José Luis Sicre's Blog, page 25

February 25, 2021

La anticipación del triunfo de Jesús. Domingo II de Cuaresma

  


El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la pasión y muerte de Jesús, sino también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final, nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.

            La primera lectura recuerda otro episodio clave de la historia de la salvación: el sacrificio de Abrahán, en el que siempre se vio prefigurada la muerte de Jesús. La segunda lectura saca las consecuencias de esta entrega: si Dios no se reservó a su propio Hijo, ¿cómo no nos dará todo con él?

 

Dos padres, dos hijos, dos escándalos

 

Las dos primeras lecturas de este domingo se relacionan por oposición. En la primera, Abrahán está dispuesto a sacrificar a su único hijo si Dios se lo pide, cosa que no ocurre. En la segunda, Dios entrega a su hijo para demostrarnos que está dispuesto a concedernos todo. Los dos textos extrañan, incluso escandalizan, a muchos cristianos.

 

Primer escándalo: el sacrificio de Abrahán (Génesis 22,1-2. 9-13.15-18)

 

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo: 

̶  ¡Abrahán!

Él respondió:

̶  Aquí estoy.

Dios dijo:

̶  Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré.

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:

̶ ¡Abrahán! Abrahán!

Él contestó:

̶  Aquí estoy.

El ángel le ordenó:

̶  No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo.

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo:

̶  Juro por mí mismo, oráculo del Señor, por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz.

 

La práctica de los sacrificios humanos estaba muy extendida en los más diversos pueblos y culturas, desde Escandinavia al Japón. Pero el Antiguo Testamento nos informa también de algo más terrible: el sacrificio del primogénito. En casos de extrema necesidad, el rey, o el jefe militar, ofrecía en sacrificio a los dioses lo más valioso que poseía: el hijo o la hija primogénito. No sabemos si esta práctica estaba difundida también a nivel privado. Si lo que dice el profeta Jeremías no es exageración, cabe pensar que sí.

En esa práctica, desde la óptica de aquellos siglos, hay algo muy valioso: se reconoce el derecho de Dios a lo más querido para cualquier persona. Pero en Israel intuyeron pronto que Dios no quiere esa forma de piedad. Había que compaginar dos cosas aparentemente contradictorias: Dios tiene derecho a la vida del primogénito, pero no quiere ejercer ese derecho.

El relato del sacrificio de Abrahán cumple perfectamente este objetivo: el patriarca reconoce el derecho de Dios, pero Dios no quiere que lo ponga en práctica. Cuando se conocen las circunstancias históricas y culturales, el relato no escandaliza, sino que alegra.

Segundo escándalo: el sacrificio de Jesús (Romanos 8, 31b-34)

Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, todavía, resucitó y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros?

Más difícil de explicar es este segundo escándalo. Porque nadie comprende que Dios sacrifique a su hijo para salvar a gente como nosotros. Lo curioso es que los primeros autores cristianos (los evangelistas y los apóstoles en sus cartas) nunca se escandalizaban de este hecho. Se admiraban, pero no se escandalizaban. Por un motivo muy sencillo: no se quedaban en la muerte de Jesús, todo lo pensaban a partir de la resurrección. La historia había terminado maravillosamente bien. Y eso les capacitaba para ver de forma positiva incluso los aspectos más escandalosos. Las palabras de Pablo en esta lectura no pueden ser más duras: Dios «no perdonó a su propio Hijo». Sin embargo, Pablo no deduce de ahí que Dios es cruel, sino que está dispuesto a darnos todo con él.

Ya que la idea del juicio final se ha utilizado a menudo para angustiar a la gente, conviene advertir cómo lo enfoca Pablo. El fiscal es Dios; pero no el Dios justiciero, sino un fiscal que se pone de parte de los culpables. Y el juez es Jesús, que ha muerto y sigue intercediendo por nosotros. Es el caso más escandaloso de corrupción de la justicia. Afortunadamente para nosotros.

La mejor forma de ser agradecidos con este fiscal y este juez es vivir de acuerdo con sus palabras en el evangelio: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo».

La anticipación del triunfo de Jesús: la Transfiguración (Marcos 9,2-10)

Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Pedro, que no quiere oír hablar de sufrimiento y muerte, lo lleva aparte y lo reprende, provocando la respuesta airada de Jesús: «Retírate, Satanás». Luego llama a toda la gente junto con los discípulos, y les dice algo más duro todavía: no solo él sufrirá y morirá; los que quieran seguirle también tendrán que negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver llegar el reinado de Dios con poder». ¿Se cumplirá esa extraña promesa? ¿Hay que hacerle caso a uno que pone condiciones tan duras para seguirle? Seis días después tiene lugar este extraño episodio.

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: 

-Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. 

No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de «resucitar de entre los muertos.

El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña, la visión, la bajada. Desde el punto de vista litera­rio es una teofanía, una manifestación de Dios, y Marcos utiliza los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirla. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, recordaré brevemente algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.

En primer lugar, Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, que por su altura se concibe como la morada de Dios. A esa montaña no tiene acceso todo el pueblo, sino solo Moisés, al que a veces puede acompañar su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presen­cia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que Dios habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolos de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos, sobre los que volveremos al comentar el relato, demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, «histórico», de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testa­mento.

La subida a la montaña

Es significativo el hecho de que Jesús solo elige a tres discípu­los, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla solo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presen­ciado por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a un monte alto». Mc usa el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí. También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén.

La visión

En la visión hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud.

1) La transformación de las vestiduras de Jesús, que se vuelven «de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo». Mc parece sugerir que del interior de Jesús brota una luz deslumbradora que transforma sus vestidos. Esa luz simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente.

2) Elías y Moisés. Curiosamente, el primer plano lo ocupa Elías, considerado en el judaísmo el precursor del Mesías (Eclesiástico 48,10); el puesto secundario que ocupa Moisés resulta difícil de explicar. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humana­mente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin él, habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípu­los (no a Jesús), es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de los siglos pasados, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.

3) En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres tiendas suenan a simple despropósito. Mc lo justifica aduciendo que estaban espantados y no sabía lo que decía. Generalmente nos fijamos en las tres tiendas. Pero esto es simple conse­cuencia de lo anterior: «qué bien se está aquí». Pedro no quiere que Jesús sufra. Mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirle con la cruz.

4) La nube y la voz. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella. Sus primeras palabras repiten exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios lo presentaba como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: «¡Escuchadlo!». La orden se relaciona con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escán­dalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. «¡Escuchadlo!»

Este episodio está contado como experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.

Lo cual supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados sus vesti­dos tienen la expe­riencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías, se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revela­ción de Dios; 3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.

El descenso de la montaña: necesidad del sufrimiento (vv.9-13).

Dos hechos se cuentan en este momento. La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite (v.9-10) y la pregunta de los discípulos sobre la vuelta de Elías (vv.11-13).

Lo primero se inserta en la línea de la prohibición de decir que él es el Mesías (16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria. Es interesante la indicación de que los discípulos ignoran qué significa resucitar de los muertos.

El segundo dato, la pregunta sobre Elías, no es simple anécdota. Según la teología tradicional, basada en un texto de Malaquías (3,23) y otro del Eclesiás­tico (48,10), antes de que llegue el Mesías debe volver el profeta Elías para renovarlo todo. Lo que dicen los escribas constituye una objeción muy seria para aceptar que Jesús es el Mesías. Si Elías no ha vuelto, Jesús no puede ser el Mesías. Y si ha vuelto, y ha arreglado todo, el Mesías no puede sufrir.

Jesús resuelve el problema de un plumazo. Elías ya ha vuelto, era Juan Bautista, y lo trataron a su antojo. La respuesta de Jesús demuestra una autoridad asombrosa, porque es totalmente desmiti­ficadora. Frente a una interpretación mítica de la revelación, Jesús propone una interpretación realista y simbólica al mismo tiempo.

 

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Published on February 25, 2021 00:40

February 17, 2021

Tentación sin tentaciones. Domingo I deC uaresma

 


Volver a empezar

 

El primer domingo de Cuaresma, en cualquiera de los tres ciclos, se dedica a recordar las tentaciones de Jesús. Eso supone que debemos dar marcha atrás, olvidarnos de que ya estaba recorriendo Galilea con sus discípulos y volver a empezar. Jesús acaba de ser bautizado, ha recibido una misión de Dios. Pero, antes de lanzarse a una actividad pública, el Espíritu lo impulsa al desierto. Con este relato, muy simbólico, y que no se presta a conclusiones piadosas, Marcos quiere plantearnos desde el comienzo el misterio de la persona de Jesús.

 

Un relato sin tentaciones (Marcos 1,12-13)

 

Si se hiciera una encuesta a los cristianos sobre las tentaciones de Jesús (suponiendo que hayan oído hablar de Jesús y de las tentaciones) algunos mencionarían la de convertir una piedra en pan; otros, que Satanás le ofreció toda la gloria y riqueza si lo adoraba; los más listos incluso recordarían lo de tirarse desde el pináculo del templo. Con eso, demostrarían conocer los relatos de las tentaciones que cuentan Mateo y Lucas. Pero Marcos no dice nada de eso.

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.

 

Más que un relato parece un guion con seis datos que el catequista deberá desarrollar.

El Espíritu. En la tradición bíblica, el Espíritu es el que impulsa a los Jueces y a los profetas a realizar la misión que Dios les encomienda: salvar al pueblo de sus enemigos o transmitir su palabra. En este caso, con notable diferencia, el Espíritu impulsa a Jesús al desierto.

El desierto es el lugar de la prueba, como lo fue para el pueblo de Israel cuando salió de Egipto, camino de la Tierra Prometida. Allí fue tentado para ver si era fiel. Y la inmensa mayoría sucumbió en la prueba, mostrándose un pueblo de corazón duro y obstinado. Jesús, en cambio, superará en el desierto la tentación.

