José Luis Sicre's Blog, page 24
May 6, 2021
Dios nos ha amado. Amémonos unos a otros. Domingo 6º de Pascua. Ciclo B
La 2ª lectura y el evangelio están estrechamente relacionados. «Amémonos unos a otros», comienza el texto de la carta de san Juan. Y el evangelio insiste dos veces: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros»; «Esto os mando: que os améis unos a otros». Este precepto se basa en el amor que Dios nos ha manifestado de dos formas complementarias: enviando su Espíritu y enviando a su Hijo.
Un Padre que da el Espíritu sin distinguir entre judíos y paganos (1ª lectura)
La lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles recoge parte de un importantísimo episodio de la iglesia primitiva. Hasta entonces, los discípulos de Jesús se han visto a sí mismos con un grupo dentro del judaísmo, sin especial relación con los paganos. No se les pasa por la cabeza hacer apostolado entre ellos, mucho menos entrar en sus casas si no se han convertido al judaísmo y se han circuncidado. Los consideran impuros.
En este contexto, se cuenta que Pedro tuvo una visión: ve bajar del cielo un mantel repleto de toda clase de animales impuros (cerdo, conejo, cigalas, etc.) y escucha una voz que le ordena: mata y come. Pedro se niega en redondo. «Nunca he probado un alimento profano o impuro». Y la voz del cielo le responde: «Lo que Dios declara puro tú no lo tengas por impuro».
Termina la visión. Pedro se siente desconcertado, y mientras piensa en su posible sentido, llaman a la puerta de la casa tres hombres enviados por un pagano, el capitán Cornelio, para pedirle que vaya a visitarlo. Pedro comprende entonces el sentido de la visión: no puede considerar impuro a un pagano interesado en conocer el evangelio. Al día siguiente se pone en camino desde Jafa a Cesarea y cuando llega a casa de Cornelio tiene lugar la escena que hoy leemos.
Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero Pedro lo alzó, diciendo:
-Levántate, que soy un hombre como tú.
Pedro tomó la palabra y dijo:
-Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.
Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles. Pedro añadió:
-¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?
Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos.
Indico algunos detalles interesantes:
1) «Está claro que Dios no hace distinciones»; para él lo importante no es la raza sino la conducta del que lo respeta y practica la justicia.
2) La venida del Espíritu Santo sobre este grupo de paganos produce los mismos frutos que en los apóstoles el día de Pentecostés: hablan lenguas extrañas y proclaman la grandeza de Dios.
3) El Espíritu Santo viene sobre ellos antes de recibir el bautismo. No se puede decir de forma más clara que «el Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere».
La conducta de Pedro provocó gran escándalo en los sectores más conservadores de la comunidad de Jerusalén y debió subir a la capital a justificar su conducta. Pero este episodio deja claro que, para Dios, los paganos no son seres impuros. Él ama a todos los hombres sin distinción. Con ello se justifica el apostolado posterior entre los paganos.
Un Padre que da su Hijo a los pecadores (2ª lectura)
La carta de Juan justifica el mandato de amarnos mutuamente diciendo que «Dios es amor» y cómo nos lo ha demostrado.
Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Cuando yo era niño, el catecismo de Ripalda, a la pregunta de quién es Dios nos enseñaba a responder: «Un señor infinitamente bueno, sabio y poderoso, principio y fin de todas las cosas». El autor de la carta no necesita tantas palabras. Se limita a decir: «Dios es amor». Y ese amor lo manifiesta enviando a su hijo «como víctima de propiciación por nuestros pecados».
La «víctima de propiciación» era el animal que se ofrecía para impetrar el perdón. El Día de la Expiación (yom kippur), el Sumo Sacerdote ofrecía un macho cabrío por los pecados del pueblo. En otras ocasiones se ofrecían cabras y novillos con el mismo fin. Pero esas víctimas carecían de valor definitivo. La humanidad se encontraba en una especie de círculo cerrado del que no podía escapar. Entonces Dios nos proporciona la única víctima decisiva: su propio hijo.
Y esto lo hace cuando todavía éramos pecadores. No espera a que nos convirtamos y seamos buenos para enviarnos a su Hijo. Si la primera lectura decía que Dios no hace distinción entre judíos y paganos, la segunda dice que no hace distinción entre santos y pecadores.
En vez de amar a Dios, amar a los hermanos (evangelio)
En la segunda lectura el protagonismo ha sido de Dios. En el evangelio, el protagonista principal es Jesús, que demuestra su amor hasta el punto de dar la vida por nosotros, llamarnos amigos suyos, elegirnos y enviarnos. (¡Cuánta gente desearía poder decir que es amigo o amiga de un personaje famoso, que ha sido elegido por él para llevar a cabo una misión!).
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis el Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.
