Zoé Valdés's Blog, page 3182

December 17, 2010

Cables desacreditan a la vieja disidencia cubana. Por Juan O. Tamayo.

En El Nuevo Herald. El Wikilíos comentado por Juan O. Tamayo.


Corrobora lo que hemos venido diciendo en este blog, en el Blog de Tania Quintero (dentro de un rato pondré un link a su post), en el de Isis Wirth, La Reina de la Noche, y en el de El Abicú Liberal: El gobierno de Barack Obama se ha ido con la de trapo. No sólo lo ha hecho este gobierno. El gobierno americano ha apoyado el castrismo y a Fidel Castro durante 51 años. No me extraña que lo siga apoyando ahora, mucho más, a través de aquellos que le funcionan a favor del raulismo light. Porque lo que no quieren los americanos es que, una vez, fuera Castro, se les llene el país de más cubanos, lo que podría suceder. Entonces, mantener a Raúl, Chacumbele II, a través de una bichidisidencia que lo apoye, es lo que le conviene a los americanos.


En los Papeles de Wikileaks publicados ayer en El País, se habla hasta de los intercambios musicales. O sea, que todo estaba muy bien planificado. Y sin democracia y sin elecciones libres, de a dedo, dirigido, señoras y señores, por los americanos. Es la segunda traición. Primero nos traicionó Kennedy, luego Clinton, ahora Obama, pero sólo se ha tratado de una continuidad. Ni hablemos de Carter. La frase de que Yoani Sánchez "desató los celos de las organizaciones disidentes tradicionales", es de lo más bajo que he leído en mucho tiempo, en un cable diplomático. Porque muchos de nosotros sabemos -aunque nos dimos cuenta tarde- que Yoani Sánchez responde a un diseño del propio régimen castrista, pongamos que ella todavía no se ha enterado, y que ha sido utilizada para conseguir una transición, sin libertad, sin democracia, sin elecciones libres, hacia los hijos de los Castro, que es lo que los americanos desean. Tal como me dijo un representante de otro gobierno en una ocasión: "Los hijos de Castro sería lo ideal para el futuro de Cuba, sin derramamiento de sangre, porque ellos son fanes del capitalismo, sólo han vivido en él, han viajado, y saben que no hay nada mejor que el capitalismo". Fíjense en la frase que señala el cable: "Debemos mirar en otros ámbitos, incluyendo dentro del propio Gobierno, para identificar a los posibles sucesores del régimen".


En cuanto a que: "Cuando preguntamos a los dirigentes de la oposición por sus programas, no obtenemos programas designados a captar un amplio espectro de la sociedad cubana". Por favor, los únicos que han tenido proyectos verdaderos son los disidentes tradicionales. Proyectos reales de cambios, como es el caso de La Patria es de Todos, el Proyecto Varela de Osvaldo Payá Sardiñas. Me da mucha penas por estos disidentes que ha creado proyectos valiosos para vivir en democracia, con sus fallos seguramente, ya que nada es perfecto, pero proyectos ha habido sin duda alguna. Para realizarlos debieron recibir el apoyo internacional que jamás tuvieron a fondo porque no se les dio el momento histórico de la sucesión dinástica entre Chacumbele I y Chacumbele II.


El proyecto de los "jóvenes blogueros" (no todos son jóvenes, y algunos dentro de ellos son considerados segurosos con lo que ellos creen que hay que pactar para seguir operando tranquilamente, al estilo de Elizardo Sánchez), ha servido para llamar la atención e informar sobre una realidad cubana que los cubanos viven a diario y contra la que no pueden rebelarse, pero de ahí, a perfilar el fenómeno como una solución política, me parece de una banalidad vergonzosa para la diplomacia estadounidense.


En estos días hemos visto cómo la disidencia está dividida, parece ser que por asuntos de dinero, aunque no solamente. Yo sí creo que la disidencia debe recibir dinero, y que estas peleas son probablemente comunes. No creo que el mazazo venga por ahí. El mazazo a la disidencia lo ha dado la misma dictadura con otros métodos más lúcidos. Porque la que se ha modernizado ha sido la dictadura, usando internet para aplastar los métodos antiguos. No olvidemos que la revolución castrista fracasó estruendosamente, pero el producto de marketing sigue vivo.


