Un ruido de cristales rotos

Al cónclave de mañana lunes llega una coalición política quebrantada. Sus protagonistas son dirigentes políticos que desconfían unos de otros. Tienen que revisar un programa que a algunos no les gusta junto a otros a los que no les gusta la revisión. Y los convoca un gobierno astillado, cuya Presidenta ha desplazado la discusión política -que tanto le disgusta- por el activismo de la protección social, donde se siente tan a piacere.


Este es el principal problema del cónclave: que nadie cree mucho en él.


La tarea de acarrear a los escépticos ha sido lenta y trabajosa, pero nadie podría acusar al equipo político de no haberlo intentado. El entusiasmo es otra cosa; nadie está obligado a lo imposible.


La Presidenta Bachelet ha sido la única, desde la restauración de la democracia, que ha utilizado este formato con insistencia. A los cuatro meses de inaugurar su primer gobierno, en junio del 2006, convocó a una reunión similar que terminó siendo un llamado para ordenar el estilo del oficialismo y que fue bautizado como “cartillazo”, porque lo acompañó un decálogo sobre el cual nada había que discutir. No era un encuentro con las ambiciones de esta vez, sino más bien un “consejo de gabinete ampliado”, pero, sin importar qué demonios fuese esto, también se lo conoció como cónclave. En aquellos días ya había estallado el “pingüinazo” de los estudiantes secundarios, la aprobación presidencial se movía en un 46% y aún no se comprendía enteramente la sentencia de Murphy, porque al año siguiente todo lo que podía empeorar empeoró con el Transantiago. El cónclave y el cartillazo pasaron al olvido.


El año pasado, a los cinco meses de inaugurado el segundo mandato, en agosto del 2014, hubo otro cónclave, esta vez para “priorizar las reformas” -estaban en plena cabalgata, por varios carriles- y, por si no bastara, cuatro meses más tarde vino una nueva advertencia para combatir la “campaña del terror” que asediaba a la reforma educacional. La aprobación presidencial estaba en 45% y al año siguiente Murphy ya no vendría de la mano del Transantiago, sino de la empresa Caval. La idea de ordenar prioridades y la campaña del terror también yacen en el olvido.


Hay varios curiosos patrones que se repiten entre los dos gobiernos de Bachelet, pero esa es otra historia. Lo que importa ahora es el cónclave de mañana, en el que nadie cree. No se sabe por qué. Quizás precisamente porque es un recurso repetido. O porque la evidencia acerca de la aversión de la Presidenta al debate es tan abrumadora, que nadie espera que cambie en una noche. O porque no es lo mismo dar un cartillazo con 45 puntos que con 25, ni es igual la disposición de la audiencia a bajar la testa. O porque la gente está un poco cansada.


El gobierno sufre una crisis de hastío. No es desesperación ni angustia, sino fastidio. Tanto rasguño, tanta contrariedad…


La sorna sustituye a la convicción. Ya no hay quien se entusiasme con la idea de ordenar al gobierno, ni los que quieren hacerlo ni los creen que esa idea es en sí misma una traición. La frase “realismo sin renuncia” se pronuncia con desgano, como el conjunto vacío que amenazaba ser desde el momento mismo en que se formuló, a menos que alguien quisiera darle contenido. No había ese alguien y ahora la frase tiene un sonido hueco.


¿Qué falta en el gobierno, autoridad o liderazgo? La discusión es un poco inútil: después de ser parida por las encuestas, con un diagnóstico tortuoso y un programa elefantiásico, la Nueva Mayoría ha crecido liberada de esas categorías; deambula en un espacio donde basta con atesorar unos jirones del poder, como esos ujieres que se ponían uniformes dorados para sentirse almirantes. Hacia fines de mayo, la noticia de que el panorama económico no permitirá al Estado gastar más de lo que tiene fue recibida con pesadumbre. Ahora se pone en duda que ese panorama exista: algunos oficialistas sospechan que sea sólo un pretexto para frenar las reformas; hasta un “chantaje”, según la variante comunista de los escalafones calizos. En el momento menos pensado la Cepal se ve metida en el complot por recalcular el crecimiento del 2015 desde 3% hasta sólo 2,5%.


Para qué decir de los ministros Jorge Burgos y Rodrigo Valdés, embajadores de las malas noticias, acusados en voz baja de venir a desbaratar el programa, aunque el respaldo de la Presidenta todavía inhibe esas ideas negras. En el esfuerzo de contención, Burgos y Valdés reciben ayuda del ministro Nicolás Eyzaguirre, pero esto es algo más desconcertante. ¿No es el mismo Eyzaguirre que antes contribuyó a movilizar la avalancha de las reformas estructurales? Sí, es el mismo, pero en otra función, en otro cargo, en otra época… en fin.


En el cónclave habrán de estar todos, los que confían y los que desconfían, los que tienen unas razones y los que llevan las contrarias.


Aunque ninguno crea mucho en él, el cónclave sólo puede tener dos resultados: que triunfe la desconfianza recíproca y las cosas sigan tal como están, cargadas al pelambre y la traición, sin acuerdo ni sobre la necesidad de las reformas ni sobre la necesidad de contención, con desgano, con cansancio, con sorna. Si este es el caso, el gobierno puede comenzar a preparar desde ya lo que sería una larga despedida entre un ruido de cristales rotos.


La otra alternativa es que el cónclave sirva para cambiar algo de ese clima. Sólo un poco ya sería suficiente.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 02, 2015 06:47
No comments have been added yet.


Ascanio Cavallo's Blog

Ascanio Cavallo
Ascanio Cavallo isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
Follow Ascanio Cavallo's blog with rss.