Rafael Marín Trechera's Blog, page 3
January 12, 2019
H�RCULES REGRESA A GADIR

Canta, musa, la c�lera divina
del tiempo que inmortal pas� en un abrir y cerrar de ojos.
H�rcules vuelve a las islas que am� cuando fue Melkart,
donde hall� templo y cama, y tumba y cuna.
Y vio una ciudad muerta, m�s triste que dormida,
Que ya no recordaba su gracia milenaria
El sudor que rob� al mar
Los caminos que traz� en las aguas
La vida aventurera, el amor de las mujeres hermosas
El �mpetu de trabajar
Al menos doce veces en la vida.
Canta, musa, la furia sin leones
del dios que fue fundador, amante de aventuras.
Porque ya no vio valor, vio mansedumbre.
Columnas de metal, tensi�n no humana.
Y mendigos de cabeza alta y mirada sin vista.
Doce trabajos, pues, para encauzar el tiempo
Olvidado o vendido o alquilado o podrido
son de nuevo necesarios.
Doce misiones, doce, del felino de Nemea
Al jabal� de Erimanto o las mil cabezas de la Hidra.
Para matar a los p�jaros de Est�nfalo, sean como sean ahora,
Robarle a Hip�lita su cintur�n (mas antes seducirla),
Desbrozar los establos de Aug�as, pero en una hora,
Beber el zumo de las manzanas de luz de las Hesp�rides,
Amaestrar a Cerbero, capturado y cabezota,
Montar las yeguas de Dioemedes (mejor antes a su esposa),
Ba�arse en leche de las ciervas de Cerinea,
Estoquear al toro de Creta,
Burlar a Geri�n, enterrado en Gibraltar, y su ganado
Y traerlo todo, a todos, de vuelta.
Canta, musa, al trabajo de H�rcules,
El trabajo del dios, que fue y es nuestro padre.
El trabajo que ahora, gentes de Gadir,
ciudadanos de Gades, poetas de Qadish,
constructores de barcos de la ciudad de C�diz,
ahora H�rcules, que ya fue Herakles, como antes se dijo Melkart,
para que salgamos del sue�o de siglos
nos encomienda.
Doce trabajos, sea.
Sabe bien, la musa, que la misi�n es nuestra.
Published on January 12, 2019 02:54
DIARIO DEL CAMINANTE PLAYERO

Cuando des la media vuelta, ag�rrate el sombrero
No te enga�es: tambi�n aqu� son due�as las gaviotas (segunda observaci�n del caminante playero).
He aqu� la paradoja: entre los caminantes playeros matutinos en busca de ponerse en forma, no hay nadie que ya est� en forma (tercera observaci�n del caminante playero, con ramalazo shakespiriano esta vez).
Puedes escuchar tu m�sica en cualquier parte. S�lo a la vera de la mar se escuchan los sonidos de la vera de la mar. (cuarta observaci�n del caminante playero).
Todos estos cuerpos derrengados y en desforma, �nos reconoceremos unos a otros cuando termine el verano? (quinta reflexi�n del caminante playero)
Los caminantes blancos... �son estos turistas que no han visto el sol desde julio del a�o pasado? (sexta reflexi�n del caminante playero)
Esa anciana que camina por la orilla y de repente se santigua. �Penitencia y veraneo al mismo tiempo? �Un dos por uno, como si dij�ramos? (s�ptima reflexi�n del caminante playero)
Cu�nta tristeza en los ojos del perro viejo (octava reflexi�n del caminante playero, a�n en el sem�foro)
El tonto playero se sit�a justo donde terminan las tablas de madera de acceso. Luego se enfada porque le molesta la gente que llega o se marcha. Como si no tuviera a su disposici�n siete kil�metros de arena (novena reflexi�n del caminante playero)
El tarz�n playero es cincuent�n, melenudo plateado, con cuerpo casi tri�ngulo invertido: todo pecho, como la Pantera Rosa cuando se infla. Usa un ba�ador negro ajustado, de nataci�n, estirado hacia arriba, que tal parece que lo sujetara por encima de las caderas. Por las noches viste blanco ibicenco, mucha quincalla de oro falso, y atiende o devora bifes de chorizo. (d�cima reflexi�n del caminante playero).
A las nueve y media de la ma�ana, los ni�os turistas juegan en la orillita ajenos a la hora y al futuro. (und�cima reflexi�n del caminante playero)
Sobre el surco de las m�quinas que alisan la arena, la pisada de las palomas. La naturaleza siempre tiene la �ltima palabra (duod�cima observaci�n del caminante playero).
Nada m�s fr�gil que el ni�o que da sus primeros pasos por la orilla (13� observaci�n del caminante playero).
La playa es de todos. Los domingos, literalmente (14� observaci�n del caminante playero).
Sobre la huella de las palomas, las de los hombres que un d�a fuimos Viernes y qui�n sabe si al paso que vamos no volveremos a serlo.
La espuma de las olas es el semen del mar que intenta en vano pre�ar a la arena
�Nos reconoceremos en septiembre, si nos cruzamos vestidos?
