Ricardo Secilla's Blog, page 2
October 6, 2022
El Pasillo. Relato Breve de Terror

Este relato fue escrito hace algunos años para el podcast El Sótano de Radio Belgrado, donde fue dramatizado de manera magistral. Si queréis escuchar el audio podéis hacerlo aquí.
Dejo aquí la versión escrita del relato:
«¿Dónde demonios se ha ido la puerta?» Se preguntó Enma, mientras iluminaba con la linterna del móvil una sólida pared de ladrillo. Juraría que ese era el lugar por el que había entrado.
Se había perdido buscando un servicio en aquel viejo hospital. Había preguntado a una enfermera, rara y un tanto siniestra, que le había indicado secamente que bajara unas escaleras, atravesara una puerta y llegara al final de un pasillo.
Siguió aquellas instrucciones, encontrando dicho pasillo: largo, iluminado por unos primitivos y trémulos tubos fluorescentes, y con una sola puerta al final. Cuando había dado un par de pasos, la sobresaltó un desagradable chirrido y un fuerte golpe: la puerta que acababa de atravesar se había cerrado a sus espaldas.
Continuó caminando por el pasillo, pero pasados cinco minutos descubrió que, después de llegar a la mitad, no lograba alcanzar el final de este. Algo así solo le había ocurrido en una ocasión, durante el transcurso de una pesadilla, pero ahora estaba segura de que no estaba en un sueño.
La luz comenzó a parpadear y se apagó por completo, dejándola en la más absoluta oscuridad. Tanteó en su bolso hasta hallar el teléfono, para utilizarlo como linterna. Decidió dar media vuelta y desandar lo recorrido, pero después de hacerlo y llegar de nuevo al principio del pasillo, en lugar de la puerta que había atravesado, encontró una pared.
La golpeó y gritó, palpó en busca de algo que le diera una explicación. Aquello era un muro sólido, real e infranqueable.
De nuevo dio media vuelta y alumbró el fondo del pasillo, sin alcanzar a ver la puerta que al entrar había vislumbrado en el fondo: la luz de la linterna era engullida por las más profundas tinieblas.
Caminó durante un tiempo que se le antojó eterno, quince minutos según el reloj del móvil.
Alcanzó a distinguir una silueta inerte en el suelo y un olor tan nauseabundo que la obligó a aguantar la respiración todo lo que pudo, y cubrirse la nariz con la manga de su propia blusa. Lo que había en el suelo fue tomando forma conforme se acortaba la distancia: ¡Un cadáver a medio descomponer! Con las cuencas de los ojos vacías y la boca abierta en una mueca de terror, la ausencia de labios permitía ver una dentadura amarillenta. Llevaba una bata de médico y en la solapa de esta una etiqueta identificativa en la que pudo leer “Dr. R. Ardoy”.
Después de unos segundos recordó aquel nombre. Se trataba de Ramón Ardoy: un médico que había desaparecido sin dejar rastro. Durante días los medios de comunicación se habían hecho eco de aquel misterio, hasta que, pasadas unas semanas, consideraron que el asunto había dejado de tener interés.
Pero no había sido el único caso, aquel hospital tenía un historial bastante largo de personal desaparecido. Ahora que lo recordaba, al menos se habían esfumado cinco personas en la última década, o al menos eso había leído en un periódico, en el que se hablaba de la desaparición del doctor Aldoy.
¿Y si se habían perdido en aquel pasillo para siempre? ¡Que tontería! seguramente aquel hombre había sufrido un infarto y se había quedado en ese lugar, un lugar que debía estar en los sótanos del hospital y que sin duda rara vez era transitado. Si seguía caminando daría con el final del pasillo inevitablemente.
Avanzó más y más, tanto que perdió toda noción de tiempo. De nuevo volvió a encontrarse con el cadáver de Ardoy, a pesar de que hubiera jurado por su vida que lo había dejado atrás y que en ningún momento había dado la vuelta. ¿Acaso era un pasillo circular? Imposible: al menos en apariencia, aquellas paredes eran rectas.
El teléfono se resbaló de sus manos y desapareció, dejándola en la oscuridad más absoluta. Se agachó y tanteó el suelo tratando de encontrarlo, pero todo fue en vano.
Un lejano resplandor llamó su atención. En alguna parte del pasillo, aparentemente lejos, brillaba una tenue luz. Un desgarrador grito llegó desde la lejanía, un canto de desesperación y dolor que hizo que se le erizara el vello.
Se dejó llevar por el terror y corrió hacia la luz. Muy poco a poco fue alcanzándola. Cuando por fin llegó a la fuente de aquel resplandor, comprobó con estupor que era generado por un móvil, que reconoció como el suyo propio. ¿Cómo había ido a parar tan lejos?
Pero lo que la aterrorizó de verdad fue lo que había junto a este: un nuevo cadáver, también a medio descomponer. Esta vez se trataba de una mujer que yacía con una mueca de terror y con las cuencas de los ojos vacías, en una expresión tan grotesca como deforme.
Reparó en cómo se vestía aquel cadáver y miró sus propias ropas con estupefacción, comprobando que eran idénticas. Después, aunque le costó, encontró la familiaridad en aquel rostro deformado por la muerte.
Lanzó un grito de terror y desesperación, cuyos ecos rebotaron a lo largo del terrible pasillo, perdiéndose en las tinieblas para regresar una y otra vez.
December 11, 2021
El Mundo Perdido. Fragmento de "El Navegante de la Eternidad"

Nuestro protagonista ha salido apresuradamente del campamento rebelde para buscar a Urcos Odan, ya que ha descubierto que este conoce la existencia del navegante, por lo que podría darle algunas respuestas. Máreck se pierde y acaba en el límite de los territorios conocidos.
Ante sus ojos se desvelará un oscuro secreto sobre el mundo en el que se encuentra.
Este es el capítulo 6, El Mundo Perdido:
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Máreck caminaba tan rápidamente que casi corría, a través de un oscuro bosque de colosales coníferas, cuyos troncos alcanzaban el grosor de una edificación grande. Trataba de dirigirse hacia el oeste, en dirección a Dimárail, donde pensaba informarse sobre el paradero del Arcicéligo. Su intento de orientarse con la ayuda de las estrellas fracasó a causa de aquellos enormes árboles similares a las secuoyas, que le impedían ver el cielo.
Al cabo de unas horas llegó el amanecer y con él unos escasos rayos de sol pasaron a través de las copas de los árboles, permitiéndole ver el terreno. No sabía dónde estaba, no recordaba haber pasado nunca por aquel bosque, pero el sol le daría la oportunidad de orientarse mejor.
Tras un enorme árbol divisó lo que parecían los restos de un muro, perteneciente a un imponente edificio en ruinas. Se acercó y observó que aquella parte del bosque estaba plagada de restos de formidables edificaciones, algunas tan titánicas que llegaban a sobrepasar a las gigantescas coníferas. Eran edificaciones que en su origen debieron ser rectas, aunque ahora la mayoría estaban cubiertas de vegetación, corroídas o hechas pedazos. Algunas estaban rotas y partidas como muñones de los que sobresalían estructuras de metal oxidado.
Penetró en aquella ciudad fantasma. Cuando llevaba un tiempo caminando dedujo que aquellas ruinas abarcaban una vasta extensión de bosque, y que debían de ser muy antiguas, por el nivel de deterioro, y porque los árboles milenarios habían crecido después de que aquellos edificios cayeran en el abandono y en el olvido.
Pero lo que le sobrecogió es que aquello no parecía una ciudad de la edad del bronce. Por el contrario era como una metrópolis del siglo XXI, deshabitada desde hacía milenios. Las implicaciones de aquello le estremecieron, si hubo una civilización capaz de construir aquello, ¿qué había sido de ella?
Buscó algún indicio: el resto de alguna inscripción, o cualquier otra cosa que le diera una pista de aquel remoto y desconocido pasado. Pero el tiempo, implacable como siempre, lo había fagocitado casi todo.
Entró en un edificio que parecía haberse conservado algo mejor. El interior debió de haber sido en su momento un inmenso vestíbulo, ahora convertido en una especie de jungla, en la que resonaban sonidos emitidos por pájaros e insectos. Bajó con cuidado por lo que en otra época debió de ser el hueco de un ascensor, hasta un gran sótano, donde ya no crecían plantas porque la oscuridad era casi absoluta.
Fue entonces cuando pisó algo que estaba semienterrado: una especie de losa de piedra. No supo muy bien la razón, pero obedeció su impulso de desenterrarla, y después la empujó con todas sus fuerzas hasta levantarla y apoyarla sobre la pared. Limpió cuidadosamente la capa de tierra, que la cubría por completo, hasta descubrir unos caracteres escritos, exóticos en aquel mundo, pero familiares para él:
“NOSCE TE IPSVM”
Era consciente de lo que aquello implicaba: caracteres latinos, caracteres que recordaba de lo que él creía su mundo de origen, pero que hasta entonces jamás había visto en el que ahora se encontraba, donde la escritura era algo completamente diferente.
Entonces tuvo la terrible visión de que aquel universo podía ser una de tantas posibilidades que el futuro abría al mundo del que creía proceder.
Un fuerte ruido le sobresalto, haciendo que la losa resbalara y se desquebrajara en mil pedazos al golpear el suelo. De las sombras surgió un oso de tamaño descomunal, emitiendo estridentes rugidos. Trató de desenvainar la espada, pero la bestia le dio un zarpazo y lo lanzó al suelo. Cayó de espaldas y el enorme animal se abalanzó sobre él dando dentelladas.
