Hugo García Michel's Blog, page 82
August 29, 2019
Reencuentro
Después de once meses y dos días, hoy me reencontré con una de las mujeres más sabías, cálidas, bellas y extraordinarias que he conocido en mi vida. Un ser humano fantástico a sus jóvenes 30 años. Me hizo muy feliz recibirla y compartir con ella una tarde de música, charla y mezcal. Un día dichoso con una de mis mejores y más entrañables amigas (quien además participa en mi disco).
Published on August 29, 2019 18:38
August 26, 2019
Celso Piña y la cumbia regia del barrio bravo (1953-2019)
Lo que muchos llaman rock mexicano, especialmente el que se viene haciendo de 30 años a la fecha, posee una curiosa característica, llamémosle un don, un toque de Midas que por desgracia no puede aplicarse a sí mismo.Me explico.
A lo largo de las más recientes tres décadas, el rock nacional se ha caracterizado por su falta de identidad y por tratar de fundirse con otros géneros, en algo que muchos llaman fusión y yo definó como promiscuidad. De ese modo, al abjurar de sus raíces rockeras originarias, lo que buscó fue fundirse primero con el pop argentino y español y, más tarde, con músicas que podrían parecer impensables, como el bolero, el folclor latinoamericano, la onda grupera, el mariachi o la cumbia. Esto no provocó que el presunto rock que se hacía en México creciera o se viera enriquecido, pero sí otorgó a diversos intérpretes y creadores de otros géneros que, al ser tocados por la varita (no sé si) mágica del rock nacional, de golpe consiguieran una fama antes impensada y entraran en ámbitos y escenarios en los que jamás hubieran imaginado estar. Es el caso de gente como Paquita la del Barrio, La Tesorito, Los Tigres del Norte y, muy especialmente, cumbieros como Los Ángeles Azules y Celso Piña.
Celso Piña falleció de un infarto, el pasado miércoles 21 de agosto, a la edad de 66 años. Nacido en Monterrey el 6 de abril de 1953, su carrera artística fue larga y difícil, aunque su gran celebridad la consiguió hasta 2001, cuando el rapero Toy Selectah, del grupo Control Machete y parte del movimiento musical conocido con la etiqueta comercial de “La avanzada regia”, le produjo el disco Barrio bravo , del cual se lanzó el sencillo “Cumbia sobre el río”. El éxito de este tema –y del video respectivo– fue inmediato y dio a conocer el nombre de Piña en México y en el mundo de habla hispana. De pronto, el cumbiero casi subterráneo fue tocado por la varita del rock nacional y eso bastó para catapultarlo a la fama (en el disco participaron como invitados Rubén Albarrán, de Café Tacuba; Blanquito Man, de King Changó; Gabriel “El Queso” Bronsman, de Resorte; Alfonso Figueroa, de Santa Sabina y miembros del grupo El Gran Silencio, el cual ya experimentaba por ese entonces y con buena fortuna con la fusión de rock, hip-hop y ritmos tropicales).
Al año siguiente apareció el álbum Mundo Colombia , esta vez con colaboraciones de gente como Julieta Venegas, Alejandro Marcovich, Alejandro Rosso y el legendario “Flaco” Jiménez.
Hay quienes dicen sin embargo que la verdadera consagración de Celso Piña se produjo en 2003, cuando el escritor colombiano Gabriel García Márquez asistió a uno de sus conciertos, donde bailó y disfrutó de su música, para finalmente ir a estrechar su mano en los camerinos.
Convertido en celebridad y en sujeto de culto instantáneo, después de haber bregado duramente en los barrios bajos de la capital de Nuevo León, difundiendo la cumbia colombiana y creando todo un movimiento underground entre los sectores más populares de la ciudad, Celso Piña dio el gran salto, al ser aceptado por otras clases sociales y otras tribus urbanas. Ya no sólo era seguido por los cholos y por los llamados colombianos, sino por los rockeros de clase media urbana de todo el país, incluido el exclusivo sector hipster de la Ciudad de México, lo que en un país de cultura híper centralizada como el nuestro significaba prácticamente la bendición definitiva.