Lo que Jesús exige a cambio de esta amistad es muy curioso. Cuando era estudiante en el Pontificio Instituto Bíblico le escuché este comentario al P. Lyonnet: «Fijaos en lo que dice la 1ª carta de Juan: “Si tanto nos ha amado Dios…” Nosotros habríamos añadido: “también nosotros debemos amar a Dios”. Sin embargo, lo que dice Juan es: “Si tanto nos ha amado Dios, debemos amarnos unos a otros”».
Algo parecido ocurre en el evangelio de hoy. «Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.» Jesús podría haber dicho: «Amadme como yo os he amado». Pero no piensa en él, piensa en nosotros. Es fácil engañarse diciendo o pensando que amamos a Jesús, porque no puede demostrarse ni negarse. Lo difícil es amar al prójimo.
April 29, 2021
El labrador, la vid y los sarmientos. Domingo 5º de Pascua. Ciclo B.
El labrador, la vid y los sarmientos
Para captar la originalidad del evangelio conviene recordar otras referencias a la vid en el Antiguo Testamento. Un salmo compara al pueblo de Israel con una vida pequeña, que Dios trasplanta a la tierra de Canaán, donde crece de manera espléndida y extiende sus pámpanos hasta el Gran Río (el Éufrates). Alude al imperio davídico. Pero llega un momento en que la vid se ve asaltada, pisoteada y destruida por los pueblos vecinos y los grandes imperios. ¿Por qué ha ocurrido esto? Una canción de Isaías ofrece la respuesta: la vid, que ha recibido inmensos cuidados por parte del labrador, en vez de dar uvas da agrazones. Pasando de la imagen a la realidad, Dios esperaba de su pueblo justicia y bondad y encontró malicia y maldad.
En el evangelio, la imagen cambia profundamente. La vid no es el pueblo, sino Jesús. Y adquieren un protagonismo inesperado los sarmientos, nosotros.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»
Este pasaje se conoce como «la parábola de la vid y los sarmientos». Título erróneo, porque no tiene en cuenta al protagonista principal, el labrador, que es quien poda, arranca y tira los sarmientos que no dan fruto. Y más bien que parábola es una fábula, donde los protagonistas son animales o plantas que pueden hablar y actuar. En este caso, los protagonistas secundarios, los sarmientos, no hablan, pero sí actúan. Algunos deciden mantenerse unidos a la vid, y dan fruto abundante. Otros deciden independizarse, cortar la relación con la vid, y dejan de dar fruto. (La imagen de unas ramas en movimiento, en este caso alejándose del tronco, recuerda la fábula de Yotán, que comienza: «Se pusieron en marcha los árboles para elegirse un rey»).
El enfoque del evangelio, insistiendo en la idea de permanecer en Jesús, se comprende recordando un episodio de Lucas. En la aparición a los discípulos de Emaús, estos terminan pidiéndole: «Quédate con nosotros, Señor». En Juan cambia la perspectiva. Es Jesús quien nos dice: «Permaneced en mí». Es muy distinto «quedarse con» y «permanecer en», aunque parezcan lo mismo. Lo segundo habla de mayor intimidad, como la de un niño en el seno de su madre.
El título habitual subraya la importancia de la vid. Y en parte lleva razón: de estar unidos a ella o separados de ella depende el futuro de los sarmientos. Pero la vid no hace nada. Simplemente está ahí. Todas las acciones las realizan el labrador o los sarmientos. Enfoque curioso, que nos obliga a reflexionar sobre la importancia de Dios Padre en la vida del cristiano; y el papel fundamental de Jesús, aunque a veces tengamos la impresión de que no hace nada en nuestra vida.
1ª lectura: la viña y la poda de Dios
Aunque no tenga relación ninguna con el evangelio, el texto de los Hechos se puede leer como una concreción del mismo. El final nos dice cómo la vid, la comunidad cristiana, se extiende y fructifica. Y la primera parte, la que trata de Pablo, recuerda lo que dice la fábula a propósito del labrador: «a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto». Podar es cortar, herir al árbol, despojarlo de algo que le ha costado tiempo y esfuerzo producir. Pero el campesino lo hace para que esté más sano y fuerte. Eso es lo que hace Dios con Pablo.
En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera discípulo. Entonces Bernabé, tomándolo consigo, lo presentó a los apóstoles y él les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había actuado valientemente en el nombre de Jesús. Saulo se quedó con ellos y se movía con libertad en Jerusalén, actuando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los helenistas, que se propusieron matarlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso. La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo.
Después de su conversión, Pablo podría esperar que lo recibieran muy bien en Jerusalén. Pero ocurre algo muy distinto: no se fían de él, lo rehúyen, hasta que Bernabé lo presenta a los apóstoles. Cuando comienza a predicar, los judíos de lengua griega intentan eliminarlo y debe huir a Tarso. En realidad, toda la vida de Pablo fue una gran poda, una vida llena de persecuciones y sufrimientos. Pero a través de ellos se convirtió en el mayor de los apóstoles. Dio mucho fruto. Una buena enseñanza para los que quisiéramos que todo nos fuera bien en la vida, sin ningún tipo de dificultades.