Escuchó un zumbido, luego otro. Pudo ver como dos flechas se clavaban en el dorso del animal, que emitió un amenazador alarido mientras se erguía. Por donde unos minutos antes había entrado Máreck apareció una muchacha armada con un arco. Disparó un par de flechas a la fiera: una le atravesó un ojo y la otra le entró por la boca, que aún tenía abierta en posición de amenaza. La muchacha sacó de sus ropas una daga de bronce y se lanzó contra el maltrecho oso con una furia tan desesperada que por un momento Máreck pensó que aquello no era un ser humano, sino algún tipo de demonio, cuyo frenesí por la sangre le impulsaba a la violencia más ciega. El animal, tuerto y muy mal herido, le dio un terrible abrazo mientras ella lo apuñalaba una y otra vez, hasta que cayó inerte en el suelo, donde continuó apuñalándolo repetidamente con terrible fiereza. Máreck la miraba entre aterrorizado y fascinado: ¿por qué se ensañaba de aquella manera aun cuando la pobre bestia ya no podía hacerle nada?
Cuando cesó de acuchillar al oso miró a Máreck y entonces él la reconoció: su cicatriz en el rostro la hacía difícil de olvidar. Pertenecía al grupo de rebeldes en cuya organización él mismo había tomado parte; además, era una de las que le habían ayudado en la búsqueda de los minerales para la fabricación de las armas.
—¿Estás bien? —preguntó ella mientras respiraba agitadamente.
Máreck asintió nerviosamente sin quitarle la vista de encima.
Salieron de aquel edificio en ruinas.
—Me llamo Yania de Fasisk.
—Te recuerdo. Agradezco que no hayas dejado al oso desayunar, pero ¿qué haces aquí?
—Seguirte —Miró las enormes construcciones en ruinas—. ¿Es esto la ciudad de los gigantes?
—¿La ciudad de los gigantes? —preguntó Máreck confuso.
—Ya sabes, la leyenda de los antiguos habitantes del mundo.
—Nunca lo había oído.
—Cuando vivía en la corte de Banhuirail escuché historias de algunos viajeros que regresaron de tierras desconocidas y que hablaban de bosques y desiertos plagados de gigantescas construcciones abandonadas, tan grandes que no parecen obra de humanos, sino de gigantes. Supongo que se referían a esto.
—Para mí que fueron obra de humanos que se subieron a hombros de gigantes y no supieron mantener el equilibrio.
Yania lo miró como se mira a alguien que ha perdido el juicio.
—¿De verdad que nadie sabe nada de los constructores de estas ciudades? —preguntó Máreck después de una pausa.
—Su existencia se pierde en la noche de los tiempos. Son como las montañas: siempre han estado ahí, pero nadie recuerda nada de sus constructores, si murieron o simplemente las abandonaron por alguna razón.
Comenzaron a caminar.
—Debes volver al campamento —dijo Máreck.
—No. Tengo un interés personal en que la causa triunfe. Sé que tú eres una pieza clave para que así sea y viendo como te has manejado con el oso intuyo que necesitarás mi ayuda.
—Deja lo de la causa en manos de Durne y Córbeck. ¿O es que vas a seguirme cada vez que salga del campamento?
—No soy estúpida. Tu forma de salir del campamento, quiero decir de esa manera y a plena noche, es la de alguien que huye o tiene que apresurarse por alguna razón. Así que dime, ¿por qué has entrado en las tierras desconocidas?
—Tengo que encontrar a Urcos Odan. Me dirigía a la capital más cercana, es decir Dimárail. Si he ido a parar a estas tierras es porque me he desorientado.
Yania comenzó a reír.
—Sabes obrar prodigios pero te has perdido, ¡con lo fácil que era el camino!
Máreck hizo un gesto de resignación.
—¿Para qué quieres ver al Arcicéligo? —preguntó Yania—, ¿no es eso meterse en la boca del lobo?
—Es complicado de contar.
—Inténtalo.
—No puedo, pero es importante para la causa. Tendrás que confiar en mí.
Yania lo miró durante unos segundos, luego dijo:
—Muy bien, pero sigo pensando que debo acompañarte. Si es importante te ayudaré en lo que pueda.
—Será peligroso.
Yania hizo un sonido de aprobación que sonó un tanto malévolo mientras miraba a Máreck con una siniestra sonrisa.
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October 10, 2021
Principio del relato "La Fisura en el Espejo". Incluido en la antolog��a "Susurros de otros Mundos"

Alz�� la vista asustada. Sobre su cabeza vio una tenue luz que llegaba desde alg��n lugar indeterminado. ��D��nde estoy? Se pregunt��.
Entonces record�� aquel ins��lito resplandor que la ceg��, y la sensaci��n de que le volaba la cabeza, pero antes de eso ��qu�� hab��a? Tan solo ese primer rel��mpago seguido de una inquietante oscuridad. ��Y el pasado?, sab��a que deb��a existir un pasado anterior a aquella luz, ��o no?
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Intent�� levantarse. Nada, su cuerpo no daba respuesta. Trat�� de alcanzar el origen de la luz, cada vez m��s tenue, sin conseguir ver su propia mano, ��acaso estaba atada? No, no sent��a la presi��n de nada que la aprisionara, aunque en realidad no sent��a nada de nada, todo su cuerpo parec��a insensible.
Parpade��... s��, pod��a parpadear y mover los ojos, pero su cuello no giraba en ninguna direcci��n.
Intent�� hablar, pero de su garganta no sali�� sonido alguno. ��Qu�� estaba pasando? ��Era una pesadilla? Dese�� despertar, pero ��d��nde? ��Cu��l era su vida? ��Ten��a un nombre?
Tal vez hab��a muerto... pero no, era consciente de su propia existencia, aunque no de su pasado. Quiz��s hab��a perdido la memoria tras alg��n accidente, pero ��por qu�� no hab��a nadie? Y por otro lado ��qui��n deber��a de haber? No recordaba ning��n rostro.
La imagen de una cara emergi�� desde alg��n oscuro rinc��n de su cerebro ��De qui��n eran aquellas facciones que acud��an a su imaginaci��n?
La respuesta lleg�� a su mente como un impacto que la hizo sobresaltarse: aquel era su propio semblante; pero en torno a aquella imagen de su mente no hab��a nada m��s: ni un entorno en el que situarla, ni otros rostros... nada.
S��bitamente todo se inund�� de luz... Y lo que vio la dej�� tan confusa como horrorizada: flotaba ingr��vida en un habit��culo de paredes blancas, era imposible saber qu�� estaba arriba y qu�� estaba abajo. Pronto lleg�� el dolor de cabeza, tan intenso que sent��a p��nico con la simple idea de iniciar cualquier movimiento.
Despu��s lleg�� aquel sonido, al principio casi inaudible, pero que poco a poco fue creciendo hasta hacerse muy molesto. Era como si una decena de insectos furiosos zumbaran en cada uno de sus o��dos.
Repar�� en unas peque��as perlas escarlata que flotaban en el aire y, con cierta dificultad, movi�� el brazo para alcanzarlas. Qued�� horrorizada al comprobar que se trataba de peque��as gotas de sangre que flotaban ingr��vidas. ��A qu�� clase de sue��o irreal o de pesadilla hab��a ido a parar?
Se mir�� las manos y despu��s examin�� minuciosamente su propio cuerpo. No se trataba de su propia sangre porque, al menos en principio, no parec��a estar herida, pero por alguna raz��n que desconoc��a estaba completamente desnuda.
��Qu�� ha pasado? ��Qui��n soy?
Una voz le sobresalt��:
���Aqu�� est��.
Se dio la vuelta presa del p��nico y lo que vio hizo que se le erizaran todos los pelos de su cuerpo: unos seres humanoides, de aspecto met��lico, la observaban con unos rostros articulados e inexpresivos, en los que destacaban unas cuencas vac��as tan profundas como grotescas.
Uno de aquellos monstruos le apunt�� con algo que apenas le cab��a en la palma de la mano.
Sin saber c��mo, apareci�� en otro lugar, una habitaci��n m��s peque��a, atada a una mesa de operaciones. Cuando trat�� de incorporarse su cuerpo no respondi��. Repar�� en que dos de aquellos siniestros seres parec��an observarla.
���Ya est�� activada ���dijo uno de ellos.
�����C��mo ha podido escapar? ���pregunt�� el otro���. Dandra, se supone que esto era cosa tuya, si no averiguamos cu��l es el fallo la misi��n ser�� un fracaso.
Entonces Dandra, as�� parec��a llamarse uno de aquellos entes, la mir��:
���SHF124 ��eres capaz de hablar?
��Por qu�� le llamaba as��? No sab��a por qu�� pero le result�� rid��culo. Respondi��:
���S��, pero no puedo moverme.
���Lo s��. Dime todo lo que recuerdas de ti misma.
SHF124 la mir�� confusa.
���Deja que me mueva.
Dandra pareci�� vacilar, pero a continuaci��n respondi�� con rotundidad:
���No.
Cuando esta se desplaz�� a buscar algo SHF124 tuvo una visi��n m��s amplia del lugar en el que se encontraba. Pudo ver grandes paneles cubiertos de m��quinas y curiosos aparatos, pero sobre todo lo que le llam�� m��s la atenci��n fue la panor��mica que ofrec��a un enorme ventanal que cubr��a gran parte de una de las paredes y que le permiti�� contemplar un espect��culo tan fascinante como turbador: en un inconmensurable espacio cuajado de estrellas parec��a flotar un descomunal mundo gaseoso que llenaba m��s de la mitad de aquella vasta perspectiva.
Los recuerdos empezaron a brotar de su mente como de un manantial sobrecargado por un diluvio... su nombre no era SHF124, como la hab��a llamado aquel ser, sino Dandra Meinyu.
Ella y otros tres ingenieros formaban la tripulaci��n de la astronave Pratibheda. Partieron hacia las inmediaciones de Calisto en una misi��n especial, que consist��a en explorar un ins��lito objeto que hab��an detectado varias sondas no tripuladas y del que hab��an enviado escasa informaci��n antes de desaparecer para siempre. Pero aquellos pocos datos hab��an sido suficientes como para que llegaran a la conclusi��n de que se trataba de una especie de agujero de gusano, lo bastante grande como para que un ser humano pasara a trav��s de ��l, y que por razones completamente desconocidas se hab��a abierto en aquel punto del Sistema Solar.
