Pedro Cayuqueo's Blog, page 208
April 2, 2017
El Perú y la tentación del sobresalto
A Pedro Pablo Kuczynski le sucede todo al mismo tiempo: la naturaleza se ensaña con el Perú, especialmente con el norte; el Parlamento le es afiladamente adverso; la prensa le es hostil; los escándalos de corrupción de los gobiernos anteriores le afean y enrarecen el escenario; la burocracia no le responde con celeridad; el carácter técnico de su gabinete ministerial exaspera a los que piden más política al tiempo que vituperan la política; la impaciente población desaprueba mayoritariamente a su gobierno, aseguran los encuestadores.
No es difícil, ante estas sombras, pensar en el piloto de Vol de nuit, la novela de Saint-Exupéry, atrapado en la ontológica tormenta. Su temperamento flemático, del que se burlan sus detractores, le viene bien a Kuczynski en estos días porque le permite dos cosas: no perder de vista un cierto sentido del conjunto, algo que en política es siempre difícil hacer, y no sobrerreaccionar dando palos de ciego, que es lo que suele suceder cuando el político se siente amenazado.
Aún es pronto para determinar si será un buen gobierno, pero lo que es seguro es que, entre sus rivales, difícilmente hay alguien que en un contexto semejante estaría manteniendo la ecuanimidad que pude comprobar recientemente durante una visita a su casa y el sentido de las prioridades. Las características que más le critican al mandatario, una cierta distancia irónica sobre el mundo de la política y una visión tecnocrática de las cosas, probablemente le han servido bien en estos días para afrontar la tragedia que se ha abatido sobre el Perú por factores climatológicos que han dado en llamarse “el Niño costero” y que, además de un centenar de muertos, han dejado un saldo de muchos miles de damnificados, de viviendas arrasadas, tierras agrícolas devastadas y carreteras dañadas.
Hay un cierto consenso -a regañadientes, con “peros” y “sin embargos”- en que Kuczynski ha respondido al estado de calamidad con eficiencia, en lo inmediato, desde ese lugar donde sólo ha habido ineficiencia en años recientes, que es el Estado peruano. La distribución de las funciones, la comunicación, el despliegue material y los gestos públicos llevados a cabo por el gobierno han dificultado mucho la tarea de sus detractores, que, a su vez, han tratado de evitar que el Presidente se lleve los méritos con sus propios gestos personales, más bien mediáticos, forzados, con tufo populista.
Pero Kuczynski es demasiado perspicaz para no darse cuenta de que con esto, en términos estrictamente políticos, sólo ha ganado tiempo, o, más bien, sólo ha conseguido congelar momentáneamente el tiempo. Porque los factores que atenazaban su presidencia hasta horas antes de agravarse los “huaicos” e inundaciones, y convertirse la naturaleza en una emergencia nacional, están allí, agazapados, a la espera.
El Perú tiene un Presidente que es mejor que su gobierno y un gobierno que es mejor que su bancada parlamentaria. El resultado, si las matemáticas no le fueran tan adversas en el Congreso, sería dudoso porque en cierta forma las mejores gestiones se dan cuando las cosas suceden al revés, es decir cuando la bancada parlamentaria y los ministros descuellan en comparación con la Presidencia (por lo general, cuando esto sucede, no se nota, de manera que suele pensarse que el buen Presidente lo ha sido por mérito propio y no porque lo que operaba bajo su autoridad era superior). Pero resulta que a esto hay que sumarle un factor profundamente perturbador: la aplastante mayoría parlamentaria del fujimorismo, que es el populismo autoritario de derecha en el espectro peruano.
Aunque no puede decirse todavía que haya impedido al gobierno tomar muchas decisiones (no han revertido la gran mayoría de decretos legislativos, por ejemplo, que el Poder Ejecutivo emitió a raíz de las facultades extraordinarias que recibió casi al inicio), sí se puede señalar que el Congreso ha trabajado diligentemente para “embrujar” al gabinete ministerial y ganarle la moral. Esto se ha traducido en una inhibición de ciertos ministerios para tomar decisiones y adoptar iniciativas, y del propio Presidente a la hora de cruzar la frontera que separa lo políticamente prudente del liderazgo audaz. Kuczynski y sus ministros parecen haber interiorizado, no muy conscientemente, lo que algunos comentaristas vienen diciendo: que el objetivo del fujimorismo es producir la vacancia de la Presidencia, el temible “impeachment”. En eso, al menos, el fujimorismo parlamentario, y sobre todo el mediático, parecen haberlos intimidado.
El gobierno ha dado pasos en la dirección prometida -la desburocratización, la dinamización del gasto público, las gestiones para gatillar algunas inversiones de gran vuelo-, pero todavía nada de eso tiene suficiente notoriedad como para representar una gestión blindada contra el enemigo político. La tasa de crecimiento, que es de las mejores de la región, oculta que las bases económicas no son las necesarias para retomar el impulso que tenía el Perú en tiempos del “boom” de las materias primas. Los niveles de inversión privada siguen muy lejos de lo que Kuczynski quisiera. Uno de los mayores retos políticos es que el calendario de esa reanimación del capital privado sea más acelerado que el calendario del desgaste político, medido con encuestas a las que se da una importancia desproporcionada bajo un clima de opinión tóxico.
Quizá este sea al aspecto más peligroso de los dos flagelos que ha soportado el Perú: el de los escándalos de corrupción de los gobiernos anteriores y el de los “huaicos” e inundaciones atroces.
El primer flagelo tuvo el efecto de entregar a los adversarios de Kuczynski un arma arrojadiza que han empleado con saña para tratar de involucrarlo en los sobornos de los que, con pruebas aparentemente muy sólidas, se acusa a Alejandro Toledo por el caso Odebrecht (Kuczynski fue ministro de Toledo pero no hay el menor indicio de que tuviera relación alguna con los sobornos).
El segundo flagelo, el de los elementos naturales, ha tenido el efecto inmediato de confirmar la parálisis de los capitales privados, los “espíritus animales” de los que hablaba Lord Keynes, que el Perú necesita que se pongan en marcha y que al gobierno le urgen para proteger su salud política.
Es cierto: toda “reconstrucción” después de un desastre natural puede dinamizar la economía. Pero estamos hablando sobre todo de dinero estatal (en un contexto de déficit fiscal). Suponiendo que, habilitadas todas las carreteras (ya que uno de los daños económicos ha sido la paralización del transporte en las zonas afectadas), las cosas se pusieran en marcha y retornara una cierta normalidad pronto, no hay todavía signos que permitan anticipar esa inyección productiva que es la razón de ser de la actual Presidencia. El clima político creado por los escándalos de corrupción de gobiernos anteriores y las constantes amenazas del fujimorismo contra el Poder Ejecutivo obstaculizan el regreso del optimismo inversor.