Esto no significa que la música de Piña sea de mala calidad o que se trate de un artificioso producto prefabricado. Nada más lejos que eso. En lo suyo, la cumbia colombiana, se trata de un muy buen artista. No el genio que la mercadotecnia quiso hacernos creer, al bautizarlo incluso con sobrenombres como “El rebelde del acordeón”, pero sí un intérprete que sabía lo que hacía y lo hacía con la autenticidad que le daban sus orígenes en los barrios más bravos de Monterrey.
El fallecido músico deja un apreciable legado musical, con casi una treintena de grabaciones, además de que Canal Once, la televisora del Instituto Politécnico Nacional, le produjo el documental Celso Piña: el rebelde del acordeón (2012), dirigido por Alfredo Marrón Santander, en el que se indaga el surgimiento de los sonideros y la gran popularidad de la cumbia colombiana en “La Indepe”, el barrio bravo de Monterrey en donde Celso creció y donde fue el primero en interpretarla en directo en bailes y fiestas familiares, hasta llegar a la fusión de ritmos que lo volvieron mundialmente conocido.
(Artículo que con el seudónimo de Alejandro Michelena escribí para "Acordes y desacordes", el sitio de música que coordino para la revista Nexos y que salió publicado el día de hoy)
Published on August 26, 2019 20:00
August 25, 2019
Zappatería
Published on August 25, 2019 15:11
August 13, 2019
Tapestry
Un disco de una belleza femenina sin par. La obra maestra de la gran Carole King, con canciones que se volverían clásicas, con ella o con sus múltiples intérpretes.
Tapestry
(1971) es un disco sutil, elegante, sensual, inteligente.
Published on August 13, 2019 19:20
August 12, 2019
Christian Castro y Picasso
DE CUANDO EL GALLITO FELIZ NO SÓLO SE CONVIERTE EN METALERO CONTUMAZ, SINO EN FILÓSOFO DADAÍSTA QUE HASTA CITA A PICASSO CUAL MEME DE FACEBOOK“Soy dadaísta. Soy contradictorio. Soy todo. Soy malo, soy bueno y no me gusta ser fácilmente feliz. Ya lo decía Picasso: ‘el peor enemigo de la creatividad es la razón’. La buena razón, el buen juicio, no me interesan. Prefiero el caos, vivo siempre buscándolo, nada de equilibrio. Además, la gente fácilmente feliz no me gusta nada”.
Christian Castro, en entrevista para el diario español El Mundo .
Published on August 12, 2019 14:38
August 11, 2019
The Blues Brothers (el disco)
El espléndido soundtrack de esa gran película que es
The Blues Brothers
, de John Landis, filmada en 1980 (en México le pusieron como título el estúpido nombre de "Los hermanos Caradura"). Música soul de primerísimo orden con el genial John Belushi y el siempre estupendo Dan Aykroyd a la cabeza. Un discazo de una peliculaza (la cual por cierto puede verse en Netflix, bajo el título de... "Los hermanos Caradura"). Parte de mi colección de viniles.
Published on August 11, 2019 19:11
August 10, 2019
Subversión fifí
Published on August 10, 2019 13:21
August 8, 2019
Cuarenta años en el mundo editorial
Esto respondí a una pregunta que me hizo el buen Mixar Lopez en una entrevista para "Los Angeles Times", en marzo pasado: -¿Cómo me convertí en editor? Por el camino largo: aprendiendo el oficio desde el principio, cuando entré a trabajar como redactor en la mítica Editorial Posada, justo en 1979. De redactor pasé a jefe de redacción y luego a director de la revista "Natura". Editorial Posada fue mi escuela, mi universidad, el lugar en donde aprendí el oficio de editor de revistas, pero también el de corrector de estilo y el de periodista que luego desarrollé en diversos diarios y revistas hasta fundar "La Mosca en la Pared" en 1994 y dirigirla hasta 2008.