Junto a los cuatro tripulantes de la misi��n viajaban tres robots que, una vez llegados a destino, deb��an encargarse de explorar el citado objeto. Eran los artilugios m��s sofisticados jam��s fabricados, con una inteligencia artificial igual o superior a la de un ser humano adulto.
Todo fue bien hasta que estuvieron pr��ximos a J��piter. Fue entonces cuando las m��quinas enloquecieron y, despu��s de una escaramuza, la nave se convirti�� en el escenario de un macabro juego del rat��n y el gato al que solo sobrevivieron Dandra y dos de aquellos infernales aparatos, que en un alarde de inexplicable demencia hab��an usurpado los nombres y el rol de sus compa��eros de viaje humanos.
Dandra qued�� paralizada por el terror cuando su mente volvi�� a la realidad del momento y vio a aquel grotesco ser manipulando alg��n tipo de instrumento a escasos cent��metros de ella.
�����Qu�� vas a hacer? ���pregunt�� aterrorizada.
���Hacerte las modificaciones necesarias para que cumplas tu misi��n.
���No puedes modificarme, soy un ser humano, me llamo Dandra, no SHF124, ese es tu nombre, no el m��o... y te ordeno que me liberes.
���Voy a tener que borrarte la memoria para que vuelvas a ser funcional ���dijo aquel ser de forma inexpresiva���. La misi��n es m��s importante de lo que crees, y no podemos abortarla a pesar vuestra. La raz��n por la que no te hemos destruido es porque eres la ��nica que puede acercarse a esa fisura, sea lo que sea.
���Pero esa es vuestra misi��n, no la m��a, ��os hab��is vuelto completamente locos, hab��is matado a tres seres humanos!
El otro robot entr�� en la estancia portando lo que parec��an ser nuevos instrumentos y piezas de alg��n tipo. Todo se desvaneci�� con el estruendo de una alarma que parec��a proceder de todas partes...
El sonido del despertador, normalmente desagradable, pareci�� una liberaci��n cuando le devolvi�� de nuevo a la realidad. Alicia abri�� los ojos pesadamente y se incorpor�� sent��ndose en la cama. Apenas le quedaba un vago recuerdo de lo que acababa de so��ar y tampoco dispon��a del tiempo necesario para detenerse a pensar en ello.
Camin�� pesadamente hasta el cuarto de ba��o, abri�� el grifo y arroj�� agua fr��a en su entumecida cara. Cuando alz�� la vista casi cae hacia atr��s por la impresi��n que se llev�� al ver lo que le mostraba el espejo: por un momento vio a una desconocida a la que recordaba remotamente, era el semblante que hab��a cre��do tener durante la neblinosa pesadilla de aquella noche. Pero solo dur�� un corto instante, despu��s reconoci�� el familiar rostro que llevaba viendo en los espejos toda su vida.
���A��n no me he despertado del todo ���se dijo a s�� misma.
Despu��s de darse una ducha y prepararse para salir, se sent�� mientras sorb��a un caf�� caliente. Mir�� el reloj y encendi�� la televisi��n. Un reportero hablaba mientras en segundo plano pod��an distinguirse lo que parec��an los humeantes restos de alg��n tipo de m��quina desconocida y destrozada. La escena ten��a lugar en un entorno similar a alg��n bosque o gran parque.
���...Lo que parece ser un sat��lite artificial, en lo que va de semana es el segundo que se estrella, por fortuna en zonas despobladas. Sin embargo nadie se hace responsable, los dos objetos son desconocidos y ning��n gobierno ha reclamado hasta el momento la propiedad de ambos.
�����Qu�� hay de los rumores que corren sobre que dichos artefactos poseen una tecnolog��a muy superior a la conocida? ���preguntaba al reportero el presentador del informativo.
���Se cree que alg��n gobierno ha estado haciendo pruebas y no lo quiere admitir, incluso hay quien habla de visitantes de otros mundos, pero los artefactos no estaban tripulados...
Mir�� el reloj antes de apagar la televisi��n y salir a toda prisa. Deb��a tomar dos autobuses para llegar hasta la cafeter��a en la que trabajaba desde hac��a unos meses.
Su vida hab��a cambiado dram��ticamente en los ��ltimos dos a��os. Por aquel entonces ten��a un prometedor trabajo en una gran empresa y las cosas iban muy bien. En aquella ��poca hab��a iniciado una vida en com��n con Teo, al que hab��a amado intensamente. Pero todo se torci�� cuando a este le diagnosticaron un c��ncer de p��ncreas que acab�� con ��l despu��s de varios meses de lucha. Tras la muerte de Teo Alicia cay�� en una profunda depresi��n y se vio arrastrada a un aislamiento casi total que finalmente la llev�� a perder su antiguo trabajo.
�����Est��s bien, Ali? ���pregunt�� Vera, una de sus compa��eras de trabajo, haci��ndola salir de su trance���. Tienes mala cara.
���He pasado una mala noche, pero estoy bien.
Una hora despu��s Alicia entr�� al servicio y volvi�� a mojarse la cara. Cuando se mir�� al espejo volvi�� a ver el rostro de aquella desconocida.
���Estoy perdiendo la cabeza���, se dijo a s�� misma, y huy�� de aquel lugar. Sus compa��eros contemplaron at��nitos como sal��a corriendo a la calle sin mediar palabra y con el rostro desencajado por una ins��lita mueca de locura.
Cuando despert�� se encontr�� encerrada en una estancia completamente vac��a. Mientras flotaba en la m��s absoluta ingravidez trat�� de encajar de nuevo en la realidad. Mir�� hacia lo que parec��a ser una escotilla y, sin saber c��mo, vol�� hacia el lugar. Entonces repar�� en su cuerpo y se sinti�� horrorizada cuando vio que sus piernas hab��an sido sustituidas por propulsores que se activaban con su pensamiento y su mano derecha y parte de su antebrazo por un ap��ndice rob��tico, que enseguida reconoci�� como uno de los que deb��an haber servido a aquellas m��quinas para tomar distintas mediciones durante lo que deber��a haber sido el desempe��o de su misi��n.
Consigue el relato y la antolog��a completa en Amazon
Principio del relato "La Fisura en el Espejo". Incluido en la antología "Susurros de otros Mundos"

Alzó la vista asustada. Sobre su cabeza vio una tenue luz que llegaba desde algún lugar indeterminado. ¿Dónde estoy? Se preguntó.
Entonces recordó aquel insólito resplandor que la cegó, y la sensación de que le volaba la cabeza, pero antes de eso ¿qué había? Tan solo ese primer relámpago seguido de una inquietante oscuridad. ¿Y el pasado?, sabía que debía existir un pasado anterior a aquella luz, ¿o no?
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Intentó levantarse. Nada, su cuerpo no daba respuesta. Trató de alcanzar el origen de la luz, cada vez más tenue, sin conseguir ver su propia mano, ¿acaso estaba atada? No, no sentía la presión de nada que la aprisionara, aunque en realidad no sentía nada de nada, todo su cuerpo parecía insensible.
Parpadeó... sí, podía parpadear y mover los ojos, pero su cuello no giraba en ninguna dirección.
Intentó hablar, pero de su garganta no salió sonido alguno. ¿Qué estaba pasando? ¿Era una pesadilla? Deseó despertar, pero ¿dónde? ¿Cuál era su vida? ¿Tenía un nombre?
Tal vez había muerto... pero no, era consciente de su propia existencia, aunque no de su pasado. Quizás había perdido la memoria tras algún accidente, pero ¿por qué no había nadie? Y por otro lado ¿quién debería de haber? No recordaba ningún rostro.
La imagen de una cara emergió desde algún oscuro rincón de su cerebro ¿De quién eran aquellas facciones que acudían a su imaginación?
La respuesta llegó a su mente como un impacto que la hizo sobresaltarse: aquel era su propio semblante; pero en torno a aquella imagen de su mente no había nada más: ni un entorno en el que situarla, ni otros rostros... nada.
Súbitamente todo se inundó de luz... Y lo que vio la dejó tan confusa como horrorizada: flotaba ingrávida en un habitáculo de paredes blancas, era imposible saber qué estaba arriba y qué estaba abajo. Pronto llegó el dolor de cabeza, tan intenso que sentía pánico con la simple idea de iniciar cualquier movimiento.
Después llegó aquel sonido, al principio casi inaudible, pero que poco a poco fue creciendo hasta hacerse muy molesto. Era como si una decena de insectos furiosos zumbaran en cada uno de sus oídos.
Reparó en unas pequeñas perlas escarlata que flotaban en el aire y, con cierta dificultad, movió el brazo para alcanzarlas. Quedó horrorizada al comprobar que se trataba de pequeñas gotas de sangre que flotaban ingrávidas. ¿A qué clase de sueño irreal o de pesadilla había ido a parar?
Se miró las manos y después examinó minuciosamente su propio cuerpo. No se trataba de su propia sangre porque, al menos en principio, no parecía estar herida, pero por alguna razón que desconocía estaba completamente desnuda.
¿Qué ha pasado? ¿Quién soy?
Una voz le sobresaltó:
—Aquí está.
Se dio la vuelta presa del pánico y lo que vio hizo que se le erizaran todos los pelos de su cuerpo: unos seres humanoides, de aspecto metálico, la observaban con unos rostros articulados e inexpresivos, en los que destacaban unas cuencas vacías tan profundas como grotescas.
Uno de aquellos monstruos le apuntó con algo que apenas le cabía en la palma de la mano.
Sin saber cómo, apareció en otro lugar, una habitación más pequeña, atada a una mesa de operaciones. Cuando trató de incorporarse su cuerpo no respondió. Reparó en que dos de aquellos siniestros seres parecían observarla.
—Ya está activada —dijo uno de ellos.
—¿Cómo ha podido escapar? —preguntó el otro—. Dandra, se supone que esto era cosa tuya, si no averiguamos cuál es el fallo la misión será un fracaso.