Un factor podría jugar a favor de Kuczynski mientras madura ese optimismo económico: la división del fujimorismo. El gobierno da por cierta la lucha de poder entre la hija de Alberto Fujimori que fue derrotada en las dos últimas elecciones presidenciales y el hijo del Presidente que ocupa hoy un asiento en el Congreso y hace amagos de candidatura. También la dan por cierta otros sectores políticos y parte de la prensa. Yo no estoy tan seguro. Todos parten del supuesto de que, desde la cárcel, Fujimori trabaja a través de su hijo para desplazar a su hija, que le “robó” el partido y parece más interesada en su destino personal que en la libertad del padre. Pero esas conjeturas son riesgosas desde fuera de una familia; en cualquier caso, no debe olvidarse el componente mafioso que sigue existiendo en esa agrupación (según lo comprobó la última campaña presidencial). Llegado el momento, los intereses comunes pueden enterrar las diferencias personales.
En todo caso, el gobierno cree que la división es real y que lo ayudaría mucho que el fujimorismo presentara un proyecto para que las personas muy mayores cumplieran sus condenas en casa. De ese modo, Fujimori saldría de la cárcel, el gobierno aparecería como movido por razones humanitarias (el mandatario firmaría la ley) y la guerra entre hermanos cobraría una nueva dimensión: Fujimori padre y Fujimori hijo estarían en condiciones ideales de hacerse con el control del partido.
Es un juego riesgoso para el gobierno, y sobre todo distractor. Una mejor forma de erosionar a la oposición es hacer las cosas bien desde el gobierno y, si ello no es posible por el obstruccionismo, ponerla en evidencia. Siempre cabe la posibilidad de que el fujimorismo evite una confrontación de máxima intensidad porque no puede haber olvidado que en las últimas dos décadas perdió todos y cada uno de los enfrentamientos contra el antifujimorismo, un león dormido que de tanto en tanto despierta. Kuczynski ya fue capaz de derrotar, contra todo pronóstico, al fujimorismo en la segunda vuelta electoral, por esa dinámica.
Desde luego, no conviene al gobierno forzar el enfrentamiento. Su posición es relativamente débil. Pero no es tan débil como lo piensan lo asesores y colaboradores del Presidente. Es un error creer que el Perú toleraría sin chistar un intento de declarar la vacancia de la Presidencia sin que hubiera de por medio pruebas de un delito presidencial. La amenaza galvanizaría a la población contra un fujimorismo que hoy no tiene, en las encuestas, la fuerza de la última campaña presidencial.
Un buen ejemplo de esto ha sido la reacción contundente del país contra una propuesta del fujimorismo para cercenar la libertad de prensa (se pretendía utilizar el subterfugio de prohibir a los denunciados por corrupción ser dueños o directores de medios). El fujimorismo ha tenido que dar marcha atrás, a la espera de otra oportunidad. No significa que la amenaza haya terminado. En otros campos el fujimorismo se mueve con intenciones claras: por ejemplo, una reciente recomposición del directorio de El Comercio, el diario principal, ha devuelto a aliados de esa corriente una cabeza de playa que habían perdido al interior de la empresa. Aun así, Kuczynski está más protegido de lo que el gobierno cree y los suyos deberían por ello actuar con menos temor al adversario si ese adversario no quiere colaborar para crear el clima de inversión indispensable.
Una reflexión final. El principal problema peruano no es económico sino político o, más ampliamente, institucional. Mientras Kuczynski no pierda de vista esa verdad, será posible dejar un país mejor del que recibió aun si se trata de uno menos rutilante del que sus deseos construyeron en la imaginación de sus votantes. Atajar amenazas liberticidas, lobbies inescrupulosos y burocratismos desleales sigue siendo el camino para lograr el éxito.
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El pararrayos
Nunca ha habido un período de conflicto social y político o de “transformaciones profundas” que tarde o temprano, cuando las pasiones entran en hervor y comienza la fase de los dientes rechinantes y los puños cerrados -para no decir nada de los “robos de madera” que investiga S.E.- que no aparezca una institución y/o persona que, cualesquiera sean sus méritos o desméritos, opere como un target claro, visible, al alcance de la rabia, adecuado pararrayos para concentrar toda la tensión que se ha cargado y anhela descargarse. La tragedia o a veces comedia consiste en que dicha condición de cercanía no equivale necesariamente a una de relevancia. En el proceso de independencia de las colonias americanas de la metrópolis británica el pararrayos que descargó las furias fue una insignificancia, un nuevo impuesto al té; en la revolución francesa los rencores de siglos que dieron el puntapié inicial al protagonismo de los “sans culottes” se descargó por primera vez -habría luego muchas otras ocasiones- en una prisión de mala muerte, la Bastilla, donde ese 14 de julio había sólo tres detenidos; en 1914 el odio de los nacionalistas serbios contra el Imperio Austro-Húngaro se expresó matando al archiduque Franz Ferdinand, precisamente el heredero al trono que se aprestaba a hacer reformas. Y en Chile el malestar de trabajadores que han experimentado y experimentan vidas de estrechez, frustración y resentimiento está siendo descargado contra las AFP, paradójicamente, de entre todas las instituciones privadas o públicas que afectan la vida de los chilenos, las que más han entregado beneficios tangibles, como lo comprueba quienquiera estudie su cartola y haga unas simples cuentas en vez de oír las consignas acuñadas por Mesina y otros operadores políticos disfrazados de dirigentes sociales. Un alienígena de visita podría suponer que las rabias iban a encontrar un mucho más plausible blanco en el sistema de salud público, el cual acumula colas y déficits monstruosos merced a una gestión de incompetencia monumental; podría asumir que las marchas enfurecidas son para fustigar la corrupción que ha hecho presa de la clase política e incluso, según parece, de la totalidad del aparato público local y central, desde municipios con 600 o más funcionarios fantasmales cobrando sueldos a dichosos jubilados con pensiones exorbitantes, asesorías truchas de combatientes analfabetos pero voraces, reparticiones con empleados cuyas cónyuges exhiben súbitas fortunas, alcaldes en cana por robo, funcionarios policiales, incluyendo altos oficiales, metiendo las manos en todos los cajones y un largo etcétera de desbarajustes a costa del bolsillo de la ciudadanía. Pero no. Las furias marchantes, los gritos enfurecidos, las pancartas en llamas se dirigen precisamente contra y donde hay menos razón para hacerlo como si, en los llamados movimientos sociales, imperara un profundo y oculto deseo de autodestrucción.
