Jaime Rubio Hancock's Blog, page 12
November 18, 2012
En mi ��poca con dos mil pesetas
En mi época con dos mil pesetas, que son unos doce euros, te ibas al cine con tu novia, pagabas las dos entradas y comprabas palomitas y coca-colas. Además, te sobraba para pagarte la gasolina y el parking, así que la llevabas en coche al restaurante. Sí, a cenar, porque algo sencillo también lo podías pagar con el cambio de las dos mil pesetas, incluida una botella de vino. Después cogías el coche y la llevabas a su casa, y tú con el vino ibas medio regular y ella además te iba hablando, hasta que de repente soltaba un grito, frenabas bruscamente y decía: "Creo que le hemos dado a alguien, Jaime, creo que le hemos dado a alguien". Y salías del coche consciente de que sí, de que habías oído un ruido seco, quizás era un perro, hasta que veías a una señora muerta a los pies del parachoques. Después del susto inicial, te atrevías a buscarle el pulso, luego mirabas alrededor y le decías a tu novia: "Sal, ayúdame. Tú cógela de las piernas y yo de los hombros". Y ella te preguntaba: "Pero qué quieres hacer, llama a una ambulancia, por Dios". Y tú le contestabas: "Ni hablar, que vendrá la policía y yo he bebido". Y ella: "Pero esta mujer..." Y cortabas: "¡Esta zorra esta muerta y ya le da lo mismo! ¡Tengo que pensar en mi carrera política! ¡La prensa me destrozará!" Entre sollozos, ella la agarraba por los tobillos y entre los dos la llevabais hasta el maletero, que tú abrías mientras con el brazo izquierdo seguías sosteniendo a duras penas a la mujer. La metíais dentro y con el cambio aún tenías dinero suficiente para comprarte una pala en una gasolinera e ir a un descampado, porque antes de la burbuja inmobiliaria en Barcelona había descampados. Allí, iluminándote con los faros del coche y mientras tu novia lloraba en el asiento del acompañante, cavabas un agujero lo suficientemente hondo como para enterrar el cuerpo de la mujer. Después, sudado y manchado de tierra, llevabas a tu novia a su casa y tú te ibas a intentar dormir un poco, aunque ya sabías que no pegarías ojo en toda la noche.
Veías a tu novia quizás dos o tres veces más. Ella no sacaba el tema, pero los silencios se hacían cada vez más largos hasta que finalmente, tomando un cortado, ella decía que no podía seguir así: "No tengo valor para ir a la policía, pero cada vez que te veo me acuerdo de aquella noche. No puedo seguir contigo". Se iba y te dejaba solo y tú te cabreabas porque había sido ella la que había querido ir a cenar, y no vas a cenar con agua, y también había sido ella la que estaba hablando mientras tú conducías. Si se hubiera estado calladita, hubieras ido mirando la carretera y no hubiera pasado nada. Encima te quería hacer sentir culpable. Es increíble. Las mujeres. No hay quien las entienda.
Pero bueno, lo importante: ese cortado, ese último cortado, ojo, aún lo pagabas con el cambio de las dos mil pesetas con las que habías ido al cine.
Veías a tu novia quizás dos o tres veces más. Ella no sacaba el tema, pero los silencios se hacían cada vez más largos hasta que finalmente, tomando un cortado, ella decía que no podía seguir así: "No tengo valor para ir a la policía, pero cada vez que te veo me acuerdo de aquella noche. No puedo seguir contigo". Se iba y te dejaba solo y tú te cabreabas porque había sido ella la que había querido ir a cenar, y no vas a cenar con agua, y también había sido ella la que estaba hablando mientras tú conducías. Si se hubiera estado calladita, hubieras ido mirando la carretera y no hubiera pasado nada. Encima te quería hacer sentir culpable. Es increíble. Las mujeres. No hay quien las entienda.
Pero bueno, lo importante: ese cortado, ese último cortado, ojo, aún lo pagabas con el cambio de las dos mil pesetas con las que habías ido al cine.
Published on November 18, 2012 11:21
En mi época con dos mil pesetas
En mi época con dos mil pesetas, que son unos doce euros, te ibas al cine con tu novia, pagabas las dos entradas y comprabas palomitas y coca-colas. Además, te sobraba para pagarte la gasolina y el parking, así que la llevabas en coche al restaurante. Sí, a cenar, porque algo sencillo también lo podías pagar con el cambio de las dos mil pesetas, incluida una botella de vino. Después cogías el coche y la llevabas a su casa, y tú con el vino ibas medio regular y ella además te iba hablando, hasta que de repente soltaba un grito, frenabas bruscamente y decía: "Creo que le hemos dado a alguien, Jaime, creo que le hemos dado a alguien". Y salías del coche consciente de que sí, de que habías oído un ruido seco, quizás era un perro, hasta que veías a una señora muerta a los pies del parachoques. Después del susto inicial, te atrevías a buscarle el pulso, luego mirabas alrededor y le decías a tu novia: "Sal, ayúdame. Tú cógela de las piernas y yo de los hombros". Y ella te preguntaba: "Pero qué quieres hacer, llama a una ambulancia, por Dios". Y tú le contestabas: "Ni hablar, que vendrá la policía y yo he bebido". Y ella: "Pero esta mujer..." Y cortabas: "¡Esta zorra esta muerta y ya le da lo mismo! ¡Tengo que pensar en mi carrera política! ¡La prensa me destrozará!" Entre sollozos, ella la agarraba por los tobillos y entre los dos la llevabais hasta el maletero, que tú abrías mientras con el brazo izquierdo seguías sosteniendo a duras penas a la mujer. La metíais dentro y con el cambio aún tenías dinero suficiente para comprarte una pala en una gasolinera e ir a un descampado, porque antes de la burbuja inmobiliaria en Barcelona había descampados. Allí, iluminándote con los faros del coche y mientras tu novia lloraba en el asiento del acompañante, cavabas un agujero lo suficientemente hondo como para enterrar el cuerpo de la mujer. Después, sudado y manchado de tierra, llevabas a tu novia a su casa y tú te ibas a intentar dormir un poco, aunque ya sabías que no pegarías ojo en toda la noche.
Veías a tu novia quizás dos o tres veces más. Ella no sacaba el tema, pero los silencios se hacían cada vez más largos hasta que finalmente, tomando un cortado, ella decía que no podía seguir así: "No tengo valor para ir a la policía, pero cada vez que te veo me acuerdo de aquella noche. No puedo seguir contigo". Se iba y te dejaba solo y tú te cabreabas porque había sido ella la que había querido ir a cenar, y no vas a cenar con agua, y también había sido ella la que estaba hablando mientras tú conducías. Si se hubiera estado calladita, hubieras ido mirando la carretera y no hubiera pasado nada. Encima te quería hacer sentir culpable. Es increíble. Las mujeres. No hay quien las entienda.
Pero bueno, lo importante: ese cortado, ese último cortado, ojo, aún lo pagabas con el cambio de las dos mil pesetas con las que habías ido al cine.
Veías a tu novia quizás dos o tres veces más. Ella no sacaba el tema, pero los silencios se hacían cada vez más largos hasta que finalmente, tomando un cortado, ella decía que no podía seguir así: "No tengo valor para ir a la policía, pero cada vez que te veo me acuerdo de aquella noche. No puedo seguir contigo". Se iba y te dejaba solo y tú te cabreabas porque había sido ella la que había querido ir a cenar, y no vas a cenar con agua, y también había sido ella la que estaba hablando mientras tú conducías. Si se hubiera estado calladita, hubieras ido mirando la carretera y no hubiera pasado nada. Encima te quería hacer sentir culpable. Es increíble. Las mujeres. No hay quien las entienda.
Pero bueno, lo importante: ese cortado, ese último cortado, ojo, aún lo pagabas con el cambio de las dos mil pesetas con las que habías ido al cine.
Published on November 18, 2012 11:21
November 6, 2012
Aces
A: ¡Camarero, siga a ese taxi!
B: ¿Cómo?
A: ¡Rápido! ¡Se escapa!
B: Por favor, bájese de la bandeja... Pesa mucho...
A: ¡Ese maldito taxista no ha querido cortarme el pelo! ¡Eso es racismo!
B: Oiga, en serio, que yo trabajo en esta terraza. No puedo ir persiguiendo taxistas.
A: Así va España. Yo sólo vendo billetes. Vuelva usted mañana. ¡EXCUSAS!
B: No, si mejor no vuelva.
A: ¡SON TODO EXCUSAS!
B: Pero no me grite.
A: Nadie tiene iniciativa propia.
