Humberto Ballesteros's Blog, page 5

August 16, 2011

Georges Simenon (1903 - 1989) con cara de viejito sabelotodo...



Georges Simenon (1903 - 1989) con cara de viejito sabelotodo que, además, se burla descaradamente de los que no saben nada. Ahí está pintado.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 16, 2011 17:40

Por qué comienzo a envidiar y temer a un belga que está muerto.

Un desconocido llega a un pueblo del Midwest y se toma un trago; el dueño de un restaurante parisino muere de un infarto. Cosas de todos los días, escogidas al azar. Alguna vez Georges Simenon, hablando de sus romans durs, dijo que le interesaba ese momento en que una persona cualquiera se ve de cara al destino. Esa palabra, 'destino', puede sonar ingenua, y lo sería si no fuera porque el belga se refiere exactamente a eso que arrastró a Hamlet o a Emma Bovary, es decir, a una suma de circunstancias fortuitas vistas a través del lente a la vez egocéntrico y aterrado de un tipo o una mujer como usted o como yo.


Los romans durs son (cifra alucinante) más de ciento diez. He leído tres. Dos de ellos los cogí este verano, para mejorar mi francés de la única manera que en verdad puedo hacerlo, es decir, a trompicones: Un nouveau dans la ville y La mort d'Auguste. El otro que había leído es L'homme qui regardait passer les trains, y cuando lo terminé pensé que por pura casualidad había dado con uno de los mejores. Después de terminar estos otros dos comienzo a temer que Simenon se agregará rápidamente a la lista de mis ídolos, que, dado que soy como sus personajes, coincide casi por entero con la de mis envidias mortales.


Me gusta el lenguaje narrativo seco, sin excesos, en parte porque he aprendido que no hay otra manera de ser honesto, en parte porque he descubierto que es el más difícil para mí. En el mundo angloparlante hay un gran culto de la sequedad declarativa de Hemingway; yo, a riesgo de que me retiren la palabra un par de amigos gringos, confieso que me parecen mejores modelos de ese estilo otros dos, ambos franceses: Camus y Simenon. Se diferencian porque al primero se le nota que es un ejercicio, un producto de una gran disciplina, mientras que al segundo le resulta natural; no hay nada forzado en la practicidad radical de sus frases. Y eso no significa que de vez en cuando, muy de vez en cuando, no arriesgue una floritura; pero infaltablemente es de una tal exactitud que termina pareciendo tan imprescindible como las descripciones o los diálogos.


Últimamente me da miedo una quimera. Pienso que, en una de las tantas calles de mi vida, es posible que alguien me haya visto con los ojos de Simenon; que alguien lo haya sabido todo de mí por un gesto o una palabra oída al azar; que yo también sea, sin saberlo, un personaje de un roman dur; que alguien ya haya descifrado, porque es evidente, el destino que no existe y a pesar de eso me espera desde siempre.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on August 16, 2011 17:07

July 12, 2011

David Foster Wallace (1962 - 2008) con una pinta que lo acerca...



David Foster Wallace (1962 - 2008) con una pinta que lo acerca mucho a mi imagen mental de Don Gately.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 12, 2011 11:47

Mi nuevo amigo Mario Incandenza

Tengo un puñado de amigos entrañables con los que nunca podré hablar. Uno porque es un tal Long John y al fin se pudo volar, ya no hay quien lo encuentre; otro porque se llama Hanta y si existiera nunca querría hablar, ni conmigo ni con nadie; otro porque se llama Gregor y lo conocí cuando el pobre ya no tenía boca, sino mandíbulas y antenas. El más reciente de esa lista se llama Mario Incandenza.


Mario, por supuesto, no se voló; no podría volarse nunca. Además tiene boca, una anormalmente grande llena de dientes igualmente grandes; y creo que sí hablaría conmigo, como lo haría con cualquiera, pero me atrevo a especular que la conversación no sería muy satisfactoria. Pero aún así, lo afirmo con rabia de niño que dice "esto es mío", siento que es mi amigo.


