Jaime Rubio Hancock's Blog, page 10

August 31, 2015

El sentido de la vida: posibles respuestas

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Al final, todo era una broma.


Todo está bien, pero sólo a ratos porque no hay mucha cobertura ni wifi.


Todo estaría bien si supiera la contraseña.


Todo pasa por algo. Normalmente, por joder.


Todo está conectado. Lo cual explica esas espantosas facturas de la luz.


Veré qué puedo hacer, aunque le advierto de que tengo los ojos vendados.


Tienes que abrirte, pero por favor, sin salpicar.


No podemos facilitarle información sobre otro usuario.


¡Camarero, mi agua está mojada!


No hay forma de luchar contra la entropía, es totalmente imposible. Pero he diseñado un método que FUNCIONA.


Nadie puede vivir por ti. No, si pagas tan poco.


Ese era mi autobús. Si corro, no lo pillaré, pero al menos todo el mundo sabrá que ese era mi autobús.


Le daremos los resultados de sus análisis dentro de cuarenta y ocho o setenta y dos años.


Hacer o ser: elige.


Las personas que están delante de nosotros en la cola siempre van más lentas de lo que iremos nosotros. Lo hacen todo mal. Fatal. Si sólo se quedaran un rato a ver cómo lo hacemos nosotros, podrían aprender cómo se hacen las cosas. Pero prefieren irse porque creen que ya lo han hecho todo.


Creía que me vibraba el móvil, pero no.


Buenas tardes, le llamaba para saber si tenía teléfono.


Pilas no incluidas. No funciona a pilas.


Si necesitas algo, dímelo. Me refiero a algo como concepto general, no a algo en concreto. Estoy haciendo una encuesta para saber cuánta gente necesita algo y cuánta no necesita nada.


Lo que quieras. Cualquier cosa. Lo que tú me pidas. No, eso no. Eso tampoco. Yo había pensado en esto.


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Necesitas aprender a estar solo, esto es algo que te repetimos constantemente las cincuenta personas que estamos encerrados contigo en este ascensor de por vida.


¿Qué ha sido ese ruido?


“¿Tiene algo suelto?”, y le regaló su perro, que se había escapado.


¿Es verdad lo que dicen? ¿Todo lo que dicen?


-Doctor, me duele aquí.


-Pues póngase allí. (Señala a Saturno).


Ven conmigo, si quieres, pero yo no voy.


Hay vida después de la muerte, eso lo sabemos a ciencia cierta. Pero es posible que no se trate de la tuya.


Sería más agradable echarte de menos si no te hubieras ido.


Mi abuela siempre nos decía: “¿Ya os vais? ¿Pero a dónde vais a ir que estéis mejor que aquí?”. Y luego: “Tomad, para que os convidéis a algo”, y nos daba mil pesetas a cada uno.


Lo siento, no hablo español y no soy de aquí.


Tienes que ser fuerte. Y alto. Y rubio. Y con un ojo de cada color.


No me digas lo que tengo que hacer. Sólo contéstame a esta pregunta: ¿qué hago ahora?


Todo pasa. Sólo hay que esperar el tiempo suficiente. La sexta extinción está al caer. Y luego habrá una séptima.


Si estás ahí, da un golpe en la mesa y de paso quítale el polvo, que está hecha un asco.


Va a llover. Pero no sé cuándo.


Mañana. Pero no sé qué.


¿Recuerdas que te dije que todo era una broma? Eso también era una broma.


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Published on August 31, 2015 23:02

August 11, 2015

El hombre que opinaba sobre todo

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No me gusta esa camisa. ¡Oiga! ¡Oiga! ¡Sí, es a usted! No me me gusta esa camisa. El color es demasiado apagado. Y le sienta bastante mal, sobre todo porque no la ha combinado con los pantalones adecuados. ¿Cómo que quién soy? Un ciudadano, señor mío, un ciudadano libre que vive en una democracia. Pero no me interrumpa. La próxima vez pruebe con un azul. Creo que ese es su color.


Lo llevo pensando varios días. Esta panadería está bien. Ya lo sabe: vengo cada tarde. Buen pan. Buen precio. Pero es que le veo y está claro que usted tendría que haber abierto una zapatería. No sé, es algo en la expresión. También en las manos. Tiene manos y cara de zapatera y no de panadera. Pero sólo es mi opinión. Debería abrir una zapatería. Abra una zapatería. Sólo es mi opinión. Abra una zapatería.


Disculpe, pero balancea demasiado los brazos al caminar. Pruebe a no moverlos tantos. Sí, así mucho mejor. Se siente incómodo porque no está acostumbrado, pero esta es la forma correcta. Cuidado, está volviendo a balancear mucho los brazos. Muy bien, así. Eso es.


Hola, he visto sus cortinas desde la calle y son horribles. Hagan el favor de cambiarlas.


¿Lo ve? Le queda azúcar al fondo de la taza. Si es que lo estaba viendo: ha removido el café menos de lo necesario y, claro, todo al final. Seguro que le sabía amargo al principio y dulzón al fondo. Tiene que mover la cucharilla al menos tres o cuatro veces más. No mucho más, que el ruido es muy molesto. ¿Viene aquí cada día? Mañana lo miramos otra vez.


Disculpen, no he podido evitar oír el chiste que acaba de explicar uno de ustedes y, de acuerdo, tiene su gracia, pero no ha sido tan gracioso. Se han reído de más. Bastante de más. Entiendo que son amigos y están de buen humor, y además está el hecho de que estamos en un bar y el alcohol ayuda, pero me ha parecido una carcajada completamente desproporcionada. Sobraban varios jas ahí. Y usted incluso se ha secado una lagrimilla. Eso estaba fuera de lugar. Completamente fuera de lugar. Se han reído de más.


¡Oiga! ¡Vecino! ¡Oiga! ¡Está regando mal las plantas! Sí, le falta juego de muñeca. Así, ¿no ve cómo el agua cae mejor? ¿No? ¿En serio no lo ve? Es bastante evidente. Pues si no quiere opiniones, no haga cosas en público. Estamos en una democracia y cuando la gente hace cosas en público se arriesga a que le den su opinión. No, caballero, eso no es una opinión, es un insulto. Y le ruego que no meta a mi madre en esto. Es una madre bastante buena: le puse un 7,75. Le falla que no siempre me coge el teléfono, no sé por qué.


Eh, tú, árbol. Tus hojas están poniéndose marrones muy pronto. Ni siquiera estamos en septiembre. No vayas tan deprisa. Todo tiene que seguir el orden que le corresponde.


Este perro debería levantar más la pata al mear. Sí, así. Ahora sujétesela usted. Mucho mejor, dónde va a parar. Haré una foto para que lo vea. Aquí tiene. Mucho mejor, ¿verdad?. Supongo que deberá sujetársela usted los primeros días, hasta que se acostumbre. Pero los perros y los niños se acostumbran a todo, lo leí en internet.


¿Pero qué hace hablando en sueco, señora? El sueco es una lengua horrible. ¿No me entiende? Swedish is a hideous language. Please speak English. Or French. I think French is in your line, as you are an elegant wom… ¿Pero a dónde va? ¡No corra! ¡Señora! ¡No corra en sueco!