Los cuarenta días equivalen a los cuarenta años que, según la tradición bíblica, pasó Israel en el desierto. Es número de plenitud, de tiempo redondo (recuérdense los cuarenta días del diluvio, los cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta días entre la resurrección de Jesús y la Ascensión, etc.).

Satanás. Nosotros hemos adornado este personaje con tantos elementos (incluidos cuernos y rabo) que conviene dejar claro cómo lo concibe Mc. El evangelista usa el nombre de Satanás en cinco ocasiones (1,13; 3,23.26; 4,15; 8,33), y desaparece en la segunda parte del evangelio (cc.9-16); curiosamente, la última vez que se menciona a Satanás no se refiere al demonio sino el apóstol Pedro, que quiere apartar a Jesús de la pasión y la cruz. Por consiguiente, Satanás es el símbolo de la oposición al plan de Dios. Satanás quiere apartar a Jesús del camino que Dios le ha trazado en el bautismo: hacer que se olvide de pobres y afligidos, dejar de consolar a los tristes, de anunciar la buena noticia. O, como hará Pedro más adelante, pedirle que cumpla su misión, pero sin pensar en cruz ni sufrimientos.

Fieras y ángeles. Esta curiosa mención está cargada de simbolismo. Los animales del desierto no son los que ve cualquier campesino galileo a su alrededor: mulos, vacas, ovejas... Son escorpiones, alacranes, etc. Y esto nos recuerda el Salmo 91,11-13, donde aparecen mencionados junto con los ángeles:

  «A sus ángeles ha dado órdenes

  para que te guarden en todos tus caminos;

  te llevarán en sus palmas

  para que tu pie no tropiece en la piedra;

  caminarás sobre chacales y víboras,

  pisotearás leones y dragones».

Jesús, en el desierto, sufre la tentación de Satanás. Pero Dios está a su lado, lo protege mediante sus ángeles, y hace que triunfe en todos los peligros.

Estos elementos (tentación, vivir con los animales, servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en el paraíso, tal como se contaba en las tradiciones rabínicas. De este modo, Mc presenta a Jesús como el nuevo Adán, que, a diferencia del primero, no sucumbe a la tentación, sino que la supera.

El relato de las tentaciones en Mc es tan breve que la liturgia ha añadido las frases siguientes. Aunque tratan un tema muy distinto (el comienzo de la actividad de Jesús), la invitación a la conversión encaja muy bien al comienzo de la Cuaresma.

Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio.»

Esas palabras ya las leímos el domingo 3º del Tiempo Ordinario. Recuerdo lo que comenté a propósito de ellas. Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.

Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.

Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma el libro tercero de la Guerra Judía de Flavio Josefo (BJ III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano.

Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta» (Jn 7,52).

Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios») y una invitación («convertíos y creed en el Evangelio»).

El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca».

Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.

Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.

Pero Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.

El recuerdo del bautismo (dos primeras lecturas)

Desde antiguo, la celebración de la Pascua quedó vinculada con el bautismo de los catecúmenos el Sábado Santo, y eso ha influido en la selección de las lecturas. Ya la primera carta de Pedro ve en la salvación de ocho personas del diluvio atravesando el agua un símbolo del bautismo que ahora nos salva. Este texto se recoge en la segunda lectura. La primera, como es lógico, recuerda el relato del Génesis.

Génesis 9.8-15

Dios dijo a Noé y a sus hijos:

Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Establezco, pues, mi alianza con vosotros: el diluvio no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.

Y Dios añadió: Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi alianza con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes.

La carta de Pedro (llamada así, aunque no la escribió san Pedro) ve en el diluvio un simbolismo del bautismo: Noé y sus hijos se salvaron cruzando las aguas del diluvio, el cristiano se salva sumergiéndose en el agua bautismal.

  1 Pedro 3, 18-22

Queridos hermanos: Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el Espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a qué se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua. Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes.

Jesús y nuestro bautismo

La presentación de Jesús como nuevo Adán está estrechamente relacionada con la nueva vida que comienza en el cristiano con el bautismo. La Cuaresma es el mejor momento para profundizar en este sacramento que, en la mayoría de los casos, recibimos sin ser conscientes de lo que recibíamos.

 

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Published on February 17, 2021 23:21

February 10, 2021

Poder y compasión. Domingo VI


Tras la curación de la suegra de Pedro y de otros muchos enfermos, Marcos cuenta el primer gran milagro de Jesús: la curación de un leproso. El texto sólo se comprende a fondo teniendo en cuenta los casos parecidos, y muy distintos, de Moisés y Eliseo.

La lepra en el antiguo Israel: diagnóstico y exclusión

«La lepra, en el sentido moderno, no fue definida hasta el año 1872 por el médico noruego A. Hansen. En tiempos antiguos se aplicaba la palabra "lepra" a otras enfermedades, por ejemplo a enferme­dades psicógenas de la piel» (J. Jeremias, Teología del AT, 115, nota 36).

En Levítico 13 se tratan las diversas enfermedades de la piel: inflama­ciones, erupciones, manchas, afección cutánea, úlcera, quemadu­ras, afecciones en la cabeza o la barba (sarna), leucodermia, alopecia. Se examinan los diversos casos, y el sacerdote decidirá si la persona es pura o impura (caso curable o incurable). De ese capítulo está tomado el breve fragmento de la primera lectura de este domingo:

El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

̶ Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca una llaga como de lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón, o ante uno de sus hijos sacerdotes. Se trata de un leproso: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!" Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es Impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»

 

Dos casos de lepra: impotencia de Moisés, poder sin compasión de Eliseo

 

El milagro de curar a un leproso sólo se cuenta en el AT de Moisés (Números 12,10ss) y de Eliseo (2 Reyes 5). Es interesante recordar estos relatos para compararlos con el de Marcos.

 

Impotencia de Moisés

 

María y Aarón murmuran de Moisés, no se sabe exactamente por qué motivo. En cualquier hipótesis, Dios castiga a María (no a Aarón, cosa que indigna a las feministas, con razón). «Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida como nieve». Aarón se da cuenta e intercede por ella ante Moisés. Pero Moisés no puede curarla. Sólo puede pedirle a Dios: «Por favor, cúrala». El Señor accede, con la condición de que permanezca siete días fuera del campamento (Números 12).

 

El poder sin compasión de Eliseo

 

El caso de Eliseo es más entretenido y dramático (2 Reyes 5). Naamán, un alto dignatario sirio, contrae la lepra, y una esclava israelita le aconseja que vaya a visitar al profeta Eliseo. Naamán realiza el viaje, esperando que Eliseo salga a su encuentro, toque la parte enferma y lo cure. Pero Eliseo no se molesta en salir a saludarlo. Le envía un criado con la orden de lavarse siete veces en el Jordán. Naamán se indigna, pero sus criados lo convencen: obedece al profeta y se cura. A diferencia de Moisés, Eliseo puede curar, aunque sea con una receta mágica, pero no muestra la menor compasión por el enfermo.

 

Jesús: poder y compasión (Mc 1,40-45)

 

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: 

̶ Si quieres, puedes limpiarme.

Compadecido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: 

̶ Quiero: queda limpio.

La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.  Él lo despidió, encargándole severamente: 

̶ No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio.

Pero, cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

 

El relato de Marcos consta de seis elementos: petición del leproso; reacción de Jesús; resultado; advertencia; reacción del curado; consecuencias.

Petición del leproso. Tres detalles son importantes en la actitud del leproso: 1) no se atiene a la ley que le prohíbe acercarse a otras personas; 2) se arrodilla ante Jesús, en señal de profundo respeto; 3) confía plenamente en su poder; todo depende de que le parezca bien, no de que pueda.

Reacción de Jesús y resultado. Podía haber respondido a la petición del leproso con las simples palabras: «Quiero, queda limpio». Con ello, a diferencia de Moisés y de Eliseo, habría demostrado su poder: no necesita pedir la inter­vención de Dios, ni recurrir a remedios casi mágicos. Sin embargo, antes de demostrar su poder muestra su compasión. Marcos habla de lo que siente («compadecido») y de lo que hace («extendió la mano y lo tocó»). Es lo que esperaba el sirio Naamán que hiciera Eliseo: tocar su parte enferma. Quien tocaba a un leproso quedaba impuro; pero a Jesús no le preocupa este tipo de impureza.

Advertencia. Aparentemente, Jesús da dos órdenes al recién curado: 1) que no se lo diga a nadie; 2) que se presente al sacerdote. La primera (no decirlo a nadie) resulta extraña, porque Jesús no pretende pasar desapercibido. Es probable que las dos órdenes estén relacionadas entre sí, formando una sola: «no te entre­tengas en decírselo a nadie, sino ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés». ¿Qué había ordenado Moisés? Según el Levítico, el curado debe ofrecer: dos aves puras (se suponen tórtolas o pichones), dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite. Con todo ello el sacerdote realiza un complejo ritual que dura ocho días. Además, el curado deberá afeitarse completamente el primer día y raparse de nuevo el octavo.

Las palabras finales de Jesús parecen tener un tinte polémico: «para que lesconste». Se pasa del singular (el sacerdote) al plural (les conste), como si Jesús pensase en todos sus adversa­rios que no lo aceptan.

Reacción del curado. No obedece a ninguna de las dos órdenes de Jesús. Ni se calla ni acude al sacerdote. Según la traducción litúrgica, «empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho». El texto griego resulta más ambiguo. Se podría traducir también: «Empezó a predicar mucho y a divulgar la palabra». Como si el leproso curado, en vez de atenerse a lo mandado por Moisés prefiriese convertirse en un misionero cristiano. Aunque esta propuesta resulte sugerente, no encaja bien con lo que sigue.