B: Pero que conste que tampoco tengo iniciativa ajena. Yo soy una persona onrada.
A: ¿Cómo?
B: Soy una persona onrada.
A: ¿No querrá decir honrada?
B: Sí, es que pronuncio mal las aces.
A: ¿Las aces?
B: Sí, la letra ace. A, be, ce, de, e, efe, ge, ace, i, jota...
A: Ah, la hache.
B: Exacto. Fui a un logopeda de niño, pero ya sabe cómo son los niños...
A: ¿Pequeños?
B: Efectivamente: no llegaba al pomo de la puerta y, rabiando de impotencia y de orgullo infantil, decidí no volver nunca más a la consulta de aquel señor al que no llegué a ver.
A: Entonces, por ejemplo, ¿usted pronuncia hatajo y atajo exactamente igual?
B: Sí: atajo y atajo.
A: ¿Y cómo pronuncia China?
B: Cina.
A: Jajaja, parece tonto.
B: Sí, lo sé, jajaja...
A: Jajajajaja...
B: Ay, qué risa...
A: Voy a secarme esta lagrimilla con el dedo índice.
B: Eso significa que le a eco muca risa...
A: JAJAJAJAJAJA...
B: Ya... Me e dado cuenta...
A: JAJAJAJAJA... Otra vez... JAJAJAJAJA... Suena rarísimo...
B: Ahora ya me está ofendiendo un poco con tanta carcajada.
A: Perdón, perdón...
B: Que yo soy el primero en reírme, pero llega un punto en el que ya es burla.
A: Lo siento, tiene razón.
B: Tengo amor propio y... Esto acaba iriendo. Me trae recuerdos del colegio...
A: Le ruego que me disculpe. Me he dejado llevar... Hablando de dejarse llevar, ¿no va a seguir a ese taxi?
B: No. Además, ya estará muy lejos.
A: Si está aparcado.
B: Pero cada vez más lejos. Al ser la Tierra redonda, el taxi va resbalando. Eso por no mencionar que el universo está en continua expansión.
A: Bueno, pues nada...
B: ¿Podría bajarse de la bandeja?
A: Sí, cómo no.
B: Gracias.
A: ¿Se ha enfadado?
B: Al final me a molestado un poco...
A: Mmppff...
B: Sí, lo e pronunciado mal... Y aora otra vez.
A: Perdón, perdón, ya está. En serio, no quería ofenderle. Nada más lejos de mi intención. Excepto quizás Palencia. Palencia está lejísimos.
B: Es igual, no pasa nada. Todo el mundo se ríe de mí por mi problema con las aces. Y porque tengo dos narices.
A: Yo sólo veo una.
B: La otra la guardo en casa.
A: Ah, claro. Pues es práctico.
B: Duele un poco.
A: Bueno, pues ya me tengo que ir. A Palencia. ¿Le he hablado alguna vez de Palencia?
B: Comentaba que estaba muy lejos.
A: Es todo lo que tengo que decir sobre Palencia. ¿Qué hay en Palencia? Personas que no han podido salir de allí. Imagino que sólo habrá una puerta para salir. Pequeña. Escondida.
B: ¿Y qué va usted a hacer en Palencia?
A: Reírme de esa pobre gente. Jajaja... Palencia... Qué absurdo. Cuánto idiota.
B: ¿Me escribirá?
A: No.
B: Menos mal.
A: Porque quiero que venga conmigo. Necesitamos a alguien como usted.
B: ¿Como yo?
A: Sí, que le eche un par de narices al asunto, JAJAJAJAJAJA...
B: ¡Oiga!
A: Jajajaja... Perdón... Jajajaja... No lo he podido evitar. No lo e podido evitar, jajajaja...
B: ¡Pero no me imite!
A: Lo siento, lo siento. Ya me voy. Igual me tomo un café. ¿Cómo lo sirven aquí?
B: Pues como en todas partes: solo, cortado, con lece...
A: JAJAJAJAJA...
B: ¡Es usted un cabrón!
A: Ya me voy, lo siento, buenas tardes y felices fiestas.
B: Que le vaya bien en Palencia.
A: Eso es imposible. Pero gracias.
B: ¿Cómo?
A: ¡Rápido! ¡Se escapa!
B: Por favor, bájese de la bandeja... Pesa mucho...
A: ¡Ese maldito taxista no ha querido cortarme el pelo! ¡Eso es racismo!
B: Oiga, en serio, que yo trabajo en esta terraza. No puedo ir persiguiendo taxistas.
A: Así va España. Yo sólo vendo billetes. Vuelva usted mañana. ¡EXCUSAS!
B: No, si mejor no vuelva.
A: ¡SON TODO EXCUSAS!
B: Pero no me grite.
A: Nadie tiene iniciativa propia.
B: Pero que conste que tampoco tengo iniciativa ajena. Yo soy una persona onrada.
A: ¿Cómo?
B: Soy una persona onrada.
A: ¿No querrá decir honrada?
B: Sí, es que pronuncio mal las aces.
A: ¿Las aces?
B: Sí, la letra ace. A, be, ce, de, e, efe, ge, ace, i, jota...
A: Ah, la hache.
B: Exacto. Fui a un logopeda de niño, pero ya sabe cómo son los niños...
A: ¿Pequeños?
B: Efectivamente: no llegaba al pomo de la puerta y, rabiando de impotencia y de orgullo infantil, decidí no volver nunca más a la consulta de aquel señor al que no llegué a ver.
A: Entonces, por ejemplo, ¿usted pronuncia hatajo y atajo exactamente igual?
B: Sí: atajo y atajo.
A: ¿Y cómo pronuncia China?
B: Cina.
A: Jajaja, parece tonto.
B: Sí, lo sé, jajaja...
A: Jajajajaja...
B: Ay, qué risa...
A: Voy a secarme esta lagrimilla con el dedo índice.
B: Eso significa que le a eco muca risa...
A: JAJAJAJAJAJA...
B: Ya... Me e dado cuenta...
A: JAJAJAJAJA... Otra vez... JAJAJAJAJA... Suena rarísimo...
B: Ahora ya me está ofendiendo un poco con tanta carcajada.
A: Perdón, perdón...
B: Que yo soy el primero en reírme, pero llega un punto en el que ya es burla.
A: Lo siento, tiene razón.
B: Tengo amor propio y... Esto acaba iriendo. Me trae recuerdos del colegio...
A: Le ruego que me disculpe. Me he dejado llevar... Hablando de dejarse llevar, ¿no va a seguir a ese taxi?
B: No. Además, ya estará muy lejos.
A: Si está aparcado.
B: Pero cada vez más lejos. Al ser la Tierra redonda, el taxi va resbalando. Eso por no mencionar que el universo está en continua expansión.
A: Bueno, pues nada...
B: ¿Podría bajarse de la bandeja?
A: Sí, cómo no.
B: Gracias.
A: ¿Se ha enfadado?
B: Al final me a molestado un poco...
A: Mmppff...
B: Sí, lo e pronunciado mal... Y aora otra vez.
A: Perdón, perdón, ya está. En serio, no quería ofenderle. Nada más lejos de mi intención. Excepto quizás Palencia. Palencia está lejísimos.
B: Es igual, no pasa nada. Todo el mundo se ríe de mí por mi problema con las aces. Y porque tengo dos narices.
A: Yo sólo veo una.
B: La otra la guardo en casa.
A: Ah, claro. Pues es práctico.
B: Duele un poco.
A: Bueno, pues ya me tengo que ir. A Palencia. ¿Le he hablado alguna vez de Palencia?
B: Comentaba que estaba muy lejos.
A: Es todo lo que tengo que decir sobre Palencia. ¿Qué hay en Palencia? Personas que no han podido salir de allí. Imagino que sólo habrá una puerta para salir. Pequeña. Escondida.
B: ¿Y qué va usted a hacer en Palencia?
A: Reírme de esa pobre gente. Jajaja... Palencia... Qué absurdo. Cuánto idiota.
B: ¿Me escribirá?
A: No.
B: Menos mal.
A: Porque quiero que venga conmigo. Necesitamos a alguien como usted.
B: ¿Como yo?
A: Sí, que le eche un par de narices al asunto, JAJAJAJAJAJA...
B: ¡Oiga!
A: Jajajaja... Perdón... Jajajaja... No lo he podido evitar. No lo e podido evitar, jajajaja...
B: ¡Pero no me imite!
A: Lo siento, lo siento. Ya me voy. Igual me tomo un café. ¿Cómo lo sirven aquí?
B: Pues como en todas partes: solo, cortado, con lece...
A: JAJAJAJAJA...
B: ¡Es usted un cabrón!
