Explicación de unas lágrimas

El cementerio de Montparnasse queda a cuatro cuadras del cuarto donde me estoy quedando en París. Supe hace tiempo, cuando un amigo me mandó una foto de la lápida, que ahí está enterrado Julio Cortázar; pero hace unos días, que estuve ahí, ya lo había olvidado. Lo había olvidado porque soy olvidadizo, pero también porque he hecho un esfuerzo por superar a Cortázar. Entré porque, de lo que aparece en el mapa del arrondissement que encontré en Internet, era el sitio turístico que quedaba más cerca del apartamento. En la entrada hay un mapa con una lista de famosos - Sartre y De Beauvoir, Vallejo, Ionesco, Beckett, De Maupassant -, y me emocionó verlo entre toda esa gente pero busqué primero a Baudelaire.


Cortázar me resultó más difícil de encontrar que Baudelaire. Está en un lugar que no corresponde muy exactamente a las indicaciones del mapa. Vagué entre cruces, capillitas tenebrosas, cajas de mármol negro, materas con flores marchitas. Estaba pensando en rendirme, pero de pronto bajé la mirada y ahí estaba. Tampoco me acordaba de que lo habían enterrado junto a su última esposa, Carol Dunlop. Vi las notas sostenidas por piedritas, las rayuelas dibujadas a lápiz y con crayola.


La gente reacciona con un cumplido que no viene al caso cuando confirmo que no tengo memoria de cuando no sabía leer. En una época era mi mamá la que les contaba a sus amigos cuando yo estaba presente; ahora es mi esposa. He aprendido a asentir, a sonreír y decir que es verdad, como si me sintiera orgulloso, porque es lo que se espera la gente, pero la verdad es que no me parece especial y no me gusta hablar de eso. No me gusta por lo que viene después, que es contar cómo aprendí. Mi papá, que aparentemente estaba obsesionado con enseñarme a sumar, restar y leer antes de que me tocara entrar al colegio, se sentaba a repetir conmigo los sonidos de las letras con ayuda de unos cubos que las tenían impresas. Poco a poco pasamos a las palabras. Eso me cuenta mi mamá, porque no me acuerdo. Tengo una imagen de un cubo, de plástico pero blando al tacto, con una A mayúscula en una cara, y en otra tal vez una T o una L. La A es anaranjada y la T o L es verde. Pero no me gusta ese recuerdo porque no sé si es falso; no sé si lo deseé tanto que mi deseo se lo inventó. No me gusta ese no-recuerdo porque tengo escasos sí-recuerdos de mi papá, que murió muy joven y era incorregiblemente adicto al trabajo; y si pudiera recordar cómo me enseñó a leer me bastaría para sentirlo más cerca. 


De niño fui enfermizo y tímido. Me la pasaba en mi cuarto. Me enorgullecía decir que me gustaba jugar solo, y leer era la forma más perfecta de jugar solo que existía. Tenía muchos libros: El mundo de los niños (mi tomo favorito era el 2, el de cuentos y fábulas), las Mil y una Noches (en una versión muy completa de la que entendía pocas cosas, pero que devoré de todas maneras), una cosa maravillosa llamada La enciclopedia de la fábula, libros de dinosaurios, y versiones en cómic del Quijote, Tom Sawyer, Guillermo Tell. Pero pronto quise más cosas y pasé a la biblioteca de mis abuelos. Cogía libros al azar sin saber qué eran, y en pocos pasaba de las primeras páginas, pero algunos me agarraron y no me soltaron nunca. Sé que la primera novela que leí fue La isla del tesoro, y la segunda Robinson Crusoe. Esos libros, y otros pocos de esa época, son míos como ningún otro podrá serlo, ni siquiera los que me ha dado por escribir. Nadie me los recomendó, nadie me los puso en el camino y tampoco tuve que inventármelos; me los encontré, los leí, se los pedí regalados a mi abuelo, me los llevé a mi cuarto y todavía los tengo, porque son los cimientos del mundo. Uno de ellos es una antología de Cortázar.


No sé quién era el compilador pero celebro su criterio. Todavía puedo recitar el índice: Casa tomada, La autopista del sur, Bestiario, La noche boca arriba, La señorita Cora, El ídolo de las cícladas, Continuidad de los parques, Circe, Lejana, Las puertas del cielo, Lugar llamado Kindberg, El perseguidor


Probablemente el único cuento que no me pareció insondable en ese entonces fue Casa tomada. Curioso que ahora se haya incorporado a la lista opuesta. Pero, aunque no los entendía, los devoré todos y los seguí devorando. Debe ser el libro que más he releído en la vida, y puede ser una ilusión producida por la nostalgia pero todavía me parece infinito. Cada vez que retomo un cuento se me revela el sentido de una frase que había leído muchas veces sin comprenderla. Y cuando era adolescente, mi vida, que no me gustaba, me parecía revestida de un brillo cuando se me parecía a esos cuentos. En mi memoria, por ejemplo, la enfermera que me bañaba cuando estuve muy enfermo a los 15 años se llama señorita Cora. 


En uno de los recuerdos verdaderos que tengo de mi papá él está hablando con su hermano. Tiene que ser la noche de un domingo, porque estamos en la casa de mi abuela paterna. Están hablando de mí, de que me gusta demasiado jugar en el computador, "espichar botoncitos", y siento un miedo terrible cuando veo que mi papá tiene unas hojas en la mano. Es un cuento mío, yo tengo diez años y escribo cuentos que imitan febrilmente a Cortázar y no se los muestro a nadie. No sé de dónde lo sacó. Mi papá le muestra las hojas a mi tío y le pregunta: "¿Usted ha leído lo que escribe este chino?". Y yo no puedo creer que él esté diciendo eso. No es explícito pero siento orgullo en su voz. 


En undécimo grado el colegio hizo un retiro espiritual de dos días al que me llevé mi libro de Cortázar. En el retiro nos enteramos de que el objetivo era que Dios nos ayudara a decidir nuestro destino. En ese entonces yo creía en Dios y lo odiaba con todas mis fuerzas. Pero releí esos cuentos, releí algunos míos con la conciencia de que eran cortazarianos y pésimos, pensé en ese día de mi infancia en que mi papá habló de un cuento mío, y me rendí con bastante miedo a la necesidad de ser escritor. Decidí que iba a estudiar literatura porque era demasiado cobarde para decidir que no iba a estudiar nada, porque no quería decepcionar a mi mamá y porque en esa época leer literatura, escribir y jugar D&D eran las únicas cosas que no me sabían a mierda. Sentado en una banca, envenenado de rebeldía solitaria, leí por enésima vez Continuidad de los parques.


Me tomó un rato volver a sentirme en el mundo. Sólo cuando miré la foto que tomé de la tumba me di cuenta de que había llorado. Había alguien cerca y creo que estaba esperando que me fuera para acercarse. Escapé avergonzado, limpiándome las lágrimas con la manga del saco. Afuera del cementerio me senté en una banca a preguntarme por qué había llorado como un idiota y concluí que fue por todas estas cosas.

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Published on June 16, 2011 07:59
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