Generación dopamina
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Read between February 20 - March 17, 2024
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El smartphone, el teléfono inteligente, es la aguja hipodérmica de hoy, que administra dopamina digital las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana para una generación conectada.
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Cuanta más dopamina haya en la vía de recompensa del cerebro, más adictiva será la experiencia.
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Como escribió el filósofo y teólogo Kent Dunnington: «Las personas con adicciones severas se encuentran entre esos profetas contemporáneos que ignoramos en nuestro propio perjuicio, porque nos muestran quiénes somos realmente».
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Admito que soy una versión curtida en la batalla de mi antiguo yo, más estoica, posiblemente más indiferente.
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Cuando mis pacientes dejan de estar a mi cuidado, los límites profesionales me prohíben contactar con ellos.
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Si veo a mis pacientes en la tienda de comestibles, dudo incluso en saludarles, para no tener que admitir que soy un ser humano con mis propias necesidades. ¿Comer, yo?
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me hizo tomar consciencia de lo desconcertante que podría ser para mis propios pacientes verme a mí fuera de mi consultorio.
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Jacob empezó con un recuerdo de la infancia. Sin preámbulo. Freud se habría sentido orgulloso.
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A los ocho años se masturbaba con regularidad. A veces solo, otras con su mejor amigo. Todavía no habían aprendido a sentir vergüenza.
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todos estamos, en cierto modo, comprometidos con nuestras propias máquinas de masturbación.
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Amazon, como cualquier buen traficante de drogas, conoce el valor de una muestra gratis.
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Ahora sé, y no me enorgullece, que si abres una novela romántica aproximadamente a las tres cuartas partes del camino, puedes ir directa al grano.
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La adicción, en sentido amplio, es el consumo continuo y compulsivo de una sustancia o un comportamiento compulsivo —juegos de azar, videojuegos, sexo—, que no cesa a pesar del daño que causa a la propia persona y/o a otros.
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Internet. Tenía cuarenta y dos años y estaba bien, pero con Internet mi vida se empezó a desmoronar.
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Pensé en lo mucho que las habitaciones de hotel se parecen a las cajas de laboratorio donde se experimenta con animales: una cama, un televisor y un minibar. Allí lo único que se puede hacer es presionar la palanca de la droga.
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Uno de los mayores factores de riesgo para volverse adicto a cualquier droga es el fácil acceso a ella. Si una droga es fácil de conseguir, es más probable que la probemos. Y si la probamos, es más probable que nos volvamos adictos.
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El trauma, la marginación social y la pobreza contribuyen al riesgo de adicción, ya que las drogas se convierten en un medio para hacer frente a la situación y conducen a cambios epigenéticos —cambios heredables en las cadenas de ADN con independencia de los pares de bases heredados— que afectan la expresión génica tanto en un individuo como en su descendencia.
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El fentanilo, un opioide sintético, es de cincuenta a cien veces más potente que la morfina.
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el mundo de hoy nos ofrece un enorme surtido de drogas digitales que antes no existían, o que si existieron ahora ya están en plataformas digitales que han aumentado de forma exponencial su potencia y disponibilidad.
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Los principales factores de riesgo de mortalidad a nivel global21 son la hipertensión arterial (13 %), el tabaquismo (9 %), la hiperglucemia (6 %), la inactividad física (6 %) y la obesidad (5 %).
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El fármaco de elección varía según el país. En Estados Unidos predominan las drogas ilegales, y en Rusia y Europa del Este, la adicción al alcohol.
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He tenido pacientes a los que estaba convencida de que podría ayudar y que demostraron ser intratables, y otros que me parecían sin esperanza que resultaron sorprendentemente resistentes. Por lo tanto, cuando ahora veo a nuevos pacientes, trato de calmar esa voz dubitativa y recordar que todos tienen la oportunidad de recuperarse.
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Si tenía un examen inminente y no había estudiado, tomaba Adderall durante todo el día y la noche para prepararme. Luego llegué a un punto en el que no podía estudiar sin él. Entonces comencé a necesitar más.
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«El hombre religioso nació para ser salvado;27 el hombre psicológico nació para ser satisfecho».
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Al proteger a nuestros hijos de la adversidad, ¿les hemos inculcado un miedo mortal a ella? Al reforzar su autoestima con falsos elogios y librándolos de las consecuencias de sus actos en el mundo real, ¿los hemos hecho menos tolerantes, más arrogantes e ignorantes de sus propios defectos de carácter? Al ceder a todos sus deseos, ¿hemos fomentado una nueva era de hedonismo?
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En una de nuestras sesiones, Kevin compartió conmigo su filosofía de vida. Debo admitir que me dejó horrorizada. —Hago lo que quiero, cuando quiero. Si quiero quedarme en la cama, me quedo en la cama. Si quiero jugar a los videojuegos, pues lo hago. Si quiero meterme una raya de coca, le envío un mensaje de texto a mi camello, él me la trae y yo me meto una raya. Si quiero tener sexo, me conecto a la red, busco a alguien, nos encontramos y tengo sexo.