O sea que este 2019 estoy cumpliendo 40 años como editor, redactor, corrector de estilo y periodista. El día preciso que entré a Posada no lo recuerdo, pero fue por estas épocas del año. Mi más agradecido recuerdo para don Guillermo Mendizábal Lizalde y para Ariel Rosales, mis dos maestros en este oficio.
40 años exactos en el periodismo y la edición de revistas y 25 años exactos de haber iniciado "La Mosca en la Pared" (y en noviembre cumplo 50 años, también exactos, como hacedor de canciones).
Published on August 08, 2019 21:51
August 7, 2019
Shakespeareana
Published on August 07, 2019 21:55
August 6, 2019
Cámara húngara: Una izquierda atrapada en los setenta
“Del mar los vieron llegarmis hermanos emplumados.
Eran los hombres barbados
de la profecía esperada”.
“La maldición de Malinche”
Gabino Palomares
Siempre me he definido como un hombre de izquierda y en esencia lo sigo siendo, si se entiende a la izquierda como una posición política, ideológica e incluso existencial que pugna por la justicia social y la lucha contra la pobreza, pero también por las irrenunciables libertades individuales: la de expresión, la de pensamiento, la de movimiento, la de elección, la de empresa, etcétera. Las libertades liberales, vamos. Eso me coloca en automático en contra de cualquier tipo de dictadura o de cualquier régimen que intente acabar con esas libertades, bajo el pretexto de que busca un más que abstracto bienestar colectivo, el cual normalmente se traduce en bienestar para la casta gobernante y su burocracia afín.
Cualquier marxista ortodoxo diría que mi pensamiento no es de izquierda y que, en todo caso, sería apenas el de un vulgar socialdemócrata, es decir, de un pequeño burgués cómplice del capitalismo y enemigo de la sacrosanta lucha de clases y de la aún más sacrosanta dictadura del proletariado que habrá de llevarnos al paraíso socialista y colectivista en el cual todos seremos iguales y felices, etcétera, etcétera, etcétera. Lástima que la historia del siglo XX y lo que llevamos del XXI esté ahí para desmentirlos de la manera más rotunda. José Stalin, Nicolás Ceaucescu, Mao Zedong, Pol Pot, Fidel Castro, Enver Hoxha, Kim Il-sung, Muamar el Gadafi, Hugo Chávez, son algunos de los nombres de dictadores de una autonombrada izquierda que confiscó la libertad en nombre de las mayorías y sumió a estas mismas mayorías en una miseria económica y social (para no hablar de la miseria ética y ontológica) verdaderamente inicua, además de cometer –en mayor o menor grado– crímenes de lesa humanidad (ejecuciones, encarcelamientos, deportaciones, persecuciones, desapariciones, trabajos forzados, campos de aislamiento, censura) en nombre de esa misma humanidad. Se definían como antifascistas y sus semejanzas con el fascismo eran mayores que sus diferencias. Paradoja tan sanguinaria como ignominiosa.
Valga la anterior reflexión como base para comentar un breve video que acabo de ver en el Twitter de Yeidckol Polevnsky, la inefable e inenarrable presidenta de ese ¿partido?, ¿movimiento?, ¿secta?, ¿iglesia?, ¿entelequia?, ¿quimera? que mañosamente se hace llamar Morena y cuyo fundador, líder máximo y propietario vitalicio hoy se encarga de desgobernar a México desde el voluntarismo más grotesco y delirante.
El video fue grabado durante el informe que rindió la senadora guanajuatense María Lucía “Malu” Micher en un auditorio del Senado de la República y corresponde a la parte final del “evento”. Contenido en un tuit de quien en realidad se llama Citlali Ibáñez Camacho, el video reza, palabra por palabra, lo siguiente: “MORENA, partido de hombres y mujeres libres que luchan de pie por una transformación pacífica y democrática de nuestro país en completa armonía. ¡Un rojo amanecer!”.