Mario es el segundo hijo de una familia monstruosa y es de lejos, en mi opinión, el menos monstruoso de sus miembros. Su madre es bellísima, inteligente y de un egoísmo cuidadosamente calculado para exhibirse como amor desmedido; su padre es (era) un autista hiperfuncional de dos metros y medio de altura, alcohólico además; su hermano mayor es un Don Nadie elevado a la categoría de superestrella, el mejor punter (¡heh!) de la historia del fútbol americano; su hermano menor es un genio del lenguaje incapaz de conectarse con los demás en el nivel humano. Mario, en cambio, es horriblemente adorable. Hipercefálico, de bracitos tiesos y angulosos, pequeño, de pies grandes que recuerdan un paralelogramo. Para quedarse parado en el mismo sitio le toca usar una barra como soporte, que fija con un candado de policía al chaleco que protege su pecho, de una fragilidad preocupante. Nunca lo he visto, por supuesto; pero el tipo que me lo presentó, un tal David Foster Wallace, comparó su silueta con la de los velocirraptors de Jurassic Park, símil que me pareció cruelmente afortunado. Para completar el retrato debo agregar que Mario es un idiota.


El padre de Mario era un genio de la óptica, del tenis y del cine más intelectualmente hostil posible, y su segundo hijo heredó de una forma enternecedoramente incompleta la última de esas obsesiones. Su padre le regaló un casco con una cámara de alta definición y Mario anda por ahí filmando lo que se encuentra. Todo lo que se encuentra, por supuesto, le parece maravilloso, digno de ser filmado, "real" en el sentido más hondo del término. Pero hay que notar que el hombre vive en un mundo devastado y devastadoramente deprimente. Un mundo donde los Estados Unidos, México y Canadá se han unido para conformar la O.N.A.N. (Organization of North American Nations, acrónimo que Wallace escoge, entre otras razones, para jugar con la palabra "onanismo"); un mundo donde una gran porción del noroeste de Norteamérica se ha convertido por decisión del mismo presidente de la O.N.A.N. (una especie de Reagan reaganizado hasta la pesadilla) en depositorio de basura radioactiva, en el cagadero del continente; un mundo donde hasta el tiempo ha sido vendido por el gobierno para subsidiar las corporaciones que lo eligieron (existen el Año de la Hamburguesa Whopper, el Año del Calzoncillo Depend para Adulto, el Año de los Productos Lácteos del Corazón de América); un mundo donde la obsesión con el entretenimiento ha convertido a todos en adictos, ya sea de algún tipo de droga, del deporte competitivo, del sexo, del trago, o más comúnmente de una versión gigantizada hasta la alegoría de una combinación entre televisión e Internet controlada por una corporación maliciosamente bautizada Interlace; un mundo donde unos terroristas Québecois en sillas de ruedas a veces parecen el único grupo que sabe más o menos lo que está haciendo, excepción hecha de Alcohólicos Anónimos. Mario se pasea por ese mundo con su cámara, dándole la mano a los extraños, sonriendo extasiado.


Yo, que no soy ninguna lumbrera, recorrí el mundo de Mario atolondrado por una maravilla análoga. Me acordé de un aforismo de Cioran: "Vivimos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro". Ese aforismo describe a la perfección nuestro mundo y también el de Mario, el de Infinite Jest. Hace falta ser un verdadero genio para que los párrafos que describen cómo los ya mentados asesinos empalan a una de sus víctimas con una escoba sean de una belleza exquisita sin dejar al mismo tiempo de ser horripilantes; para que un partido de tenis extendido por doce páginas sea como un Seurat, sorprendente punto por punto y sobrecogedor cuando se lo abarca con la mirada. Mi roñoso esferito era como la cámara de Mario, y subrayé muchos apartes; luego levantaba del libro una mirada descuadernada y me costaba esfuerzo orientarme.