A: Ya me voy, lo siento, buenas tardes y felices fiestas.
B: Que le vaya bien en Palencia.
A: Eso es imposible. Pero gracias.
Published on November 06, 2012 08:09
October 31, 2012
Pena de muerte
Jaime Rubio fue juzgado la semana pasada por asesinato. Al parecer, estaba en un bar hablando de política, asegurando que Prusia resurgirá, cuando uno de los clientes del mismo establecimiento le pidió que por favor bajara la voz y se subiera los pantalones. Rubio sacó un trabuco de la época carlista, apuntó cuidadosamente a este cliente, disparó y le dio a una lámpara, lo que provocó un cortocircuito, un posterior incendio y la muerte por asfixia justo del cliente que se había encarado con él, en lo que Rubio catalogó durante la vista de "justicia divina".
Preguntado por el fiscal por los motivos que le llevaron a este acto atroz, Rubio explicó que "no me gusta discutir. Cuando discuto se me queda muy mal cuerpo. Es todo muy desagradable. Mejor eliminar de raíz toda causa de disputa y vivir en paz con uno mismo y con los demás. Mi lema es 'vive y deja vivir'".
El abogado de Rubio le preguntó por qué no le había hecho el ingreso con la provisión de gastos acordada, a lo que el acusado respondió que había ordenado la transferencia, pero que era de un banco de fuera de España, por lo que podría tardar hasta cinco días. El letrado le recordó que ya había usado esa excusa antes, a lo que Rubio respondió que él estaba muy orgulloso de no deberle nada a nadie y de cortar de raíz con las personas que le lanzaban falsas acusaciones, ya que le generan malestar y no le permiten vivir en paz consigo mismo y con los demás. En ese momento, Rubio sacó su trabuco de la época carlista y apuntó cuidadosamente a su abogado, pero antes de que pudiera disparar, tres alguaciles se lanzaron encima de él.
Tras unos momentos de confusión en los que la melée casi deviene en orgía, Rubio fue inmovilizado. Sus últimas palabras antes de ser amordazado fueron: "¡Me tratáis así porque soy de Prusia!"
El juez preguntó cómo era posible que el acusado hubiera entrado en la sala con un trabuco, a lo que uno de los responsables de seguridad respondió "el que tengo aquí colgado", en una gracia que no rió nadie, aunque luego fue tuiteada, consiguiendo la nada despreciable cifra de siete favs.
El juez sentenció a Jaime Rubio a la pena de muerte, añadiendo que "le condeno a morir de viejo, pero dentro de dos semanas". El sentenciado está ahora mismo envejeciendo muy rápido en la prisión Modelo de Barcelona: ya tiene todo el cabello blanco, lleva los pantalones justo por debajo de los sobacos y se queja mucho de cómo se peina la juventud. El médico aún no ha podido determinar si su deterioro va acorde con la ejecución de la condena, ya que Rubio le echa de la celda a bastonazos cada vez que le ve, gritando cosas como "AÚN NO ME ENTERRARÁS, MATASANOS; FUERA DE AQUÍ, LOS PRUSIANOS NO NECESITAMOS MÉDICOS".
Preguntado por el fiscal por los motivos que le llevaron a este acto atroz, Rubio explicó que "no me gusta discutir. Cuando discuto se me queda muy mal cuerpo. Es todo muy desagradable. Mejor eliminar de raíz toda causa de disputa y vivir en paz con uno mismo y con los demás. Mi lema es 'vive y deja vivir'".
El abogado de Rubio le preguntó por qué no le había hecho el ingreso con la provisión de gastos acordada, a lo que el acusado respondió que había ordenado la transferencia, pero que era de un banco de fuera de España, por lo que podría tardar hasta cinco días. El letrado le recordó que ya había usado esa excusa antes, a lo que Rubio respondió que él estaba muy orgulloso de no deberle nada a nadie y de cortar de raíz con las personas que le lanzaban falsas acusaciones, ya que le generan malestar y no le permiten vivir en paz consigo mismo y con los demás. En ese momento, Rubio sacó su trabuco de la época carlista y apuntó cuidadosamente a su abogado, pero antes de que pudiera disparar, tres alguaciles se lanzaron encima de él.
Tras unos momentos de confusión en los que la melée casi deviene en orgía, Rubio fue inmovilizado. Sus últimas palabras antes de ser amordazado fueron: "¡Me tratáis así porque soy de Prusia!"
El juez preguntó cómo era posible que el acusado hubiera entrado en la sala con un trabuco, a lo que uno de los responsables de seguridad respondió "el que tengo aquí colgado", en una gracia que no rió nadie, aunque luego fue tuiteada, consiguiendo la nada despreciable cifra de siete favs.
El juez sentenció a Jaime Rubio a la pena de muerte, añadiendo que "le condeno a morir de viejo, pero dentro de dos semanas". El sentenciado está ahora mismo envejeciendo muy rápido en la prisión Modelo de Barcelona: ya tiene todo el cabello blanco, lleva los pantalones justo por debajo de los sobacos y se queja mucho de cómo se peina la juventud. El médico aún no ha podido determinar si su deterioro va acorde con la ejecución de la condena, ya que Rubio le echa de la celda a bastonazos cada vez que le ve, gritando cosas como "AÚN NO ME ENTERRARÁS, MATASANOS; FUERA DE AQUÍ, LOS PRUSIANOS NO NECESITAMOS MÉDICOS".
Published on October 31, 2012 03:48
October 9, 2012
Mi discurso del Nobel
Como todos deberíais saber, el jueves que viene se anunciará oficialmente que he ganado el Premio Nobel de Literatura 2012. Podría haber sorpresas, pero todo apunta a que, finalmente, se reconocerán mis méritos. Y es que, al margen de mi labor literaria, tengo pelazo, vivo en un país pequeño y con una literatura poco conocida (Sants) y mi presencia física (metro cuarenta y dos, psoriasis) rezuma carisma (entre otros motivos, por la psoriasis).
Todo está a mi favor.
Para ir avanzando faena, he comenzado a preparar el discurso que daré en Estocolmo cuando me den el premio:
Señoras y señores del jurado, señor juez, señor fiscal,
Escribí mi primera novela a los siete años. Como aún era muy joven, me salió en latín, pero aquel texto marcó el inicio de mi carrera literaria, que me ha llevado de reconocimiento en reconocimiento hasta esta ceremonia, en la que echo en falta croquetas.
La literatura me ha dado muchas cosas: alcoholismo, un total de treinta y siete euros, y una relación muy especial con las mujeres, que siempre me han ignorado entre bostezos y ataques con spray de pimienta, dándome tiempo así para consagrarme a mi obra.
Dedicarme a la literatura no fue nada fácil: me encontré con la oposición de mi familia, que veía más futuro en venderme a un circo de gitanos. Por suerte, hubo gente que confiaba en mi talento y me animaba a seguir escribiendo, a ser posible en silencio y sobre todo muy lejos.
Las respuestas de las editoriales a los primeros envíos de mis manuscritos fueron muy alentadoras. Cito de memoria y por poner un ejemplo: "Dos de nuestros lectores se han suicidado. Uno de ellos ni siquiera leyó su libro, sólo escuchó un comentario del que sí lo había hecho. Por favor, pare. O al menos deje de enviar los textos con pseudónimo, porque no podemos aplicar los filtros necesarios".
La mía es una literatura de alto impacto emocional que pilló desprevenida a la industria editorial y sanitaria del país.
También tuve problemas debido a mis opiniones políticas. De hecho, la cuarta novela que escribí (ya en español) fue confiscada por la policía después de que un par de amigos sufrieran casualmente una embolia al llegar a la página 4.
Jamás recuperé el manuscrito, aunque por lo que sé, fue una pieza clave en el hundimiento de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría.
Mi literatura se caracteriza sobre todo por el intento de explorar el ser humano desde dentro, desde lo más profundo. Esto no se comprendió muy bien y de hecho pasé dos años en la cárcel por robar y diseccionar cadáveres para documentarme.
Aprendí la lección y ya no robé cuerpos, pero resulta que matar gente para diseccionarla son aún más años de prisión.
LA POLÍTICA SIEMPRE PONIENDO TRABAS Y CENSURAS AL ARTE.
Cuando salí de la cárcel, pasé por una época complicada. El hecho de no poder hundir las manos en un tórax hasta arrancar un páncreas me provocó una crisis creativa que me llevó A BEBER.
Por desgracia, el agua no solucionaba mis problemas y además me obligaba a levantarme del sofá demasiado a menudo para ir al baño, por lo que decidí acercarme a la literatura desde otro punto de vista.