La razón
No es difícil entender esa incoherencia. Los mecanismos que afectan la vida de las personas son a menudo recónditos, complejos, fuera del alcance de la vista del ciudadano de la calle y/o también se basan siquiera parcialmente en falencias personales que nadie quiere reconocer ni recordar ni evaluar. Es preferible siempre -típico rasgo humano- culpar a terceros que reconocer la participación propia en la creación y desarrollo del problema. Y en cualquier caso, se sea del todo inocente o no, siempre es más cómodo y fácil asumir que la culpa es de quien se nos dice es el causante de todo. “¡El fue!” es la prédica estentórea proviniendo del púlpito político que pone las anchas avenidas de la historia a disposición del respetable público para que marche y evacue su odio. En breve, anhelamos un objeto tangible en y con el cual cobrarnos venganza y nunca nos va a faltar el activista a sueldo que, muy amable, nos lo señale con el dedo. Nadie está muy interesado en hacer un frío examen de los complejos factores que producen tales o cuales efectos nefastos para nuestras vidas; dejamos siempre eso a los académicos de la próxima generación porque lo que queremos es una víctima propiciatoria AQUI Y AHORA.
Esa tendencia a culpar al empedrado que, cuando es expresada por un individuo aislado, es motivo de risa, tema de comedia o chiste de los tres chiflados, en tiempos convulsos y cuando la manifiesta una gran fracción de una entera comunidad se convierte en un nada de gracioso estallido de rabia irracional y muy destructiva, partiendo por destruir a quienes lo manifiestan. Hay siempre en la historia una fase cuando el raciocinio pierde su por demás escasa capacidad de controlar a la masa y aparece en triunfo Su Majestad la Locura; hay un momento trágico en que dicha muchedumbre no desea pensar en nada sino darse el gusto de cobrarse lo que supone se le debe; hay un lapso de delirio furioso en que se desata el progrom, el linchamiento, el vandalismo, el saqueo, la pateadura o al menos la gritadera histérica. ¡Qué importa si el objeto es culpable o no! Hay una rabia a flor de piel y hay, al alcance del puño apretado, un rostro al cual golpear.
¿Espontáneo?
Estas cosas no son siempre espontáneas y en verdad a menudo son planeadas y luego gatilladas por quienes desean hacer uso de ese tsunami de ira para sus propios fines. Desde sus autos de lujo, desde sus oficinas bien alhajadas, desde sus sedes partidistas, desde sus universidades ya ordeñadas y exprimidas, desde sus salas de plenario y desde sus reuniones entre cuatro paredes hay quienes calculan cuál pueda ser el blanco más oportuno, cuándo vocearlo, en qué momento azuzar a la plebe y de qué manera usar el resultado para obtener poder. Como dijo alguna vez Allende a unos periodistas de su sensibilidad, la tarea que les compete no es dilucidar la verdad, sino promover la revolución. Del mismo modo pero de manera mucho más intensa y persistente actúan los azuzadores del presente. La verdad es lo de menos; lo que digan las cifras importa poco; lo que señale la lógica vale hongo; lo que interesa es NUESTRA VERDAD, absoluta, total, omnímoda, ante la cual todos deben someterse. Y para esos efectos siempre es bueno contar con la fuerza bruta de quienes han sido convertidos en brutos.
Catálogo
¡Cuántas operaciones de esa clase no hemos visto en estos dos miserables años! ¡Con qué descaro más de uno de los sumos sacerdotes a cargo de esta suerte de misa negra lo han confesado desde sus altares! Ahora ya lo sabemos: no se trataba de una educación “gratuita y de calidad” sino de reducirla a la condición sofocante, mediocre, niveladora para abajo e irremediablemente chanta que brinda el Estado. Para eso sirvieron los nenes que marcharon poniendo los ojos en blanco y dando pasitos de baile; para eso se liquidó a los colegios de calidad, “emblemáticos”; para eso se busca “sacarles los patines” a los talentosos; para eso se mantiene incólume un gremio de profesores incapaz de evaluar otra cosa que no sean los aumentos salariales. Y para cada una de estas iniciativas se ha contado con una masa hipnotizable con un par de tontos eslóganes. Tan exitosa fue la avivada de cueca que se ha visto a padres celebrando las tomas y saqueos de sus hijos por mor de la Gran Lucha. Se pregunta uno cuándo comenzarán las quemas de libros.
Pero queda aún mucho más a lo cual pasarle la retroexcavadora. La demolición apenas ha empezado. Hay, nos dicen, que profundizarla. Hay que “continuar la obra”. Hay que hacerse cargo del “legado”. Y para lograr todo eso, afirma Elizalde, flamante presidente del PS, hay que “mostrar generosidad”. Ya sabemos cómo se traduce esa piadosa frase: tirar al tarro de la basura las candidaturas que no prenden y sumarse sin muecas de asco a la de Guillier. Ahí está la papa. Ahí están los votos. Ahí está la supervivencia, compañeros.
¿Y qué hará Guillier, de vencer? Hará lo único que puede hacer: continuar “echándole pa’ elante”. Las leyes que regulan estos procesos son implacables: lo que se anunció y prometió ha de cumplirse o la horda furiosa cambiará de target.
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Continuidades y rupturas
Es interesante, y también pertinente, el debate que comienza a instalarse en torno a cuánto sobrevivirá y cuánto se irá pique del legado de este gobierno. En eso básicamente va a consistir la campaña presidencial. Lo que es curioso, sí, es que sea el mismo gobierno que llegó con una retroexcavadora al poder el interesado ahora en que la administración que venga no quiera partir nuevamente de cero. Vaya que le hizo mal al país esta utopía. Las sociedades no progresan a salto de mata y a estas alturas hay que ser muy fanático para no aceptar que la única manera de construir es operando a partir de lo que ya existe. El resto es arrogancia o idiotez.