Ese otro caminante playero que pisa en falso, salta sobre un solo pie, se agacha y examina la piedra que no ha visto con la resaca. �Qu� esperaba que fuera? �Una pepita de oro? �Kriptonita? Si es que no se os puede sacar de la oficina, turistas
Los surferillos que entrenan antes de lanzarse al agua se han cubierto medio rostro con protector solar a modo de m�scara blanca. Los ni�os juegan a ser superh�roes. El instructor, igualmente maquillado, juega a que se llama Bodhi
La pisada que borra la ola es la met�fora perfecta de tu paso por la literatura
El tarz�n playero pobre sigue luciendo tatuaje a�il con "Amor de madre"
La gaviota es el T-Rex de los p�jaros de la playa
Published on January 12, 2019 02:54
AUTE Y NOSOTROS

La m�sica era, entonces, la magia que ayudaba a pasar de la infancia a la adolescencia, lo que defin�a a mi generaci�n y la diferenciaba de la de nuestros padres, eso que nos ayudaba en el tr�nsito hacia la temida edad adulta. La media tarde era la hora de reunirnos ante un viejo tocadiscos y, mientras le�amos tebeos o salv�bamos el mundo, escuchar aquel popurr� de pop sinf�nico y cantautores.
Los discos duraban mucho tiempo en el mercado, quiz� porque el mercado sab�a que la capacidad de adquisici�n de los j�venes ten�a que pasar antes por semanas e incluso meses de ahorro. Una ciudad peque�a, como un pueblo grande, ten�a a lo sumo una o dos tiendas de discos: nos surt�a de m�sica, antes que nada, la radio, y a la radio vino a echarle una mano C�rculo de Lectores, que ampli� pronto su oferta de libros a los discos.
A veces ped�amos discos por puro azar, por aquello de consumir los puntos del trimestre, aunque nos fastidiaba un tanto que los discos no vinieran con la car�tula original del mercado. Uno de esos discos comprados al azar nos llen� las tardes de notas f�nebres, de una voz clara y de unas canciones que, en la l�nea de los cantautores que altern�bamos con todo tipo de estilos, nos resultaron sorprendentes. El disco se llamaba “Rito” y el cantante Luis Eduardo Aute.
Escuchamos muchas veces aquel disco, mientras le�amos tebeos, discut�amos de chicas o salv�bamos el mundo. Creo recordar que la edici�n de C�rculo no tra�a las letras. Eso nos hizo escuchar las canciones con m�s atenci�n, intentando desentra�ar aquellas met�foras, el significado de aquel “rito de agujeros y cipreses” que, a los diecis�is o diecisiete a�os, comprend�amos que era algo m�s de lo que parec�a a simple vista. Quiz� nuestra canci�n favorita fuera ya “De alguna manera”, quiz�s nos sent�amos ya identificados con la historia de amor que no hab�amos vivido todav�a y se nos contaba en “Las cuatro y diez”, quiz� nos rompi� los esquemas la coda final del disco, aquel “Autotango del cantautor” que era una s�tira de s� mismo y de la seriedad y la trascendencia que dominaba el resto del disco.
Pero la canci�n que nos uni� para siempre al poeta fue “Dentro”. Una de esas lecturas magufas de la adolescencia y aquella bella referencia “y nace un muerto” nos hicieron experimentar la epifan�a del significado tan claramente expresa y a la vez tan oculto de la canci�n. Fue, desde entonces, nuestro secreto. Como fue secreto, durante un tiempo, aquel cantante que no convert�a las canciones en poemas, sino que hac�a de los poemas canciones.
Luego vinieron, en cascada, Espuma, Babel, las 24 canciones breves, Sarc�fago, aquella broma genial del Forgesound, Albanta… Demasiado secreto para ocultarlo: hab�a que transmitir nuestro placer privado (reconozco que, como tantos, en la era predigital, hice no s� ni cu�ntas copias de aquellos discos para mis amigos). Excursiones a Jerez primero y despu�s a El Puerto para escuchar al hombre misterioso que apenas daba conciertos, los libros de poemas de Hiperi�n.
Y de pronto, a principios de los a�os ochenta, nuestro hombre se convirti� en popular. Ya no fue privativo de unos pocos, ya no �ramos tres y el de la trompeta quienes admir�bamos su poes�a, su pintura, su m�sica.
Pero nos queda, a aquella primera vieja guardia, el latido del reconocimiento, el an�lisis verso a verso y estrofa por estrofa, el sabor de los elixires que destilaba cada imagen y cada met�fora. Todav�a hoy, m�s de treinta a�os despu�s, mis alumnos se quedan a cuadros cuando, en clase, leemos “Dentro” y caen en la cuenta, demasiado tarde, de que han ca�do en la trampa.
La m�s bella trampa, la de las palabras.
Published on January 12, 2019 02:54
August 10, 2017
Don Juan, o la voluntad por encima de las cadenas
Confieso que cuando Enrique Blanco Rodr�guez recomend� este libro, mi primera reacci�n fue la de un fuerte escepticismo. Al fin y al cabo, la figura del Tenorio me ha parecido siempre intelectualmente repulsiva y sobre la calidad literaria de las obras basadas en �l no har� muchos comentarios. El �nico D. Juan que me ha interesado en mi vida es el de Mozart y eso es por obvias razones que poco tienen que ver con la literatura.