Consecuencias. Jesús no puede entrar abiertamente en ningún pueblo. Debe permanecer en descampado, y aun así acuden a él. ¿Por qué esta reacción suya? Sabiendo lo que cuenta Marcos más tarde, la respuesta sería: para no verse agobiado por la multitud de gente que acude a él.

 

Una lectura simbólica: el leproso es cada uno de nosotros

 

Los relatos evangélicos tienen siempre una gran carga simbólica. Quieren que nos identifiquemos con la situación que narran. En este caso, con el leproso. Todos llevamos dentro algo, mucho o poco, de lo que nos sentimos culpables. Podemos negarlo, escondiendo la cabeza bajo tierra, como el avestruz. O podemos reconocerlo, y acudir humildemente a Jesús, con la certeza de que «si quieres, puedes limpiarme». Él tiene el poder y la compasión necesarios para cambiar nuestra vida.

 

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Published on February 10, 2021 23:24

February 3, 2021

La utopía del Reino y la realidad de la pandemia. Domingo V

 


El evangelio del domingo pasado contaba el asombro causado por la predicación de Jesús y por su poder sobre los espíritus inmundos. Todo eso ocurrió un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm. El evangelio de este domingo nos cuenta cómo terminó ese sábado y qué ocurrió en los días siguientes.

  En la primera parte se subraya el enorme poder de Jesús sobre las más diversas enfermedades, desde la fiebre de la suegra de Pedro hasta las manifestaciones de los endemoniados. Es una descripción maravillosa, que simboliza y anticipa el futuro Reino de Dios, cuando no habrá enfermedad, sufrimiento, llanto ni muerte.

  El contraste es enorme con lo que estamos viviendo a propósito del covid-19, con millones de víctimas y la angustia de no saber cómo evolucionará. Los breves pasajes del evangelio de este domingo nos obligan a pensar en tantos enfermos y a tenerlos presentes en nuestra oración. También nos descubren a los continuadores de la actividad de Jesús, que no son principalmente los obispos y sacerdotes, sino los miles de personas relacionadas con el ámbito de la salud: científicos, médicos, enfermeras y enfermeros, auxiliares, farmacéuticos… No tienen la facilidad de Jesús para curar. Atienden a los enfermos en circunstancias difíciles y exigentes, sufren con los que no pueden salvar. Para ellos, el Reino de Dios es algo que todavía se espera y se pide: «Venga a nosotros tu Reino». Merecen nuestro agradecimiento y nuestra oración.

Elementos de un relato de milagro

Un relato de milagro consta generalmente de los siguientes elementos:

a) se presenta al enfermo, subrayando a veces la gravedad de la enfermedad;

b) el interesado u otra persona pide su curación;

c) Jesús lo cura, a veces con solo su palabra, a veces con algún tipo de acción;

d) el enfermo demuestra que ha sido curado; p. ej., el paralítico carga con su camilla, el cojo da saltos.

Curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31)

En este caso, el relato es extraordinariamente breve y todo se cuenta con rapidez.

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Quien lee este relato de Marcos no presta atención al hecho de que la curación tiene lugar en sábado. Pero cuando se conocen los otros evangelios, y se sabe que una de las acusaciones más fuertes contra Jesús fue la de curar en sábado, el detalle adquiere mayor importancia.

 La fiebre de la enferma no es de escasa importancia, le obliga a guardar cama. Y el hecho de que se lo cuenten a Jesús significa que le preocupa a la familia. Él no dice una palabra, se limita a tomarla de la mano y levantarla. Para demostrar que se ha curado plenamente, se pone a servirlos.

Una feminista radical estadounidense dedujo de este detalle final que ni siquiera el evangelio libera a la mujer de su situación de esclavitud a los varones. Pero es una visión demasiado estadounidense y actual del relato. Lo que quiere decir Marcos no es que la mujer cristiana deba estar al servicio del varón, sino que la suegra se curó plenamente.

Curaciones al atardecer (Mc 1,32-34)

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

Al ponerse el sol termina el descanso sabático. La gente puede caminar, comprar, etc., y aprovecha la ocasión para llevar ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados. En este contexto dice Marcos, casi de pasada, que Jesús «expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar». Esta idea, que ya apareció en el relato del endemoniado y que se repetirá en otros momentos, la presentó Wilhelm Wrede en 1901 como «el secreto mesiánico». Jesús no quiere que la gente sepa desde el principio su verdadera identidad, tienen que irla descubriendo poco a poco, escuchándolo y viéndolo actuar.

No se dice cuánto tiempo dedicó a curar a muchos de ellos. Se supone que hasta tarde. En Israel, como en todo el Mediterráneo, la noche no cae de repente. Tampoco se dice dónde cenan Jesús y sus discípulos, ni dónde se quedan a dormir. Los evangelios no son biografías ni se detienen en detalles que consideran secundarios.

Jesús y sus colaboradores siguen proclamando el Reino (1,35-39)

Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:

  ̶ Todo el mundo te busca.

Él les responde: 

̶ Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

La conducta de Jesús, levantándose de madrugada para rezar, trae a la mente las palabras del Salmo 63: «¡Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo!». Estamos al comienzo del evangelio, y Marcos indica algo que será una constante en la vida de Jesús: su oración, el contacto diario e intenso con el Padre, del que saca fuerzas para llevar adelante su misión.

 Esta misión no se caracteriza por elegir lo cómodo y fácil. En Cafarnaúm toda la gente pregunta por él, quiere verlo y escucharlo. Sin embargo, él decide recorrer de nuevo toda Galilea. Ya lo había hecho solo, cuando metieron a Juan en la cárcel. Ahora lo hace acompañado de los cuatro discípulos. Y no solo predica, también expulsa demonios.

(Job 7,1-4.6-7)

La primera lectura, tomada del libro de Job, ha sido elegida pensando en los enfermos a los que cura Jesús. Job pertenece al grupo de los endemoniados, pero en sentido moderno. No se trata de que esté poseído por un espíritu inmundo, sino de que se halla sumido en una profunda depresión. No le encuentra sentido a la vida, la ve como una carga insoportable, una noche que no se acaba, un futuro sin esperanza. La solución le vendrá por un duro enfrentamiento con Dios, que le obligará a salir de sí mismo, a abrir la ventana y contemplar las maravillas que lo rodean, hasta terminar reconociendo humildemente que no puede discutir con Dios ni culparlo de lo que le ocurre.

Relacionando esta lectura con el evangelio, parece sugerir al deprimido: acude a Jesús, o que alguien te lleve a él. No te hablará duramente, como Dios a Job, pero quizá te ayude a salir de ti mismo y a superar tu depresión. Porque, como dice el Salmo de hoy: «Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas» (Sal 146,3).

Habló Job, diciendo:

«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio,

sus días son los de un jornalero;

como el esclavo, suspira por la sombra,

como el jornalero, aguarda el salario.

Mi herencia son meses baldíos,

me asignan noches de fatiga;

al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?

Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.

Mis días corren más que la lanzadera,

y se consumen sin esperanza. 

Recuerda que mi vida es un soplo,

y que mis ojos no verán más la dicha.»

«Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados (Sal 146,1)

  En las diversas y numerosas curaciones que ha contado el evangelio, resulta extraño que nadie dé las gracias a Jesús. Ni la suegra de Simón, ni su familia, ni los que acuden al ponerse el sol, ni los enfermos de toda Galilea. Pasa haciendo el bien sin esperar recompensa.

  Por eso es bueno que el Salmo nos invite a alabar al Señor, reconociendo todo el bien que nos ha hecho. Este himno recoge motivos muy diversos para alabar a Dios: empieza por la reconstrucción de Jerusalén y la vuelta de los deportados, pero no pierde de vista a cada individuo, vendando las heridas de los que tienen el corazón destrozado y sosteniendo a los humildes.

 


 

 

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Published on February 03, 2021 23:32

January 27, 2021

La anticipación del Reino en la victoria sobre los espíritus inmundos. Domingo IV del Tiempo Ordinario



Marcos ha presentado a Jesús recorriendo Galilea para anunciar la buena noticia del reinado de Dios. Pero no ha dicho nada de cómo reaccionaba la gente. Sabemos que cuatro muchachos, atraídos por su persona, lo dejan todo para seguirlo. ¿Y el resto? El evangelio de hoy constata dos reacciones opuestas: la mayoría de la gente se asombra de la autoridad de Jesús y de su poder sobre los espíritus inmundos; pero estos se rebelan inútilmente contra él.

 

El asombro de la gente

 

Marcos nos sitúa en uno de los pueblos más importantes de Galilea, Cafarnaúm, nudo de comunicaciones con Damasco. Un sábado, Jesús entra en la sinagoga y enseña. Marcos no se detiene a concretar su enseñanza. Lo que le interesa es la reacción del auditorio.

En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.

 

«Con autoridad, no como los escribas». La idea es curiosa, porque los escribas no eran gente impreparada e ignorante, que decían cualquier tontería para salir del paso. Tenían una larga y profunda formación. Pero, en opinión de la gente, enseñaban sin autoridad, incapaces de tener una idea propia, de aportar algo nuevo. Jesús, en cambio, los asombra por esa autoridad. ¿Qué dijo para suscitar esa impresión? Marcos no lo concreta, porque su táctica consiste en despertar la curiosidad del lector y animarlo a seguir leyendo.

 

El rechazo de un pobre diablo

 

No todos están de acuerdo con lo escuchado. Hay uno que reacciona en contra: un endemoniado. En realidad, se trata de un pobre diablo. No opone resistencia. Sólo puede protestar, reconocer que los suyos están derrotados y abandonar, retorciéndose y huyendo, el campo de batalla.

Había precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:

̶  ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.