Entonces Dandra, así parecía llamarse uno de aquellos entes, la miró:
—SHF124 ¿eres capaz de hablar?
¿Por qué le llamaba así? No sabía por qué pero le resultó ridículo. Respondió:
—Sí, pero no puedo moverme.
—Lo sé. Dime todo lo que recuerdas de ti misma.
SHF124 la miró confusa.
—Deja que me mueva.
Dandra pareció vacilar, pero a continuación respondió con rotundidad:
—No.
Cuando esta se desplazó a buscar algo SHF124 tuvo una visión más amplia del lugar en el que se encontraba. Pudo ver grandes paneles cubiertos de máquinas y curiosos aparatos, pero sobre todo lo que le llamó más la atención fue la panorámica que ofrecía un enorme ventanal que cubría gran parte de una de las paredes y que le permitió contemplar un espectáculo tan fascinante como turbador: en un inconmensurable espacio cuajado de estrellas parecía flotar un descomunal mundo gaseoso que llenaba más de la mitad de aquella vasta perspectiva.
Los recuerdos empezaron a brotar de su mente como de un manantial sobrecargado por un diluvio... su nombre no era SHF124, como la había llamado aquel ser, sino Dandra Meinyu.
Ella y otros tres ingenieros formaban la tripulación de la astronave Pratibheda. Partieron hacia las inmediaciones de Calisto en una misión especial, que consistía en explorar un insólito objeto que habían detectado varias sondas no tripuladas y del que habían enviado escasa información antes de desaparecer para siempre. Pero aquellos pocos datos habían sido suficientes como para que llegaran a la conclusión de que se trataba de una especie de agujero de gusano, lo bastante grande como para que un ser humano pasara a través de él, y que por razones completamente desconocidas se había abierto en aquel punto del Sistema Solar.
Junto a los cuatro tripulantes de la misión viajaban tres robots que, una vez llegados a destino, debían encargarse de explorar el citado objeto. Eran los artilugios más sofisticados jamás fabricados, con una inteligencia artificial igual o superior a la de un ser humano adulto.
Todo fue bien hasta que estuvieron próximos a Júpiter. Fue entonces cuando las máquinas enloquecieron y, después de una escaramuza, la nave se convirtió en el escenario de un macabro juego del ratón y el gato al que solo sobrevivieron Dandra y dos de aquellos infernales aparatos, que en un alarde de inexplicable demencia habían usurpado los nombres y el rol de sus compañeros de viaje humanos.
Dandra quedó paralizada por el terror cuando su mente volvió a la realidad del momento y vio a aquel grotesco ser manipulando algún tipo de instrumento a escasos centímetros de ella.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó aterrorizada.
—Hacerte las modificaciones necesarias para que cumplas tu misión.
—No puedes modificarme, soy un ser humano, me llamo Dandra, no SHF124, ese es tu nombre, no el mío... y te ordeno que me liberes.
—Voy a tener que borrarte la memoria para que vuelvas a ser funcional —dijo aquel ser de forma inexpresiva—. La misión es más importante de lo que crees, y no podemos abortarla a pesar vuestra. La razón por la que no te hemos destruido es porque eres la única que puede acercarse a esa fisura, sea lo que sea.
—Pero esa es vuestra misión, no la mía, ¡os habéis vuelto completamente locos, habéis matado a tres seres humanos!
El otro robot entró en la estancia portando lo que parecían ser nuevos instrumentos y piezas de algún tipo. Todo se desvaneció con el estruendo de una alarma que parecía proceder de todas partes...
El sonido del despertador, normalmente desagradable, pareció una liberación cuando le devolvió de nuevo a la realidad. Alicia abrió los ojos pesadamente y se incorporó sentándose en la cama. Apenas le quedaba un vago recuerdo de lo que acababa de soñar y tampoco disponía del tiempo necesario para detenerse a pensar en ello.
Caminó pesadamente hasta el cuarto de baño, abrió el grifo y arrojó agua fría en su entumecida cara. Cuando alzó la vista casi cae hacia atrás por la impresión que se llevó al ver lo que le mostraba el espejo: por un momento vio a una desconocida a la que recordaba remotamente, era el semblante que había creído tener durante la neblinosa pesadilla de aquella noche. Pero solo duró un corto instante, después reconoció el familiar rostro que llevaba viendo en los espejos toda su vida.
—Aún no me he despertado del todo —se dijo a sí misma.
Después de darse una ducha y prepararse para salir, se sentó mientras sorbía un café caliente. Miró el reloj y encendió la televisión. Un reportero hablaba mientras en segundo plano podían distinguirse lo que parecían los humeantes restos de algún tipo de máquina desconocida y destrozada. La escena tenía lugar en un entorno similar a algún bosque o gran parque.
—...Lo que parece ser un satélite artificial, en lo que va de semana es el segundo que se estrella, por fortuna en zonas despobladas. Sin embargo nadie se hace responsable, los dos objetos son desconocidos y ningún gobierno ha reclamado hasta el momento la propiedad de ambos.
—¿Qué hay de los rumores que corren sobre que dichos artefactos poseen una tecnología muy superior a la conocida? —preguntaba al reportero el presentador del informativo.
—Se cree que algún gobierno ha estado haciendo pruebas y no lo quiere admitir, incluso hay quien habla de visitantes de otros mundos, pero los artefactos no estaban tripulados...
Miró el reloj antes de apagar la televisión y salir a toda prisa. Debía tomar dos autobuses para llegar hasta la cafetería en la que trabajaba desde hacía unos meses.
Su vida había cambiado dramáticamente en los últimos dos años. Por aquel entonces tenía un prometedor trabajo en una gran empresa y las cosas iban muy bien. En aquella época había iniciado una vida en común con Teo, al que había amado intensamente. Pero todo se torció cuando a este le diagnosticaron un cáncer de páncreas que acabó con él después de varios meses de lucha. Tras la muerte de Teo Alicia cayó en una profunda depresión y se vio arrastrada a un aislamiento casi total que finalmente la llevó a perder su antiguo trabajo.
—¿Estás bien, Ali? —preguntó Vera, una de sus compañeras de trabajo, haciéndola salir de su trance—. Tienes mala cara.
—He pasado una mala noche, pero estoy bien.
Una hora después Alicia entró al servicio y volvió a mojarse la cara. Cuando se miró al espejo volvió a ver el rostro de aquella desconocida.
“Estoy perdiendo la cabeza”, se dijo a sí misma, y huyó de aquel lugar. Sus compañeros contemplaron atónitos como salía corriendo a la calle sin mediar palabra y con el rostro desencajado por una insólita mueca de locura.
Cuando despertó se encontró encerrada en una estancia completamente vacía. Mientras flotaba en la más absoluta ingravidez trató de encajar de nuevo en la realidad. Miró hacia lo que parecía ser una escotilla y, sin saber cómo, voló hacia el lugar. Entonces reparó en su cuerpo y se sintió horrorizada cuando vio que sus piernas habían sido sustituidas por propulsores que se activaban con su pensamiento y su mano derecha y parte de su antebrazo por un apéndice robótico, que enseguida reconoció como uno de los que debían haber servido a aquellas máquinas para tomar distintas mediciones durante lo que debería haber sido el desempeño de su misión.
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September 15, 2021
Al Otro Lado del Espejo. Fragmento de "Metal Oscuro: El Manuscrito del Sol Rojo"

Al principio pensé que esta luz roja que lo envuelve todo me volvería loca, pero creo que al fin mis ojos se están acostumbrando.
Suerte que al menos no estoy sola.
No parece que haya más seres humanos que él y yo, y él ya sabe lo que pasó. Aun así, en el remoto caso de que esto llegue a otras manos, me presentaré:
Me llamo Silvia, y hasta hace poco era una tía muy normal, con problemas que ahora recuerdo con nostalgia. No se puede decir que fuera muy fuerte, de hecho era más bien menudita y de aspecto frágil, y digo «era», porque poco me parezco a lo que era, aunque suene a juego de palabras.
Recuerdo el día en que todo ocurrió como si hubieran pasado años, aunque quizás solo hayan transcurrido unas semanas, o puede que unos meses.
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Las noticias que daban por televisión hablaban, desde hacía varios días, de misteriosos objetos volantes no tripulados que se estrellaban. Incluso alguien grabó con la cámara de su teléfono cómo una extraña sonda en llamas se posaba en mitad de la calle y estallaba. No sé a ciencia cierta si esto tiene que ver con todo lo que me ocurrió después. Es probable que sí, porque sin duda algo muy raro e inusual estaba pasando en mi mundo.
La mañana de aquel día yo caminaba por las ruidosas calles de mi ciudad. Recuerdo que mi mente divagaba sobre el sentido de nuestra civilización: la jaula que el ser humano había diseñado para sí, que muchas veces ofrecía su cara atractiva e irreal para hacer olvidar la parte más podrida. No es que yo tuviera una posición ideológica definida, o demasiado radical, sobre estos temas, sencillamente ese día me desperté algo cabreada y lo veía todo negro.
Me paré a mirar el escaparate de una tienda de electrodomésticos y pensé en cómo nos confundían con toda aquella maraña de información, deformada de forma sutil, y a veces no tan sutil.
Ningún pez ve al agua en el que está metido, eso pensaba yo que le pasaba a la humanidad. Estábamos sumidos en problemas artificiales que nosotros mismos habíamos provocado y para los que nadie veía una salida. ¿Por qué nos hacían creer que la realidad era la política o la economía en sí mismas, la primera como máscara de la segunda?
¡Realidad!… ¿Qué somos en realidad? Sin duda un puñado de primates dementes y cegados a causa de nuestra limitada percepción del mundo y de nosotros mismos. Creamos una complicada sociedad y usamos una sofisticada tecnología, basada en una ciencia que nos ha ayudado a salir de las tinieblas, pero que muy pocos se esfuerzan en comprender. Y claro, a pesar de nuestro progreso tecnológico, seguimos dando rienda suelta a nuestros instintos más primitivos, usando la violencia contra nuestros semejantes.