2ª lectura: cómo permanecer unidos a la vid (1ª carta de Juan 3,18-24)
El evangelio insiste en la necesidad de que el sarmiento esté unido a la vid. La segunda lectura nos indica el modo concreto de mantener la unión.
Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón ante él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que nuestro corazón y lo conoce todo. Queridos, si el corazón no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
El texto, como es habitual en Juan, resulta complicado y mezcla diversos temas: el amor falso y el verdadero, el complejo de culpabilidad, la confianza en Dios, la observancia de los mandamientos, la fe en Jesús y el amor mutuo, la permanencia en Dios y el don del Espíritu. Siguiendo la metáfora del evangelio, es una vid demasiado frondosa que conviene podar. Bastaría recordar que amar de verdad y con obras equivale a creer en Jesús y amarnos unos a otros. Esa es la forma de permanecer unidos a la vid y la única garantía de que daremos fruto como cristianos.
April 22, 2021
Pasado, presente y futuro. Domingo IV de Pascua
En los domingos anteriores se han recordado diversas apariciones de Jesús resucitado. A partir de este domingo, y hasta la Ascensión, las lecturas del evangelio, tomadas siempre del evangelio de Juan, se centrarán en diversos aspectos de la relación entre Jesús y el cristiano: buen pastor, vid y sarmientos, mandamiento nuevo, oración sacerdotal.
No es fácil encontrar una relación entre las tres lecturas de hoy porque se usan imágenes muy distintas: Piedra angular para hablar de Jesús (1ª lectura); Padre e hijos para hablar de Dios y nosotros (2ª lectura); pastor y rebaño, para hablar de Jesús y nosotros (evangelio). Buscando una relación entre ellas la vería en el ritmo del tiempo (pasado, presente y futuro) de Jesús y de nosotros.
Pasado y presente de Jesús (Hechos 4,8-12)
El domingo pasado leímos parte del discurso pronunciado por Pedro después de la curación de un paralítico, atribuida a Jesús, condenado a muerte por las autoridades pero resucitado por Dios. Los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos se irritan al escuchar sus palabras, y al día siguiente los convocan ante el Consejo y los interrogan. La respuesta de Pedro es la siguiente:
En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo:
-Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es “la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos.
Para un judío, el nombre equivale a la persona. El nombre de Jesús es Jesús. En estas pocas palabras se resume su pasado y su presente. El pasado ofrece una imagen de Jesús totalmente pasiva: no se recuerda su predicación ni sus milagros. Solo se cuenta lo que hicieron con él las autoridades judías y Dios. Las autoridades lo rechazaron y crucificaron; Dios los resucitó y convirtió en piedra angular. De esto se deduce su situación presente: él es quien ha curado al paralítico y el único que puede salvarnos a todos nosotros.
Presente y futuro del cristiano (1 Juan 3, 1-2)
Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
La 1ª lectura hablaba del pasado y el presente de Jesús. Esta 2ª habla de nuestro presente y nuestro futuro. El presente: somos hijos de Dios. El futuro: seremos semejantes a Dios. Cuando nace un niño siempre se buscan parecidos con el padre, la madre y otros miembros de la familia. Para el autor de la carta, nuestra semejanza con Dios no es algo que se perciba ya desde ahora; se manifestará en el futuro, cuando veamos a Dios cara a cara. Pero eso no impide que seamos ya realmente hijos de Dios. Lástima que esto no se valore. Si fuéramos hijos de un deportista famoso o de un cantante de moda, todos querrían hacerse una foto con nosotros.
Pasado y futuro de Jesús (Juan 10, 11-18)
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».»
La imagen del pastor era frecuente en el Antiguo Oriente para referirse al rey: simbolizaba la relación correcta con sus súbditos, que no debía ser despótica sino preocupada por su bienestar. Jesús se la aplica, pero llegando a un extremo que no se da entre los pastores: da la vida por sus ovejas. Es cierto que un pastor, a diferencia del asalariado, está dispuesto a luchar con el lobo para defender al rebaño. Pero no es normal que esté dispuesto a morir por sus ovejas. A tanto no llega. Jesús, en cambio, ve así su misión: dar la vida por ellas. No lo hace por obligación, forzado, sino libremente. Sabiendo que esa vida que entrega la podrá recuperar. Y esto tampoco puede hacerlo un pastor normal y corriente. Aunque el evangelio hable de Jesús como «el buen pastor» debería haber dicho: bueno y excepcional.
Este pasaje concede también especial importancia al futuro de Jesús: a su labor con respecto a otras ovejas, a las que debe buscar para que haya un solo rebaño y un solo pastor. Es una referencia a las comunidades cristianas que se irían formando en países paganos, y a todos nosotros.