Jesús lo increpó:

̶  Cállate y sal de él.

El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él.

 

Espíritus inmundos y demonios forman, en la concepción dramática de Mc, el ejército de Satanás. ¿Existe diferencia entre ellos? En el pasaje de la mujer siro-fenicia parecen términos equivalente; comienza hablando de un «espíritu inmundo» (7,25), y luego habla de un «demonio» (7,26.29.30). Sin embargo, en el conjunto del evangelio, tenemos la impresión de que los demonios tienen menos categoría que los espíritus inmundos. Los demonios esclavizan al hombre con todo tipo de enfermedades y desgracias. Los espíritus inmundos resultan más peligrosos, en la línea de lo que llamaríamos «endemoniados»; hacen sufrir más al poseído, y se atreven a enfrentarse a Jesús, aunque siempre terminan perdiendo la batalla. En este caso, no dice Mc qué tipo de enfermo era. Parece un lunático o un poseso.

Las palabras que pronuncia condensan el misterio de Jesús y de su actividad. El que aparentemente es solo un hombre natural de Nazaret llamado Jesús, es en realidad «el Santo de Dios». Este título es muy raro. Solo se encuentra aquí, en el texto paralelo de Lucas, y en el evangelio de Juan, cuando Pedro, después de que muchos abandonen a Jesús, afirma: «Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,69). Lo que Pedro y los demás discípulos han terminado creyendo, superando una gran prueba de fe, el endemoniado lo sabe de entrada. Descubrir el misterio de Jesús será una de las misiones del lector del evangelio.

En cuanto a su actividad, la pregunta del endemoniado la deja claro: ha venido a acabar con los demonios y con el poder de Satanás. Al lector moderno puede resultarle un lenguaje extraño. Prefiere hablar de lucha contra el mal, de victoria del bien sobre las fuerzas del mal. Pero Marcos se mueve en otras coordenadas culturales y religiosas.

Aparece por primera vez, en este contexto, una idea que se repetirá muchos en Mc: Jesús impone silencio al espíritu, prohibiéndole hacer pública su verdadera identidad.    

 

La guerra contra Satanás y los espíritus inmundos

 

  Marcos concibe su evangelio como una guerra entre el bien y el mal. Inmediatamente después del bautismo, Jesús es impulsado por el Espíritu al desierto, y allí es tentado por Satanás, mientras los ángeles le sirven. Marcos no cuenta ninguna de las famosas tentaciones. Se limita a presentar a los dos adversarios en lucha: Jesús y Satanás. Y esa guerra continúa con una batalla, vencida fácilmente por Jesús, contra un soldado de Satanás.

  Ya que nuestra idea del demonio está muy marcada por ideas posteriores, recuerdo que en el evangelio de Marcos los espíritus inmundos aparecen con dos rasgos principales:

  a) Sirven para explicar casos muy complicados para la medicina de la época. En Mc hay dos episodios especialmente famosos: el del endemoniado gadareno (Mc 1,23.26; 5,2.8.13) y el del niño sordomudo que padece epilepsia (9,14-29), al que se presenta como poseído por un espíritu mudo (v.17), mudo y sordo (v. 25). En el caso de la hija de la cananea (7,25) no sabemos en qué consiste la enfermedad.

  b) Expresan la oposición radical al plan de Dios. Lo esencial no es que hagan daño a las personas, sino que protestan por la actividad de Jesús. El endemoniado reconoce su poder, sabe quién es y la misión que tiene: destruirlo. Con este mismo aspecto se menciona a los espíritus inmundos en 3,11.

  Un aspecto esencial de la actividad de Jesús es expulsar demonios (1,34.39). Los discípulos reciben de Jesús ese poder contra ellos (6,7), pero algunos son muy difíciles de echar, hace falta oración (9,28-29).

  Marcos dejará claro a lo largo de su evangelio que los enemigos más peligrosos de Jesús no son los demonios sino los hombres. Serán ellos quienes terminen matándolo.

 

Admiración final

     Todos se preguntaron estupefactos:

     ̶  ¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen.

     Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Tras la huida del demonio, el protagonismo pasa a los presentes en la sinagoga. Antes se admiraron de la autoridad con la que enseña Jesús. Ahora se quedan estupefactos al ver que, además, tiene también poder sobre los espíritus inmundos. Y se preguntan: “¿Qué es esto?” ¿Qué está ocurriendo aquí?

¿Cuál será nuestra reacción?

  Marcos ha presentado dos reacciones muy opuestas ante la persona y la actividad de Jesús: admiración y rechazo. Con ello queda claro lo que espera de cada uno de sus lectores. Decía un pensador griego que «el asombro llevó a los hombres a filosofar». Marcos, de forma parecida, sugiere que la admiración es el punto de partida para creer en Jesús. Poco a poco, la pregunta de la gente «¿qué es esto?» se convertirá en «¿quién es éste?»,

¿Un profeta como Moisés? (Deuteronomio 18,15-20)

Jesús, en el evangelio de hoy, no se presenta como profeta, ni su auditorio lo reconoce como tal. Sin embargo, como primera lectura se ha elegido un texto del Deuteronomio en el que Dios promete que, tras la muerte de Moisés, no dejará de comunicarse al pueblo, sino que le suscitará a un profeta como él. Aunque el texto hable de «un profeta», en realidad se refiere a una serie de ellos, a todos los profetas que, a lo largo de la historia de Israel, le transmitirán la palabra de Dios. Sin embargo, la tradición cristiana vio en este profeta a Jesús.

Buscando una relación con el evangelio, podríamos verla especialmente en las palabras «Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre», aplicadas al personaje poseído de un espíritu inmundo que rechaza a Jesús.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: «No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese gran fuego, para no morir».

El Señor me respondió: «Está bien lo que han dicho. Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande. Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá."

«No endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 94)

Aunque el salmo ha sido elegido por su relación con la primera lectura, en la que Dios exige escuchar al profeta que hable en su nombre, es fácil relacionarlo también con el evangelio. El poseído por el espíritu inmundo endurece su corazón, rechaza a Jesús. Nosotros debemos aclamar al que nos salva, darle gracias y escuchar su voz.

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Published on January 27, 2021 23:27

January 21, 2021

El anuncio del Reino y los primeros colaboradores. Domingo 3º Tiempo Ordinario


 El domingo pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente como comienza a actuar Jesús.

1ª escena: Anuncio del Reino y la conversión (Mc 1,14-15).

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:

̶  Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio.

Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.

Momento. «Cuando detuvieron a Juan». Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío. Mc no se detiene en contar las causas de esta prisión (lo dirá más adelante), y parece dar por conocidos los hechos. ¿Qué hizo Jesús desde la estancia en el desierto hasta entonces? ¿Cuánto tiempo transcurrió? Mc no informa de ello. Lo único que sugiere es que el "precursor", el mensajero, tiene que desaparecer de la escena antes de que Jesús comience su actividad.

Lugar de actividad. Galilea. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma Flavio Josefo (Guerra III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano. Zona también conflictiva y politizada. En ella se moverá Jesús. Podemos imaginarlo solo (siempre lo imaginamos acompañado de sus discípulos), subiendo cuestas, bajando al lago, recorriendo las aldeas de la orilla, deteniéndose a hablar con la gente.

Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta» (Jn 7,52).

Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está cerca») y una invitación («convertíos y creed en la buena noticia»).

El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca».

Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.

Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.

Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.

Cualquier persona de buena voluntad aceptaría la invitación a convertirse. Pero las personas de buena voluntad pueden ser también muy escépticas. Ante la idea de que «se ha cumplido el plazo» podrían sonreír, como nosotros cuando diversas sectas nos anuncian el inminente fin del mundo.

Para comprender bien el evangelio es importante que adoptemos ante Jesús una postura de distanciamiento. Sería bueno rebelarnos ante este aspecto de su mensaje y resistirnos a creer. Así entenderemos mejor lo que él quiere transmitir realmente y captaremos que no habla de un cataclismo, del fin del mundo, sino de la aparición de algo nuevo.

2ª escena: llamamiento de Simón y Andrés

Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo:

̶  Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres.

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.  

Este acto fundamental de la vida de Jesús lo cuenta Marcos como la cosa más normal del mundo. Pasando por la orilla ve a dos muchachos. Se supone que no es una mirada rápida y superficial, como solemos ver a la gente que nos cruzamos por la calle. Es la visión de uno que busca seguidores e intuye lo profundo de la persona, lo que puede llegar a ser más que lo que es.

Marcos dice que son hermanos y cómo se llaman: Simón y Andrés. Queda claro quién es el primer discípulo llamado por Jesús: Pedro, que terminará siendo el más importante. Están en la orilla, tirando el esparavel (avmfi,blhstron), una red pequeña que se lanza con la mano. (En Internet hay videos sobre este sistema de pesca, que sigue practicándose en nuestros días).

Jesús no los invita a seguirlo, se lo ordena: «Venid conmigo», y les promete una nueva profesión: «pescadores de hombres». La orden de seguirlo carece de paralelo en los grandes profetas. Isaías, Jeremías, Ezequiel, tuvieron discípulos; pero, que sepamos, a ninguno de ellos le ordenaron: «Vente conmigo». A lo sumo se podría citar el caso de Elías, que echa su manto sobre Eliseo, dándole a entender que quiere que lo siga (1 Re 19). Pero hay una diferencia esencial entre Elías y Jesús. Elías llama a Eliseo porque Dios se lo ha ordenado (1 Re 19,15). Jesús actúa por propia iniciativa y poder. También existe diferencia entre Jesús y los rabinos. Los rabinos tenían discípulos, y era típico de ellos seguir al maestro. Pero el rabino no los llamaba ni les daba la orden de seguirlo.

En cuanto a la promesa de convertirlos en «pescadores de hombres», lo más probable es que Simón y Andrés la interpretaran de forma muy sencilla, sin las complicaciones que pretenden algunos comentaristas.