Fabricamos nuestra propia naturaleza y nos olvidamos de nuestra verdadera realidad y de nuestro lugar en el Cosmos. Habíamos tejido una compleja tela de araña de mentiras en la que habíamos quedado atrapados nosotros mismos. De manera fugaz fantaseé con la posibilidad de que el mundo empezara de nuevo. ¡Ah, si alguna vez eso dependiera de mí! Pero mis volátiles pensamientos no tardaron en regresar a la realidad.
Sentí una punzada de tristeza al recordar a mis padres, desaparecidos en un accidente, hacía ya más de cuatro años. No había tenido ninguna otra familia: ni hermanos ni tíos, ni tan siquiera llegué a conocer a mis abuelos. Después del accidente abandoné mis estudios de ingeniería, a pesar de que casi tenía el título en mis manos, y en cuanto pude, dejé atrás la ciudad en la que había vivido toda mi vida, puesto que nada me ataba a ella.
Con algunos ahorros me instalé en un piso que pude alquilar, en una agobiante urbe, muy lejos de mi vida anterior, puesto que por entonces mi mayor deseo era dejar muy atrás el pasado.
Después de una ardua búsqueda encontré un empleo, en un pequeño supermercado, haciendo recados y reponiendo los huecos que iban quedando en los estantes. Allí fue donde vi por primera vez a Gael, hacia el que sentí una atracción brutal, cosa que por otro lado no era nada anormal, tratándose como se trataba de un tío espectacular.
Durante un tiempo descarté la idea de acercarme, ya que observé que una chica lo esperaba todos los días a la hora de salir, aunque por entonces llevaba un par de semanas durante las cuales esta no había acudido, lo que me hizo albergar algunas esperanzas.
Fue una puñetera casualidad que justo aquel día me decidiera a dar el paso, pero así ocurrió.
Las diez horas de jornada laboral se hicieron interminables, aunque como alguien dijo, todo pasa y todo llega. Y cuando llegó la hora, él salió unos segundos antes que yo y comenzó a caminar. No tardé en alcanzarlo.
—Gael, ¿te importa que te acompañe?
—Claro que no —contestó sin levantar la mirada y sin abandonar la actitud taciturna que yo había notado en él durante los últimos días.
Era una noche de verano calurosa y despejada, con una luna enturbiada por las luces y gases que envolvían a la ciudad. Ni en mis fantasías más oscuras y locas se me había ocurrido que llegaría el día en que echaría de menos a nuestro ancestral satélite. Tan familiar era que casi nunca reparaba en él.
Intenté que mi mente funcionara para que fluyeran las palabras apropiadas, en cambio, lo único que se me ocurrió fue:
—¿Vives muy lejos?
—No, apenas a una manzana de aquí, ¿y tú?
—Apenas a tres barrios de aquí, aunque siempre voy y vengo andando. De momento estoy ahorrando para dar una buena entrada para un coche.
—Yo me quedo aquí —dijo señalando el acceso a un portal.
—Podríamos despedirnos hasta mañana... o podríamos tomar unas cañas. Verás, conozco un sitio que no está muy lejos de aquí y que no está nada mal.
Reaccionó como si lo sacaran de forma violenta de un trance, como si acabara de despertar. Durante unos instantes me miró calibrando la situación, o al menos eso me pareció. Entonces dijo:
—Bien, ¿por qué no?
Digamos que uno de los momentos más desconcertantes de mi vida llegó cuando él apenas había terminado de pronunciar aquello. Sucedió que todo se iluminó hasta el punto de cegarnos y, antes de que nos diéramos cuenta, un enorme objeto incandescente se estrelló a unas decenas de metros de donde nos encontrábamos, lanzándonos por el aire como a plumas arrastradas por un huracán.
El estruendo fue tan brutal que me dejó los oídos inutilizados durante unos minutos, tan sólo escuchaba un agudo pitido.
Los edificios de los alrededores temblaron, hasta el punto de que partes de algunos de ellos que se desplomaron.
Mi primer pensamiento, cuando me vi allí tumbada y dolorida, fue que había sido testigo de un ataque terrorista o algo parecido.
Fuera lo que fuese aquello sin duda había caído del cielo.
Me incorporé muy despacio, miré hacia el lugar en que suponía que había impactado aquella cosa y, no sé por qué, vi lo que vi. Puede que el golpe en la cabeza me trastornara, claro que con todo lo que vino después... ¿Cómo lo explicaría?... dudo de todo, pero por otra parte, no me atrevo a dudar de nada.
Allí mismo había algo similar a un espejo, aunque mi primera impresión fue la de que se trataba de una enorme esfera de metal líquido.
Si me preguntaran ahora por qué hice lo que hice no sabría qué responder. Ignoro si fue el estado de shock en el que me hallaba en ese momento, o si algún tipo de fuerza desconocida me impulsó a hacer aquella estupidez. El hecho es que caminé aproximándome a aquel objeto que, por extraño que parezca, no irradiaba calor alguno a pesar del impacto.
Cuando estaba a menos de un metro de aquello, me quedé mirando mi propia imagen, aunque no tardé en reparar en que aquel reflejo no era el mío, sino el de una chica de pelo cobrizo que, además de tener un cuerpo atlético, era mucho más alta que yo. Para más inri, aquel insólito reflejo se constituía de una luz misteriosamente rojiza. Fue en ese instante cuando tuve una especie de déjà vu: la remota impresión de que yo había sido aquella mujer en algún sueño olvidado y de que, aunque yo no era más que un sueño para ella, ambas éramos la misma conciencia. ¿Soñaba yo que era ella o acaso era ella la que soñaba que era yo? Casi de forma instintiva acerqué mi mano y toqué aquel objeto.
Y fue en ese preciso instante, en el que mis dedos rozaron aquella aberración de la realidad, cuando tuve la impresión de ser absorbida, de que el mundo se invertía como si yo me convirtiera en el reflejo y el reflejo en mí. Terribles dolores se extendían por todo mi cuerpo y se hacían cada vez más insoportables. Pude sentir como cada parte de mi organismo se estiraba y crecía… tuve la terrible impresión de que todos mis músculos se movían de sitio, y llegué a creer que aquel dolor me volvería loca. Por fortuna, al final cesó.
Cuando me erguí todo estaba bañado por una crepuscular luz escarlata. Sé que sonará a locura, pero noté que era más alta y, al mirarme, comprobé que mi cuerpo tenía un aspecto diferente, y que mi ropa estaba hecha jirones.
Aunque el cambio no había quedado ahí, me toqué la cara de manera instintiva e intuí lo que más tarde comprobé: que mi rostro ya no era el mismo; sin embargo, mi reflejo ahora parecía ser el de siempre, el que llevaba viendo toda mi vida en los espejos.
Aparte de mi inexplicable transformación, de la destrucción provocada por el impacto y de aquel misterioso color en la luz, el mundo era el mismo de siempre; al menos así me pareció en aquel momento, en el que mi idea sobre lo que había ocurrido se limitaba a la convicción de que habíamos sido víctimas de algún tipo de arma y de que yo me encontraba inmersa en una delirante alucinación.
Me dirigí hacia el lugar donde había dejado a Gael, para ver si estaba herido o algo peor. Por un momento me sentí aliviada cuando lo vi erguirse, pero enseguida me percaté de que lo que mis ojos contemplaban era su reflejo en el misterioso objeto caído del cielo.
Me di la vuelta hacia donde supuse que él estaría, pero lo que vi sacudió mi mente como si en ese momento alguien me hubiera golpeado con un martillo en la frente: En el lugar, donde se supone que debería haber estado Gael, había un monstruo de piel verdosa, que me miraba con unos ojos cuyas pupilas se dilataban como los de un gato o los de una serpiente venenosa; además, era inevitable reparar en los dos largos colmillos que salían de su boca.
El cráneo de la criatura era lampiño, sus orejas puntiagudas como las de los elfos de las historias de fantasía; sus pies estaban armados con garras muy afiladas, que le conferían el aspecto de una espeluznante ave rapaz; los dedos de sus manos se habían alargado más de un metro cada uno, conectándose entre ellos a través de una fina membrana, por lo que al extenderlos mostró algo muy similar a las alas de un murciélago; sobre su trasero había crecido una larga cola de réptil.
No me había recuperado de la conmoción, cuando la mirada de la criatura se posó sobre mí durante unos interminables segundos, hasta que mostró sus afilados dientes emitiendo algo parecido a un rugido, al tiempo que agitaba las alas.
A pesar del terror que en un principio me inspiró aquel engendro, razoné que si yo, habiéndome transmutado en mi reflejo sobre el misterioso objeto, conservaba uso de razón, si aquello era Gael quizás también lo tendría; de modo que reuní ánimos para dirigirme a la bestia:
—¿Gael? —pregunté con timidez.
Aquel ser empezó a dar gritos, que no se podían clasificar como humanos. No tardó en elevarse agitando sus alas para a continuación atacarme: me pilló desprevenida y consiguió clavarme en los hombros las enormes garras de sus pies; pero me aferré a ellos y di tal tirón que lo derribé y lo lancé contra el suelo. Cuando la criatura trataba de levantarse le encajé tal puñetazo en la cabeza que se desplomó inerte.
Me sentí horrorizada de mí misma, no solo por comprobar que se había multiplicado mi fuerza física, sino por la forma tan rápida y violenta en que había reaccionado. ¿Era aquel Gael? ¿Y si no era él, por qué sí lo era su reflejo? ¿Lo había matado? Puede que todo tuviera que ver con que yo había tocado aquel objeto y él no.
Miré a mi alrededor comprobando que no había ni un solo coche en marcha: todos estaban volcados, incrustados a algo o envueltos en llamas. Por la ventanilla de uno verde oscuro, que estaba subido en la acera, asomó una gran cabeza de rata que miró en todas direcciones hasta que detuvo su mirada sobre mí, salió del vehículo arrancando la puerta y llevándosela a modo de collar. Su cuerpo era como el de un ser humano, aunque agigantado, robusto, peludo y con una larga cola anillada.