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Los principales cirujanos del siglo xix se mostraron reacios a adoptar la anestesia general durante la cirugía, porque creían que el dolor estimulaba la respuesta inmunitaria y cardiovascular y aceleraba la curación.
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Las prescripciones de estimulantes (Adderall, Ritalin) en Estados Unidos se duplicaron entre 2006 y 2016,35 incluso en niños menores de cinco años.
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Más allá de los ejemplos extremos de huida del dolor, hemos perdido la capacidad de tolerar incluso formas menores de malestar. Buscamos constantemente entretenimientos para desviar nuestra atención del momento presente.
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En una sesión, le sugerí que intentara ir a clase sin escuchar nada por el camino, permitiendo que sus propios pensamientos salieran a la superficie.
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La continua distracción con los dispositivos puede estar contribuyendo a tu depresión y ansiedad. Evitarse a uno mismo todo el tiempo es bastante agotador.
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y necesito esto para funcionar». David atribuía la fatiga y la falta de atención a una enfermedad mental, más que a la falta de sueño y la estimulación excesiva, una lógica que utilizó para justificar el uso continuo de medicamentos.
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Todos huimos del dolor. Algunos tomamos pastillas. Otros se instalan en el sofá para ver Netflix durante horas. Algunas leemos novelas románticas. Haremos casi cualquier cosa con tal de distraernos y desviar nuestra atención de nosotros mismos. Y, sin embargo, todo este intento de aislarnos del dolor solo parece empeorarlo.
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La pregunta es: ¿Por qué, en una época de riqueza, libertad, progreso tecnológico y avances médicos sin precedentes, parecemos más infelices y padecemos más dolores que nunca?43 Es posible que la razón por la que somos tan infelices sea que estamos trabajando muy duro para evitar ser infelices.
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Al comprender mejor los mecanismos que rigen el dolor y el placer, podemos obtener una nueva perspectiva sobre por qué, y cómo, el exceso de placer conduce al dolor.
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Las principales células funcionales del cerebro son las neuronas. Se comunican entre sí en las sinapsis, por medio de señales eléctricas y neurotransmisores.
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La dopamina no es el único neurotransmisor involucrado en el sistema de recompensa, pero la mayoría de los neurocientíficos está de acuerdo en que se halla entre los más importantes. La dopamina puede desempeñar un papel más relevante en la motivación para obtener una recompensa o gratificación, que en el placer de la recompensa en sí mismo.
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Desear, más que disfrutar.45 Los ratones que han sido modificados genéticamente para ser incapaces de producir dopamina no buscarán comida y morirán de hambre,46 incluso aunque se les ponga la comida a pocos centímetros de la boca. Sin embargo, si la comida es colocada directamente dentro de la boca, la masticarán, la tragarán y parecerán disfrutarla.
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la dopamina se utiliza para medir el potencial adictivo de cualquier comportamiento o droga.
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En una rata dentro de una caja, el chocolate 47 aumenta la producción basal de dopamina en el cerebro en un 55 %, el sexo en un 100 %,48 la nicotina en un 150 % 49 y la cocaína en un 225 %.
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Según estos datos, se estima que fumar una pipa de metanfetamina equivale a diez orgasmos.
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el placer y el dolor funcionan como una balanza.
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Es decir, con la repetición nuestros gremlins se hacen más grandes, rápidos y numerosos, y necesitamos más cantidad de nuestra droga preferida para obtener el mismo efecto.
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Nuestro punto de ajuste hedónico (de placer) cambia a medida que disminuye nuestra capacidad para experimentar placer y aumenta nuestra vulnerabilidad al dolor.
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La paradoja es que el hedonismo, la búsqueda del placer por sí mismo, conduce a la anhedonia, que es la incapacidad de experimentar placer de cualquier tipo.
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Los síntomas universales de abstinencia de cualquier sustancia adictiva son la ansiedad, la irritabilidad, el insomnio y la disforia.
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Cuando la balanza se inclina hacia el lado del dolor, anhelamos nuestra droga para sentirnos normales (para nivelar el equilibrio).
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Y aquí están las buenas noticias. Si esperamos lo suficiente, nuestro cerebro —por lo general— se readapta a la ausencia de la droga, y restablecemos nuestra homeostasis de base. Una vez que nuestro equilibrio está nivelado, nuevamente podemos disfrutar de recompensas sencillas y cotidianas. Salir a caminar. Ver salir el sol. Divertirnos en una comida con amigos.
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Mi colega Rob Malenka, un distinguido neurocientífico, me dijo una vez que «la medida de cuán adicto es un animal de laboratorio se reduce a cuán duro está dispuesto a trabajar para obtener su droga: presionando una palanca, navegando por un laberinto o trepando por un tobogán».
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Una recompensa esperada que no se materializa es siempre peor que una recompensa no anticipada.
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