En las imágenes se muestra una pantalla en la cual es proyectado un clip del grupo chileno Inti Illimani, mientras interpreta su clásica y combativa rola “El pueblo unido jamás será vencido”. Pero también se dejan escuchar otras voces que cantan (es un decir) al unísono. Primero no sabemos a quiénes pertenecen, pero poco después la persona que grabó desde su teléfono celular (posiblemente la propia Polevnsky) alcanza a captar a algunos de los chairos cantores y entre ellos vemos a Martí Batres, Ricardo Monreal y la propia Micher, quienes alcanzan el éxtasis del puño en alto cuando en la canción surge la frase “el pue-blo u-ni-do..." etcétera. De pronto el video se interrumpe. Quizá por un rapto de pudor ante el ridículo.
¿Cómo podemos interpretar semejante muestra de militancia anquilosada? No es tan difícil. Lo que se nos muestra ahí es a una generación de quedados, quienes aún suspiran por los tiempos idos, por la época “romántica” de los años setenta, cuando tras una serie de golpes de estado en Sudamérica, México abrió sus puertas a un enorme grupo de exiliados chilenos, argentinos, uruguayos, paraguayos, brasileños, peruanos y bolivianos. De pronto, Coyoacán, San Ángel y anexas (todavía la Condesa y la Roma no rifaban como colonias progres) se vieron invadidos de peñas folclóricas donde reinaban las quenas y los charangos, las milongas y las chacareras. Años en que la programación de Radio Educación se basaba en Los Chalchaleros, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Daniel Viglietti, Mercedes Sosa y una larguísima lista de cantores y cantautores (por supuesto no podían faltar los cubanísimos Carlos Puebla, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés), además del inefable grupo mexicano Los Folcloristas, con su fanaticazo líder René Villanueva (el mismo que acusó al rock y las guitarras eléctricas de ser medios de penetración del imperialismo yanqui, omaigod). Inti Illimani estaba entre esos nuevos “artistas latinoamericanos” que por lo que se ve formaron parte esencial de la educación sentimental de muchos dirigentes de Morena, incluido el propio santo patrono macuspano, quien presume su amistad con Silvio (así, el puro nombre basta).
Aceptémoslo: mientras permanezcan don López (un nostálgico del echeverrismo setentero) y sus morenazos en el poder político del país, la música oficial en este (más que nunca) Mexicalpan de las Tunas será la que Federico Arana denominara, con enorme y sarcástico tino, como la música folcloroide.
Una prueba de ello fue el primer festival musical que organiza la Secretaría de Cultura –con el nombre de “Cantares: Fiesta de Trova y Canción Urbana”– y que se llevó a cabo en diferentes foros, entre ellos las llamadas islas de Ciudad Universitaria, en plena Universidad Nacional Autónoma (aún) de México, la que ya se prepararía para recibir como nuevo rector (eso murmuran las malas lenguas) al mismísimo marido gringo de la secretaria de la Función Pública (ese Ackerman de todos los moles que lo mismo hace de intelectual orgánico de la 4T que de cómico televisivo chafa, delirante politólogo bolivariano o tuitero propagandista y zalamero –y al parecer por cada actividad cobra).
Con gente del folclor sudaca, del oxidado canto nuevo, de la cursilísima hueva…, perdón…, nueva trova y uno que otro colado del rock rupestre (más un invitado de lujo, ése sí: el gran Caetano Veloso), el festival fue también una declaración de principios de lo que nos espera musicalmente en este sexenio, al menos desde las esferas oficiales.
Gabino Palomares, con su ultra xenofóbica, chovinista y racista canción “La maldición de Malinche”, debe estar de plácemes. Seguro se la regraban.
Published on August 06, 2019 16:29
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