Ante el dilema de la continuidad o la ruptura, en todo caso, quien la tiene más fácil es, por supuesto, Sebastián Piñera. No está implicado en ninguna de las iniciativas de este gobierno, ha sido un crítico tenaz de esta administración y a nadie le cabría en la cabeza que estuviera por darles continuidad a políticas públicas que considera erróneas. Su intención, lo ha dicho una y otra vez, es corregirlas, lo cual no necesariamente significa retrotraer las cosas al 2014, de partida porque los relojes no andan para atrás y el país de hoy no es el mismo de entonces. Pero está fuera de dudas que el país no puede casarse para siempre con opciones que fracasaron o fueron contraproducentes, por muy bienintencionadas que fueran en sus inicios. Si vuelve al gobierno Piñera, ni siquiera tendrá que escanear mucho para identificar lo que haya que corregir. Hasta las encuestas señalan en la actualidad que buena parte de la reforma educacional extravió el rumbo, que la reforma tributaria hay que rehacerla entera, primero para que alguien la entienda y segundo para que sirva, efectivamente, al desarrollo del país, y que habrá que ver hasta dónde la reforma laboral no genera en la práctica incentivos dañinos para el equilibrio de las relaciones internas en las empresas.
A quienes sí el debate sobre las continuidades y rupturas interpelará en forma más dramática es a los candidatos presidenciales de la Nueva Mayoría. De hecho, ninguno hasta ahora se ha definido con mucha claridad a este respecto. En el mejor de los casos reivindican una suerte de lealtad emocional al legado de Bachelet, pero a partir de ahí comienza el desmarque: que esto sí, que esto no, que esto quizás. Se entiende: es tan difícil atajar un piano cuando va en caída libre como declararse disponible para doblar la misma apuesta en que la Presidenta Bachelet fracasó. Algún reconocimiento tendrán que hacer los candidatos oficialistas para explicar por qué el país está como está: paralizado, confundido, contrariado y deprimido. La culpa esta vez no podrá ser imputada a la derecha, puesto que esta administración hizo exactamente lo que quiso y para eso dispuso de bancadas mayoritarias en ambas cámaras del Parlamento, las dos obedientes y las dos entusiastas. Está siempre abierto el expediente de culpar de lo malo a los ejecutores, a los ministros, varios de ellos efectivamente de pavor: que no lo hicieron bien, que fueron torpes y que usaron hachas donde a lo mejor muchas veces una buena lima hubiera bastado. Está, por último, el viejo recurso de echarles la culpa a los aparatos de comunicación del régimen, asumiendo que las reformas eran buenas, pero se comunicaron mal. Es dudoso, sin embargo, que la misma ciudadanía decepcionada con la gestión presidencial se compre estos subterfugios. Y precisamente por eso es que la posición de quien sea el abanderado del oficialismo será incómoda. Nunca fue fácil reivindicar gobiernos fracasados y tampoco es buena carta de presentación haber tocado en la banda que los acompañó.
El Frente Amplio está en una posición distinta. Pero aun cuando este sector está libre de cargar con las mochilas y pesos muertos que dejará este gobierno, lo cierto es que tampoco la próxima elección le saldrá gratis. Su gran momento de decisión será no antes de la primera vuelta, sino el día después, cuando deba decidir entre si apoyar a uno o a otro de los candidatos a segunda vuelta. Esta decisión siempre ha sido traumática para las fuerzas políticas empeñadas en romper la política binaria. Una alternativa, desde luego, es negociar con el primero o el segundo, toda vez que estos estén disponibles a hacerlo. La otra es apelar al recurso, muy poco atractivo políticamente, de dar libertad de acción, porque envuelve una suerte de deserción y disuelve la identidad política que se quiso construir. Será para el Frente Amplio una disyuntiva complicada: algo así como si me lo quitas me muero, si me lo dejas me matas.
Siempre se dice que no hay momento mejor que las elecciones para saber qué quieren efectivamente los países y hasta dónde quieren llegar. Si así fuera, estaríamos entrando al momento de las definiciones. Bienvenidos a las disyuntivas: sea porque estamos curados de espanto, sea porque hayamos madurado un poco o porque hasta aquí no se divisan candidaturas mesiánicas que distorsionan todo, esta vez el país tomará su decisión con la cabeza algo más fría que en otras elecciones.
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Perplejidad y tonterías
Perplejidad es la palabra que mejor describe la reacción de los observadores extranjeros ante el espectáculo de la política chilena. Una perplejidad que nace de la enorme cantidad de tonterías que muchos de nuestros políticos dicen y hacen. Claro, hay tonterías grandes, tonterías medianas y minitonterías. Pero todas son tonterías al fin y al cabo, y lo que es más grave es que la mayoría de ellas quedan impunes, flotando en el aire, con un tufillo de verdad. Son tonterías pegajosas, que se repiten sin cesar, y que se difunden a través de las redes sociales. Hay gente ingenua que las cree por el solo hecho de que alguien las dijo en un programa de radio, o porque las publicó un diario.
¿Queremos ser como Ecuador?
Hace unos días, el precandidato presidencial por el Frente Amplio, Alberto Mayol, alabó al sistema económico de Ecuador y afirmó que Chile debiera seguir algunas de las políticas impulsadas en ese país. El sociólogo hizo esta afirmación al criticar los resultados del “neoliberalismo” en Chile. Pero resulta que si uno compara a Chile y a Ecuador, los resultados son abismantemente favorables a nuestro país. Un paralelo de este tipo indica, en forma instantánea, que no hay nada, absolutamente nada, que justifique las afirmaciones de Mayol.
Empecemos por lo más simple. Durante la primera mitad de los años 1980, Chile y Ecuador tenían un ingreso per cápita idéntico. Los dos países eran como dos gotas de agua, cada uno con un ingreso por habitante de casi cuatro mil dólares; Chile con 3.696 dólares y Ecuador con 3.697 (esto está medido, como corresponde, usando la metodología de paridad de poder de compra).
Después de tres décadas, en el año 2016, el ingreso per cápita en Chile era de casi 24 mil dólares (23.696), mientras que el de Ecuador apenas se empinada por sobre los 11 mil (11.037).
Vale decir, dos países que partieron exactamente en el mismo lugar, hoy tienen una diferencia de uno a dos: Chile tiene un ingreso per cápita que supera al de Ecuador en un 100%. Nótese que no estoy hablando de un poquito más alto. ¡Se trata de más del doble!
¿A qué se debe esta diferencia abismal? La respuesta es muy simple: Chile siguió un modelo de mercado basado en la apertura, la innovación y en los aumentos de la productividad, mientras que Ecuador se embarcó en una política proteccionista, repleta de trabas y regulaciones, restricciones y distorsiones, una política populista no muy diferente a la seguida por Venezuela, Bolivia, y Argentina durante los Kirchner.
¿Estarían los chilenos dispuestos a que sus ingresos cayeran a menos de la mitad, con tal de tener un sistema “antineoliberal”, como el impulsado por Rafael Correa y admirado por el precandidato Alberto Mayol Miranda? Desde luego que no; enfáticamente, no.
