Los tres subtercios

El bloque de centroizquierda que gobernó al país por dos décadas se ha quebrantado de una manera que, si no resulta irreversible, parece estar cerca de eso. Ese bloque estaba constituido por los partidos que formaron la Concertación, pero también por un círculo más amplio que dio sustentación a sus proyectos: la suma entre el viejo centro y la vieja izquierda, que en el modelo histórico chileno equivalía a sumar dos tercios. Es lo que se llamó la “mayoría sociológica”.


La primera vez que esa mayoría entró en discusión fue en 1999, cuando la elección presidencial debió resolverse en segunda vuelta y Ricardo Lagos apenas pudo sobreponerse a Joaquín Lavín. Desde entonces, la “mayoría sociológica” nunca más volvió a imponerse en primera vuelta -nunca más fue la mayoría natural, gratuita, derivada de la estructura socioeconómica del país- y en el 2010 se licuó para dejar paso al triunfo de Sebastián Piñera. El esfuerzo por recomponerla fue la Nueva Mayoría, que tampoco fue capaz de triunfar en primera vuelta, señal elocuente -aunque encubierta por la victoria en el Congreso- de que en esa restauración había algo artificial, o cuando menos incompleto.


La Nueva Mayoría nació acallando dos disensiones fundamentales: primero, la interpretación de la derrota del 2010, que algunos leyeron en función de la fragmentación de las candidaturas de centroizquierda, y otros, como el resultado de una insuficiente radicalidad en los programas de cambio social, tal como ella se había expresado en las movilizaciones estudiantiles y otros conflictos sociales. Ambas cosas habían comenzado en el primer gobierno de Michelle Bachelet, pero su imbatible popularidad personal hizo creer a unos y otros que su figura bastaría para recuperar la dañada “mayoría sociológica”. El segundo silenciamiento fue la interpretación divergente acerca de los 20 años anteriores, la transición y la gestión de la Concertación, que unos veían como un triunfo del gradualismo, mientras otros deploraban como la causa del descontento.


A un año y medio de su segunda elección, catalizada por los escándalos financieros y por una crisis económica a la que no se quiso prestar atención, ya es evidente que la alianza de los dos tercios ha derivado hacia un conflicto entre tres fragmentos.


Uno es el de la Concertación histórica, que defiende sus estilos -creación de consensos políticos, gradualismo, astucia negociadora- y que sólo ha venido a recuperar la voz en el vértice de la crisis política. Otro es el de la Concertación-Nueva Mayoría, que impuso sus diagnósticos y sus ritmos durante 11 meses, cobrándole al programa su letra y sus deseos, y que se siente ahora amenazada por el “realismo sin renuncia” y por el retorno del otro grupo. Y un tercero es el de la izquierda más radical, que está más bien fuera del oficialismo y en contra de él, pero que presiona al segundo grupo con sus propios compromisos y se ha hecho fuerte desafiándolo por su izquierda -sobre todo al Partido Comunista- en la dirigencia estudiantil, algunos grupos sindicales, el Colegio de Profesores y el movimiento indigenista.


Si es que en lo que queda del cuatrienio llega a ser posible la reunión de los dos trozos originales (el centro y la izquierda histórica, incluido el PC), es claro que no lo será la integración del tercer fragmento, que ya tiene su propia agenda, sus propias estrategias y su propia idea de lo que debe ser un programa de sustitución del capitalismo. Ese sector tendrá su candidato el 2017 e intentará que éste capture a la parte más estridente del segundo grupo, figuras a las que probablemente ya tiene identificadas.


A pesar de este futuro previsible, el gobierno ha tratado de arbitrar entre los tres fragmentos, en lugar de reunir y asegurar la fortaleza de los suyos. Esto no ha hecho más que agudizar las contradicciones con que nació y poner de relieve la elefantiasis de su proyecto original. Ese esfuerzo ha deteriorado cruelmente su credibilidad, ha puesto en duda sus competencias técnicas de un modo que no había sucedido en un cuarto de siglo y ha alimentado la desconfianza entre sus miembros. El salvaje tropiezo del proyecto de carrera docente esta semana en el Congreso ha sido casi un anuncio de lo que espera a los siguientes avances de la reforma educacional, tironeada por los tres subtercios.


Quizás no es posible poner fecha a una definición más nítida del gobierno. Quizás no haya otra forma que esperar que ella se vaya produciendo por la fuerza de los hechos. Quizás la Nueva Mayoría haya sido una decisión menos estratégica de lo que pareció, más ingeniosa que inteligente, más voluntarista que atenta a las limitaciones de su primera ronda presidencial. Y a lo mejor la “mayoría sociológica” dejó de existir para siempre, asesinada precisamente por las interpretaciones acerca de lo que era.

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Published on July 26, 2015 07:10
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Ascanio Cavallo
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