Y entonces nacieron mis novelas sobre palomas.
A NADIE LE IMPORTAN LAS PALOMAS.
Me atrevo a afirmar, sin miedo a equivocarme, que mis novelas sobre palomas son las que mejor exponen la psique de estas asquerosas aves: sus miedos, sus angustias, sus anhelos, su forma de comer cualquier cosa sin el menor ataque de arcadas.
Lo único que me sabe mal es que las palomas no puedan leer mis libros para aprender más sobre sí mismas. He intentado explicárselos, pero no parecen prestar mucha atención y además necesito sus páncreas.
Por cierto, ya sé que mi fama me precede, pero necesito trabajar con tranquilidad cuando estoy cazando palomas en la plaza Cataluña, así que rogaría a mis seguidores que no me importunaran con elogios como "no puede hacer eso", "nos tendrá que acompañar a comisaría" y "haga el favor de soltar ese palo". Por cierto, lo de dispararme con un táser para encerrarme en una habitación lo veo excesivo. NO SOY UN MONO DE FERIA.
En definitiva, este merecido premio confirma mi presencia en la cima, donde por cierto hace mucho frío porque sólo he traído calcetines de verano. Me gustaría cerrar este discurso citando a mis autores favoritos, pero mi carrera literaria ha absorbido todo mi tiempo y jamás tuve la oportunidad de aprender a leer.
Todo está a mi favor.
Para ir avanzando faena, he comenzado a preparar el discurso que daré en Estocolmo cuando me den el premio:
Señoras y señores del jurado, señor juez, señor fiscal,
Escribí mi primera novela a los siete años. Como aún era muy joven, me salió en latín, pero aquel texto marcó el inicio de mi carrera literaria, que me ha llevado de reconocimiento en reconocimiento hasta esta ceremonia, en la que echo en falta croquetas.
La literatura me ha dado muchas cosas: alcoholismo, un total de treinta y siete euros, y una relación muy especial con las mujeres, que siempre me han ignorado entre bostezos y ataques con spray de pimienta, dándome tiempo así para consagrarme a mi obra.
Dedicarme a la literatura no fue nada fácil: me encontré con la oposición de mi familia, que veía más futuro en venderme a un circo de gitanos. Por suerte, hubo gente que confiaba en mi talento y me animaba a seguir escribiendo, a ser posible en silencio y sobre todo muy lejos.
Las respuestas de las editoriales a los primeros envíos de mis manuscritos fueron muy alentadoras. Cito de memoria y por poner un ejemplo: "Dos de nuestros lectores se han suicidado. Uno de ellos ni siquiera leyó su libro, sólo escuchó un comentario del que sí lo había hecho. Por favor, pare. O al menos deje de enviar los textos con pseudónimo, porque no podemos aplicar los filtros necesarios".
La mía es una literatura de alto impacto emocional que pilló desprevenida a la industria editorial y sanitaria del país.
También tuve problemas debido a mis opiniones políticas. De hecho, la cuarta novela que escribí (ya en español) fue confiscada por la policía después de que un par de amigos sufrieran casualmente una embolia al llegar a la página 4.
Jamás recuperé el manuscrito, aunque por lo que sé, fue una pieza clave en el hundimiento de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría.
Mi literatura se caracteriza sobre todo por el intento de explorar el ser humano desde dentro, desde lo más profundo. Esto no se comprendió muy bien y de hecho pasé dos años en la cárcel por robar y diseccionar cadáveres para documentarme.
Aprendí la lección y ya no robé cuerpos, pero resulta que matar gente para diseccionarla son aún más años de prisión.
LA POLÍTICA SIEMPRE PONIENDO TRABAS Y CENSURAS AL ARTE.
Cuando salí de la cárcel, pasé por una época complicada. El hecho de no poder hundir las manos en un tórax hasta arrancar un páncreas me provocó una crisis creativa que me llevó A BEBER.
Por desgracia, el agua no solucionaba mis problemas y además me obligaba a levantarme del sofá demasiado a menudo para ir al baño, por lo que decidí acercarme a la literatura desde otro punto de vista.
Y entonces nacieron mis novelas sobre palomas.
A NADIE LE IMPORTAN LAS PALOMAS.
Me atrevo a afirmar, sin miedo a equivocarme, que mis novelas sobre palomas son las que mejor exponen la psique de estas asquerosas aves: sus miedos, sus angustias, sus anhelos, su forma de comer cualquier cosa sin el menor ataque de arcadas.
Lo único que me sabe mal es que las palomas no puedan leer mis libros para aprender más sobre sí mismas. He intentado explicárselos, pero no parecen prestar mucha atención y además necesito sus páncreas.
Por cierto, ya sé que mi fama me precede, pero necesito trabajar con tranquilidad cuando estoy cazando palomas en la plaza Cataluña, así que rogaría a mis seguidores que no me importunaran con elogios como "no puede hacer eso", "nos tendrá que acompañar a comisaría" y "haga el favor de soltar ese palo". Por cierto, lo de dispararme con un táser para encerrarme en una habitación lo veo excesivo. NO SOY UN MONO DE FERIA.
En definitiva, este merecido premio confirma mi presencia en la cima, donde por cierto hace mucho frío porque sólo he traído calcetines de verano. Me gustaría cerrar este discurso citando a mis autores favoritos, pero mi carrera literaria ha absorbido todo mi tiempo y jamás tuve la oportunidad de aprender a leer.
Published on October 09, 2012 03:36
October 3, 2012
Madre no hay más que una. Calcetines hay millones
Un hecho del que se habla poco a pesar de lo chocante que resulta: somos casi siete mil millones de personas en el planeta, pero aun así, madre no hay más que una. ¿No estaremos abusando? ¿No estará ya cansada, la pobre mujer, además de dolorida? ¡Nacen cuatro niños por segundo! ¡Aunque esté acostumbrada, tiene que ser un martirio!
Y por cierto, hablo de siete mil millones de personas a día de hoy, pero si sólo hay una madre, igual es porque sólo ha habido una DESDE SIEMPRE, con lo cual ese número sería bastante mayor.
Poco se queja, para lo que ha vivido.
Francamente, creo que debería retirarse y que ya está mayor para seguir quedándose embarazada de tanta gente. Es más, opino que sería positivo que la reemplazara más de una mujer. Quizás incluso tres o cuatro. Sería bueno repartir esta tarea, que demuestra que una vez más el machismo sigue imperando en la sociedad. Porque sólo hay una madre, pero hay cientos de millones de padres.
Cosa que, por otro lado, me parece feo por parte de mamá.
La llamo mamá en público porque todos somos medio hermanos. Y ahora llega el momento de echaros un poco de bronca. No recuerdo haberos visto en casa por Navidad. Ni por su cumpleaños. Ni por el día de la madre. Ni un solo año. No sé, entiendo que cada cual tiene su vida, pero es que estamos hablando de mamá y de Navidad. Qué menos que pasarse, aunque sea para los turrones, y darle dos besos y un abrazo y que nos presenten, que somos hermanos, pero a muchos ni os conozco.
Esa no es forma de tratar a la familia.
Es que tampoco llamáis, que su teléfono casi nunca comunica y digo yo que si sólo mil millones de los siete mil millones de hijos la llamaran una vez al mes, sería complicado encontrar el teléfono libre.
Es cierto que vuestro desafecto a mí me resulta cómodo, porque puedo ir a comer a casa de mi padre y de nuestra mamá sin necesidad de reservar mesa. Pero me entristece. Haced el favor, que una llamada o una visita un domingo no cuesta tanto. ¿Acaso no os compra los calcetines, que si no fuera por ella iríais con papel higiénico en los zapatos?
Esa es otra, se debe gastar una fortuna en calcetines. Todas las empresas de calcetines del mundo dependen de mamá. El día que falte, todas irán a la bancarrota.
De todas formas, esta situación es absurda: por ahí gente que fabrica calcetines, otra gente que se los vende a mamá y luego mamá me da a mí unos cuantos, pero también le lleva varios pares al señor que fabrica calcetines y al señor que los vende. ¿No estamos perdiendo el tiempo con este proceso?
Aunque también es verdad que a ella le hace ilusión.
Y por cierto, hablo de siete mil millones de personas a día de hoy, pero si sólo hay una madre, igual es porque sólo ha habido una DESDE SIEMPRE, con lo cual ese número sería bastante mayor.
Poco se queja, para lo que ha vivido.