En cuanto al h�roe local de esta ciudad, D. Jos� Zorrilla, �qu� podr�a yo decir? Mal tiene que estar esta ciudad para que aqu� todo se haya dedicado a Zorrilla, al menos hasta que lleg� Delibes. Piadosamente pensemos que es autor que ha soportado mal el paso del tiempo. Al fin y al cabo, soportar a ese gran cabronazo s�lo est� al alcance de unos pocos elegidos, pero estar�n Vds. de acuerdo conmigo en que aquello de “�No es verdad, �ngel de amor……?” debe estar en cualquier antolog�a del ripio que se precie.
O sea, que mi primera reacci�n ante la publicaci�n de Enrique fue fruncir el ce�o, y m�s trat�ndose de un autor que, lo confieso, me era totalmente desconocido.
Pero el gran respeto que tengo por el criterio de Enrique, de quien soy seguidor desde que sigo su blog a ra�z de conocerle personalmente y de leer en su magn�fico blog (http://enriqueblanco.net/) aquel apartado “m�sica y matem�ticas”, que me result� fascinante, y la publicaci�n en ese mismo blog de su rese�a (http://enriqueblanco.net/2017/06/don-... ), me decidi� a adquirirlo.
Nunca he hecho cr�tica literaria y no voy a empezar ahora. S�lo me tengo por lector empedernido, de la misma forma que soy mel�mano, tambi�n empedernido y nunca me atrever�a a hacer cr�tica musical. De modo que aqu� solo va mi opini�n, por si a alguien pudiera interesar: Esta novela, reinvenci�n del mito del Burlador, reconcilia con el personaje, que poco o nada tiene que ver con las versiones cl�sicas de Tirso y del bueno de D. Jos�. Su prosa, m�s que atraer, engancha y deber�a ser de lectura obligatoria aunque s�lo fuera por el paseo que propone por la Europa del Emperador Carlos y los personajes y mitos de nuestra historia y literatura.
Desastre de pa�s el nuestro en que Spinola, G�lvez, Blas de Lezo y, si me apuran Gonzalo Fdez. de C�rdoba son perfectamente desconocidos por la ciudadan�a. �Qu� no har�an los anglosajones con semejantes personajes!
Resumo esta mi opini�n, puesto que ni puedo ni pretendo competir con la espl�ndida rese�a de Enrique m�s arriba indicada: se trata sin duda de una de las mejores obras escritas en lengua castellana que he le�do desde hace mucho tiempo y, para m�, el descubrimiento de un enorme escritor que me cuenta desde este momento entre sus seguidores incondicionales. Y como para mi verg�enza debo insistir en que me era totalmente desconocido y resulta que tiene una ingente obra ya publicada, me pongo de inmediato a reparar ese desconocimiento.
De momento, he decidido seguir por “Mundo de Dioses”, no tanto por cambiar de tercio, como porque incide en un elemento que hoy pudi�ramos considerar de inquietante actualidad: a partir de la existencia de la tecnolog�a CRISPR, que permite literalmente la edici�n del genoma humano, un punto de disrupci�n en nuestra historia se nos aparece claramente. Va a ser posible la eliminaci�n de enfermedades hereditarias …. O la creaci�n de castas de Hombres con caracteres seleccionados y predeterminados, de superhombres. Una sociedad en la que las clases sociales descritas por los autores marxistas sean un juego de ni�os. La Utop�a frente a la Distop�a. El Hombre en la encrucijada de su destino. El Superhombre, por primera vez, aparece como algo m�s que un hallazgo literario para pasar a la categor�a de posibilidad tecnol�gica.
Pero como no me tengo por “gur�”, y adem�s no puedo creer en ellos, me permito aqu� terminar con la frase cl�sica del final del pr�logo de “2001, una Odisea del Espacio”, de los maestros Kubrick y Clarke: “ Mas recordad, por favor, que esta es s�lo una obra de ficci�n. La verdad, como siempre, ser� mucho m�s extraordinaria”
Muy buenas noches tengan todos Vds.
�ngel M. De Frutos Baraja
En cuanto al h�roe local de esta ciudad, D. Jos� Zorrilla, �qu� podr�a yo decir? Mal tiene que estar esta ciudad para que aqu� todo se haya dedicado a Zorrilla, al menos hasta que lleg� Delibes. Piadosamente pensemos que es autor que ha soportado mal el paso del tiempo. Al fin y al cabo, soportar a ese gran cabronazo s�lo est� al alcance de unos pocos elegidos, pero estar�n Vds. de acuerdo conmigo en que aquello de “�No es verdad, �ngel de amor……?” debe estar en cualquier antolog�a del ripio que se precie.
O sea, que mi primera reacci�n ante la publicaci�n de Enrique fue fruncir el ce�o, y m�s trat�ndose de un autor que, lo confieso, me era totalmente desconocido.
Pero el gran respeto que tengo por el criterio de Enrique, de quien soy seguidor desde que sigo su blog a ra�z de conocerle personalmente y de leer en su magn�fico blog (http://enriqueblanco.net/) aquel apartado “m�sica y matem�ticas”, que me result� fascinante, y la publicaci�n en ese mismo blog de su rese�a (http://enriqueblanco.net/2017/06/don-... ), me decidi� a adquirirlo.