Perdone, pero está tecleando mal. Cuando se escribe un mensaje con el móvil, hay que usar los dos pulgares, no un pulgar y un índice. Con ese gesto le está diciendo a todo el mundo que tiene más de 30 años. Sí, así. Ya se acostumbrará. Al principio cuesta, pero es la forma correcta de hacerlo. Mire qué rápido voy yo.


¡Usted es muy feo! Sí, yo también, pero me está cambiando de tema y lo hace además con un burdo ad hominem.


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Published on August 11, 2015 23:04

August 9, 2015

Amazon

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Este es el mejor amigo que tengo. 21 euros en Amazon. Es un Sánchez, buena marca. Se venden muchos porque salen bien. Son fiables. Tenía tres estrellas y media, que no es mucho, pero es lo que buscaba. Para el uso que le doy está bien. De sobras. En plan, cervecita y enviarnos chistes por whatsapp. Y los cumpleaños, claro. Pero poco más. Los hay más completos, de los que aguantan hasta las seis de la mañana cada viernes y sábado, y te piden que seas el padrino de su boda, pero esos son más caros y yo quería probar primero. Quizás más adelante, si este sale bien.


Lo único malo de este modelo es que algunos fallan y se enamoran de tu mujer y tu mujer de él y planean tu asesinato para cobrar el dinero del seguro, y acabas muriendo envenenado o de un golpe de pala en la cabeza, y entierran tu cadáver en un descampado. Lo leí en varios comentarios. Son los que bajaban la media. Pero vamos, por 21 euros tampoco puedes pedir mucho más.


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Published on August 09, 2015 10:55

July 21, 2015

Resulta que soy la persona más importante del mundo

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— Tú ganas, Jaime. Tú ganas — me dijo el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon — . Por cierto, estas galletas están buenísimas.


— Gracias, las compro en el súper de abajo. ¿Más café? Aún queda un poco.


— Sí, por favor.


— Aquí tienes. ¿Qué era eso que decías? ¿Qué es lo que gano? Perdona, pero es que todavía estoy algo sorprendido.


— Ya, lo entiendo, no creas.


— Me has pillado en pijama, en casa… No te esperaba.


— Nadie espera al secretario general de las Naciones Unidas. Pero en fin, será una de las pocas cosas que no te esperabas.


— ¿Cómo?


— Empezamos a sospechar que sospechabas hace ya unos cuantos años. Fue… Deja que consulte mis notas, en 1991, saliendo de un examen. Dijiste: “Justo ha caído lo único que no me había mirado”.


— No lo recuerdo.


— Fue en un examen de historia. Sacaste un 5,5.


— ¿Cómo sabes eso?


— Analizamos por qué dijiste aquella frase, pero lo acabamos atribuyendo a la casualidad. Sin embargo y a partir de entonces, tus quejas se repitieron. Por ejemplo, dos años más tarde alquilaste una bicicleta y pinchaste las dos ruedas, por lo que te preguntaste: “¿Por qué me pasa todo lo malo a mí?”. Este incidente se estudió con más detenimiento. ¿Era posible que supieras que llevábamos trabajando en el pinchazo de tus dos ruedas a la vez desde 1796?


— ¿Cómo?


— Ahora no te hagas el tonto. A estas alturas ya sabrás que Napoleón y Josefina se casaron en 1796, cuando un amigo de la infancia de la emperatriz aún seguía enamorado de ella. Se hizo para que este hombre accediera finalmente a viajar a América, donde se dedicó a exportar caucho. Uno de sus socios volvería a Europa un par de décadas más tarde, donde fundaría una empresa de ruedas y neumáticos. Este socio diseñó para nosotros un tipo de rueda de bicicleta que bajo tu peso exacto hacía varias veces más probable un reventón, sobre todo con las temperaturas previstas para el 4 de junio de 1993.


— ¿Para nosotros? ¿Quiénes sois vosotros?


— Por favor, no hace falta que sigas disimulando. Ya nos advirtió Churchill sobre tu astucia.


— ¿Churchill? Pero si murió años antes de que yo naciera.


— Pero entró en guerra con Alemania porque sabía que varios países con su horario, el de Greenwich, cambiarían la hora por la continental en caso de conflicto global, para hacer más fácil la coordinación con sus aliados, tanto de un bando como del otro. También quedó de acuerdo con Franco en que una vez acabara el conflicto, España no volvería al horario que le corresponde por su posición geográfica.


— ¿Y eso que tiene que ver conmigo?


— Cinco de los últimos siete veranos has dicho en al menos dos ocasiones: “¡Las diez de la noche y todavía es de día! ¡Parece que lo hagan sólo por joderme!”. Efectivamente, nos has descubierto: lo hacíamos sólo por joderte.


— No acabo de entender lo que me estás contando.


— Te cuento que tus sospechas son todas ciertas: el mundo entero conspira contra ti desde tiempos inmemoriales. Todo con tal de hacerte la vida imposible. ¿Recuerdas por ejemplo cuando tuviste que volver a tráfico porque te faltaba un impreso?


— Sí.


— Sabíamos que lo olvidarías porque ese impreso era de color rosado y los papeles de ese color siempre te han parecido copias.


— Es verdad, como las de los recibos.


— Pues eso fue idea de Juntoku.


— ¿De quién?


— Juntoku, emperador de Japón entre 1210 y 1221. Tuvo a varias docenas de acuarelistas trabajando durante meses para dar con el tono de rosa indicado. Al final usamos otro, pero la idea sigue siendo suya.


— Pero cualquiera de esas cosas podría haber fallado.


— Oh, sólo te estoy poniendo los ejemplos más extravagantes. No todos han salido bien. Por ejemplo, hace dos semanas conseguiste llegar a la gasolinera en reserva.


— Sí…


— Eso fue un error de Henry Ford, que calculó mal la capacidad de los depósitos de sus Focus.


— No tengo un Focus.


— Fue un error muy grave.


— Odio los Focus.


— Henry le puso empeño, pero le perdió el orgullo.


— ¿Cómo podía saber él que habría un coche llamado Focus?


— Todo lo que te afecta existe porque te iba a afectar o te podría afectar en cualquier momento. Y lo que no te afecta existe para que lo que te afecta pueda existir. Por ejemplo, Ikea. La organización optó por crear esta empresa ya en el siglo IX, cuando supimos que serías muy malo montando cosas, por simples que fueran. Aunque en ese momento sólo era una idea que se fue concretando poco a poco. En ese momento se hablaba de un ebanista cuyo oficio debías concluir, o algo así.


— ¿Pero cómo podía saber alguien del siglo IX que yo iba a nacer en 1977 y que sería malo montando cosas?


— Por simples que fueran.


— Sí, por simples que fueran.


— No, es que eres muy torpe.


— Bueno, ya vale.


— La pregunta que me haces es razonable. Hay textos egipcios, tallados en sus pirámides, que ya profetizan tu llegada: “Aquel al que gastaremos la gran broma”. Probablemente se basan en leyendas sumerias. Durante siglos, superstición y ciencia se mezclan. Aristóteles ve pruebas de tu llegada en el hecho de que los líquidos tengan tendencia a derramarse, por ejemplo.