Corrupción y transparencia: la historia de dos países
Pero los problemas de Ecuador no están restringidos a la economía. Van mucho más allá. Para empezar, ha tenido problemas políticos serios. Como es bien sabido, el gobierno de Rafael Correa ha impuesto restricciones severas al funcionamiento del sistema democrático y ha actuado con un autoritarismo solo superado por la Venezuela de Maduro (para ser justos, esto es algo que Mayol reconoce).
Según la ONG Freedom House, Ecuador tiene un sistema político que sólo es parcialmente libre. En contraste, Chile es considerado como uno de los países con mayor libertad política en el mundo entero. En una escala de 1 a 7 (donde 1 es lo mejor), Ecuador obtiene un 3 en “libertades políticas” y un 4 en “libertades civiles”. Chile tiene un 1 (la nota máxima) en ambas categorías. En lo que a “libertad de prensa” se refiere, Ecuador está calificado entre las peores naciones del mundo; Chile, entre las mejores.
Otra ONG sumamente respetada, Transparencia Internacional, acaba de publicar su último ranking sobre la percepción de corrupción en el mundo entero. En este estudio, los países con menor corrupción obtienen un puesto más elevado, mientras que los más corruptos quedan rezagados. En el estudio para el año 2016, Dinamarca y Nueva Zelandia aparecen como los dos países con menor corrupción en el globo, seguidos por Dinamarca y Suecia. En los últimos años, Chile perdió el galardón de ser el país menos corrupto de América Latina (ese puesto ahora lo tiene Uruguay). Sin embargo, y a pesar del caso Caval, de las colusiones y otros escándalos, Chile está en el lugar 24, infinitamente mejor -vale decir menos corrupto- que Ecuador, que se encuentra en la posición 120.
Pero esto no termina aquí: de acuerdo al Indice de Performance del Medioambiente de la Universidad de Yale, Ecuador es un depredador de la naturaleza. Según el último ranking del EPI (la sigla en inglés de este índice), correspondiente al año 2016, Ecuador está ubicado en el lugar 103. Chile, en comparación, está en el lugar 52. Este no es un puesto particularmente destacado, pero supera con mucho a Ecuador, el país insignia de uno de los candidatos del Frente Amplio (los países mejor ubicados son Islandia y Finlandia).
¿Y la desigualdad?
¿Y qué pasa con la distribución del ingreso? ¿Ha tenido Ecuador, en los últimos años, una mejoría en la distribución del ingreso? ¿Y si ha sido así, ha sido este progreso más rápido que el experimentado en Chile? A mediados de los años 80, Ecuador tenía un coeficiente Gini de 50,5, mientras que el coeficiente en Chile era de 56,2. Vale decir, en el punto de nuestra comparación, Ecuador tenía una distribución del ingreso más igualitaria que la chilena.
¿Qué pasó desde entonces? Desde mediados de 1980 la distribución del ingreso mejoró en Chile, un poco más rápido que en Ecuador. El coeficiente Gini cayó en 5,7 puntos en Chile, y en 5,1 puntos en Ecuador. Hoy en día, el índice Gini en el país del Guayas es 45,4, mientras que el de Chile anota 50,5. La distribución sigue siendo más igualitaria en Ecuador que en Chile, pero la brecha se ha ido cerrando. Esto indica, una vez más, que el tema distributivo sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro país.
Dado todo lo anterior, cabe preguntarse ¿qué quiso decir, exactamente, Alberto Mayol cuando aventuró que Chile debiera emular a Ecuador? La verdad es que no lo sé. De hecho, debo reconocer que sus declaraciones me sorprendieron, porque si bien no he estado de acuerdo con las ideas del sociólogo, siempre lo he considerado una persona seria y bien informada, un polemista de fuste, y bien intencionado. Creo -y esto es tan sólo una conjetura- que en esta ocasión el precandidato fue víctima de un alboroto, y de una retórica rápida y sin mayor reflexión, de un afán de disparar desde la cadera sin tomarle verdadero peso a sus declaraciones. Porque la verdad es que nadie, en su sano juicio, puede decir que Chile debiera haber seguido la senda del Ecuador. Ese era, sin dudas, el camino equivocado. El camino de la mediocridad, el autoritarismo, la corrupción y la falta de transparencia.
En las próximas elecciones estará en juego el futuro de Chile. Después de cuatro años de un gobierno menos que mediocre -un gobierno malo, para ser francos-, es necesario enmendar el rumbo. Y el primer paso en este proceso es dejar de lado las tonterías y embarcarnos en un debate serio y profundo, informado y relevante, un debate que hable con la verdad sobre los desafíos y las oportunidades que enfrenta nuestro país.
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Miss Venezuela
Crecí en los 80 en una ciudad de provincia. La televisión consistía en tan sólo un canal que transmitía un noticiero sin noticias y los discursos en cadena nacional de un hombre hablando con voz chillona y destemplada sobre el acecho de los enemigos internos y externos. Para él y sus seguidores, sus adversarios eran un cáncer que debía ser extirpado. En esos años yo me asomaba al mundo a través de esa pantalla, de las revistas, los libros y de las enciclopedias en facsímiles que compraban mis padres. Fui fraguando así mis propias ideas sobre países extranjeros, en donde se superponía información y fantasía: Rusia era el correo del Zar de Verne y un lugar en donde había señores marxistas y señores ateos; México era el sitio en donde había niños que vivían en barriles y comían tortas de jamón; España era un comercial de Cola Cao y el estribillo de una canción llamada Hoy no me puedo levantar.
Venezuela para mí fue, antes que nada, la secuencia de inicio de una teleserie: un auto descapotable atravesando una avenida de palmeras delgadísimas que se curvaban por el peso de una corona de ramas despeinadas por la brisa. También era una fotografía en contrapicado de autopistas que, como los brazos de un pulpo, se juntaban y extendían distribuyendo el flujo de enormes autos enormes como los de las películas norteamericanas. Venezuela era un país imaginado en donde siempre brillaba el sol, una comarca sin frío, de gente apasionada y colorida viviendo sobre un suelo hecho de petrodólares. El lugar en donde encontraban refugio los exiliados chilenos -recuerdo una entrevista a Isabel Allende en una revista mexicana fotografiada en un living luminoso de Caracas- y más tarde la patria de Jesús Rafael Soto y Carlos Cruz Diez, dos creadores de un arte de una elegancia contundente y seductora. Finalmente, Venezuela sería para mí el lugar en donde nació el hombre que fundó la universidad en la que estudié.