Infinite Jest me excede absolutamente, como el mundo de Mario excede a mi buen amigo y como el mundo mismo excede a cualquiera, excepto, tal vez, a la gente como David Foster Wallace. No sé si volveré pronto a ese mundo decadente porque ya me pesa suficiente el estado similar del mío; al menos tendré que darle unos años. Pero sí volveré en mi cabeza a evocar la imagen de Mario con su camarita; y admiraré su sonrisa de incomprensión, tan parecida a la mía; y de vez en cuando me detendré, me anclaré para poder sostenerme en pie con la barra más o menos sólida de lo poco que he leído, incluyendo esta novela brillante, y sacaré mi camarita y filmaré, escribiré, estúpida, ciega, incansablemente; porque no seré ningún James O. Incandenza y mucho menos un David Foster, pero este infierno que compartimos es tan bello, sí o no, Wallace, Cioran, Mario; porque qué vamos a hacer, es milagroso y tenemos que aceptarlo, tenemos incluso que celebrarlo.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 12, 2011 11:27

July 1, 2011

Un tipo que puede ser o no ser Enrique Vila-Matas (1948 - ),...



Un tipo que puede ser o no ser Enrique Vila-Matas (1948 - ), sosteniendo a guisa de máscara, muy a lo Vila-Matas, un retrato de Enrique Vila-Matas (1948 - ).

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 01, 2011 01:29

Lectura entre paréntesis de una novela (tal vez) escrita entre paréntesis

(El mal de Montano me dio la impresión de una novela escrita (tal vez) entre paréntesis. Paréntesis que proliferan con esa especie de picardía incómoda con que (suelen, si se los deja) proliferar los paréntesis. Paréntesis porque ninguno de los personajes ni de sus voces parecen reales, y (poco a poco) es evidente que esa es la idea; y se abren unos a otros, los narradores y las voces, como cajas chinas que no contienen nada, o contienen de todo, porque contienen literatura. (Primero, por ejemplo, hay un crítico literario que tiene un hijo (escritor), que se llama Montano. El crítico literario descubre que tiene el mal de Montano, que está enfermo de literatura. El hijo (escritor) tiene un problema opuesto que de muchas maneras es el mismo, es decir, tiene la (consabida) crisis de writer's block. Pero después hay otros narradores (hay cinco partes y un narrador por cada parte, y en algunas partes hay varios narradores)). De todos estos narradores, (el segundo es un escritor que admite que inventó a los personajes de la primera parte y que es él el enfermo del mal de Montano, por ejemplo), que son (apenas vagamente ficcionales) proyecciones de Vila Matas, tan deliberadamente enmascaradas que, por ejemplo, uno de ellos se llama a sí mismo por su 'matrónimo' (es decir el nombre de su madre, nombre que (además) es ridículo, y madre que (además) es otra de las autoras de pedazos del texto), de todos estos narradores, decía antes de tanto paréntesis, al final de la novela no queda nada. (O sólo literatura). Pero también me dio la impresión de que a veces se cierran los paréntesis, pero cuando la voz no es la de Vila Matas ni la de ninguno de sus (insisto, deliberadamente falsos) narradores, sino la de algún autor de verdad: Kafka, Musil, Pessoa, Céline. La novela está (juguetonamente) abarrotada de citas, de pseudobiografías de escritores, de trozos largos de prosa ajena de todos (y tal vez cada uno) de los tipos. Y cuando se cierran los paréntesis), "Porque somos como troncos en la nieve. Parecieran yacer suavemente sobre ella; pareciera posible mandarlos a rodar con un pequeño empujón. Y no, no se puede; están firmemente unidos a la tierra. Pero mira; eso mismo también es mera apariencia", Franz Kafka; (decía, cuando se cierran los paréntesis, la cita brilla en todo su extraño esplendor, y uno (tal vez) entiende que lo de Vila Matas es un juego en el que ha de fulgurar la escritura de los otros, lo que él, gran lector sin duda (y sobre todo), entiende como literatura. Ni siquiera sé si me gustó (a veces me hizo reír, a veces me irritó, a veces me aburrió y otras me pareció genial) y me digo que eso tampoco importa. Quedé tan enfermo como antes del mal de Montano; es decir, mi vida no cambió en absoluto. Un excelente resultado, diría yo, para una novela (tal vez) escrita entre paréntesis).