Nunca he hecho cr�tica literaria y no voy a empezar ahora. S�lo me tengo por lector empedernido, de la misma forma que soy mel�mano, tambi�n empedernido y nunca me atrever�a a hacer cr�tica musical. De modo que aqu� solo va mi opini�n, por si a alguien pudiera interesar: Esta novela, reinvenci�n del mito del Burlador, reconcilia con el personaje, que poco o nada tiene que ver con las versiones cl�sicas de Tirso y del bueno de D. Jos�. Su prosa, m�s que atraer, engancha y deber�a ser de lectura obligatoria aunque s�lo fuera por el paseo que propone por la Europa del Emperador Carlos y los personajes y mitos de nuestra historia y literatura.
Desastre de pa�s el nuestro en que Spinola, G�lvez, Blas de Lezo y, si me apuran Gonzalo Fdez. de C�rdoba son perfectamente desconocidos por la ciudadan�a. �Qu� no har�an los anglosajones con semejantes personajes!
Resumo esta mi opini�n, puesto que ni puedo ni pretendo competir con la espl�ndida rese�a de Enrique m�s arriba indicada: se trata sin duda de una de las mejores obras escritas en lengua castellana que he le�do desde hace mucho tiempo y, para m�, el descubrimiento de un enorme escritor que me cuenta desde este momento entre sus seguidores incondicionales. Y como para mi verg�enza debo insistir en que me era totalmente desconocido y resulta que tiene una ingente obra ya publicada, me pongo de inmediato a reparar ese desconocimiento.
De momento, he decidido seguir por “Mundo de Dioses”, no tanto por cambiar de tercio, como porque incide en un elemento que hoy pudi�ramos considerar de inquietante actualidad: a partir de la existencia de la tecnolog�a CRISPR, que permite literalmente la edici�n del genoma humano, un punto de disrupci�n en nuestra historia se nos aparece claramente. Va a ser posible la eliminaci�n de enfermedades hereditarias …. O la creaci�n de castas de Hombres con caracteres seleccionados y predeterminados, de superhombres. Una sociedad en la que las clases sociales descritas por los autores marxistas sean un juego de ni�os. La Utop�a frente a la Distop�a. El Hombre en la encrucijada de su destino. El Superhombre, por primera vez, aparece como algo m�s que un hallazgo literario para pasar a la categor�a de posibilidad tecnol�gica.
Pero como no me tengo por “gur�”, y adem�s no puedo creer en ellos, me permito aqu� terminar con la frase cl�sica del final del pr�logo de “2001, una Odisea del Espacio”, de los maestros Kubrick y Clarke: “ Mas recordad, por favor, que esta es s�lo una obra de ficci�n. La verdad, como siempre, ser� mucho m�s extraordinaria”
Muy buenas noches tengan todos Vds.
�ngel M. De Frutos Baraja
Published on August 10, 2017 03:01
July 24, 2017
EL MITO ACTUALIZADO DE DON JUAN ESCRITO POR RAFAEL MAR�N
Posiblemente el personaje m�s relevante de la literatura espa�ola, despu�s del Quijote, sea Don Juan. El primero que abord� esa relevante figura fue Tirso de Molina, con su obra el “Burlador de Sevilla y el convidado de piedra”. Despu�s se sucedieron una larga lista de escritores espa�oles y, tambi�n, extranjeros, de la talla de Moli�re o Lord Byron, que tocaron el mito de Don Juan, y hasta se ha representado en la �pera con las partituras musicales de Mozart. Casi todos los que somos maduros recordamos la versi�n de Zorrilla, que, como una tradici�n, fue representada durante muchos a�os por la noche en la v�spera de la festividad de Todos los Santos en la televisi�n o en teatros de un amplio mapa de la geograf�a espa�ola. Ante esto, Rafael Mar�n se ha atrevido a reinterpretar a esta celebridad con el peligro que eso conlleva, saliendo muy bien parado del trance, porque muestra magn�ficamente prismas novedosos de la leyenda que la engrandece.
Lo que m�s resalta de la obra de Rafael Mar�n es su verosimilitud, al contrario del resto de los autores, pues hace que dudemos si el personaje realmente existi� o no. Para conseguirlo, sit�a a Don Juan en un periodo hist�rico, glorioso para la historia de Espa�a, entre el reinado de Carlos I y los primeros a�os de la monarqu�a de Felipe II, como si fuese un hombre marcadamente renacentista que choca, en su decadencia, al final de la novela, contra la nueva moral que vendr�a m�s tarde a traernos el barroco, producto de la Contrarreforma. Destaca brillantemente la ant�tesis entre esas dos �pocas, una de librepensamiento, llena de colorido, epic�rea y voluptuosa, antropom�rfica y racional, frente a otra m�s negra, dram�tica, m�stica e ilusoria, ce�ida a una �tica estricta y f�rrea, y con una est�tica m�s teatral. Mar�n nos brinda un magn�fico y bien documentado repaso hist�rico del imperio espa�ol durante la primera mitad del siglo XVI, desde 1520, con la guerra de los comuneros, hasta la batalla de San Quint�n de 1557. Rememora con admirable maestr�a acontecimientos que sacudieron esa �poca como el saco de Roma, la ruptura religiosa de Enrique VIII en Inglaterra, el primer asedio a Viena por los otomanos, o la toma de T�nez y el desastre de la campa�a de Argel, entre otros acontecimientos relevantes.