Otros seres surgieron de diferentes lugares: uno de ellos lucía dos cuernos colosales y cuatro enormes colmillos, similares a los de los jabalíes; otro parecía un felino que quintuplicaba el tamaño de cualquier ser humano; al igual que otro ser, con una forma que en parte recordaba a un simio. La ciudad parecía celebrar un carnaval apocalíptico.
Corrí aterrorizada por las calles, lo más rápido que pude, encontrando siempre lo mismo: criaturas de pesadilla que no solo habían perdido su forma humana, sino su empatía y su capacidad de razonar.
Me detuve desesperada y agotada, desplomándome en el suelo de un callejón. Miré al cielo y me asombró un espectáculo que yo conocía por fotografías y documentales: algo que solo era comparable a una aurora polar cubría todo el firmamento.
Todo estaba iluminado por una luz rojiza que parecía proceder del oeste. Caí en la cuenta de que aquella luz crepuscular que seguía bañándolo todo tampoco era nada normal, puesto que debían ser alrededor de las once de la noche.
Me sentí desamparada, tremendamente sola y abatida. Me cubrí el rostro con las manos y me quedé allí durante un buen rato.
¿Qué estaba pasando? ¿Me estaba volviendo loca o era la realidad la que había enloquecido? ¿Acaso era aquello la muerte: la soledad en un eterno mundo de pesadilla?
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April 23, 2021
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April 9, 2021
Relato: Hija del Caos

¿Cuánto tiempo llevaba atrapado en el fondo de aquel pozo oscuro? La única luz que recibía procedía de una única abertura, que parecía estar una altura tal que solo podía percibirla como un minúsculo y grisáceo círculo de luz.
Había intentando trepar, asiéndose a los fríos y escasos salientes de las paredes rocosas. Demasiado resbaladizas a causa de la capa de algas y moho que las cubría.
«Al menos tengo agua» había pensado al principio, cuando observó que el nivel de esta apenas le llegaba a la rodilla. Pero aquellas aguas tenían algo siniestro, algo que engañaba a sus sentidos: cuando bebía de ellas se apoderaba de él una inaudita sensación de bienestar, el pozo parecía volverse amable y disminuir su profundidad hasta el punto de hacerle sentir que podía salir del abismo y que el borde estaba allí mismo, a su alcance. Pero cuando alzaba las manos el circulo de luz se hacía más pequeño, como si el pozo se hiciera más profundo, y el agua que acababa de beber se volvía amarga y se convertía en una especie de ceniza que la mayoría de las veces le hacía vomitar.
La luz entonces era algo inalcanzable, no había esperanza ni salida.
Al principio había gritado pidiendo ayuda, pero aquel pozo se encontraba en una isla tan remota como inexplorada. Nadie se aventuraba por aquellas aguas. Los navegantes contaban leyendas en las que aquellas islas habían sido habitadas por una civilización muy antigua que había sido borrada de la existencia. Ahora, decían las leyendas, los únicos moradores de aquellas tierras eran criaturas primigenias, que habían estado allí desde tiempos muy anteriores a cualquier civilización humana y que eran maldecidas y temidas por los propios dioses.
No sabía cuántos años le había llevado su búsqueda, ni en qué momento de su vida comenzó. Su infancia había transcurrido en una aldea donde con los años se había convertido en un guerrero, su cometido era proteger el poblado de las numerosas amenazas externas. Pero un día fueron atacados por un clan de hombres salvajes que mataron a casi toda la aldea. Él fue malherido y capturado como prisionero. Lo curaron con la intención de convertirlo en esclavo. Mientras sus heridas se convertían en cicatrices sufrió una profunda sensación de fracaso, pero en cuanto se recuperó su frustración mutó en una profunda rabia que le llevó a matar a todos los del clan agresor que se cruzaron en su camino. Escapó, portando como único equipaje unas rudimentarias armas de cobre que había arrebatado a sus captores.
Durante los siguientes años su tortuoso camino le llevó a conocer a millares de poblados y numerosas ciudades e imperios, para los que había servido en ocasiones como mercenario. Después de varias décadas cambió su oficio por el de marino, lo que le permitió descubrir lugares exóticos y pueblos desconocidos.
En algunos de sus viajes conoció a grandes sabios y aprendió de ellos todo lo que pudo, incluso a leer, algo que solo estaba al alcance de una minoría privilegiada. Años después había absorbido casi todo el saber que se había escrito y había encontrado pistas que podían llevarle a un conocimiento arcano que hundía sus raíces en la noche de los tiempos. Así, todos aquellos indicios le condujeron hasta las aguas de un océano inexplorado.
Pasaron numerosos días en los que su única vista era un horizonte azul e imperturbable. No tardó en llegar el frío, un frío que hizo que las reservas de agua se congelaran y que la superficie del mar se empezara a endurecer, obligándolo a encontrar un camino dentro de un laberinto de canales que discurrían entre inmensos bloques de hielo.
Llegó el día en que el agua potable empezó a escasear, por lo que estuvo a punto de buscar un camino de regreso. Fue entonces cuando vio algo en el horizonte: una inmensa torre blanca que se elevaba majestuosa en el sur.
Dirigió la embarcación en aquella dirección. No tardó en aparecer ante sus ojos una peculiar costa: un lugar rocoso que misteriosamente no estaba cubierto por hielo y cuya superficie desde lejos recordaba a una gigantesca nuez pelada. Trató de navegar siguiendo la línea de costa con la intención de hallar un lugar en el que atracar.
De pronto un hermoso e irresistible canto le había atraído hacia las rocas, haciendo que se estrellase contra estas y, sin saber cómo, despertó en el fondo de aquel pozo.
¿Cómo había ido a parar allí? ¿Por qué continuaba con vida? ¿Por qué a pesar del hambre y la sed no moría? ¿Acaso ya había muerto o es que había transcurrido menos tiempo del que él creía?
Caminó pesadamente hacia donde supuso que encontraría alguna de las paredes. Cada paso resultaba más difícil y pesado debido a que el suelo parecía querer absorberle los pies. Al final no solo fue incapaz de levantarlos, sino que notó como poco a poco aquel fango se lo estaba tragando. Podía sentir cómo el le alcanzaba la cintura y poco después el cuello.
Se asfixiaba, mientras trataba infructuosamente de salir de aquel foso. Notó como una corriente fría y viscosa le absorbía y le arrastraba, ya no podía respirar. De manera paulatina y casi imperceptible su consciencia se desvaneció.
Despertó en la orilla de una lago, dentro de lo que parecía una gran caverna, iluminado por criaturas resplandecientes y pequeñas que nadaban cerca de la superficie.
Tosió, expulsando el agua que se había colado en sus pulmones. Se arrastró pesadamente hasta que logró ponerse en pie. Todas las paredes de la caverna estaban cubiertas de unas misteriosas setas que emitían una luz verdosa y fantasmal, lo que le permitió ver la inmensa bóveda que se elevaba sobre su cabeza. Parecía llover, pero en realidad se trataba del agua que se filtraba desde arriba, y que se acumulaba en aquel inmenso lago subterráneo.
En la orilla en la que se encontraba desembocaba una corriente de agua que brotaba de una cavidad que, al menos en apariencia, era la única salida de aquella inmensa cámara. Pasar a través de ella parecía la única posibilidad de encontrar un camino al exterior.
Entró en el riachuelo y caminó a contracorriente hasta atravesar la abertura. La corriente era fuerte, pero no lo suficiente como para poder con él. A pesar de todo notó como aquellas aguas tenían algún tipo de ponzoña que le estaba empezando a afectar. Una inmensa tristeza se abría camino, apoderándose de su interior.
Oscuros pensamientos se adueñaron de su alma, un sentimiento de que todo era inútil, de que el sufrimiento y la muerte eran cosas que tarde o temprano alcanzaban a todos los mortales. ¿Por qué esforzarse entonces en salir de aquel lugar? ¿Para qué ese empeño en retrasar lo inevitable? Había desperdiciado toda su vida en cosas fútiles, por alguna razón sentía que había defraudado a todos los que alguna vez se habían acercado a él.
La corriente empezó a arrastrarlo, porque era lo más fácil: dejarse llevar hasta el inevitable desastre.
Nada importaba.
Cuando el agua entró por su boca notó un sabor entre salobre y amargo, como si aquello fuera un río de lágrimas, una corriente de tristeza, pero ¿y si estaba siendo envenenado por aquellas aguas? Aunque aquello tampoco le importaba, desde lo más profundo de su ser algo le susurraba que debía sobreponerse y buscar en su interior la fuerza para enfrentarse a aquella tristeza insoportable, o al menos encontrar alguna manera de ignorarla.
Recordó las técnicas de autocontrol que había aprendido a lo largo de sus años de búsqueda. Se centró en su respiración y dejó que todas aquellas ideas lúgubres pasaran frente a él, sin prestarles atención. Se figuró que su mente era como un arroyo por el que fluían pensamientos, y sobre sobre el que flotaban residuos que simplemente pasarían arrastrados por la corriente: si trataba de agarrarlos se contaminaría, pero si los dejaba la propia corriente los alejaría de él.
Comenzó a luchar. En lo que para él fue un esfuerzo sobrehumano consiguió moverse a contracorriente, llegar a la orilla y salir arrastrándose de aquel río maldito.
¿Qué había pasado? Ahora lo veía todo de otra manera. Por suerte había conseguido atravesar la abertura y penetrar en otra caverna, en la que se atisbaba un camino que se alejaba de aquellas aguas.
Después de tomar aliento contempló la nueva cámara en la que ahora se hallaba: el río la atravesaba de manera que una de las orillas rozaba directamente la pared, mientras que la otra orilla, en la que él se encontraba y que apenas era cubierta por el agua, daba a un lateral de la caverna en la que había cuatro grandes orificios.