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on July 01, 2011 01:24

June 16, 2011

Julio Cortázar (1914 - 1984) y Carol Dunlop (1946 - 1982) juegan...



Julio Cortázar (1914 - 1984) y Carol Dunlop (1946 - 1982) juegan al cíclope fotográfico.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 16, 2011 08:11

Explicación de unas lágrimas

El cementerio de Montparnasse queda a cuatro cuadras del cuarto donde me estoy quedando en París. Supe hace tiempo, cuando un amigo me mandó una foto de la lápida, que ahí está enterrado Julio Cortázar; pero hace unos días, que estuve ahí, ya lo había olvidado. Lo había olvidado porque soy olvidadizo, pero también porque he hecho un esfuerzo por superar a Cortázar. Entré porque, de lo que aparece en el mapa del arrondissement que encontré en Internet, era el sitio turístico que quedaba más cerca del apartamento. En la entrada hay un mapa con una lista de famosos - Sartre y De Beauvoir, Vallejo, Ionesco, Beckett, De Maupassant -, y me emocionó verlo entre toda esa gente pero busqué primero a Baudelaire.


Cortázar me resultó más difícil de encontrar que Baudelaire. Está en un lugar que no corresponde muy exactamente a las indicaciones del mapa. Vagué entre cruces, capillitas tenebrosas, cajas de mármol negro, materas con flores marchitas. Estaba pensando en rendirme, pero de pronto bajé la mirada y ahí estaba. Tampoco me acordaba de que lo habían enterrado junto a su última esposa, Carol Dunlop. Vi las notas sostenidas por piedritas, las rayuelas dibujadas a lápiz y con crayola.


La gente reacciona con un cumplido que no viene al caso cuando confirmo que no tengo memoria de cuando no sabía leer. En una época era mi mamá la que les contaba a sus amigos cuando yo estaba presente; ahora es mi esposa. He aprendido a asentir, a sonreír y decir que es verdad, como si me sintiera orgulloso, porque es lo que se espera la gente, pero la verdad es que no me parece especial y no me gusta hablar de eso. No me gusta por lo que viene después, que es contar cómo aprendí. Mi papá, que aparentemente estaba obsesionado con enseñarme a sumar, restar y leer antes de que me tocara entrar al colegio, se sentaba a repetir conmigo los sonidos de las letras con ayuda de unos cubos que las tenían impresas. Poco a poco pasamos a las palabras. Eso me cuenta mi mamá, porque no me acuerdo. Tengo una imagen de un cubo, de plástico pero blando al tacto, con una A mayúscula en una cara, y en otra tal vez una T o una L. La A es anaranjada y la T o L es verde. Pero no me gusta ese recuerdo porque no sé si es falso; no sé si lo deseé tanto que mi deseo se lo inventó. No me gusta ese no-recuerdo porque tengo escasos sí-recuerdos de mi papá, que murió muy joven y era incorregiblemente adicto al trabajo; y si pudiera recordar cómo me enseñó a leer me bastaría para sentirlo más cerca. 