Relacionando las tres lecturas, Jesús, buen pastor, nos ha salvado y nos ha conseguido el ser hijos de Dios. A nosotros nos corresponde escuchar su voz y agradecerle el don que nos ha hecho.
April 15, 2021
Perdón, resurrección y misión. Domingo III de Pascua
Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: «Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados». La segunda comienza: «Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo». En el evangelio, Jesús afirma que «en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos».
Personas con poco conocimiento de la cultura antigua suelen decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeocristiana, que desea amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús.
Aparición y catequesis (Lucas 24,35-48)
El evangelio de hoy se divide en dos escenas claramente distintas. En la primera, Jesús se aparece y da pruebas de que es él. En la segunda, tiene una breve catequesis sobre su pasión, muerte y resurrección.
Aparición y pruebas de la resurrección
En la introducción a los relatos de las apariciones indiqué las diversas etapas por las que fue pasando este tema. Las recuerdo brevemente.
1. En el relato más antiguo, Jesús no se aparece. La única prueba es que la tumba está vacía (Mc 16,1-8).
2. En el relato posterior de Mateo, Jesús se aparece a las mujeres y estas pueden abrazarle los pies (Mt 28,9-10).
3. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección, y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. El episodio que leemos este domingo insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.
En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:
- Paz a vosotros.
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:
- ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
- Tenéis ahí algo de comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Catequesis
El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.
Por eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ellas, de lo anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.
Y les dijo:
- Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:
- Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.
La frase final: «vosotros sois testigos de esto» parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro a propósito de Jesús: «lo amáis sin haberlo visto». Esta es la mejor prueba de su resurrección.
«Dios lo resucitó. Arrepentíos y convertíos» (Hechos 3,13-15.17-19)
Días después de Pentecostés, Pedro y Juan suben al templo, ven a un paralítico de nacimiento, Pedro lo agarra de la mano y lo levanta. La multitud, asombrada, se reúne junto a los apóstoles en el pórtico de Salomón, y Pedro tiene un largo discurso del que se han entresacado estas palabras, especialmente relacionadas con la muerte y resurrección de Jesús. Es interesante que no acusa de asesinato ni siquiera a las autoridades (postura muy distinta a la de Pablo en 1 Tes 2,15, donde acusa a los judíos de haber dado muerte al Señor Jesús). Por otra parte, Pedro no se limita a exponer unas verdades, invita a sacar las consecuencias, arrepintiéndose y convirtiéndose para conseguir el perdón de los pecados.
En aquellos días, Pedro dijo al pueblo: El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quién renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.
«Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre» (1 Juan 2,1-5a)
Uno de los principales problemas de la comunidad de Juan es la idea propagada por algunos de que quien conoce a Dios no ha pecado ni peca. Es un tema que el autor aborda desde el primer momento con bastante pasión. «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos» (1,8) y hacemos pasar a Dios por mentiroso (1,10). Pero reconocer el propio pecado no debe llevar a la angustia, porque tenemos a Jesús, que intercede por nosotros. Como respuesta, debemos observar sus mandamientos, que, más tarde, se recordará que consisten en amar a los hermanos, con especial referencia a los que pasan necesidad.
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quién dice: «yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.
April 8, 2021
Bienaventurados los que creen sin haber visto. Domingo II de Pascua
Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Como si los evangelistas quisieran acentuar las diferencias para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este domingo.
«Bienaventurados los que creen sin haber visto (Juan 20,19-31)
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
- Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
- Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
- Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
- Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
- ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
- ¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Comparado con otros relatos de apariciones, este de Juan ofrece la siguientes peculiaridades:
1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.
2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero la solución no es tan fácil. Este saludo, «paz a vosotros», solo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Marcos y Mateo), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mateo con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.
3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mateo), María Magdalena intenta abrazarlo (Juan); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Juan, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe.
4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan solo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.
6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Marcos y Mateo no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que, en Juan, perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.
Tomás y nosotros. En un mundo bastante racional y racionalista, queremos a veces una fe con pruebas: pedimos ver y palpar. Lo hacemos sin soberbia, como simples personas que sienten dudas y dificultades. Jesús se mantiene a la expectativa, tarda ocho días, o meses y años. Se presenta de pronto, cuando menos lo esperamos, saludándonos con la paz. O quizá no se presente nunca. Se contentará con recordarnos en nuestro interior: «Bienaventurados los que creen sin haber visto».
«Un solo corazón y una sola alma» (Hechos 4,32-35)
Lucas presenta en dos ocasiones un resumen de la vida de la primera comunidad cristiana (Hch 2,42-47 y 4,32-35). Este segundo contiene cuatro afirmaciones breves: la primera y la última se centran en la posesión de los bienes en común, con el ejemplo especial de los que poseían tierras o casas; la segunda se refiere al testimonio de los apóstoles «con mucho valor», cosa comprensible porque ya han tenido que aparecer ante el Sanedrín (4,1-22); la tercera, a la buena acogida entre los no cristianos, tema que también apareció en el resumen anterior (2,43).