Finalmente, con lo que no cuenta el gobierno americano, es con la posibilidad de que el pueblo cubano se bote para la calle. A estas alturas, es poco probable que esto suceda, porque toda la energía se está descargando en los blogs que mayormente sirven para alimentar el circo que necesitan los americanos. Y para mantener a una bichidisidencia con un dinero que iba a ser destinado a la reconstrucción del país. Pero el país sólo existe ahora, para el mundo, en el espacio virtual de los blogueros.


Una amiga me decía el otro día por email que le estaba llenando más el móvil a Yoani Sánchez que al de su hermana en Cuba, la que sólo sabía llamar por teléfono y nada de twitteos, porque ella no tenía nada que twittear, su vida era muy dura, debía levantarse a las cinco, irse al trabajo, para ganar una mierda, buscar la comida, ocuparse de la familia y de los tres hijos… y un largo etcétera.


Pero, ya saben, esto es lo que trajo el barco… Se perdió Cuba. La isla se hundió en un Twitter.


Zoé Valdés.



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Published on December 17, 2010 03:23

December 16, 2010

A pocos días de una Navidad habanera. Foto Sonia Pérez.

En el Museo de La Ciudad, mientras trabajaba en los Diarios de Carlos Manuel de Céspedes. Una foto de Sonia Pérez.




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Published on December 16, 2010 09:26

De los solares habaneros III: La auténtica aristocracia solariega.

DE LOS SOLARES HABANEROS III: LA AUTÉNTICA ARISTOCRACIA SOLARIEGA.


La mayoría de los solares habaneros, como ustedes saben, habían sido antiguos palacetes o residencias de españoles, criollos de alcurnia, de aquellos representantes de la llamada sacarocracia; cuando regresaron a España o sus descendientes se mudaron a los nuevos barrios del Vedado, que fue a donde se trasladaron en un movimiento de riqueza social relevante, la mayoría de la clase media y de la clase media baja ocuparon esos palacetes, convertidos en solares y casas de huéspedes. El solar donde yo vivía era una vieja casona colonial, con el patio central clausurado y puesto al servicio de un almacén estatal (a partir del año 1959, donde se decía que se guardaban armas).


El inmueble tenía solamente dos pisos, con la cuartería correspondiente, los baños colectivos, y la azotea, mi lugar predilecto, donde me encerraba en la jaula de las palomas, a jugar a las postalitas (tapas de usadas cajas de fósforos), de las que ya poseía un paco de este tamaño que le daba envidia a todos los niños del barrio. Con lo otro que le di mucha envidia a la chiquillería de mi barrio fue con mi carriola de palo, y la chivichana, también de palo, construida con las ruedas de aquellos horrendos patines alemanes o rusos que pesaban un quintal en cada pie. Además yo usaba botas ortopédicas. Las puertas eran de madera, carcomida por el tiempo, pero las familias habían instalado ganchos para mantenerla entreabierta y que el fresco pasara a través de una cortina fina de tela que se colgaba de un clavo a otro para que los chismosos no se dieran banquete.


Enfrente del solar donde yo vivía, llamado El Solar del Reverbero, aunque hubo otro con idéntico nombre, se encontraba una imprenta. Allí también me refugiaba a observar cómo aquellos rollos de papeles gigantescos eran transformados en libros, en periódicos, en afiches. Allí trabajaba Agustín Iturbide, el padre de una amiga mía, que nos hacía unos libretones gruesos rayados que me encantaban, para la escuela, y me regalaba los plomitos con las letras a relieve. Mi tesoro era aquel nailon repleto de barras de plomitos. Embadurnándolos en betún de zapato los colocaba en las páginas en blanco e inventé un idioma al que llamé Ñifá, y que era un derivado de aquella jerigonza del Chitú Chivas Chia, Chila, Chies Chicu Chie Chila, pero en lugar de usar el Chi como entrada de sílaba, usaba el Ñifá. Lo que se convirtió en el barrio en un código para pasarnos secretos entre los pandilleros. Y así hablábamos también con Los Muchos, que eran los hermanos del edificio de al lado de la imprenta: una familia de doce varones, y una hembra medio raquítica que hacía el número trece, a la que llamaban Mamota. A mí me llamaban Mamita, Niña, Tú, Pestillo, Soga, Azogue (estos últimos con el objetivo de burlarse de mi nombre). Ese idioma inventado fue una pequeña revelación en el barrio, a mí me pareció transcendental, pero no pasó de soltarle la mano a mi madre unas cuantas veces en aquellos gaznatones voladores que hicieron de mí la zorra que fui. Bofetones van, bofetones vienen, dejé de ser contestona para mascullar revirones de ojos con la niña de los ojos, que me enderezaban con jalones de orejas.