De niño fui enfermizo y tímido. Me la pasaba en mi cuarto. Me enorgullecía decir que me gustaba jugar solo, y leer era la forma más perfecta de jugar solo que existía. Tenía muchos libros: El mundo de los niños (mi tomo favorito era el 2, el de cuentos y fábulas), las Mil y una Noches (en una versión muy completa de la que entendía pocas cosas, pero que devoré de todas maneras), una cosa maravillosa llamada La enciclopedia de la fábula, libros de dinosaurios, y versiones en cómic del Quijote, Tom Sawyer, Guillermo Tell. Pero pronto quise más cosas y pasé a la biblioteca de mis abuelos. Cogía libros al azar sin saber qué eran, y en pocos pasaba de las primeras páginas, pero algunos me agarraron y no me soltaron nunca. Sé que la primera novela que leí fue La isla del tesoro, y la segunda Robinson Crusoe. Esos libros, y otros pocos de esa época, son míos como ningún otro podrá serlo, ni siquiera los que me ha dado por escribir. Nadie me los recomendó, nadie me los puso en el camino y tampoco tuve que inventármelos; me los encontré, los leí, se los pedí regalados a mi abuelo, me los llevé a mi cuarto y todavía los tengo, porque son los cimientos del mundo. Uno de ellos es una antología de Cortázar.


No sé quién era el compilador pero celebro su criterio. Todavía puedo recitar el índice: Casa tomada, La autopista del sur, Bestiario, La noche boca arriba, La señorita Cora, El ídolo de las cícladas, Continuidad de los parques, Circe, Lejana, Las puertas del cielo, Lugar llamado Kindberg, El perseguidor


Probablemente el único cuento que no me pareció insondable en ese entonces fue Casa tomada. Curioso que ahora se haya incorporado a la lista opuesta. Pero, aunque no los entendía, los devoré todos y los seguí devorando. Debe ser el libro que más he releído en la vida, y puede ser una ilusión producida por la nostalgia pero todavía me parece infinito. Cada vez que retomo un cuento se me revela el sentido de una frase que había leído muchas veces sin comprenderla. Y cuando era adolescente, mi vida, que no me gustaba, me parecía revestida de un brillo cuando se me parecía a esos cuentos. En mi memoria, por ejemplo, la enfermera que me bañaba cuando estuve muy enfermo a los 15 años se llama señorita Cora. 


En uno de los recuerdos verdaderos que tengo de mi papá él está hablando con su hermano. Tiene que ser la noche de un domingo, porque estamos en la casa de mi abuela paterna. Están hablando de mí, de que me gusta demasiado jugar en el computador, "espichar botoncitos", y siento un miedo terrible cuando veo que mi papá tiene unas hojas en la mano. Es un cuento mío, yo tengo diez años y escribo cuentos que imitan febrilmente a Cortázar y no se los muestro a nadie. No sé de dónde lo sacó. Mi papá le muestra las hojas a mi tío y le pregunta: "¿Usted ha leído lo que escribe este chino?". Y yo no puedo creer que él esté diciendo eso. No es explícito pero siento orgullo en su voz. 


En undécimo grado el colegio hizo un retiro espiritual de dos días al que me llevé mi libro de Cortázar. En el retiro nos enteramos de que el objetivo era que Dios nos ayudara a decidir nuestro destino. En ese entonces yo creía en Dios y lo odiaba con todas mis fuerzas. Pero releí esos cuentos, releí algunos míos con la conciencia de que eran cortazarianos y pésimos, pensé en ese día de mi infancia en que mi papá habló de un cuento mío, y me rendí con bastante miedo a la necesidad de ser escritor. Decidí que iba a estudiar literatura porque era demasiado cobarde para decidir que no iba a estudiar nada, porque no quería decepcionar a mi mamá y porque en esa época leer literatura, escribir y jugar D&D eran las únicas cosas que no me sabían a mierda. Sentado en una banca, envenenado de rebeldía solitaria, leí por enésima vez Continuidad de los parques.


Me tomó un rato volver a sentirme en el mundo. Sólo cuando miré la foto que tomé de la tumba me di cuenta de que había llorado. Había alguien cerca y creo que estaba esperando que me fuera para acercarse. Escapé avergonzado, limpiándome las lágrimas con la manga del saco. Afuera del cementerio me senté en una banca a preguntarme por qué había llorado como un idiota y concluí que fue por todas estas cosas.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on June 16, 2011 07:59