Adem�s , es una obra muy entretenida, vitalista y din�mica y llena de tensi�n, apropiada tanto para mayores como para gente joven, donde se mezclan escenas de amor y de desamor, de venganzas, batallas, duelos y muerte, de intriga, y conspiraci�n, de infidelidad, enga�o y lealtad, de inteligencia, sagacidad y fuerza. Todo ello aderezado con un lenguaje coloquial de nuestro siglo que facilita su lectura y le resta el artificio de muchas novelas hist�ricas.
El texto, al ser muy visual y poco complejo, destaca por la gran expresividad de im�genes. Asimismo , el ritmo narrativo es musical, dulce y grave, basado en la primera persona, que empapa de serenidad el pensamiento del lector, como una m�sica de fondo que lo amansa y dirige o, tal vez, una mano amiga que impide que las pulsaciones de nuestro coraz�n se aceleren demasiado, a pesar de que algunas secuencias sean propias de una excelente literatura de terror, ante cuerpos mutilados y despiadadas matanzas. Incluso, los personajes secundarios son magn�ficos, con una autonom�a suficiente para desarrollar futuros relatos independientes que nos atrapar�an en su lectura.
En definitiva, una obra tan buena, que no me extra�ar�a que dentro de poco la adapten al cine.
ANTONIO ANASAGASTI
Lo que m�s resalta de la obra de Rafael Mar�n es su verosimilitud, al contrario del resto de los autores, pues hace que dudemos si el personaje realmente existi� o no. Para conseguirlo, sit�a a Don Juan en un periodo hist�rico, glorioso para la historia de Espa�a, entre el reinado de Carlos I y los primeros a�os de la monarqu�a de Felipe II, como si fuese un hombre marcadamente renacentista que choca, en su decadencia, al final de la novela, contra la nueva moral que vendr�a m�s tarde a traernos el barroco, producto de la Contrarreforma. Destaca brillantemente la ant�tesis entre esas dos �pocas, una de librepensamiento, llena de colorido, epic�rea y voluptuosa, antropom�rfica y racional, frente a otra m�s negra, dram�tica, m�stica e ilusoria, ce�ida a una �tica estricta y f�rrea, y con una est�tica m�s teatral. Mar�n nos brinda un magn�fico y bien documentado repaso hist�rico del imperio espa�ol durante la primera mitad del siglo XVI, desde 1520, con la guerra de los comuneros, hasta la batalla de San Quint�n de 1557. Rememora con admirable maestr�a acontecimientos que sacudieron esa �poca como el saco de Roma, la ruptura religiosa de Enrique VIII en Inglaterra, el primer asedio a Viena por los otomanos, o la toma de T�nez y el desastre de la campa�a de Argel, entre otros acontecimientos relevantes.
Adem�s , es una obra muy entretenida, vitalista y din�mica y llena de tensi�n, apropiada tanto para mayores como para gente joven, donde se mezclan escenas de amor y de desamor, de venganzas, batallas, duelos y muerte, de intriga, y conspiraci�n, de infidelidad, enga�o y lealtad, de inteligencia, sagacidad y fuerza. Todo ello aderezado con un lenguaje coloquial de nuestro siglo que facilita su lectura y le resta el artificio de muchas novelas hist�ricas.
El texto, al ser muy visual y poco complejo, destaca por la gran expresividad de im�genes. Asimismo , el ritmo narrativo es musical, dulce y grave, basado en la primera persona, que empapa de serenidad el pensamiento del lector, como una m�sica de fondo que lo amansa y dirige o, tal vez, una mano amiga que impide que las pulsaciones de nuestro coraz�n se aceleren demasiado, a pesar de que algunas secuencias sean propias de una excelente literatura de terror, ante cuerpos mutilados y despiadadas matanzas. Incluso, los personajes secundarios son magn�ficos, con una autonom�a suficiente para desarrollar futuros relatos independientes que nos atrapar�an en su lectura.
En definitiva, una obra tan buena, que no me extra�ar�a que dentro de poco la adapten al cine.
ANTONIO ANASAGASTI
Published on July 24, 2017 02:58
June 12, 2017
DON JUAN, THE MAKING OF

Tuvo que ver, quiz�s, el desprecio secular hacia el fant�stico que tiene la literatura espa�ola, el sambenito de que no hay tradici�n, de que los que escribimos ciencia ficci�n o fantas�a somos unos idiotas, sin cultura, que nadamos contra corriente y estamos condenados al fracaso. Tuvo que ver, quiz�s, que a poco que uno escarba en las grandes obras cl�sicas de nuestro idioma s� que encontramos que existen abundantes elementos de fantas�a y que, adem�s, no est�n ocultos en obras perdidas, sino que asoman a las claras en los t�tulos m�s conocidos. Vale, lo mismo podemos considerar que los milagros de nuestra se�ora son religi�n, pero las apariciones marianas son tambi�n fantas�a. Igual que las apariciones de santos a M�o Cid Campeador, o el juego de magias y metaliteratura de El Quijote.
El deseo de mezclar literatura, historia y fantas�a ya me cruz� en el camino mi otra novela “hist�rica”, Juglar, donde jugu� con todos esos elementos. Pens�, justo al terminar ese libro (y estamos hablando del a�o 2005) en el otro gran personaje de nuestra literatura (de la literatura universal, en realidad) que deriva claramente a lo fant�stico, sin ambages: Don Juan Tenorio. Un personaje que, dicho sea de paso, nunca me hab�a hecho la menor gracia.