El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor.
Y se los miraba a todos con mucho agrado.
Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba.
Pensando en las comunidades actuales, las diferencias son notables. El compartir los bienes se mantuvo en algunas iglesias durante más de dos siglos (tenemos el testimonio nada dudoso de Luciano de Samosata). Hoy día seguimos, más bien, la práctica de las comunidades paulinas, donde cada cual conservaba sus bienes, ayudando a los necesitados cuando era preciso. Entonces, como ahora, las comunidades pobres (Tesalónica) eran mucho más generosas que las ricas (Corinto).
El impulso misionero, que produjo la admirable expansión del cristianismo por el imperio romano, ha adquirido en las últimas décadas un enfoque muy distinto al del simple predicar la resurrección de Cristo.
El cambio más notable se advierte en la buena opinión de la gente, que hoy día es a menudo bastante mala, no siempre con razón. Pero conviene recordar que la visión de Lucas peca de optimismo. Durante el siglo I los cristianos fueron perseguidos, insultados y considerados los peores malhechores.
«El que ha nacido de Dios vence al mundo» (1 Juan 5,1-6)
La primera carta de Juan es un escrito bastante polémico y dualista. Todo lo bueno está en Dios, y todo lo malo en el mundo. El autor denuncia a los cristianos que han abandonado la comunidad, a los que llama “mentirosos”, “anticristos”, “falsos profetas”. Sus errores principales se dan en el terreno de la moral y del dogma. Desde el punto de vista moral, niegan tener pecado y haber pecado, con lo que niegan la redención de Cristo. Tampoco conceden importancia al amor a los hermanos y a la caridad con los necesitados. Desde el punto de vista dogmático, niegan que Jesús sea el Cristo, el Hijo de Dios. Con ello, al negar al Hijo, niegan al Padre.
Frente a esta postura, el autor insiste en el amor que el Padre nos ha tenido enviándonos a su Hijo y haciéndonos hijos suyos. El cristiano no debe amar este mundo, sino creer en Jesús y amar a los hermanos, no de palabra, sino de obra y de verdad.
Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en qué guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No solo en el agua, sino en el agua y en la sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
El evangelio terminaba hablando de la fe en Jesús, que nos da la vida eterna. Esta fe en que Jesús es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, ocupa también un puesto capital en este pasaje, repleto de conceptos típicos de Juan: nacer de Dios, amar a Dios y a los hijos de Dios, cumplir sus mandamientos, vencer al mundo, el agua y la sangre, el testimonio del Espíritu, la verdad. Demasiada materia. Destaco dos detalles:
¿Cómo sabemos que amamos a los hijos de Dios? Si amamos a Dios. Es una inversión curiosa, porque Juan insiste a menudo en que la prueba de que amamos a Dios es que amamos a los hermanos.
Creer en un Mesías que salva «por el agua», con el bautismo, no sería difícil. Lo que escandaliza a muchos es que salve «por la sangre», derramándola por nosotros.
April 1, 2021
Domingo de Pascua
Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: «Cristo ha resucitado» y «Dios ha resucitado a Jesús»; resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.
Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.
Tres reacciones ante la resurrección de Jesús (Juan 20,1-9)
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.
Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.
El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado. En él se cumple lo que dirá días más tarde Jesús a Tomás: «Bienaventurados los que crean sin haber visto». Porque, en realidad, lo único que ha visto es unos lienzos y un sudario.
El evangelio de Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).
¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?
Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que, más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que «es el Señor». Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, y lo espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.
Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.
A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:
a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).
« Dios lo resucitó y él nos encargó predicar » (Hechos 10, 34a. 37-43)
Las palabras de Pedro forman parte de un largo episodio del libro de los Hechos que cuenta uno de los momentos capitales del cristianismo primitivo: la predicación del evangelio a los paganos. Según Lucas, antes de que Pablo y la comunidad de Antioquía emprendiesen esta labor revolucionaria, ya Pedro había recibido de Dios el encargo de aceptar la invitación del centurión Cornelio y dirigirse a su casa (con escándalo inicial del mismo Pedro y escándalo posterior de los sectores más conservadores de la comunidad de Jerusalén). Pedro hablará de Jesús y de los testigos que lo acompañaron.
A Jesús lo presenta destacando tres aspectos durante su actividad terrena: estuvo ungido con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien, Dios estaba con él. Después de la resurrección adquirió una dignidad mucho mayor: Dios lo constituyó juez de vivos y muertos, con poder de perdonar los pecados a quienes creen en él. La enorme dignidad que esto supone solo se comprende teniendo en cuenta los textos apocalípticos, que presentan a Dios como único juez. Para Cornelio y su familia es el mayor argumento a favor de creer en Jesús.