A mi colección de plomos de imprenta empecé a añadir los tornillos que botaban de la ferretería La Mina, y las piedras que me iba encontrando en el camino. Siempre he sido una gran recogedora de piedras. No puedo evitar pisar una piedra y dejarla botada. Por eso a veces, como Virginia Woolf llevo los bolsillos llenos de cambolos. Claro, me la pasaba respondiendo con pedradas a las pedradas de los varones. En mi cabeza llevo varias huellas de los blancos de aquellos tirapiedras fabricados con los gajos de las matas. Con las piernas que he recogido en toda mi vida hubiera podido mandar a construir otro solar.


En aquel solar vivían músicos negros que lo mismo bajaban un tremendo piano clásico que metían p'a guaguancó en latas de luz brillante. Eran personas de una excelente educación, y cuando en Cuba se perdieron los tenedores en las ferreterías (sólo vendían cucharas), la madre de Julia, Blanca Rosa (la negra de la que hablo en mi novela Café Nostalgia a la que la bauticé como Nieves), que se vestía con unos vestiditos entallados en la cintura, y tenía el talle largo y combado, y las nalgas de pico, y una tabla de pecho preciosa, toda huesuda, los dedos finos de pianista, le regaló a mi abuela unos tenedores lujosísimos del tiempo de ñañañáseré, decía mi abuela contentísima, toda temblorosa ante los brillantes cubiertos. Blanca Rosa fue la que me enseñó a coger los huesitos del pollo, del ala, y tirar ella por un lado, yo por el otro, y a la que se quedara con la parte más larga del huesito se le cumpliría el deseo que había pedido. Blanca Rosa era prieta tizón, pero de rasgos finos, descendía directamente de aquellos esclavos que probablemente fueron reyes en su África natal. No conocí a un blanco que pasara indiferente frente a Blanca Rosa, todos los blancos estaban puestos babea'os para aquella imponente mujer con un cuello que ya quisieran muchos cisnes. Ella sonreía ante los piropos, la mayoría muy finos, otros groseros, pero ella invariablemente sonreía de manera educada y poniendo una distancia cálida e inclusive agradecida. La casa se le llenaba de discípulos que iban a estudiar piano y aunque ella intentó que yo deviniera una excelsa pianista lo único que consiguió fue que cuando sus hijos se ponían a batuquear las latas de queroseno yo me pusiera a menear el fambeco y a chancletear con mis chancletas de palo de la ferretería La Mina, que tenían una tira negra de goma, que me brotaba un verdugón en los pies que luego se convirtió en marca indeleble, y que mi madre me retratara con un piano de mentira en un estudio fotográfico, ataviada con las joyas que mi padre me regaló (enviadas a través de mi tía Gladys) y que una enfermera ladrona me robó en un baño de un hospital en uno de mis primeros ataques de asma.


De la calle Muralla, la calle de los polacos, emanaba un perfume a anís y a telar, de los telares y tiendas de telas polacas, o sea de los almacenes judíos. En la esquina de Inquisidor estaba el Puesto de chinos, y la Heladería El Anón, situada entre los chinos y los judíos.


Cuando veo una película sobre los primeros años del nazismo, no puedo evitar comparar aquellas colas de personas marginalizadas por el horror, con las colas de nosotros, con cubos en las manos, esperando para recoger agua en la pila del garaje subterráneo del Parque Habana. A las seis mi madre y yo salíamos con los cubos, mi abuela con las cazuelas, y el barrio se apelotonaba en una especie de trenza china lezamiana que le daba la vuelta al parque tres veces para poder almacenar el agua que no llegaba a las casas. En esa cola veíamos al maestro Godínez, al que todos llamábamos Doctor Godínez, un gordo mulato pecoso, de cachetes mofletudos, dientes botados, absolutamente miope, que había sido propietario de una escuelita privada de barrio en la calle Obrapía –si mal no recuerdo-. El castrismo le quitó la escuela, se la cerró, y él empezó a dar clases de sexto grado en mi primaria República Democrática de Viet-Nam. Fue el mejor profesor que he tenido en mi vida. Luego, el segundo mejor profesor fue el director del Concentrado Carlos Manuel de Céspedes, en la calle Acosta, donde terminé mi sexto grado. También era un negro prieto, muy delgado, de pómulos prominentes, dientes blanquísimos, bastante amanerado, cuyo nombre y apellido era Andrés Puga o Pugás. Vivía en la calle Salud, cerca de la mueblería que había pertenecido a mi padre, divorciado desde los dos meses de mi nacimiento de mi madre; pero se desplazaba cada día hasta La Habana Vieja para trabajar en la enseñanza escolar, su orgullo era ser maestro.


