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Pero Lore quería a la única persona que siempre había sabido templar su carácter y sus miedos. Quería a esa persona a la que siempre había podido acudir, sabiendo que estaría allí para ella. Quería a Cástor.
Si alguien quería luchar, si quería perseguir el kléos, había que permitírselo, sin importar las circunstancias.
Lore se había criado con una espada en la mano.
Un momento en que la destreza arraigada se convertiría por fin en un acto reflejo.
y de una fuerza primigenia y desesperada.
Mereces seguir viviendo.
«Las cicatrices son una crónica de las batallas a las que has sobrevivido»,
Sintió un nudo en la garganta, pero Lore ya no era ninguna niña. Estaba decidida a controlar sus emociones.
—No eres pusilánime —le aseguró—. Nunca lo has sido. Jamás. No importa lo que te hayan dicho los miembros de este horrible linaje.
—Asesino de dioses.
Aquella mujer —aquella criatura— parecía una poderosa fuerza ancestral de la naturaleza. La diosa tenía la melena rubia salpicada de hojas, formaba un pálido halo alrededor de su rostro manchado de tierra. Aunque la sangre mortal le restara parte de su brillo, su piel marfileña lucía un tono perlado, como si irradiase luz de luna. Era Artemisa.
Lo último que necesitas es quedarte aquí y morir por una casa que no te respeta…
Mi linaje me ha considerado un fiasco desde el día en que nací. No quiero demostrar que tenían razón.
—No me pierdas de vista —le advirtió Lore—. No voy a pararme a esperarte. —Me esforzaré por seguirte el ritmo —repuso él, visiblemente molesto.
Tal y como tendría que haber sido para siempre.
Lore se sintió como si estuviera atrapada dentro de una bolsa de basura humedecida.
A veces, hay que sobrevivir para poder luchar otro día.
—Toda mi vida he sido débil. Y cuando por fin obtengo poder, cuando por fin me hago fuerte… Lore lo interrumpió: —Eres la persona más fuerte que conozco. Siempre lo has sido.
—Eres las persona más fuerte que he conocido, Cástor Aquileo, y no lo digo porque fueras el que más rápido corría o el que más fuerte pegaba. Lo digo porque cuando caías al suelo, siempre te esforzabas para volver a levantarte. Eso es lo que tienes que hacer ahora. Deja tus sentimientos en la lona y levántate.
—Tienes que sobrevivir —le dijo—. Es lo que tienes que hacer si quieres ayudarlos. Cástor tenía un rostro tan hermoso que resultaba casi doloroso mirarlo.
Ahora no, pensó, sumida en una espiral vertiginosa, ahora no. Tenía que recobrarse. Volvió a sentir una opresión creciente, estaba tan tensa que se quedó sin fuerzas. No logró hallar la salida frente a la oscuridad que se cernía sobre ella.
Tomé una decisión y ahora tengo que lidiar con ella.
Pretendes que te deje morir sin más?
—Puede que sea nuevo en todo esto, pero no soy ningún inútil —protestó Miles—. ¿Qué tal si esperas a conocerme un poco?
miedo era la aceptación de que no eres infalible.
—El miedo es una tierra ignota que jamás visitaré y un idioma que jamás cruzará mi lengua —repuso Atenea—.
—Detesto los secretos y las medias verdades
la ira del agraviado y la necesidad de satisfacerla. La ira era como una enfermedad del alma, y su faceta más contagiosa era la violencia. Si podía eludirse, se ponía fin al círculo vicioso antes de que diera comienzo. Pero aquella era una sociedad violenta.
Un último momento de paz, pensó, mientras tomaba aliento.
—Siempre tuviste muy claro quién eras y quién estabas destinada a ser. Parecía que todo te salía con naturalidad, porque lo anhelabas con todas tus fuerzas —explicó Van—. Antes pensaba que, si lograba hallar un modo de querer las cosas con tanta pasión como tú, encontraría algo especial en mi interior. Algo que me ayudaría a correr tan rápido como tú, a golpear igual de fuerte. A querer empuñar una espada.
—¿Y sabes qué es lo más irónico? Que mientras yo corría detrás de ti, tratando de alcanzarte, tú hiciste lo que yo más deseaba en el mundo. Aquello que me decía que era imposible. Te saliste.
—Lo hice porque no tuve más remedio. —Lo hiciste porque no conoces el miedo —repuso Van—. Porque querías vivir.
—Hay personas tan acostumbradas a contemplar la vida desde el borde de su jaula que dejan de ver los barrotes
Lore se preguntó si lo que había percibido en él cuando eran pequeños no era una aversión hacia ella, sino sus propias frustraciones: consigo mismo y con el mundo en el que vivían.
No pienso irme hasta ajustar cuentas con los que me enjaularon.
la jaula solo era tan resistente como tú creyeses que lo era.
La diosa seguía luchando con los cádmidos restantes, con los ojos en llamas y un gesto que denotaba lo mucho que estaba disfrutando del combate—.
Pero seguían quedando ecos de su yo anterior.
hetaîros.
—Lo que trasciende no siempre es la verdad, sino las historias que queremos creer. Las leyendas mienten. Pulen los defectos para contar una buena historia, o para instruirnos sobre nuestra conducta, o para asignar gloria a los vencedores y vergüenza a quienes fracasaron. Tal vez hubiera espartanos que encarnaran esos mitos. Tal vez. Pero la impronta que dejemos en el futuro no es tan importante como los actos que llevemos a cabo en el presente.
—Debemos dejar el pasado atrás si queremos tener un futuro —replicó él—. No tengas miedo. Estaré a tu lado.
después se obligó a separarse y enderezarse. Ya no era una niña pequeña. Ya no se escondía detrás de nadie.
Un cazador no debía mostrar su miedo ante otro. No si quería que lo respetaran.
tener un alma negra te pudre por dentro más deprisa de lo que podría hacerlo Cronos.
—¿Oyes cómo te llama? —inquirió Aristos—. ¿O lo que oyes son los alaridos de tus ancestros, sacrificados como cerdos?
—Seré una léaina, una leona —respondió Lore—. Mi nombre se convertirá en leyenda.
—Tu miedo lo hará más fuerte —le dijo Atenea—. No le des ese placer.
Quizá sea poderoso, pero tú tienes la justicia de tu parte. Y en caso de que eso falle, recuerda que estoy a tu lado y que no permitiré que fracases.
intentaba recordar lo que se siente al no tener miedo.
Lore ya casi había olvidado lo que se siente cuando otra persona cuida de ti.