Francamente, creo que debería retirarse y que ya está mayor para seguir quedándose embarazada de tanta gente. Es más, opino que sería positivo que la reemplazara más de una mujer. Quizás incluso tres o cuatro. Sería bueno repartir esta tarea, que demuestra que una vez más el machismo sigue imperando en la sociedad. Porque sólo hay una madre, pero hay cientos de millones de padres.
Cosa que, por otro lado, me parece feo por parte de mamá.
La llamo mamá en público porque todos somos medio hermanos. Y ahora llega el momento de echaros un poco de bronca. No recuerdo haberos visto en casa por Navidad. Ni por su cumpleaños. Ni por el día de la madre. Ni un solo año. No sé, entiendo que cada cual tiene su vida, pero es que estamos hablando de mamá y de Navidad. Qué menos que pasarse, aunque sea para los turrones, y darle dos besos y un abrazo y que nos presenten, que somos hermanos, pero a muchos ni os conozco.
Esa no es forma de tratar a la familia.
Es que tampoco llamáis, que su teléfono casi nunca comunica y digo yo que si sólo mil millones de los siete mil millones de hijos la llamaran una vez al mes, sería complicado encontrar el teléfono libre.
Es cierto que vuestro desafecto a mí me resulta cómodo, porque puedo ir a comer a casa de mi padre y de nuestra mamá sin necesidad de reservar mesa. Pero me entristece. Haced el favor, que una llamada o una visita un domingo no cuesta tanto. ¿Acaso no os compra los calcetines, que si no fuera por ella iríais con papel higiénico en los zapatos?
Esa es otra, se debe gastar una fortuna en calcetines. Todas las empresas de calcetines del mundo dependen de mamá. El día que falte, todas irán a la bancarrota.
De todas formas, esta situación es absurda: por ahí gente que fabrica calcetines, otra gente que se los vende a mamá y luego mamá me da a mí unos cuantos, pero también le lleva varios pares al señor que fabrica calcetines y al señor que los vende. ¿No estamos perdiendo el tiempo con este proceso?
Aunque también es verdad que a ella le hace ilusión.
Published on October 03, 2012 04:19
October 1, 2012
Un día en la vida de Jaime Rubio
De entre los cientos de correos electrónicos que me llegan cada día con elogios y declaraciones de amor, rescato este simpático mensaje que recibí la semana pasada:
JAIME CABRÓN DEJA DE AMARGARNOS LA VIDA NO SABES ESCRIBIR DEDÍCATE A OTRA COSA PUTO GORDO.
Querido piscis, me alegra que quieras saber a qué dedico el resto del día, cuando no estoy revolucionando las letras hispánicas con mi blog, en Twitter o con mis novelas. Y aunque soy una persona discreta y reservada (todos los genios lo somos), no tengo inconveniente en explicar un día en la vida de Jaime Rubio cuando no está escribiendo.
Un día en la vida de Jaime Rubio (cuando no está escribiendo)
Hay que comenzar explicando que por desgracia me veo obligado a trabajar. La literatura no me da para vivir, ya que soy negro y el racismo imperante en la sociedad actual impide que mis libros se vendan todo lo que se deberían vender.
Desde aquí hago un llamamiento a que vivamos en un mundo en el que el color de la piel no tenga importancia y seamos todos hermanos, después de haber matado a los cerdos blancos y a sus repugnantes aliados amarillos.
Dicho lo cual, me levanto cada día muy temprano, a eso de las diez de la mañana, ya que entro en la oficina a las ocho. Salgo de casa tropezando por las escaleras mientras acabo la primera taza de café, taza que dejo en el buzón para recogerla cuando vuelva por la tarde.
Llego a la oficina con una segunda taza de café en la mano, que pido para llevar en el bar de la esquina, donde ya me conocen y me sirven sin que haga falta casi ni saludar, mientras otros dos camareros bloquean la puerta para impedir que me marche corriendo y sin haber pagado.
Una vez en la oficina, leo el correo electrónico y me quejo en voz muy alta, para que los compañeros crean que tengo mucho trabajo y me dejen tranquilo, cosa a la que ayuda el hecho de que sólo me duche los sábados, técnica que aprendí de los más avispados emprendedores.
Después de servirme una taza de café de la máquina, me organizo la mañana, apuntando las tareas pendientes, para acabar golpeando la mesa varias veces con el puño mientras grito NO ES EL CAFÉ, SON ESTOS HIJOS DE PUTA QUE QUIEREN QUE TRABAJE. Entonces abro la ventana y asomo el torso descamisado, con la esperanza de pillar una gripe y tres días de baja. Los vecinos acostumbran a gritarme lo que yo interpreto como elogios y que en ocasiones la policía acaba aclarando que son gritos de terror, para después recordarme lo que dijo el juez al respecto.
A media mañana tomo otro café y me escondo en el baño a llorar. Luego me escondo otro rato debajo de la mesa, a leer el Hola hasta que me encuentra el jefe. Intento negociar la posibilidad de trabajar desde casa, alegando que el aire de la oficina me reseca los codos, pero mi superior se mantiene ridículamente aferrado a los convencionalismos. Ni siquiera consigo que me deje venir en pijama a la oficina. Claro, lo importante es aparentar. Pero del trabajo de verdad NADIE DICE NADA.
Entonces suelo mirar el reloj, para darme cuenta con alegría de que ya han pasado los primeros siete minutos de la jornada laboral, lo que me lleva a intentar cortarme las venas con una regla que por desgracia no está lo suficientemente afilada.
Entro en Twitter y explico lo mal que lo paso y lo poco que me afecta el café. Me doy ánimos con mis otras doce cuentas, pero el resto de seguidores (los nueve que no son bots) SE RÍE DE MÍ, tomándose a broma mi sufrimiento, BURLÁNDOSE CON CRUELDAD. Esto me suele provocar un ataque de ira que me lleva a agarrar el monitor y arrojarlo por la ventana.
El monitor cae sobre una señora mayor, reventándole la cabeza, así que cojo mi camisa (por lo general, aún no me la he puesto) y me voy al aeropuerto en taxi, donde compro un billete para Laos. Allí ingreso como monje en un templo budista, donde paso tres años quejándome de lo malo que es el café. Me echan porque finalmente entienden que las palabras españolas "sí que estaba gordo, el Buda este; pues con la mierda de arroz que nos dan no lo entiendo", no son la traducción de ningún rezo tradicional.
Es entonces cuando intento viajar a China, con el objetivo de demostrar que en este país sólo vive una persona muy nerviosa. Por eso los chinos nos parecen iguales: porque en realidad son el mismo, que se mueve mucho. Es más, es un chino de Cádiz, pero habla muy rápido y por eso no se le entiende.
Por desgracia, en la frontera me apresa la interpol y me extradita a España, donde soy juzgado por homicidio. Me defiendo a mí mismo y alego que la mujer ya estaba mayor y que no nos vamos a pelear por uno o dos años más que le podían quedar a la señora. Como soy negro, el juez me condena a prisión, donde paso seis años que aprovecho para estudiar Derecho porque me han robado la silla.
(Ruido de grillos. Toses. Prosigo.)
Al salir en libertad, voy a casa, por lo general dando un paseo. Me siento en el sofá, con una copa de vino blanco y un buen libro. Estoy cansado, pero también orgulloso y satisfecho por una jornada laboral productiva que, una vez más, me ha hecho sentirme útil.
JAIME CABRÓN DEJA DE AMARGARNOS LA VIDA NO SABES ESCRIBIR DEDÍCATE A OTRA COSA PUTO GORDO.
Querido piscis, me alegra que quieras saber a qué dedico el resto del día, cuando no estoy revolucionando las letras hispánicas con mi blog, en Twitter o con mis novelas. Y aunque soy una persona discreta y reservada (todos los genios lo somos), no tengo inconveniente en explicar un día en la vida de Jaime Rubio cuando no está escribiendo.
Un día en la vida de Jaime Rubio (cuando no está escribiendo)
Hay que comenzar explicando que por desgracia me veo obligado a trabajar. La literatura no me da para vivir, ya que soy negro y el racismo imperante en la sociedad actual impide que mis libros se vendan todo lo que se deberían vender.
Desde aquí hago un llamamiento a que vivamos en un mundo en el que el color de la piel no tenga importancia y seamos todos hermanos, después de haber matado a los cerdos blancos y a sus repugnantes aliados amarillos.
Dicho lo cual, me levanto cada día muy temprano, a eso de las diez de la mañana, ya que entro en la oficina a las ocho. Salgo de casa tropezando por las escaleras mientras acabo la primera taza de café, taza que dejo en el buzón para recogerla cuando vuelva por la tarde.