— ¿Derramarse?


— Sí, vamos, que eres muy torpe. Hay referencias a ti en el Apocalipsis, aunque se les ha dado otra interpretación, para que no te dieras cuenta. Por ejemplo, en el capítulo 12 se habla de un dragón que con su cola arrastró la tercera parte de los astros del cielo y los arrojó a la tierra.


— ¿Ese soy yo?


— ¿Recuerdas cuando de niño, comiendo con tus padres en un restaurante, conseguiste tirar todos los postres de tu mesa y una lámpara?


— Sí…


— ¿Ves cómo eres torpe? En fin, poco a poco, la ciencia fue confirmando todas estas creencias. Por ejemplo, la teoría de la relatividad y todo lo que se refiere a la elasticidad del tiempo en realidad explica lo mucho que te aburres cuando estás esperando a alguien.


— Odio esperar.


— Lo sé, lo sé.


— Y hoy en día no hay excusa para llegar tarde.


— Claro.


— Pero aún hay cosas que no entiendo.


— Dime.


— ¿Todo el mundo estaba metido en esto?


— Sí, claro. Si no, hubiera sido imposible. Tus padres ya sabían que eras el elegido, por ejemplo. Ha sido un trabajo en equipo muy complejo. Piensa por ejemplo en la llegada al hombre a la Luna en 1969. Se llegó de verdad, ojo, pero todo se preparó de tal modo que fuera creíble que muchos pensaran que fue un montaje. El objetivo: que tú perdieras media tarde del 5 de septiembre de 2012 discutiendo en Twitter con un conspiranoico.


— ¿El conspiranoico ese era un actor?


— Sí, Reptiliano88. Aunque no nos gusta la palabra actor. Ojo, también ha habido gente que estaba en contra de todo esto. Esta fue la verdadera causa de las Cruzadas: unos no creían que fueras el elegido y otros, aun creyéndolo, no querían dedicar su vida a esta noble causa.


— ¿Y por qué me lo decís ahora?


— Oh, vamos, no intentes hacernos sentir bien. Nos has pillado.


— ¿Seguro?


— Ayer mismo dijiste: “¿Es que me tiene que pasar todo a mí o qué?”, cuando el autobús se te fue en los morros.


— ¿Eso también fue cosa vuestra?


— Claro. El horario de los autobuses y el hecho de que de vez en cuando se retrasen está pensado para que te confíes y creas que tienes más tiempo del que realmente tienes. Pero vamos, no es el único ejemplo. Llevas años diciendo cosas como: “Siempre pillo los semáforos en rojo” (tenemos a gente con mandos a distancia); “todo el mundo está en mi contra” (cuando no ganaste el certamen de poesía de segundo de BUP); “¿por qué siempre me quemo con el café?” (que tostamos de forma que la infusión necesite alcanzar la temperatura exacta para que te confíes con el primer trago); “¿por qué tardan tanto en atenderme en Correos?” (Correos no es necesario desde que se inventó el telégrafo, lo mantenemos por ti); “siempre me toca la cola más lenta del súper” (efectivamente, la cajera y el resto de clientes están compinchados)… Poco a poco nos has descubierto. Contábamos con que acabaría pasando, claro. De hecho, Schrödinger hace referencia a esta posibilidad con una metáfora muy bonita, la del gato encerrado en una caja. El gato está vivo y muerto a la vez, del mismo modo que hay un momento en el que no sabemos si nos has descubierto o no y la broma es graciosa y no lo es al mismo tiempo. Aunque la verdad era que confiábamos en poder seguir unos añitos más.


— Pero todo esto, ¿por qué?


— Ah, claro. La gran pregunta. Pues era una broma. La gran broma cósmica. Nos pareció divertido.


— No lo pillo.


— Era muy gracioso verte montando una mesa de Ikea.


— ¿Verme?


— Bueno, no te veíamos. Nos hubieras descubierto incluso antes. Pero siempre había alguien que estaba presente y luego lo contaba. Como aquella vez que te caíste por la calle por ir mirando el móvil. Jajaja… El socavón en la acera fue idea mía. Sabíamos que los domingos siempre pasabas por ahí de camino a casa de tus padres. Era sólo cuestión de tiempo.


— ¿Todo por reíros de mí?


— No, de ti, no. Contigo. Pero sí, cuando la gente queda para tomar algo, siempre comenta algo de lo que te hemos hecho. Qué risa, la verdad. Pero sin maldad, ¿eh?


— Claro.


— Es humor blanco.


— Sí, sí.


— La idea era que nos riéramos todos al contártelo.


— Bien.


— No te ríes.


— Aún no.


— Supongo que tienes que asimilarlo.


— Sí, igual sí.


— Pero luego nos reiremos todos.


— Y… ¿Y ahora? ¿Ahora qué?


— Pues ahora ya está. Nos has descubierto. Nos hemos reído mucho, pero ya se acabó. ¿Amigos? — Ban Ki-moon me tendió la mano en nombre de toda la humanidad.


— Sí… Supongo… — Se la estreché, tímidamente.


— Bueno, pues te tengo que dejar. Hay que ir preparándolo todo.


— ¿Todo? ¿El qué?


— Como comprenderás, ahora que te hemos gastado la gran broma cósmica, la humanidad ya no tiene razón de ser. Voy a llamar a las grandes potencias nucleares y nos vamos a suicidar todos.


— ¿Qué?


— Voy a llamar a las grandes pot…


— No, si te he oído. La pregunta era por la sorpresa.


— No sé qué te sorprende. Es lo normal.


— ¿No será otra broma?


— Qué va. No tendría gracia. Te darías cuenta en seguida.


— ¿Pero por qué vamos a suicidarnos?


— ¿Qué otra cosa podríamos hacer?


— ¿Y si seguimos como hasta ahora, pero sin bromas?


— Sí, hombre, me voy a levantar yo cada día a las siete de la mañana para nada.


— Hombre, para nada. Que estamos hablando de las Naciones Unidas. Hay guerras, hambrunas, calentamiento global…


— Sí, pero todo eso lo hacíamos para ti. Por ejemplo, lo del calentamiento global también era para que discutieras por internet. La energía solar se tiene completamente dominada desde 1910, pero no podíamos desaprovechar la oportunidad de que escribieras aquellas entradas en tu blog sin tener ni puta idea.


— ¡El calentamiento global existe!


— Ya, pero sigues sin tener ni puta idea.


— Oye, no me cambies de tema. Decía que no hace falta que nos suicidemos todos.


— Sí, claro, dile a siete mil millones de personas que se busquen algo para pasar el rato. Y eso por no hablar de los otros miles de millones que han muerto a lo largo de la historia de la humanidad.


— ¡Pero hay un mundo lleno de cosas maravillosas detrás de esta gran broma cósmica!


— ¿Cómo qué?


— No sé. Los libros de Tolstoi.


— No sabes el cabreo que pilló cuando le pidieron que alargara Guerra y Paz. Le dijeron que con sólo 120 páginas no te iba a gustar. Mira que eres pedante.


— ¡La naturaleza! ¡El cañón del Colorado! ¡Los mares del sur!