En cualquier caso, «inmediatamente dejaron las redes (di,ktua) y lo siguieron». El cambio de sustantivo parece sugerir que, además del esparavel, tenían otras redes, y las dejaron todas.

3ª escena: llamamiento de Santiago y Juan

Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él.

A Santiago y Juan los encuentra también en la orilla, dentro de la barca con su padre Zebedeo, remendando o preparando sus redes (di,ktua). En este caso se trataría de la red de trasmallo, para la que se requiere un bote de unos cinco o seis metros y, al menos, cuatro o cinco personas. A ellos no les habla de convertirse en pescadores de hombres, pero lo siguen «abandonando a su padre en la barca con los jornaleros». Quien conoce la historia de Elías y Eliseo advierte enseguida la diferencia: cuando Elías llama a Eliseo, este pide permiso para despedirse de sus padres y organiza un gran banquete. Elías se lo permite, con tal de que vuelva. No hay prisa. Cuando es Jesús quien llama no cabe dilación ni despedida. Se deja todo de inmediato.

Marcos parece sugerir que el sacrificio de estos dos hermanos es mayor: no dejan solo unas redes, sino a su padre y una barca. La presencia del padre, pescador, es normal. En cambio, la barca sugiere una diferencia social entre las dos parejas de hermanos. Basándose en este texto, Santiago Guijarro distingue entre los pescadores tres grupos bien diferenciados: «el de aquellos que tenían barca y redes, el de los que solo poseían redes, y el de quienes no poseían ninguna de las dos cosas y tenían que trabajar como jornaleros». Al primer grupo pertenecen Santiago y Juan; al segundo, Pedro y Andrés. En los dos casos, independientemente de la posición económica, es clara la radicalidad en el seguimiento de Jesús.

Unos protagonistas desconcertantes y misteriosos

Estos dos relatos de vocación, aparentemente tan fáciles de entender, están plagados de misterios cuando se piensa en los principales protagonistas.

Empezando por Jesús, ¿quién contrataría a cuatro pescadores para fundar y dirigir una multinacional? Solo un loco. No necesitan un título de las universidades de Jerusalén o Babilonia. No es preciso que hayan estudiado con los mejores rabinos ni que se sepan la Torá de memoria. Basta que quieran seguirlo renunciando a todo. Pero, ¿qué pretende Jesús? En este momento del evangelio, sin disponer de más datos, solo podemos decir que Jesús busca unas personas que lo acompañen, con intención de que le ayuden a aumentar el números de sus seguidores. ¿Con qué finalidad? No lo sabemos.

Si misteriosa resulta la conducta de Jesús, también lo es la de los cuatro llamados.  ¿Qué los mueve a dejarlo todo, incluso al padre (de Simón no sabemos todavía que está casado) y seguir a Jesús sin conocerlo previamente? Aquí hay dos cuestiones distintas: el conocimiento previo y el seguimiento radical.

Que ya conocían a Jesús lo dan por seguro algunos aludiendo al cuarto evangelio, donde se dice que Jesús entró en contacto con ellos cuando el bautismo (Jn 1,35-51). O afirmando que el verdadero orden de los acontecimientos es el que se ha conservado en el evangelio de Lucas (4,31-5,11): después de curar a un hombre con espíritu inmundo, a la suegra de Pedro, después de otras muchas curaciones y expulsiones de demonios, cuando Jesús es ya de sobras conocido, es cuando llama a los cuatro primeros discípulos y estos lo siguen.

Pero este conocimiento previo no resuelve el problema del seguimiento radical, renunciando a todo. ¿Qué les movió a ello? Marcos no lo dice en este momento. Más adelante indicará que Santiago y Juan lo hicieron, al menos en parte, por ambición política: estaban convencidos de que Jesús llegaría a reinar en Jerusalén y ellos pretendían los dos primeros puestos en su corte (Mc 10,35-37). También Simón, al confesar a Jesús como Mesías, rechazando el sufrimiento y la muerte, demuestra una preocupación política. Sin embargo, esta explicación, aunque sea válida, supone adelantar datos. En este momento nos quedamos sin saber qué movió a los cuatro a seguir a Jesús.

Lo que no admite duda es que lo siguieron. Y esto debía provocar en los primeros lectores del evangelio de Marcos un profundo asombro ante el poder de atracción de Jesús y la disponibilidad absoluta de los discípulos. Algo en lo que se verían reflejados, porque también ellos y ellas habían sentido la llamada de Jesús y, a pesar de todas las dificultades y críticas, lo habían seguido.

Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: creen en la buena noticia del Reinado de Dios, lo siguen y cambian radicalmente de vida.

La conversión de los ninivitas (Jonás 3,1-5.10)

La primera lectura ha sido elegida porque los ninivitas, los nazis de aquella época, al convertirse gracias a la predicación de Jonás, nos sirven de modelo. Mucho más motivo tenemos nosotros para convertirnos al escuchar la predicación de Jesús. Sin embargo, los motivos que aducen Jesús y Jonás son muy distintos: Jesús anima anunciando la cercanía del reinado de Dios; Jonás asusta anunciando que «dentro de cuarenta días Nínive será arrasada».

El Señor dirigió la palabra a Jonás: «Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí le anunciarás el mensaje que yo te comunicaré.

Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era una ciudad inmensa; hacían falta tres días para recorrerla. Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando:

- Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada.

Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron el ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor.

Vio Dios su comportamiento, como habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó.

«Señor, enséñame tus caminos» (Salmo 24)

  El salmo encaja mucho más con el evangelio que con la primera lectura. Porque Jonás no enseña nada, solo amenaza. En cambio, Jesús, proclamando el evangelio de Dios, nos enseña a caminar por el camino que Dios quiere y nos recuerda que «el Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores». Aparte de agradecérselo, debemos pedirle: «haz que camine con lealtad»


   [1] El cuarto evangelio, como vimos el domingo pasado, ofrece una tradición distinta: el primero en entrar en contacto con Jesús es Andrés, junto con otro muchacho anónimo (¿Juan?); y Andrés le habla a su hermano Simón Pedro de Jesús.

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Published on January 21, 2021 02:05

January 13, 2021

Primer profeta y primeros discípulos. Domingo II

 


El domingo pasado, después de Epifanía, leímos el relato del bautismo. Si hubiéramos seguido con el evangelio de Marcos, lo siguiente serían las tentaciones de Jesús. Pero, en un prodigio de zapeo litúrgico, cambiamos de evangelio y leemos el próximo domingo un texto de Juan. El cuarto evangelio no cuenta el bautismo de Jesús ni su estancia de cuarenta días en el desierto. Pero sí dice que fue a donde estaba Juan bautizando, y allí entró en contacto con quienes serían sus primeros discípulos. Para ambientar este episodio, y con fuerte contraste, la primera lectura cuenta la vocación de Samuel.

La vocación de un profeta (1 Samuel 3,3b-10.19)

  Samuel no es el primer profeta. Antes de él se atribuye el título a Abrahán, y a dos mujeres: María, la hermana de Moisés, y Débora. Pero el primer gran profeta, con fuerte influjo en la vida religiosa y política del pueblo, es Samuel. Por eso, se ha concedido especial interés a contar su vocación, para darnos a conocer qué es un profeta y cómo se comporta Dios con él.

En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel. Este respondió:

̶  Aquí estoy.

Corrió adonde estaba Elí y dijo:

̶  Aquí estoy, porque me has llamado.

Respondió Elí:

̶  No te he llamado; vuelve a acostarte.» 

Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel.  Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo: 

̶  Aquí estoy, porque me has llamado. 

Respondió Elí:

̶  No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.

Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor. 

 

El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo:

̶  Aquí estoy, porque me has llamado.

Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel:  

̶  Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: "Habla, Señor, que tu siervo escucha"

Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como las veces anteriores:

̶  ¡Samuel, Samuel!

Respondió Samuel:

̶  Habla, que tu siervo escucha.

Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras.

Literariamente, el pasaje utiliza el frecuente recurso de plantear un problema (el Señor llama a Samuel sin que este sepa quién lo llama), con dos intentos fallidos por parte del niño (dos veces acude a Elí) y la solución en un tercer momento («Habla, Señor, que tu siervo escucha»).

Quien solo lea este episodio conocerá muy poco de Samuel: que es un niño, está al servicio del sumo sacerdote Elí, duerme en la habitación de al lado, y todavía no se le había revelado la palabra del Señor. No sabe que su madre lo consagró al templo de Siló desde pequeño, y que, más tarde, en virtud de su vocación profética, jugará un papel capital en la introducción de la monarquía en Israel y en la elección de los dos primeros reyes: Saúl y David.

De los datos que ofrece el texto, el más interesante es la explicación de por qué Samuel confunde a Yahvé con Elí. «Samuel no conocía todavía al Señor». ¿Cómo es esto posible? Su madre lo dejó en el templo cuando era todavía un niño, vive con la familia del sumo sacerdote, ha debido de oír hablar de Yahvé infinidad de veces, escuchar su nombre en cantos y salmos. Samuel debía de tener una buena formación catequética. A pesar de todo, «no conocía todavía al Señor, no se le había revelado la palabra del Señor». Una cosa es conocer a Dios de oídas, por oraciones y lecciones mejor aprendidas, y otra muy distinta ese contacto profundo con él a través de su palabra.

[Este episodio es fundamental para comprender el de Jesús en el templo con doce años. Esa edad tenía Samuel, según Flavio Josefo, cuando «todavía no conocía al Señor». Jesús, en cambio, sabe perfectamente que Dios es su Padre y que él debe entregarse por completo a cumplir sus planes.]