Llego a la oficina con una segunda taza de café en la mano, que pido para llevar en el bar de la esquina, donde ya me conocen y me sirven sin que haga falta casi ni saludar, mientras otros dos camareros bloquean la puerta para impedir que me marche corriendo y sin haber pagado.
Una vez en la oficina, leo el correo electrónico y me quejo en voz muy alta, para que los compañeros crean que tengo mucho trabajo y me dejen tranquilo, cosa a la que ayuda el hecho de que sólo me duche los sábados, técnica que aprendí de los más avispados emprendedores.
Después de servirme una taza de café de la máquina, me organizo la mañana, apuntando las tareas pendientes, para acabar golpeando la mesa varias veces con el puño mientras grito NO ES EL CAFÉ, SON ESTOS HIJOS DE PUTA QUE QUIEREN QUE TRABAJE. Entonces abro la ventana y asomo el torso descamisado, con la esperanza de pillar una gripe y tres días de baja. Los vecinos acostumbran a gritarme lo que yo interpreto como elogios y que en ocasiones la policía acaba aclarando que son gritos de terror, para después recordarme lo que dijo el juez al respecto.
A media mañana tomo otro café y me escondo en el baño a llorar. Luego me escondo otro rato debajo de la mesa, a leer el Hola hasta que me encuentra el jefe. Intento negociar la posibilidad de trabajar desde casa, alegando que el aire de la oficina me reseca los codos, pero mi superior se mantiene ridículamente aferrado a los convencionalismos. Ni siquiera consigo que me deje venir en pijama a la oficina. Claro, lo importante es aparentar. Pero del trabajo de verdad NADIE DICE NADA.
Entonces suelo mirar el reloj, para darme cuenta con alegría de que ya han pasado los primeros siete minutos de la jornada laboral, lo que me lleva a intentar cortarme las venas con una regla que por desgracia no está lo suficientemente afilada.
Entro en Twitter y explico lo mal que lo paso y lo poco que me afecta el café. Me doy ánimos con mis otras doce cuentas, pero el resto de seguidores (los nueve que no son bots) SE RÍE DE MÍ, tomándose a broma mi sufrimiento, BURLÁNDOSE CON CRUELDAD. Esto me suele provocar un ataque de ira que me lleva a agarrar el monitor y arrojarlo por la ventana.
El monitor cae sobre una señora mayor, reventándole la cabeza, así que cojo mi camisa (por lo general, aún no me la he puesto) y me voy al aeropuerto en taxi, donde compro un billete para Laos. Allí ingreso como monje en un templo budista, donde paso tres años quejándome de lo malo que es el café. Me echan porque finalmente entienden que las palabras españolas "sí que estaba gordo, el Buda este; pues con la mierda de arroz que nos dan no lo entiendo", no son la traducción de ningún rezo tradicional.
Es entonces cuando intento viajar a China, con el objetivo de demostrar que en este país sólo vive una persona muy nerviosa. Por eso los chinos nos parecen iguales: porque en realidad son el mismo, que se mueve mucho. Es más, es un chino de Cádiz, pero habla muy rápido y por eso no se le entiende.
Por desgracia, en la frontera me apresa la interpol y me extradita a España, donde soy juzgado por homicidio. Me defiendo a mí mismo y alego que la mujer ya estaba mayor y que no nos vamos a pelear por uno o dos años más que le podían quedar a la señora. Como soy negro, el juez me condena a prisión, donde paso seis años que aprovecho para estudiar Derecho porque me han robado la silla.
(Ruido de grillos. Toses. Prosigo.)
Al salir en libertad, voy a casa, por lo general dando un paseo. Me siento en el sofá, con una copa de vino blanco y un buen libro. Estoy cansado, pero también orgulloso y satisfecho por una jornada laboral productiva que, una vez más, me ha hecho sentirme útil.
Published on October 01, 2012 05:39
September 16, 2012
No se lo digas a nadie
(Publicado en Diagonal)
Me sorprendió leer que el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, soltó en una rueda de prensa algún secretillo del sumario sobre el secuestro de Publio Cordón, como quien no quiere la cosa. Parece un señor muy serio. Además, le tengo afecto ya que, por estadística, seguro que conozco a alguno de sus 79 hermanos y 2.512 primos.
Decidí ir al Ministerio, con la intención de charlar con él y de paso recoger sus (imaginaba que) acongojadas excusas. Tuve problemas para entrar ya que, al parecer, gritar “JORDI, A MIS BRA- ZOS” no es una buena tarjeta de visita, pero pude solucionar el asunto inteligentemente, trepando por las cañerías y cayéndome en apenas cuatro ocasiones. Ahora uno de los pies me apunta hacia atrás (miren, miren, ¿a que da como cosa?), pero todo sea por LA NOTICIA.
Fernández Díaz me recibió con un grito y preguntándome quién era y por qué estaba entrando por la ventana. Se tranquilizó y me invitó a sentarme, después de explicarle que venía del periódico DIAGONAL, un medio de ley y orden, defensor de los bancos ante la prensa izquierdista y adalid de la libre empresa ante el acoso de los trabajadores y sus absurdas pretensiones de “cobrar”(¿dónde se creen que viven? ¿En la Rusia de Stalin? ¡Que se vayan a Cuba!).
“Verás –comenzó cuando le pregunté por la polémica que me había traído allí–, es cierto que comenté cosas que no debería haber dicho y pido disculpas. Primero, un ministro debe saber qué puede decir y qué no; segundo, un caballero debe saber guardar un secreto. Pero la culpa de todo la tiene mi responsable de prensa al que, en fin, no me gusta hablar mal de la gente, pero le va empi- nar el codo. Esto me lo ha explicado mi secretaria, que no la has visto, porque has entrado por la ventana, pero se está pasando con el botox. Lo peor es que no lo reconoce y dice que es todo por una crema nueva que se ha comprado. Ya, una crema. Justo ayer se lo estaba comentando a Rajoy. Por cierto, sabes lo de Rajoy, ¿no? Sabes lo que se dice, ¿no? De Rajoy. Lo que se comenta”. Me incliné hacia delante para escucharle mejor. “Resulta que se echa siestas de tres horas. Que siempre está reunido de cuatro a siete. Reunido entre comillas, no sé si me explico. Ahí, roncando como un desesperado, que se le oye cuando pasas por delante de la puerta. Y claro, así va el gobierno.
Que no es por hablar, que a mí no me gusta hablar, pero mira por ejemplo lo que hizo el otro día Jorge Fernández Díaz, el perla, que menudo perla”. Qué ha hecho, qué, qué. “Pues resulta que estaba en una rueda de prensa y soltó secretos de su- mario ahí, a lo loco, como si tal cosa, venga, anda, di lo que quieras. Y luego vino un tal Jaime Rubio, un periodista, a preguntar cosas. Y en fin, yo no soy de criticar, pero a mí me han explicado que toma más café de la cuenta y cuando llega al cuarto abre la ventana de su casa y grita cosas a la gente. Pero claro, esto es lo que se dice, vete a saber, porque se cuentan tantas cosas”. De hecho, eso es exageradísimo. Grito cosas en general, no a la gente. A veces insulto a las palomas, eso sí.
En todo caso asentí a todo mucho y le pregunté, para cerrar la entrevista, si creía que la discreción era posiblemente la virtud más devaluada hoy en día. “Sí”, respondió.
Me sorprendió leer que el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, soltó en una rueda de prensa algún secretillo del sumario sobre el secuestro de Publio Cordón, como quien no quiere la cosa. Parece un señor muy serio. Además, le tengo afecto ya que, por estadística, seguro que conozco a alguno de sus 79 hermanos y 2.512 primos.
Decidí ir al Ministerio, con la intención de charlar con él y de paso recoger sus (imaginaba que) acongojadas excusas. Tuve problemas para entrar ya que, al parecer, gritar “JORDI, A MIS BRA- ZOS” no es una buena tarjeta de visita, pero pude solucionar el asunto inteligentemente, trepando por las cañerías y cayéndome en apenas cuatro ocasiones. Ahora uno de los pies me apunta hacia atrás (miren, miren, ¿a que da como cosa?), pero todo sea por LA NOTICIA.
Fernández Díaz me recibió con un grito y preguntándome quién era y por qué estaba entrando por la ventana. Se tranquilizó y me invitó a sentarme, después de explicarle que venía del periódico DIAGONAL, un medio de ley y orden, defensor de los bancos ante la prensa izquierdista y adalid de la libre empresa ante el acoso de los trabajadores y sus absurdas pretensiones de “cobrar”(¿dónde se creen que viven? ¿En la Rusia de Stalin? ¡Que se vayan a Cuba!).