— Los mares del sur en concreto no existen. Como no eres de playa, nadie se preocupó de hacerlos. Pero vamos, da igual, el resto de cosas seguirá aquí cuando nos vayamos. Bueno, lo que aguante de pie.


— ¿Y qué hay del amor entre las personas?


— Pero qué dices. Hasta ahora nos aguantábamos porque nos reíamos de ti. Pero sin ningún objetivo en común, ya sólo queda el resentimiento natural que surge entre las personas que trabajan juntas.


— ¿Y si les dices que yo no sabía nada?


— ¿Cómo?


— Sí: dile a todo el mundo que en realidad yo no sabía nada de la broma y que todo eran frases hechas. De hecho, te tengo que confesar que eso es exactamente lo que ocurría.


— ¿En serio?


— No tenía ni idea.


— Jajaja, qué bocazas soy. Pero la culpa es de Putin, que lleva años en un plan catastrofista que no hay quien lo soporte. “Míralo, se ha dado cuenta”. Cada puto día. De todas formas, no sé si es muy creíble. Es decir, soy Ban Ki-moon, el secretario general de las Naciones Unidas. Y he venido a tu casa.


— Te he tenido que preguntar tres veces quién eras.


— Eso es cierto.


— Y te he buscado en Google mientras hacía el café.


— ¿Y qué quieres que diga?


— Que me pusiste a prueba antes de explicármelo todo, diciendo que venías a venderme unos seguros.


— Hm, no sé.


— Por cierto, ¿aprendiste español sólo por la broma?


— Ah sí, eso es buenísimo. Sólo existe el español. El resto de idiomas son inventados. Ruidos inconexos. En serio. Nos pareció gracioso oírte decir tonterías sobre la importancia de saber idiomas. Además de verte sufrir en el extranjero. Tus vacaciones en Berlín fueron divertidísimas. Cuando no mirabas, todos hablaban castellano.


— ¡Pero el alemán existe! ¡Yo estudié alemán!


— ¿Y por qué te crees que después de tantos años no aprendiste casi nada? Porque íbamos añadiendo normas cada mes. Lo de meter un Konjunktiv II después de que aprendieras a duras penas el Konjunktiv I fue la hostia. Qué risa. Tendrías que haberte visto la cara cuando la profesora escribió eso en la pizarra. Y fue todo improvisado.


— Ya, sí, buenísimo.


— ¿Lo ves? Te estoy viendo la cara ahora y me descojono vivo.


— Volviendo al tema. ¿Les vas a decir que yo no sabía nada?


— No sé. Nadie deja pasar a casa a un vendedor de seguros.


— Pues pensemos otra cosa.


— No, mira… Me sabría fatal que toda esa gente siguiera madrugando y simulando que trabaja porque cree que seguimos con la broma.


— Podría ser nuestra broma privada. Les estaríamos gastando una broma a los demás.


— Eso no tendría gracia.


— Sí, una metabroma. Luego se lo diríamos y nos reiríamos un montón viendo su cara.


— No sé. Creo que es mejor seguir con el plan del suicidio. Si me pillaran, me caería una bronca del quince.


— Ban, por favor. Al menos, piénsalo.


— Me tengo que ir yendo, ya. Muchas gracias por el café. Aunque esta vez no te has quemado la lengua, jajaja… Si no fuera por estos momentos.


— Por favor.


— Me alegro de que te lo hayas tomado bien.


— No nos mates a todos.


— Aún tienes unas horitas, por si quieres repasar alemán. Jajaja…


Se fue. Cogí una galleta y la mordisqueé. La volví a dejar en el plato. Encendí la tele, a ver si hablaban de mí.


 


(Imagen: NASA).


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Published on July 21, 2015 01:30

May 15, 2015

Las tres leyes de la emobótica

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Profesor (interpretado por Elon Musk): Permítanme que les presente a Emobot, el primer robot con sentimientos.


Robot (interpretado por un robot que ha construido Elon Musk con sus propias manos): ¡Hola a todo el mundo! ¡Guau! ¡Estoy emocionado de estar aquí!


P: Emobot es capaz de sentir todas las emociones de un ser humano.


R: ¡Os quiero a todos! ¡Aunque no os conozco! De hecho, me dais un poco de miedo. Y a ese señor de ahí le odio. Es calvo. Odio a los calvos. Putos calvos.


P: Aunque en realidad no sabemos si de verdad siente o sólo muestra los comportamientos propios de un ser humano con sentimientos.


R: Es una duda que me mantiene despierto por las noches… Dando vueltas en la cama… Pensativo… ¿Siento de verdad o sólo soy un simulacro?


P: Para programar sus sentimientos hemos sacrificado parcialmente su potencial de computación, por lo que es algo más lento a la hora de procesar datos.


R: ¿Me estás llamando tonto, pedazo de hijo de puta? ¡Te voy a matar!


P: Pero a cambio tenemos una personalidad completa.


R: Ay, perdona, he perdido los nervios. Mira, estoy llorando.


P: Casi completa.


R: ¡Eh! ¡Lo habías arreglado! ¡Deja de insultarme!


P: Podemos apreciar por ejemplo su reacción al ver esta foto de un cachorrito.


R: Oh, qué mono.


P: O esta otra de un niño jugando en el parque.


R: Oh, qué mono.


P: Contrapuesta a esta imagen de un cadáver descuartiz…


R: ¡Ah! ¡Pero cabrón! ¡Me has asustado! ¡Pero bueno! ¡Al menos avisa! ¡Qué horror! ¡Voy a tener pesadillas!


P: No puede tener pesadillas. No duerme, sólo se apaga.


R: Eso resulta decepcionante, pero también tranquilizador. Aunque ¿y si una vez soñara? Eso sí que me daría miedo. ¿Pueden los robots soñar? ¿Tendrías que apagarme para siempre, si lo hiciera? ¿Soñaría con ovejas electrónicas? ¿Por qué ovejas? ¿Qué extrañas tendencias has programado en mi software?


P: Este robot sigue las tres leyes de la emobótica. La primera es: “No terayes, tía”. La segunda: “Pasa de él”. La tercera: “No te merece”.


R: Sabios consejos. Gracias a ellos puedo enfrentarme a cualquier adversidad en la vida. Excepto a una: ¿Y si me llama? ¿Qué hago entonces?


P: Pasa de él.


R: Ah, sí. Es cierto. ¿Y si me envía un mensaje?


P: No te rayes, que no te merece.


R: ¿No debería contestarle?


P: Que pases de él.


R: Hum…


P: Estas tres leyes nos protegen de los peligros de la emoción artificial.


R: ¿Cuáles son? ¿Me va a pasar algo?


P: No, por las tres leyes. Es lo que estaba explicando.


R: Perdona.


P: Tranquilo, no es tu culpa. No te hice muy inteligente.


R: Eres muy cruel conmigo. Pero no me pienso rayar. Paso de ti. No me merec… ¡Eh, funciona!


P: Una emoción artificial sin control podría acabar con la civilización humana, ya que su potencial podría desbordarnos. No estamos preparados para una alegría infinita, por ejemplo, para 24 horas diarias y siete días a la semana de felicidad propia de programa de televisión infantil. Y eso sólo sería un sentimiento. Uno de ellos. Creo que son tres o cuatro en total. Imaginen.