Pero estaba ah�, llamando: un personaje pendenciero y seductor que se cruzaba con lo ultraterreno. Un personaje que pod�a y deb�a ser reexplorado a la luz nueva del fant�stico nuevo. Un personaje que, por m�s que le�a a trozos la obra de Zorrilla, me pareci� siempre… un inmaduro.
Confieso, s�, que no me gusta(ba) nada el personaje. No por el machismo inevitable de su condici�n, sino por lo esquem�tico de su trazado, por lo inmaduro de su presentaci�n al p�blico, por lo endebles de sus creencias y lo falso de su conversi�n final. Me molesta siempre, y mucho, su arrepentimiento y conversi�n. En su esquem�tica presentaci�n teatral, Don Juan es un personaje casi de tebeo malo (y no extra�a entonces que uno de sus comparsas se llama adecuadamente “Capit�n Centellas”). Su adolescencia en la cuasi senectud, el absurdo de llevar una lista de sus conquistas, la apuesta con su gemelo tonto… Nunca he logrado entrar en la obra de Zorrilla. Un poco m�s me agrad� la versi�n de Tirso (donde al menos el personaje no pierde su integridad amoral). Sin embargo, s� disfrut� con la de Moliere, cuyo Don Juan me parece el m�s redondo, el m�s puro y sincero, el m�s aut�ntico.
Es, sin embargo, un momento de la obra de Zorrilla el que me puso en la ruta del libro al que dedicar�a luego tanto tiempo: aquel en que el personaje cuenta, como de pasada, sin darse importancia, su periplo por Europa, por Par�s y Roma. Esa parte aventurera y guerrera del personaje me parec�a m�s interesante que su obsesi�n por anotar sus conquistas como un amanuense y fardar de ellas delante de los colegas.
Esper�. Empec� a darle vueltas a la historia. No escribo hasta que tenga la m�sica interna de la narraci�n. Primera persona, claro. El personaje ten�a que confesarse. Ten�a que excusarse. Ten�a que comprender �l mismo c�mo era y hacerme comprender (a m� y a los lectores) c�mo era. Porque el esquema teatral de hace ciento y pico a�os ya no vale para la sensibilidad de hoy, no sirve para una novela. Y, cuando explor� la �poca y me enamor� de ella, comprend� que no pod�a ser una novela breve, sino una historia muy larga. Tan larga que ya de entrada supe que rondar�a las mil p�ginas.
Me vino un d�a, de pronto, la primera frase: “Yo soy el viento”. Y supe que, tambi�n, esa ten�a que ser la frase final del libro. Pero no escrib� todav�a. Ya hab�a olvidado, en buena hora, hacer un Don Juan fant�stico para el lector fant�stico contempor�neo. Ten�a que escribir un Don Juan hist�rico contempor�neo para el lector de novela hist�rica contempor�nea.
Reconozco que no podr�a haber escrito este libro en otro momento: ni por trayectoria vital (ya supero en edad a la del personaje, ay), ni por la abundant�sima documentaci�n que he podido manejar gracias, sobre todo, a la gran biblioteca de nuestro tiempo que es internet. Para las mil cuatrocientas p�ginas que alcanz� el manuscrito (convertidas en mil en la edici�n impresa, sin que se haya sacrificado ni una coma), debo de haber le�do m�s de cinco o seis veces esa cifra. Libros de todo tipo, sobre la �poca, sobre los personajes reales con los que Don Juan se cruza, en ingl�s y en espa�ol, unos cincuenta o m�s, de modo que todos los sucesos hist�ricos son, creo, tal como sucedieron. Trac� un esquema de los momentos hist�ricos importantes desde el a�o en el que, arbitrariamente, hice nacer a mi personaje, 1505, hasta su final. Y de esos importantes sucesos fui eligiendo en cu�les pod�a y deb�a estar mi personaje, combatiendo, espiando, seduciendo.
Por fortuna, la vida de Carlos V est� documentada pr�cticamente d�a a d�a. Eso me permiti� que, cuando Don Juan se cruza con �l, pueda ser plausible en todo momento. Lo mismo con los otros personajes hist�ricos que salpican el relato: Garcilaso, Enrique VIII, Ignacio de Loyola y tantos otros: est�n justo donde estuvieron en el momento en que Don Juan los encuentra. La narraci�n del Saco de Roma, del asedio de Viena, de las batallas de Argel y T�nez, de San Quint�n son tal como fueron: internet, ya digo, me permiti� acceder a estudios sobre esos momentos hist�ricos, en ocasiones a partir de textos de la misma �poca.
El principal problema de toda la historia, claro, era ser veros�mil. Ten�a que explicar al seductor y su desd�n por el otro sexo: de ah� todo el libro primero con su infancia y primera juventud en Sevilla. Ten�a, adem�s, que justificar que un personaje ateo y amoral pudiera haber sobrevivido en una �poca beata. Ten�a que justificar que estuviese en todos esos sitios, como burlador y como guerrero. De ah� que surgiera la idea de que, entre otras profesiones, Don Juan act�e como esp�a del Emperador (y a las �rdenes de un M muy particular, Garcilaso, quien en efecto fue tambi�n esp�a).