Cabe el peligro de centrarse en la figura de Samuel y pasar por alto lo mucho que dice el texto a propósito de Dios. Ante todo, no comunica su voluntad al pueblo directamente, se sirve de una persona concreta. Al mismo tiempo, se revela como un ser extraño, desconcertante, que elige para esta misión a un niño de pocos años y parece jugar con él al ratón y al gato, haciendo que se levante tres veces de la cama antes de hablarle con claridad. 

Además, ese Dios que más tarde se revelará como un ser cercano al profeta, acompañándolo de por vida, se revela también como un ser exigente, casi cruel, que le encarga al niño una misión durísima para su edad: condenar al sacerdote con el que ha vivido desde pequeño y que ha sido para él como un padre. Esto no se advierte en la lectura de hoy porque la liturgia ha omitido esa sección para dejarnos con buen sabor de boca.

En resumen, la vocación de un profeta no sólo le cambia la vida, también nos ayuda a conocer a Dios.

Contacto de Jesús con los primeros discípulos (Juan 1,35-51)

En el cuarto evangelio, Juan no bautiza a Jesús, pero dirige unas palabras a sus discípulos cuando lo ve venir. Lo que les dice se resume en tres puntos: 1) Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. 2) Bautiza con Espíritu Santo. 3) Es el Hijo de Dios. El autor no explica ninguna de estas afirmaciones ni cuenta la reacción del auditorio. Pero, en los días siguientes, Jesús entra en contacto con Andrés y un discípulo anónimo (generalmente se piensa en Juan); Andrés le llevará a su hermano Simón Pedro; Jesús encuentra a Felipe y le ordena: «Sígueme»; y este anima a Natanael a unirse al grupo (Jn 1,35-51). Es una pena que el evangelio de este domingo se limite al encuentro con los tres primeros discípulos, porque el conjunto ofrece un mensaje muy interesante sobre la vocación.

           Andrés y el discípulo anónimo (1,35-39)

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:

̶ Este es el Cordero de Dios.

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:

̶ ¿Qué buscáis?

Ellos le contestaron: 

̶ Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?

Él les dijo: 

̶ Venid y lo veréis.

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima [las cuatro de la tarde].

En el primer encuentro, la iniciativa parte del Bautista que, al ver pasar a Jesús, dice de él lo mismo que había dicho en su discurso anterior: «Ese es el cordero de Dios». Entonces fue más concreto: «Ese es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La referencia parece clara al personaje del que habla Isaías 53: uno que salva a su pueblo cargando con sus pecados, y que, cuando lo condenan a muerte, «como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca» (vv.6-7). Así lo entendió también Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Cuando el eunuco etíope va leyendo este texto de Isaías y le pregunta al diácono Felipe de quién habla el profeta, este aprovecha la ocasión para hablarle de Jesús. Y la primera carta de Pedro recuerda que nos han redimido «con la preciosa sangre de Cristo, Cordero sin mancha ni tacha» (1 Pe 1,19).

Las palabras de Juan, más que simple información parecen contener una invitación a sus discípulos a entrar en contacto con ese personaje misterioso. Juan, con esta actitud de desprendimiento y generosidad, está anticipando lo que dirá más tarde: «Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. (…) Él debe crecer y yo disminuir» (Jn 3,28.30).

Y los dos discípulos, aunque quizá no entendieron claramente lo que significaba «Ese es el Cordero de Dios», sintieron gran curiosidad, lo siguen, y escuchan las primeras palabras que pronuncia Jesús en el evangelio: «¿Qué buscáis?» No es una pregunta trivial, suena a desafío. Es la pregunta que Jesús dirige a cualquier lector del evangelio: «¿Qué buscas?». Y el lector se siente obligado a pensar si ha buscado o busca algo en su vida, o si ha dejado de buscar. Los dos muchachos podrían decir, con el salmista: «Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro». Pero su respuesta es más tímida. Se dirigen a él con profundo respeto, llamándolo «rabí», y se limitan a preguntarle dónde vive. Por desgracia, no sabemos de qué hablaron desde las cuatro de la tarde en adelante.

Andrés y Simón Pedro (1,40-42)

 

     Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:

̶ Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).

Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:

̶ Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro).

De esa larga conversación cuyo contenido ignoramos, Andrés sacó la conclusión de que aquella persona era alguien más que el Cordero de Dios, o un rabí cualquiera. Así lo comunica entusiasmado a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». ¿Qué quería decir con esto? Ateniéndonos al cuarto evangelio, la mentalidad popular esperaba del Mesías que realizara numerosos milagros, como sugiere la gente de Jerusalén: «¿Cuándo venga el Cristo, hará más signos de los que este ha hecho?» (Jn 7,31). En esta línea prodigiosa, otros piensan que «el Mesías permanecerá para siempre» (Jn 12,34). Sin embargo, el título de Mesías tenía por entonces una fuerte carga política, como se advierte en los Salmos de Salomón 17 y 18, de origen fariseo, procedentes del siglo I a.C. Es posible que esto fuera lo que más entusiasmara a Andrés e intentara transmitir a su hermano Simón Pedro.

La pretensión de haber encontrado al Mesías la considerarían absurda muchos judíos. Los fariseos llevaban más de un siglo pidiendo a Dios que enviara a su Rey Mesías. ¿Iba a encontrarlo precisamente este pobre muchacho galileo? Sin embargo, su hermano le hace caso y marcha al encuentro de Jesús.

Tiene lugar entonces una de las escenas más misteriosas. Cuando Andrés y Simón Pedro llegan ante Jesús, el evangelista introduce una pausa que crea fuerte tensión: «Jesús se le quedó mirando». ¿Qué siente Jesús al ver a Simón Pedro? ¿Qué experimenta este al verse examinado por Jesús? Una vez más, el evangelista omite cualquier comentario.

Jesús no lo saluda. No le pregunta qué busca. No necesita que Andrés se lo presente. Él sabe quién es y quién es su padre. Inmediatamente, con una autoridad suprema, le cambia el nombre por Cefas, sin explicarle por qué se lo cambia ni qué significa ese nombre.

Simón Pedro, a remolque de su hermano Andrés, acude a Jesús pensando encontrar en él al Mesías. Y este, en vez de entusiasmarlo con un discurso o un milagro, lo mira fijamente y le cambia el nombre, que es lo más personal que tenemos. Para un judío, el nombre y la persona se identifican. Lo que advierte Simón es que ese personaje está disponiendo de él sin consultarlo ni pedirle permiso. Sin embargo, no reacciona, no pide una explicación ni se rebela. Quien no lo conozca, imaginará a Simón como un muchacho tímido y callado. Veremos que no es así.

La escena simboliza el poder de Jesús sobre Simón y una cierta predilección por él, ya que es el único al que le cambia el nombre. El lector del cuarto evangelio sabe, desde este momento, que deberá conceder gran importancia a este personaje.

Dos relatos parecidos y diversos

El contraste entre el evangelio y la vocación de Samuel es enorme. Esta ocurre en el santuario, de noche, con una voz misteriosa que se repite y un mensaje que sobrecoge. En el evangelio todo ocurre de forma muy humana, normal: un boca a boca que va centrando la atención en Jesús, cuando no es él mismo quien llama, como en el caso (que no se ha leído) de Felipe. Y las reacciones abarcan desde la simple curiosidad de los dos primeros hasta el escepticismo irónico de Natanael, pasando por el entusiasmo de Andrés y Felipe. Pero hay también elementos parecidos.

1. En ambos relatos, la vocación cambia la vida. En adelante, «el Señor estaba con Samuel», y los discípulos estarán con Jesús. Este cambio se subraya especialmente en el caso de Pedro, al que Jesús cambia el nombre.

2. La vocación revela a Dios en el caso de Samuel, y a Jesús en el caso de los discípulos. Cada vocación aporta un dato nuevo sobre la persona de Jesús, como distintas teselas que terminan formando un mosaico: Juan Bautista lo llama «Cordero de Dios»; los dos primeros se dirigen a él como Rabí, «maestro»; Andrés le habla a Pedro del Mesías; Felipe, a Natanael, de aquel al que describen Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, natural de Nazaret; y el escéptico Natanael terminará llamándolo «Hijo de Dios, rey de Israel». Es una pena que la mutilación del texto impida captar este aspecto. 

La liturgia nos sitúa al comienzo de la actividad de Jesús. Lo iremos conociendo cada vez más a través de las lecturas de cada domingo. Pero no podemos limitarnos a un puro conocimiento intelectual. Como Samuel y los discípulos, debemos comprometernos con Dios, con Jesús.

«Yo esperaba con ansia al Señor» (Salmo 39)

El Salmo elegido para el día de hoy comienza con las palabras: «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios» (Sal 39,2). Más que a Samuel, estas palabras se aplican a los futuros apóstoles. Esperaban con ansia al Señor, y por eso han acudido a escuchar a Juan Bautista. Pero el Señor no se ha limitado a poner en sus bocas un canto nuevo. Los ha tomado completamente a su servicio.

 

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Published on January 13, 2021 23:31

January 6, 2021

Bautismo de Jesús. Domingo después del 6 de enero.

 


Aunque se incluye dentro del Tiempo de Navidad, esta fiesta significa el comienzo de la actividad de Jesús y se centra en el programa que deberá llevar a cabo. Para entender mejor la relación de las lecturas es preferible alterar el orden. La primera habla del programa encomendado al Siervo de Dios (Jesús). El evangelio, de cómo se le comunica ese programa en el bautismo. La segunda lectura (Hechos), de cómo lo llevó a cabo.

El programa futuro de Jesús (Isaías 42,1-4.6-7)

               Esto dice el Señor:

               Mirad a mi siervo, a quien sostengo;

               mi elegido, en quien me complazco.

               He puesto mi espíritu sobre él,

               manifestará la justicia a las naciones.

                   No gritará, no clamará, no voceará por las calles.