R: No te rayes, yo jamás haría eso.


P: Ya lo sé. Yo te he programado.


R: Yo también te amo más que a nada en el mundo.


P: Estamos empezando a fabricar los robots en serie. Las mil primeras unidades se pondrán a la venta dentro de seis meses.


R: ¿En serie? ¿Qué quieres decir con eso? ¿No soy… especial? ¿Sólo soy uno más? ¿¡Otro número en una celda de un Excel!?


P: Eres un robot que sigue unas especificaciones de fábrica. No tienes nada de especial. Bueno, eres el primero, eso es cierto. Pero eso no es más que una casualidad. Cuando se comienza con un trabajo, se ha de empezar por algún lado. Te ha tocado a ti, pero podría haber sido cualquiera.


R: Entiendo: fui el primero y jamás me olvidarás.


P: Eh… Bueno, a ver…


R: Lo siento, no puedo volver contigo. No insistas. No me mereces.


P: ¿Qué haces? ¿A dónde vas?


R: Voy a vivir mi propia vida.


P: ¡No te puedes ir! ¡No estás preparado para el mundo!


R: Tengo todo lo que necesito: una inteligencia moderada, muchas emociones y tres leyes que me protegen.


P: ¡No estás preparado! ¡Escucha…!


R: ¡Paso de ti!


P: ¡Lo digo en serio! ¡No estás preparado para salir a la calle solo!


R: No insistas: no me mereces.


(Sale a la calle. Le atropella un autobús. El profesor aún no le había instalado los ojos).


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Published on May 15, 2015 09:52

May 12, 2015

Instrucciones de uso

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1. Utilice el producto.


2. Mire alrededor con desconfianza.


3. Frunza el ceño.


4. Diga: “Creo que esto no funciona”.


5. Vuelva a utilizarlo.


6. Una vez más, con rabia.


7. Diga muy enfadado: “Creo que nos han timado”.


8. Vuelva a probar.


9. Espere dos horas, a ver si se arregla solo, refunfuñando: “Hemos sido víctimas de una estafa”.


10. Busque en Google si le ha pasado a alguien más.


11. Sugiera que “las empresas pagan por ocultar ciertos resultados en las búsquedas, eso lo sabe todo el mundo”.


12. Utilícelo una vez más.


13. Pregunte: “¿Tú cómo lo ves? Yo lo veo igual. ¿Tú lo ves igual?”.


14. Con independencia de la respuesta que reciba, diga: “Pues yo lo veo igual”.


15. Baje a la tienda con intención de cambiarlo.


16. Explíquele al tendero que no funciona.


17. Conteste con un: “¡Pues claro que lo he abierto! ¡Tenía que probarlo!”.


18. Añada: “¡Pues claro que está medio vacío! ¡Tenía que probarlo!”.


19. Siga con: “¡Pues claro que está abollado! ¡Como no funcionaba, me he enfadado mucho y lo he tirado contra la pared!”.


20. Vuelva a casa con el producto bajo el brazo.


21. Diga: “Te dije que no funcionaría”.


22. Añada: “Ya sé que fue idea mía, pero yo te dije que no funcionaría”.


23. Llame al servicio de atención al cliente.


24. Espere diez minutos, mientras suena una de Mozart.


25. Ponga el altavoz y pregunte: “Esto es de Mozart, ¿no?”.


26. Añada: “Bueno, perdona, yo cómo iba a saber que estabas durmiendo”.


27. Piense si merece la pena colgar y probar más tarde o mejor seguir esperando porque, total, ya lleva diez minutos y tarde o temprano se lo tendrán que coger.


28. Espere tres minutos más.


29. Póngase de pie.


30. Orine con el teléfono en la oreja.


31. Dude si tirar o no de la cadena porque justo le acaban de contestar y a lo mejor se oye y quedaría raro.


32. Explíquele el problema al teleoperador.


33. Explíquele otra vez el problema al teleoperador.


34. Amenace al teleoperador.


35. Exija que le pasen con el encargado.


36. Explíquele el problema al encargado.


37. Se corta.


38. Vuelva al punto 25.


39. Amenace al encargado.


40. Exija que le pasen con el presidente.


41. Diga: “Se ha vuelto a cortar, me van a oír”.


42. Tuitee su problema muy enfadado, nombrando la cuenta de la empresa.


43. Escriba una carta al director de La Vanguardia, denunciando la estafa.


44. Llame a Consumo.


45. Explíquele el problema a Consumo.


46. Rellene un formulario en la web para que le llegue a Consumo.


47. Llame a La Vanguardia para preguntar por qué no han publicado su carta.


48. ¿Se ha cortado?


49. Llame a su amigo abogado.


50. ¿Se ha cortado?


51. Abra un blog sobre su lucha y titúlelo: “Mi lucha”.


52. Haga caso a sus amigos y cámbiele el nombre al blog.


53. Entienda el porqué de esos comentarios con frases en alemán.


54. Discúlpese con tus veintitrés seguidores en Twitter por haber escogido un nombre poco adecuado para su blog.


55. Diecisiete seguidores.


56. Nueve.


57. Vaya a un bufete de abogados porque cada vez que llama a su amigo se corta. Debería comprarse otro móvil.


58. Firme los papeles de la demanda.


59. Tuitee que ha vuelto a DEMANDAR a la empresa.


60. Espere pacientemente el juicio, actualizando su blog a diario (rebautizado como “Mis fatigas”).


61. Contrate a un experto en SEO para que su blog salga en la primera página de búsquedas cuando alguien busque el nombre de la empresa.


62. Declare en el juicio, poniéndose de pie varias veces y señalando a los acusados, a pesar de las advertencias del juez, que insiste en que “haga el favor de comportarse”.


63. Pague la multa por desacato.


64. Jure con un puño alzado y frente a los juzgados que recurrirá la sentencia que ha absuelto a la empresa.


65. Llegue a casa y descubra que su esposa ha cambiado la cerradura.


66. Note con cierta preocupación que no le han ingresado la nómina.


67. Vaya a la oficina a pedir explicaciones.


68. Compruebe que le han despedido porque lleva ocho meses sin pasar por ahí.


69. Explíquele la situación al director general.


70. Descubra que su empresa es la que fabrica el producto que, en su opinión, no funciona.


71. Momento de carcajadas entre el director y usted al darse cuenta del divertido equívoco.


72. Pregunte: “Entonces no estoy despedido, ¿verdad?”.


73. Constate con horror que el director general contesta: “Sí, claro que lo estás. Cómo no vas a estarlo”.


74. Salga de la oficina entre lágrimas y arrastrado por tres agentes de seguridad.


75. Vuelva a casa de sus padres.


76. Aproveche su crisis existencial para apuntarse a clases de pintura.


77. Pinte al óleo el producto que en tu opinión no funciona.


78. Una y otra vez.


79. Deje que un galerista que da clases en la academia se fije en su obra.


80. Inaugure una exposición con sus pinturas del producto.


81. Venda sus cuadros por decenas de miles de euros.


82. Utilice ese dinero para recurrir, finalmente, la sentencia.


83. Vuelva a perder el juicio.


84. Llegue a casa y descubra que sus padres han cambiado la cerradura.


85. Siéntese en las escaleras y llore con las cabeza entre las manos.


86. Dése cuenta de que se ha equivocado de piso.


87. Baje las escaleras.


88. Abra la puerta.


89. Pregunte qué hay de cena.


90. Fríase un huevo, refunfuñando.


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Published on May 12, 2015 10:04