Nunca he estado en Caracas. Lo más cerca que he llegado a estar de esa ciudad fueron unos días en Barranquilla, el Caribe colombiano, en donde conocí a una periodista caraqueña que me contó que esa tierra de ilusión de mi infancia estaba cambiando aceleradamente. Años después el padre diplo- mático de otra venezolana, que también conocí en Colombia -una mujer entrañable, culta y generosa a la que nombré Miss Venezuela Honoris Causa en la mitad un carnaval- fue detenido. La razón de las autoridades para ordenar su captura eran sus declaraciones políticas contrarias al gobierno.
Actualmente, ninguno de ellos -ni la periodista, ni Miss Venezuela Honoris Causa, ni su padre diplomático- vive en su país. Tampoco viven en Venezuela el conductor del taxi que me trajo hace unos meses del aeropuerto a mi casa, ni el mesero recién contratado del restorán peruano de mi barrio (que saluda dando la mano), ni el barbero de la peluquería de la esquina.
Esta semana le pregunté a un amigo -director de cine nacido en Chile, criado en Caracas, que retornó a Santiago hace unos años- cómo estaban sus padres. Ellos viven en Venezuela desde hace 40 años. Hasta allá partieron buscando mejor vida -el padre, ex empleado de una agencia publicitaria; la madre, profesora normalista- y descubrieron un lugar que se parecía mucho al país imaginado de mi infancia. Lograron cosas que no podrían haber alcanzado en Chile, allá prosperaron durante los años en que su propio país se hundía en la crisis económica y la cerrazón política; estudiaron en la universidad, formaron familia, hicieron amigos. Los venezolanos les hicieron un lugar, los trataron como si siempre hubieran pertenecido a su país. Los padres de mi amigo vivieron las épocas de auge y también fueron testigos de la debacle provocada por la corrupción política. Apoyaron a Hugo Chávez pensando que el cambio que proponía podría funcionar. Mi amigo me contó que él y su hermano -que nació en Caracas y ahora también vive en Santiago- pensaban que era inevitable que sus padres volvieran. La vida ya no es lo que era. Las últimas conversaciones con ellos giraban en torno a las asperezas de una vida cotidiana cada vez más ruda: sólo contaban con cuatro horas de agua potable a la semana, distribuidas entre las cinco y seis de la mañana durante los días jueves, viernes, sábado y domingo; habían sido asaltados en su auto en medio de un taco y su madre se había fracturado la cadera luego de que una estampida de clientes -alguien gritó que había llegado pollo- la tumbara. “Ellos están tristes, no quieren volver, su mundo lo hicieron allá. Es emigrar a los 78 años. Ellos escogieron Venezuela y quieren ser enterrados allá”, se lamentaba mi amigo.
El jueves, cuando leí que el Parlamento venezolano había sido intervenido y sus poderes anulados, pensé que el país de mi infancia -el de un energúmeno poderoso, indolente y feroz hablando en cadena nacional sobre los enemigos de la patria- había desaparecido sólo para volver en otra forma, en otro lugar y en otro tiempo; retornó para apagar el brillo colorido, exuberante y lejano de mi país imaginado.
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La nueva frustración
“MÁS ENREDADO que virutilla”. Así describió Andrés Zaldívar la situación actual de la Nueva Mayoría, dominada por una prodigiosa desorientación política y una extraña carencia de liderazgos efectivos. El fenómeno es digno de atención porque, mal que mal, la NM reúne en su seno a una cantidad impresionante de políticos experimentados, que han protagonizado capítulos importantes de nuestra historia reciente. Dicho de otro modo, es llamativo que una coalición con un pasado tan exitoso no le encuentre la salida al callejón, como si la derrota ya estuviera internalizada. Los síntomas son variados, pero quizás el más nítido sea el siguiente: el PS logró la extraña proeza de convertir en irrelevante su propia decisión presidencial, atascándose en una escolástica de tiempos y mecanismos incomprensibles a ojos de cualquier observador.
Las causas del fenómeno son profundas, y de allí la extrema dificultad para salir del entuerto. Cuando Eduardo Frei, después de una campaña insólita, perdió la elección con Sebastián Piñera, la Concertación debió haber iniciado un proceso de reflexión sobre lo obrado. Sin embargo, prefirió no hacerlo, refugiándose en la popularidad de Michelle Bachelet y en una serie de consignas recogidas en la calle. En esa decisión -que tomaron libremente todos los dirigentes de la Nueva Mayoría, incluso aquellos que dicen no haber leído el programa- se encuentra el origen de las dificultades actuales. Al no haber realizado una autocrítica razonada sobre su legado dejaron el campo abierto para el cuestionamiento y la crítica fácil proveniente de los más líricos. Además, dieron lugar a una excéntrica borrachera ideológica cuya resaca será larga (y allí está el Frente Amplio para mostrarlo). Cuando algunos quisieran emprender una defensa reflexiva de la Concertación, ya era muy tarde. En política, los tiempos son casi todo.
Esto puede ayudar a comprender los problemas que hoy enfrenta el conglomerado. No es casual si Michelle Bachelet parece triste, solitaria y final; como si su única expectativa fuera que este infierno se acabara lo antes posible. Hay allí un abandono muy temerario de lo que representa la figura presidencial en nuestro país. Un presidente, por dar un solo ejemplo, no debe llamar a sus ministros a “ponerse en la buena”, sino que debe zanjar sus diferencias. Del mismo modo, no es fortuito que Ricardo Lagos tenga que defender su obra al mismo tiempo que reniega de ella, y que sus más críticos lo saquen todos los días al pizarrón. Tampoco es fruto del azar que la reforma más emblemática de este gobierno (la gratuidad) todavía no tenga ni siquiera proyecto de ley, básicamente porque nadie en el gobierno ha tenido a bien tomarse en serio la complejidad de nuestra sistema universitario.
En definitiva, al oficialismo le falta reflexionar sobre su pasado, presente y futuro. Naturalmente, los tiempos electorales no dan para ello; pero quizás sí pueden permitir explicitar las profundas diferencias que conviven allí, sin pretender (volver a) esconderlas bajo la alfombra. No hay acción política exitosa sin diagnóstico coherente, y por eso la Nueva Mayoría -en su estado actual- está condenada a la esterilidad. Esta vez, para peor, no podrán seguir culpando al binominal de sus propias frustraciones.