«Nosotros» somos testigos de lo que hizo durante su actividad pública y de la realidad de su resurrección, ya que comimos y bebimos con él. Y esto no obliga a predicar al pueblo. Pero el episodio de Cornelio deja claro que «el pueblo» no es solo Israel. Ahora también tienen cabida los paganos.
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
-Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.
« Aspirad a los bienes de arriba » (Colosenses 3,1-4)
Hoy repetiremos a menudo: «Cristo ha resucitado». ¿Es un simple saludo? ¿Cambia esto nuestra vida? El autor de la carta a los colosenses (Pablo o un discípulo suyo) subraya el profundo cambio que debe producirse en nosotros. Para ello, debemos comenzar preguntándonos qué buscamos en la vida, a qué aspiramos. Cuando hubiésemos hecho la lista de aspiraciones, nos sorprendería el texto de la carta.
Hermanos: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
El autor distingue dos etapas en la vida cristiana, marcadas por dos situaciones de Cristo: ahora está sentado a la derecha de Dios, escondido en él; más tarde se aparecerá glorioso. Del mismo modo, el cristiano debe ahora esconderse con Cristo en Dios, buscar los bienes de arriba, aspirar a ellos.
¿Qué significa esto en la práctica? La carta indica inmediatamente qué es lo del cielo y qué lo de la tierra. A la tierra corresponden «fornicación, impureza, pasión concupiscencia y avaricia», «cólera, ira, malicia, maledicencia, obscenidades». Al cielo, «compasión entrañable, amabilidad, humildad, modestia, paciencia, soportarse mutuamente, perdón… y por encima de todo, el amor, que es el broche de la perfección» (Col 3,5-14). La resurrección de Cristo nos obliga a adoptar una nueva forma de vida.
March 25, 2021
Domingo de Ramos
Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos, precedido de dos lecturas: una del libro de Isaías y otra de la carta a los Filipenses. Dada su extensión, la Conferencia Episcopal permite que, atendiendo a la índole de la asamblea, se lea una sola de las dos lecturas, o incluso que solo se lea el evangelio. Pero ambas ayudan grandemente a comprender la pasión de Jesús.
El Siervo (Jesús) acepta el plan de Dios (Isaías 50,4-7)
«Jesús murió porque hizo la cosa más inadecuada (entrada triunfal) en el momento más inadecuado (semana de Pascua) y en el sitio más inadecuado (Jerusalén)». ¿Una imprudencia? ¿Un suicidio? La lectura de Isaías indica que Jesús sabe perfectamente que le esperan golpes, insultos y salivazos. Ha sido el Padre quien se lo ha comunicado. Y él no se echó atrás. Lo aceptó, convencido de que el Padre lo ayuda y no quedará defraudado.
Al mismo tiempo, el Padre le ha encomendado «decir al abatido una palabra de aliento». Y quien sufre hasta la muerte es la persona más capacitada para animar a los que sufren.
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo,
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
Por la cruz a la victoria (Filipenses 2,6-11)
El Siervo estaba convencido de que no quedaría defraudado. Y eso mismo ocurre con Jesús. La lectura de la pasión no es la historia de un fracaso, sino de un triunfo. A la muerte más cruel e infamante, la de cruz, sigue el nombre sobre todo nombre y la adoración de todas las creaturas.
Cristo Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el nombre sobre todo nombre;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor coma para gloria de Dios Padre.
Pasión de Jesucristo según san Marcos (14,1-15,47)
Ofrezco un amplio comentario en las páginas 420-457 de José Luis Sicre, El evangelio de Marcos. Comentario litúrgico al ciclo B y guía de lectura, Editorial Verbo Divino 2020. Aquí indico solamente dos aspectos que considero importantes.
¿Quién es Jesús?
El relato del capítulo 15 supone un gran contraste con el de los dos capítulos anteriores (13-14). En estos, Jesús se enfrenta a toda clase de adversarios en diversas disputas y los vence con facilidad. Ahora, los adversarios, derrotados a nivel intelectual, deciden vencerlo a nivel físico, matándolo (14,1). Lo que más se destaca en Jesús es su conocimiento y conciencia plena de lo que va a ocurrir: sabe que está cercana su sepultura (14,8), que será traicionado por uno de los suyos (14,18), que morirá sin remedio (14,21), que los discípulos se dispersarán (14,27), que está cerca quien lo entrega (14,42). Las palabras que pronuncia en esta sección están marcadas por esta conciencia del final y tienen una carga de tristeza. Como cualquiera que se acerca a la muerte, Jesús sabe que hay cosas que se pierden definitivamente: la cercanía de los amigos («a mí no siempre me tendréis con vosotros»: 14,7), la copa de vino compartida (14,25). No falta un tono de esperanza: del vino volverá a gozar en el Reino de Dios (14,25), con los discípulos se reencontrará en Galilea (14,28). Pero predomina en sus palabras un tono de tristeza, incluso de amargura (14,37.48-49), con el que Marcos subraya ―una vez más― la humanidad profunda de Jesús.