“Verás –comenzó cuando le pregunté por la polémica que me había traído allí–, es cierto que comenté cosas que no debería haber dicho y pido disculpas. Primero, un ministro debe saber qué puede decir y qué no; segundo, un caballero debe saber guardar un secreto. Pero la culpa de todo la tiene mi responsable de prensa al que, en fin, no me gusta hablar mal de la gente, pero le va empi- nar el codo. Esto me lo ha explicado mi secretaria, que no la has visto, porque has entrado por la ventana, pero se está pasando con el botox. Lo peor es que no lo reconoce y dice que es todo por una crema nueva que se ha comprado. Ya, una crema. Justo ayer se lo estaba comentando a Rajoy. Por cierto, sabes lo de Rajoy, ¿no? Sabes lo que se dice, ¿no? De Rajoy. Lo que se comenta”. Me incliné hacia delante para escucharle mejor. “Resulta que se echa siestas de tres horas. Que siempre está reunido de cuatro a siete. Reunido entre comillas, no sé si me explico. Ahí, roncando como un desesperado, que se le oye cuando pasas por delante de la puerta. Y claro, así va el gobierno.
Que no es por hablar, que a mí no me gusta hablar, pero mira por ejemplo lo que hizo el otro día Jorge Fernández Díaz, el perla, que menudo perla”. Qué ha hecho, qué, qué. “Pues resulta que estaba en una rueda de prensa y soltó secretos de su- mario ahí, a lo loco, como si tal cosa, venga, anda, di lo que quieras. Y luego vino un tal Jaime Rubio, un periodista, a preguntar cosas. Y en fin, yo no soy de criticar, pero a mí me han explicado que toma más café de la cuenta y cuando llega al cuarto abre la ventana de su casa y grita cosas a la gente. Pero claro, esto es lo que se dice, vete a saber, porque se cuentan tantas cosas”. De hecho, eso es exageradísimo. Grito cosas en general, no a la gente. A veces insulto a las palomas, eso sí.
En todo caso asentí a todo mucho y le pregunté, para cerrar la entrevista, si creía que la discreción era posiblemente la virtud más devaluada hoy en día. “Sí”, respondió.
Published on September 16, 2012 03:40
September 11, 2012
Cataluña, el universo y todo lo demás. Incluidas mis gafas
Cientos de miles de catalanes han salido hoy a las calles a pedir la independencia de Cataluña. El hecho de que Cataluña siga o no formando parte de España es un tema importantísimo, fundamental, que puede sin duda cambiar nuestras vidas. Es tan importante que he estado pensando sobre el tema durante casi doce segundos y luego he caído en la cuenta de que no sabía dónde había puesto las gafas.
Es curioso porque hoy en día se considera que la ciencia tiene respuesta para todo y no. Hay muchas preguntas que los científicos no pueden responder. Por lo menos tres:
- ¿Dónde he dejado las gafas?
- ¿Por qué los peluqueros creen imprescindible hablarte?
- ¿Cómo es posible que el universo comenzara con una enorme explosión y sin embargo sigamos todos vivos? ¿Cómo es que la onda expansiva no nos destrozó? Y si sobrevivimos a ese terrible cataclismo, ¿por qué no hay ni siquiera heridos? ¿Estábamos casualmente bien protegidos detrás de alguna nebulosa? ¿Y cabíamos todos? ¿Incluso los dinosaurios, que eran enormes?
Está claro que la teoría del Big Bang tiene muchos cabos sueltos. Y la ciencia no puede permitirse una situación así. Ni los cuarteles del ejército. Ahí, un montón de cabos saliendo desperdigados en todas las direcciones. Con los sargentos corriendo detrás para atarlos y devolverlos a la caserna. Sería totalmente ridículo.
Hay más cosas que no tienen sentido en la astronomía. Por ejemplo, la expansión del universo. Si el universo se expande, yo ya debería medir dos metros treinta, al formar parte del universo. Y sin embargo aquí sigo, atascado en el metro cuarenta y dos, cuarenta y seis con alzas. ¿Es que el universo no me deja expandirme porque soy negro? ¿Es el universo RACISTA?
Puede.
Hablando de racismo, ¿qué clase de sinsentido son los agujeros negros? Supongamos que el universo es un calcetín. Así son mis símiles: sofisticados. Si el calcetín es, por ejemplo, gris, y tiene un agujero, ¿de qué color es ese agujero? Exacto. De ninguno. Porque es un agujero y los agujeros no tienen color. Por lo tanto, a los agujeros negros habría que llamarlos agujeros. O tomates.
Por otro lado, creo que sería buena idea contar con algún planeta cúbico. Serían mucho más prácticos porque podríamos ponernos todos en la parte de arriba y así no resbalaríamos. Y además no haría falta que algunos estuvieran bocabajo, como los pobres argentinos.
Una última cosa a la que no le veo sentido es la velocidad de la luz, que según los físicos es de casi 300.000 kilómetros por segundo en el vacío. En teoría, siempre. Pero lo dudo mucho: cuando se están gastando las pilas de la linterna seguro que la luz va mucho más lenta.
Espero junto al teléfono a que me llamen de Estocolmo para lo de mi premio Nobel. Es un móvil, pero lo pongo en la mesa y lo miro, que queda mucho más teatral. Además, ahora tampoco me voy a ningún lado.
Anda, mira, mis gafas. Si después de esto no me dan el Nobel, yo ya no sé qué más hacer.
Es curioso porque hoy en día se considera que la ciencia tiene respuesta para todo y no. Hay muchas preguntas que los científicos no pueden responder. Por lo menos tres:
- ¿Dónde he dejado las gafas?
- ¿Por qué los peluqueros creen imprescindible hablarte?
- ¿Cómo es posible que el universo comenzara con una enorme explosión y sin embargo sigamos todos vivos? ¿Cómo es que la onda expansiva no nos destrozó? Y si sobrevivimos a ese terrible cataclismo, ¿por qué no hay ni siquiera heridos? ¿Estábamos casualmente bien protegidos detrás de alguna nebulosa? ¿Y cabíamos todos? ¿Incluso los dinosaurios, que eran enormes?
Está claro que la teoría del Big Bang tiene muchos cabos sueltos. Y la ciencia no puede permitirse una situación así. Ni los cuarteles del ejército. Ahí, un montón de cabos saliendo desperdigados en todas las direcciones. Con los sargentos corriendo detrás para atarlos y devolverlos a la caserna. Sería totalmente ridículo.
Hay más cosas que no tienen sentido en la astronomía. Por ejemplo, la expansión del universo. Si el universo se expande, yo ya debería medir dos metros treinta, al formar parte del universo. Y sin embargo aquí sigo, atascado en el metro cuarenta y dos, cuarenta y seis con alzas. ¿Es que el universo no me deja expandirme porque soy negro? ¿Es el universo RACISTA?
Puede.
Hablando de racismo, ¿qué clase de sinsentido son los agujeros negros? Supongamos que el universo es un calcetín. Así son mis símiles: sofisticados. Si el calcetín es, por ejemplo, gris, y tiene un agujero, ¿de qué color es ese agujero? Exacto. De ninguno. Porque es un agujero y los agujeros no tienen color. Por lo tanto, a los agujeros negros habría que llamarlos agujeros. O tomates.
Por otro lado, creo que sería buena idea contar con algún planeta cúbico. Serían mucho más prácticos porque podríamos ponernos todos en la parte de arriba y así no resbalaríamos. Y además no haría falta que algunos estuvieran bocabajo, como los pobres argentinos.
Una última cosa a la que no le veo sentido es la velocidad de la luz, que según los físicos es de casi 300.000 kilómetros por segundo en el vacío. En teoría, siempre. Pero lo dudo mucho: cuando se están gastando las pilas de la linterna seguro que la luz va mucho más lenta.
Espero junto al teléfono a que me llamen de Estocolmo para lo de mi premio Nobel. Es un móvil, pero lo pongo en la mesa y lo miro, que queda mucho más teatral. Además, ahora tampoco me voy a ningún lado.
Anda, mira, mis gafas. Si después de esto no me dan el Nobel, yo ya no sé qué más hacer.
Published on September 11, 2012 11:10
September 3, 2012
Yo fui donante de órganos
Siempre me ha parecido evidente que hay que ser donante: ¿por qué dejar que se echen a perder todos esos órganos que ya no usamos? ¿Qué sentido tiene que se queden ahí, pudriéndose, sin ni siquiera ver la luz del sol, cuando podrían salvar vidas? No es ni siquiera una cuestión de generosidad, sino de simple lógica.