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April 1, 2017
Insultos fulminantes
LOS INSULTOS están al orden del día. En estos últimos días hemos tenido toda una racha: “Da la impresión de que nunca hubiera sido presidente […] es de aquellos que dicen ‘Viva Chile, viva Pinochet’” (Aleuy contra Piñera). “Los que apoyan a Piñera hicieron con Pinochet un Estado docente a través de las municipalidades” (Nicolás Eyzaguirre tratando de defender a Aleuy y diciendo algo que, viniendo de un reciente ministro de Educación, no se entiende). “Que le vaya a pedir disculpas a su abuela. Yo no tengo por qué pedir disculpas […]” (Reymi Ferreira, el ministro de Defensa de Bolivia contra Heraldo Muñoz). “[E]s peor que el régimen de Pinochet […] El entorno pinochetista le está haciendo un profundo daño, quizás por eso es que tiene solo el 20% de aceptación” (Ferreira de nuevo, esta vez contra el gobierno de Bachelet). “[E]fectivamente lo escribí y lo repito, es un usurpador, un mentiroso, miente en cosas múltiples” (Carlos Huneeus refiriéndose a Enrique Correa, a quien además lo compara con Karadima). “[E]stos técnicos al ser de derecha, no son técnicos” (el mismo Huneeus refiriéndose esta vez a gente con quien no comulga).
No sigo para no cansarlos, y porque si sigo van a entender menos que lo que entendían antes. Eso tienen los agravios, las injurias y otras expresiones gratuitas vociferadas con la intención puramente de dañar: impiden el entendimiento mínimo. Me recuerda la famosa frase de G. Bernard Shaw que alude a cómo se puede perder el arte de la conversación, aunque lamentablemente, no el poder del habla, por ejemplo cuando algunos la confunden con ladridos (lo último es agregado mío).
Obviamente, las rabias vienen exteriorizándose desde hace rato. El diputado aquél, quien injuriara a Andrónico Luksic, sigue punteando, nadie lo ha superado. Ello es cierto solo si tomamos en cuenta lo que se dice en público. El nivel de agresividad, no solo verbal, con que uno se topa a diario es solo comparable, quizás, a cuando, bajo la UP, los chilenos se creyeron, ya una vez, que la “experiencia chilena” ha de ser popular (en sentido de vulgar) si se quieren hacer cambios mayores aunque no todo el país esté de acuerdo.
Con la salvedad que ni siquiera entonces se llegó a lo que sucede hoy. Como lo de enero recién pasado cuando un grupo de “mujeres historiadoras” postearon una carta abierta a Gabriel Salazar en que lo califican de “ignorante” [sic], haciendo estallar las redes sociales, por no estar de acuerdo con él en cuestiones de “género”. Nada menos que “colegas” suyas, algunas ex-alumnas, académicas de la misma facultad de Filosofía y Humanidades de la UCh, a quienes les respondió dura pero no incivilizadamente para, luego, este semestre renunciar como profesor porque se le hizo intolerable seguir allí.
Es que lenguajes tóxicos corroen, producen consecuencias de lamentar, y nadie está a salvo, ni siquiera de “fuego amigo”. Hemos llegado al punto que solo valen las sectas y sus lógicas “amigo-enemigo”, también su corolario “el amigo de mi enemigo es mi enemigo”.
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Desesperados
¿PINOCHET? ¿En serio? ¿Eso es lo mejor que tienen para atacar a Piñera? Por favor, un poco más de imaginación. Pero, claro está, este gobierno sigue demostrando día a día lo deficiente que es. Esta semana, dos ministros y un subsecretario vincularon al candidato de la derecha con Pinochet, declaraciones que fueron ampliamente difundidas en las cuentas de Twitter y las páginas oficiales de La Moneda. Como si no tuvieran nada qué hacer y, de paso, olvidando que su rol no es ser comentaristas de la elecciones.
Lo primera acusación se basa en que un grupo de personas gritó “viva Chile, viva Pinochet” en el evento de lanzamiento de la candidatura de Piñera. Entonces, dicen es el candidato de la derecha dura, de los que van a Punta Peuco. No sean niños. Nadie se compra ese discurso. Eso es tan absurdo como criticarlos a ellos porque gracias a los comunistas son gobierno. Los que dicen que Cuba es una democracia. Los que no se atreven a condenar a Venezuela. El país no está para ese tipo de tonteras.
La segunda línea de críticas se refiere a las propuestas de Piñera. Plantean que son de la derecha dura, la pinochetista. ¿Por qué? Porque el candidato dice lo que todos saben. Las reformas de este gobierno hay que cambiarlas. Porque son malas, no funcionan y nadie las apoya. En las encuestas, todas ellas tienen un amplio rechazo. En la práctica, solo han causado problemas. Esto lo dice hasta Guillier, que es mucho decir, porque el hombre no acostumbra a plantear idea alguna.
La verdad es que lo que este gobierno llama propuestas conservadoras y de derecha dura, no son más que un llamado a la sensatez, a la lógica política que imperó desde que volvió la democracia y que la Nueva Mayoría se encargó de demoler con una eficiencia inaudita. Por algo estamos como estamos. Por algo Bachelet tiene cerca un 80% de desaprobación. Nadie quiere lo que está pasando. Eso ya lo debieran saber.
Entonces, más que Piñera sea duro, lo que está sucediendo con el país es muy duro. Y se requerirá un esfuerzo enorme para salir adelante. Para desenredar la herencia de este gobierno. Y eso requerirá medidas que hoy pueden sonar audaces, pero que solo buscan recuperar el rumbo perdido. Y eso es lo que quieren todos, no solo la derecha dura. Por algo Piñera lidera ampliamente en las encuestas. Por algo es que tiene más posibilidades de ser elegido nuevamente presidente.
Está claro que aquello desespera a una parte de la Nueva Mayoría y, especialmente, al gobierno. Pareciera que ellos sacaron las cuentas y ya saben que perderán. Podrían mostrar los números que manejan, porque ni siquiera la derecha está tan convencida de aquello. Pero claro, es evidente que las cosas no se están dando para ellos. Y como no tienen argumentos de peso para contrarrestarlos, acuden a Pinochet, una clave que nadie se compra o entiende.
Lo peor, para el gobierno, es que todo esto solo potencia al candidato. Piñera es el único que está haciendo propuestas concretas, mientras los otros solo critican con argumentos vacíos. Bueno, con esto último, con el miedo, nunca se ha ganando una elección.