Cuatro veces se debate en estos capítulos la identidad de Jesús: el sumo sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61), Pilato le pregunta si es el Rey de los judíos (15,2), los sumos sacerdotes y escribas ponen como condición para creer que es el Mesías que baje de la cruz (15,31-32), el centurión confiesa que es hijo de Dios (15,39). A la pregunta del sumo sacerdote responde Jesús en sentido afirmativo, pero centrando su respuesta no en el Mesías, sino en el Hijo del Hombre triunfante (14,62). A la pregunta de Pilato responde con una evasiva: «Tú lo dices» (15,2). A la condición de los sumos sacerdotes y escribas no responde. Cuando el centurión lo confiesa hijo de Dios, Jesús ya ha muerto.
Los discípulos
Se entristecen al enterarse de que uno de ellos lo traicionará; pero, llegado el momento, todos huyen. Una vez más, Pedro desempeña un papel preponderante. Se considera superior a los otros, más fiel y firme (14,29), pero comenzará por quedarse dormido en el huerto (14,37) y terminará negando a Jesús (14,66-72). En este contexto de abandono total por parte de los discípulos adquiere gran fuerza la escena final del Calvario, cuando se habla de las mujeres que no sólo están al pie de la cruz, sino que acompañaron a Jesús durante su vida (15,40-41).
March 18, 2021
Angustia y oración. Domingo V de Cuaresma
La primera lectura, de tono profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.
Oración en el templo (evangelio)
El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
-Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:
-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.
Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.
Oración en el huerto (Carta a los Hebreos)
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.
Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.
El templo y el huerto
Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.
La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.
En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.
A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.
Final del recorrido: nueva alianza (Jeremías 31,31-34)
Las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma han ofrecido una serie de momentos capitales de la historia de la salvación: alianza con Noé, sacrificio de Abrahán, decálogo, deportación a Babilonia y liberación. Hoy culmina con la promesa de una nueva alianza. El tema era fundamental en la época del exilio, porque muchos pensaban que Dios había roto las relaciones con su pueblo. Frente a este desánimo, el profeta repite la antigua fórmula de la alianza del Sinaí: «Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». Pero con una diferencia capital. Esta vez la ley no será escrita en tablas de piedra, sino en los corazones, y todos conocerán al Señor. Demasiado optimismo por lo que respecta a la respuesta humana. Pero nos queda el consuelo de que, aunque sigamos quebrantando la alianza, Dios sigue perdonando nuestras culpas y no recordando nuestros pecados.
Ya llegan días -oráculo del Señor- en qué haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su señor -oráculo del Señor-. Ésta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días -oráculo del Señor-: pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: «C onoced al Señor », pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor -oráculo del Señor-, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.
March 11, 2021
Amor de Dios y respuesta humana. 4º domingo de cuaresma. Ciclo B
[Después de escribir el comentario, se me ocurrió una comparación del evangelio de Juan con el problema actual de la pandemia y las vacunas. Lo añado por si a alguno le ayuda.]
La única vacuna válida
La pandemia del coronavirus y la multiplicidad de vacunas existentes ayudan a comprender el evangelio de Juan. Para él, la humanidad se enfrenta a una epidemia de vida o muerte. Pero solo hay una vacuna válida: la fe en Jesús como Hijo de Dios. El que se la inocula, consigue la inmunidad en esta vida y la supervivencia en la otra. El negacionista que la desprecia, será víctima de su obstinación.
Para nosotros, la vacuna es gratis. Pero al fabricante le ha costado la vida de su hijo. Los dos han aceptado el sacrificio con sumo gusto.
Comentario a las lecturas
Una lectura rápida de las tres lecturas de este domingo revela una relación clara entre ellas: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…” En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único”. Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.
Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (2 Crónicas 36, 14-16. 19-23 )
En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: "El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!"»
La primera lectura nos traslada a Babilonia, en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afroamericanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?)
Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
̶ Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:
a) que soy pecador, algo que nunca resulta agradable;
b) que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;
c) que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.
Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.
Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a los Efesios, 2,4-10)
Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.
La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en misericordia”, “por el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos”: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras.
Reflexión final
En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos “a las buenas obras” que él nos ha asignado.
March 3, 2021
Jesús, nuevo templo de Dios. Domingo III de Cuaresma
La primera lectura nos recuerda otro momento capital de la historia de la salvación: la promulgación del Decálogo. Exigiría un comentario tan detenido que lo omito. Basta recordar lo que dice el Salmo 18: «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma». No es una carga insoportable, alegra el corazón. Algo que los catecúmenos, y todos nosotros, debemos recordar.