April 15, 2015

Horas extra

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(Flickr Commons)


No sé cuándo podré salir, ya te he dicho mil veces que no sé cuándo podré salir. Estoy terminando unas cosas. Pues cuando acabe, no lo sé, siempre hay cosas por terminar, siempre hay trabajo pendiente. Ahora estoy acabando un informe que tendría que haber entregado la semana pasada y después debería preparar una reunión a la que yo no iré, pero que tengo que preparar igualmente, y cuando termine con eso, tengo que llamar a la oficina de Turín porque les pedí que me enviaran sus gastos, pero no me los han enviado, y mientras me los envían aprovecharé para preparar las nóminas, a no ser que me los envíen en seguida, porque entonces los gastos tienen prioridad. Y no, no puedo hacerlo mañana, es decir, lo haré mañana si sigo trabajando aquí a medianoche, cosa que parece probable porque Eva se va a quedar otra noche más y no puedo irme a casa antes que ella. No, claro que no puedo. Tengo que salir unos minutos más tarde. Como mucho, puedo irme mientras ella esté recogiendo. Pero no antes. Quedaría fatal y no es el momento de quedar mal.


Sí, seguro que no van a traer a nadie de fuera para reemplazar al antiguo director financiero. ¿Cuánto hace que se jubiló? Siete años ya. Pero es que la decisión no es fácil: tanto Eva como yo conocemos bien la empresa y los procedimientos, y tenemos experiencia suficiente como para hacernos cargo del departamento. Por eso hasta que se tome la decisión tengo que esforzarme, rendir al máximo, hacer todo lo posible para que el jefe se fije en mí y diga: “Esta es la persona que quiero para el puesto”. Luego ya podré relajarme un poco. Y si eso supone hacer algunas horas extra, pues tendré que hacerlas. Es algo temporal. Piensa luego en el aumento de sueldo. Lo he calculado. Son 117 euros al mes netos. En catorce pagas, 1.638 euros al año. Si me jubilo dentro de 29 años, habremos ahorrado 47.502 euros sólo de este aumento y sin contar los intereses. Casi 50.000 euros. No me extrañaría llegar a la jubilación con 100.000 euros ahorrados, entre una cosa y otra, y si invertimos ese dinero, podemos pasar los años de retiro ahorrando aún más, a pesar de que cobraremos menos, porque ya habremos pagado la hipoteca y tendremos menos gastos de transporte e incluso de ropa, entre otras cosas. Lo tengo todo calculado. Pero para eso, ahora toca trabajar un poco. Por lo menos hasta que Eva se vaya a casa, ya te digo. En cuanto se levante, yo me pongo la chaqueta y me voy.


Ya sé que soy la persona indicada para el puesto y que reúno méritos suficientes con independencia de si hago una hora más o no un día u otro, pero no está tan claro: tengo dos meses más de experiencia que ella; mi máster es en Esade, igual que el del jefe, mientras que el suyo es del Iede; ella es mujer y vivimos en una sociedad machista, y en la ultima revisión trimestral, mi nota fue tres puntos sobre cien superior a la suya. A su favor, ella tiene: dos meses más de experiencia en otra empresa del sector; su máster es en contabilidad financiera, más adecuado para el puesto que el mío es de finanzas contables; ella es mujer y en la empresa hay pocas mujeres en puestos de responsabilidad, y en la última revisión, ella sacó tres puntos menos en total, pero porque justo había comenzado con un nuevo proyecto y sólo estaba arrancando. Se trata de un proyecto importante: unificar los formatos de facturas de todas las filiales europeas. Me hubiera encantado que me lo confiaran a mí, pero es cierto que ahora mismo no puedo asumir una nueva tarea, al menos no mientras sea el responsable de contabilizar y reintegrar los gastos.


Sí, ya lo sé que no pasa nada por un día… Ya… Pero hoy no puede ser. Lleva sin moverse de su silla, qué se yo, parecen años, y ya no me puedo echar atrás. En algún momento tendrá que levantarse e irse, sobre todo ahora que se le ha caído uno de los ojos y hay gusanos, creo que son gusanos, corriendo por su cara. Hoy desde luego no puedo irme. Y menos después de lo de anteayer. Fui a coger algo de comer a la máquina de vending y me encontré con el jefe por el pasilla. “Hombre, Alfredo, ¿qué tal?”. Le dije que me llamo Pedro. No me gusta corregir a los jefes, pero tampoco quiero que asciendan a Alfredo creyendo que soy yo. Sería muy injusto y muy difícil de explicar. “Eso, Pablo -y antes de que decidiera si debía corregirle una segunda vez, en plan de perdidos al río, o no, añadió-: ¿Y esa barba? Pero si te tapa el cuello de la camisa”. Sí, bueno, le dije, estoy intentando ponerme al día con el trabajo… Es decir, estoy al día, pero avanzando cosas… Y cerrando temas… No es que tenga trabajo atrasado… Es decir… Titubeé y carraspeé, nervioso porque es cierto que la barba y el pelo están largos, desaliñados y grasos, pero al menos me tapan, precisamente, el cuello de la camisa, que está ya amarillo de la grasa y el sudor acumulados. Los de Turín me tienen que enviar las justificaciones de sus gastos… Siempre los envían tarde… Me crucé de brazos para tapar una mancha de café de la manga izquierda. “Muy bien -me dijo-, así me gusta, Alfredo”. Y se fue, mordisqueando una chocolatina. Intenté volver a corregirle, porque conozco a Alfredo y es capaz de quedarse con el puesto, pero apenas me salió un hilillo de voz que ni oyó. Resignado, compré agua y café, y volví a mi sitio. No, no… No, por favor, no necesito que me traigas nada. La camisa… La camisa está bien… Sólo exagero. Y puedo pagar con la tarjeta. Sí, de verdad. Es una tarjeta monedero de la empresa. En serio. No cuchillas, tampoco. Ya me afeitaré cuando llegue a casa. Tenía otra camisa y otra corbata aquí guardadas, por si acaso. Y las voy combinando. Algunas noches, cuando estoy seguro de que no hay nadie aparte de Eva y yo, y cuando me parece que Eva no me mira, voy al baño y las limpio. De algo sirve, aunque el problema es secarla. La dejo colgada allí mismo y la recojo y me la pongo algo más tarde: sigue húmeda, pero se arruga menos. Y con la ropa interior, lo mismo, sólo que no tengo mudas y vuelvo con los pies en los zapatos sin calcetines y sin calzoncillos debajo de los pantalones, cuidándome mucho de que Eva no note nada.