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Vamos México
MÉXICO ESTÁ en el ojo del huracán. Trump lo tiene entre ceja y ceja luego de haberlo transformado en el blanco de sus principales ataques xenófobos. Sus amenazas se han concentrado en la construcción de un muro en una frontera de más de 3 mil kilómetros y la renegociación del Acuerdo de Libre de Comercio de América del Norte (Nafta). Hasta ahora se sabe poco o nada acerca de cómo Trump piensa cumplir con sus amenazas. Sin embargo, luego de los fracasos judiciales de sus decretos antimigración y el traspié legislativo con el Obamacare, todo indica que tratará de concentrar su atención en algún ataque que pueda funcionar: México encabeza la lista de opciones. Algo hará respecto del muro y prontamente debiera notificar a las autoridades mexicanas de su voluntad de renegociar el tratado.
Luego de la firma del Nafta, el sentido común indicaba que México definitivamente había asumido su condición de país del Norte. Podíamos lamentarlo pero el peso de la geografía y la integración económica era sustancialmente mayor al de las raíces culturales comunes. México seguiría siendo un país amigo pero no un aliado clave en materia de integración y concertación política regional. Había que asumirlo: los intereses predominarían por sobre las simpatías.
Esto podría estar cambiando. Los ataques de Trump están dejando en evidencia que la integración con los EE.UU. tiene límites y que subsisten los prejuicios raciales. Una gran mayoría de mexicanos siente que hay aquí planteada una cuestión de dignidad nacional y no se deben subordinar a la arbitrariedad de la nueva administración norteamericana. Tendrán que resistir. América Latina puede ayudar en este empeño.
La propuesta de generar un proceso de convergencia entre los países de la Alianza del Pacífico y los de Mercosur puede adquirir, en este cuadro, una significación que hasta ahora no tenía. México necesita fortalecer sus espaldas. Y América del Sur tiene mucho que ganar de la recuperación de una relación más sustantiva y no solo retórica con México.
México no puede desconocer la inevitabilidad de una relación estrecha con los EE.UU. Puede y debe, sin embargo, construir una relación de interdependencia y no de simple subordinación. Este será un tema de debate importante en la elección presidencial prevista para junio del 2018.
Lleva las de ganar un dirigente histórico de la izquierda mexicana: Andrés Manuel López Obrador (AMLO). No es un recién llegado. Fue alcalde de la Ciudad de México y dos veces candidato a la presidencia. Frente a la gran decepción que ha generado el gobierno de Peña Nieto, AMLO aparece como un dirigente nacionalista austero, con un fuerte compromiso social y una férrea disposición de lucha en contra de la corrupción.
Un triunfo de López Obrador podría generar nuevas dinámicas en un país que vive hace demasiados años asolado por la violencia y la corrupción. No será fácil. Las resistencias serán muy fuertes. Si ganar la elección es una tarea enorme, gobernar México representa un desafío gigantesco. Necesita para ello aunar muchas voluntades y rectificar errores del pasado. La alternancia protagonizada por los presidentes Fox y Calderón terminó en frustración y el regreso del PRI, encabezado por Peña Nieto, ha sido una nueva decepción. Andrés Manuel es una promesa para México y América Latina y para que se concrete deberá cumplir con condiciones muy exigentes.
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Para mejorar las pensiones
LAS POLÍTICAS públicas relacionadas con las pensiones afectan fuertemente la calidad de vida de las personas durante décadas. Ello exige que los gobiernos promuevan la búsqueda de acuerdos amplios a través de debates transversales, serios y responsables, al margen de la lógica propia de las campañas electorales.
Por lo anterior, resulta lamentable que respecto del destino del 5% de cotización adicional, la ministra del Trabajo haya declarado que “todo será en cuentas personales administradas por un ente público, porque estamos claros: ni un peso más a las AFP”. ¿Existen estudios de expertos que avalen esta afirmación? Si se considera que este 5% extra será mejor administrado por un “ente público” en lugar de las AFP , entonces ¿por qué dejar en sus manos la cotización de 10%? ¿O acaso estamos frente a una mera consigna basada en un prejuicio ideológico como el “No + AFP”?
Aspirar a una vejez más digna para todos no solo es un deseo noble sino también una meta posible. Pero para avanzar hacia ella y no dar pasos en falso, tenemos que caminar sobre terreno firme con los ojos bien puestos en la realidad de los hechos y no en el vacío de las palabras. Y los hechos son claros.
En primer lugar, quienes responsabilizan a las AFP por el bajo nivel de las pensiones respecto de las expectativas de los afiliados, ignoran o callan que gracias a la buena administración de las AFP, la rentabilidad de los fondos de pensiones ha superado el 8% real anual en 35 años, período en el cual jamás se ha perdido un solo peso del ahorro de los chilenos.
En segundo lugar, el problema de las pensiones bajas se relaciona con la existencia de lagunas previsionales, ahorro insuficiente, períodos de desempleo y el bajo crecimiento de los salarios y la informalidad del trabajo, todo lo cual se suma al aumento de las expectativas de vida. Si queremos aumentar las pensiones, tenemos también que generar más y mejores empleos, recuperar la capacidad y el ritmo de crecimiento, incrementar el período de cotización e incentivar el ahorro, entre otras medidas.
Una medida efectiva es la cotización adicional de 5%, siempre y cuando se cumplan dos condiciones. Primero, que los trabajadores sean dueños de este dinero y segundo, que su manejo no signifique pagar costos extras. La primera condición se materializa depositando el 5% adicional en la cuenta individual de los afiliados.
Y la segunda se cumple permitiendo que las AFP lo administren con el resto de los fondos previsionales, lo que implica que no hay costo adicional para los trabajadores.
Esto no solo es lo más justo sino además lo que desea la mayoría de los chilenos, de acuerdo a la encuesta Adimark de enero pasado, que reveló que 61% de los afiliados a las AFP quiere el 5% extra en su cuenta. Darle otro destino al 5% adicional significa convertirlo en un impuesto al trabajo que frenará el empleo e incentivará la informalidad y precariedad de las condiciones laborales, deteriorando aún más las desigualdades en el país y el ahorro necesario para una vejez digna y tranquila. Justamente lo contrario que pretende la ministra del Trabajo.
Respetar la propiedad de los chilenos y la buena administración sobre el 5% extra no importa desconocer la necesidad de ampliar la cobertura y aumentar las pensiones solidarias. Sin embargo, no es justo que el fortalecimiento del Pilar Solidario sea a costa del ahorro para la vejez de los trabajadores dependientes, por lo que éste debe financiarse con cargo al presupuesto general de la nación, aplicando la progresividad propia del sistema tributario.
Esperamos que cuando el gobierno presente su proyecto podamos decir lo mismo que expresó la Presidenta Bachelet en 2008, a propósito de las nuevas pensiones solidarias: “con la reforma previsional no gana este grupo o aquel otro, sino Chile en su conjunto”.
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