 2016, cuando empiecen a recogerse los primeros frutos de las reformas, en especial la de educación. Ella ha confiado en esa idea, tal como lo ha hecho con otra versión tranquilizadora, según la cual los presidentes en general (de América, del mundo) sufren hoy problemas de popularidad.
Si la primera de estas cosas es verdad, entonces la Presidenta debe resistir unos cuantos meses más y centrar todos sus esfuerzos en evitar que la Nueva Mayoría se disperse, porque si esto ocurre en una forma muy resonante, las municipales del próximo año podrían ser una catástrofe y ya se sabe lo que eso implica para las elecciones de 2017. Y si es cierta la segunda, entonces la actual gestión de gobierno habrá conducido a Chile a perder la excepcionalidad que tuvo en América Latina durante el último cuarto de siglo.
El cónclave no ha resuelto nada de lo que se esperaba. Ni ordenamiento político ni terapia de grupo. Pero ha sido una forma de recordarles a los partidos y a sus dirigentes que participan en un gobierno, que son corresponsables de él y que se deben tanto a su voluntad como a su limitación.
* La figura fue creada, a propósito de una cumbre de la Unión Europea, por el periodista inglés Peter Stothard.
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