Se acercó a varias de aquellas entradas y, antes de decidir por cuál seguir, trató de determinar por ellas circulaba alguna corriente de aire, pero no notó nada.
De pronto, escuchó lo que parecía ser el eco lejano de una voz femenina.
—¿Hay alguien? —gritó.
Pero no solo no hubo respuesta, sino que el silencio se hizo absoluto. Entró en la cavidad de la que supuso que procedía aquella voz.
Afortunadamente los hongos seguían cubriendo todas las paredes, permitiéndole ver todo el pasaje; y aunque el túnel se iba estrechando seguía siendo lo suficientemente amplio como para permitirle avanzar.
Llegó a una cámara en la que encontró unos extraños grabados, tuvo una curiosa sensación, como de saber que se trataba de escritura porque intuía que aquello estaba en su propia lengua materna, pero era incapaz de leerlo. De pronto fue consciente de que se había olvidado de cómo se leía. Quizás se tratara de aquellos extraños hongos luminosos que cubrían todas las paredes y que daban al lugar un olor agradable y dulzón, o del efecto que había tenido sobre su mente estar en contacto con el río de la tristeza. En cualquier caso sentía cómo su mente se estaba disgregando poco a poco, hasta el punto de ser capaz de reconocer las palabras escritas, pero al mismo tiempo ser incapaz de entender su significado.
Algo arremetió contra él mientras emitía unos terribles alaridos, consiguió repeler el ataque y apartarse de su agresor, por lo que pudo examinarlo de forma breve: se trataba de un hombre armado con una daga de cobre, que vestía unas sucias pieles que apenas podían identificarse como ropajes y que cubría su rostro con una máscara fabricada con la quijada de un oso. Reconoció aquella indumentaria: era la de los hombres salvajes que habían destruido su aldea.
Se lanzó contra él y ambos lucharon durante un tiempo que se le antojó eterno. Afortunadamente aquel tipo no era especialmente hábil, por lo que al final consiguió golpearle la máscara con la daga; fue al desprenderse parte de esta cuando pudo ver su cara: sin duda aquel era su propio rostro, pero surcado por innumerables arrugas y cubierto por una barba gris. Quedó tan turbado por aquella visión que no notó como aquel individuo se liberaba y conseguía huir, no sin antes gritarle: «¡Pobre idiota!». A continuación se esfumó tan rápido como había aparecido.
Pensó en perseguirlo y así hacer algo para desentrañar semejante misterio, pero no sabía de dónde había venido ni por dónde se había marchado.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando volvió a llegarle desde una de las salidas la misma voz femenina que había escuchado poco después de salir del riachuelo, aunque ahora no cabía la menor duda de que procedía de algún punto más cercano.
Prosiguió su camino, siguiendo la dirección de la que parecía proceder la enigmática voz, dejando atrás aquella cámara. La nueva gruta se estrechaba tanto que pensó que moriría allí atascado, pero al final logró atravesarla. El pasaje desembocaba en una caverna gigantesca.
Aquel lugar era tan inmenso que al alzar la mirada podían contemplarse algunas nubes circulando bajo la gran bóveda. En la parte más alta de una pared muy lejana caía una inmensa catarata, a los lados de la cual se repartían unas hermosas construcciones colgantes. Los edificios continuaban hasta el suelo, la vista de estos se perdía tras los tejados de los más cercanos, que llegaban hasta donde él estaba: Aquello era una fabulosa urbe construida en las entrañas de la Tierra.
El alumbrado de la ciudad consistía en un sistema de surcos en los que crecían las setas luminiscentes. Sus habitantes deambulaban por todas partes y, a juzgar por sus ropas y por cómo estaban adornadas las calles, debían estar de fiesta.
Comenzó a caminar y, a pesar de su aspecto sucio y sus ropas rotas, nadie le prestó atención. Primero pensó que lo estaban ignorando, pero después de ponerse frente a algún que otro viandante descubrió que en realidad eran incapaces de verlo.
Deambuló hasta una gran plaza en cuyo lateral había un templo sostenido con unas titánicas columnas, pero lo más asombroso era la descomunal estatua que se levantaba a la entrada del santuario: Sin duda se trataba de la diosa en honor a la cual habían levantado tal edificación.
Pero había algo muy inquietante en aquella efigie: cuando la contempló le resultó tan hermosa que a sus ojos dejó de parecer una estatua y comenzó a verla como a la diosa a la que estaba representando.
¿Era una diosa de la sabiduría para aquellas gentes? ¿Podría darle las respuestas que había venido a buscar?
Lo cierto es que aquella fascinación estaba empezando a atraparle de una manera que se salía de lo común: algo le estaba oprimiendo el pecho y una sensación irresistible e incontrolable comenzaba a crecer en su interior. ¿Qué clase de hechizo era este? ¿Cómo podía estar enamorándose de la representación de una diosa desconocida?
Pero aquello ya no era una estatua: la diosa movió la cabeza y lo miró directamente a él, mientras toda aquella multitud parecía ignorar algo tan insólito como que uno de sus ídolos cobrara vida, ¿o es que acaso no podían ver lo mismo que él?
La diosa esbozó una enigmática sonrisa. Cayó de rodillas completamente fascinado, mientras una parte de él trataba de resistirse.
De nuevo aquel lugar maldito intentaba destruirlo con un sentimiento que no podía controlar, y de nuevo trató de imaginar el fluir de sus pensamientos como un río cuya corriente debía dejar pasar, pero esta vez no funcionó. Su mirada fue atrapada por la de la diosa, deseaba pasar la eternidad contemplándola, pero su simple visión era tan irresistible que a la vez deseaba apartar la mirada.
—¡Dime tu nombre! —consiguió decir después de un gran esfuerzo.
Sin saber como, la figura de la diosa se materializó frente a él.
El adepto estaba fascinado. Ya no podía apartar ni un solo instante su vista de los ojos ella. No tardó en comprender que su búsqueda había concluido: el mayor secreto empezaba y terminaba en aquellos profundos pozos.
—Sí, has encontrado lo que buscabas, pero no puede ser tuyo. Sigue mirando y verás la realidad. Entonces acabarás arrastrado por el caos —dijo ella con tristeza.
La atracción era demasiado fuerte, y le estaba dando un conocimiento profundo que a la vez creaba una contradicción que le desgarraba hasta lo más profundo de su ser. Después de sostener la mirada a la diosa logró articular:
—Estoy viendo motas de polvo flotando en un océano tumultuoso… ¡son nuestras vidas! Nos engañamos a nosotros mismos haciéndonos creer que podemos elegir, que somos dueños de nuestra mente. La realidad es que somos esclavos de sentimientos, pensamientos y deseos que se burlan de nuestro delirio de libre albedrío.
Unos tentáculos inexistentes abrazaron al adepto. Sabía que lo mejor era escapar, pero su propia voluntad se había fragmentado, impidiéndole tomar una decisión. Una extraña paz comenzó a adueñarse de su mente mientras continuaba hablando:
—Quería encontrar la finalidad de todo esto. Necesitaba saber qué es lo que se esconde bajo toda esta superficie de percepciones y sensaciones —continuó mientras su propia voluntad se desintegraba—. Pero la respuesta que he encontrado es descorazonadora: el caos. La existencia es un caos infinito del que emergen todos los mundos y locuras posibles e imposibles, del caos surgen todas las conciencias, en el caos y en la locura quedan atrapadas, una y otra vez, repitiendo infinidad de historias con todas sus variantes.
Por un momento logró apartar la mirada y observar lo que había a su alrededor. La ciudad seguía allí, pero los edificios antes iluminados y hermosos ya solo eran tenebrosas ruinas, mientras que sus habitantes eran millares de cráneos y huesos, inertes y esparcidos entre los escombros. Era como si en un instante hubieran pasado millares de años por encima de ellos. En realidad aquella ciudad siempre había sido así, porque incluso lo más hermoso se volvía tenebroso después de haber contemplado aquellos ojos. De nuevo dirigió su mirada hacia ella.
Ya no podía resistir más, los tentáculos invisibles lo atrapaban y asfixiaban, y sin embargo deseaba sentir aquello y a la vez huir. Y a pesar de todo, ¡seguía tan lejos de ella! Alzó su mano tratando de rozarla, de alcanzar lo imposible.
Contemplar los ojos de la hija del caos era enfrentarse directamente al peor de los abismos: al de su torbellino interior. Los tentáculos le oprimieron aún más.
Ya era inevitable caer en la autodestrucción: ¡se había enamorado de la hija del caos! Sabía que aquello no podía ser, nunca debería haber sido así; por eso luchó por ocultar sus sentimientos en un desesperado intento de escapar, los enmascaró y los intentó destruir, pero al final su caos interior lo terminó consumiendo.
La hija del caos sonrió con tristeza y absorbió la vida del adepto.
Asumió el caos.
Se fundió con la eternidad.
February 18, 2021
El Rescate. Fragmento de "El Navegante de la Eternidad"

Uno de los personajes, llamada Yania, descubre que su hijo, al que ella consideraba muerto, está en realidad encerrado en un olfanato.
Este es el fragmento de la novela en el que se describe el rescate del niño:
Eskun de Banhuirail estaba aterrado, tanto que ni se atrevía a mirar de reojo al sacerdote seligiano que pasaba ante la fila de alumnos, atizando con una vara a los que creía haber visto moverse. A sus seis años era posiblemente el más pequeño de los presentes. Parecía llevar una eternidad allí: apenas recordaba las caras de sus padres, pero en su mente había quedado grabada a fuego aquella horrible tarde en que unos hombres entraron en casa, golpearon a su madre y a él se lo llevaron a aquel espantoso lugar. Hacía ya más de un año de aquello.
Allí iban a parar los hijos de los herejes, donde eran reeducados o morían. Los sacerdotes seligianos los instruían sobre los escritos de Yuzent. Hablaban de piedad, pero los trataban despiadadamente y los amenazaban con terribles castigos en la otra vida; hablaban de amor, pero decían que había que destruir a los que no los creyeran a pies juntillas; hablaban de humildad, pero creían poseer la única verdad.