Otros vecinos, amigos de Godínez y de Puga, maestros que habían trabajado en colegios privados, maestras que habían estudiado en la Escuela Normal, y que nos repasaban a mí y a los demás niños del solar, habían preparado a muchísimos médicos y profesionales importantes de Cuba. Por allí pasaban los doctores de las antiguas Clínicas, agradecidos, a llevarles algún regalo de cumpleaños o Navideño. Yo nací en una de esas Clínicas, la Clínica Reina, con el doctor Ganganelli, gracias a que mi madre, una simple camarera, había ahorrado y pagado puntualmente esa clínica, y también la de las Católicas Cubanas, con su salario de dependienta.


Esas personas, inolvidables para mí, constituyen la verdadera aristocracia de los solares habaneros, a su enseñanza me referí tímidamente en mi primera novela Sangre Azul. Todos aquellos que vivían en esos solares habían podido estudiar y superarse antes del Año Fatídico: 1959. Lo hicieron lo mismo en colegios privados que en los públicos, incluso estudiaron y se graduaron en la Universidad.


Miriam Gómez me señala lo siguiente por email:


"Guillermo cuenta en La Habana para un Infante Difunto la vida de lo que era considerado el peor solar de La Habana, el solar de Zulueta 408, muchos de sus amigos también vivían en solares y al igual que Guillermo fueron al instituto, pudieron estudiar inglés por la noche, en escuelas gratuitas y se hicieron médicos, dentistas, y lo que quisieron. Guillermo fue al Colegio de Periodistas, y esto sin ser esclavos de ningún gobernante. La diferencia estriba en que, el peor solar de la Cuba Republicana era un hotel de primera comparándolo a lo que se vive en un solar en la Cuba hoy y en la que te toco vivir a ti, que tuviste la mala suerte de nacer después de esa monstruosidad.


Yo también viví en un solar, fue y es un tiempo maravilloso en mi recuerdo, pues en mi solar vivía un músico de la orquesta de Jorrín y su niño, un negrito precioso y muy bien educado, era de mi grupo y nos enseñaba a bailar y oíamos el último cha cha chá, antes de que se estrenara al público.


Me gustó mucho tu narración y me da la medida de la suerte que he tenido al nacer y vivir en mi CUBA REPUBLICANA.


Un beso. Miriam ».


Yo puedo decir que alcancé a convivir con aquellas personas que para mí era reyes y reinas de la buena educación, amables, generosos, jaraneros, y trabajadores.


Luego llegó la tralla mala, la morralla castrense, la retama de guayacol, y debo decir que los negros y mulatos eran los que menos. También había mucha blanquita sucia pendenciera haciéndose pasar por la Reina de Saba y puñados de blancos descarados y guaposos, los aseres y los moninas de la nueva clase, que vivían del cuento, y que inundaron los solares para hacer creer que toda la vida habían sido de familia humilde, o sea pobres. Colosal mentira. Pero no olvidemos que con el castrismo el deporte nacional empezó a ser la doble moral, y el doble lenguaje. Y "pobres" es la condición máxima para ejercer el segundo deporte nacional: el de la mendicidad internacional.


Zoé Valdés.


Fotos:


Cumpleaños de Pepito. Pepito sopla la vela entre sus hermanos Andresito y Maritza. En el extremo derecho (de ustedes) mi primo y yo. Las Coca-Colas eran de adorno.


Cumpleaños de Pepito (el mismo). Las Coca-Colas eran de adorno.


Otro cumpleaños de Pepito. Yo estoy con el pelo a lo macho entre Esther y creo que se llamaba Beneranda. Mamita detrás de su hermanito, al lado derecho de Pepito. Mi primo detrás de Pepito.


Yo de pianista, con un piano mudo, gracias a Blanca Rosa, pero sobre todo a mi madre.



Filed under: Cultura, Educación, Literatura, Música, Política, Sociedad Tagged: Castrismo, Cuba, La Habana, Solares habaneros, Vedado, Virginia Woolf
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Published on December 16, 2010 08:00

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