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Cuanto más avanzado es el lenguaje, más sofisticadas son las mentiras.
Es muy fácil caer en el hábito de la mentira. Todos mentimos de forma habitual, la mayor parte de las veces sin darnos cuenta. Nuestras mentiras son tan pequeñas e imperceptibles que nos convencemos de que estamos diciendo la verdad. O de que no tiene importancia, incluso si sabemos que estamos mintiendo.
El mito de Ulises subraya una característica clave del cambio de comportamiento: contar nuestras experiencias nos otorga dominio sobre ellas. Ya sea en el contexto de la psicoterapia, hablando con un padrino de Alcohólicos Anónimos (AA), confesando con un sacerdote, haciendo confidencias a un amigo o escribiendo en un diario, nuestra revelación honesta pone de relieve nuestro comportamiento, permitiéndonos en algunos casos verlo por primera vez. Esto es especialmente cierto para los comportamientos que implican un nivel de automatismo que los pone lejos del alcance de la percepción consciente.
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En concordancia con la experiencia vivida por las personas en recuperación, decir la verdad puede cambiar el cerebro, lo que nos permite ser más conscientes de nuestro equilibrio placer-dolor y de los procesos mentales que nos impulsan al consumo excesivo-compulsivo y, por lo tanto, cambiar nuestro comportamiento.
—Me quedo despierta hasta muy tarde leyendo, y eso está interfiriendo con mi sueño. Me gustaría cambiarlo. Tan pronto como lo dije, supe que era cierto, tanto que me estaba quedando despierta hasta muy tarde leyendo, como que quería cambiar ese comportamiento. Sin embargo, hasta ese momento no había sido realmente consciente de ninguna de las dos cosas.
Tenía razón. Eran buenos motivos. Al expresarlos en voz alta, me di cuenta por primera vez de la dimensión del impacto negativo de mi comportamiento en mi vida y en la de las personas que me importaban.
Decir la verdad atrae a las personas, especialmente cuando estamos dispuestos a exponer nuestra propia vulnerabilidad. Esto suena contradictorio, porque presuponemos que revelar nuestros aspectos menos agradables alejará a la gente. Es lógico pensar que las personas se distanciarán al conocer nuestras transgresiones y nuestros defectos de carácter. Sin embargo, ocurre lo contrario: las personas se acercan. Ven en nuestras resquebrajaduras su propia vulnerabilidad y humanidad. Sienten que no están solas en sus dudas, temores y debilidades.
Cualquier comportamiento que conduzca a un aumento de la dopamina tiene el potencial de ser explotado.
Las historias que narramos sobre nuestras vidas no solo sirven como un recuento de nuestro pasado, sino que también pueden dar forma a nuestro comportamiento futuro.
En más de veinte años como psiquiatra, en los que he escuchado decenas de miles de historias de pacientes, me he convencido de que la forma en que contamos nuestras historias personales es un indicador y un predictor de la salud mental.
cuando mis pacientes comienzan a contar historias que describen con precisión su responsabilidad, sé que están mejorando.
Si la narrativa autobiográfica fuese un río, la psicoterapia sería el medio por el cual ese río es cartografiado y, en algunos casos, redirigido.
Como dijo Esquilo: «Debemos sufrir, sufrir hasta la verdad».
Las redes sociales han contribuido al problema del falso yo al convertirlo en algo mucho más fácil de construir, y al animarnos a crear narrativas sobre nuestras vidas muy alejadas de la realidad.
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Cuando nuestra experiencia vital difiere de la imagen que proyectamos tendemos a sentirnos distantes e irreales, tan falsos como las imágenes falsas que hemos creado. Los psiquiatras llaman a este sentimiento «desrealización» y «despersonalización».
El antídoto contra el falso yo es el auténtico yo. La honestidad radical es una forma de alcanzarlo: nos ata a nuestra existencia y nos hace sentir reales en este mundo. También disminuye la carga cognitiva que requiere mantener todas esas mentiras, liberando energía mental para que vivamos el momento de forma más espontánea.
Empecé a contar calorías… contar las calorías me hizo darme cuenta de cuánto estaba comiendo.
Aprendí que el hambre es una señal que puedo ignorar.
¿O por qué cuando los adultos cumplen sus promesas a los niños, estos pueden controlar mejor sus impulsos?
Hubo un momento en el que me pregunté si habría sido mejor mentir. Pero ahora, cuando miro atrás, me alegro de haber dicho la verdad.
Quizás ser honesto a lo largo de los años me ha ayudado a sentirme más cómodo conmigo mismo. No guardo secretos.
¿Podría la honestidad radical ser considerada una medida preventiva?
Uno de mis colegas psiquiatras me dijo una vez: «Si no nos gustan nuestros pacientes, no podemos ayudarlos».
Entender verdaderamente a alguien es cuidarlo.
nuestras primeras ideas acerca de nosotros mismos tienen una gran importancia en nuestras vidas, a pesar de todo lo que se diga en contra.
Las iglesias con reglas más estrictas consiguen un mayor número de seguidores y, en general, tienen más éxito que las independientes porque descubren a los oportunistas y al mismo tiempo ofrecen bienes de club más sólidos.
A veces, como padres, pensamos que al ocultar nuestros errores e imperfecciones y revelar solo lo mejor de nosotros mismos les enseñaremos a nuestros hijos lo que es correcto. Pero esta actitud puede tener el efecto contrario, haciendo que los niños sientan que deben ser perfectos para ser amados.
En cambio, si somos abiertos y honestos con nuestros hijos acerca de nuestras luchas, creamos un espacio para que ellos sean abiertos y honestos con respecto a las suyas. Como padres, también debemos estar preparados y dispuestos a admitir nuestros errores al interactuar con ellos y con los demás. Debemos aceptar nuestra propia vergüenza y estar dispuestos a enmendarnos.
Las redes sociales impulsan nuestra tendencia a la autovergüenza al incitarnos a tanta comparación odiosa. Ahora nos comparamos no solo con nuestros compañeros de clase, vecinos y compañeros de trabajo, sino con el mundo entero, lo que hace que sea muy fácil convencernos de que deberíamos haber hecho más, o haber obtenido más, o simplemente vivir de manera diferente.
Las drogas y los comportamientos adictivos brindan esa evasión, pero a la larga se suman a nuestros problemas.
¿Y si, en lugar de buscar el olvido huyendo del mundo, nos volvemos hacia él? ¿Y si en lugar de dejar el mundo atrás nos sumergimos en él?
Debemos estar dispuestos a seguir adelante a pesar de no estar seguros de lo que nos depara el futuro.
Presionar sobre el lado del dolor restablece nuestro equilibrio hacia el lado del placer.
La vergüenza prosocial nos confirma nuestra pertenencia a la tribu humana.
En lugar de huir del mundo, podemos encontrar la salida sumergiéndonos en él.