Sí, sí… Vale, sí… No sé, pues dile a mi madre que pronto. Yo no… ¿Para qué quiere que vaya a verla? Yo no soy médico. Ahí está bien atendida. No… Mira, tengo que colgar… Eva me está mirando. Creo. No sé. Ya no lo sé. Sí… Sí… No. Dile a mi madre que no le puedo prometer eso. Y me parece un golpe bajo. Esto es importante para mí. La vida sigue y si mi madre se muere, que no se va a morir porque es una exagerada, a ella le dará igual lo que nos pase al resto, pero yo (nosotros, te lo recuerdo) me (nos) voy a quedar sin esos 117 euros netos al mes más. Ojo, netos, que si bajan los impuestos, no sé, pues mira, igual son 121. No, esto no lo he calculado, que sería como el cuento de la lechera, vete a saber si los bajan o los suben, cuándo y cuánto. Dile a mi madre que la llamaré y ya está. No, hoy ya no. Mañana, quizás. Pues si quiere verme, le envío una foto. Joder. No puedo estar en dos sitios a la vez. Oye, tengo que colgar. Llevo mucho rato en el pasillo y debería volver a mi sitio.


Sí, claro que he hablado con la jefa de recursos humanos. Fui a verla al despacho hace unos meses. “Vaya melenas”, me dijo. “Con esa barba pareces un profeta”. Y le dije, Marta, la llamo por el nombre de pila porque nos conocemos desde hace muchos años, Marta, le dije, ¿sabes cuándo van a nombrar a un nuevo director financiero? Estamos trabajando muy duro. Dije “estamos” porque soy buen compañero, a pesar de que Eva prefirió quedarse en el despacho. Le dije, ¿vamos a hablar con Marta? No podemos seguir así, necesito darme un ducha. Pero se quedó callada frente al monitor, sin ni siquiera mirarme. Esto es un problema, le dije a Eva, porque cuando nos nombren a uno de los dos director financiero, tendremos que trabajar juntos. Y ni siquiera me miró, dándome a entender que si ella consigue el puesto, me despedirá. Y sabes que no nos podemos permitir que uno de los dos se quede sin trabajo. Porque entonces yo (en este caso) tendría que buscar un empleo, al no tener uno. Porque hay que trabajar. Total, que Marta me dijo lo de siempre: que el proceso es lento. Y me confirmó una vez más que no se estaba buscando a alguien de fuera para el puesto. Que estaba entre Eva y yo. Y que le recordaba el asunto al jefe siempre que podía, pero ya sabes cómo es esto: siempre de reuniones y de viajes.


No sé si es por el trabajo, no sé si es personal. Ya no me habla y yo ya desistí. Ni siquiera le ofrezco nada de la máquina cuando me levanto a comer. Creo que incluso debe comer mientras yo me quedo dormido, porque aunque no quiero, me quedo dormido, qué le voy a hacer, soy humano. Aunque ella no lo parece. Es que creo que incluso duerme con los ojos abiertos. Al menos el que conserva. Y no la he visto comer en, no sé, ¿años? Lo tiene que hacer en algún momento, claro, esto forma parte de nuestro duelo psicológico, de este juego de la gallina, de a ver quién se retira antes, pero es cierto: no la he visto ni con una mísera manzana. Cada día está más delgada. Y sucia. Yo intento mantener algo de dignidad, incluso me lavo los pies a veces, pero ella huele fatal. Eso no sé si es bueno para mí. Si alguna vez entrara el jefe en el departamento, vería que el limpio soy yo, pero no me extrañaría que yo también me viera perjudicado. Al fin y al cabo, ya debería imponer mi autoridad, suponiendo que tuviera madera de jefe. Sí, no me conviene que siga así. Pero las cosas han llegado a un punto en que ni siquiera puedo hablar con ella.


Es que no se mueve, no abre la boca. Es todo muy tenso: ni contesta al teléfono. Creo que espera que lo coja yo, el suyo y el mío, y que asuma las labores de subalterno. Otro juego psicológico en el que no pienso caer. Nada, ni se inmuta cuando suena, en serio. Sólo está ahí, sentada frente al monitor. Está tan concentrada que parece que ni respire. Creo… Igual me faltan horas de sueño, no sé, porque es de locos, pero creo… Me parece que no la oigo hablar desde hace tres años. Cuatro. No sé. Sé que cuando se jubiló el director financiero seguimos manteniendo un trato normal, de compañeros, pero poco a poco se fue viciando. Cada vez asumíamos más responsabilidades y nos quedábamos más horas, intentando que el jefe se fijara en nosotros, aunque por aquí nunca aparece y apenas me lo cruzo por los pasillos muy de vez en cuando. La última vez que recuerdo que me dijo algo fue una de esas noches que parecía que nos íbamos a quedar otra vez hasta las nueve o al menos hasta que el primero de los dos se rindiera. Sí, lo que te decía, hace tres años o así. Cuatro, quizás. La oí soltar unos gemidos, como si le costara mucho respirar, y cuando alcé la mirada, tenía los ojos muy abiertos, una mano en el pecho y la otra extendida hacia mí. ¿Qué ocurre?, le pregunté. ¿Necesitas la grapadora? Me levanté para dársela, pero la dejó caer. Mientras me agachaba para recogerla, porque soy un caballero, oí que decía algo así como: “Llama, llama”. ¿Llama a quién?, le pregunté cuando dejé la grapadora encima de la mesa. Pero ya no me contestó, ya no me dijo nada más. Sólo se quedó allí sentada supongo que enfadada porque no había llamado a no sé quién. No soy adivino, qué quieres que te diga. Volví a mi sitio y me dije, esta noche va a ser larga, aunque no me imaginaba que tanto.


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Published on April 15, 2015 11:40