La segunda lectura y el evangelio se mueven en pleno ambiente de Cuaresma: la muerte y resurrección de Cristo ocupan un puesto capital en ellas. En la segunda, Cristo crucificado, aparente símbolo de la impotencia y la necedad, se revela como fuerza y sabiduría de Dios. En el evangelio, la escena de la expulsión de los mercaderes del templo, según la cuenta el cuarto evangelio, le permite a Jesús declarar: «Destruid este templo y lo levantaré en tres días».
El poder y la sabiduría de Cristo crucificado (1 Corintios 1,22-25)
Pablo, judío de pura cepa, pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo griego, debió enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en Cristo, los judíos pedían portentos, milagros, mientras los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que predica Pablo es todo lo contrario: un Mesías crucificado. El colmo de la debilidad, el colmo de la estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado «honoris causa» a Jesús crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo. Pero ese Cristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta la tentación de considerar el mensaje cristiano una doctrina muy sabia humanamente, digna de ser aceptada y admirada por todos, debe recordar la experiencia tan distinta de Pablo.
Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
La expulsión de los mercaderes del templo (Juan 2,13-25)
Un gesto revolucionario
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
̶ Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
A nuestra mentalidad moderna le resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus repercusiones. Nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más sagrado. Desde el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más grave. Si no hay vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos procedentes del extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy fácil: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa es la postura de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los antiguos profetas y salmistas. Pero Jesús va mucho más lejos, porque usa una violencia inusitada en él. Debemos imaginarlo trenzando el azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas.
Imaginemos la escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una iglesia. Se fija en todo que no tiene nada que ver con una oración puramente espiritual, lo amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones, candelabros, imágenes de santos, confesionarios, bancos… ¿Cuál sería nuestra reacción? Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, comulgar, confesarnos, incluso rezar.
¿Por qué actúa Jesús de este modo? En el evangelio de Marcos, Jesús se comporta como un buen maestro, que justifica su conducta citando dos textos proféticos, de Isaías y Jeremías: «¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pues vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos».
En el evangelio de Juan, Jesús no actúa como maestro sino como hijo: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Estamos al comienzo del evangelio (lo único que se ha contado después de la vocación de los discípulos ha sido el episodio de las bodas de Caná), y ya se anuncia lo que será el gran tema de debate entre Jesús y las autoridades judías en Jerusalén: su relación con el Padre. Ese sentirse Hijo de Dios en el sentido más profundo es lo que le provoca esa fuerte reacción de cólera, incluso trenzando y usando un látigo (detalle que no aparece en los Sinópticos).
Juan explica esta reacción con unas palabras que no aparecen en los otros evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora». El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a asesinar a un judío y una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero.
La reacción de las autoridades
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
̶ ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
̶ Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
̶ Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
En contra de lo que cabría esperar, las autoridades no envían a la policía a detener a Jesús (como harán más adelante). Se limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su conducta. Porque en ciertos ambientes judíos se esperaba del Mesías que, cuando llegase, llevaría a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre primero y luego actúe como tal.
La respuesta de Jesús es aparentemente la de un loco: «Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré». El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes catedrales, porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían en la explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según el tratado Middot, medía 50 ms de largo, por 35 de ancho y 50 de alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el 63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo.
Curiosamente, Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta respuesta de Jesús. Pero nos dice cómo debemos interpretar esas extrañas palabras. No se refieren al templo físico, se refieren a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo; él lo reedificará. Tenemos aquí, también desde el comienzo del evangelio, algo equivalente a los tres anuncios de la Pasión y Resurrección en los Sinópticos, aunque dicho de forma mucho más breve: «Destruid este templo (Pasión y muerte) y en tres días lo levantaré» (Resurrección).
Esto último explica por qué se ha elegido este evangelio para el tercer domingo. En el segundo, la Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su certeza de resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de la Cuaresma y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el Domingo de Resurrección.
Jesús, nuevo templo de Dios
Hay otro detalle importante en el relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él donde Dios habita, no en un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo I. En el año 70 los romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha repetido la trágica experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores del templo fueron los babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a vivir su fe sin tener un templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar donde ofrecer sus sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación. Para los judíos que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben añorar el templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio, que él mismo ofreció.
Final
Mientras estaba en Jerusalén por la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Este resumen ofrece una imagen extraña de Jesús. El evangelio de Juan no se esfuerza por presentarlo como una persona simpática, todo lo contrario. Incluso con su madre se comporta de forma hiriente en Caná. Aquí, no se fía ni siquiera de los que creen en él. Es difícil saber qué impulsó al evangelista a escribir estas líneas. Quizá responde a una crítica que algunos cristianos hacían a Jesús: «Fue demasiado crédulo. Se fiaba demasiado de la gente. Incluso de Judas». El evangelista indica que siempre supo lo que hay dentro de cada persona. Si lo mataron no fue por ingenuo, sino por propia decisión.
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