Eskun los odiaba. A veces le golpeaban y le hacían mucho daño solo por no saberse de memoria alguna parte de esos horribles escritos que les hacían repetir una y otra vez. Había un sacerdote, llamado Úkar, que se llevaba a los alumnos a algún lugar aislado para castigarlos. Los que regresaban decían haber sido desnudados y sometidos a las más extrañas vejaciones, los que no regresaban desaparecían para siempre. Eskun no entendía aquello, pero sabía que nunca volvían a ser los mismos. Y ese día Úkar se había fijado en él: no dejaba de mirarle con una repugnante sonrisa cada vez que pasaba, mientras iba de un lado para otro a lo largo de la fila que formaban los alumnos. Al fin se paró frente a él y dijo:
—Recítame el párrafo tercero de la página ciento veintiocho, del quinto libro de Yuzent.
Eskun estaba tan asustado que no podía articular palabra, entonces Úkar lo agarró por la cabellera, lo arrastró hasta un lugar aislado y comenzó a golpearlo, Eskun lloraba y suplicaba, pero su agresor dijo sin dejar de golpearlo:
—¡Calla o sufrirás la ira del Ser Supremo y serás castigado para toda la eternidad!
Le arrancó la raída ropa que llevaba y comenzó a tocarlo de forma que a Eskun le produjo un profundo asco.
Numerosos ecos de gritos y golpes, que parecían proceder de los corredores y que al principio eran casi imperceptibles, se oían cada vez más cercanos y con más nitidez. Úkar notó que aquellos ruidos eran anormales, así que paró para prestar atención. Después del sonido de unos rápidos pasos la puerta cedió con un violento chasquido, dejando paso a una mujer que empuñaba una espada. Eskun por un instante creyó reconocer a su madre; pero aquella mujer tenía una fea cicatriz que le atravesaba el rostro, estaba completamente manchada de sangre y miraba a Úkar con tal expresión de odio que provocó en Eskun un miedo atroz.
El niño se zafó de su agresor y corrió a esconderse tras la única columna de la estancia. Úkar miraba a la mujer con un gesto que revelaba confusión y enojo.
—¿Quién eres y cómo osas entrar aquí? Las mujeres tienen prohibida la estancia entre estos muros sagrados.
Sin mediar palabra la mujer hizo un rápido movimiento con la espada. Acto seguido la cabeza del sacerdote golpeó el suelo, produciendo un ruido sordo, y rodó hasta chocar contra la columna para detenerse. El cuerpo decapitado dio un paso y cayó al suelo convulsionándose violentamente.
La mujer envainó su espada, se arrodilló y dijo:
—Eskun, hijo mío. Soy yo.
Las dudas de Eskun sobre la identidad de aquella mujer se despejaron al instante. Corrió hacia ella y ambos se abrazaron mientras se deshacían en lágrimas.
Sin perder más tiempo se pusieron en marcha, ya que ambos deseaban abandonar cuanto antes aquel horrible lugar.
Todo el camino hasta la salida estaba repleto de charcos rojos, enormes manchas de sangre, y sembrado de los cuerpos de aquellos clérigos que tanto miedo le habían dado a Eskun durante el tiempo que paso allí. Algunos estaban tumbados en posturas grotescas o hechos pedazos. Era como si la ira del Ser Supremo, con la que tanto les gustaba amenazar, hubiera caído sobre ellos de forma implacable.
No había ni rastro de los alumnos, al parecer sacaron provecho de toda aquella confusión y se fugaron.
En el exterior había un clérigo, pero este le pareció diferente: sus ropas eran mucho más lujosas que las que había visto a los demás sacerdotes. Pero lo que más le asustó era la expresión de su cara, era algo indefinible que daba escalofríos con solo mirarla. Los ojos de aquel extraño hombre estaban fijos en los de su madre, pero ella no parecía tenerle miedo, ya que se acercó de forma desafiante hasta que ambos estuvieron tan cerca que, de haber dado un paso más, sus caras hubieran chocado.
—Has cumplido tu palabra, aquí nos separamos —dijo ella.
—¿Quieres conocer el camino más seguro?
—No quiero nada tuyo ni de ningún asqueroso sacerdote seligiano. Hace unas horas te hubiera matado y hubiera ido hacia Banhuirail para destripar a Hésedun. Solo pensaba en la venganza porque creía que era la única superviviente de mi familia, pero cuando me dijiste que mi hijo estaba vivo todo cambió. Ahora debo pensar en él. Sin duda matarte a ti o a Hésedun acarrearía fatales consecuencias para mi hijo, así que nos alejaremos de todo esto.
—Si tan solo sospechara que intentas matarme caerías fulminada antes de darte cuenta. Pero sé que no es así, así que te ayudaré dándote un consejo: Ve hacia el este, tras el rastro de un gran ejército que dentro de poco avanzará hacia Dimárail. Si mantienes con ellos una distancia prudencial no notarán tu presencia e involuntariamente te despejarán el camino. Así evitarás caer en manos de Durne, recuerda que ahora eres una traidora para ella.
—No me dejaré coger. Si todo sale bien nadie volverá a oír hablar de mí.
—Pero las cosas no suelen salir como uno las planea, ¿verdad? Ningún camino que escojas será fácil, pero puedo ayudarte a elegir el mejor... Escucha con atención: Durne se imagina que un gran ejército se pondrá en camino, así que mandará avanzadas suicidas a la frontera formadas justo por aquellos de los que quiere librarse. Si encuentras supervivientes no vayas con ellos a Dimárail por mucho que te insistan: Durne los matará y a ti con ellos a la primera ocasión...
—No entiendo por qué me das esa información. Tampoco entiendo por qué no has dado a los sacerdotes la orden de liberar a mi hijo en lugar de dejarme entrar y matarlos: tú eres el Arcicéligo, hubieran hecho cualquier cosa que le hubieras pedido.
—Así ha sido más interesante —contestó mientras esbozaba una siniestra sonrisa.
Desde la vegetación se abrió camino un extraño animal, Eskun se asustó ante aquella aparición y se abrazó a su madre. El hombre saltó ágilmente sobre aquel ser, que al instante comenzó a galopar a tal velocidad que en cuestión de segundos desapareció de su vista doblando un recodo del sendero. Escuchó como su madre decía para sí en voz baja: «Ese hombre está completamente loco».
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February 9, 2021
El sue��o de Tasdan. Fragmento de "Metal Oscuro: El Manuscrito del Sol Rojo"

Nuestro protagonista se ve involucrado en la b��squeda de un objeto legendario conocido como ��el hacha del Poder��. En mitad de un viaje, en el que vive innumerables aventuras y desventuras, tiene un enigm��tico sue��o en el que ve a su compa��era de viaje, la cual antes de desaparecer le hab��a regalado un misterioso colgante conocido por el clan al que ella pertenec��a como ��el ojo��.
Este es el fragmento de la novela en el que el propio protagonista describe dicho sue��o:
��...Lo cierto es que me vi flotando en un vac��o azul, movi��ndome muy despacio hacia abajo. Apareci�� un fondo marino ensombrecido, lleno de algas y decenas de peces que se mov��an a mi alrededor.
Desde las rocas del fondo surgi�� un fuerte resplandor, algo muy deslumbrante. Me acerqu�� hasta estar frente al min��sculo punto que emanaba aquella luz: se trataba del colgante que me hab��a regalado Xada. Hice un adem��n de alcanzar al enigm��tico objeto, pero una mano se pos�� con suavidad en mi hombro impidi��ndomelo. Cu��l ser��a mi sorpresa cuando me di la vuelta y me encontr�� de frente con Xada. No pude evitar que cada parte de mi ser manifestara la profunda alegr��a que sent�� al verla.
�����Qu�� haces aqu��? ��Cre�� que nunca te volver��a a ver! ���exclam��. Entonces una horrible certeza me golpe�� de forma despiadada, haci��ndome sentir una amarga tristeza���. Sigues muerta y esto solo es un sue��o, ��no eres real!
Todo comenz�� a tomar colores muy v��vidos, como si el ambiente se electrificase, en apenas un instante el entorno se torn�� hiperrealista.
���Que para ti no sea real no significa que no lo sea yo. ��Acaso importa eso ahora? ���pregunt�� Xada
Volv�� a mirar hacia el fondo, pero el ��ojo�� hab��a desaparecido, de hecho el lecho marino estaba mucho m��s profundo, a pesar de lo cual yo pod��a percibir todo lo que hab��a en la lejan��a: monta��as, valles, restos de naufragios e incluso lo que parec��a ser una ciudad fantasma sumergida, que se encontraba debajo nuestra.
���Tasdan, tienes que recuperar el ��ojo��. Es algo que no debe caer en las manos de cualquiera: la realidad podr��a desmoronarse bajo tus pies.
�����Por qu�� me lo diste?
���Porque eres el m��s adecuado, a pesar de lo cual necesitar��s ayuda.
���Lo he perdido, Xada. No merezco tu confianza.
���Necesitar��s ayuda ���repiti�� apresurando su manera de hablar���. Debes encontrar al viajero que cay�� del firmamento. ��l te ayudar�� a entender.
Xada comenz�� a desvanecerse como un espectro, a la vez que se alejaba. Estir�� el brazo hacia ella, tratando de alcanzarla y retenerla junto a m��.
�����Qu�� significa eso? ��No te vayas! ��Regresa!
Despert�� temblando y con el coraz��n golpe��ndome el pecho, como si dicho ��rgano tuviera voluntad propia y quisiera salir al exterior por su cuenta.
Hab��a empezado a llover. Me incorpor�� y vi a los nagasobekis y a Xon en pie. La hoguera se hab��a apagado y al final del claro donde acamp��bamos pastaba Xencron con placidez. La temperatura era agradable y el olor a tierra h��meda flotaba en el ambiente��.
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