Fui organista y maestro de capilla en la catedral de Lierbenhorstraffen, en la Renania Ulterior, y me jubilé de mi cargo hará ya casi tres años, después de más de tres décadas entregado en cuerpo y alma a la música sacra, tanto a su interpretación como a su composición. Cuando me retiré, me llevé el órgano a casa, dado que era mío, pero lo cierto es que no lo suelo tocar porque mis vecinos tienen la incomprensible costumbre de dispararme cada vez que comienzo.
Por eso la semana pasada decidí ir con mi órgano a un hospital, con el objetivo de regalárselo a un enfermo que pudiera aprovecharlo. Tuve problemas con el personal de seguridad, dado que el órgano abultaba mucho y además decían -hay que ser mala persona- que molestaba a los enfermos. Molestar. ¡Si salva vidas! Además, lo único que hacía era ir entrando en las habitaciones para preguntar quién necesitaba un órgano. ¡Tendré que saber a quién dárselo! ¡Que sólo es un momento!
Al final y después de tres días vagando por los pasillos y esquivando a los guardas, di con un señor que respondió afirmativamente a mi pregunta.
-Pues está usted de suerte, caballero. Mire lo que le traigo.
-Oh. Ehm. Vaya, me sabe mal, pero es que yo necesito un pulmón.
No hay nada que odie más que un desagradecido. El hombre estaba muriéndose y se ponía quisquilloso y selectivo. Si necesitas un órgano, aprovecha el primero que encuentres. No te mueras por pijo. No estás en posición de escoger.
Intenté explicárselo, exponiendo argumentos de forma sensata y razonable, para convencerle de que no podía dejarse morir. Es decir, le abofeteé varias veces mientras le gritaba HIJO DE PUTA, VOY A SALVARTE LA VIDA.
Al final decidí tomarme la salud por mi mano, ya que el loco este seguía enrocado en su excusa del pulmón. Le tiré sobre la cama, me puse encima a horcajadas, cogí uno de los cuchillos de plástico que había en la bandeja del almuerzo y le abrí el pecho. Fue más difícil de lo que creía, porque el cubierto se partió en dos cuando iba por la mitad y la última parte la tuve que hacer a mano y ayudándome con los dientes.
Una vez abierto y haciendo caso omiso de los gritos, le saqué ambos pulmones (no sabía cuál era el malo y no quería equivocarme) y le puse el órgano entre las costillas. Costó encajarlo porque mide casi doce metros de alto, pero pude hacer espacio quitando el bazo, que al fin y al cabo nadie sabe lo que es ni para qué sirve. Finalmente cerré la herida con unas tiritas MO-NÍ-SI-MAS de Bob Esponja.
El postoperatorio fue muy complicado. Prácticamente tuvo que aprender a respirar de nuevo. Ayudándose con el teclado, claro. Casi hubo rechazo, pero por suerte yo estaba allí para darle de collejas y advertirle de que EN ESTA CASA NO SE TIRA NADA.
Sí, en esta casa. Porque me mudé con él y su familia para asegurarme de que la recuperación iba bien.
En realidad, técnicamente sólo me mudé a su calle, donde planté una tienda de campaña desde la que observaba a mi paciente a través de unos prismáticos. Y a su mujer cuando se duchaba. También traía un megáfono que utilizaba para recordarle al enfermo que se tomara su medicación. Gracias a este aparato me hice muy popular en el barrio: la gente me tiraba comida desde las ventanas, la mayor parte en mal estado, pero lo que importa es el detalle de agradecimiento.
Me tuve que ir poco antes de que la recuperación fuera completa, ya que la esposa del transplantado me disparó con una escopeta por una confusión bastante ridícula, cuando una noche en la que ella estaba sola en el sofá, creí por error que se me estaba insinuando, trepé por las cañerías y me planté en su comedor con los pantalones en los tobillos y cantando: "Hazme el amor, aprisióname...!"
Había interpretado mal las señales. Aunque menuda buscona. Me acababa de gritar: "MALDITO LOCO, SAL DE NUESTRA CALLE DE UNA VEZ", cosa que obviamente quería decir que abandonara la calle y por tanto entrara en su casa.
Seguro que sólo estaba jugando conmigo. Las mujeres son todas unas desequilibradas.
En fin. El caso es que el señor este del trasplante de órgano está muy bien. Y a veces cuando respira suena Bach. Todo son ventajas.
Fui organista y maestro de capilla en la catedral de Lierbenhorstraffen, en la Renania Ulterior, y me jubilé de mi cargo hará ya casi tres años, después de más de tres décadas entregado en cuerpo y alma a la música sacra, tanto a su interpretación como a su composición. Cuando me retiré, me llevé el órgano a casa, dado que era mío, pero lo cierto es que no lo suelo tocar porque mis vecinos tienen la incomprensible costumbre de dispararme cada vez que comienzo.
Por eso la semana pasada decidí ir con mi órgano a un hospital, con el objetivo de regalárselo a un enfermo que pudiera aprovecharlo. Tuve problemas con el personal de seguridad, dado que el órgano abultaba mucho y además decían -hay que ser mala persona- que molestaba a los enfermos. Molestar. ¡Si salva vidas! Además, lo único que hacía era ir entrando en las habitaciones para preguntar quién necesitaba un órgano. ¡Tendré que saber a quién dárselo! ¡Que sólo es un momento!
Al final y después de tres días vagando por los pasillos y esquivando a los guardas, di con un señor que respondió afirmativamente a mi pregunta.
-Pues está usted de suerte, caballero. Mire lo que le traigo.
-Oh. Ehm. Vaya, me sabe mal, pero es que yo necesito un pulmón.
No hay nada que odie más que un desagradecido. El hombre estaba muriéndose y se ponía quisquilloso y selectivo. Si necesitas un órgano, aprovecha el primero que encuentres. No te mueras por pijo. No estás en posición de escoger.
Intenté explicárselo, exponiendo argumentos de forma sensata y razonable, para convencerle de que no podía dejarse morir. Es decir, le abofeteé varias veces mientras le gritaba HIJO DE PUTA, VOY A SALVARTE LA VIDA.
Al final decidí tomarme la salud por mi mano, ya que el loco este seguía enrocado en su excusa del pulmón. Le tiré sobre la cama, me puse encima a horcajadas, cogí uno de los cuchillos de plástico que había en la bandeja del almuerzo y le abrí el pecho. Fue más difícil de lo que creía, porque el cubierto se partió en dos cuando iba por la mitad y la última parte la tuve que hacer a mano y ayudándome con los dientes.
Una vez abierto y haciendo caso omiso de los gritos, le saqué ambos pulmones (no sabía cuál era el malo y no quería equivocarme) y le puse el órgano entre las costillas. Costó encajarlo porque mide casi doce metros de alto, pero pude hacer espacio quitando el bazo, que al fin y al cabo nadie sabe lo que es ni para qué sirve. Finalmente cerré la herida con unas tiritas MO-NÍ-SI-MAS de Bob Esponja.
El postoperatorio fue muy complicado. Prácticamente tuvo que aprender a respirar de nuevo. Ayudándose con el teclado, claro. Casi hubo rechazo, pero por suerte yo estaba allí para darle de collejas y advertirle de que EN ESTA CASA NO SE TIRA NADA.
Sí, en esta casa. Porque me mudé con él y su familia para asegurarme de que la recuperación iba bien.
En realidad, técnicamente sólo me mudé a su calle, donde planté una tienda de campaña desde la que observaba a mi paciente a través de unos prismáticos. Y a su mujer cuando se duchaba. También traía un megáfono que utilizaba para recordarle al enfermo que se tomara su medicación. Gracias a este aparato me hice muy popular en el barrio: la gente me tiraba comida desde las ventanas, la mayor parte en mal estado, pero lo que importa es el detalle de agradecimiento.
Me tuve que ir poco antes de que la recuperación fuera completa, ya que la esposa del transplantado me disparó con una escopeta por una confusión bastante ridícula, cuando una noche en la que ella estaba sola en el sofá, creí por error que se me estaba insinuando, trepé por las cañerías y me planté en su comedor con los pantalones en los tobillos y cantando: "Hazme el amor, aprisióname...!"
Había interpretado mal las señales. Aunque menuda buscona. Me acababa de gritar: "MALDITO LOCO, SAL DE NUESTRA CALLE DE UNA VEZ", cosa que obviamente quería decir que abandonara la calle y por tanto entrara en su casa.
Seguro que sólo estaba jugando conmigo. Las mujeres son todas unas desequilibradas.
En fin. El caso es que el señor este del trasplante de órgano está muy bien. Y a veces cuando respira suena Bach. Todo son ventajas.
Published on September 03, 2012 06:00