                   La caña cascada no la quebrará,

               La mecha vacilante no la apagará.

               Manifestará la justicia con verdad.

                   No vacilará ni se quebrará,

               hasta implantar la justicia en el país.

               En su ley esperan las islas.

                   Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia,

               te cogí de la mano, te formé

               e hice de ti alianza de un pueblo,

               y luz de las naciones,

                   para que abras los ojos de los ciegos,

               saques a los cautivos de la cárcel,

               de la prisión a los que habitan en tiniebla.

Como introducción al programa, se insiste en que el protagonista no lo llevará a cabo por sus propias fuerzas. Cuenta con la ayuda de Dios, que lo sostiene, se complace en él y le concede su espíritu.

El programa indica, ante todo, lo que no hará: gritar, clamar, vocear, que equivale a amenazar y condenar; quebrar la caña cascada y apagar la mecha vacilante, símbolos de seres peligrosos o débiles, que es preferible eliminar (basta pensar en Leví, el recaudador de impuestos, la mujer sorprendida en adulterio, la prostituta…).

Dice luego lo que hará: promover e implantar el derecho, o, dicho de otra forma, abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión; estas imágenes se refieren probablemente a la actividad del rey persa Ciro, del que espera el profeta la liberación de los pueblos sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús tienen un sentido distinto, más global y profundo, que incluye la liberación espiritual y personal.

El programa incluye también cómo se comportará: «no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte.

La comunicación del programa en el bautismo (Marcos 1,7-11)

¿Por qué Jesús decide ir al Jordán? ¿Cómo se enteró de lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún evangelista lo dice. El relato de Marcos, el más antiguo, cuenta el bautismo con muy pocas palabras. Y ni siquiera se centra en el bautismo, sino en lo que ocurre inmediatamente después de él.

En aquel tiempo, proclamaba Juan:

̶  Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:

̶  Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco. 

Marcos destaca dos elementos esenciales: el Espíritu y la voz del cielo.

La venida del Espíritu tiene especial importancia, porque entre algunos rabinos existía la idea de que el Espíritu había dejado de comunicarse después de Esdras (siglo V a.C.). Ahora, al venir sobre Jesús, se inaugura una etapa nueva en la historia de las relaciones de Dios con la humanidad.

La voz del cielo. A un oyente judío, las palabras «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», e Isaías 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero». El primer texto habla del rey, que en el momento de su entronización recibía el título de hijo de Dios por su especial relación con él. El segundo se refiere a un personaje que salva al pueblo a través del sufrimiento y con enorme paciencia. Marcos quiere evocarnos las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento. En este sentido, es importante advertir que la vida pública de Jesús comienza con el testimonio de la voz del cielo («Tú eres mi hijo amado, mi predilecto») y se cierra con el testimonio del centurión junto a la cruz: «Realmente, este hombre era hijo de Dios» (Mc 15,39).

El lector del evangelio podrá sentirse en algún momento escandalizado por las cosas que hace y dice Jesús, que terminarán costándole la vida, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el hijo de Dios guiado por el Espíritu.

Misión cumplida: pasó haciendo el bien (Hechos 10,34-38)

En el discurso ante el centurión Cornelio y su familia, Pedro recuerda los momentos iniciales de la proclamación del evangelio y resume la actuación de Jesús con tres rasgos esenciales: ungido con el Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando, Dios estaba con él. No se puede decir más con menos palabras.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

- Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

 

 

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Published on January 06, 2021 23:31

January 3, 2021

6 de enero. Epifanía del Señor

 


La fiesta de hoy, una de las más populares, es de las más difíciles de entender y valorar. Sería importantísima para los paganos de los primeros siglos que se convertían. Ahora, cuando, sociológicamente, la mayoría es cristiana y a los judíos no los vemos como superiores a nosotros desde el punto de vista religioso, el mensaje de la fiesta obliga a un cambio de mentalidad.

Los textos ofrecen tres puntos de vista. Isaías piensa que los importantes son los judíos, y los paganos estarán a su servicio. Pablo nos habla de un misterio que le ha sido revelado: para Dios, los paganos son iguales que los judíos. Mateo, rizando el rizo, presenta a los paganos como mejores que los judíos.

Una profecía: los paganos servirán al Señor en Jerusalén (Isaías 60,1-6)

Después de la caída de Jerusalén en manos de los babilonios (año 586 a.C.), la ciudad estuvo despoblada y en ruinas durante siglo y medio. A lo sumo, un templo modesto, reconstruido a finales del siglo VI. La reconstrucción comienza con Nehemías, en la segunda mitad del siglo V a.C. y alcanzará su máximo esplendor con Herodes el Grande. Esa gloria la anuncia un poeta-profeta, que habla a la ciudad de la vuelta de sus hijos e hijas, traídos por los reyes paganos, y de la riqueza que los pueblos derramarán sobre ella.

¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz;

la gloria del Señor amanece sobre ti!

Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos,

pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti.

Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen hacia ti;

llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás y estarás radiante;

tu corazón se asombrará, se ensanchará,

porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti,

y a ti llegan las riquezas de los pueblos.

Te cubrirá una multitud de camellos,

dromedarios de Madián y de Efá.

Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso,

y proclaman las alabanzas del Señor.

Una revelación: los paganos son iguales que los judíos (Efesios 3,2-3a.5-6)

Cuenta Pablo en su carta a los Gálatas que, después de su conversión, se retiró a Arabia, sin consultar a hombre alguno, ni siquiera a los apóstoles de Jerusalén, y que allí Jesús le reveló la buena noticia, el evangelio, que debía predicar: que judíos y gentiles son iguales para Dios. Algo que, después de veinte siglos nos resulta normal, pero que entonces resultaba casi blasfemo. Israel era el pueblo elegido, la raza santa. El pagano podía salvarse si se circuncidaba y observaba la Ley de Moisés. Pero siempre sería inferior al judío. En el caso de los cristianos ocurre lo mismo: los de origen judío se consideraba superiores a los de origen pagano, y algunos incluso exigían que se circuncidasen y cumplieran la ley judía. Pablo propone algo muy distinto.

Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado a favor de vosotros, los gentiles. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

Los paganos son mejores que los judíos (Mateo 2,1-12)

El autor del primer evangelio, que probablemente reside en Antioquía de Siria, lleva años viviendo una experiencia muy especial: aunque Jesús fue judío, la mayoría de los judíos no lo aceptan como Mesías, mientras que cada vez es mayor el número de paganos que se incorporan a la comunidad cristiana. Algunos podrían interpretar este extraño hecho de forma puramente humana: los paganos que se convierten son personas piadosas, muy vinculadas a la sinagoga judía, pero no se animan a dar el paso definitivo de la circuncisión; los cristianos, en cambio, no les exigen circuncidarse para incorporarse a la iglesia.

Mateo interpreta este hecho como una revelación de Dios a los paganos. Para expresarlo, se le ocurre una idea genial: anticipar esa revelación a la infancia de Jesús, usando un tipo de relato, el midrash hagádico: un cuento precioso y de gran hondura teológica. Y que nadie se escandalice de esto. Las parábolas del hijo pródigo y del buen samaritano son también cuentecitos, pero han cambiado más vidas que infinidad de historias reales. 

La estrella

Los antiguos estaban convencidos de que el nacimiento de un gran personaje, o un cambio importante en el mundo, era anunciado por la aparición de una estrella. Orígenes escribía en el siglo III:

«Se ha podido observar que en los grandes acontecimientos y en los grandes cambios que han ocurrido sobre la tierra siempre han aparecido astros de este tipo que presagiaban revoluciones en el imperio, guerras u otros accidentes capaces de trastornar el mundo. Yo mismo he podido leer en el Tratado de los Cometas, del estoico Queremón, que han aparecido a veces en vísperas de algún aconteci­miento favorable; de lo que nos proporciona numerosos ejemplos» (Contra Celso I, 58ss).

Sin necesidad de recurrir a lo que pensasen otros pueblos, la Biblia anuncia que saldrá la estrella de Jacob como símbolo de su poder (Nm 24,17). Este pasaje era relacionado con la aparición del Mesías.

Los buenos: los magos

De acuerdo con lo anterior, nadie en Israel se habría extrañado de que una estrella anunciase el nacimiento del Mesías. La originalidad de Mt radica en que la estrella que anuncia el nacimiento del Mesías se deja ver lejos de Judá. Pero la gente normal no se pasa las noches mirando al cielo, ni entiende mucho de astronomía. ¿Quién podrá distinguirla? Unos astrónomos de la época, los magos de oriente.

La palabra «mago» se aplicaba en el siglo I a personajes muy distin­tos: a los sacerdotes persas, a quienes tenían poderes sobrenaturales, a propagandis­tas de religiones nuevas, y a charlatanes. En nuestro texto se refiere a astrólogos de oriente, con conocimientos profundos de la historia judía. No son reyes. Este dato pertenece a la leyenda posterior, como luego veremos.

Los malos: Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas

La narración, muy sencilla, es una auténtica joya literaria. El arran­que, para un lector judío, resulta dramático. «Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes». Cuando Mt escribe su evangelio han pasado ya unos ochenta años desde la muerte de este rey. Pero sigue vivo en el recuerdo de los judíos por sus construcciones, su miedo y su crueldad. Es un caso patológico de apego al poder y miedo a perderlo, que le llevó incluso a asesi­nar a sus hijos y a su esposa Marianne. Si se entera del nacimiento de Jesús, ¿cómo reaccionará ante este competidor? Si se entera, lo mata.

Un cortocircuito providencial

Y se va a enterar de la manera más inesperada, no por delación de la policía secreta, sino por unos personajes inocentes. Mt escribe con asombrosa habili­dad narrativa. No nos presenta a los magos cuando están en Oriente, observando el cielo y las estre­llas. Omite su descubrimiento y su largo viaje.