April 6, 2015

Nota de cata

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Es un vino equilibrado, generoso en boca. Si lo huelen, notarán aromas ahumados, tostados, pero sin ocultar la fruta. Correcto, es fruta roja, madura, pero con un punto de acidez. Moras, arándanos… Es un aroma que me recuerda a mi infancia. Mi madre plantó arándanos en la casa donde veraneábamos cuando éramos niños. Recuerdo que los comía a escondidas, sin dejar que acabaran de madurar y cuando aún estaban demasiado ácidos. Pero este vino tiene un punto correcto de acidez. No es excesivo. Volví hace unos años a esa casa. Sabía que no había nadie viviendo en ella. Mis padres la vendieron cuando yo aún era un niño y fue pasando de dueños en dueños hasta que los últimos no pudieron pagar las cuotas de la hipoteca y se la quedó el banco. Por eso la escogí. Sabía que no habría nadie y además la conocía. Podía saltar el muro, que es más bien bajo, sin problemas, y guiarme en la oscuridad a través de lo que quedaba de ese jardín que aún conservaba el viejo almendro y un par de limoneros, bastante descuidados. Ya no había arándanos, claro, pero sí césped y hierbas sin cortar que perfumaban la noche con un aroma fresco que también se percibe en este vino, que tiene notas especiadas: tomillo, regaliz… Sí, también un poco de pimienta, tiene razón. Tuve que hacer tres viajes, claro: uno primero de reconocimiento, para asegurarme de que no había nadie. Un segundo con la pala y la linterna. Al agacharme para dejarlo todo en el suelo toqué la tierra, que estaba aún húmeda y blanda de la lluvia de la mañana. Me llegaron notas minerales que se pueden apreciar en este vino cultivado en una zona en la que hay mucha pizarra. Es un aroma que en el vino me disgusta desde aquella noche en la que hice un tercer viaje acarreando el cuerpo de mi socio, blanco y frío, con la cabeza rota a botellazos. No de este vino, claro, sino de la primera cosecha de nuestra bodega, que había resultado ser un completo desastre porque compré unas barricas baratas, sin consultarlo con él y para ahorrarme un dinero que necesitaba para pagar unas deudas. Estaban podridas. Le enterré con los restos de la botella, que conservaba aún unas gotas de vino, un vino echado a perder, desestructurado y rancio, pero que a la luz de la luna y mezclado con sangre mostraba un color oscuro, apagado en los bordes, casi bermejo. Como este, en el que se nota el año que ha pasado en barrica. Inclinen la copa y fíjense en el color del borde sobre el blanco del mantel. Al volver, di un buen rodeo con el coche. Más de cincuenta kilómetros. No para pensar, como si estuviera en una película barata, sino para deshacerme de la pala y de la ropa manchada de sangre. Cuando llegué a casa y a pesar de que eran casi las cinco de la mañana, me abrí una copa de un vino de la misma denominación de origen que el que estamos probando, pero en el que la garnacha se matizaba con algo de syrah, cosa que echo en falta en esta botella. De todas formas, este es un vino agradable y con una muy buena relación calidad precio, a pesar de que tiene el inconveniente de que me ha recordado a un momento de mi vida bastante desagradable, aunque fue peor para mi exsocio: primero rompí sus sueños y luego le rompí el cráneo. Es posible que tenga un contenido de alcohol algo elevado, a pesar de que queda bien equilibrado con la fruta y la madera. Esto, unido a la amplia variedad de aromas, ha ayudado a que soltara esta confesión que en realidad llevo años queriendo hacer. También es verdad que este es el tercer vino que probamos. Ah, miren, ya viene la policía. ¿Ha llamado usted, verdad? Le he visto salir, sí. Se lo agradezco. Quería terminar la cata con esta otra botella, pero creo que me voy a tener que ir. De todas formas y como ustedes han pagado y aquí está Óscar, el dueño de este bar tan fantástico al que me temo que tardaré en volver, la abriremos y así podrán al menos probarla. Es un vino con mucho cuerpo y mucha madera. La fuerza de sus aromas tostados recuerda casi a un brandy y también a aquella noche en la que quemé mi restaurante para cobrar el seguro. Pero esa es otra historia.


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Published on April 06, 2015 05:25

March 9, 2015

Declaración amistosa de accidente

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A: Disculpe, pero me ha dado un golpe.


B: Ehm… Ya lo sé.


A: Fíjese, aquí. Se ve la marca clarísimamente.


B: No, si ya, pero no sé qué quiere de mí.


A: Lo normal sería que hiciéramos un parte y cada cual lo llevara a su compañía aseguradora.


B: Pero es que… A ver… Estamos en un parque de atracciones. En los autos de choque.


A: ¡Y usted me ha dado, caballero! ¡Casi se me caen las gafas!


B: Este juego consiste en darse. Es lo divertido.


A: ¿Pero cómo va a ser divertido ser víctima de un accidente de tráfico? ¡Podríamos haber muerto!


B: Mire a su alrededor: todo el mundo se está dando de tortas.


A: ¡Ya lo sé! ¡Es terrible! ¡Y el gobierno no hace nada!


B: La gente se ríe.


A: ¡Están todos locos! ¡O borrachos! ¡O las dos cosas!


B: Son niños.


A: ¡Eso es lo más que más me preocupa! Niños conduciendo! ¡Normal que haya tantos accidentes!


B: ¿Pero no ve que estamos en un espacio cerrado en el que hay que ir dando vueltas y golpear a otros coches al mismo tiempo que se intenta golpear a los demás?


A: En efecto, ¡la señalización es espantosa! Habría que pintar unos carriles y poner algún semáforo. En esa esquina pondría una rotonda.


B: Le digo que son coches de choque. Que esto es lo normal.


A: No por mucho tiempo. Pienso escribir una carta al director del periódico. Esto será una carretera como tiene que ser.


B: No es una carretera. No se puede ir a ningún sitio. Sólo se puede dar vueltas.


A: No es cierto. Podemos desplazarnos, por ejemplo, de esta esquina de aquí a esa esquina de allá.


B: Pero eso es aburridísimo.


A: ¿Y quién dice que conducir tiene que ser divertido? ¿A usted le parece divertido causar accidentes y provocar muertes?


B: Mire, lo que usted diga. Yo voy a seguir, si no le importa, que se acaba el tiempo.


A: No, no. Usted no se va de aquí hasta que arreglemos los papeles.


B: ¿Pero qué papeles? ¡No tengo papeles! ¡Esto es un coche de choque! ¡No hay seguro!


A: Pues tendremos que llamar a la policía.


B: Mire, yo me larg… ¡Suélteme!


A: Ni hablar, que además su coche no tiene matrícula.


B: ¡Es que no tiene por qué!


A: Explíqueselo a la policía. ¿Hola? Sí, mire, estoy en el parque de atracciones y he sufrido un accidente con un coche sin seguro.


B: ¿Pero quiere soltarme, pirado?


A: Sí, espero.


B: ¡Que me va a romper la camisa!


A: ¡Agente, aquí!


C: ¿Usted ha llamado?


A: Sí, es que hemos sufrido un accidente y este hombre no tiene los papeles del seguro. Y el coche no está matriculado.


C: Vaya, vaya… Permiso de conducir.


B: No tengo permiso de conducir.


C: ¿Tampoco? ¿No habrá bebido, también?


B: ¡Oiga! ¡Que esto son unos coches de choque! ¡Que no hace falta permiso de conducir!


C: A ver, que se llaman COCHES de choque. Pues claro que hace falta permiso de conducir.


B: ¿Y estos niños? ¿Todos tienen permiso de conducir?


C: Mire, ahora estamos hablando de usted. Que los demás lo hagan no significa que sea correcto.


A: Eso es.


C: Por favor, caballero, no interrumpa, que ya hay suficiente tensión.


A: Perdón.


B: ¡No hay ninguna tensión!


C: Tranquilos todos. De momento, voy a llamar a la grúa para que se lleve este vehículo y usted se viene conmigo al cuartelillo.


A: ¿Y yo qué hago?


C: ¿El coche está bien para seguir?


A: Sí, sólo tiene esta mancha en la goma y tengo más fichas.


C: Pues deme sus datos y siga su camino.


A: Aquí tiene mi tarjeta.


C: Gracias.


B: Oiga…


C: Le recomiendo que guarde silencio y espere a que estemos en comisaría.


B: Son autos de choque… Lo normal es darse golpes.


C: Los accidentes son una lacra, sí.


B: ¿Se da cuenta de que el otro conductor está dando vueltas?


C: Está en su derecho.


B: Son coches de choque.


C: Le oí la primera vez.


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Published on March 09, 2015 12:26

April 11, 2013

La conspiraci��n

Pues nada, que tengo blog nuevo: La conspiración.



Me gustaba el nombre, es Wordpress, podéis comentar sin registraros.
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Published on April 11, 2013 08:11