Nunca quise documentarme mucho m�s all� de los momentos en que el personaje estaba, para no confundirme ni cometer gazapos hist�ricos (aunque sin duda habr� alguno). Tuve por fin la m�sica de mi historia y comenc� la redacci�n: lo que hoy es el “libro primero” de los doce que componen la obra: Sevilla y la fascinaci�n por el descubrimiento de la vida. Es, creo, una parte hermosa, llena de luces y nostalgias y tambi�n de inocencia. Don Juan no es a�n Don Juan (quiz� no llega a serlo hasta el enfrentamiento con St. Croix en Par�s, tres libros m�s tarde), sino un burgu�s so�ador que nace y vive en un lugar de ensue�o.
Tiene un tono diferente ese libro al resto de los libros, para contrastarse con el libro �ltimo, el del regreso. Quise, y as� lo escrib�, que fuera todo una narraci�n de corrido: porque los recuerdos de la infancia no tienen puntos y aparte, porque esa �poca de nuestras vidas se percibe como un todo que no se sabe d�nde comienza y quiz� tampoco d�nde acaba. Setenta p�ginas de un solo cap�tulo son muchas p�ginas de un solo cap�tulo, sin apartes, sin pausa, sin tregua. La literatura por la literatura. Justo lo contrario de lo que hab�a venido haciendo en otros libros: cap�tulos cortos donde se contara justo lo que tiene que contarse, para que el lector los percibiera como unidades m�nimas y siguiera (o no) en el siguiente.
En realidad, fue as� como percib� la novela en un principio: como un todo sin cap�tulos ni libros diferenciados. Creo que nac� demasiado tarde. La literatura (iba a decir “la literatura tal como la conciben las editoriales de ahora”, pero las editoriales de ahora ya no conciben la literatura) va ya por otros derroteros: el lector es impaciente, necesita la pausa, el aire. Ya que no estaba dispuesto a diluir el estilo, que es mi santo y se�a y, m�s que ninguna otra cosa, el santo y se�a de esta novela, hice caso al sabio consejo del gran Alfonso Mateo Sagasta y decid� escribir en cap�tulos. Eso mejor�, sin duda, la arquitectura y el ritmo de la novela. No s� si la har� m�s f�cil de leer, pero como bien me dijo Alfonso, me iba a hacer m�s f�cil escribirla. Eso que le debo, una vez m�s, al amigo y maestro.
Si observan ustedes, durante todo ese primer libro no hay di�logos. Me dan mucho respeto los di�logos, de ah� que incluso haya escrito novelas enteras sin ellos. En Don Juan era inevitable que aparecieran tarde o temprano. No hay m�s que un momento dialogado en la infancia y juventud del personaje, quiz� porque el recuerdo de la infancia es un todo y no me parec�a que, en esa memoria, el personaje pudiese recordar, en la ficci�n novelada, tanto detalle. Tem�a, en especial, dadas las caracter�sticas del protagonista y su pedigr� literario, caer en el ripio. Sin embargo, el di�logo entr� en escena nada m�s dejar Sevilla atr�s y salir a los caminos (de la mano del Guti, el primer criado que conocemos en la novela) y se convirti�, casi en seguida, en una de las principales caracter�sticas de la obra y del personaje y los personajes: esgrima verbal. Creo que, de todos mis libros, es el que tiene los mejores di�logos, los m�s chispeantes, con los mejores retru�canos y las mejores r�plicas.
La aparici�n del primer criado me plante� un doble problema. Era necesario porque a partir de ese momento, en los caminos, Don Juan tendr�a que encontrarse con un mont�n de otros personajes: del roce con todos ellos ir�a surgiendo la peripecia vital que formar�a el libro. Yo sab�a (lo dice el personaje en las primeras p�ginas) que no habr�a un solo criado: no pod�a haberlo, en tanto el comparsa se ha llamado Chuti, Catalin�n o Sganarelle seg�n qu� autores lo trataran. Mi Don Juan conocer�a a muchos criados y no quer�a que en modo alguno el lector esperara la aparici�n del m�s conocido, el Chuti, as� que decid� llamar “el Guti” al primero, para que la deformaci�n fon�tica apuntara a �l, pero sabiendo que vendr�an otros criados, para otros momentos. Y el Guti, con su verborrea incontenible, con su picard�a incontestable, con su sabidur�a del camino se convirti�, de pronto, en un rival para el protagonista (hubo otros rivales de igual peso a lo largo de la narraci�n). De ah� que la soluci�n a ese conflicto quiz� pille por sorpresa al lector, pero no a m� como autor: no cab�a otra Luego vendr�an otros criados, distintos entre s�, gamberros o in�tiles, incluyendo uno llamado Molina que es un gui�o a Tirso, por si no queda claro.