La estrella podría haberlos guiado directamente a Belén, pero entonces no se advertiría el contraste entre los magos y las autoridades políticas y religiosas judías. La solución es fácil. La estrella desaparece en el momento más inoportuno, cuando sólo faltan nueve kilómetros para llegar, y los magos se ven obligados a entrar en Jerusalén.

Nada más llegar formulan, con toda ingenuidad, la pregunta más compromete­do­ra: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo». Una bomba para Herodes.

El contraste

Y así nace la escena central, importantísima para Mt: el sobresalto de Herodes y la consulta a sacerdotes y escribas. La respuesta es inmediata: «En Belén, porque así lo anunció el profeta Miqueas». Herodes informa a los magos y éstos parten. Pero van solos. Esto es lo que Mt quiere subrayar. Entre las autori­dades políticas y religiosas judías nadie se preocupa por rendir homenaje a Jesús. Conocen la Biblia, saben las respuestas a todos los proble­mas divinos, pero carecen de fe. Mientras los magos han realizado un largo e incómodo viaje, ellos son incapa­ces de dar un paseo de nueve kilómetros. El Mesías es rechazado desde el principio por su propio pueblo, anunciando lo que ocurrirá años más tarde.

Los magos no se extrañan ni desaniman. Emprenden el camino, y la reapari­ción de la estrella los llena de alegría. Llegan a la casa, rinden homenaje y ofrecen sus dones. Estos regalos se han interpretado desde antiguo de manera simbólica: realeza (oro), divinidad (incienso), sepultura (mirra). Es probable que Mt piense sólo en ofrendas de gran valor dentro del antiguo Oriente. Un sueño impide que caigan en la trampa de Herodes.

Mateo e Isaías: Belén frente a Jerusalén

Mateo se inspira en el texto de Isaías, pero la relación es de contraste. En Isaías, la protagonista es Jerusalén, la gloria de Dios resplandece sobre ella y los pueblos paganos le traen a sus hijos (los judíos desterrados), la inundan con sus riquezas, su incienso y su oro. En el evangelio, Jerusalén no es la protagonista; la gloria de Dios, el Mesías, se revela en Belén, y es a ella adonde terminan encaminándose los magos. Jerusalén es simple lugar de paso, y lugar de residencia de la oposición al Mesías: de Herodes, que desea matarlo, y de los escribas y sacerdotes, que se desinteresan de él.

Los Reyes magos no son los padres, somos nosotros

A alguno, el recurso al midrash quizá le resulte una interpretación muy racionalista del episodio, y puede sentirse como el niño que se entera de que los reyes magos no existen. Podemos sentir pena, pero hay que aceptar la realidad. De todos modos, quien lo desee puede interpretar el relato históricamente, con la condición de que no pierda de vista el sentido teológico de Mt. Desde el primer momento, el Mesías fue rechazado por gran parte de su pueblo y aceptado por los paganos. La comunidad no debe extrañarse de que las autoridades judías la sigan rechazando, mientras los paganos se convierten.

La mitificación de la estrella

La estrella ha atraído siempre la atención, y sigue ocupando un puesto capital en nuestros naci­mientos. Mt, al principio, la presenta de forma muy sencilla, cuando los magos afirman: «hemos visto salir su estrella». Sin embargo, ya en el siglo II, el Protoevangelio de Santiago la aumenta de tamaño y de capacidad lumínica: «Hemos visto la estrella de un resplandor tan vivo en medio de todos los astros que eclipsaba a todos hasta el punto de dejarlos invisibles». Y el Libro armenio de la infancia dice que acompañó a los magos durante los nueve meses del viaje.

En tiempos modernos incluso se la ha intentado explicar por la conjunción de dos astros (Júpiter y Saturno, ocurrida tres veces en 7/6 a.C.), o la aparición de un cometa (detectado por los astrónomos chinos en 5/4 a.C.). Esto es absurdo e ingenuo. Basta advertir lo que hace la estrella. Se deja ver en oriente, y reaparece a la salida de Jerusalén hasta pararse encima de donde está el niño. Puesta a guiarlos, ¿por qué no lo hace todo el camino, como dice el Libro armenio de la infancia? ¿Y cómo va a pararse una estre­lla encima de una cuna? Para Dios «nada hay imposible», pero dentro de ciertos límites.

Número, nombres y procedencia de los magos

En el Libro armenio de la infancia (de finales del siglo IV) se dice: «Al punto, un ángel del Señor se fue apresurada­mente al país de los persas a avisar a los reyes magos para que fueran a adorar al niño recién nacido. Y éstos, después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el momento en que la Virgen daba a luz... Y los reyes magos eran tres hermanos: el primero Melkon (Melchor), que reinó sobre los persas; el segundo, Baltasar, que reinó sobre los indios, y el tercero, Gaspar, que tuvo en posesión los países de los árabes”.

Para Mt, el dato esencial es que no son judíos, sino extranjeros. Según Justino proceden de Arabia. Luego se impuso que venían de Persia. En cuanto al número, la iglesia siria habla de doce.


 

 

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Published on January 03, 2021 23:36

January 2, 2021

La Sabiduría y el Verbo. Domingo segundo después de Navidad

Tener una homilía sobre la Sabiduría de Dios y el Verbo de Dios constituye siempre un gran desafío. Tan grande como encontrar una imagen adecuada al tema. Renuncio a encontrarla. 

 

Una buena escapatoria (Efesios 1,3-6.15-18)

 

El sacerdote puede refugiarse en la segunda lectura. Aunque tampoco es demasiado fácil, contiene ideas importantes, fáciles de entender y que debemos poner en práctica: bendecir a Dios por todos los bienes que nos ha concedido, especialmente por ser sus hijos; darle gracias por todas las personas buenas que nos han ayudado y siguen ayudando con su ejemplo y su fe; pedirle conocer cada día más y mejor a su hijo Jesucristo, para amarlo y seguirlo. Con esto podrían volver los fieles a sus casas más que satisfechos.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.

Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

La visión optimista sobre la Sabiduría (Eclesiástico 24,1-4.12-16)

Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano: Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto es lo que dice Jesús ben Sira, autor del libro del Eclesiástico, con un optimismo fuera de lo común.

  La Sabiduría existe desde el principio, creada por Dios antes de los siglos; reside en la asamblea del Altísimo, donde es alabada, admirada y bendecida por todos. Entonces Dios decide que traslade su morada a Jerusalén, la ciudad santa y amada, y echa raíces en la porción del Señor. Ni una nube ensombrece el horizonte. La relación entre la Sabiduría eterna y el pueblo de Israel es perfecta.

La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo. En la asamblea del Altísimo abre la boca y se gloría ante el Poderoso.

El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: « Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel » . Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca jamás dejaré de existir. Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión. En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.

La visión pesimista/optimista sobre el Verbo de Dios (Juan 1,1-18)

Aunque en la Iglesia primitiva se identificó a Jesús con la Sabiduría de Dios, el autor del cuarto evangelio prefiere el término lógos, que a veces se traduce por «Palabra» (término muy frecuente en la teología judía de la época, con claras referencias a los antiguos profetas que recibían la palabra del Señor y la proclamaban) y otras veces por Verbo, como prefiere la última revisión litúrgica.

El Prólogo comienza hablando de ese Verbo con el mismo optimismo que el Eclesiástico: existía desde el principio, estaba junto a Dios, era Dios, todo fue hecho por medio de él, en él había vida y era luz de los hombres.

Pero, cuando Dios decide que el Verbo venga al mundo, «el mundo no lo conoció». Ni siquiera Israel, su propio pueblo. «Vino a su casa y los suyos no lo recibieron». Estamos en las antípodas de esa Sabiduría acogida y alabada de la que hablaba el libro del Eclesiástico.

¿Fracaso total? No. Algunos están dispuestos a recibirlo, se convierten en hijos de Dios y contemplan su gloria, lleno de gracia y de verdad.

Jesús es el mayor regalo de Dios, idea que encaja muy bien uno o dos días antes de la fiesta de los Reyes. Por desgracia, muchos no aprecian ese regalo y lo rechazan. Quienes lo acogemos tenemos motivos de sobra para agradecer la venida de «este Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad».

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

 

Apéndice: La historia de la Sabiduría de Dios

1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36).

 

El Señor me estableció al principio de sus tareas,

al comienzo de sus obras antiquísimas.

En un tiempo remotísimo fui formada,

antes de comenzar la tierra.

Antes de los océanos fui engendrada,

antes de los manantiales de las aguas.

Todavía no estaban encajados los montes,

antes de las montañas fui engendrada.

No había hecho aún la tierra y la hierba

ni los primeros terrones del orbe.

2ª etapa: la Sabiduría y la creación

Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo;

cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano;

cuando sujetaba las nubes en la altura

y fijaba las fuentes abismales.

Cuando ponía un límite al mar,

y las aguas no traspasaban su mandato;

cuando asentaba los cimientos de la tierra,

yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,

todo el tiempo jugaba en su presencia;

jugaba con la bola de la tierra

disfrutaba con los hombres.

Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24).

Por todas partes busqué descanso

y una heredad donde habitar.

Entonces el creador del universo me ordenó,

el creador estableció mi morada:

Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.

En la santa morada, en su presencia ofrecí culto

y en Sión me establecí;

en la ciudad escogida me hizo descansar,

en Jerusalén reside mi poder.

Eché raíces entre un pueblo glorioso,

en la porción del Señor, en su heredad.

Sin embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25).

Os llamé, y rehusasteis;

extendí mi mano, y no hicisteis caso;

rechazasteis mis consejos,

no aceptasteis mi reprensión.

En resumen: la sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.

 

 

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Published on January 02, 2021 00:51

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José Luis Sicre
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