El juego esc�nico de situar a un personaje de ficci�n en un entorno de personajes hist�ricos se redondea con el gui�o a alg�n que otro personaje de ficci�n que estuvo presente en los momentos de ficci�n que aqu� se tratan, como es el caso de Lozana. Hay alguna auto referencia a personajes pasados propios: la menci�n a una encarnaci�n de Ora Pro Nobis que es vista de refil�n como m�rtires en el Saco de Roma, o la m�s extensa intervenci�n de Stefano el truh�n, con quien tuve que tener pies de plomo para que se entendiese bien sin pillar la referencia al libro del que procede (s�, Juglar), pero con la suficiente sutileza en la descripci�n de lo que dice y lo que le ocurre para que el lector que haya seguido mi obra capte el gui�o casi obligatorio. Lo mismo en el caso de la alusi�n a otro personaje que tiene bastante importancia en la aventura en Constantinopla, y cuyo nombre y circunstancias prefiero no aclarar: sea el lector quien lo descubra y lo disfrute o acepte las caracter�sticas del personaje tal como yo las he (trans)formado.
Escribir este libro ha sido un enorme placer, y tambi�n un gigantesco tour de force . Metido por fin en harina, han sido cinco a�os de redacci�n. Un enorme placer, s�, pero tambi�n un enorme miedo esc�nico: no a perder la m�sica, como tem�a en otros libros, sino a no ser capaz de terminarlo. La idea era que el libro fuera in crescendo, desde el principio al final, que cada cap�tulo fuera mejor que el anterior, que el personaje se fuera haciendo atractivo y a la vez odioso, que se nos convirtiera, desde el ni�o bueno de las primeras p�ginas, al monstruo que se considera �l mismo tambi�n desde el principio.
Escribir una novela es superar las trampas que t� mismo te vas tendiendo. En este caso, la trampa fue la primera persona. Indispensable en este caso. Pero escribir con ese tempo, con ese ritmo, con esa forma de ver el mundo me obligaba a ser fiel en todo momento al progreso vital de Don Juan: no pod�a iniciar un cap�tulo diciendo “diez a�os despu�s yo estaba...”, porque la estructura del libro era la confesi�n de todo lo que el personaje hace. Y, si quer�a que estuviera en los momentos hist�ricos que se me apetec�a contar, hab�a que justificar el camino, el tiempo en que se tarda ese camino, las circunstancias que lo llevaban a estar en Viena, o en Argel, o en Inglaterra o en T�nez. Hubo que recurrir a trucos para que la novela no durara tres mil p�ginas. Sobre todo porque siempre fui consciente de que, escribiendo como estaba escribiendo, a tumba abierta, sin preocuparme por satisfacer a nadie m�s que a m� mismo, sin plegarme a exigencias de mercado ni miop�as editoriales, estaba escribiendo una vez m�s una novela con h�ndicap. Y la novela est� escrita como un todo: en cualquier caso, podr�a haberse publicado en dos partes, pero no en tres. Era un enorme diplodocus el que estaba redactando, y la misma estructura ya marcada me imped�a volver atr�s y rehacer.
Porque es una novela que no est� rehecha. No est� reescrita. Apenas est� corregida formalmente. Terminado un cap�tulo, pas� al siguiente. Lo que me sorprende es c�mo est� todo apuntalado y apuntado ya en los primeros cap�tulos. Lo que me sorprende es c�mo Don Juan escribe (tengo la impresi�n de que no he escrito este libro, una vez m�s) y, sobre todo, c�mo remata sus razonamientos. No soy consciente de haber llegado a ellos.
Mil cuatrocientas p�ginas de manuscrito, convertidas en casi mil en su versi�n al papel, donde no se ha sacrificado ni una coma. Donde creo que, si acaso, le faltan p�ginas, un libro intermedio entre los dos �ltimos. Donde he sufrido y gozado y, sobre todo, aprendido. He llegado a querer a ese hijo de puta que es Don Juan. Mi Don Juan. Independiente de los otros Don Juanes como el personaje es independiente de sus coet�neos y hasta de s� mismo. Lo curioso es c�mo lo que empez� siendo un deseo de revisi�n fant�stica elude lo fant�stico, y ese fant�stico, cuando aparece, es apenas un esbozo no aclarado (la naturaleza de Stefano o la mujer del velo). No hay fantasmas que salen de las paredes: cuando lo hacen, hay una explicaci�n racional. Tengo, eso s�, la impresi�n de que el fantasma, en todo caso, es el propio Don Juan a partir de un momento determinado del libro.
�Mis personajes, mis pasajes favoritos? Me gustan las mujeres que salen en el libro. En especial las mujeres fuertes: Madame de Brueil y su gui�o a Milady, Lozana, la loca del co�o y la diablesa pelirroja. Me gusta el largo momento en Inglaterra, con la co�a hacia el bardo por nacer y el paralelismo entre Don Juan y Enrique VIII; de ah�, el momento en que Don Juan, quiz� por primera vez, se solidariza con la(s) mujer(es) al posicionarse a favor de la reina Catalina. Me gustan las charlas de hombres: con Gin�s de Alejandr�a, con el Emperador, con Garcilaso, con Manolito, con Ignacio de Loyola, con Perej�n. Me gusta, especialmente, el personaje de Centellas.
Cinco a�os y todav�a me queda en el tintero la duda... �Una nueva historia con Lozana como centro? �Con Robert? �Con Perej�n?
Published on June 12, 2017 02:56
June 7, 2017
DON JUAN YA A LA VENTA
Published on June 07, 2017 02:53
DON JUAN, primera rese�a
Published on June 07, 2017 02:53
DON JUAN, TAMBI�N EN EDICI�N DIGITAL
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Published on June 07, 2017 02:53
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